7-BUBBLELAP

espejo

El lunes llegó cargado de energía. El sol iluminaba alegremente los bosques de Hiddenwood y los pájaros piaban con intensidad. Elliot se preguntó a cuento de qué venía tanto regocijo. En una semana habrían dicho adiós a las vacaciones de verano. Aunque le apetecía iniciar unas nuevas sesiones de aprendizaje, Magnus Gardelegen ya le había advertido que le aguardaba un año intenso.

Pinki seguía tan contento como siempre. Él no tenía preocupaciones de ningún tipo. No recibió castigo alguno por el misterioso suceso de las galletas. Elliot no había encontrado pruebas que lo inculparan y Úter no se había enterado de nada.

A media mañana debía ir a la escuela de Hiddenwood para recoger su programa de estudios. No se le pasó por la cabeza pedirle permiso a Úter para que le dejase utilizar el espejo. Se podía imaginar perfectamente la reacción del fantasma: «¿Estas mal de la cabeza, jovencito? ¡Con los escándalos que se han montado! A tu edad deberías andar y ejercitarte…». Así que decidió que iría a pie.

Conocía a la perfección el camino. Lo había recorrido multitud de veces junto a Eric y Gifu el año anterior. Los hierbajos y ramas, bastante resecos tras el caluroso verano, crujían sin cesar a su paso. Iba silbando, admirando la fuerza y el vigor con que crecían los árboles de aquella zona. Habían transcurrido un par de meses desde que hiciese aquel recorrido por última vez y los troncos parecían mucho más robustos. Elliot se preguntó si tendrían algo que ver los famosos espíritus que habitaban en su interior.

No tardó en divisar las primeras edificaciones de la capital del elemento Tierra. Los parterres seguían tan bien cuidados como siempre y los arriates, con flores de mil colores, decoraban los bajos de las ventanas. Al parecer, los duendes seguían haciendo un espléndido trabajo en los jardines. A lo lejos, contempló cómo se alzaba la brillante cúpula de cristal del Claustro Magno, reflejando los rayos del sol como si de un espejo se tratase.

A su paso dejó atrás un par de telebaobabs, la posada El Jardín Interior y Buzón Express, la oficina de correos más eficiente que Elliot había visto en su vida. No tardó en atravesar la ciudad y encontrarse frente al camino pedregoso rodeado de árboles que conducía a la gran escuela terrestre. La escuela de Hiddenwood era la más prestigiosa de las que enseñaban los fundamentos y la magia del elemento Tierra. El edificio era grande y alargado, de color blanco. Un montón de balcones saludaban a todo el que lo mirase de frente. Las imponentes columnas que había en el tejadillo de la entrada recordaban los antiguos templos griegos y romanos. Aunque sencilla, la decoración de la fachada era una mezcla de gustos y culturas; claro preámbulo de la actividad que allí se desarrollaba.

Elliot se dirigió al portón de entrada y accedió al espacioso vestíbulo. Frente a él vio las cristaleras que conducían al patiojardín donde se guardaban todos los espejos que llevaban a los diferentes centros de enseñanza. No se detuvo mucho tiempo allí, lo suficiente para recibir el pergamino de Cloris Pleseck, pues Magnus Gardelen estaba muy ocupado.

—¡Disfruta de las pocas vacaciones que te quedan! —le recomendó la hechicera cuando ya desaparecía de su vista.

Elliot sonrió sin ganas antes de abandonar la escuela. En sus manos sostenía un rollo de pergamino lacrado con el particular relieve de una gota, símbolo del Agua. Ya lo abriría más tarde. Por eso, sin picarle la curiosidad, se preguntó qué haría esa mañana. Una opción era ir a ver a Gifu, en su casita del árbol. Merak estaba muy lejos, en la profundidad de aquellas cuevas. Finalmente, optó por visitar a Eric, que estaba mucho más cerca.

Cuando llegó a El Jardín Interior, encontró a Eric comiéndose un enorme helado de pistacho y chocolate, recubierto con nata montada y una guinda roja en la parte superior.

—¡Cómo te estás poniendo!

—¡Morado! —reconoció su amigo, tragando a marchas forzadas. Eric no tardó en ver el pergamino que llevaba Elliot—. ¿Qué llevas ahí?

—¡Ah! Los estudios del año que viene.

Eric miró con el entrecejo fruncido. No comprendía por qué Elliot lo había recibido y él no. Fue entonces cuando Elliot le comentó que debía cursar nuevas disciplinas en Bubbleville. La cara de Eric no pudo por menos que reflejar sorpresa.

—¡Bubbleville! ¿Y eso? No es posible, tiene que ser una equivocación… Hasta tercer curso no…

Elliot puso cara de «no tengo más remedio, yo no lo he elegido». Al parecer, aquel gesto no fue suficiente.

—Acuahechizos, Pociones, Meteorología, Seres Mágicos Acuáticos, Naturaleza del Mundo Marino y Geografía Marina —leyó entre líneas Elliot del pequeño pergamino que le había entregado Cloris Pleseck hacía un rato—. Las materias que voy a estudiar suenan bien.

—Desde luego —repuso Eric, un tanto alicaído y con cierto tono de envidia en la voz.

