Capítulo 15
—¡Aquí está!— exclama Filip levantando la pieza ennegrecida al aire. Levanto la mirada y marcho en su dirección. Hay otras personas dispersas, todas ellas también lo estaban buscando. Se levantan nubes de ceniza al caminar sobre los restos de madera y paja quemadas, aún tibias. Sin el collar April no tiene forma de volver a mi..no dejo de pensar en eso, el recuerdo me punza con insistencia a cada momento. Filip estuvo ahí... vió como lo que más amo en la vida se esfumó sin posibilidad alguna de retorno.
Me lo extiende, apenado su rostro al hacerlo. Es lo único que tengo ahora... un objeto que unió a mi mujer y a mi madre de formas que creo nunca llegaré a comprender.
—Gracias muchacho— digo con desgano— ¿ está todo listo?
—Solo esperamos sus órdenes señor— El incendio y luego la repentina desaparición de April causaron gran recelo en todos aquí, puedo sentirlo detrás de cada rostro. Lo mejor será partir cuanto antes. La Guardia abandonó Tisius al llegar el alba, ya deben de haber recorrido más de la mitad de la distancia para llegar a la ciudadela.
—Avisa a los demás ¿ quieres?— el sol se pone ya, dejando atrás leves estelas rojizas enredadas en las nubes. Hablé con Caitus, le ordené que se reúna con su esposa e hijos inmediatamente. Después de pensarlo con detenimiento, decidí que no lo voy a alejar de los suyos, tiene que aprovechar a su familia, todo el tiempo que pueda. Después de una terca discusión tuve que hablarle, no como a un amigo, más bien como su señor. En Esthios ya no queda nada para mi, el que yo esté sólo no implica que por mi deba sacrificarlos más. En Pantalea los estaremos esperando cuando el momento de reunirnos nuevamente llegue.
—Adiós hermano— le susurro cuando nos despedimos. Sus suegros parecen aliviados que por fin nos vamos. A pesar de todos los inconvenientes causados nos dan dos bultos cargados de carne seca, pan, queso y vino para el largo trayecto que nos aguarda.
—Será mejor apurar el paso Bastiaan, así aprovecharemos más el cabalgar por la noche. No sabemos como van a estar los caminos— tercia Delphos a mis espaldas, ansioso por iniciar ya el viaje.
—Bastiaan... no des tu vida por acabada...es muy pronto, lo sé. Pero verás que los dioses te reservan algo muy grande...
—No lo digas... por favor. No importa ya...sólo espero llegar a Lernos sin contra tiempos. La verdad... es lo mejor, igual ¿que tengo para ofrecer?— no quiero compadecerme de mi mismo. Sólo me doy cuenta ahora que una vida como fugitivo no es lo que April merece. Estará mejor en su mundo... más segura. Caitus guarda silencio, no hay nada que pueda decir al respecto.
Montamos entre los resoplidos agitados de los caballos. La frescura del crepúsculo se ve adornada por la luna blanca e inmensa pintando todo el paisaje con su perlina luz.
—Que Arsen los guíe a salvo hasta su destino— nos dicen Ilithya y Deo al pasar a su lado, nos despiden con un gesto de la mano. Caitus sólo se queda ahí de pie, con rostro inexpresivo al vernos marchar.
Pronto estamos cabalgando ya lejos de Tisius, entre árboles distintos que asoman como espectros con sus ramas extendidas hacia nosotros. No pude mirar atrás... es mucho lo que perdí ahí, siento que si lo hubiera hecho iba a perder la entereza que con tanto trabajo estoy tratando de mantener.
La noche es larga, el camino recién comenzado también lo es. Sólo el cantar de los grillos acompañan el sendero por el que avanzamos, decido no pensar... no recordar. La imagen del puerto de Lernos es lo único que fijo en mi mente, algún día, espero... dejar de sentir ésta opresión en el pecho. Elevo la vista al cielo y hago una oración con todas las fuerzas de mi alma ruego para que sea felíz, es la única esperanza que aún me queda.
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—Perdóname por no haberte podido ayudar, te juro que no dejaré de buscar una solución— me susurra Caroline. Lo ha repetido una y otra vez desde...lo sucedido. Después de perder el colgante no pude evitar sentir una ola de tristeza golpearme con insistencia a cada segundo desde aquel día.
Estuve ayudando un poco a Richard cuando daba lecciones a los chicos. No era gran cosa lo que hacía, pero sé que me lo pidió para entretenerme un poco y ayudarme a sentir mejor aunque sigue sin estar muy seguro de nada respecto a este asunto, aún así es demasiado caballeroso para preguntar. Mis hermanas me han tratado con demasiada cortesía, no es que no lo valore pero tampoco quiero ser motivo de lástima. Caroline volvió con los ancianos, pero igual que en la ocasión anterior se mostraron renuentes a decir nada, de hecho se alegraron mucho al darse cuenta que había perdido el collar— « no cualquiera es digno de tal privilegio »— fué lo que dijeron— «esas fronteras jamás debieron ser cruzadas, nunca».
