Los siete hombres

1Y después de esto fui despertado sobre la tierra. Y vi a siete hombres delante de mí. Los siete vestían como yo y eran en todo igual a mí. Y los siete recibían el nombre de Juan. Y en mi visión vi que el primero se hallaba encadenado. Y éste tenía el rostro cubierto de sangre y sus manos consumidas por la lepra. Y al hablar, de su boca escapaban serpientes mortíferas. Y fue el primero en hablar. Y al hacerlo, los otros seis se llenaron de sangre. Y dijo el encadenado:

«Yo soy el Abismo del hombre. Ocupo el primer círculo de tu pensamiento. No soy bueno ni malo. Soy el hombre».

Y de su boca escapó la serpiente de la Mentira.

«Yo soy la gloria de lo creado. El rey de lo creado. Mira mis talentos. ¿Quién puede equipararse a mí? No busques otros caminos. Yo soy tu único horizonte».

Y de su boca escapó la serpiente de la Soberbia. Y ésta devoró a la serpiente de la Mentira.

Y el hombre encadenado habló por tercera vez. Y dijo: «Yo soy el Poder. Nada temo. A nadie temo. Me amo a mí mismo. No conozco la mediocridad. Soy la cúspide y el pueblo. Ven a mí y disfruta de mi fortaleza».

Y de su boca escapó la serpiente de la Necedad. Y ésta devoró a la serpiente de la Soberbia.

«Yo soy el Placer. No tengo ni sé de límites. Mi corona es de rosas. Amo tan sólo hasta que me sacio. Bebo hasta que me vacío. Ven a mí y no sabrás del dolor».

Y de su boca escapó la serpiente del Egoísmo. Y ésta devoró a la serpiente de la Necedad. Y la serpiente del Egoísmo devoró al encadenado.

El hombre del segundo círculo

2Y vi también: el segundo de los hombres recibió el cayado de peregrino. Pero éste no se hallaba encadenado. Y al hablar, su rostro se limpió de sangre. Y los otros cinco se limpiaron de sangre. Y el del báculo habló así:

«Yo ocupo el segundo círculo de tu pensamiento. Soy Juan: el que busca. Has conocido el camino del Paraíso. Pero ese camino es largo y lento, que sólo gustarás después del sueño de la muerte. Ven a mí y te mostraré el camino más corto hacia Dios. No es este camino de muerte, sino de vida. He aquí lo que hallarás escrito en el segundo círculo de tu pensamiento: "Dios no se esconde. Dios no habita un refugio inalcanzable". Todos sus recursos infinitos han sido movilizados para mostrarse a sus criaturas. A las perfectas, a través de la Perfección. A vosotros, criaturas evolucionarías, a ti, Juan, por medio de la muerte y de la vida. Sois doblemente afortunados. Por el sueño de la muerte emprenderéis el largo camino ascensional hacia la Isla Nuclear de Luz. Por la vida —ahora— emprenderéis el descubrimiento del don divino, instalado en el séptimo y más profundo de los círculos de tu pensamiento. Yo soy Juan, el que busca ese séptimo círculo. Dame tu mano y sígueme. Esto fue escrito en el pensamiento de cada mortal: "El mundo de la Perfección se estremece al comprobar cómo un Dios Omnipotente busca a sus criaturas más indefensas y limitadas. Y el mundo de la Perfección se estremece igualmente ante vuestra natural ceguera. Estáis destinados a la Perfección pero no lo sabéis. Sois parte de la Perfección, pero no lo sospecháis"».

De lo finito inferior a lo finito superior

«Escucha, Juan, al Juan que busca. Y escribe cuanto oigas, para que otros descubran también lo que se halla escritos en el segundo círculo del pensamiento humano. Esto dice el que busca: "Sois el finito inferior. Para alcanzar la presencia del Padre es preciso que antes os elevéis hasta el finito superior. El sueño de la muerte no proporciona la Infinitud. Sólo modifica vuestra finitud, casi animal, a una finitud espiritual superior. Y de esfera en esfera, de mundo en mundo, de plano en plano, de realidad en realidad, vuestra búsqueda de Dios limará la finitud. Pero alegraos: dentro de vuestra finitud, siempre tenéis la oportunidad de cogeros de la mano de Dios. Basta con reconocer su íntima Presencia, instalada en el séptimo círculo de vuestro pensamiento"».

No hay segundos en la carrera de la ascensión

«No subestiméis a los desheredados de la fortuna o de la inteligencia. Es cierto que en la existencia mortal, cada cual ha recibido según el designio divino. Los mortales del reino no son iguales. A unos les anima la voluntad. Otros, en cambio, son ricos en lealtad o desinterés. Muchos no alcanzan jamás el poder terrenal o la opulencia. Los más viven en el error. Pero yo, Juan, el que busca, te digo que, en la carrera espiritual hacia el Padre, todos han sido dotados del mismo bagaje. La perspicacia espiritual y la significación cósmica no dependen del grado de civilización, del bienestar material o de las desigualdades socio-morales de los mundos del tiempo y del espacio. No hay segundos en la carrera de la ascensión al Paraíso. El don divino que yace en el pensamiento de cada hombre pesa, brilla y mide exactamente lo mismo en el caso del sabio que en el del desheredado. El Monitor de Misterio que habita en cada uno de vosotros ha sido medido en la balanza sin medida del amor del Padre. Todos tenéis, por tanto, la misma dotación espiritual. Todos tenéis, por tanto, el mismo privilegio. Todos tenéis, por tanto, idéntico patrimonio. Todos, a pesar de vuestras diferencias en la carne, sois hijos del mismo Dios. Todos podéis encontrarle, en su momento. Y ese momento, siempre llega».