—Me apetece muchísimo estudiar Meteorología —dijo Elliot—. Y yo que pensaba que era una disciplina del elemento Aire…

—Y lo es —garantizó Eric con rotundidad—, es una de las disciplinas que aprende mi hermano Thomas, que estudia en Windbourgh, aunque no es una materia exclusiva de allí. Muchos de nuestros estudios se complementan en diferentes escuelas, como en este caso.

—Vaya, me pregunto qué será eso de Geografía Marina…

—Tiene toda la pinta de ser eso, Geografía. Créeme, no es nada fácil localizar las ciudades en el fondo del mar, y las del elemento Aire mucho menos —respondió mirando hacia otro lado. Había dejado de comer el helado y empezaban a caer goterones por la mesa.

Eric no terminaba de aceptar que su amigo pudiera proseguir su aprendizaje en Bubbleville mientras él se veía obligado a seguir en Hiddenwood. Atrás quedarían las risas y las bromas en clase, las tareas que compartir, las reprimendas de los maestros… Lo habían pasado francamente bien durante el año anterior y, visto lo visto, aquello no se iba a repetir.

—Bueno, al menos pasaré las tardes en Hiddenwood y dormiré en la escuela —repuso Elliot, intentando quitar hierro al asunto.

Trataba de infundirle palabras de ánimo a su amigo cuando éste terminó de explotar:

—¿Por qué te dejan ir a Bubbleville a ti y a mí no? ¿Acaso no hemos hecho los mismos méritos?

—Hum…

—¿No estuvimos en Nucleum los dos? ¡Fui yo quien detuvo a Wendolin!

—¡Yo no lo he elegido! —protestó Elliot, indignado ante la absurda actitud de su amigo. No comprendía a qué venía tanta protesta. El hubiese preferido mil veces proseguir su aprendizaje en Hiddenwood junto a sus amigos. Lo de Bubbleville no le hacía ninguna gracia, pero no tenía más remedio que cumplir con su obligación.

Unos pasos anunciaron la llegada de alguien.

—Chicos, chicos… ¡Se os oye desde Buzón Express!

Elliot levantó la mirada y vio aproximarse a una chica de cabello largo y dorado como el trigo. Era Sheila. Sus ojos azules brillaron al ver a los dos amigos y esbozó una sonrisa mostrando una radiante dentadura.

—¿Se puede saber qué os pasa?

La tensión se palpaba como un cuchillo recién afilado.

—Nada —contestaron ambos, en un tono muy seco.

—Me han dicho que te vas a Bubbleville, ¿no es así? —inquirió Sheila. Sus ojos escrutaron a Elliot, cuya reacción de sorpresa no se hizo esperar.

—Sí —confirmó el muchacho, mirando de reojo a Eric. Éste ni se inmutó—. ¿Cómo te has enterado tan rápido?

—Bueno, por mi padre. Si no me equivoco, se lo habrá comentado el alcalde de Bubbleville —dijo como si aquello fuese lo más normal del mundo—. Supongo que para él será todo un acontecimiento que Elliot Tomclyde vaya a estudiar en su ciudad…

Aquel comentario hizo que Elliot se pusiese más rojo que un tomate maduro. Sin embargo, no ayudó a mejorar el humor de Eric. Más bien lo empeoró.

—Bubbleville es una gran ciudad. Tú la visitaste este verano, ¿verdad? —dijo Sheila dirigiéndose al enojado aprendiz, quien asintió con un leve movimiento de cabeza.

—Bubbleville, Bubbleville —repitió Pinki, picoteando suavemente la oreja de Elliot. El loro se mostraba encantado cada vez que su amo hablaba de la ciudad marina.

—¡Qué loro más gracioso! ¿Es tuyo?

—Sí, lo encontré en el barco… —Pero las palabras se le atragantaron. Lo había encontrado en el Calixto III, el barco en el que habían desaparecido sus padres.

—Parece que a él le apetece ir a Bubbleville. Verás, es una ciudad preciosa. Mi padre es de allí… y mi madre también lo era.

—¿Sí? —preguntaron los dos amigos al unísono.

—Sí. Mi padre trabaja en la Confederación de Deportes Acuáticos.

—¿En serio? —preguntó Eric frunciendo el entrecejo.

—Le han ascendido este año. Está trabajando mucho. Tiene que preparar eventos que hagan olvidar la horrenda situación de crisis que está atravesando el mundo mágico.

—Suena bien. Tal vez tengas suerte y veas alguno de esos espectáculos ahora que te marchas a Bubbleville. —Los celos de Eric no se habían reducido lo más mínimo.

—Eh, que sólo estaré allí por las mañanas —se defendió Elliot.

—Chicos, chicos —trató de calmarlos Sheila. Pinki escondió su cabeza bajo el ala. Parecía no disfrutar con las discusiones de los amigos.

—Es igual —dijo Elliot, acariciando la cabeza de Pinki.

—No, no es igual. No debéis pelearos por una tontería así. Y tú, Eric, no deberías tener envidia por la situación de Elliot —le reprochó ella—. ¿No se te ha ocurrido pensar que a lo mejor él preferiría quedarse?

Era evidente que Eric no lo había pensado así. En cualquier caso, Elliot agradeció aquellas palabras de apoyo. Miró a Eric, ahora un tanto avergonzado por lo que le había dicho. No tardaron en disculparse y dar el tema por zanjado. Aunque procuraron no cruzarse las miradas, a Eric no le quedaba más vía que la resignación.

