ENTRADA
(A oscuras. Sonidos inidentificables: ¿música?, ¿palabras?, ¿ruidos de ciudad? Se va precisando y aflora a la superficie una conversación telefónica.)
VOZ FEMENINA.—Vas a hacerlo, ¿verdad? Vas a empezar.
VOZ MASCULINA.—Supongo. No me queda más remedio que decidirme. Lo tengo que hacer. Lo quiero…, pero…
VOZ FEMENINA.—¿Qué pasa?
VOZ MASCULINA.—No sé hacerlo, no lo conseguiré.
VOZ FEMENINA.—¡Ánimo!
VOZ MASCULINA.—No soy lo bastante listo… ¡Ojalá! No es que exija demasiadas facilidades. ¿Sabes lo que pediría, quizá? El sentido de la palabra acertada… que persuade. Si estuviera convencido de que puedo actuar con las palabras, que…, que tengo el poder de dominar las palabras… Si yo… ¡Imagínate!: palabras que llegan al fondo, embriagarme de palabras exactas que brillan y deslumbran. Pero ¿cómo empezar? ¿Me oyes? ¿Cómo dar con la manera astuta de entrar, como sea, en…? ¿Cómo voy a empezar?
(La conversación se desvanece y, antes de perderse del todo, se mezcla a otra nueva conversación que aflora y la reemplaza.)
VOZ MASCULINA MUY JOVEN.—Calla, ¡va!, no digas tonterías. No quiero ni escucharte.
VOZ MASCULINA MADURA.—¿Te avergüenzas de mí? Tú eres lo que más quiero, hijo. Lo único que aún me sostiene.
VOZ MASCULINA JOVEN.—No quiero que lo digas, ¡no!
VOZ MASCULINA MADURA.—En lo único que me comprometeré es en tu vida. Eres el espejo en que me miro.
VOZ MASCULINA MUY JOVEN.—Te he dicho que no quiero escucharte. ¡Cuelgo! ¿Me oyes?, cuelgo.
VOZ MASCULINA MADURA.—Sólo tú, hijo. Y, además, he de pedirte que me perdones. Mañana… Tengo la sospecha de que no llegarás a entender el mundo mejor que yo… ¿Hijo? ¿Me escuchas?
VOZ MASCULINA MUY JOVEN.—Sí, pero tienes que calmarte, quiero que te tranquilices. Y que no me avergüences. No me avergüences, por favor.
(La conversación se desvanece mientras se mezcla a otra nueva conversación que aflora.)
VOZ FEMENINA 1.ª—Corren malos tiempos.
VOZ FEMENINA 2.ª—No son muy buenos, pero hay que salir adelante. Y, ¿sabe cómo?: o jodes o dejas que te jodan; eso si no quieres morirte.
VOZ FEMENINA 1.ª—Pues, no. Si puedo, aguantaré.
VOZ FEMENINA 2.ª—Claro que aguantará; como yo. Una servidora no se morirá ni dejará que la jodan. Si hay que robar, mire lo que le digo, robaré. Haré lo que sea si es necesario. No, no voy a dejar que me jodan.
(La conversación se desvanece mientras se mezcla a otra conversación, que de hecho es un monólogo sin respuesta, que aflora y la reemplaza.)
VOZ MASCULINA SENIL.—Nos sentábamos en un rincón…, en cualquier lugar, en algún sitio desde donde mirar el cielo…, y hablábamos. Hablábamos. Eramos muy jóvenes. ¿Qué había más allá de la ciudad, al otro lado de las montañas, de aquel cielo…? Nos pilló eso que se llama añoranza. ¿Añoranza de qué?, ¿de qué?, dime. El porqué de aquella añoranza nunca he llegado a entenderlo… Eramos muy jóvenes; éramos muy jóvenes y ya éramos presa de la añoranza.
(El monólogo se desvanece mientras se mezcla a otro, el último.)
VOZ FEMENINA MADURA.—Me das risa. ¿Qué esperas? No hay esperanza, no hay futuro, no hay nada; lo lamento, nada. En el fondo pretendes lo contrario. Nada, lo siento. Saberlo ayuda a salir adelante con, no sé cómo decirlo, una chispa de serenidad. Saberlo… Ningún futuro; nada de nada.