El gran momento

«Y yo, Juan, el que busca, te digo: Está escrito. Ese sublime momento —el histórico momento en el que la criatura mortal descubre a su Monitor de Misterio— se produce cuando su pensamiento se entrega a la voluntad del Padre. Aquel que se abandona sincera y generosamente a las manos del Padre es partícipe de la gran revelación. A partir de ese instante sabrá de su magnífico estatuto de hijo de un Dios. A partir de ese instante habrá emprendido la prodigiosa aventura de la búsqueda consciente de la Divinidad. A partir de ese instante, su Monitor de Misterio hará el resto y le conducirá sin tropiezo. He aquí el secreto de los secretos de los mundos de los Superuniversos: hacer la voluntad del Padre. El que se entrega al Padre y hace su voluntad recibirá al punto la máxima revelación: sabrá entonces que es inmortal. Sabrá entonces que se halla irremisiblemente condenado a la felicidad. Sabrá entonces que Dios está en él y que el universo es suyo. Nada podrá detenerle en su carrera hacia el Paraíso. La iniquidad, el error y las dudas terminarán estrellándose contra el muro de su fe. Hacer la voluntad del Padre es el único salvoconducto hacia el centro del Gran Universo. El deseo de asemejarse al Padre es el único requisito para traspasar distancias, tiempos y barreras».

Escrito hasta la Eternidad

«Y yo, Juan, el que busca, el que ocupa el segundo círculo de tu pensamiento, abro ante ti lo que está escrito hasta la Eternidad: "El Padre desea que todas sus criaturas lleguen a la íntima comunión con Él. En el Paraíso hay un lugar para cada uno". Por ello, grabad a fuego en vuestro intelecto lo que ha sido escrito hasta la Eternidad. Esto ha sido escrito en las paredes de la Isla Eterna: "Dios es susceptible de aproximación. Dios es accesible".

»El Padre no tiene prisa. Él regala el tiempo. Él concede el tiempo y el no tiempo para llegar a la Eternidad. Su presencia y personalidad no desmerecen porque vuestro camino hacia el Paraíso sea largo y penoso. Aunque vuestro paso sea hacia atrás, Él aguarda. Aunque los millones de esferas de prueba y perfección que os contemplan fueran duplicados por el Destino, Él estaría siempre al final. La impaciencia os consumirá en la materia. Nunca más allá del primer sueño de la muerte. El Hijo Creador lo anunció: "Ahora voy al Padre, a fin de prepararos un lugar". No dudéis que así es en verdad. No dudéis que algún día os hallaréis ante la presencia de la Deidad. El Monitor de Misterio que os habita es vuestra garantía. ¡Dichoso aquel que se funde con él! En ese instante, en ese histórico instante, habrá aceptado hacer la voluntad del Padre y su destino eterno aparecerá ante él como un suceso irreversible. ¡Dichoso el que se identifica con su don divino, con su Monitor de Misterio! Habrá recorrido la mitad del camino».

La potestad de elegir

«Y yo, Juan, el que busca, el que porta el cayado de peregrino y ocupa el segundo círculo de tu pensamiento, te anuncio: El poder y la misericordia del Padre son tales que incluso los que rechazan hacer la voluntad de Dios se aproximan a Él. Incluso ésos dudarán en medio de la iniquidad. La duda es como el estallido de un sol interno y divino. Sólo las bestias privadas de voluntad son incapaces de dudar. En la duda humana se encierra la sublime potestad de elegir. Sólo cuando perdáis la capacidad de elegir habréis muerto para la Eternidad. Pero semejante desgracia fue borrada de los archivos de Dios. Amad también a los que dudan. Ellos se debaten en inferioridad de condiciones. Vosotros, los que sabéis de la existencia del don divino en el séptimo círculo del pensamiento, estáis armados. Ellos, en sus negras vacilaciones —tan cerca y tan lejos de la Verdad—, están desarmados».

La aventura ha comenzado

«¡Regocijaos! El que, al fin, decide hacer la voluntad del Padre entra a formar parte de los aventureros de Dios. La Creación es una aventura. Descubrirla por vosotros mismos es la máxima aventura. Y Él, desde el fondo de vuestra alma, se regocija con vuestra aventura. Yo, Juan, el que busca, os anuncio los más brillantes amaneceres, los más sosegados ocasos, lo posible y lo imposible. Ésa es la aventura de Dios. La luz será un hilo en vuestras manos. La materia, una flor que se deshoja entre vuestros dedos. Yo os anuncio que la verdad será vuestra sombra y el conocimiento, uno más de vuestros cabellos. Y tras la aventura del descubrimiento de una esfera sagrada llegará el segundo y el tercero. Y la aventura no tendrá fin. Mirad a los aventureros humanos. Ellos disfrutan en el reto, sumidos en la curiosidad y en el afán de avanzar. Así es la aventura divina: siempre más allá, siempre más profundo, siempre más cerca de vosotros mismos».

El hombre del tercer círculo del pensamiento

3Y la voz que hablaba en mí se extinguió. Y con ella, el segundo nombre, llamado Juan. Y en mi visión habló el tercer hombre. Y al hacerlo, también su rostro quedó lavado de sangre. Y dijo:

«Yo ocupo el tercer círculo de tu pensamiento. Soy Juan, el que aproxima. Yo aproximo el espíritu humano a la presencia física y a la presencia espiritual de Dios. Ven a mí. Aproxímate y te mostraré lo que se halla escrito en el tercero de los círculos del pensamiento de las criaturas del tiempo y del espacio».

Y aquel hombre era igual a mí. En su mano derecha portaba una espada de diamante. En la izquierda, una espada de fuego. Y habló así:

La presencia física de Dios

«Yo, Juan, el que aproxima, te muestro a Dios en todas las cosas. Toca el rocío de la mañana y estarás ante la presencia física del Padre. Besa a tu amada y ese beso será la presencia física del Padre. Escucha el tronar de la turbulencia y habrás escuchado la presencia física del Padre. Alimenta a tu ganado y habrás alimentado la presencia física de Dios. Descansa entre perfumes y estarás reclinado en la amorosa presencia física del Padre. Vela la ancianidad de los tuyos y estarás ante la presencia física de Dios. Abre las páginas de un libro, espía el rumbo de las estrellas, vigila el verde de los campos o llénate del azul de los mares y habrás descubierto su divina y física presencia. Esa presencia física del Infinito descansa en todo lo creado».