Llaman por segunda vez, nuestro vuelo está por despegar. Las tres nos abrazamos mientras llorosas nos despedimos prometiendo que no vamos a dejar de visitarnos con más frecuencia. El próximo turno es para Caroline. Esquivamos a la muchedumbre y con prontitud estamos en nuestros asientos sólo esperando el momento de despegar. Ya es avanzada la noche, veo mi reflejo en la pequeña ventanilla, ¿ como voy a regresar a mi antigua vida ahora?— le pregunto, pero igual que yo no sabe la respuesta.
No quiero dormir, ya no será lo mismo nunca más, pero irónicamente sólo de esa forma puedo ahogar un poco el sordo suplicio asentado en mi tan profundamente. Dos días mas tarde Emma regresa a la Universidad. No quiero que se vaya preocupada por mi, así que pongo mi mejor sonrisa al despedirnos.
—¿ Segura que estarás bien?— pregunta con el ceño fruncido en preocupación. Está a unos cuantos meses de graduarse y serán muy duros, lo último que quiero es que por mi culpa no dé lo mejor de si.
—Lo estoy, enserio— digo disimulando un doloroso bulto en la garganta— esperaré ansiosa por tu graduación, buscaré algo lindo que ponerme para ese día— se me enturbian los ojos pero trato de contener las lágrimas, me da un fuerte abrazo. Mientras me alisa el cabello murmura en voz baja.
—Sabes que te quiero ¿verdad?
—Nunca lo he dudado— río entre sollozos.
—Lo vas a lograr— dice simplemente. Da media vuelta y sube a su taxi. No entiendo a qué se refiere exactamente. ¿ Lograré reponerme ó lograré volver a él? No lo creo, es absurdamente improbable por no decir imposible.
—¿¡ Hola April...qué tal tus vacaciones?!— Camille me saluda con alegría desde el otro lado de su escritorio— siento que te fuiste hace como mil años.
—¡ Qué curioso!, yo siento lo mismo— digo proyectando el estado de ánimo apropiado para no ser grosera— ¿ cómo va todo por aquí?
—Ah genial, Daniel es un gran jefe. Ha sido toda una revolución, por aquí necesitábamos a alguien como él— dice complacida— te llevaré tu correspondencia inmediatamente.
—Gracias Camille...será mejor empezar. Necesito distraerme. Te veo luego— camino a mi oficina saludando a mi paso a todos conforme me cruzo con ellos por los pasillos.
—¡Señorita Edwards !— saluda Daniel con tono amistoso al salir de su oficina— espero que hayas disfrutado de tus vacaciones, ¿ cómo has estado?— pregunta con mirada expectante. Iba a inclinarse a saludarme con un beso en la mejilla pero dejó el movimiento a medias.
—Fueron unos días en India en compañía de mis hermanas. Lo pasamos... genial. Gracias por preguntar— no puedo evitar sentir un puño frío estrujarme el corazón. Aún así respondo a su sonrisa.
—Me alegra mucho escucharlo, espero que vengas con las baterías recargadas. Te espera bastante por hacer— sonríe de medio lado, algo apesadumbrado y con la frente arrugada, disculpándose con su expresión.
—Grandioso, ya mismo empiezo con ello— y así ocupo mi mente por completo en el trabajo.
Los días transcurren entre el trabajo y las noches solitarias en casa. Cada vez voy a la cama sintiendo una nostalgia sorda. Los primeros días han sido los más duros, permanezco por lo que parecen horas mirando al techo, las líneas de luz de los autos transitando afuera danzan en un baile monótono. Cada mañana mi mano va automáticamente a mi pecho, esperando encontrar el tan ansiado contacto de la joya perdida, pero con el pasar de los meses evito hacerlo. Ya me cansé de decepcionarme una y otra vez.
En algunas ocasiones sentada en mi oficina suelo soñar despierta, más que soñar es recordar. Aunque fueron pocos los momentos que estuve a su lado son demasiado hermosos y únicos, me niego a dejar de pensar en él, la magia que una vez nos unió aún no se disipa en mi. Honestamente no creo que llegue a suceder. En este momento me sorprendo de nuevo divagando, pero algo llama mi atención, giro la cabeza siguiendo el origen de esa sensación pero en cuanto lo hago Daniel baja la suya para luego mirar en otra dirección. Se ha portado conmigo de forma inmejorable, pero en el fondo sé que siente algo más, y yo no soy capaz de corresponderle en ese sentido, las cosas a veces se ponen un poco incómodas, como ahora por ejemplo. Soy su editora asistente y mi oficina está justo en frente de la suya.
