Requiem
¿CÓMO será ese último día de tu vida?
¿Habrá alguna constante que preceda ese momento?
¿Habría alguna forma de poder predecirlo?
¿Será un momento diferente a todos los días vividos anteriormente?
¡Imposible saberlo!
Pensé que jamás pronunciaría esa palabra, la odié toda la vida porque no me gustan los imposibles. Es de perdedores pensar o decir que algo es imposible, así sea totalmente descabellado.
La aceptación de mi propuesta de investigación, para elaborar mi tesis, por parte de mis sinodales parecía, al igual que las interrogantes anteriores, también ¡IMPOSIBLE!
Era mi último semestre del plan de estudios de la carrera de psicología y al igual que la mayoría de los estudiantes universitarios en esta etapa, no tenía ni la más remota idea de cómo empezar a elaborar mi tesis profesional. Más aún cuando la investigación no era precisamente mi asignatura favorita y mucho menos era la que más dominaba.
Se me ocurrían puras ideas totalmente irrelevantes para iniciar mi proyecto de titulación. Siempre me parecieron absurdas esas investigaciones interesantes que son muy divulgadas comercialmente pero que se relacionan con cosas poco importantes, sin justificación social, como esas estupideces de los países más felices, los hombres más altos del mundo, los mejores amantes del planeta, y un sinfín de tonterías que se publicaban en muchas revistas que carecían de rigor científico. Así me sentí cuando pensé en aquella insípida idea.
Fue ese momento en que me sentía triste y derrotado por el fallecimiento de mi tío favorito a una edad en plenitud, lo que me hizo pensar esa locura.
Era un día común, cuando me enteré de la fatal noticia, me hubiera encantado verlo instantes antes, cobrarle quizá nuestras apuestas hechas en nuestro clásico personal de su equipo de fútbol los Pumas y el mío, el Cruz Azul.
O quizá simplemente untar mantequilla a un pan sobre su mesa que era nuestro deporte favorito mientras debatíamos de política y cuestiones académicas.
Todo fue inesperado, como un fuerte golpe en el alma que te asestan de manera brutal, uno del cual quizá nunca te recuperas.
Así me dolió ese día cuando me dieron la noticia, primero disfrazada de que se había puesto mal y luego confirmada por mi hermana en un tono muy sutil diciéndome que me preparara para lo peor. Pero lo peor ya había pasado, aquel hombre que siempre fue mi ejemplo a seguir un gran padre de familia, un estudioso, un amante de la literatura; sin enfermedad evidente alguna había fallecido en la sala de su casa de un infarto.
Me marcó tanto ese momento que me di a la tarea desde mi formación profesional que era la psicología, de encontrar una explicación científicamente válida a lo que había sucedido, no sólo a él sino a miles de millones de personas que mueren así, de manera inesperada en todo el mundo.
Tanto que mi obstinación y excelente argumentación por ese tema me llevó a su aceptación.
UNIVERSIDAD DE SOTAVENTO
FACULTAD DE PSICOLOGÍA
“FACTORES COMUNES EN EL COMPORTAMIENTO DE LAS PERSONAS ANTES DE MORIR DE MANERA INESPERADA EN UN RANGO DE EDAD DE 18 A 45 AÑOS”
TESIS PROFESIONAL
QUE PARA OBTENER EL TITULO DE
LICENCIADO EN PSICOLOGÍA
PRESENTA:
JESÚS MARÍA RODRÍGUEZ JARAMILLO
ASESOR DE TESIS
DR. TAURINO CAAMAÑO RAMOS
COATZACOALCOS, VERACRUZ04 DE JUNIO DE 2016
Sí, sé que suena la tesis más estúpida del mundo. No es por justificarme pero he visto peores, de videojuegos, de personajes de cuentos; creo que el mérito para poder trabajar este tema, fue la circunstancia.
Aquel día mi asesor de tesis se veía cansado, desvelado y agobiado; se decía en los pasillos que tenía algunos problemas legales.
Yo no pensaba indagar eso, lo único que quería era obtener mi título como psicólogo para poder ejercer y abrir mi consultorio.
“Hagan su tesis de lo que sea, hasta de lo más estúpido que se les ocurra, pero háganla por favor. Estructúrenla conforme a la metodología de investigación que vimos en la materia de seminario de tesis, entréguenmela y listo. Yo me encargo de que los demás sinodales también la aprueben”, fueron las palabras del Dr. Taurino Caamaño, mi asesor.
¡Genial! ahora podía aprovecharme del fastidio que era su vida e investigar sobre lo que yo quisiera.
Y aun así, no sabía por dónde empezar.
Me asediaba tener tantas ideas diferentes en la cabeza de cómo iniciar. Quizá me estresaba más saber que podíamos investigar acerca de cualquier cosa; dado que hasta el cansancio en todas las materias de investigación que llevamos en la carrera, que no fueron pocas, nos habían repetido de la importancia de la justificación social en cualquier estudio.
¿Y cuál era la relevancia para la sociedad de mi tesis?
¿En qué beneficiaba?