La presencia espiritual de Dios

«Y yo, Juan, el que aproxima, te muestro ahora la presencia espiritual del Padre. Mira en el fondo de tu pensamiento. Mira en el séptimo círculo. Ahí está su divina presencia. Él te ha conquistado sin que tú lo hayas advertido. Pero, cuando lo adviertas, cuando elijas hacer su voluntad, esa presencia espiritual te arrasará y tú entero serás presencia física y templo del Creador. Y todo lo creado será tuyo. ¿Por qué especuláis con un Dios remoto? ¿Por qué soñáis con un Dios lejano en los confines de los universos estrellados? ¿Por qué lo imagináis en el trono de los tronos del último de los firmamentos? ¡Qué gran error, cuando Él ha elegido como morada el fondo de vuestros pensamientos!».

Por sus frutos les conoceréis

«Y yo, Juan, el que ocupo el tercer círculo de tu pensamiento, me adelanto a tus dudas. ¿Cómo puedo ser consciente de esa presencia divina? ¿Cómo y cuándo saber que mi intelecto y mi voluntad son un todo con el don divino? Está escrito: "Por sus frutos les conoceréis". No busquéis la infinitud con los ojos materiales de la finitud. La fusión con el Monitor de Misterio no es como el relámpago que hiere los cielos. No es como la piedra que golpea las aguas o como el viento que estremece las copas de los árboles. Es mucho más, pero pertenece al mundo de lo inmaterial. Se os ha dicho que aquel que hace la voluntad del Padre ya ha descubierto su don divino. Y sus actos le delatarán. Los efectos os revelarán la causa. Aquel que penetra en su séptimo círculo, y se funde con el Dios que le habita, obra siempre de acuerdo con la verdad, en consonancia con la belleza y movido por la bondad. Y en mitad de sus supuestos errores, su audacia, su lealtad, su generosidad y tolerancia serán jueces y testigos de su excelsa asociación con Dios. Nada ni nadie podrá confundiros. Nada ni nadie podrá entonces engañaros. Desde ese histórico momento, desde que descubráis en vosotros la íntima y real presencia de la Divinidad, todo tendrá un nuevo sentido. Vuestro código moral se abrirá y toleraréis lo intolerable, amaréis lo que nadie ama y desearéis lo que muchos aborrecen. Seréis pasto de los lobos y luz para los silenciosos. Los poderes del primer hombre, aquel que escupe serpientes, os ridiculizarán y golpearán, pero jamás seréis vencidos. Aquellos que se entregan a la voluntad del Padre y se aventuran en su séptimo círculo mental serán llamados herejes, locos y farsantes. Pero ellos saben que les mueve el Espíritu. Ellos descubrirán el sentido de la vida, su origen y su glorioso futuro. Y no temerán a la muerte. Ellos serán la sal de la tierra y sus obras resplandecerán. Sólo los que logran esa fusión con el Dios que les habita escapan del tedio y de la mediocridad. Son graníticos en medio de la desolación, templados en la gloria y tiernos entre los malvados. No conocen su propio nombre. Probad a suplicarles, Probad a buscarles. Probad a descansar en su silencio reposado. Siempre están dispuestos. No conocen la palabra no. Están revestidos de hierro, pero son dulces como el corazón de una mujer. Aman hasta el final y nunca pierden. Nada poseen y, sin embargo, son los dueños del mundo. Mirad a vuestro alrededor y decidme: ¿no son ya legión?».

El hombre del cuarto círculo

4Y en mi visión habló el cuarto hombre. Su nombre era Juan y vestía como yo. Pero sus vestiduras eran radiantes como cien mil soles. Y nadie hubiera podido mirarle cara a cara. Y al hablar, su rostro se limpió de sangre. Y este hombre, como el segundo y el tercero, tampoco estaba encadenado. Y dijo:

«Yo ocupo el cuarto círculo de tu pensamiento. Soy Juan, el que adora. Te mostraré la plegaria y te mostraré la adoración».

Y al hablar Juan, el que adora, todos los hombres, excepto el primero, se postraron en señal de sumisión.

«Está escrito: la adoración se basta a sí misma. La plegaria, en cambio, es interesada. Aquellos que conocen al Padre le adoran, pero jamás le piden. La verdadera adoración no busca contrapartidas. Se adora a Dios por lo que es. Nunca por lo que otorga. La adoración no pide ni espera nada a cambio. Es la suprema manifestación de la humildad de las criaturas. Nos inclinamos ante Él en un espontáneo y natural gesto de amor, reconociendo así su gloria y majestad. El hombre primitivo adora a los invisibles dioses de su imaginación y a las desatadas fuerzas de una Naturaleza que ignora y lo hace siempre por temor. El hijo de Dios adora siempre por amor.

»La adoración sincera es otra señal de la fusión del pensamiento humano con el don divino. Aquellos que lo han descubierto se inclinan por sí mismos y sin esfuerzo ante el Dios que les habita. Sólo los sabios y los humildes pueden comprender este sublime acto de reconocimiento.

»La experiencia de la adoración es mucho más que el simple acatamiento de una criatura a su Creador. La adoración pura representa un titánico esfuerzo del Monitor de Misterio por mostrar al Padre de los Cielos lo más puro y noble del alma humana. Es en el acto de la adoración donde el don divino que os habita regresa fulminante a su origen, mostrando al Todopoderoso la magnificencia del alma que le ha sido encomendada. La adoración, por tanto, es uno de los máximos ejercicios de elevación espiritual del yo humano, que presiente así su destino final. El pensamiento humano consiente en adorar, colmando los deseos de su don divino. Y el hombre se eleva entonces en todos sus niveles: el mental, el espiritual y el personal».