—Anímate —le dijo Elliot dando una suave palmada sobre la espalda de su amigo—. No dejaremos de vernos.

—Así me gusta —dijo Sheila, antes de despedirse. Elliot sintió un fuerte pinchazo en el estómago. Y es que sabía que no le resultaría fácil verla si se pasaba la mitad del curso fuera.

Cuando se quedaron solos, Elliot decidió hacer las paces definitivamente con su mejor amigo. Pensó que para ello sería conveniente darle un voto de confianza, por lo que finalmente decidió revelarle que al realizar las pruebas mágicas el año anterior no sólo había hecho florecer la vara, sino que también habían interactuado todos los demás elementos.

—¡Pero eso es imposible!

—Me temo que no…

—Quiero decir… ¡que nunca antes había sucedido!

—Ya lo sé —admitió Elliot con cierto pesar—. Por esa razón, me temo que los dos años siguientes tendré que hacerlos en las otras dos escuelas.

Eric le estaba comentando que no le envidiaba por tener que ir a Blazeditch, porque allí la gente era tremendamente hosca y competitiva. Y así, como dos buenos amigos, siguieron charlando largo y tendido.

Los días transcurrieron con una rapidez pasmosa hasta que llegó el día de ir a Bubbleville. Tuvo que despedirse de Úter, pues a partir de entonces viviría en la habitación que le habían asignado en la escuela de Hiddenwood. Aunque fuese a estudiar en Bubbleville, tanto el Oráculo como los miembros del Consejo habían acordado que, por su seguridad, era mejor que siguiese viviendo en Hiddenwood. Por eso había trasladado todas sus cosas a una habitación similar a la que había ocupado el año anterior.

Aquella noche no pegó ojo. Pensaba en muchísimas cosas. Tantas, que su cerebro estaba en constante ebullición. Bubbleville no era lo que más le preocupaba. Al fin y al cabo, siempre tendría la posibilidad de aprender nuevas formas de moverse y defenderse en el mundo mágico. Ahora sólo podía pensar en sus padres. Y eso sí que le mantenía en vilo. Desde que Úter fuese a investigar sobre la Leyenda Muerta de los Triángulos, no había tenido novedades al respecto.

En su despedida, el fantasma le había comentado que estaba actuando como un verdadero ratón de biblioteca, buscando ávidamente información sobre los Triángulos y el Limbo de los Perdidos. Sin embargo, las referencias eran más bien escasas.

—La mayoría de los documentos referentes a los Triángulos están muy deteriorados —confesó—. Y del Limbo de los Perdidos, no hay más que conjeturas y sinsentidos.

Elliot era consciente de que Úter estaba teniendo serios problemas para recabar información, aunque le había prometido que no tardaría en dar con alguna pista.

Por eso, a la mañana siguiente, Elliot estuvo a punto de quedarse dormido. Había conciliado el sueño tan tarde que a la hora de levantarse estaba sumamente cansado y somnoliento. Tras juguetear un rato con las gachas de avena y el zumo de naranja, se dirigió al patio ajardinado tal y como le había indicado Goryn. Como de costumbre, Pinki descansaba sobre su hombro.

El vestíbulo de la escuela parecía un auténtico correcalles. Los estudiantes, enfundados en las túnicas verdes, que les distinguían como alumnos del elemento Tierra, corrían de un lado a otro con sus libros y pergaminos, buscando a los compañeros con los que compartían aprendizaje. No tardaron en aparecer los maestros, a algunos de los cuales ya los conocía del año anterior. A sus espaldas les seguían sus respectivos alumnos, camino de los espejos. A lo lejos, pudo reconocer al maestro Silexus, que daba Geología y Mineralogía, y a los simpáticos duendes Ruf y Puf, que enseñaban la disciplina de Seres Mágicos Terrestres.

Se preguntó cuál de los espejos sería el suyo. Vio cómo la multitud se fue reduciendo paulatinamente, mientras los últimos grupos se dirigían a sus respectivas puertas, dispuestas en forma circular por todo el patio. En un momento dado sus ojos se cruzaron con los de Eric. Brillaban, pero esta vez no de envidia, sino de ilusión.

De pronto, Elliot se dio cuenta de que Goryn estaba junto a él. Había llegado tan silencioso como el mismísimo Úter Slipherall.

—Ven, éste es el tuyo.

Lo acompañó hasta un espejo alto y estrecho, con un marco verdoso. Elliot no tardó en percatarse de que eran algas secas. Estaban retorcidas, como si alguna vez hubiesen crecido en el mismo marco y de pronto les hubiesen cortado el flujo de agua, dejándolas solidificar.

—Puedes pasar, está preparado para la lección de Pociones que, si no me equivoco, tendrás con el maestro Aryarus Stockington —indicó Goryn—. Buena suerte.

Justo en el momento de cruzar, Goryn lo detuvo.

—¡Ah! Un pequeño detalle. Casi lo olvido…

Cerró los ojos un instante y Elliot vio que su túnica verde esmeralda se transformaba en azul como el océano. Goryn acababa de utilizar un sencillo encantamiento de ilusión.

—A partir de ahora eres un aprendiz del elemento Agua y debes vestir como tal. No olvides realizar este hechizo cada vez que vayas a la escuela de Bubbleville.

Elliot sonrió y, entonces sí, se adentró en el espejo.

