Prólogo
Origen y formación de las organizaciones socialistas en España
La Asociación del Arte de Imprimir y La Emancipación En noviembre de 1871 un grupo de tipógrafos madrileños sensibles a las cuestiones sociales funda la Asociación del Arte de Imprimir. La nueva Asociación sería conocida entre sus afiliados como El Arte. Para subrayar el significado del gremio de tipógrafos entre la clase trabajadora nos atendremos a la descripción aportada por Juan José Morato (1864-1938) en su Historia de la Asociación del Arte de Imprimir, publicada en 1925: «Subjetivamente los tipógrafos eran a la masa obrera lo que hoy son al proletariado las llamadas clases medias, los obreros de levita». A través de la nueva asociación los obreros madrileños canalizan su actividad sindical y, a partir de marzo de 1873, se incorporarán al Arte los tipógrafos Pablo Iglesias (1850-1925) y Antonio García Quejido (1856-1927) —futuros creadores del PSOE y la UGT— que imprimirían a la agrupación obrera un giro más radical, alejado de los propósitos iniciales de una cierta concertación y armonía con los patronos. En este mismo año 1871 el periodista, y antiguo tipógrafo, José Mesa (18311904) crea en Madrid un semanario obrero llamado La Emancipación, a cuyo consejo de redacción se incorporará desde su fundación un joven Pablo Iglesias.
Divisiones en el seno de La Internacional: marxistas y anarquistas El núcleo constituido en torno a la Asociación del Arte de Imprimir y La Emancipación se encontraba integrado, a través de Federación Local Madrileña, en la Asociación Internacional de Trabajadores, creada en Londres bajo la influencia de Carlos Marx (1818-1883) Los debates en el seno de la Internacional entre partidarios de la tendencia marxista y la bakuninista o anarquista terminaron por producir una escisión que condujo a la división del movimiento obrero. Nuestro país no sería ajeno a estas tensiones, que culminaron con la expulsión de la Federación Local de nueve redactores de La Emancipación a causa de su tendencia marxista. Son estos expulsados quienes deciden entonces crear La Nueva Federación Madrileña, verdadero germen de las organizaciones socialistas en España. A partir de la Nueva Federación Madrileña los sectores marxistas españoles crearán, en 1873, la llamada Nueva Federación Regional, que contará con secciones en Castilla la Nueva, Cataluña, Levante, Andalucía, Aragón y Vascongadas. Los orígenes ideológicos de la división del movimiento obrero hay que buscarlos en las diferentes concepciones esgrimidas por Marx y Bakunin (18141876). Para los marxistas, también llamados autoritarios, la conquista del poder político es el primer deber de la clase trabajadora. Mientras, los bakuninistas, o antiautoritarios, establecen como primera premisa la destrucción del Estado y de todo poder político —renunciando por tanto a la creación de partidos obreros— soportes esenciales de un nefasto principio de autoridad considerado origen principal de todas las desdichas humanas. El movimiento socialista y el libertario marcarán a partir de entonces los diferentes senderos destinados a obtener la liberación de la clase obrera.
España y las dos ramas de La Internacional En nuestro país, el introductor de las ideas anarquistas será el diputado del Parlamento italiano Giuseppe Fanelli (1829-1877), quien establecerá contactos en Madrid con los tipógrafos Tomás González Morago, Anselmo Lorenzo y Francisco Mora, afiliados al centro cultural obrero Fomento de las Artes. Las ideas anarquistas enraizaron fuertemente en algunos lugares de España, llegando el movimiento libertario a adquirir una influencia determinante en zonas como Cataluña e importante en Valencia, Aragón o los sectores campesinos andaluces. En lo que atañe a las ideas marxistas fue Paúl Lafargue (1842-1911), yerno de Carlos Marx, su principal introductor en España. Lafargue, que dominaba el castellano por haber vivido sus primeros años en Santiago de Cuba, llega a España huyendo de la policía francesa debido a su participación en el Consejo de la Comuna de París. Declarado en España refugiado político —lo cual no deja de resultar extraño— se instalaría finalmente en Madrid, donde entra en contacto con los miembros de la AIT que redactaban y editaban La Emancipación. El yerno de Marx, buen conocedor de los textos marxistas y hombre de vasta cultura, se convertirá así en propagador en España de los principios de los llamados autoritarios y en fuente de información sobre los motivos de la división producida en el seno de la Internacional. Tanto Lafargue como su esposa serían de gran ayuda para Pablo Iglesias, contribuyendo a despejar sus dudas y a aumentar su conocimiento de los textos marxistas. De todos modos, la Internacional, en cualquiera de sus formas, no tuvo en sus inicios gran presencia en España, y ello pese al nuevo clima de libertad que entonces se respiraba gracias al triunfo de la revolución de 1868, conocida como La Gloriosa, que trajo consigo la promulgación de una nueva Constitución afirmando, con amplitud hasta entonces desconocida en nuestro país, los derechos de reunión, expresión y asociación. En realidad, los obreros españoles acostumbraban a agruparse según los diferentes ramos de actividad a que pertenecieran, defendiendo reivindicaciones de carácter más bien corporativo y apoyándose en sociedades de socorro mutuo destinadas a afrontar tiempos de enfermedad o falta de trabajo. Estas sociedades obreras serían sucesivamente ilegalizadas por el progresista Espartero (1793-1879) y el moderado Narváez (1800-1868). No debemos olvidar tampoco que, exceptuando los núcleos fabriles catalanes, apenas existían en España zonas industriales de importancia. Incluso Madrid, pese a su condición de capital, era una ciudad escasa en industrias —en la que predominaban los oficios artesanales— con una estructura comercial más de tipo familiar que empresarial. En el lento crecimiento de la Internacional influyó también la represión ejercida por los diferentes gobiernos, mayor a partir de La Comuna de París. El Gobierno de Sagasta (1825-1903), ya en plena Restauración, terminará por colocar a los organismos españoles de la Alianza obrera fuera de la legalidad, procediendo a la disolución de sus organizaciones.
La I República y la Restauración Por fin, el 11 de febrero de 1873 se produce en España el acontecimiento tan soñado y esperado por muchos: la proclamación de la I República, que constituirá el primer intento serio de las clases burguesas españolas por dotar a la nación de un régimen político de caracteres más progresistas. Tras la renuncia al trono de Amadeo I, la Asamblea Nacional Soberana —constituida conjuntamente por diputados y senadores— vota el establecimiento de la I República española. La nueva República intentará, sobre todo bajo la Presidencia de Pi i Margall (1824-1901), dotar a España de una legislación social avanzada que, lamentablemente, no llegará a aplicarse en su mayor parte. En esa época se abolirían las quintas, una reivindicación generalizada entre las familias obreras, obligadas a enviar a sus hijos al Ejército, y, si se diera el caso, a la guerra, a causa de la falta de recursos económicos para evitarlo.
Desgraciadamente la I República tuvo una vida efímera, siendo traicionada por el golpe llevado a cabo por el general Pavía. El golpe de Estado tendría como consecuencia la llegada al poder de otro general, Serrano, y, más tarde, la devolución del trono a los borbones en la figura de Alfonso XII. El nuevo régimen político propiciado por Cánovas del Castillo (1828-1897), llamado de la Restauración, se basó en la alternancia en el poder de los partidos dinásticos, dirigidos por el propio Cánovas, conservador, y Sagasta, liberal.
Los socialistas, en la primera vuelta del camino En este contexto político no precisamente progresista pero sí de cierta estabilidad política tiene lugar, el 2 de mayo de 1879, en una fonda de la calle de Tetuán la mítica reunión secreta que iniciará el largo proceso de formación de las organizaciones socialistas en nuestro país. Una reunión que se traducirá años más tarde en la creación oficial y solemne, en 1888, de la UGT y del PSOE. Entre los trabajadores reunidos en la taberna de Tetuán en esa jornada de mayo predominan los tipógrafos, pertenecientes a la Nueva Federación Madrileña y afiliados al Arte. A la reunión acuden también varios médicos, entre ellos Jaime Vera (1859-1918). «Convocados por una comisión organizadora, algunos trabajadores, con objeto de formar un partido que se denominaría socialista y obrero, y cuya política se separaría completamente de la que hacen los demás partidos burgueses…» Los reunidos nombran una comisión formada por los médicos Alejandro Ocina, Jaime Vera y Gonzalo Zubiaurre y los tipógrafos Victoriano Calderón y Pablo Iglesias para redactar «un proyecto de programa y bases para la organización de los trabajadores que a él se adhiriesen». Ya en el mes de julio, la comisión presenta las bases fundacionales del futuro partido. En enero de 1881 se forma un Comité Central de la organización en Madrid con Iglesias al frente, momento en el cual el núcleo socialista catalán opta por crear el Partido Democrático Socialista Obrero Español, al que dota de un programa propio. Al año siguiente ambos grupos se unificarán en torno a un nuevo programa, que permanecería vigente hasta el Congreso fundacional de 1888. El programa acordado consta de «una parte fija e invariable» y otra adaptable de acuerdo con las reivindicaciones sociales y políticas del momento. Propugna la abolición de las clases y de la propiedad privada y aspira a la obtención del poder político. Del grupo inicial quedaba excluido el nombre del doctor Jaime Vera, disconforme con la inclusión en el nombre del partido del adjetivo «obrero», para él restrictivo mientras Iglesias lo consideraba imprescindible para distinguirlo como partido de clase. Vera e Iglesias fueron grandes amigos y compañeros, aunque las discrepancias en torno a la política de alianzas del Partido se mantendrían durante años, mostrándose Vera partidario del entendimiento con los partidos republicanos. Un entendimiento concebido por el médico socialista como única forma de ensanchar las bases del Partido y atraer hacia su órbita, siquiera como votantes, a otros sectores sociales. Observamos como estas diferentes sensibilidades políticas quedaron desde el primer momento reflejadas, e incluso personificadas, desde los mismos inicios de la andadura socialista. La preponderancia de una y otra postura, aislacionista o colaboracionista, iría alternándose a lo largo de los años.