Pedid respuestas, no beneficios

«Y ahora, Juan, te mostraré la plegaria. Aquellos que adoran y suplican a un tiempo no adoran ni rezan. Están pidiendo lo que ya tienen, incluso antes de que lo necesiten. La plegaria nunca debe perseguir beneficios materiales. Ésos son fruto del amor del Padre; nunca de vuestras oraciones. Aprended a orar para satisfacer la insatisfacción espiritual. Pedid respuestas, nunca dones. Y la sabiduría del Padre os colmará plenamente. Mejor aún: rezad hacia vuestro interior y el don divino que os habita sabrá iluminaros. El hambre insaciable del espíritu y del pensamiento humanos sólo encuentra reposo en la oración. El hambre material no es de vuestra incumbencia. ¿O es que sois menos que las aves del cielo? Y ha sido escrito: "Ellas no siembran ni recogen, pero el Padre Celestial las alimenta"».

Juan, el del quinto círculo

5Y el quinto hombre me tocó en la frente, diciendo: «Yo ocupo el quinto círculo de tu pensamiento: el círculo de la verdadera religión. Mi nombre es Juan».

Y en mi visión vi cómo su rostro se lavaba. Y este quinto hombre tampoco se hallaba encadenado. Y dijo:

«Sólo hay tres religiones. Ven y te las mostraré».

Y vi a una gran multitud que lanzaba alaridos y se postraba rostro en tierra, presa de enorme excitación y miedo. Sus cabellos se hallaban cubiertos de ceniza y levantaban altos fuegos a los dioses e ídolos de barro y de metal. Y esos dioses eran el rayo y la luna y la propia tierra. Y el quinto Juan habló:

«Ésta es la primera de las religiones: la del miedo. Los hombres evolucionarios del tiempo y del espacio deben pasar por esta etapa. Aún no conocen al Padre y, en su natural oscuridad de pensamiento, asocian aquello que temen a la divinidad. Pero el Padre les ama igualmente».

Ví después a otra multitud, tan inmensa como la primera. Habían edificado lujosos templos de mármol y de cedro y la sangre corría por los tabernáculos. Aquellos hombres y mujeres no adoraban al sol ni a ídolos de barro o de metal, sino al Gran Dios. Y ofrecían sacrificios de animales al Gran Dios. Y toda la multitud se postraba ante el altar y ante los sacerdotes del Gran Dios y les eran sumisos. Y el quinto hombre dijo:

«Ésta es la segunda de las religiones: la de la autoridad. Los hombres evolucionarios del tiempo y del espacio pasan igualmente por esta etapa. Ya conocen a Dios, pero no saben aún de su paternidad. Y se entregan leales e indefensos a la voluntad de los ministros y príncipes de sus iglesias. Reciben una precaria paz espiritual a cambio de su total entrega y obediencia a las rígidas y siempre limitadas normas de la organización religiosa a la que pertenecen. Pero el Padre les ama igualmente».

Los jinetes del alba

Y el quinto hombre abrió después el quinto círculo de mi pensamiento. Pero no vi muchedumbres, ni templos, ni sangre, ni dioses. En el quinto círculo galopaba un jinete. Y sus vestiduras eran como el oro. Y su caballo era como el bronce en el crisol. Y al verme levantó su brazo izquierdo, señalando el alba. Y gritó: «¡Sígueme!». Y el quinto hombre dijo:

«Ésta es la tercera de las religiones: la de la experiencia. Los hombres evolucionarios del tiempo y del espacio siempre llegan a ella. Es la religión final. La que yace en el quinto círculo de tu pensamiento. La que descubren y practican todos aquellos que, al fin, se hacen uno con su Monitor de Misterio. La que adoptan todos aquellos que, al fin, reconocen su filiación divina y se entregan a la voluntad del Padre. Ésta es la religión verdadera: la de la búsqueda personal de Dios. La religión de la aventura. La religión de la experiencia individual: la más ardua y difícil. Y cada uno, en solitario, como un jinete de fuego, galopará hacia el amanecer espiritual».

La religión de la revelación

«Sólo aquellos que sean conscientes de la sublime paternidad de Dios podrán comprenderos. El resto os aborrecerá, porque aún se hallan ligados al miedo o a la sumisión. Pero yo te anuncio que ésta es la religión de la revelación.

»Y toda criatura evolucionaría llegará a ella, de igual forma que el niño tiende a la vejez. Si el deseo ardiente de asemejaros a Dios no latiera en lo más íntimo de vuestro espíritu, esa experiencia última no tendría sentido ni sería real. Descubrir la paternidad de Dios y hacerse uno con el don divino que os habita es la señal. Entonces, sólo entonces, emprenderéis la prodigiosa aventura de la verdadera religión. Y esa religión final os colmará porque estaréis ante la más viva y dinámica experiencia de vuestra existencia. La religión no es sólo un sentimiento pasivo de dependencia absoluta y de seguridad en la vida eterna. Es mucho más. La religión de la revelación es un permanente descubrimiento de sí mismo y de los demás. Una carrera febril hacia la felicidad, una acumulación de sabiduría y un continuo sobresalto. No necesitaréis entonces de templos ni de ministros de Dios. Vosotros seréis templo y jueces de vosotros mismos. Vosotros, en esa audaz carrera hacia el alba espiritual, iréis buscando lo mejor de los hombres y lo haréis vuestro. Seréis curiosidad y luz y jamás os llenaréis. La religión de la revelación dará sentido a vuestras vidas terrenales y, más adelante, a las gloriosas experiencias en las esferas del Gran Universo, vuestro inmediato hogar. La religión de la experiencia personal os dará seguridad. Y seréis admirados y respetados por vuestro dominio y templanza, incluso por vuestros enemigos.

»Y está escrito: "Todos serán uno con el Padre". Todos están llamados a la tercera y definitiva aventura de la religión de la revelación. Tarde o temprano, Dios será admitido como la realidad de los valores, como la sustancia de las significaciones y como la vida y la verdad».

