Expediente 2.-
Nombre del occiso: Manuel Efraín Oseguera Esperón
Edad: 23 años
Motivo de muerte: Accidente
Fecha de deceso: 7 de Julio de 2015
Entrevista a: Lila Esperón
Parentesco: Madre
La muerte de un familiar siempre es difícil, pero la de un hijo se lleva la vida, la fe y el alma de los padres. El efecto que causa en ellos es devastador y muchos no se sobreponen ante tal pérdida jamás.
En mis manos tenía el caso de Manuel Efraín, un joven de 23 años que era excelente estudiante, buen hijo y en general un buen muchacho.
Pensé en la forma de aproximarme a la madre del joven durante la entrevista, no quería empeorar su dolor o que se sintiera invadida por mis preguntas. Nunca es fácil lidiar con una madre cuyo único hijo acaba de fallecer.
La puerta de mi consultorio se abrió y vi entrar a una mujer blanca, de ojos claros, impecablemente vestida con un traje negro y cuya mirada era dura.
Lo primero que se me ocurrió es que aquella mujer estaba en la etapa de negación de su duelo aun cuando ya habían pasado varios meses, pero ¿quién puede superar la pérdida de un hijo? No basta una vida entera para ello.
La mujer tomó asiento antes de que pudiera invitarla a hacerlo, se sentó en una postura recta cruzando una pierna sobre la otra y entrelazando sus manos sobre su rodilla.
—Buenas tardes, soy la señora Lila Esperón madre de Efraín — se presentó aquella mujer con un tono de voz indiferente. En definitiva no estaba llevando bien su duelo.
Le extendí mi mano para estrechar la suya que se sentía helada, sin embargo su apretón fue débil y enseguida volvió a colocarla sobre su rodilla.
—Doña Lila, necesito que me diga la causa de muerte de su hijo.
Aquella mujer carraspeó, enderezó la postura un poco más, fijó su mirada en mí y comenzó a hablar.
—Murió porque nunca entendió que fumar es malo.
Esta respuesta me desconcertó totalmente, la observé por encima de mis gafas y noté que la expresión de ella se había endurecido después de dar aquella respuesta. Cambié la postura en mi silla y proseguí con la entrevista.
—Lila, ¿tu hijo murió por alguna enfermedad derivada de la adicción al cigarro?
Sentí que esta entrevista sería difícil, Lila era una mujer de pocas palabras.
—No — respondió y se quedó callada
—Explícame entonces lo que sucedió aquel día.
—Es sencillo doctor, le dije muchas veces a mi hijo que fumar iba a acabar con su vida y así fue.
Me agradaba que la gente me dijera doctor, aunque era un error porque no era yo psiquiatra sino psicólogo, además aún no estaba titulado, aunque me sentía con toda la experiencia para atender pacientes y poder ayudarlos.
Decidí ser más directo con Lila, me di cuenta de que si seguía teniendo tacto con ella, no iba a llegar a obtener todas las respuestas que necesitaba.
—Lila, estás aquí para apoyarme en una investigación que estoy realizando con fines académicos, por lo que te rogaría me contaras la historia de todo lo que aconteció el día de la muerte de Manuel Efraín.
La extraña mujer soltó un sonido de exasperación, deshizo el firme agarre de sus manos y las colocó sobre el sillón.
—Mi hijo era un joven muy alegre. Aquel día tenía planeado ir a un rancho que mi marido y yo poseemos a la orilla del río a pasar la tarde junto a sus amigos. Por la mañana preparó la carne que se llevaría para asar y compró mucha cerveza acompañado por su papá. Manolo y yo tuvimos una discusión esa mañana porque intenté convencerlo que dejara de fumar, incluso le regalé una caja de parches de nicotina. Tras varios minutos de discusión, él aceptó que el siguiente lunes comenzaría con el tratamiento para terminar con su adicción al cigarro. En casa ni su papá ni yo fumamos, nunca lo hemos hecho ya que nos parece un vicio asqueroso. Pero mi hijo comenzó a hacerlo a temprana edad en el bachillerato, no sé si por moda o por estrés pero comenzó a hacerlo y desde ese día supe que el cigarro lo llevaría a la muerte. Una madre siempre sabe lo que puede echar a perder la vida a un hijo.
Noté que la mirada de Lila se empezaba a suavizar, tal vez usaba esa dureza como su armadura contra el dolor porque no estaba preparada para sentir otra vez la pérdida de Manolo.
—Se despidió de su padre y de mí con un beso y se fue a su reunión. Él nos comentó que antes pasaría a llenar bidones de gasolina para la lancha que usarían y así poder pasear con sus amigos en el río. En la gasolinera se encontró con su amigo José y él vio cómo el despachador le pidió que apagara su cigarrillo. Mi hijo lo hizo y le llenaron los bidones. José lo siguió en su auto y vio como Manolo se orilló a encender otro cigarro, es que ese muchacho no podía vivir sin tener una de esas porquerías en la boca. José vio cómo mi hijo arrancó y se le emparejó en el crucero donde debían dar la vuelta. Él cuenta que mi hijo le gritó de coche a coche que ese día iba a fumar hasta hartarse porque ya había prometido dejar de hacerlo, al hacerlo levantó su mano y chocó el cigarro contra el techo del auto lo que provocó que unas leves cenizas incandescentes cayeran de su mano. Mi hijo comenzó a carcajearse y su amigo también, de repente el auto de Manolo estalló y se vio envuelto en llamas y no pudo salvarse. Mi hijo murió en aquel auto quemado.
Se hizo un silencio profundo en el consultorio, la facilidad de Lila para contar aquella historia sobre la muerte de su hijo único me tenía atónito. La observé detenidamente buscando algún signo de dolor en su rostro o su postura pero no pude encontrar alguno.
—Lila, ¿Le explicaron a usted o a su marido por qué el auto estalló?
—Sí, al parecer esas cenizas del cigarro ya a punto de extinguirse, se avivaron al caer sobre una gota de gasolina que escurría de un bidón y eso provocó una explosión inmediata. La irresponsabilidad de mi hijo lo llevó a la muerte. Si él hubiera decidido dejar de fumar en el momento que se lo pedí, nada de esto hubiera pasado. Él es el único responsable de habernos abandonado a su padre y a mí.
Con esa última frase la voz de Lila se cortó y comenzó a llorar, ahora entendía el comportamiento de aquella mujer; no era un escudo para protegerse del dolor, ella sentía dolor pero estaba tan enojada con su hijo por haberla dejado que le evitaba sufrir la pérdida. Ella culpaba a su hijo de su muerte, creía que podía haber sido evitada por una simple decisión que pudo tomar ese día.
—Lila, ¿Estás molesta con Manolo?
—Por supuesto que lo estoy, nos abandonó por culpa de ese maldito y sucio vicio.
—No Lila, él sufrió un accidente - No sé por qué trataba de atenuar su dolor y hacerla entender, si el objetivo de mi investigación no era ese, pero creo que sentí el deber moral de ayudarla a sanar.
—Sí doctor, fue un accidente repentino. Una muerte que no debió pasar, que se pudo haber evitado.
Hablé con ella por varios minutos, le expliqué detenidamente que las muertes repentinas no tienen un por qué, simplemente suceden y no son responsabilidad de la familia o del fallecido, que todo está en el estado de ánimo de los sobrevivientes.
Lila se retiró del consultorio todavía con enojo pero más abierta a entender su pérdida y liberar su dolor, con lo cual sentí que aparte de lograr avanzar en mi investigación logré también curar una herida.