El nacimiento de la UGT Con el tiempo fue abriéndose paso la idea de crear una organización sindical, considerada imprescindible para canalizar las reivindicaciones de los trabajadores y fortalecer su lucha conjunta. El tipógrafo Antonio García Quejido, entonces residente en Barcelona por cuestiones de trabajo, entra en contacto con el también emigrado madrileño Toribio Reoyo. Deciden escribir a Iglesias y exponerle su propuesta de celebrar un congreso constituyente de la Unión o Asociación, proyecto que no llegara a cuajar en 1882. Pablo Iglesias se muestra favorable a la iniciativa, responsabilizando a Quejido de la dirección y organización de la futura Unión. Esta actitud de Iglesias delegando en García Quejido refleja por supuesto la confianza depositada por éste en la gran capacidad organizadora, luego contrastada, de su compañero, pero indican también una concepción muy poco patrimonialista de las organizaciones que no deja de resultar estimulante y saludable para las futuras generaciones. El Congreso fundacional de la Unión General de Trabajadores se celebrará en el Círculo Socia lista de Barcelona los días 12, 13 y 14 de agosto de 1888. A él acuden 44 sociedades, 16 procedentes de las provincias castellanas y 28 de la región catalana. Uno de estos representantes es el propio Iglesias encabezando a la Federación Tipográfica, que contaba con 1.400 afiliados. La presidencia del Comité Nacional del nuevo organismo recae en quien fue su principal inspirador y organizador, el madrileño Antonio García Quejido. Como principios fundacionales, la Unión General de Trabajadores «se propone realizar su objeto apelando a la huelga bien organizada y recabando de los poderes públicos cuantas leyes favorezcan los intereses del trabajo, tales como la jornada legal de ocho horas, fijación de un salario mínimo o igualdad de salarios para los obreros de uno y otro sexo». El 1.º de mayo de 1890, se cumplen por tanto ahora 110 años, se celebra por primera vez en España la fiesta de los trabajadores. En ese Primero de Mayo se defienden reivindicaciones tales como «la limitación de las jornadas de trabajo a un máximo de ocho horas para los adultos, la prohibición del trabajo a los niños menores de 14 años, la supresión de las agencias de colocación, del trabajo a destajo y por subasta o la vigilancia de todos los talleres y establecimientos industriales, incluso la industria doméstica, por medio de inspectores retribuidos por el Estado y elegidos, cuando menos la mitad, por los mismos obreros». García Quejido encabezará la manifestación de Barcelona, Facundo Perezagua (1860-1935) preside la de Bilbao y Pablo Iglesias se dirige a 20.000 manifestantes en Madrid.
La creación del PSOE La celebración del Congreso creador de la UGT animará a la Agrupación Socialista Madrileña a proponer otro que constituyera formalmente el Partido Socialista y le otorgará una dirección nacional. El 23 de agosto de 1888 comienza en la Ciudad Condal el primer Congreso del Partido Socialista. En el transcurso del mismo se incorporarán a las bases programáticas de la organización medidas como el establecimiento de un Impuesto sobre la Renta o la eliminación del presupuesto del Estado de las partidas destinadas al clero. El nuevo Partido Socialista Obrero Español desarrollaría en adelante sus actividades de forma autónoma con respecto a la organización obrera, pero nunca de espaldas a ella. Los miembros del Partido estaban obligados a pertenecer también a la Unión General, como Pablo Iglesias gustaba denominarla. Transcurridos ciento veinte años y repasando ahora la lista de reivindicaciones propugnadas por el PSOE y la UGT podemos comprobar hasta qué punto más de un siglo de luchas obreras no han servido aún para hacer olvidar el carácter revolucionario de algunas propuestas; una muestra más, por si alguien lo dudara, de que no todo está ya conseguido. Refiriéndonos al contexto histórico, la Unión General y el Partido Socialista nacen en España en plena Restauración, finalizada ya la sucesión de revoluciones liberales y pronunciamientos militares hasta entonces frecuentes. El sistema político imperante —definido por los socialistas como «oligárquico y caciquil»— fue el resultado de un pacto entre los partidos dinásticos, dispuestos a alternarse pacíficamente en el poder. Sin embargo, prescindió de integrar en el sistema a los sectores más populares y democráticos, formados por republicanos y socialistas, dando de este modo lugar a una situación de bloqueo que generaría en la oposición enorme desconfianza y, consiguientemente, gran resistencia a una participación abierta de estos sectores en los escasos resquicios de libertad aprovechables. Debe hacerse constar que estos resquicios conocieron sucesivas ampliaciones en cuanto a los derechos de asociación y reunión, aperturas que serían más tarde utilizadas para colocar diputados de la oposición en el Parlamento pese a las escandalosas dimensiones del fraude electoral, mayor en zonas rurales que en las urbanas.
ORÍGENES IDEOLÓGICOS E IMPLANTACIÓN DEL SOCIALISMO EN ESPAÑA. LOS SOCIALISTAS ESPAÑOLES Y LA TEORÍA MARXISTA
En el aspecto doctrinal, el socialismo español prescindió de grandes elaboraciones teóricas y se basó fundamentalmente en el análisis de la teoría marxista efectuado por el socialista francés Jules Guesde (1845-1922). Guesde, buen amigo de José Mesa, el periodista que fundara La Emancipación, tuvo importante influencia en el pensamiento de Pablo Iglesias y, por tanto, en el análisis económico efectuado por los socialistas españoles. El propio Juan José Morato definió al Partido Socialista español como «una prolongación del guesdismo». Generalmente, se atribuye la sencillez de los primeros programas socialistas a la incomprensión del análisis económico marxista achacada al teórico francés. El mismo Pablo Iglesias, quien sí había leído y estudiado las obras de Marx, reconocía: «En España, como en todas partes, se le ha dado a la masa proletaria las verdades marxistas escuetas, sin complicaciones demostrativas». Aludiendo a las carencias teóricas de las que adoleció el socialismo español, un lúcido García Quejido añade: «… hubiera sido preciso poseer una literatura socialista abundante donde recibir inspiración al menos.… Y como no disponíamos de esos auxiliares preciosos, fue preciso buscarlos, supliéndolos en tanto con nuestra buena voluntad y con el sentimiento instintivo de lo justo de la causa que defendíamos. Los hallamos, aunque incompletos, entre nuestros compañeros de la nación vecina, que comenzaban también los trabajos para constituir el Partido Socialista, figurando Guesde y Lafargue a la cabeza del movimiento». Sí hubo, sin embargo, un aspecto en el que los socialistas españoles se diferenciaron marcadamente de Guesde: su apuesta decidida por la lucha sindical, nada extraño si tenemos en cuenta la raíz netamente obrerista de Pablo Iglesias y los fundadores españoles. Para todos ellos, la división social en clases constituía también una evidencia: «la sociedad presente no tiene más fundamento ni más base que el antagonismo mortal de dos clases: una, que posee la riqueza (de la cual no ha sido creadora), que disfruta de todo, que de todo goza, y otra (la productora de la riqueza social), completamente desposeída, falta de alimento intelectual, de educación, de comodidades».
PABLO IGLESIAS Y EL DESARROLLO DEL SOCIALISMO ESPAÑOL EN SUS PRIMERAS DÉCADAS
Recién creados la UGT y el PSOE, el liderazgo interno de Iglesias se hacía ya cada vez más indiscutido. Iglesias era la voz y el rostro de los socialistas y los obreros españoles, siendo además poco a poco aceptado como tal por el resto de organizaciones políticas y sociales. En 1888, el Rubio —tal como algunos le apodaban— preside el Comité Nacional del Partido Socialista y la Federación Tipográfica de la UGT, además de ser director de El Socialista. A lo largo de su primera etapa política Pablo Iglesias se mostró especialmente contrario a cualquier acuerdo electoral con los republicanos, advirtiendo de los peligros que para los socialistas tendría tal acercamiento. Argumentaba el líder socialista que el partido perdería sus señas de identidad obreristas, subrayando también el hecho de que en las filas republicanas militaran patronos no menos reaccionarios que los pertenecientes a los partidos dinásticos. Además, los socialistas desconfiaban de los proyectos reformistas de la burguesía, fracasados con la caída de la I República. Para Iglesias, la organización socialista debía orientar sus esfuerzos a organizarse y robustecerse con objeto de estar en condiciones de encabezar la revolución social, una revolución que se anunciaba, sino inminente, sí inevitable. Insistía también en la necesidad de mantener una fortaleza económica imprescindible para resistir en caso de huelga, evitando así la renuncia a justas reivindicaciones por causas meramente económicas. Desde su tribuna de El Socialista, cuyo primer número sale a la calle el 12 de marzo de 1886, Iglesias arremeterá contra las posiciones favorables al diálogo con los republicanos mantenidas por Jaime Vera o José Mesa, unas discrepancias que venían arrastrándose desde el momento de la fundación del Partido. En sus críticas señalará claramente las distancias entre ambos sectores de oposición, reafirmando las bases obreristas y anticolaboracionistas con la burguesía del PSOE, frecuentemente denominado partido obrero. Hay quien define esta línea política, quizás con fundamento, como pablismo. De todos modos, podría apostillarse que, así como los restantes «ismos» marcaron posteriormente entre los socialistas tendencias muy definidas y agrupadas en torno a diferentes líderes, en el caso de Iglesias coincide la excepcionalidad de que prácticamente la totalidad de los miembros de las organizaciones socialistas se consideraran pablistas, atribuyendo a Pablo Iglesias el grado de maestro, reconocido incluso en la discrepancia. Es lo cierto de todos modos que esta estrategia política aislacionista, durante años contraria al pacto con otras fuerzas, contaba con la adhesión de la práctica totalidad de la militancia socialista. De esta manera, el socialismo español adquirió durante décadas caracteres contrarios al pacto con otras fuerzas e indiferente en cierto modo hacia la forma de Estado, es decir, era de alguna manera antipolítico. Para analizar estas características iniciales no debemos olvidar tanto la procedencia societaria de la mayor parte de sus dirigentes, como el estrecho mareaje a que se veían sometidos por sus oponentes en el movimiento obrero, los anarquistas, quienes, como hemos visto, hacían del apoliticismo su razón de ser.
