Los comienzos de
la Rosa Blanca y Hochland

El contacto con la revista Hochland tuvo una importancia decisiva en la formación intelectual de los componentes de la «alianza Scholl». Aunque en la era del nacionalsocialismo, a partir de 1933, en Hochland ocupan un amplio espacio las cuestiones religiosas, en ellas se aprecia —de un modo más o menos velado, debido a la censura— la lucha contra tendencias nacionalistas y nacionalsocialistas, así como contra el totalitarismo.

Otl Aicher conoce personalmente a Carl Muth en marzo de 1941. En 1940, cuando todavía no había terminado la escuela, Aicher envió un artículo para la revista Hochland. Aunque Muth no lo publicó, quiso conocer al autor. Muth, que contaba entonces ya 74 años —fallecería en noviembre de 1944— siente desde un primer momento un afecto paternal hacia el estudiante de 18; según relataría más tarde el escritor Werner Bergengruen, Carl Muth formaba escuela, le gustaba ayudar a jóvenes talentos, «tenía inclinación pedagógica, además de verdadero talento pedagógico». En agosto de ese mismo año 1941 también Inge Scholl acude por primera vez a la casa de Muth; poco más tarde vuelve, acompañada por su hermano Hans. Para Otl Aicher y Hans Scholl, Carl Muth representaba la «roca intelectual entre las olas del mar nacionalsocialista». De la correspondencia entre Muth y Sophie ya se habló con anterioridad; personalmente, Sophie conocería a Carl Muth poco después, en el invierno de 1941-1942. Buen testimonio de la amistosa relación entre Muth y los hermanos Scholl es que, cuando Sophie se traslada a Munich en mayo de 1942 para comenzar sus estudios, vivirá en casa de Muth, hasta que encuentra un piso adecuado; en esa misma casa, Inge pasará diez días de vacaciones en el mes de julio del mismo año.

Otl Aicher recibe en septiembre de 1941 la orden de incorporarse a filas, por lo que desde entonces ya no podrá viajar a Múnich con regularidad; sin embargo, comenzará una viva correspondencia con Carl Muth y con Sophie Scholl: las cartas que envía desde Rusia, desde Polonia o desde Ulm tratan principalmente cuestiones filosófico-teológicas, que se centran —influenciado por Maritain— en la relación entre gracia y libertad, para llegar a la consecuencia de que, si Dios es Amor, la muerte «ha perdido su aguijón»: «Gustosamente moriría por las últimas consecuencias de la verdad», escribe en marzo de 1942, una afirmación que para Hans y Sophie Scholl se convertiría en cruda realidad. Aicher se esfuerza en acercar a sus amigos protestantes a la Iglesia católica, como refiere él mismo a Carl Muth:

No sé qué podría llenarme con mayor pasión que esas almas limpias. Ayudar a una persona es más que dar un trozo de pan a un pordiosero, cosa que tendría que ser algo natural entre nosotros. He luchado durante mucho tiempo por ellos, al principio casi contra su voluntad; Inge me confesaba recientemente que estaba convencida de que, en los primeros tiempos de nuestra relación, pensaba que el objetivo de mis visitas era lograr su conversión. Y en el fondo tenía razón.

Esos esfuerzos se reflejan en el «giro» hacia el catolicismo que hacen los hermanos Scholl en esos años, no sólo en el plano intelectual, sino también en la práctica religiosa: en una carta a una amiga, por ejemplo, Sophie refiere sus experiencias en la liturgia de la Vigilia Pascual (abril de 1942):

Aunque siento la necesidad de esa forma de liturgia, pues es auténtica liturgia, y no mera conferencia, como en la Iglesia evangélica, se necesita ejercicio o costumbre, para no distraerse con lo exterior; ahora bien, eso exterior es lo que precisamente se convierte en una auténtica vivencia cuando se tiene fe.

Una experiencia similar se encuentra en una carta de su hermano Hans, cuando (el 7 de diciembre de 1941) escribe: «En este segundo domingo de Adviento, que por primera vez en mi vida vivo completamente en un espíritu cristiano…». A este cambio interior se referirá más ampliamente en una carta del 22 de diciembre a Carl Muth:

Quisiera expresarle mi agradecimiento con unas palabras que resulta más fácil escribir que pronunciar. Me invade una gran alegría al celebrar las Navidades de un modo cristiano, por primera vez en mi vida y con un claro convencimiento.