Un día más de trabajo...llego a casa exhausta. Al pasar por la puerta Fílos se lanza contra mis piernas restregándose con demasiada efusividad, debe estar hambriento. Me deshago de los zapatos y voy al cajón donde guardo su alimento. No podía más con la soledad y él llegó en el momento justo. Una noche cuando venía del yoga lo vi rondando famélico entre la basura cerca de un callejón, no lo pensé dos veces y lo traje a casa conmigo.
—Buen chico— digo con cariño acariciando su suave pelaje gris con finas rayas negras. El timbre de mi celular se ahoga ligeramente dentro de mi bolso. Es Emma, entre gritillos felices me invita a su ceremonia de graduación. Estoy muy felíz por ella, pero de pronto recuerdo que no he comprado nada para ponerme como se lo había dicho hace seis meses atrás. Me anuncia que Caroline también viene para el gran acontecimiento, me emociona que pronto vamos a reunirnos otra vez, ha pasado mucho desde entonces, pero nada fuera de lo ordinario como tanto llevo queriendo.
Fílos se hace una bola junto a mi almohada. Al apagar la luz de la lámpara inicio mi ritual de costumbre, hago una plegaria...una que escuché una ocasión hace como mil años. Llevo haciéndolo cada noche, con las imágenes de esa última vez que lo tuve en mis brazos busco consuelo en la oscuridad de la noche una vez más.
*******
—Por fin hombre, una posada. Siento como si una manada de caballos hubiera galopado sobre mi— exclama Attis sonriendo de lado a lado a pesar del cansancio, no es el único, Filip y Delphos se encorvan sobre sus monturas apenas sostenidos por pura voluntad. El trayecto ha sido duro, el tomar caminos alternos para escondernos nos ha retrasado mucho, también que sólo viajamos de noche. Para hoy decido quedarnos en éste pequeño poblado. Lo que más deseo es poder descansar en algo mejor que las duras raíces del bosque, aunque no todo es tan malo, hace bastante que la estación lluviosa cesó dando paso a los calores propios del segundo ciclo del año, de ahí que viajar de noche no deja de ser una buena opción.
El sol se eleva dorado contra el cielo despejado. Aquí y allá resuenan los gorjeos de las avecillas dando la bienvenida al nuevo día. El pequeño poblado se va llenando de vida gradualmente después de nuestra llegada. El delicioso olor a leche fresca flota en el aire desde una pequeña lechería detrás de la posada. El lugar parece tranquilo y acogedor, las personas comienzan sus tareas entre risas y conversaciones amenas, a diferencia de otros pequeños poblados por los que hemos pasado en el camino donde hemos sido recibidos con rostros severos y desconfiados. Desde luego no los culpo, todos llevamos el pelo crecido e igual la barba, lucimos como mendigos o algo peor.
Después de encargarnos de los caballos nos instalamos en la humilde posada. Ya quiero quitarme el pelo del rostro pero el cansancio es demasiado, será después de descansar un poco. No hay mucha gente. El pequeño local cuenta con una taberna, los pequeños cuartos arriba lucen casi desiertos a excepción de uno de ellos, de su interior provienen sugerentes sonidos, no importa lo pequeño de un poblado, siempre habrá entretenimiento para los viajeros. Delphos y Filip se frotan las manos con demasiado ímpetu, ya deben estar imaginando como van a pasar su noche.
Ya a solas en el pequeño cuadro de mi habitación me tiro sobre el desvencijado camastro, estoy sucio y sudado, el polvo del camino impregnado en mis ropas. Un picor intenso se propaga por mi brazo, las gruesas marcas se despliegan desde la mano hasta la altura del hombro, resaltando con un tenue brillo. Después de resultar herido en aquel incendio tuve algunas dificultades para que sanara adecuadamente, no hay muchas opciones de cuidar una quemadura si te mantienes viajando constantemente. En ocasiones dolía tanto que pensé que no lo iba a lograr, aún ahora me molesta. Lo más difícil fué recuperar el movimiento para poder usar de nuevo la espada, gracias a mis amigos que entrenan cada día conmigo estoy prácticamente como antes de lo sucedido. Abro la taleguilla que llevo siempre en mi cinto y lo saco. Cada vez que tengo la oportunidad de estar solo lo sostengo contra la palma de mi mano. Ha pasado mucho tiempo, hemos andado demasiados caminos, pero no logro deshacerme de éste miedo...el temor a olvidarla. En ocasiones cierro los ojos y repaso cada detalle, cada línea y sombra de su piel, no quiero perder también su recuerdo.