LA IMPORTANCIA DE SER SOCIALISTA EN UN PAÍS DE CIUDADANOS
En cualquier caso, los tipógrafos fundadores del socialismo español se consideraban, y de hecho lo eran, la élite de la clase obrera. Una especie de aristocracia de la clase trabajadora, destinada por tanto a fomentar la preparación cultural y política de los sectores proletarios. Pablo Iglesias, conocedor de lo que Indalecio Prieto (1883-1962) denominaría «atonía del pueblo español», se mostró siempre muy interesado en este aspecto de la formación cultural e ideológica. La falta de preparación política del pueblo tenía como consecuencia la ausencia de opinión pública y daba a los gobiernos práctica impunidad a la hora de cometer desmanes. Iglesias sabía que esta falta de atención de los poderes públicos a la educación era deliberada; y no dejaba de insistir en la importancia de transformar a las masas obreras en ciudadanos formados, informados, conscientes de sus derechos y dispuestos por tanto a defenderlos. Así se explica la gran atención prestada a la formación doctrinal de los militantes —el PSOE no era entonces un partido de masas sino un partido de militantes— y la concepción del socialismo como un todo que abarcaba la propia vida privada. El socialismo tenía un fuerte componente moral, ser socialista significaba también adherirse y vivir conforme a una serie de principios morales entre los que se contaban la austeridad, la honradez o la capacidad de sacrificio, valores sin los cuales no servía de nada la mera adscripción ideológica.
LAS CASAS DEL PUEBLO, CENTROS VITALES DEL SOCIALISMO ESPAÑOL
Consecuencia de la puesta en práctica de estos principios será la apertura de Casas del Pueblo, que el Partido y la UGT se esfuerzan desde un principio en comprar, concebidas como verdaderos centros de encuentro de la gran familia socialista. En ellas se llevan a cabo actividades culturales y recreativas que servían tanto para la instrucción como para solaz de los trabajadores socialistas y sus familias. El ocio de los trabajadores debía emplearse fuera de las tascas para evitar el consumo de alcohol que «da estímulos al vicio y calor a la holganza, tedio al trabajo e impulsos al suicidio». En la Casa del Pueblo tenían asimismo su sede la agrupación local, las juventudes o el grupo femenino.
Madrid, centro y origen del socialismo español, inaugura en 1908 su flamante Casa del Pueblo, sita en la calle Piamonte n.º 2. En ella, como en todas las restantes que se irían abriendo, tenían también su sede las diferentes sociedades obreras. En la de Madrid se inscribieron desde el momento de su inauguración 102 sociedades representando a 35.000 afiliados. Los socialistas se agrupaban alrededor de unas Casas del Pueblo que eran auténticos centros de reunión y reafirmación socialista. Ser socialista era una manera de vivir, una forma concluyente de estar en el mundo. Este fuerte componente moral del socialismo español se encuentra sin duda influido por el carácter austero y disciplinado de Pablo Iglesias, quien, seguramente sin pretenderlo, lograra imprimir en las organizaciones socialistas las huellas de sus propias características psicológicas, convertidas ya en tradición y patrimonio espiritual de todos los socialistas.
CRECIMIENTO ELECTORAL Y DE AFILIACIÓN
Pese a estos esfuerzos formativos, o quizás a causa de ellos, el crecimiento electoral y de afiliación del Partido Socialista tardaría décadas en llegar. A diferencia de la socialdemocracia alemana, presente en su Parlamento con un centenar de diputados, el partido obrero contaba poco después de su fundación con 6.000 militantes y ningún diputado en Cortes. Ya en marzo de 1900 las secciones del Partido eran 694 y representaban a 14.737 afiliados. Por su parte, la organización obrera contaba, a las puertas de su noveno congreso, celebrado en septiembre de 1908, con 240 secciones y 36. 612 asociados. Esta situación iría cambiando paulatinamente en las primeras décadas del siglo, de tal modo que, en los primeros años 30, el Partido Socialista que Iglesias creara de la nada contaba con decenas de miles de afiliados, mientras la UGT organizada por García Quejido llegaba al millón de cotizantes. Pasó entonces el PSOE a convertirse definitivamente en un Partido de masas y, en aquellos convulsos años treinta, a ser unánimemente considerado «pilar fundamental de la República». Algunas características de los primeros años de actividad de los socialistas españoles podrían resumirse en estas palabras de Santos Julia «Organizar antes que ir a las urnas o a la revolución; resistir a los patronos antes que hacer política».
LA UGT Y EL PSOE EN LOS INICIOS DEL SIGLO XX
Pese a todas las dificultades, tanto la UGT como el PSOE respondían a una evidente y profunda exigencia social, que necesitaba de ambas formaciones para ser cumplimentada. Esta es la razón por la cual, a comienzos del siglo XX, la Unión General de Trabajadores y el Partido Socialista Obrero Español (dirigidos por Antonio García Quejido y Pablo Iglesias), están ya sólidamente implantados. Pocos años más tarde multiplicarán su fuerza, obtendrán concejales en los Ayuntamientos e incluso ganarán en las urnas su primer diputado, que no será otro que el propio Pablo Iglesias. Muestra de esta influencia creciente será el primer acercamiento al Partido de intelectuales como Miguel de Unamuno (1863-1936) —que llegó a afiliarse y colaboró en el mítico diario socialista vasco La Lucha de Clases—, Verdes Montenegro (1865-1940) Tomás Meabe, (1879-1915) fundador de las Juventudes Socialistas, o el pedagogo Lorenzo Luzuriaga (1889-1959). Coinciden también estos años con un hecho importante y de gran trascendencia futura: la incorporación a las filas socialistas de dirigentes más inclinados a la actividad política que a la lucha sindical, destacando entre ellos el asturiano, y vasco de adopción, Indalecio Prieto.
LA UGT Y LAS PRIMERAS LUCHAS OBRERAS
Poco a poco, el socialismo representado por la UGT había penetrado en las cuencas mineras asturianas y vascas de la mano de dirigentes como Manuel Llaneza (1879-1931) o Facundo Perezagua —éste último perteneciente al núcleo fundador y verdadero creador del socialismo vasco— adquiriendo en ambas zonas una importancia que resultaría con el tiempo decisiva. En los primeros años del siglo se organizan las primeras e importantes huelgas en Vizcaya, reclamando aumentos de sueldo a empresarios como los Sota, Chávarri, Urquijo, Aznar, etc, que obtenían cuantiosos beneficios, en sectores como el del carbón, el siderúrgico o el naval mientras pagaban a los obreros salarios de hambre. Si la desigualdad social era sangrante en las zonas industriales, qué decir del campo español, en poder de una oligarquía agrícola y terrateniente tremendamente reaccionaria en sus concepciones sociales. Unas oligarquías industriales y terratenientes que se vieron además muy beneficiadas por su participación en el negocio bancario, fuente de importantes beneficios suplementarios. Los avances sociales iban abriéndose paso poco a poco gracias al sacrificio y la constancia de las masas obreras y así, en 1903, se llevará a la práctica una idea planteada por Canalejas (1854-1912) en 1901, creándose —ya bajo mandato de Maura (1853-1925)— el Instituto de Reformas Sociales. El IRS debía valorar las condiciones sociales e industriales, estudiar o proponer nueva legislación social y de pensiones y hacer recomendaciones legislativas al gobierno. Los logros del IRS no fueron pocos si tenemos en cuenta las adversas condiciones en que operaba (falta de fondos, abierto rechazo de los anarcosindicalistas, etc). dejando pese a todo importante huella en las relaciones de trabajo y los procesos sociales en nuestro país. Se efectuaron estudios y se elaboraron informes de campo sobre temas laborales y sociales de excelente calidad técnica que representaron un importante avance en el tratamiento académico de estas cuestiones. Con la creación del Instituto se establece por primera vez el concepto de una maquinaria consultiva tripartita formada por vocales nombrados por el gobierno, los patronos y los trabajadores. Maura intentó que Iglesias aceptara la secretaría del Instituto, cargo que el dirigente socialista rechazó aduciendo para su negativa el hecho de que nunca aceptaría para sí cargos distintos de aquellos a los que le destinara el voto popular. Aún así, el IRS contó con presencia obrera de parte de UGT. Ya en 1920 se creará por fin un Ministerio de Trabajo y, con la llegada de la Dictadura en 1923, se pondrá fin a dos decenios de actividad del IRS.
