El espía, el ladrón y el policía
Aunque le llamaban el Egipcio, Marcelo de Argila parecía un holandés. Era alto, rubio y de ojos azules, una rareza en la España de los años treinta, más bien morena y de estatura modesta. Nacido en 1905 en El Cairo, hijo de un periodista catalán y de una italiana de buena familia, estudió química y, al estallar la Guerra Civil, daba clases en una afamada academia barcelonesa. Masón y políglota, Marcelo de Argila dirigió uno de los servicios de información más eficientes de la República al inicio del conflicto.
Es uno de los personajes reales que aparecen en la novela.
Otro de ellos es el mallorquín Eduardo Arcos Puig. Se supone. Eddy —Fantômas para las policías de Europa y de América— usó tantos alias que desconocemos su nombre real y el lugar de nacimiento, aunque Nueva York y Mallorca anden revueltas en sus orígenes. Fue, quizá, el mejor ladrón de guante blanco del siglo XX; un gentleman que viajó por medio mundo y robó en los mejores hoteles y transatlánticos de la época.
El trío de personajes de carne y hueso con un papel destacado en esta historia lo completa José López de Sagredo, director del recién inaugurado Laboratorio Criminalístico de Barcelona. López de Sagredo luchó durante años por modernizar la policía española e intentó, desde el Laboratorio, dar un impulso a nuestra criminología científica.
Junto a ellos desfilan políticos, diplomáticos, agentes secretos y criminales —también reales— que enmarcan las figuras del detective Toni Ferrer y de Regina Urgell, protagonistas de unos hechos terribles que sacudieron la retaguardia republicana en la lejana primavera de 1937.
Barcelona, primavera de 1937