Pasado un tiempo me desperezo sentándome en el borde de la cama, por lo menos pude dormir un poco sin tener de nuevo las malditas pesadillas. Me coloco de nuevo el cinto, guardando mi más preciada posesión en él. Bajo a buscar un sitio donde pueda asearme un poco. La esposa del dueño de la posada me cobra una pieza por unos cuantos cubos de agua y una comida más o menos decente. Al terminar, ya más limpio y con la cara despejada de la mata de pelo rojiza me uno a los demás que están sentados en una mesa al fondo del abarrotado lugar. Attis no para de coquetear con una de las muchachas que se sientan provocadoras en la otra mesa. La joven se levanta contoneándose como una lombriz sobre tierra caliente, al poco rato se marchan a los cuartos superiores entre risas y manoseos. Filip ya se ha adelantado en ese asunto por lo que me dice Delphos.
—Creo que algo de compañía te vendría bien Bastiaan— me dice señalando con la mirada la mesa donde otras cuatro mujeres no dejan de mirarnos con sus claras intenciones pegadas en el rostro— hace mucho que no estás con una mujer, no te digo que debes amar a alguna de esas... pero los hombres tenemos necesidades, sólo hazlo, verás que te vas a sentir mucho mejor.
—No creo que sea buena idea... sabes lo que significa para mi— digo sintiéndome de pronto algo enojado.
—Odio decirte esto niño, pero ya lo sabes de todas formas...esa muchacha no va a regresar. No vas a pasar el resto de tu vida como uno de los oráculos vírgenes del gran templo, en algún momento tendrás que pensar en rehacer tu vida, buscar una linda mujer y tener hijos— da un largo trago a su jarra de vino, eructa ruidoso limpiándose los restos húmedos con la mano. Sus palabras suenan distantes, como si no fueran dirigidas hacia mi. Aunque me pesa demasiado tiene razón, en cierta forma, hace mucho... desde la última vez con ella... nunca ninguna mujer estará a su altura, pero tengo tantos deseos que duele. Volteo la cabeza para observar a las cuatro muchachas, dos tienen cabello pajizo, la otra tiene rizos oscuros enmarañados y la última tiene el cabello largo del color de las castañas quemadas, a ésta le hago una señal con la cabeza, de una vez se levanta caminando hacia mi.
—Estaba esperando que me escogieras hermoso— ronronea al acercarse. Es bonita y un poco más joven que las otras. Me toma de la mano, guiándome por las estrechas gradas hasta el cuartucho, cierra la puerta lentamente tras nosotros— eres un hombre enorme y hermoso como no había visto nunca. Creo que debería ser yo la que te pague por hacerlo— desliza su mano bajo el quitón ciñendo mi miembro, un quejido se me escapa de los labios entreabiertos.
—No...sin besos— le espeto con voz ronca cuando se reclina contra mi cara. Me mira con expresión seria, pero se arquea hacia atrás frotándose contra mi dureza, cierro los ojos maldiciéndome. De un tirón se saca la túnica dejando al descubierto sus enormes pechos. Nuevamente me toma en sus manos, masajeando una y otra vez, me encuentro jadeando entre el placer y la culpa. Veo su rostro detrás de mis ojos, no...ella no está aquí...ya no más.
La mujer se pone de rodillas y mete mi miembro en su boca. El cálido aliento me provoca un temblor desde los pies a la cabeza, siento que voy a reventarme. La levanto con ambos brazos poniéndola sobre el catre, abre las piernas lanzando quejidos de deseo, esperando que me hunda en ella...y lo hago. La azoto con prisa, no hay nada más en ello aparte del desahogo, pasa la mano por debajo de su cuerpo y me estruja con fuerza. Grito su nombre al descargarme dentro de ella...bañado en sudor, tragando aire a grandes bocanadas.
—¿ April...quién es esa April?— pregunta la joven en un susurro después de recuperar el aliento buscando que la abrace. La evito, saco media pieza de mi taleguilla y se la entrego junto con su ropa.
—Nadie que te importe— le respondo con acritud empujándola fuera del cuarto. Una vez a solas agacho la cabeza ciñendola entre mis manos, sintiéndome ahora mucho peor que antes.