Y si bien varios sucesos y la guerra le hicieron sentir la soledad…

… un día llegó la solución. Oí el nombre del Señor y le escuché. En ese momento le conocí a usted. A partir de entonces, día a día se fue haciendo la claridad. Después se me cayeron como escamas de los ojos. Rezo, siento un fundamento firme y veo una meta segura. Durante este año, Cristo ha nacido de nuevo para mí.

Otl Aicher será también quien establezca el contacto entre los hermanos Scholl y un intelectual que tendrá un significado muy especial en el pensamiento de la Rosa Blanca: Theodor Haecker, a quien ya conocían por sus publicaciones en la revista Hochland. Haecker, uno de los autores más destacados de la época de entreguerras en Alemania, publicó sus obras principales entre 1930 y 1935; en ellas buscaba dar respuesta, desde las posturas de la filosofía cristiana, a las cuestiones antropológicas. En relación con una de las obras más destacadas de este, Was ist der Mensch? («¿Qué es el hombre?»), comentaba Aicher:

Era casi un libro teológico; se podía entender como un enfrentamiento con la filosofía de su tiempo; pero ante todo era un libro político, sólo que —y esto es lo que le salvó de ser prohibido— las cuestiones políticamente espinosas aparecían vestidas de Teología, lo cual las hacía menos vulnerables para los nazis.

Aun así, los nazis prohibieron a Haecker que publicara y hablara en público.

A Theodor Haecker corresponde un puesto clave en el renacer católico en las letras alemanas, pues desde el Kulturkampf de Bismarck los católicos se encontraban en una posición de inferioridad en la vida pública alemana. El significado de una revista como Hochland radica precisamente en haber contribuido a articular en público a los intelectuales católicos, a salir del gueto; de gran importancia fue asimismo la recepción de los autores de la Renovación Católica francesa. A pesar de que su principal orientación era religiosa, esos autores poseían un peso literario que les ayudaba a llegar a lectores mucho más allá del mundo católico. Los nacionalsocialistas empujaron a esos autores a la clandestinidad o a la emigración; después de 1945 experimentarían un nuevo auge. Haecker, nacido en 1879, había traducido en su juventud a Kierkegaard y Newman, quienes le llevaron desde su pietismo protestante al catolicismo, confesión a la que se convirtió en abril de 1921. Haecker fue uno de los principales autores de Hochland desde 1923 hasta la prohibición de la revista, en 1941, a partir de una visita a la redacción, el 18 de octubre de 1922, fecha que supone el comienzo no sólo de una fructífera colaboración, sino también de una profunda amistad entre Carl Muth y Theodor Haecker; una expresión de la misma se halla en que Carl Muth sería padrino del tercer hijo de Haecker.

Sin embargo, la influencia de Haecker sobre la «alianza Scholl» no se limitará al plano intelectual; según un discípulo del filósofo, Gerhard Schreiber, «a Haecker no se le puede tomar en serio sin que eso tenga consecuencias para la propia vida». Como en el caso de Muth, también frente a Haecker fue Otl Aicher quien dio el primer paso para establecer una relación personal: probablemente en el verano de 1941 viaja a Múnich para conocerle. Hans Scholl se encontrará por primera vez con Theodor Haecker en la casa de Carl Muth; a partir de finales de 1941 y comienzos de 1942 la relación se intensificará. Para la Rosa Blanca, el libro de Haecker anteriormente citado —¿Qué es el hombre?— desempeñará un papel central; de esa obra se ha dicho que se convirtió en el «libro que más importancia tuvo a la hora de preparar la resistencia»; en sus recuerdos, publicados en 1985, Aicher resume las ideas que le trasmitió —a él y a todo el círculo de amigos— esa obra, a la que califica de «ajuste de cuentas colérico y profético con los nuevos dominadores, sus precursores y sus seguidores», en unos cuantos puntos: en contra de la doctrina oficial, todas las razas son iguales; el objetivo de la política es la paz, aunque oficialmente se siga el lema «sólo los fuertes hacen la Historia»; en esta obra, Haecker recuerda los «fundamentos de Occidente», para finalizar con la afirmación: «Al caos del tiempo, Haecker opone el auténtico orden, el orden santo de la Iglesia católica».