Aquel lugar era extraño. Una intensa humedad flotaba en el ambiente, acompañada de los más variopintos olores. Las paredes, de roca labrada, estaban iluminadas con unas alargadas teas que parecían estalactitas. Por un instante, Elliot tuvo la impresión de haber ido a parar a la clase del maestro Vithus Silexus, pero la aguda voz del maestro Stockington le devolvió enseguida a la realidad.

Oteó el fondo de la estancia y tuvo que entornar bastante los ojos para verlo. El maestro era tan pequeño que su nariz afilada apenas llegaba al borde de los calderos. Sin exagerar mucho, ni siquiera le sacaba una cabeza a Gifu, que ya es decir.

—Demos la bienvenida a nuestro nuevo joven aprendiz, Elliot Tomclyde —dijo alegremente. Un murmullo generalizado acompañado de ecos invadió la peculiar estancia. Gran parte de los comentarios iban dirigidos a Pinki, al que le encantaba ser el centro de atención allá donde iba—. Bien, ahora que ha llegado Elliot creo que sería una buena idea pasar lista.

Después de que Elliot tomase asiento en el único sitio que quedaba libre, un silencio sobrecogedor se adueñó del ambiente, haciendo que hasta el más insignificante sonido se amplificase diez veces.

—Ejem… ¿Alburne, Gary? —preguntó el maestro Stockington con voz melosa, al tiempo que la mano de un muchacho de pelo castaño y rostro enjuto se alzaba por encima de todas las demás cabezas—. Estupendo… ¿Amogubu, Laya?

Elliot supo luego que para ella también era el primer día de aprendizaje y que era un año mayor que él. Y es que el aprendizaje no se empezaba a la misma edad en todos los casos. También conoció a otros compañeros: Jenny Chirito, Isaac Dominichi y Eloise Fartet, una muchacha de cabello oscuro y aspecto muy agradable.

—¿Fosatti, Susan? —al pronunciar el apellido, el maestro levantó la vista buscando a la chica mencionada—. ¡Ah! ¡Ahí estás! ¿Tienes algo que ver con Mariana Fosatti?

—Sí, es pariente lejana mía. Fue hermana de mi bisabuelo —respondió la muchacha. Y era verdad. Mariana Fosatti perteneció al Consejo de los Elementales entre 1892 y 1931, representando el elemento Agua. Así pues, no era una sorpresa que una descendiente suya hubiese sido seleccionada para el mismo elemento.

Después de preguntar por Samuel Foxino, el maestro hizo lo propio con Emery Graveyard. Este aprendiz sin duda hacía honor a su apellido. Si Gary Alburne era delgado, él era un palillo. Además, tenía un rostro pálido y ceniciento, cubierto por un desordenado pelo de color negro como la noche. Su expresión, como no podía ser de otra manera, mostraba claros síntomas de desagrado.

Y así fueron mencionando a los nuevos compañeros de Elliot. Oyó nombres como Vanessa Matosas, Lucy McCanny (de quien llamaba la atención su pelo, rojo intenso), Odiviu Misgurno, Abigail Soltus (que prefería que la llamasen Abi) y Bastian Terrón.

—Y, finalmente, Elliot Tomclyde —dijo sin molestarse en mirar a Elliot, pues ya sabía que había venido.

Al que no mencionó fue a Pinki, que también había asistido a la primera lección de Elliot en Bubbleville. Permaneció callado, muy atento a las explicaciones del maestro sobre cómo elaborar una poción del sueño. La gran mayoría de los aprendices no tuvo necesidad de probar los efectos de dicha poción, pues las explicaciones de Stockington, largas y tediosas, resultaron ser mucho más efectivas aún que cualquier experimento, tanto que fueron muy pocos los que llegaron al final de la clase con los ojos abiertos.

Al acabar, varios compañeros se aproximaron a Elliot para entablar conversación. Todos, en mayor o menor medida, habían oído hablar de su enfrentamiento con Tánatos el curso anterior.

—¡Qué lorito más mono! —dijo Eloise acercando su dedo valientemente para acariciarle la diminuta nuca. Elliot lo consideró una temeridad, sabiendo cómo las gastaba Pinki. Pero éste pareció agradecer el gesto… ¡Le gustaba!

—Es muy simpático… cuando quiere —repuso Elliot. Pinki pareció comprender perfectamente a su amo, pues hizo ademán de darle un picotazo en la oreja. Eloise lo encontró aún más gracioso.

—Está visto que hay que ser famoso para que te dejen traer a tu mascota a clase —escupió Emery Graveyard al pasar junto a Eloise y Elliot. De no haberle visto antes, cualquiera hubiese afirmado que padecía un fuerte dolor de barriga—. Mi murciélago gigante es mucho más silencioso que esa bestia colorida.

Pinki hubiese ido a por él de no haber sido porque Eloise parecía tenerlo hipnotizado mientras le hacía cosquillas. Sin duda, salvó a Elliot de empezar el curso con problemas.

Aquella tarde todo el mundo en Hiddenwood pareció querer saber qué tal le había ido su primer día en Bubbleville. El primero que preguntó fue Goryn, que esperaba su regreso tras el espejo para cerrar la puerta mágica.

—¿Cómo ha ido todo? ¿Y esos nuevos compañeros? —preguntó amablemente.