PRIMEROS PASOS EN POLÍTICA. EN EL AYUNTAMIENTO DE MADRID
En los primeros años del siglo, los socialistas se disponen a iniciar su definitiva incorporación a puestos de responsabilidad política; aquellos para los que la voluntad popular les hubiera designado. Este proceso comienza en 1905, cuando resultan elegidos concejales del Ayuntamiento de Madrid, por el distrito de Chamberí, Pablo Iglesias, Francisco Largo Caballero (1869-1946) y Rafael García Ormaechea. Llegaba por fin el momento de intervenir en la gestión pública, de demostrar con hechos la capacidad administrativa y política de los socialistas, una capacidad que, para sorpresa de muchos, resulto ser muy considerable. El madrileño Largo Caballero describirá así sus sensaciones: «Parecía un sueño. Entramos en el Ayuntamiento como gallinas en corral ajeno. Concejales, empleaos y periodistas nos miraban por encima del hombro. Parecía que había entrado la peste en la Casa de la Villa. (…) No nos desagradó esa actitud; se iniciaba una lucha que había de tener consecuencias importantes para el pueblo de Madrid».
Pablo Iglesias pronuncia en nombre del grupo el discurso de toma de posesión, manifestando la decisión de los socialistas de emprender una tarea de oposición encaminada a defender los intereses de los más débiles y combatir los abusos. Iglesias se referirá a la tarea que acometieron como «horrible, ingrata y desoladora», lamentándose al tiempo de los escasos resultados prácticos obtenidos por los socialistas, limitados por su escaso número a una labor de crítica y denuncia sometida a constante boicot por el equipo de gobierno del Ayuntamiento. Ya en 1910 entrarán en el Consistorio como nuevos concejales socialistas dos señalados dirigentes ugetistas: Vicente Barrio (18631926) y Antonio García Quejido.
LA UGT Y EL PSOE ANTE LA GUERRA DE MARRUECOS
Pese a un cierto cambio de formas, el Estado surgido de la Restauración permanecía invariable. Los partidos turnantes, representados ahora por un Maura que no suscitaba unanimidad en los conservadores y un Canalejas que dio paso a tímidas reformas sociales, se encontraban además con una institución militar que, apoyada en Palacio, conservaba fuerte presencia en la vida pública. Tras la derrota colonial del 98, los militares buscarán una compensación en la aventura africana. A partir del verano de 1907 la intervención en Marruecos les facilitará el primer plano en la vida nacional, un estréllalo traducido en honores, ascensos, mejora del nivel de vida e influencia política. En 1909, las fuerzas españolas sufrirán cuantiosas bajas en los combates librados cerca de Melilla, para los que fue necesario movilizar reservistas. Esta situación motivará la cólera del país y dará origen a la llamada «Semana Trágica de Barcelona», un acontecimiento que tendría gran influencia en la posterior estrategia de los socialistas. El avispero en que terminaría convirtiéndose Marruecos no había hecho más que comenzar. Cuando, ya en 1912, España obtiene de Francia el reconocimiento de un territorio de Protectorado español en Marruecos —la zona del Rif— la paradójicamente llamada «empresa de pacificación» termina en una guerra colonial que durará catorce años, provocará grandes pérdidas de vidas humanas y recursos económicos y será causa de constante inestabilidad política para España. Junto con el PSOE, la UGT eleva su protesta al Gobierno por el comienzo de la guerra de Marruecos y se impone la tarea de: «coadyudar con todas nuestras fuerzas y energías a que la protesta adquiera proporciones tales que obligue al gobierno no solamente a abstenerse de acometer una desatinada aventura guerrera, sino a retirar de Marruecos las fuerzas que allí ha mandado.…». Se incluyen duras críticas a la situación política: «España es un país malamente gobernado y peor administrado; su riqueza se filtra por las anchas rendijas de usureros y caciques; sus barcos y material de guerra son deficientes e inútiles, su industria es menguada y su agricultura rutinaria; añadiendo a estas plagas la sangría que ha sufrido hace poco tiempo en las desastrosas guerras de Cuba y Filipinas. Los trabajadores odiamos todos los privilegios y todas las tiranías, y privilegio es que vayan a la guerra sólo los pobres, mientras los ricos se quedan en casa».
LA «SEMANA TRÁGICA» DE BARCELONA
El Gobierno hace caso omiso de las exigencias formuladas por los socialistas, lo cual impulsará a éstos a convocar, el 12 de agosto de 1909, una huelga general en todo el país para protestar contra la política del gobierno en Marruecos y exigir nuevamente la retirada de las tropas españolas. El gobierno desencadena la represión y dicta orden de arresto contra Iglesias y Largo Caballero, estableciendo la censura de prensa. Al mismo tiempo, se declara el estado de guerra en Barcelona, Gerona y Tarragona, y el ministro de Gobernación, La Cierva, acusa a los socialistas de intentar provocar la caída de la Monarquía. La policía detiene a Iglesias, Mora y Caballero, dejando así decapitado el movimiento huelguístico. La represión se extiende por todo el país, con detenciones y suspensión de actividades de las organizaciones obreras, aunque el Gobierno se mostrará especialmente duro en Cataluña. En octubre muere fusilado, pese a la falta de pruebas acerca de su participación en los hechos, el anarquista catalán —fundador de la «Escuela Moderna»—, Francisco Ferrer i Guardia, acusado de instigar el levantamiento. Los comités del PSOE y la UGT no desaprovechan la oportunidad de aglutinar a la oposición y organizan una manifestación a la que acuden 100.000 personas, entre ellas diputados republicanos, monárquicos de izquierdas y numerosos grupos de intelectuales demócratas y progresistas.
PRIMER ACUERDO ENTRE REPUBLICANOS Y SOCIALISTAS: LA CONJUNCIÓN Y SUS OBJETIVOS
La conclusión de la Semana Trágica facilitará un giro estratégico radical en el tema de la alianza electoral con los republicanos. Iglesias admite finalmente el pacto y argumentará así su conveniencia: «La Conjunción republicano-socialista se hizo para echar abajo a Maura, para impedir su vuelta al poder y para sustituir la Monarquía por la República… Para eso, pues, hay que mantener la referida Conjunción y hacerla fortísima mediante la concentración republicana, o sea, la unión de todos los grupos de esta familia política». A partir del acuerdo de Iglesias con la Conjunción se allanarían todos los obstáculos anteriores, pero es necesario hacer constar que las primeras tentativas de establecer alianzas electorales con los republicanos parten del dirigente de la UGT Antonio García Quejido y son secundadas por su sucesor al frente de la organización obrera, Vicente Barrio, quien en febrero de 1907 presentará, junto a 80 correligionarios, una proposición en la que defendía la necesidad de la Conjunción utilizando argumentos estrictamente políticos, relacionados con el crecimiento electoral del Partido y la conveniencia de consolidar el régimen parlamentario. La propuesta de Barrio, a la que eran favorables destacados socialistas como Jaime Vera e Indalecio Prieto, encontró entonces la oposición cerrada de Iglesias. Finalmente el gran acontecimiento político se produce, y, el 7 de noviembre de 1909, será anunciada oficialmente la Conjunción Republicano Socialista en un mitin en el que Pablo Iglesias interviene junto a los principales líderes de las distintas corrientes republicanas. Merced a la nueva alianza. Pablo Iglesias obtendrá en las elecciones generales de 1910 el primer escaño socialista en el Congreso de los Diputados, representando al pueblo de Madrid. La candidatura de la Conjunción, formada por Pi y Arsuaga, Benito Pérez Galdós (1843-1920), Esquerdo, Sábilas, Soriano e Iglesias aventajó en más de diez mil votos a la de los partidos monárquicos, demostrando así su efectividad. Los socialistas se mostraron abiertamente partidarios de la instauración de la República: «Instaurad la República, aunque sea conservadora», pedía Pablo Iglesias a sus nuevos coligados. Instaurad la República y dejad en manos del proletariado la tarea de conquista de «las mejoras que desea». Convenía dejar claro, e Iglesias no dejaba de insistir en ello, que la entrada en el Parlamento no implicaba aceptación por parte del partido obrero del sistema político vigente ni renuncia alguna al ideario socialista. «No queremos a Maura, no queremos a Canalejas, que son tus hechuras, pero menos te queremos a ti. Prepara los bártulos y disponte a salir de esta tierra, porque lo que es esta vez estamos dispuestos a echarte». Así, con estas duras palabras, se dirigía Pablo Iglesias al Rey, haciendo explícitas las principales intenciones que abrigaba al establecer la Conjunción: el derrocamiento de la Monarquía, considerada como un lastre para el desarrollo y la democratización de España.
PABLO IGLESIAS DIPUTADO EN CORTES
La obtención de su primer escaño en el Congreso fue celebrada por los socialistas como un gran acontecimiento y festejada con importantes manifestaciones de alegría. En su primer discurso en las Cortes, el líder socialista lanza un virulento ataque contra la política del gobierno Maura, pero recuerda también sus orígenes y la finalidad del Partido al que representa: «Sé lo que son los asilos, lo que es el hospital, lo que es la cárcel, lo que es la autoridad gubernativa, lo que es la autoridad judicial, lo que son casi todos los organismos que funcionan en la vida del Estado, y esto lo sé por vivencia propia.… El partido que yo represento aquí aspira a concluir con todos los antagonismos sociales, a establecer la solidaridad humana, y esta aspiración lleva consigo la supresión de la Magistratura, la supresión de la Iglesia, la supresión del Ejército y la supresión de otras instituciones necesarias para este régimen actual de insolidaridad y antagonismo».