Dejamos el pueblo mucho antes del anochecer. He pasado el día tratando de olvidar lo que hice anoche, sé que no volveré a estar con ella...con April pero la sensación de haberle fallado es muy fuerte. Mis hombres no paran de hablar, Attis en especial, con minucioso detalle contando como lo pasaron anoche. Cuando me preguntan guardo silencio... ¿ qué puedo decir? no es algo de lo cuál me sienta particularmente orgulloso, siempre encontré de mal gusto recurrir a las rameras para saciarse e hice justo eso. Dejo de darle vueltas al asunto, me concentro en el camino por el cual avanzamos. La ruta que seguimos nos lleva a través del árido y polvoriento paisaje de las llanuras al norte de Esthios. Incluso en la distancia se puede apreciar el monte sagrado, más aún, el majestuoso templo de Arsen es visible detrás de la colosal estatua del gran dios, vigilante...sosteniendo su lanza con ambas manos. Dejamos atrás la vasta planicie hasta encontrarnos de frente con un enorme bosque del que no tenía conocimiento. Está tan lejos de las vías principales que la verdosidad se extiende intacta en todas direcciones, esto es señal de que nadie ha pasado por aquí antes. Rodearlo nos llevaría demasiado tiempo, calculo que nos falta una docena de leguas para llegar a Lernos si lo atravesamos.
—No veo otra opción para cortar camino, pero podemos vadearlo...
—Cuanto antes mejor— dice Attis sacando la espada— no sé ustedes pero yo ya quiero llegar.
—Es sólo un bosque, veamos hasta donde podemos llegar. No creo que podamos ver muy bien, casi no hay luna, de todas formas no veo peligro en acampar aquí en dado caso de que no pudiéramos seguir, no quiero arriesgar a los caballos— dice Delphos con sólida firmeza— ¿ qué dices muchacho, estás de acuerdo con nosotros?— pregunta a Filip. Este mira la gigantesca arboleda erguirse tupida frente a nosotros.
—Creo que debemos seguir— responde receloso. No parece convencido, pero aún así azuza su montura detrás de Delphos y Attis. Pronto somos tragados por la maraña de sombras. Avanzamos en línea recta en absoluto silencio, sólo se escuchan las hojas secas partirse bajo nuestro peso. Un revoloteo de alas alborota a los caballos...piafan y resoplan nerviosos casi tirándonos de espaldas en la oscuridad circundante, espada en mano recorro con la mirada buscando, pero es casi imposible distinguir lo que sea con tan poca luz.
—Mejor acampemos... estamos arriesgando demasiado yendo a ciegas— de un salto bajo de mi caballo. Saco el pedernal y la yesca buscando a duras penas un sitio para poder encender el fuego. A su vez los otros descargan los talegos, manean las bestias y sacan algo que comer. En poco tiempo estamos hablando un poco de todo lo que hemos vivido durante nuestra travesía sentados junto a la pequeña hoguera. No tarda en salir a relucir Caitus en la conversación, al parecer no soy el único que lo echa de menos. Desde que nos separamos ya hace tanto me pregunto que ha sido de él. Espero que haya hecho lo que le ordené, si es así ya debe de haber iniciado el viaje con su familia hacia el puerto.
—Ya quiero cruzar el mar, nunca he tenido oportunidad de verlo, hasta ahora... dicen que las mujeres de Pantalea son las más hermosas— nos dice Attis tomando de golpe un trago de su odre. Levanta las cejas en su usual expresión de macho en celo. ¿ Sólo puede pensar en eso?, inmediatamente una punzada culposa me recuerda que no soy mejor que él.
—Después de un tiempo en una galera te vas a querer lanzar por la barandilla a que te coman las bestias que viven bajo el agua. Las travesías por lo general son muy difíciles, si no es una tormenta puede ser una peste la que te lleve a ser juzgado frente a los mismos dioses— agrego. El aún es muy joven, a vivido la guerra, pero todavía le falta experiencia en otras situaciones— pero llegaremos, no te preocupes. Hay otras cosas que me preocupan más sin embargo.
—¿ Qué cosas?- pregunta Filip con un trozo de carne a medio comer bailando en su boca.
—Tenemos que recoger más piezas, cuando lleguemos al otro lado habrá mucho que hacer, vamos a necesitar todo lo que podamos para instalarnos. Empezando por comprar nuevas monturas.
—No lo había pensado...— murmura Attis, ceñuda la frente.
—¿Y dónde pensabas meterte los caballos, en esa cabeza hueca?— bromea Delphos. Todos reímos, incluso el mismo Attis. Permanecemos un rato en silencio, cada uno tiene sus propias preocupaciones e inquietudes, supongo que piensan como será todo cuando por fin abandonemos Esthios. Una nueva vida se avecina, nuevas oportunidades esperándonos, pero este sentimiento agrio se niega a dejarme, sordo...golpeando muy dentro de mi.
—Bueno... yo haré guardia— anuncio poniéndome de pie. Estiro los brazos hacia arriba— mañana nos espera una larga jornada.