—No ha estado mal, la verdad —Elliot prefirió omitir el pequeño incidente que había tenido con Emery—. Aun así, me gustó más mi primer día en Hiddenwood.

—¿En serio? Bien, eso es porque todavía no conoces prácticamente nada del elemento Agua. Date un margen de unos días y verás.

Similares opiniones recibió de Eric… y de Sheila, que se acercó a los muchachos para cenar con ellos. Se sentó junto a Elliot y éste, ruborizado, derramó la copa de agua calando a Eric. Aquello, como era de esperar, lo ruborizó aún más.

Casi sin haber digerido el primer día de aprendizaje (ni siquiera la cena, pues aún tenía ese gusanillo que le aparecía en la tripa cada vez que Sheila se le acercaba), llegó el martes. Elliot volvió a encontrarse con sus nuevos compañeros en la lección de Seres Mágicos Acuáticos, impartida por el maestro Bryan Lampretti, aunque prefirió evitar cualquier tipo de contacto con Emery Graveyard. Fue en esta ocasión cuando tomó conciencia por primera vez de hallarse en las profundidades del océano. La clase tuvo lugar en una especie de burbuja gigante de cristal. Los aprendices estaban sentados en unas confortables e inmensas conchas de vieira, mientras escuchaban las explicaciones del maestro Lampretti. Era sorprendente la claridad con que veían las criaturas marinas.

Todos se emocionaron muchísimo cuando el maestro les comunicó que a lo largo del curso estaba previsto realizar una excursión al Santuario del Calamar Gigante en Aquamarine. Por supuesto, se negó rotundamente a hacer gestiones para otra salida, esta vez al parque acuático de Rock Splash, ante la insistente petición de Bastian.

Aquel día, Elliot regresó a Hiddenwood encantado y visiblemente más emocionado, pues había logrado ver los primeros peces, aunque el maestro Lampretti les dijo que si con tan poca cosa ya abrían los ojos como platos, no quería ni pensar lo que sucedería cuando viesen a las criaturas que les tenía preparadas para las próximas lecciones.

Cuando llegó la cena, volvió a encontrarse con Eric. Esta vez no vino acompañado por Sheila, aunque apareció en el comedor con una sonrisa de oreja a oreja. Estaba hinchado como un pavo real de lo feliz que se encontraba.

—¿A qué viene tanta felicidad? Ni que mañana tuviésemos vacaciones… —le preguntó Elliot, a quien se le estaba contagiando la sonrisa de su amigo.

—Esta tarde me ha llamado Cloris Pleseck a su despacho… ¡y también estaba Magnus Gardelegen!

—¿Y por eso estás tan contento? —dijo Elliot, suponiendo que había algo más.

—¡Puedo cursar Acuahechizos este año! —soltó Eric sin poder resistirse un segundo más.

—¿Sí? ¡Eso es fantástico! —dijo Elliot, visiblemente emocionado—. ¿Cómo ha sido eso?

—La maestra Pleseck y Magnus Gardelegen consideraban que, a tenor de lo vivido al final del curso anterior, mi nivel en hechizos era muy superior al estándar exigido para un alumno de segundo curso. —Eric tenía tantas ganas de contarlo, que a veces se trababa al hablar. Elliot estaba encantado de verlo así—. Han decidido hacer una excepción conmigo. Me dijeron que ya que pasábamos tanto tiempo juntos, no me vendría mal un aprendizaje extra de hechizos. Así que podré asistir a las clases de Acuahechizos.

—¡Genial! Lo malo es que hasta el viernes no tendremos esa lección —repuso Elliot con un tono de decepción.

—Y eso no es todo —dijo Eric, que había querido reservar una pequeña sorpresa para su amigo—. ¡Han autorizado a mis padres para acompañarnos en una ruta turística por Bubbleville!

—¿Cuándo? —preguntó Elliot inmediatamente. Visitar Bubbleville sería estupendo. Según sus nuevos compañeros, era la mejor ciudad del planeta. Elliot pensó que exageraban; estaba seguro que si hubiesen conocido Hiddenwood, su opinión sería bien distinta.

—Este fin de semana. Ya verás —apuntó Eric, rebosante de felicidad—, es una ciudad muy original. Aunque, pensándolo bien, la mayoría de las ciudades submarinas son muy curiosas. Seguro que te encanta.

No cabía duda de que el día había resultado redondo. Aquellas dos noticias, recibidas de sopetón, habían infundido nuevos y renovados ánimos en Elliot. Cenó la mar de bien, pensando que aquélla era la mejor comida que había probado jamás. Aunque, a decir verdad, el capón asado con ciruelas y orejones y las tortillas hechas a base de huevos de avestruz estaban tan deliciosos como siempre.

El tercer día, Elliot conoció al maestro de Meteorología. Era un hombre de estatura media, de rasgos orientales, barbilampiño y con una larga coleta trenzada de color negro que le llegaba hasta la cintura.

—Estoy aquí en sustitución de vuestra maestra que, desgraciadamente, no se puede encontrar hoy presente —fue lo primero que dijo—. Mi nombre es Tao Tsunami. Bueno, en realidad me llamo Tao Hakirotsokumi, pero todo el mundo me llama Tao Tsunami.

—¿Cómo las olas gigantes? —preguntó un muchacho pelirrojo y muy pecoso; al rato Elliot recordó que se llamaba Isaac.