El yo y el universo

«El hombre que practica la tercera de las religiones se identifica con el universo. Su yo espiritual e íntimo es uno con la naturaleza. El aventurero de Dios sabe escuchar los murmullos del oleaje. Sabe interpretar la soledad de la noche. Comprende la grandiosa belleza de la armonía universal. Es uno con el arco iris. Es uno con el dolor y con la felicidad de sus semejantes. Las dudas ajenas son suyas. El jinete del alma espiritual no desprecia jamás. Respeta la vida en todas sus formas y circunstancias y sabe que él forma parte de esa vida. Habla de sus sueños y fabrica sus propios sueños. Se levanta con la brisa y es uno más en el cortejo nocturno de las estrellas. El universo es él.

»El que no ha probado aún la religión de la revelación no comprende el universo. Y en su ciego afán por sobrevivir lucha por doblegar la naturaleza. No sabe que él es la naturaleza. ¿Cómo sojuzgar el universo si forma parte de vosotros mismos? Los hombres que dormitan aún en la primera y en la segunda de las religiones no saben que no se puede atar la Naturaleza. Aquel que humilla y despedaza la Creación será aplastado por la Creación. Muchas doctrinas y religiones anhelan y predican la salvación del hombre. Pero, dime Juan, ¿cuál de ellas lo consigue finalmente? ¿Quizá las que prometen salvaros de los sufrimientos, procurando al hombre una paz sin fin? ¿Quizá las que prometen salvaros de las dificultades, estableciendo una prosperidad basada en la rectitud? ¿Quizá las que prometen la armonía y la belleza, divinizando la belleza? ¿Quizá las que prometen salvar al hombre del pecado, asegurando la santidad? ¿Quizá las que prometen la liberación de los rigurosos códigos morales de las anteriores? Yo te digo, Juan, hijo del trueno, que sólo existe una religión capaz de salvaros: la que os salva de vuestro propio yo y que libera a las criaturas de su aislamiento en el tiempo y en la eternidad. Esa religión de la revelación yace en lo más íntimo de tu espíritu. Ésa es la religión de Jesús de Nazaret: la religión de los jinetes del alba espiritual; la que libera el yo, haciéndoos uno con el universo».

«Conoced a Dios y os conoceréis»

«Mira a tu alrededor y dime: ¿qué ves?».

Y miré y vi a mi propio pueblo, encadenado a la Bondad. Y vi también a los griegos, encadenados a la Belleza. Y vi a los pueblos de Oriente, encadenados a la Moral y a la Ética. Y a los de Occidente, encadenados al Poder. Y a los del Septentrión, encadenados al Miedo. Y a los del Sur, encadenados a la Superstición. Y el quinto Juan dijo:

«Ahora ven y mira en el quinto círculo de tu pensamiento, donde yace la religión de la revelación. ¿Qué ves?».

Y miré y vi la Bondad y la Belleza y la Moral y la Ética y la Verdad. Y todo era una sola cosa. Y eran las huellas del jinete de oro que galopa hacia el alba. Y el quinto Juan dijo:

«He aquí la religión del Servicio. Los griegos dijeron: "Conócete a ti mismo". Y los hebreos dijeron: "Conoced a vuestro Dios". Y los cristianos han dicho: "Conoced al Señor Jesús". Y Jesús dijo: "Conoced a Dios y os reconoceréis como hijos de un Dios". Quien tenga oídos, que oiga».

La religión, siempre posterior a la moral

«Pero escucha, hijo de la tierra: todo ha sido previsto en el eterno presente del Señor. No desprecies por tanto a los que aún duermen en la primera o en la segunda religión. La religión, en sí misma, es una consecuencia natural de la evolución humana. Nace siempre tras la moral. Y ésta tiene su origen en un supremo hallazgo: la conciencia de sí mismo. La moralidad, aunque brote en la tierra inculta del reino animal, evoluciona siempre y abre las puertas al estadio de las religiones. A pesar de sus imperfecciones, la religión es un sagrado paso y todos estáis sujetos a ellas. La religión es un fenómeno universal en los mundos del tiempo y del espacio. Pero no equivoquéis vuestros juicios. La religión jamás descansa en los hallazgos de la ciencia. La ciencia ratifica la religión. La religión jamás descansa en las obligaciones de la sociedad. Las deficiencias de la sociedad consolidan la religión. La religión jamás descansa sobre las hipótesis de la filosofía. La filosofía se debe a la religión. La religión jamás descansa sobre los deberes de la moral. Es la moral la que se refugia en la religión. La religión es un reino independiente que impregna los cuatro niveles de la fraternidad universal: el físico o de la supervivencia material; el social o de la comunión de todos los seres vivos; el nivel de la razón moral o del deber y el espiritual, en el que el hombre adquiere conciencia de su filiación divina.

»Mirad a vuestros sabios, filósofos y artistas. Los primeros investigan los hechos y la mayoría concibe a Dios como una fuerza. ¿Están en la verdad?

»Mirad a los filósofos. Se inclinan a creer que Dios es una unidad universal. Y muchos de ellos se han vuelto panteístas. ¿Están en la verdad?

»Mirad a los artistas y creadores. Piensan en Dios como un ideal de belleza. Dios es la suprema estética. ¿Están en la verdad?