LA REORGANIZACIÓN INTERNA DE LA UGT Y EL PSOE: OBREROS E INTELECTUALES
Ya en el otoño de 1911 se reúne en Madrid el X Congreso de la UGT. En él se produce un acontecimiento subrayable: la sustitución de García Quejido en la Secretaría General, a cuyo frente quedará Vicente Barrio, siendo Pablo Iglesias reelegido Presidente. La Unión cuenta en ese momento con 328 secciones y 77.749 afiliados, y su ámbito de mayor raigambre e influencia continúa comprendido en el triángulo Madrid, Vizcaya y Asturias. Para adaptarse a los nuevos tiempos, se decide modificar la estructura organizativa de la central, sustituyendo los ya anticuados sindicatos de oficio por los de industria, que agrupan a todos los empleados de un determinado sector industrial. Desde ese momento, el tronco central de la Unión estará compuesto por los recién aparecidos sindicatos mineros, los ferroviarios —que componen la mayor federación con un 50 % de los afiliados— metalúrgicos; albañiles, etc. Algunos de ellos, como los sindicatos metalúrgicos y mineros de Asturias y Vizcaya, se estructuran en niveles regionales, actuando en numerosas huelgas con independencia del Comité Nacional. No menos importante fue la reorganización del Partido —fomentada y estimulada, al igual que la efectuada en UGT, por Pablo Iglesias— con una militancia crecida en número y más diversa en su procedencia. La incorporación efectiva del PSOE a la actividad política y la apertura al republicanismo propició el acercamiento a la organización y a su núcleo dirigente de nuevos estratos sociales formados por empleados, oficinistas y representantes de capas intelectuales de clase media, caso de maestros e incluso catedráticos de universidad. El tradicional afiliado socialista, representante de esa especie de aristocracia obrera alejada por igual de las capas más bajas del proletariado y de los profesionales de la clase media, sería de este modo complementado con la adhesión de sectores sociales más amplios. Habían ingresado en el Partido gentes como Julián Besteiro (1870-1940), Luis Araquistáin (1886-1959) o Manuel Núñez Arenas (1886-1951), todos ellos nombres de gran influencia futura. Nace también la «Escuela Nueva», creada por Núñez Arenas, concebida como un ámbito de encuentro entre intelectuales cercanos al socialismo y militantes obreros y entre cuyos colaboradores se encontraban, además de notables miembros del Partido y la Unión, personalidades como Pablo de Azcárate, Ramón Garande, Américo Castro, Gregorio Marañón, o Pedro Salinas. De todos modos, la incorporación efectiva de intelectuales al Partido fue reducida. Galdós, Ortega (1883-1955), o el propio Azaña (1880-1940) se mostraban atraídos por el mensaje socialista pero no terminaron de dar el paso definitivo de integrarse en el Partido, indecisos y en cierto modo remisos a la teoría socialista, convencida de que el cambio político resultaba por sí mismo insuficiente y era inseparable de una profunda transformación económica basada en la teoría marxista. Ortega, que asistiría como observador a varios Congresos socialistas, declararía sentirse decepcionado por «la táctica de puro internacionalismo, es decir, de pura lucha de clases» alejada según él del «hacer España», una creación de nación que sí advertía en la socialdemocracia alemana. En el Congreso de los Diputados permanecerá Pablo Iglesias como único representante socialista hasta 1918, año en que se incorporan también al Parlamento Julián Besteiro, Francisco Largo Caballero, Daniel Anguiano (18821964), Andrés Saborit (1889-1980) e Indalecio Prieto, la mayoría de ellos llegados a la Cámara desde la cárcel o el exilio sufridos a consecuencia de la fracasada huelga revolucionaria del 17. En esas fechas, Pablo Iglesias se expresaba ya desde tribunas diferentes a las exclusivamente obreras. Acude, a invitación de su Presidente Miguel Moya, a dar una conferencia en la Asociación de la Prensa de Madrid y colabora como articulista en «Vida Nueva», semanario creado por algunos escritores de la generación del 98 en el que publican novelistas como Pío Baroja o Vicente Blasco Ibáñez.
HACIA LA HUELGA GENERAL REVOLUCIONARIA DE 1916
En 1916 la crisis del sistema político de la Restauración resultaba ya bastante evidente: los partidos dinásticos se encontraban divididos en banderías según apetencias de los diferentes grupos: los conservadores eran mauristas o datistas o ciervistas; los liberales romanonistas, garcíaprietistas, albistas, etc. En este contexto político inestable, el país atraviesa una grave crisis económica, motivada en buena medida por el aumento generalizado de los precios, unos incrementos que, como siempre ocurre, afectaban especialmente a la ya de por sí pobre capacidad adquisitiva de la clase trabajadora. Las manifestaciones y huelgas laborales y políticas se suceden a lo largo de todo 1916, creando un movimiento huelguístico que culminará en la huelga general revolucionaria de 1917. En los preludios de toda esta conflictividad, la Unión General celebrará en Madrid su XII Congreso en el que reclamará al jefe de Gobierno, Romanones, el abaratamiento de los precios, una fuerte política de obras públicas que disminuyera el paro, amnistía general y finalización de la guerra de Marruecos. Estos acuerdos se producen en un momento de mayor politización del sindicato, reflejada en las palabras de Pablo Iglesias exhortando a los delegados acerca de «la necesidad de que los elementos que integran la UGT acentúen más su acción política». Se produce también otro cambio significativo: hasta entonces, Pablo Iglesias era el único dirigente común a ambas organizaciones. En adelante no será extraño ver a dirigentes como Besteiro, Largo, Anguiano o Saborit simultaneando cargos en la UGT y el PSOE, una estrategia que sólo se rompería a finales de los años treinta.
LA UGT Y SU OPONENTE DENTRO DEL MOVIMIENTO OBRERO, LA CNT
El movimiento obrero español se encontraba dividido en dos organizaciones, cada una de las cuales representaba las distintas líneas que habían marcado la división en el seno de la Internacional originaria: es decir, marxistas y anarquistas. Los anarquistas fundarían en 1910 su propio sindicato, la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Pese al acuerdo coyuntural que ambas organizaciones consiguieron con vistas a la organización de la huelga revolucionaria del 17 la Unión General, por sus características fundacionales, se situaba en las antípodas del sindicato anarquista. La UGT disponía de una organización seria y eficaz, contaba con un grupo de dirigentes dedicados en exclusiva a la actividad sindical, con afiliados disciplinados y al corriente de sus cuotas. Los ugetistas, siguiendo los criterios establecidos por Pablo Iglesias y Antonio García Quejido, prefirieron siempre agotar las vías de negociación antes de ir a la huelga, concebida ésta con objetivos bien definidos y planteada con garantías de resistencia económica para mantenerla. En el aspecto ideológico, la CNT presumía de practicar un sindicalismo revolucionario y defendía la autonomía de la organización frente a cualquier organización política. La UGT aparecía más como un sindicato reformista, aunque no dejaba por ello de creer en la inevitabilidad de la revolución, protagonizada por la clase obrera organizada. Ambos sindicatos mantuvieron fuertes tensiones consecuencia de estas concepciones diferentes, pero es también cierto que en no pocas ocasiones llegaron a constituir alianzas sindicales, e incluso a compartir tareas de organización social y de gobierno en los años de la guerra civil. Esta unidad de acción ocasional entre ugetistas y Genetistas quedaría claramente reflejada en los años 16 y 17. Con la anuencia de Pablo Iglesias, Caballero, Besteiro y Barrio se desplazaron en julio de 1916 a Zaragoza, donde celebrarán una entrevista con el dirigente cenetista Salvador Seguí, encuentro a partir del cual se fragua la iniciativa de convocar una huelga general para el mes de diciembre de ese mismo año. El éxito de la convocatoria de huelga conjunta animará en los sindicatos el propósito de convocar una huelga general indefinida que tuviera como objetivo conseguir, en palabras de Largo Caballero, «una transformación completa de la estructura económica del país y de la estructura política también».
SOCIALISTAS Y REPUBLICANOS EN LA HUELGA DEL 17
Por otra parte, los socialistas, además de acordar la huelga conjunta con la CNT, inician negociaciones con los partidos republicanos destinadas a hacer realidad el objetivo primero de la Conjunción, un cambio del régimen político que estableciera la República y facilitara el tránsito a una verdadera democracia burguesa. Conseguida la alianza con los partidos republicanos se confiaba para instaurar el nuevo régimen en la ayuda militar, instrumentalizada a través de las Juntas de Defensa. Se forma un organismo de enlace permanente compuesto por Melquíades Álvarez y Alejandro Lerroux, representando a reformistas y republicanos y Largo Caballero y el propio Iglesias por el Partido Socialista, e incluso se establece la posibilidad de un acuerdo conjunto sobre la formación de un Gobierno Provisional, apuntándose según algunos el nombre de Pablo Iglesias como futuro ministro de Trabajo en un Gobierno presidido por el político asturiano Melquíades Álvarez (1864-1936). La alianza formada alrededor del PSOE y la UGT adquiere pues importante envergadura, abarcando desde la burguesía republicana y reformista hasta los anarquistas de la CNT. Desde primeros de junio hasta el 9 de agosto el comité de huelga se reúne diariamente, acudiendo cuatro de sus miembros a recorrer diferentes lugares de España para impartir instrucciones e informarse a su vez de la situación. Indalecio Prieto recordará más tarde cómo, por mandato de Pablo Iglesias, abandonaría un prometedor puesto de trabajo, corresponsalías en distintos periódicos y a su propia familia para dedicarse a organizar el movimiento huelguístico en Vizcaya. Este hecho trasciende lo meramente anecdótico y nos habla del ascendiente que Pablo Iglesias poseía sobre los militantes del Partido y la UGT, incluso los más significados. Resulta especialmente revelador también por afectar a un Indalecio Prieto que había abandonado la actividad política desengañado por las peleas internas y representaba además al sector teóricamente menos obrerista del socialismo español, pudiendo por tanto ser considerado más remiso a la aceptación incondicional del liderazgo de Pablo Iglesias. La visión de Prieto abandonando familia y hacienda para seguir el mandato de Iglesias no viene sino a reafirmar la solidez e importancia de su liderazgo.
