2 «Los Fronterizos»
EL colegio es el «Virgen de los Remedios», en Argüelles, y en el barrio creen que es para chicos subnormales, lo cual no es cierto.
Yo ya no estoy en el colegio, claro, pero raro es el día que no voy, porque vivo al lado, en la calle Gaztambide, y además porque soy el entrenador del equipo. Aunque clandestinamente, porque yo juego en el Athletic, que me tiene prohibido todo. Por eso tengo que entrenar al equipo de «Los Fronterizos» vestido, con chaqueta y corbata, y no puedo ni tocar el balón. Sólo puedo dar consejos a los chicos.
Al principio no hacía caso de la prohibición y jugaba con ellos. Sobre todo entrenando a «El Buzo», que es el guardameta, a parar penaltis. Pero un fotógrafo me sacó una foto que al día siguiente apareció en el «Marca»: «Senén juega con sus antiguos compañeros».
Primero, el entrenador me echó la bronca; a continuación, el director técnico, que es un tío muy frío, me recordó que el contrato me impedía jugar, ni tan siquiera partidos amistosos, sin permiso especial suyo. Por último, el presidente, que es como un padre, me agarró por los hombros y me recordó que estábamos en un momento clave de la Liga, y que una lesión mía podía echarlo todo a rodar cuando ya teníamos el título al alcance de la mano.
El problema es que ahora todos los chicos del colegio quieren jugar al fútbol, porque creen que van a llegar a internacionales, como yo. Pero como, afortunadamente, están más bajos en la escala de Terman, tienen mala memoria y enseguida se les olvida.
Lo único importante es que yo juegue con ellos y eso lo seguimos haciendo a pesar de lo que he contado. Se pone alguno de guardia en la puerta por si vienen fotógrafos o periodistas y da el «queo». Por eso yo siempre tengo que jugar vestido de calle, para que no se me note.
En el Athletic yo he aprendido un huevo, y les hago unos pases de vicio, de manera que hasta los más torpes empalman balón. A mí me da vergüenza decirlo, porque parece que quiero hacerme el bueno. Esto, seguro que no lo paso al cuaderno azul, pero lo que más me gusta del mundo es jugar con ellos.
A «El Buzo» le tiro unos penaltis que parecen imparables, pero él los para porque yo para eso tengo un don especial. Sobre todo desde que el viejo maestro Yon Ying me situó el centro de gravitación de mi cuerpo, de modo que puedo disparar con cualquiera de los pies y que el balón no se desvíe nunca.
Algunas veces en los entrenamientos, me ponen balones en fila, chuto de derecha y de izquierda, haciendo que cuando tiro con la derecha el balón se estrelle contra el poste izquierdo, y viceversa. Me refiero a los entrenamientos con el Athletic. Puedo estar chutando así un cuarto de hora sin fallar. Es decir, estrellando siempre el cuero en los postes.
Eso les encanta a los fotógrafos. Pero un día en que fueron los cámaras de televisión, el director técnico, que es un tío muy frío, les prohibió filmar mis series de balones al poste. Luego, me dijo:
—Oye, aquí vienes a entrenar, no a lucirte.
Yo me quedo helado cuando me dice esas cosas.
EL AYUDANTE del periodista principal es un señor que tiene hijos mayores, por lo menos de más de quince años, y algunos días se los trae para que me conozcan.
Tiene bastantes hijos y las pasa negras para sacarlos adelante, porque no tiene el carné de periodista por una injusticia que le hicieron. El caso es que tiene que trabajar mucho y además traduce libros del francés. Tiene un mirada un poco triste, y todo lo que escribo le parece muy bien. Lo que me preocupa es que es muy calmoso. Me mira con mucha atención y a veces pienso que me va a descubrir el secreto. Un día se me quedó fijo y me dijo:
—Oye, pero tú escribes muy bien para…
No terminó, pero quería decir «para ser subnormal». Porque yo todavía no le había explicado que los que tenemos un cociente intelectual superior a 65 no somos subnormales, sino ligeros. Antes se nos llamaba fronterizos, que a mí me gusta más porque se nos confunde con los tíos de las películas del Oeste que viven junto al río Pecos. Por eso, al equipo de fútbol del colegio le llamamos «Los Fronterizos». Algunos también piensan que somos un conjunto musical.
Bueno, el caso es que Rodolfo se me queda mirando muy atento, y eso me preocupa. A veces pienso: «Voy a escribir peor». Pero luego no puedo resistir la tentación de que me salgan las frases bien.
Cuando nos vemos con el encargado principal, a Rodolfo se le nota cohibido, porque ya sabe que José Luengo le va a echar una bronca, y seguro que siempre se la echa. El encargado principal es el que tiene que dar las directrices de cómo vamos a escribir el libro. A mí siempre me dice lo mismo:
—¿Qué hay chaval, fenómeno?