—Efectivamente. De hecho, de ahí proviene mi apodo. Los tsunamis son unas gigantescas olas que se generan a causa de los terremotos submarinos.

Varios alumnos respondieron con muestras de admiración.

—En esta disciplina aprenderéis la Meteorología desde el punto de vista del agua. Sabréis todo lo posible sobre el control de las aguas. Eso sí, ya os advierto de que a todo el que le interese profundizar, deberá complementar sus estudios con la Meteorología que se imparte en Windbourgh. Allí se os enseña todo lo relativo a las nubes y a las tormentas, huracanes y tornados. Conmigo, sólo daremos el dominio de las olas del mar y las corrientes submarinas. Si prosperáis conforme a lo previsto en vuestro aprendizaje, os enseñaré algunos hechizos que os ayuden a controlar el viento.

—Pero entonces apenas vamos a aprender gran cosa este año. Si dominásemos el clima, tendríamos bajo control las aguas —comentó una muchacha espigada, que lucía dos coletas. Se trataba de Lucy McCanny.

—¿Eso crees? —preguntó Tao Tsunami muy suspicaz, al tiempo que se acercaba a la joven aprendiz—. Bien, bien… Imagínate que vas en una barquita de pesca y te adentras en el océano. No ves tierra por ninguno de los cuatro costados. Todo es un desierto de agua salada. ¿Te haces a la idea? —Lucy, con ojos asustados, asintió—. Frente a ti, hay un hechicero del Aire que hace que los vientos soplen con una fuerza tan virulenta que podrían hacer hundir tu barca. Pero tú eres una aplicada hechicera del Agua que decidiste aprender correctamente el dominio de este elemento. Créeme si te digo que, con el hechizo adecuado, conseguirías que el mar quedase como un plato haciendo inútiles los esfuerzos de tu contrincante.

—¡Pero eso alteraría el equilibrio! —protestó ella.

—Ciertamente. Pero también lo haría el hechicero del Aire generando esa tormenta —corroboró Tao Tsunami que, al sonreír, enseñó unos enormes incisivos amarillentos—. Es muy importante lo que acabas de comentar sobre el equilibrio. Debéis ser conscientes de que la disciplina de Meteorología es probablemente la que más afecte al equilibrio de nuestro planeta. Poder hacer aparecer el sol o la lluvia, una tormenta de granizo o de nieve, lograr que un barco zozobre…

»La vida del meteorólogo es tremendamente complicada por las decisiones a las que debe ir haciendo frente. Es posible que por esta razón sean tan pocos los que optan por este camino en el mundo mágico. Podemos contar con los dedos de la mano los verdaderos meteorólogos que ejercen su profesión. De hecho, hay más encerrados en Nucleum que en activo…

Esa noticia no sentó demasiado bien a la mayoría de los aprendices. Por su juventud, muchos aún no comprendían por qué había tantas limitaciones en la magia. Sin embargo, Elliot tenía muy clara la importancia del equilibrio. Posiblemente el hecho de que él fuera humano le hacía ver las cosas de otra forma.

El maestro Tsunami los despidió hasta la semana siguiente pidiéndoles una composición sobre los tsunamis más devastadores de la historia.

En Geografía Marina el maestro Brujulatus dedicó su primera lección a hacerles un test para que comprobasen lo poquito que sabían sobre la ubicación de las ciudades mágicas acuáticas. Y realmente los resultados fueron catastróficos. Elliot, que no acertó nada, se consoló al comprobar que el mejor de sus compañeros ¡había respondido correctamente a catorce preguntas… de un total de doscientas! De nada valieron las excusas de que era miércoles por la tarde y de que estaban todos muy cansados; Brujulatus les puso como castigo más deberes de los que podían imaginarse.

La lección de Naturaleza Marina fue la más original de todas en cuanto a método de enseñanza, porque la maestra Elysa Nymphall los introdujo en unas burbujas individuales que, a simple vista, parecían tan frágiles como pompas de jabón. Fueron navegando en ellas por el fondo de una inmensa plantación de coral.

La maestra Nymphall, cuyo severo y arrugado rostro imponía sobremanera, les advirtió de que no se hiciesen muchas ilusiones, ya que gran parte del curso se iba a dedicar al estudio de las plantas y algas marinas, tarea que se llevaría a cabo en unas inmensas plantaciones semejantes a los invernaderos terrestres.

—Hoy ha sido nuestra primera lección y os he querido sorprender un poco —completó la maestra.

Para Elliot, el paseo en burbuja estuvo muy bien, pero mucho mejor iba a ser tener a Eric como compañero. Y eso estaba previsto para el día siguiente.

Como hiciera todas las mañanas, Elliot se aproximó al espejo que le llevaba a la escuela de Bubbleville, pero esta vez no iba solo; le acompañaba Eric, su mejor amigo, entusiasmado ante la idea de recibir su primera lección de Acuahechizos.

Con sendas túnicas azules, traspasaron el espejo y se encontraron con la maestra Marga Venhall, quien les estaba esperando para comenzar la clase. Era alta y muy delgada. Su alargada cara se prolongaba con un resaltado moño de color castaño oscuro. Los miraba fijamente a través de unas gafas redondas con montura de hueso.