—Despiértame a mi después Bastiaan— se ofrece Delphos— todos necesitaremos estar descansados, Filip la hará después de mi, por último tú muchacho— concluye apuntando a Attis.
Todos se acomodan a como pueden cerca del fuego. Los caballos están tranquilos, dormitando cerca. El crepitar del fuego resuena como mi única compañía, con el pasar de las horas se avivan nuevos sonidos a nuestro alrededor, la vida nocturna del bosque en pleno. Algunos murciélagos pasan cerca sorteando las ramas. Me paseo por el pequeño claro ojeando el entorno por si acaso. Todo luce tranquilo. Vuelvo a sentarme contra un enorme árbol de grueso tronco, el aire es un poco más fresco aquí, aún así estoy bañado en sudor, me seco la frente con el dorso de la mano. Lo que menos me gusta de hacer guardia es no tener a nadie que me esté hablando, de esa forma mi mente se distrae. Mi mano busca dentro de la pequeña taleguilla de cuero, lo siento contra el fondo, delicado y a la vez pesado...como lo es vivir tan sólo con su recuerdo.
Un crujir de hojas secas llama mi atención, es demasiado fuerte para pertenecer a una ardilla. Con la empuñadura en la mano me acerco a Delphos, si fuera el caso pienso levantarlo de una patada. Casi de inmediato los caballos empiezan a emitir resuellos nerviosos, un escalofrío nada agradable me recorre la piel, con la punta del pie golpeo el costado del bulto adormilado cerca de mi. Entre maldiciones se incorpora soñoliento, hago una señal para que guarde silencio a la vez que señalo con el mentón rígido en la dirección que escuché el ruido.
Las pisadas se acercan...muy lentamente. Delphos ya despertó a los otros. Sólo estamos ahí esperando que sea lo que sea que esté ahí rondando se revele. Como por ensalmo dos figuras grotescas se acercan al pequeño círculo de luz. Es como si me hubiera golpeado el puño de un gigante. Escucho las exhalaciones de los otros, que al igual que yo no pueden creer lo que estamos presenciando.
Talos y Keleos. Son ellos y al mismo tiempo no; llevan las mismas ropas que usaban la última vez que los vi, harapos sucios y ensangrentados. Sus expresiones al vernos son de reconocimiento y desprecio. Attis comienza a murmurar una oración apresurada, gran temor tiñendo el tono de su voz.
—Íkhni... son íkhni...— susurra Filip con la voz hecha un hilo.
—¡¿Qué?!— pregunta Delphos sin apartar la mirada de las dos criaturas que alguna vez fueron nuestros amigos. Con agarre de hierro sostiene su espada extendiéndola hacia adelante.
—Cuando alguien deja este mundo con un gran odio pendiente... vuelve a despertar, pero ahora en la oscuridad— recita las palabras trémulas en un susurro apenas audible. Hace ya mucho tiempo algo había mencionado sobre eso, pero jamás pensé que fuera real, ninguno de nosotros lo hizo, incluso ni siquiera dejamos al pobre muchacho terminar de relatar el cuento. Los dos espectros están ahí, de pie tan sólo mirándonos. Parecen venir desarmados, pero eso hace la situación más inquietante. El fuego arde intenso en el centro, los ya escalofriantes semblantes lucen aún más siniestros, sombras trémulas bailando sobre la piel macilenta.
Un grito visceral...estridente brota de manera horrible de la garganta de Talos, Keleos lo sigue, ambos se lanzan sobre nosotros embistiéndonos con descomunal fuerza. Con felina agilidad Attis salta girando sobre su espalda. Al caer apoyando ambos pies firmes sobre el suelo ya tiene el arco y flecha apuntando contra la figura pestilente de Keleos, la flecha silba rauda hundiéndose en la espalda de éste, sólo un leve gemido sale de su boca. Como si nada hubiera pasado continúa arremetiendo contra Delphos y Filip. Talos me alza sobre si, con ambos brazos extendidos hacia arriba sin hacer el menor esfuerzo. Sujeto mi espada y cuchillo con dificultad, las manos resbalosas por el sudor amenazan con soltarlas en cualquier momento. Como si de un costal se tratara soy lanzado por los aires, caigo pesadamente contra las duras raíces, se me escapa el aire de golpe, todo me duele, en especial el brazo sobre el cual caí. Mareado como estoy veo a través de los ojos entornados como Attis se lanza sobre él, lo corta una y otra vez, el filo corta la carne con tajos profundos, la ambarina luz del fuego me permite ver como la piel vuelve a unirse. Nuestras miradas se cruzan cargadas de impotencia. No hay forma de matar a las extrañas criaturas.