Theodor Haecker morirá en abril de 1945 en Augsburgo, tan sólo 18 días antes de la entrada de las tropas americanas en la ciudad. En cuanto a la persecución judía por parte del nacionalsocialismo, anotará, con ocasión del decreto que exigía marcar la ropa de los judíos con una estrella amarilla: «Quizá llegue el día en que los alemanes, en el extranjero, tengan que llevar en el pecho la cruz gamada, el signo del Anticristo».

Las cartas que se han conservado de los miembros de la Rosa Blanca testimonian la búsqueda de respuestas a cuestiones fundamentales; esas respuestas las encontraron en los escritos de autores clásicos cristianos, y también en la casa de Carl Muth, en los debates filosófico-teológicos que mantuvieron con este y con Theodor Haecker, que se convirtieron —como se ha dicho anteriormente— en auténticos «directores de almas» para ellos. Esas conversaciones se intensificarán a comienzos de 1943, como testimonia una carta de Sophie a Fritz Hartnagel (7 de febrero):

El día de tu cumpleaños estuvo Haecker con nosotros. Fueron unas horas impresionantes. Sus palabras caen despacio como gotas que se ven acumular antes y que caen con especial peso en esa expectativa. Tiene un rostro sereno, la mirada parece como si se dirigiera hacia el interior. Nadie antes me ha convencido con su rostro como él.

Kurt Huber es el tercer intelectual que desempeñará un papel decisivo en la Rosa Blanca, y este no sólo en el plano teórico, sino que también se verá involucrado en las acciones de resistencia que, como ya vimos, desembocarán en la pena de muerte: Huber será condenado el 19 de abril de 1943, en el segundo juicio contra la Rosa Blanca, con Alexander Schmorell y Willi Graf; será ejecutado el 13 de julio de 1943.

Kurt Huber había nacido en Chur (Suiza) en 1893, si bien creció en Stuttgart. Estudió Filosofía y Musicología en Munich, donde después del doctorado comenzó a desempeñar su actividad docente. Huber estaba casado y, en 1942, tenía dos hijos de 11 y 3 años. Como consecuencia de un ataque agudo de difteria en su infancia, tenía dificultad para hablar; sin embargo, sus cursos estaban siempre llenos. Como la revista Hochland, sus clases estaban salpicadas de alusiones, no exentas de ironía, por ejemplo cuando hablaba de Spinoza, autor prohibido por los nazis: «Es judío; tengan cuidado, que se pueden envenenar». Tanto Willi Graf como Sophie Scholl acudían a sus clases; Hans pidió permiso para asistir «con algunos amigos» de la Facultad de Medicina. Se trataba de un curso sobre la filosofía de Leibniz, sobre quien estaba escribiendo un libro. Leibniz, sobre todo en su Teodicea (1710), había estudiado la existencia del mal en un universo ordenado, casi matemático. Según Hans, el curso de Huber sobre Leibniz se convirtió en «una explicación del origen del mal y del pecado original».

A pesar de acudir a sus clases, los miembros de la Rosa Blanca no tenían trato personal con su profesor; la primera vez que coincidieron fuera de las aulas fue el 3 de junio de 1942, en una velada literaria en casa de la pianista Gertrud Mertens; el marido de esta, profesor de Medicina, era un decidido opositor del régimen; el matrimonio Mertens estaba relacionado con Haecker y Muth. Además de los estudiantes, estaba presente también Heinrich Ellermann, antiguo profesor de Christoph Probst, y un antiguo actor de teatro, convertido al catolicismo: Sigismund von Radecki.

Después de debatir sobre un texto de contenido literario-religioso, la conversación derivó hacia la política, tema que conllevaba un alto riesgo, pues los presentes no se conocían bien entre sí. Coincidían en la apreciación de que la cultura alemana estaba en peligro; alguien se arriesgó a afirmar que la única posibilidad era aferrarse a la cultura y continuar trabajando cada uno en su sitio, en lugar de buscar la protesta abierta. En ese momento, Hans Scholl hizo una observación irónica: «Entonces, lo que debemos hacer es alquilar una isla en el Egeo para organizar cursos». Según narran testigos presenciales, Kurt Huber se puso rojo; en lugar de escandalizarse por esa afirmación, repuso: «Hay que hacer algo; hoy mismo». Hans miró al profesor lleno de admiración; sus miradas se cruzaron. Al terminar la velada, acordaron seguir hablando. Kurt Huber acababa de dar el paso que le llevaría al círculo de la Rosa Blanca. Hans Scholl y Alexander Schmorell se pusieron inmediatamente manos a la obra.