Pero no espera que le conteste porque siempre tiene una prisa terrible. No hay cuidado de que ése se entere de la verdad, porque no tiene tiempo ni para mirarme. Echa una ojeada al cuaderno azul mientras Rodolfo le explica lo que he escrito, que siempre le parece poco y poco interesante. Entonces es cuando le echa la riña al ayudante porque no me explica bien lo que tengo que contar.
—Y si no —le dijo un día—, te traes una cinta magnetofónica y que desembuche.
A mí me entró tal canguis, que me puse a escribir más deprisa. Pero el problema es que al cuaderno azul no paso todo lo que pongo en éste. Bien, de todos modos, en el cuaderno azul voy a contar lo siguiente, que es verdad:
La primera temporada que jugué en el Athletic éramos los primeros de la Liga y nos tocó un partido contra el Athletic de Bilbao. Íbamos ganando por tres cero. Faltaban no más de diez minutos para terminar el partido y encima les pitan penalti.
Entonces no era yo el encargado de tirarlos siempre, pero el capitán me hizo un gesto que se sobreentendía. El portero del Athletic de Bilbao era Iríbar, que ya estaba muy viejo, y encima con una tarde de aúpa, porque había encajado tres goles, uno de ellos claramente por su culpa.
Hay que tener en cuenta que cuando yo tenía diez años, y todavía no se había detenido mi desarrollo mental, Iríbar era nuestro ídolo y yo tenía una foto dedicada por él, que me parecía un tesoro. Entonces, Iríbar siempre andaba rodeado de chavales y firmaba todos los autógrafos que le pedían.
En cambio, aquel día era un señor mayor que estaba echando un broncazo al defensa que cometió la falta por la que le pitaron penalti. En lugar de relajarse como le hubiera aconsejado el maestro Yon Ying, se encrespaba descompuesto, sin darse cuenta de que ya me estaba preparando el balón para la ejecución.
Yo, si quería, no tenía nada más que chutarle muy fuerte al ángulo superior derecho, y seguro que Iríbar lo paraba. Porque, a pesar de los años, nadie hacía la paloma como él. Total, íbamos ganando por tres a cero…
Además, me lo imagino, los cronistas al día siguiente dirían: «Lo que parecía un tiro imparable del joven Senén, fue detenido por la vieja gloria». Como todos los fotógrafos se habían apiñado en la portería, la foto con la estirada saldría en todos los periódicos.
Pero se me acercó el capitán y, con ese cariño que a mí me hace polvo, me dijo:
—No falles, chaval. Tira tranquilo.
No quise mirar la cara de Iríbar, y de izquierda solté el trallazo por bajo, que fue gol, claro. Pero además con sensación de ridículo, porque Iríbar se tiró justo por el lado contrario, lo cual ocurre mucho, pero aquella vez a mí me pareció horrible.
BUENO, LO ANTERIOR lo ha leído Rodolfo y me ha comentado:
—¿era muy importante ganar por cuatro goles en lugar de por tres?
Yo me he limitado a contestarle que sí, porque todos los goles se suman en una de las columnas de la clasificación. Pero esta parte también la ha leído José Luengo, que al principio ha comentado:
—Yo no sé hasta qué punto tiene interés hablar ahora de Iríbar. Está ya muy pasado.
Luego, se lo ha pensado un poco y le ha dicho a Rodolfo:
—Se podía poner algo de que Iríbar aceptó noblemente el gol abrazó a Senén, admitiendo el cambio generacional. En fin, darle un poco más de garra, ¿tú me entiendes?
Yo no sé si Rodolfo le habrá entendido, ni cómo podremos mejorar la cosa, porque la verdad es que Iríbar ni me miró, y siguió armándole la bronca al defensa que tuvo la culpa. A mí se me hizo un nudo en la garganta, porque yo por cualquier cosa lloro. Menos mal que enseguida pitaron el final del partido.
EL CASO ES QUE A JOSÉ LUENGO le parece poco interesante casi todo lo que cuento en el cuaderno azul, y yo estoy de acuerdo con él, porque son cosas sin garra. Él es un periodista con mucha garra, todo el mundo lo dice. Yo lo siento por Rodolfo y sus hijos, porque a veces me da la impresión de que, si no logra sacarme cosas más interesantes, lo van a largar. Encima me defiende delante de José Luengo, diciendo:
—Te advierto que Senén escribe bien.
Pero esto le suele enfadar al periodista principal:
—¡Jodé, aquí no estamos en un concurso de redacción, sino para escribir un best-seller! ¡Que ya hemos cobrado dos millones y tú te has llevado tu parte, majo!
Cuando le recuerda lo del anticipo, que lo hace mucho, Rodolfo se queda meditabundo.