Entre gritos cansados Filip y Delphos también luchan contra Keleos, pero es inútil, nada le hace daño. Rápidamente me levanto y cargo contra Talos, entre Attis y yo le damos con todo, golpe tras golpe por fin logramos arrancar uno de sus brazos, ni una sola gota de sangre mana del trozo mutilado, la otra parte continúa moviéndose pérfida...espeluznante, los dedos perversos arrastrándose hacia mi. El corazón golpea con fuerza brutal en mi pecho. Asco y miedo por igual, jamás había luchado contra la muerte de forma tan literal. Pateo la mano cercenada contra el fuego incólume. Como una exhalación se consume, humo negro y maligno se extiende por todo el lugar, el hedor que de el emana es indescriptible. Una fugaz idea cruza por mi cabeza, un odre con aceite... debo llegar a él, pronto. Revuelco dentro de los fardos tirados al lado de un árbol. Con dedos torpes tiro todo el contenido hacia afuera, a mis espaldas mis tres amigos están agotados, totalmente en desventaja...apenas resistiendo. Lo encuentro rápidamente gracias a los dioses, con el cuchillo atravieso el endurecido cuero, el bendito líquido se riega en mi mano, mojo con el las túnicas que estaban en otro de los talegos con la mayor celeridad posible, corro junto el fuego y las voy encendiendo.
—¡Delphos...apártense... Filip!— grito. Ambos se alejan del monstruo no sin dificultad. Antes de que la tela se consuma la arrojo contra él, luego otra más en dirección a Talos que tiene a Attis suspendido por el cuello. Filip corre hacia mi, toma las otras prendas y empieza a lanzarlas a los pies de los dos engendros, aullan espantosamente mientras el fuego se va extendiendo devastador, aún así no cesan en lanzarse contra mis hombres. Me levanto espada en mano, con la fuerza aumentada no sé cómo; asesto golpes con furia total contra la figura debilitada más cercana. De soslayo veo a los otros hacer lo mismo, ayudados por el fuego logramos finalmente reducir las espeluznantes criaturas a cenizas.
—¡ Maldita sea!...¿ Qué demonios...eran esas cosas?— exclama Attis con los ojos escandalosamente abiertos.
Hago un escrutinio de los daños. Filip tiene un corte sobre uno de sus ojos, sangra bastante pero Delphos lo está ayudando con eso. Al viejo no le veo más que el rostro aún asustado, por lo demás parece estar bien y Attis está bastante golpeado, aún luce incrédulo a pesar de estar mirando como los restos carbonizados terminan de consumirse. Ni idea de lo que debo parecer yo, aún me retumba el pecho por la conmoción.
—Te debemos una disculpa hijo— menciona Delphos ofreciendo un odre de vino al pobre Filip, más pálido que de costumbre— tenías razón... Íkhnis... jamás en toda mi vida había escuchado sobre ellos— mueve la cabeza de un lado a otro, aún tratando de comprender lo que acaba de ocurrir.
—Apenas si recuerdo a mi abuela hablando de eso... tampoco yo creí que iba a tener la desgracia de verlos con mis propios ojos, pensé que eran cuentos para asustar a los niños.
—¿ Sólo a los niños?, casi me hago encima cuando los vi— murmura Attis un poco más repuesto, gruesas marcas de dedos rodeando su cuello— por fortuna pensaste rápido Bastiaan...no creo que lo hubiéramos logrado... qué fuerza tenían los muy bastardos. Espero que no haya más muertos persiguiéndonos... ya bastante tenemos con los vivos.
—Al menos ya sabemos que hacer— aún me tiembla el cuerpo, de susto o cansancio, no lo sé— necesito un poco de eso— señalo el odre de vino. Filip me lo acerca y bebo dos largos tragos. Delphos me ayuda a encender tres fuegos más...por si acaso. Nos movemos con parsimonia, supongo que todos deben estar igual de adoloridos que yo, cada parte del cuerpo me pesa con un dolor pulsante. Los otros dos recogen el tiradero que dejé en la urgencia por hallar el aceite— Qué suerte que no te hiciste encima Attis, quemamos todas tus túnicas— digo con algo de humor.
—Eso es excelente, ahora tendré que usar las de alguno de ustedes... y todas son horribles— responde fingiendo enojo.
Lo que resta de la noche pasamos todos en vigilia; después de tan espeluznante encuentro ninguno podría pegar un ojo ni aunque quisiera, incluso los caballos siguen nerviosos. Le pido a Filip que nos relate más de esas historias que solía contar su abuela... quien sabe, tal vez ese conocimiento nos salve la vida más adelante, aunque espero que no volvamos a tener otro encuentro como éste. Después de lo que hemos vivido últimamente ya nada me volverá a parecer imposible.