LOS ACONTECIMIENTOS SE PRECIPITAN
En los primeros meses de 1917 la conflictividad social iría en aumento, poniendo al rojo vivo el ambiente previo a la huelga general. El 4 de julio se declaran en huelga los metalúrgicos de Bilbao: reivindican la jornada de nueve horas y aumento de una peseta en el salario. Altos Hornos, que repartía cuantiosos beneficios entre los miembros de su Consejo de Administración, formado por los Chávarri, Gandarias o Urquijo, se negó en redondo a ceder ante tan altas exigencias. Dato (1856-1921), solícito, les envió a la fuerza pública, que no consiguió sin embargo doblegar a los 30.000 metalúrgicos en paro. Poco después, en Valencia, se encendería la mecha que propagará el incendio al resto del país. En la ciudad del Turia se lanzan a la huelga los ferroviarios y tranviarios. La Compañía de ferrocarriles responde despidiendo a numerosos huelguistas y negándose tanto a entablar negociaciones como a readmitir a decenas de ellos. Esta actitud intransigente provocará la adhesión al paro de la Sección Norte del poderoso Sindicato Ferroviario, que manifiesta su intención de declararse en huelga. Es un juicio muy extendido que el Gobierno, alertado de los preparativos de huelga general, provocó la huelga ferroviaria para precipitar la situación y provocar una convocatoria anticipada del movimiento que le permitiera estar en condiciones de reprimirlo más fácilmente. Resulta significativo el hecho de que el propio Presidente del Consejo de Ministros, Eduardo Dato, perteneciera al Consejo de Administración de los ferrocarriles que explotaban la línea Madrid - Zaragoza - Alicante. Desoyendo los consejos de la Ejecutiva de UGT y, excepcionalmente, del propio Pablo Iglesias, el Sindicato Ferroviario del Norte se reúne el 9 de agosto en la Casa del Pueblo de Madrid y decide ir a la huelga. Ante este hecho consumado los Comités Nacionales de la UGT y el Partido Socialista —aun considerando la convocatoria precipitada dado el poco tiempo de preparación de la huelga de que habían dispuesto— tomaron el acuerdo de declarar huelga general revolucionaria en toda España a partir del 13 de agosto. Esta decisión se toma sin el acuerdo de Pablo Iglesias, quien intuyendo el fracaso se mostró partidario de efectuar un paro de solidaridad con un carácter más simbólico. Las razones de Pablo Iglesias para desaprobar la convocatoria de huelga revolucionaria estaban cargadas de lógica: convocando huelga en ese momento se caía en la trampa tendida por el Gobierno y se corría además el riesgo de un fracaso de consecuencias imprevisibles. Si pese a todos estos argumentos, aportados ni más ni menos que por Iglesias, los socialistas se lanzaron a la convocatoria de huelga ello se debió al alto grado de compromiso adquirido en su preparación y a la creencia, que luego se demostrará errónea, en la efectividad de la colaboración prometida por anarquistas y republicanos.
LA HUELGA GENERAL REVOLUCIONARIA Y SUS CONSECUENCIAS
El 12 de agosto se lanza el manifiesto elaborado por Julián Besteiro en el que se detallan los principales objetivos a conseguir con la huelga general revolucionaria: Pedimos la constitución de un gobierno provisional que asuma los poderes ejecutivo y moderador y prepare, previas las modificaciones imprescindibles en una legislación viciada, la celebración de elecciones sinceras de unas Cortes Constituyentes que aborden, en plena libertad, los problemas fundamentales de la constitución política del país. Mientras no hayamos conseguido este objeto, la organización obrera se halla absolutamente decidida a mantenerse en su actitud de huelga. Ciudadanos: no somos instrumentos del desorden, como en su impudicia nos llaman con frecuencia los gobernantes que padecemos. Aceptamos una misión de sacrificio por el bien de todos, por la salvación del pueblo español y solicitamos vuestro concurso, ¡viva España! Madrid, 12 de agosto de 1917. Por el comité nacional de la Unión General de Trabajadores: Francisco Largo Caballero, vicepresidente; Daniel Anguiano, vicesecretario. Por el comité nacional del Partido Socialista: Julián Besteiro, vicepresidente; Andrés Saborit, vicesecretario.
Contradiciendo el criterio inicial se dio orden de no utilizar las armas —bombas caseras o dinamita— acumuladas por las organizaciones obreras, usándolas «sólo en el caso de que la actitud de la fuerza armada fuese manifiestamente hostil al pueblo». El Comité de Huelga se instaló en una buhardilla de Madrid, sita en la calle del Desengaño, luego de que varios de sus miembros se entrevistaran en Barcelona con el republicano Lerroux y el dirigente de la CNT Salvador Seguí para acordar los últimos detalles. Llegado el día 13 de agosto el paro es completo en Madrid, Vizcaya, Asturias, Barcelona, Valencia, Zaragoza, La Coruña, Sabadell, Tarrasa o las cuencas mineras de León, Huelva y Carta gena. El gobierno decreta el estado de guerra y las fuerzas del ejército, contrariamente a lo que algunos ingenuamente pensaban, participan intensamente en la represión, ocupando militarmente Asturias o Bilbao y protagonizando graves enfrentamientos con los obreros en otras ciudades. La policía detiene al Comité de Huelga en la buhardilla en que se hallaban reunidos, quedando así descabezado y falto de dirección el movimiento revolucionario. Por su parte, la Asamblea de Parlamentarios, formada por los partidos burgueses, se limita a pedir la convocatoria de Cortes Constituyentes, mostrándose incapaz de encabezar acción alguna destinada a tomar el poder. Como resultado del abandono de republicanos y militares, la clase obrera se quedó sola con la huelga general y su secuela de muertos, detenidos, exiliados y represaliados. En Asturias y Vizcaya la huelga tuvo éxito completo, llegando a hacerse los obreros dueños de la situación en el Principado. La Guardia Civil y el Ejército se lanzaron a una represión feroz principalmente en Asturias, buscando por todas partes al líder del Sindicato Minero asturiano, Manuel Llaneza, quien conseguirá huir y se entregará más tarde a la policía. Un consejo de guerra juzga a los miembros del Comité de Huelga detenidos el 13 de agosto y el 4 de octubre se publica la sentencia por la que se condena a reclusión perpetua a Besteiro, Largo Caballero, Daniel Anguiano y Andrés Saborit. Durante los meses siguientes se llevará a cabo una campaña nacional en favor de la amnistía para los detenidos y la vuelta de los exiliados en la que Pablo Iglesias pondrá todo el peso de su prestigio. Iglesias viajará por diferentes provincias españolas, promoviéndose en todo el territorio nacional manifestaciones que reúnen a socialistas, republicanos y progresistas de izquierda. Como culminación de esta campaña, en las elecciones de febrero de 1918 los encarcelados a perpetuidad o el exiliado Prieto son elegidos diputados, pasando del penal de Cartagena o el destierro a ocupar sus escaños en el Congreso. Pese al éxito que supuso la liberación de los detenidos, el resultado de la huelga del 17 resultó negativo para la clase trabajadora, que una vez más vio frustrado el principal de los objetivos propuestos: la caída de la Monarquía. Este fracaso marcaría profundamente la actitud posterior de la UGT en cuanto se refiriera a las alianzas con los partidos republicanos. La represión posterior al fracaso de la huelga, cargada sobre las espaldas de la clase obrera, convertiría en adelante en prioritaria la necesidad de preservar la organización sindical antes de enfrentarla al sistema político; una estrategia claramente puesta de manifiesto en los años veinte, durante la Dictadura de Primo de Rivera.