Empecé por analizar lo más importante que era cómo iba a obtener la información para poder probar mi hipótesis que sostenía lo siguiente: “existe un factor común en el comportamiento de las personas el último día de su vida, en los casos de muerte inesperada entre 15 y 45 años”.
Lo primero que se me ocurrió fue asistir a la morgue del hospital universitario y tomar al azar una muestra de casos de muertes recientes de personas que habían fallecido imprevistamente y que cumplían con el rango de edad establecido.
Fue un problema para que me dejaran entrar ahí porque los médicos se sienten superiores al mundo entero, y sus pasantes son aún peores, tuve que burlarlos para poder entrar y convencer a aquellas hermosas estudiantes de enfermería que los apoyaban, para que cuando todos los doctores y sus practicantes abandonasen el lugar, ellas me dejaran revisar el archivo de las defunciones.
Trece casos había solamente de los meses recientes archivados en la morgue del hospital de la Universidad de Sotavento.
Generalmente el mayor problema de las escuelas de medicina es tener cuerpos humanos para practicar y es también una de las etapas de formación más importante de los médicos.
Ocho de los occisos no cumplían con los criterios de mi hipótesis.
Tres de ellos habían fallecido a avanzada edad, superaban por mucho los 45 años.
Los otros cinco por enfermedades crónicas como hipertensión, diabetes, lupus, y dos de cáncer, lo que para la definición conceptual de mi estudio no era considerada una muerte inesperada.
Los cinco restantes cumplían con todos los criterios planteados en cada unidad de estudio para la tesis. Afortunadamente para no tener que regresar en reiteradas ocasiones a la morgue que era un lugar horrible, sólo de estar ahí unas horas se percibía un ambiente de indescriptible negatividad.
Me urgía mi título como a la mayoría de los estudiantes universitarios y haría lo que fuese por obtenerlo. Aunque a la mayoría le urge porque es requisito para poder acceder a un empleo o a una plaza de maestro o a algún puesto de funcionario público, a otros porque es indispensable para ejercer como los abogados o médicos, a otros porque es requisito de sus padres para poder seguir manteniéndolos, a otros porque quieren ascender en algún puesto que empezaron a cosechar con su servicio social durante su carrera, a los más aplicados porque es requisito para acceder a alguna beca al extranjero por parte de Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, a otros para adornar la sala de su casa con el cuadro más caro y presumirlo a familiares y amigos que los visiten mientras sus padres se regocijan de orgullo mostrándolo.
Para mí era indispensable, no sólo para poder ejercer, sino porque era el sueño de toda mi vida, poder tener mi consultorio y aplicar todo lo que había aprendido del área del conocimiento que desde niño me fascinó, la psicología.
Incluso en los dos últimos años de mi carrera me dediqué a invertir todo mi tiempo y hasta el último centavo de mi dinero en el consultorio de mis sueños, era simplemente perfecto.
Mientras otros gastaban miles de pesos en fiestas, borracheras y mujeres; yo me dediqué a edificar ese templo del estudio de la psique humana.
Se encontraba ubicado en la zona más exclusiva de la ciudad. Todos los acabados eran de ese mármol grisáceo tan rimbombante que me costó una fortuna, hasta perder a la única novia que tuve al no poder ni siquiera costear un arreglo de flores el día de su cumpleaños por invertir cada centavo en la comodidad del lugar.
Los sillones eran de piel ultra confortables para que el paciente se sintiese totalmente relajado.
La Cámara de Gessel contaba con la más alta tecnología de audio y video, permitía obtener una vasta cantidad de información para fines clínicos.
Era realmente el mejor consultorio que yo había visto en mi vida, y era mío, había trabajado día y noche durante mi carrera por construirlo, solo me faltaba mi título colgado en aquella pared color chocolate, donde ya estaba separado un espacio con un marco ya puesto con las medidas exactas, precisamente para este documento sagrado impreso en hoja de piel de cochino con mi nombre ahí. Acreditándome como licenciado en psicología por parte de la Universidad de Sotavento.
Los primeros tres días no dormí, organizando toda la información de los expedientes de las cinco unidades de estudio, suena raro llamarle así a quienes en algún momento fueron seres humanos.
Tenía que hacer la definición conceptual de muchas palabras que podían quedar ambiguas en la investigación y ser usadas por los demás sinodales para no otorgarme una probable mención honorífica.
Por ejemplo para el caso de definir el concepto de una muerte inesperada, tomamos en cuenta que un anciano enfermo es un hecho que en algún momento cercano fallecerá a causa de esa misma dolencia, es algo lógico, esa es una muerte esperada.
Pero un joven o un adulto, que no tiene ningún padecimiento de salud y fallece accidentalmente, su muerte resulta inesperada y más aún cuando no existe algún riesgo aparente para ello.
Esa fue la definición conceptual de ‘una muerte inesperada’ en el experimento: aquellas que no presentaban síntoma alguno para perecer, que suceden de manera imprevista y durante un breve lapso son inexplicables como lo fue el infarto fulminante de mi tío.
Dentro de esta clasificación entraban todas las muertes accidentales de las cuales me ocupé en esta fúnebre investigación.