»Y yo te digo, Juan, que todos ellos duermen en la primera o en la segunda de las religiones, incluso sin saberlo. Los aventureros de la religión de la revelación creen en un Dios Padre, que garantiza su supervivencia en lo material y en lo espiritual. Sabios, filósofos y artistas descubrirán algún día que la religión de la revelación, la de la experiencia personal, la de los jinetes del alba, es el gran banco de la ciencia, de la verdad y del arte. Los aventureros de Dios no temen a la Ciencia. Son insaciables. Buscan en ella y descubren maravillados que los hallazgos científicos ratifican y subrayan la presencia de la Deidad. Pero la Ciencia es una escalera sin fin. Cada paso provoca un nuevo paso. Cada explicación, mil nuevos hechos inexplicables. Cada gota de luz, un universo de oscuridad que espera. La religión de la revelación —la de los jinetes del alba espiritual— no es Ciencia, aunque cabalgue sobre ella. »Los aventureros de Dios gozan con la Verdad. No la temen. Y en su largo camino ascensional hacia el Paraíso van recogiendo y haciendo suyas cada una de las verdades de los demás. No temáis a los que se creen en posesión absoluta de la Verdad. Tarde o temprano serán derribados del monstruo irracional que han elegido por montura. Tomad de la Filosofía y de la Teología aquellas pequeñas dosis de verdad que os satisfagan. El don divino que os habita se encargará de digerirlas. Pero jamás ancléis vuestro espíritu en una sola verdad. La verdad última y final no está a vuestro alcance. Mirad a los teólogos: la experiencia religiosa espiritual no puede ser plenamente comprendida por el pensamiento material. La doctrina esencial de la concepción humana de Dios crea en ellos una paradoja. La lógica humana y la razón finita no pueden armonizar la inmanencia y la trascendencia. La inmanencia divina de un Dios que forma parte de nosotros mismos y la trascendencia de un Dios que domina lo creado. El aventurero de Dios, aquel que ha entrado en el camino sin retorno de la religión de la experiencia espiritual, ama y busca la verdad, pero nunca se detiene en ella. Sencillamente, la siente. Está escrito: "La Verdad está en el Padre. La Verdad espera al final del camino, pero también es el camino".

»Los aventureros de Dios persiguen la Belleza porque son la Belleza. Aquellos que, al fin, penetran en la senda de la búsqueda personal del Padre, los que aceptan su voluntad y reconocen su filiación divina están en el reino de la Belleza. Y el arte será su horizonte y su presente. La Belleza les saldrá al paso. La Belleza se sentará a su mesa y la Belleza velará sus sueños. Y serán distinguidos con la luz de la Belleza interior: la más codiciada en el reino del Padre».

El hombre del sexto círculo

6Y el sexto hombre me habló: «Yo ocupo el sexto círculo de tu pensamiento. Soy Juan, la conciencia de Dios».

Y en mi visión vi cómo el rostro del sexto hombre quedaba limpio de sangre. Y tampoco se hallaba encadenado. Y abriendo la primera de las puertas del sexto círculo dijo:

«¿Qué ves?».

Y me vi a mí mismo. Era un Juan que ceñía una corona de bronce. Y el sexto hombre dijo:

«Ésta es tu conciencia mental. Ella apenas comprende a Dios. El pensamiento humano es tan limitado que ni siquiera se comprende a sí mismo. No busques ahí lo imposible. La conciencia de Dios está más allá. La conciencia mental de los mortales del tiempo y del espacio es como un niño recién nacido: ve, escucha y siente, pero no puede asimilar aún las realidades que le envuelven. Dale tiempo. Aquellos que se empeñan en dibujar a Dios en su pensamiento fracasan antes de intentarlo. Algunos, a lo sumo, en un alarde de voluntad o de imaginación consiguen esbozar los rasgos de un Dios humano o de un Dios fuerza. Pero el Padre es el Absoluto y el Absoluto no tiene forma».

Y abrió después la segunda de las puertas del sexto círculo de mi pensamiento. Y dijo:

«¿Qué ves?».

Y me vi a mí mismo. Era un Juan que ceñía una corona de plata. Y el sexto hombre dijo:

«Ésta es tu conciencia del alma. Ella tampoco comprende a Dios, pero lo intuye. El alma humana, como el pensamiento, procede del Padre pero en las criaturas evolucionarias se hallan vacíos. Se llenarán por la experiencia. Se llenarán por el dolor y por la belleza. Se llenarán finalmente a través de la aventura de la religión de la revelación. El alma humana lleva impresos los atributos y excelencias del Padre. Por ello, sin saberlo, tiende a Él. Es el alma la eterna insatisfecha. La eterna curiosa. La permanente buscadora. Es el alma la que añora la felicidad y la perfección, la que jamás descansa y la que teme. Ella lleva la semilla del ideal divino que algún día verá brotar y madurar. Dale tiempo. Aquellos que se empeñan en idealizar a Dios en los mundos del tiempo y del espacio corren el riesgo de confundir al Padre con cualquiera de sus atributos. El alma humana está preparada para fundirse con el Padre, pero dejad que camine. No se alcanza la meta en el primer paso. Dios no es sólo Belleza. Dios no es sólo Amor o Bondad o Misericordia o Poder o Rectitud o Eternidad. Dios lo es todo».

Y el sexto hombre abrió la tercera de las puertas del sexto círculo de mi pensamiento. Y dijo:

«¿Qué ves?».

Y me vi a mí mismo. Era un Juan que ceñía una corona de oro. Y el sexto hombre dijo:

«Ésta es tu conciencia del espíritu. En ella habita tu Monitor de Misterio. En ella descansa el don divino que te fue asignado en el momento de tu creación. En ella vive la fracción de Dios. He aquí la parte más sagrada de tu yo. ¡Dichoso aquel que descubre el secreto de su sexto círculo! ¡Dichoso aquel que se sabe habitado por el Padre! Antes de ese histórico hallazgo —el más trascendental de vuestras vidas encarnadas—, el espíritu del hombre se siente huérfano y desamparado. Una extraña e incomprensible fuerza le impulsa hacia las realidades espirituales. Su espíritu está creado para eso. Pero, mientras no sea consciente de su divino morador, mientras no se haga uno con el Monitor de Misterio, todo será bruma e indecisión. Dale tiempo. Aquellos que se empeñan en participar de las verdades espirituales, sin haber descubierto primero que están poseídos por un Dios, quemarán inútilmente sus energías y correrán el riesgo del desánimo y de la incredulidad. El espíritu del hombre encierra a Dios. Y algún día se abrirán sus ojos. Dejad que camine por sí mismo. En el histórico momento en que un ser humano decide abandonarse en las manos del Padre de los Cielos y hacer en todo su voluntad, ese día, Juan, la Creación se conmueve de júbilo. Ese día, Juan, ese hombre habrá abierto la conciencia de su espíritu».