EL PROCESO DE ESCISIÓN EN EL PARTIDO SOCIALISTA. EL CARISMA DE PABLO IGLESIAS Y LA DIVISIÓN DE LA IZQUIERDA ESPAÑOLA
Con el paso de los años aumentaba también el grado de mitificación de la figura de Pablo Iglesias, fenómeno al que no fueron ajenos amplios sectores sociales que desbordaban el ámbito socialista. Baste decir que un intelectual tan riguroso como Ortega definió a Pablo Iglesias como «santo». Santo laico, en todo caso. Pese a su delicada salud, la influencia de Pablo Iglesias en el Partido y la UGT no decreció, y cuando ya no se sentía capaz de salir de su modesta vivienda de la calle Ferraz presidía en ella las reuniones de las Ejecutivas de la UGT y el PSOE. Pero estaban por venir nuevos sobresaltos, e Iglesias necesitó sobreponerse a los achaques de su salud para afrontar los años difíciles que los socia listas tenían por delante. Nos referimos naturalmente al proceso congresual que culminaría con la escisión del Partido. La Revolución rusa de 1917 generó en el movimiento obrero internacional fuertes expectativas y un grado considerable de confusión sobre sus consecuencias y la posibilidad real de extensión a otros países. La información fragmentaria e incompleta acerca de lo que realmente acontecía en la nueva República socialista influyó de manera importante en la extensión en el tiempo del debate interno de los socialistas españoles, un debate que sólo se resolvería tras la celebración de tres Congresos Extraordinarios, saldados con una escisión traumática que dejaría al Partido Socialista extenuado y, por ende, mermado en su militancia. En la decisión final favorable a la permanencia de los socialistas en la Segunda Internacional tuvo mucho que ver la actitud de Pablo Iglesias —Presidente del Partido y de la UGT— y de otros líderes significados como Largo Caballero, Prieto o Besteiro. Todos ellos se pronunciaron, tanto en el debate interno del Partido como en el celebrado en el seno de la UGT, en contra de la adhesión del PSOE y la UGT a la Internacional Comunista. No podemos dejar de señalar la trascendencia histórica de este proceso escisionista que separó del tronco común al sector comunista, dividiendo a la izquierda en diferentes organizaciones a menudo irreconciliables en sus diferencias. Las consecuencias de esta separación fueron muchas, y no precisamente positivas, como la historia se encargará posteriormente de demostrar. Para Pablo Iglesias el proceso que condujo a la separación del sector afín a la nueva Internacional Comunista debió adquirir proporciones dramáticas incluso en lo personal. Se separarían entonces del Partido, y más tarde de la UGT, militantes históricos, —todos ellos viejos compañeros de fatigas del líder socialista—, caso de Antonio García Quejido o Facundo Perezagua. En cuanto a las repercusiones internas la más importante y extendida en el tiempo, por encima de la merma numérica de la militancia, sería la división de la izquierda antes apuntada, acompañada de un miedo cerval a que un proceso semejante de escisión se repitiera en el futuro, un pánico que, aunque saludable en parte, paralizó a los dirigentes socialistas a la hora de tomar decisiones en las horas dramáticas en que se jugaba el destino de la II República.
PRIMER CONGRESO EXTRAORDINARIO
Para referirnos al proceso que condujo a la escisión en sus hechos más concretos, debemos constatar la celebración en Moscú en marzo de 1919 del primer Congreso de la Internacional Comunista, llamada también Tercera Internacional. La creación de la nueva Internacional Comunista está en el origen de la celebración del primer Congreso Extraordinario del PSOE dedicado a tratar la cuestión de la adhesión a la Internacional creada en la capital rusa. En este primer Congreso Julián Besteiro, representando a la mayoría de la Ejecutiva, presentará una declaración en la que se afirmaba: «La importancia que la masa trabajadora concede a la Revolución rusa y el entusiasmo que manifiesta por la República de los Soviets están plenamente justificados… Sean las que quieran las deficiencias del Gobierno de los Soviets, el Partido Socialista español no puede hacer otra cosa sino aprobar la conducta de las organizaciones proletarias que desde la revolución de octubre vienen ocupando el poder en Rusia».
A pesar de estas manifestaciones de solidaridad, la propuesta propugnaba la permanencia del Partido en la Segunda Internacional. Pese al claro posicionamiento mayoritario de la Ejecutiva, el sector partidario de la adhesión a la Tercera comandado por Daniel Anguiano —denominado tercerista— consigue en la votación final la nada desdeñable cifra de 12.497 votos contra 14.010 favorables a la propuesta de Besteiro, una demostración evidente del grado de división interna alcanzado.
CREACIÓN DEL PARTIDO COMUNISTA DE ESPAÑA
Por supuesto, el debate no concluye aquí y la Federación de Juventudes Socialistas decide por su cuenta adherirse a la Tercera Internacional. Así, en abril de 1920, su Comité Nacional decide crear el Partido Comunista de España, aunque lo cierto es que de los siete mil afiliados a las Juventudes sólo mil deciden integrarse en la nueva organización.
SEGUNDO CONGRESO EXTRAORDINARIO
El PSOE se ve obligado a convocar un nuevo Congreso para fijar su posición. El 19 de junio de 1920 comenzaba sus sesiones en la Casa del Pueblo de Madrid el segundo de los cónclaves, presidido por el histórico dirigente ugetista Antonio García Quejido. Este segundo Congreso acuerda la adhesión del Partido a la Tercera Internacional, aunque condicionada al conocimiento exacto de las 21 condiciones impuestas por ésta para el ingreso. Con tal objeto fueron designados para viajar a Moscú Daniel Anguiano, tercerista, y Fernando de los Ríos (1879-1946), partidario de la permanencia en la Segunda. De los Ríos y Anguiano llegan a entrevistarse con el propio Lenin, quien en aquel famoso encuentro espetara a un De los Ríos inquieto por la ausencia de libertades políticas en Rusia la frase que tanto impresionara a los socialistas españoles y dejara estupefacto, y escandalizado, al ilustre profesor granadino: «Libertad, para qué». Una tremenda afirmación a la que un pictórico Indalecio Prieto respondería elocuentemente en la famosa conferencia pronunciada en la sociedad bilbaína El Sitio: «…libertad para vivir, libertad para ser hombre…; la idea de libertad es superior a la idea de socialismo; cuando la patria o cuando el socialismo niegan la libertad, desaparecen los justos títulos que puedan tener para nuestro respeto».
TERCER CONGRESO EXTRAORDINARIO
Así las cosas, el 9 de abril de 1921 comenzó el tercer Congreso Extraordinario, el que culminará este doloroso proceso. Los delegados debían ahora decidir la postura a tomar sobre las tesis antagónicas presentadas en los informes de Anguiano y De Los Ríos. El sector de Largo y Besteiro, que se había negado a integrarse en una Ejecutiva del Partido dominada por los terceristas, se opone tajantemente a la aceptación de las 21 condiciones impuestas porta nueva Internacional, un asentimiento que implicaba la práctica anulación de la autonomía de los partidos y organizaciones obreras que entraran a formar parte de ella. Proponen por tanto una solución intermedia consistente en integrarse en la Comunidad del Trabajo de Viena, también conocida como Segunda Internacional y Media. Este criterio, defendido entre otros por Caballero, Saborit, Prieto y Trifón Gómez, se impuso al de los terceristas gracias en buena parte a la clara toma de posición de Pablo Iglesias en favor de esta propuesta. Una vez proclamado el resultado de la votación nominal los miembros de la Ejecutiva partidarios de la Tercera Internacional, entre los que se encontraba, como ya se ha apuntado, Antonio García Quejido, fundador junto a Iglesias del Partido y la UGT, anuncian su intención de separarse y crear un nuevo partido al que denominaron Partido Comunista Obrero Español, que terminaría luego uniéndose al Partido Comunista de España creado a instancias de las juventudes socialistas. En la nueva organización se integrarían dirigentes como Daniel Anguiano, Virginia González, Núñez de Arenas, Facundo Perezagua o Ramón Lamoneda (1892-1971), éste último reincorporado más tarde, y ya definitivamente, a la disciplina del PSOE. El Congreso socialista eligió una nueva Ejecutiva, formada por dirigentes desplazados en 1920 que sin embargo habían conservado sus puestos directivos en el sindicato, claramente posicionado en favor de la Segunda Internacional desde su XIV Congreso, en el que se había aprobado, por abrumadora mayoría, la adhesión de UGT a la Federación Sindical de Amsterdam, filial de la Segunda. La decisión ugetista se toma luego de soportar una inclemente campaña de descalificaciones provenientes del muy minoritario Partido Comunista, algunos de cuyos militantes integraban un sector crítico dentro de la Unión.
PROTAGONISMO POLÍTICO DE LA UNIÓN GENERAL DE TRABAJADORES
Como consecuencia del proceso interno del Partido, la Unión adquirirá en adelante un mayor perfil político, dirigiendo en buena parte la estrategia política de los socialistas. Según Santos Julia: «En adelante, será precisamente la Unión la que marcará la dirección política del socialismo pues mientras la UGT aumentaba sus efectivos, que habían pasado de 89.601 afiliados en 1918 a 119.112 en vísperas de su XIV Congreso; los años de discusiones y la experiencia de la doble escisión tuvieron efectos nefastos para el PSOE: sus 50.000 afiliados de 1920 quedaron reducidos a 21.000 en 1921 y no llegaban a 10.000 dos años después». Para terminar de empeorar las cosas, las tensiones provocadas por la escisión dieron lugar a numerosos incidentes en el seno de las agrupaciones y el XV Congreso de la UGT decidió expulsar a las secciones controladas por comunistas, que perdieron toda influencia en el devenir del movimiento obrero. En lo que respecta a Pablo Iglesias, el discurrir del tiempo y los acontecimientos no dejó de pasar una cierta factura y, pese a la fuerza enorme de su liderazgo, no se vio exento de críticas a su modo de dirigir el Partido y la Unión. Organizadores tan eficaces como Antonio García Quejido, profesionales o intelectuales como Jaime Vera, Fabra Rivas o el propio Julián Besteiro e incluso amigos personales incluidos en el núcleo fundador del socialismo como Facundo Perezagua le acusaron de llevar la organización de manera excesivamente personalista, de no tolerar discrepancias o no tener en cuenta la complejidad de las relaciones sociales. Fueron los líderes de la llamada segunda generación histórica del PSOE, Besteiro, Prieto o Caballero, quienes más tarde exaltarían el liderazgo de Pablo Iglesias, considerado símbolo de cohesión interna.