El lugar era bastante extraño, un tanto lúgubre y oscuro. A decir verdad, la mayoría de los lugares a los que estaban asistiendo para recibir su formación mágica del elemento Agua eran bastante tétricos y poco propicios para concentrarse debidamente. Pero lo peor era el ruido ensordecedor que se oía. La maestra Venhall tuvo que alzar la voz para poder presentarse.

—Sed todos bienvenidos a la lección de Acuahechizos y, muy especialmente, saludos a nuestros dos aprendices provenientes de los bosques de Hiddenwood.

Las miradas de los compañeros se tornaron momentáneamente en la dirección en la que se hallaban sentados los dos amigos, fijándose sobre todo en Eric, pues Elliot llevaba con ellos desde el primer día. Pronto volvieron a prestar atención a las palabras de la maestra.

—No voy a repetiros la importancia que suponen los hechizos en el mundo mágico ni la influencia que ejercen sobre el equilibrio. De todas formas, a lo largo del año, veréis cuan importantes son los hechizos para sobrevivir en el agua… y fuera de ella.

Aquello sonaba interesante. Muy interesante. Emplear hechizos de Agua fuera de ésta… Era una opción que en ningún momento Elliot había llegado a plantearse, pero sonaba realmente útil.

—Quiero comenzar el curso enseñándoos un hechizo fundamental para cualquier hechicero del Agua. Como bien sabréis, la gran mayoría de las ciudades pertenecientes al elementó Agua se encuentran en el fondo del mar. No todas, pero sí la mayoría. Es cierto que entre una y otra podemos utilizar los espejos como vía de comunicación y transporte. Sin embargo, no es posible acceder a las inmediaciones de las ciudades dando un simple paseo, como por ejemplo haríais en Hiddenwood —dijo, dirigiendo su mirada a Elliot y Eric.

Lo que acababa de decir la maestra Venhall era tan lógico que Elliot no comprendió por qué no se le habría ocurrido a él antes. Si todo estaba rodeado de agua, habría que emplear algún método especial para poder desplazarse por ese medio. Estaba claro que nadar a aquella profundidad no era una opción digna de tener en cuenta.

—Si no me han informado mal —prosiguió—, ayer hicisteis un agradable viaje en burbujas, ¿no es así?

Los aprendices asintieron. Pinki, que hasta el momento no se había perdido una sola lección, también asintió imitando el gesto de todos los allí presentes.

—Bien. Hoy aprenderéis conmigo a fabricar esas burbujas —informó en voz alta, desgañitándose ante el estruendoso sonido que no había remitido ni un segundo—. La primera condición, imprescindible para poder efectuar este hechizo, es encontrarse muy próximo a nuestro querido elemento…

Se dio la vuelta con un brusco giro y todos la siguieron. Torcieron por un pronunciado recodo de roca y se detuvieron para contemplar un maravilloso espectáculo al tiempo que la maestra seguía:

—… el Agua.

Un hermoso torrente de agua caía delante de ellos formando una cascada espectacular y sobrecogedora. Se encontraban en una pequeña caverna oculta tras la caída del agua.

—No vayáis a pensar que crearéis burbujas y después os tiraréis por la corriente. De ninguna manera. Esto no es Rock Splash —advirtió severamente, tras ver los rostros de diversión de los aprendices y que más de uno se estaba frotando las manos—. No quiero ninguna tontería. Iremos al manantial que hay abajo por aquellas escaleras de piedra.

Todos ellos se dirigieron hacia allí, con Pinki a la cabeza. Al llegar a la orilla del remanso de agua esperaron las indicaciones de la maestra Venhall.

—El hechizo Bubblelap tiene dos partes bien diferenciadas. En primer lugar, la creación de la pompa, que será vuestro medio de transporte. Y en segundo lugar, dominarla. Es tan importante la ejecución como el control. No debéis olvidar que multitud de corrientes submarinas dificultan enormemente el control de la burbuja.

—¿Puede viajar más de una persona dentro de una misma pompa? —preguntó Eric, fascinado con todo lo que estaba viendo.

—Por supuesto. Podrían llegar a viajar mil… si vuestra capacidad de concentración fuese lo suficientemente grande. Sin embargo, y ahora que lo comentas, nadie más podrá introducirse en la burbuja una vez que su creador se encuentre dentro. ¿Comprendido?

—Sí, maestra Venhall —respondió Eric.

Samuel alzó la mano. Cuando la maestra le hizo una indicación, formuló su pregunta:

—Ayer la maestra Nymphall fue la que creó todas nuestras burbujas y no estaba dentro de ellas al mismo tiempo…

—Evidentemente, querido —confirmó la maestra con aire de suficiencia—. Elysa utilizaría una variante del hechizo Bubblelap para que todos pudieseis viajar al tiempo que ella dirigía vuestras burbujas.

»Bien, ahora sin más dilación vamos allá. Seguid mis indicaciones.

Y así lo hicieron. Se mojaron las manos, igual que había hecho la maestra, y las unieron imaginándose que dentro de ellas había una pelotita. Después, tras pronunciar en voz alta el hechizo, debían ir separándolas y dejando que la burbuja creciese lo suficiente para que cupiese una persona dentro.

—Bubblelap! —dijo la maestra Venhall en voz alta. Inmediatamente, de sus manos comenzó a surgir una inmensa burbuja de color rosáceo.