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El río destellaba con belleza onírica...mágica bajo el resplandeciente sol que debía estar en alguna parte pues no saltaba a la vista. Estaba segura que nunca había estado en aquel lugar y estaba aún más segura que nunca había visto a la hermosa mujer que de pie frente a ella sonreía con dulzura. Vestía con ropa moderna pero iba sin zapatos, le hizo un gesto para que la siguiera. La condujo hasta un hermoso árbol con tronco anudado y ancho, la brisa refrescante movía la enorme copa de brillantes hojas lanceoladas. Tomó un puñado generoso, las verdes hojillas contrastando contra la blanca y hermosa piel de sus manos. Se puso de rodillas frente al árbol, en una postura de oración. No movía los labios, pero podía escuchar la voz de la mujer en su cabeza, cada palabra con total claridad, algo le decía que no debía olvidar nada de lo que se desarrollaba en ese momento pues era importante, mucho. Al terminar su plegaria se puso de pie. Cuando giró para caminar en dirección a una hoguera que no estaba ahí hace unos momentos ya no llevaba la misma ropa, ahora era una larga túnica blanca hasta los tobillos, el hermoso cabello largo cayendo sobre su espalda. No dejaba de sonreír, pero detectaba cierta tristeza bajo su semblante. Con un nuevo gesto le pidió que se acercara más, le entregó las hojas con cuidado. Sabía que tenía que arrojarlas al fuego así que lo hizo, el blanco y aromático humo se dispersaba en torno a la mujer que extendiendo los brazos buscaba envolverse más en él con los ojos cerrados. Después de pasado un tiempo marchó hacia ella, colocó la palma de su mano en el centro sobre sus pechos y habló por primera y única vez.
—El río— murmuró en un susurro casi inaudible. Dió media vuelta y caminó hacia las cristalinas aguas para sumergirse en ellas y no salir más.
Lentamente fué resurgiendo del sueño, parpadeó varias veces para acostumbrar los ojos a la gran claridad que entraba por los ventanales que había olvidado cerrar la noche anterior. Tenía que escribirlo todo antes de perder cualquier detalle, esa era la señal, el sueño que tanto había esperado, estaba casi segura que podría por fin ayudar a su hermana; su diario de sueños estaba al otro lado de la habitación en un gabetero. Rápidamente se levantó sin haber corrido las sábanas primero, cayó de bruces en un enredo de piernas y tela. Inmediatamente la puerta del baño se abrió, Richard con una toalla alrededor de la cintura y el cuerpo cubierto de espuma corrió a ayudarla a levantarse, cuando por fin se pudo poner de pie ambos se sonrieron adorablemente.
—Buenos días— susurró ella entre risas dándole un beso con ternura en la punta de la nariz.
—Buenos días cariño— le dijo él en un susurro acomodando uno de los mechones desordenados de su cabello. Dió un gritillo chillón cuando en volandas se la llevó con él al baño, entre risas traviesas y murmullos vaciaron gran cantidad de agua sobre el piso cuando entraron juntos en la bañera.
Un rato más tarde, mientras Richard se ocupaba de impartir las lecciones del día se dedicó a buscar lo que necesitaba. Trataba siempre de hacerlo a solas, él no compartía sus creencias, era escéptico hasta la médula, pero al menos la respetaba y no interfería. Finalmente encontró la página que estaba buscando, no era ni medio párrafo, pero ahí estaba, borroso contra el amarillento fondo del desgastado papel. No era un río específico al parecer, podría servir cualquiera lo suficientemente hondo, al menos eso era lo que decía aquel libro que le había costado un ojo de la cara conseguir, y no porque fuera costoso hablando de dinero. Era un libro demasiado antiguo...demasiado sagrado que había tomado "prestado" la tercera vez que fué a buscar la ayuda de los tres ancianos faquires. Se prometió devolverlo a la mayor brevedad posible.
Gran regocijo la inundó. Dió gracias a la mujer sin nombre de su sueño, ella le mostró la forma de atravesar ese velo, el porqué lo hizo no importaba, jamás se cuestiona una ayuda o al increíble poder del universo, ahora era su turno enseñarle a April qué hacer. Cada vez que recordaba la última vez que la vió, en la graduación de Emma se le encogía el corazón, se mostró evidentemente muy felíz al verlos llegar juntos a Richard y a ella tomados de la mano cuando los fué a recoger al aeropuerto, celebró con genuino orgullo el gran triunfo de la recién graduada, pero detrás de cada broma... detrás de cada sonrisa sabía que ella ya no pertenecía más a éste mundo, al menos no del todo. Su vida estaba donde estuviera Bastiaan.
Tomó el teléfono para hacer una última llamada. El tiempo de las despedidas estaba cada vez más cerca.