Pablo Iglesias, un socialista en la historia de España Resulta siempre aventurado atribuir a una sola persona, o grupo de personas, el protagonismo exclusivo de los avances históricos, sean éstos de tipo social, económico o político. Probablemente son una serie de condicionantes sociales los que se conjuran para personificar y crear la figura que mejor los encarna en cada momento. Lo innegable es el hecho de que Pablo Iglesias simboliza como nadie la historia del socialismo español, al igual que éste se identifica en buena parte con su persona. Más allá de acuerdos o discrepancias con la línea política seguida en unos u otros momentos, y por encima incluso de cualquier intento de nulificación, no cabe duda de que su visión y su empeño en construir las organizaciones socialistas ha sido refrendada por el paso de los años. Tanto el Partido como el Sindicato han sido, son y serán ejes fundamentales del pasado, presente y futuro de España. En este sentido, Pablo Iglesias trasciende ampliamente el límite de los socialistas españoles para convertirse en figura esencial de la Historia de España.
TODA UNA VIDA
En la constancia y el sacrificio empleados para hacer realidad el objetivo debieron influir sus condiciones personales y la clase de experiencias vividas desde que, a la muerte del padre, la madre decide trasladarse con sus dos hijos a Madrid. La pobre mujer viene con la ilusión de facilitarles una educación adecuada, un deseo que se vería frustrado cuando, habiendo encontrado trabajo como sirvienta en una casa, se ve obligada a enviar a los dos niños al Hospicio. Es allí donde Pablo aprende a leer y adquiere conocimientos básicos del oficio de la imprenta. A los quince años comienza a trabajar, pasando por diferentes imprentas madrileñas y, ya con el oficio a medias aprendido, trabaja a destajo en la composición de una gramática latina. El patrón divide a los destajistas en tres categorías diferentes —naturalmente con diferentes salarios— y rebaja los sueldos como le viene en gana. Iglesias se enfrenta a estas decisiones arbitrarias y pierde su empleo. Según Morato, atravesó una de las peores etapas de su vida, «padeciendo hambre y frío» y su hermano, zapatero, moriría de tuberculosis. Próxima ya la muerte, el Abuelo, embutido en su eterna capa de paño gris (no utilizó nunca gabán, ni de piel ni de paño), provisto de bufanda y tocado con una gorra de visera bien calada, salía a caminar por el Paseo de Rosales cercano a su domicilio. A su paso, obreros y oficinistas le saludaban respetuosamente. La última etapa de su vida la dedica sobre todo a escribir, única actividad que le permitía ya una salud deteriorada. Aunque careció de una educación reglada, Pablo Iglesias dedicó largas horas al estudio y la reflexión, horas robadas al sueño luego de jornadas de trabajo agotadoras. Una vida dedicada a la clase trabajadora y a la mejora de sus condiciones de vida en la mejor tradición de austeridad y sacrificio por «la idea» del buen socialista, aquel que, según el propio Iglesias, seguía «el camino recto», único que desembocaría en la redención de la clase trabajadora.
LA SOMBRA DE PABLO IGLESIAS ES ALARGADA
Indalecio Prieto recordará años más tarde, al cumplirse el 25 aniversario del fallecimiento de Pablo Iglesias, la fría mañana de diciembre de 1925 en que «una inmensa multitud acompañaba el cadáver de Pablo Iglesias camino del cementerio civil de Madrid. No encontré, ni sumándolos a todos, la sustitución, aunque allí figurasen Besteiro, Largo Caballero o el propio De los Ríos. Ninguno, por altos que fueran sus méritos, tenía la atracción simbólica del Abuelo;… Yo no había tenido más maestro que aquel cuyo cadáver seguíamos». Por su parte Amaro del Rosal (1904-1991), histórico dirigente ugetista asturiano, cuenta en unas páginas biográficas dedicadas a su correligionario José Rodríguez Vega (1902-1966) una anécdota que ilustra a las claras cuál era la naturaleza del liderazgo de Pablo Iglesias: «José Rodríguez Vega, el niño del panadero Benito Rodríguez que en un Primero de Mayo madrileño conociera a Pablo Iglesias, quien acariciándolo cariñosamente diría a su padre: “Tienes un hijo precioso, compañero Benito. Esos ojos tan vivos me dicen que va a ser un trabajador inteligente, cuida de él y edúcalo en nuestras doctrinas”». Y finaliza Amaro: «Esta anécdota fue recordada por Ramón Lamoneda el día del sepelio, José Rodríguez Vega vivió y murió en la doctrina que un Primero de Mayo aconsejara a su padre Pablo Iglesias». A día de hoy, la figura de Pablo Iglesias concita entre los socialistas mayor unanimidad que cualquier otro líder del socialismo español, pasado e incluso presente. Representa por encima de todo la unidad del socialismo en torno a unos mismos objetivos, una función que tan honorablemente representó quien fuera durante años Presidente del PSOE, el gran luchador socialista Ramón Rubial (1906-1999). Pablo Iglesias, a despecho de ciertas actitudes pasadas, es igualmente respetado por sectores de la izquierda pertenecientes a otras opciones políticas. Tenemos aún reciente en la retina la imagen del Secretario General del Partido Comunista —representando a Izquierda Unida— fotografiado junto al Secretario General de la UGT, Cándido Méndez, y al del Partido Socialista (el dimitido Joaquín Almunia), ante la escultura de Pablo Iglesias colocada en el vestíbulo de la sede Confederal del Sindicato socialista. Una imagen de enorme fuerza simbólica en lo que tiene de retomo comunista al tronco común de la izquierda española, y tanto más significativa al expresarse esta voluntad de unidad en la sede central de una UGT «madre» originaria del socialismo español. Una Unión General que permanece sólidamente impregnada de la fuerte tradición socialista que Pablo Iglesias le diera. La misma tenaz adhesión a unos principios que permitió la reconstrucción de la UGT en el exilio para integrarla como elemento fundamental de la democracia española de la mano de dirigentes como Nicolás Redondo y, ahora mismo, de Cándido Méndez. El común reconocimiento a la figura de Pablo Iglesias no impide en modo alguno, más bien al contrario, aceptar la evidencia de que el socialismo español haya contado a lo largo de su historia con líderes carismáticos, capaces, influyentes y enormemente populares. Refieriéndonos tan sólo a los más destacados de la segunda generación histórica —Caballero, Besteiro, Prieto— no encontramos sin embargo en ellos rasgos semejantes de un liderazgo prácticamente indiscutido, salvo quizás el ejercido por Caballero a lo largo del año 34 y parte del 35, y que, como es sabido, finalizó en un fraccionamiento del Partido y el Sindicato de consecuencias dramáticas para las organizaciones y, lo que es aún peor, para la propia estabilidad de una II República ya gravísimamente amenazada por la agresión fascista.
EL SOCIALISMO ESPAÑOL ANTE EL FUTURO
Ahora, en los umbrales del siglo XXI, la izquierda aparece sumida en interrogantes y dudas, con una visión no demasiado clara sobre cuál debería ser su mensaje futuro. El Partido Socialista Obrero Español no es ajeno a esta confusión, envuelto en un proceso de renovación interna de resultados por el momento inciertos. Se discute también acerca del nuevo papel de los Sindicatos de clase en una sociedad crecientemente desideologizada. Debemos preguntarnos si los principios pregonados por Pablo Iglesias siguen vigentes o si, por el contrario, sucumbiremos al discurso de los nuevos «apóstoles» de la globalización empeñados en hacer de la política una actividad subalterna, subordinada a una economía preocupada exclusivamente por las cuentas de resultados. Es propio de la izquierda poner en cuestión los viejos esquemas, permanecer alerta a los cambios sociales y responder adecuadamente a ellos sin caer en el doctrinarismo. Pero es también necesario permanecer fieles a unos valores que, por intemporales, son comunes a cualquier tiempo histórico. Es también legítimo, y hasta sano, dudar, pero no pódenlos permitimos caer en ninguna clase de parálisis externa o interna. Los socialistas deberían estar dispuestos a actualizar todo aquello que deba ser actualizado, a reconocer errores del pasado reciente de consecuencias perjudiciales, pero en ningún caso a renunciar a sus raíces: con ellas perdería n lo más valioso, aquello que les otorga sentido y constituye sus señas de identidad, el frondoso y venerable árbol del socialismo español que con tanto tesón y perseverancia plantaron e hicieron crecer gentes como Pablo Iglesias y, con él y después de él, decenas de miles de socialistas españoles honrados y capaces que se dejaron la vida, literalmente en demasiados casos, en el empeño de construir una sociedad más justa, más libre y más fraterna para todos. Socialismo significa también pacto con la realidad circundante: tener siempre el oído bien pegado a la tierra, trabajar a pie de obra, actuar de acuerdo con las realidades sociales y políticas del momento, atentos sobre todo a las aspiraciones de las clases trabajadoras y medias a las que el Partido Socialista y la UGT representan. Un Partido y un Sindicato modernos que sin embargo conserven viva la memoria, los ciento veinte años de historia del socialismo español simbolizados y representados en la vida y la obra de Pablo Iglesias.
PEDRO DÍAZ CHAVERO
Hasta 2002 Secretario Ejecutivo de la UGT Confederal