Todos hicieron lo propio, aunque ninguno obtuvo el efecto deseado. Muchas de las burbujas reventaron incluso antes de alcanzar el tamaño de una pelota de tenis. Eric, por su parte, muy animado, hizo su burbuja tan próximo a Elliot que metió a Pinki dentro. Lo peor de todo fue cuando la burbuja se introdujo instintivamente en el agua y, al no ir pilotada por su dueño, reventó dando un buen susto al pájaro, que no cesó de gritar en lo que quedó de lección.

Elliot, que tenía una gran capacidad de concentración gracias a las machaconas lecciones recibidas por Úter el año anterior en la disciplina de Ilusionismo, logró una pompa en la que hubiese cabido sin problemas Gifu. Sin duda, era un avance muy importante y la maestra Venhall le felicitó por ello.

Los aprendices siguieron practicando el hechizo durante las dos horas siguientes. Las mejoras eran ostensibles y todos ellos, en mayor o menor medida, habían logrado formar burbujas individuales. El único que no conseguía una pompa decente era precisamente Bastian, cuyas burbujas ni siquiera tenían la consistencia de las de jabón, tal y como le reprochó la maestra Venhall.

Elliot se había tenido que apartar unos cuantos metros, pues aunque las burbujas de sus compañeros habían crecido considerablemente, las suyas aumentaban en progresión geométrica. De hecho, terminó por realizar una pompa tan grande que en su interior hubiesen podido volar cómodamente dos pegasos. La maestra Venhall le brindó una segunda felicitación.

—¡Fantástico! Además, me servirá para enseñaros cómo se dirige una burbuja desde su interior.

Así pues, a la orden de la maestra, todos sus compañeros se introdujeron en ella. A medida que iban entrando, la burbuja se fue aplanando, cobrando forma de elipse, de manera que cupieron todos los aprendices. Elliot entró en último lugar, tal y como había indicado la maestra.

—Tuya es la burbuja, tuyos son los mandos —le dijo una vez que Elliot estuvo dentro.

—Pero… —Tenía un nudo en el estómago. Una cosa era su capacidad de concentración, y otra muy distinta dirigir aquella monstruosidad.

—No hay peros. Es muy sencillo. Si has conseguido hacer esta magnífica burbuja no tendrás problemas para dirigirla. Todo es cuestión de fuerza mental… y, por lo que veo, tú tienes mucha. Oriéntala hacia el agua. Haremos un descenso.

Elliot hizo lo que se le había ordenado. «Muévete, muévete hacia el centro», pensó con todas sus fuerzas. Temía quedar en ridículo ante todos sus compañeros pero, para su sorpresa, la burbuja comenzó a flotar mansamente en la dirección correcta.

—Estupendo. —La maestra pareció disfrutar de aquella experiencia—.Ahora… ¡inmersión!

Y allá fueron. La veintena de aprendices, junto con Pinki, vieron cómo el agua comenzaba a cubrir las paredes de la burbuja mientras Elliot iniciaba el descenso. Aunque transparente, Elliot tuvo la sensación de que iba a bordo del Nautilus. Por unos instantes se había convertido en el extraordinario Capitán Nemo.

A medida que fueron descendiendo, la luz del sol se fue apagando gradualmente. Elliot siguió las indicaciones de la maestra, quien le hizo introducir la burbuja a través de un angosto túnel submarino. Un sudor frío recorrió la espalda del muchacho cuando notó que uno de los afilados salientes de la roca rozó la pompa… pero no sucedió nada.

—No te preocupes —lo tranquilizó la maestra—. Si en algo es efectivo este hechizo es en su seguridad. Las burbujas son prácticamente irrompibles… una vez que el dueño está dentro —insistió—. Eso no lo sabía tu loro, ¿eh?

Todos se rieron de la ocurrencia.

La luz del sol había dejado de alumbrarles hacía un buen rato. Pero no estaban inmersos en la oscuridad. Sorprendentemente, la superficie de la burbuja les permitía ver con total claridad los alrededores. Vieron peces de todos los colores y tamaños, cangrejos y tortugas. Tan animado estaba Elliot que ya se imaginaba luchando en un combate cuerpo a cuerpo con un calamar gigante. Pero aquello, como era de esperar, no sucedió.

Todo lo contrario. La emoción inicial se esfumó enseguida y Elliot comenzó a no sentirse tan a gusto, pues no le hacía gracia estar recibiendo constantemente órdenes de la maestra.

Siguieron por el fondo marino un buen rato, hasta que la maestra Venhall decidió emprender el camino de regreso.

La lección terminó y todos quedaron entusiasmados con el encantamiento que habían aprendido. ¡Quién iba a pensar que a partir de ahora podrían desplazarse con total libertad por el fondo marino! ¡Aquello sí que era emocionante!

Elliot y Eric retornaron a Hiddenwood tan pronto como llegaron a la cueva donde se encontraba el espejo. Sin demorarse un solo instante, muertos de hambre como estaban, se dirigieron al comedor.

—¡Qué bien! —exclamó Elliot después de ventilarse un plato de alitas de pollo recién horneadas—. Mañana visitaremos Bubbleville. Tal vez pueda probar de nuevo el hechizo Bubblelap.

—¡Sería magnífico! —respondió Eric, que ya había atacado un trozo de asado con patatas guisadas—. Pero lo veo complicado. Bubbleville es una ciudad muy especial. Aunque esté bajo el agua, no tendrás demasiado contacto con ella. Ya lo verás.