La clara idea de la personalidad de Dios

«Y ese día, Juan, pensamiento, alma y espíritu humanos unirán sus fuerzas y la idea de la personalidad de Dios brillará con claridad en la criatura evolucionaría del tiempo y del espacio. Y la conciencia mental dibujará a Dios como Padre. Y la conciencia del alma reconocerá a Dios como Padre. Y la conciencia del espíritu se hará una con el Padre. Y el hombre sabrá entonces que, por encima de todos sus atributos y excelencias, la verdadera personalidad de Dios es la de Padre Universal. Y a partir de ese memorable instante, ese hijo de Dios, consciente ya de su origen y naturaleza, será un nuevo jinete del alba. Su peregrinaje no tendrá retorno. En ello reconoceréis lo que fue escrito: "Y el hombre fue hecho a su imagen y semejanza"».

La supervivencia eterna

«Será en ese histórico momento, cuando el pensamiento cree en Dios, cuando el alma le reconoce y cuando el espíritu le desea, cuando habréis apostado por la inmortalidad. Será entonces cuando la criatura evolucionaría adquirirá plena conciencia de su gran patrimonio: la vida eterna. Y esa conciencia será tan firme y sólida como los pilares que sostienen al propio Dios. Inclinaos por tanto ante el generoso sacrificio del Hijo del Hombre, que no dudó en alejarse temporalmente de su gloria para recordaros la gran verdad: sois afortunados. Sois hijos de un Dios. Sois inmortales. ¿Es que puede caber mayor honor y mayor alegría? ¿Pueden decir lo mismo las criaturas del mar o las que pueblan los aires? ¿Pueden las estrellas proclamarse hijas de un Dios? ¿Puede aspirar el universo a la inmortalidad? Sólo vosotros, hijos del amor divino, portáis en vuestras sienes el gran título de "eternos". Ni las limitaciones del intelecto, ni las restricciones sociales, ni la carencia de poder o de fortuna, ni siquiera la ausencia en vida de los mínimos privilegios educativos o morales os invalidarán para esa vida eterna. La presencia en vuestro espíritu de la fracción divina no depende de los hombres o de las circunstancias que os rodean durante el breve paso por la tierra. ¿O es que la facultad humana de procrear se halla supeditada al estatuto social, económico, moral o educativo del hombre? Es el poder de transmisión de la vida el que garantiza y asegura vuestra progenitura. En las realidades espirituales sucede lo mismo. Vuestra inmortalidad no depende del mundo. Vuestra vida eterna no está supeditada al premio o al castigo de la Divinidad. Sois eternos, aunque seáis presa del error o de la confusión. Ése es vuestro gran patrimonio. Y ningún poder sobre el mundo podrá negaros lo que es vuestro por decisión del Padre. Dejad a un lado las pueriles interpretaciones religiosas sobre la salvación y la condenación. Son los hombres, en su torpeza y limitación, quienes se afanan y empeñan en salvar o condenar. Dios sólo puede sonreír con benevolencia ante semejante actitud. ¿Por qué os atormentáis con la idea de un fuego eterno, supremo castigo para los que no acatan las leyes eclesiásticas? No levantéis calumnias contra el amor del Padre. Si Dios hubiera creado un infierno, toda nuestra fe sería vana. El Padre Universal es el supremo Amor. Y el amor no sabe de venganzas. El amor no conoce la iniquidad. El amor se entrega. El amor no guarda rencor. El amor no castiga ni salva. El amor espera. El amor vela. El amor busca. El amor es la paz. Si vosotros, limitados padres terrenales, no buscáis el mal para vuestros hijos —ni siquiera para los rebeldes o equivocados—, ¿por qué maltratáis la imagen del Gran Padre, haciéndole responsable de lo que ni siquiera es digno del hombre? El infierno del que hablan vuestras iglesias está en aquellos que aún no han descubierto su origen, naturaleza y destino divinos. No hay mayor infierno que la ceguera espiritual, ni peor castigo que sentirse huérfano de Dios. Mirad a los que todavía no se han decidido a buscar a Dios. Se debaten en la infelicidad. Nunca poseen lo suficiente. Nunca confían. Todo tiene un precio: incluso el amor. No sonríen hacia fuera, sino hacia su propio egoísmo. Atan y encadenan a sus semejantes con los lazos del interés personal. No saben aún de la generosidad por la generosidad. Huyen de sí mismos. La soledad del alma les espanta. Jamás hablan de los demás, sino de sí mismos. No conocen el color de la serenidad. Nunca escucharon la voz de su don divino. No aceptan la derrota de su yo y, consumidos por la soberbia y el más negro de los egoísmos, prefieren destrozar a renunciar. Pero a éstos también les llegará el gran momento».

El hombre del séptimo y último círculo

7Y en mi visión habló el séptimo y último de los hombres. También su nombre era Juan y su rostro era mi rostro. Y al hablar, su rostro quedó limpio de sangre. Y esto fue lo que dijo:

«Yo ocupo el séptimo círculo de tu pensamiento. Soy Juan y encarno la personalidad que te ha sido conferida. Esto es lo que hallarás en el último y más profundo círculo de ti mismo».

Y el séptimo hombre dijo:

«Es Dios Padre quien otorga y sostiene la personalidad de cada una de sus criaturas. Cada uno tiene la suya y todas son diferentes entre sí. Y no existe en lo Creado quien no la haya recibido del Padre. Él es el Dios de las Personalidades. Desde vosotros, las criaturas más humildes, hasta las personalidades con dignidad de hijos creadores, todos en el Gran Universo han recibido un nombre, un destino y un poder. Todo ello se resume en la palabra Personalidad. Y tú, Juan, eres dueño de la tuya. Pero ¿la conoces?».

Un misterio impenetrado

«Escribe cuanto escuches porque es ésta la palabra de la sabiduría. No preguntes ahora por tu verdadero nombre. Tú mismo lo descubrirás más allá, tras el primer sueño de la muerte. Ese nombre celeste —tu verdadero nombre— procede de la sabiduría de Dios. Juan, el hijo del trueno, es fruto de la tierra. Juan es nombre de tierra. El que te fue dado en el instante de tu creación divina es nombre y misterio impenetrado, que tú sólo desenterrarás al otro lado de tu vida encarnada. Y en ese instante, tu nombre brillará sobre tu frente y la Creación te reconocerá. Y tu poder, como tu nombre, te distinguirán allá donde vayas».

La personalidad pertenece a Dios

«Y de la misma forma, Juan, hijo de la tierra, tu personalidad es un misterio impenetrado. Podemos concebir los factores que la integran y sostienen, pero sólo Dios sabe de su naturaleza. Sólo Él sabe de su origen y de su Destino. Sólo Él conoce su significación última. Podemos percibir los múltiples factores que conforman el vehículo de la personalidad, pero jamás su esencia. Eso pertenece al terreno de lo inescrutable. Eso pertenece a Dios. Los humanos no habéis captado el inmenso valor y la divina significación de la personalidad. Ella os distingue. Ella proclama lo más sagrado de vuestra individualidad. En la infinita armonía de lo creado, vuestra personalidad rompe con todo lo previsible. Forma parte de lo sorprendente, de lo único y, en suma, de la extrema sabiduría del Padre. Contemplad las múltiples personalidades que os rodean y comprenderéis que hablo con la verdad. Nada en la Naturaleza iguala semejante prodigio divino. Ningún animal, ni una sola de las flores, ni uno solo de los insectos, ninguna de las estrellas se distingue del resto por su personalidad. Ellos no han sido distinguidos con ese don del Padre. Sólo vosotros y nosotros hemos sido revestidos del magnífico ropaje de la individualidad. La personalidad existe en todas las criaturas dotadas de pensamiento y voluntad. Pero no confundáis ese sagrado privilegio. La facultad de pensar no constituye la personalidad. Ni tampoco el espíritu o la inquieta alma. La personalidad es una cualidad, una suma de valores cósmicos, procedentes directamente del Padre y conferidos en exclusiva a los sistemas vivos en los que la energía física, el pensamiento y el espíritu se asocian y coordinan, formando un todo. No equivoques tu juicio, Juan, hijo del trueno: la personalidad no es tampoco un logro progresivo. Existe o no existe. Está o no está. Y si el buen Padre la concede, esa Personalidad será inmutable e indestructible. Que no la conozcáis en su plenitud no significa que no exista plena y rotunda. Que no la experimentéis en plenitud no significa que no pueda ser experimentada. Sois creados con una personalidad que no tiene niñez. He aquí el sublime prodigio de la Infinitud. Sois creados en plenitud, aunque esa personalidad permanezca, de momento, en la sombra de vuestra limitación espiritual. Sois a su imagen y semejanza. Quien tenga oídos, que oiga».

Una atribución exclusiva de Dios

«Nadie puede crear una personalidad. Sólo el Padre. Nadie puede formar su propia personalidad. Sólo Dios la concede y la concede como un bien último y terminado. Podéis moldear vuestro pensamiento. Podéis formar el alma, aproximándola a la realidad de vuestra filiación divina. Pero jamás podréis actuar o trabajar sobre vuestra personalidad. Sólo descubrirla. No está en las manos de los hijos evolucionarios, ni tan siquiera en las de los espíritus perfectos, el modificar un solo pliegue de esa personalidad. Así habéis sido creados y así os presentaréis en la Isla Nuclear de Luz. Y esa personalidad es perfecta, como perfecto es su Alfarero. Ninguna personalidad se halla desconectada del Padre. Ni siquiera durante los oscuros períodos de la vida terrenal. La personalidad de cada hombre duerme durante un tiempo. Pero, finalmente, es descubierta por el yo interior y por el yo de los demás. ¡Qué gran error el de muchos de vuestros educadores! ¿Por qué se esfuerzan en rectificar y doblegar la personalidad propia y las de sus semejantes? Trabajad con lealtad y desinterés por conducir el pensamiento y el alma humanos hacia la realidad de la paternidad de Dios, pero no intentéis tocar la personalidad. Ninguna fuerza, ningún poder se hallan autorizados a modificarla. Es más: jamás lo conseguirían. Dejad que la personalidad del niño crezca. Dejad que él mismo la vea germinar. Dejad que sea él quien la haga volar. Las características de su individualidad son intocables. Ni la maldad, ni el mejor de los consejos, ni tampoco el mejor de los ejemplos alterarán su núcleo. Esa iniquidad y esa bondad pueden debilitar o fortalecer el pensamiento y el alma, pero nunca la figura luminosa e indeleble de la individualidad. El hombre nace y muere sin que su personalidad se vea modificada. En el mejor de los casos, cuando al fin es consciente del don divino que le habita, la descubrirá. Y deberá aceptarla. No preguntéis si vuestra personalidad es buena o mala. Lo que nace de Dios es perfecto, aunque ahora no podáis comprenderlo. No os lamentéis, por tanto, ante lo singular y extraño de la personalidad de los que os rodean. ¿Es que os asombra que cada amanecer sea distinto al anterior? Si esa personalidad es parte de la Divinidad, ¿por qué juzgarla? ¿Es que alguno de vosotros puede juzgar a Dios? La personalidad es un bien divino. Literalmente divino. Respetadla y reverenciadla. Con eso habréis cumplido ante el Padre y ante los hombres».

La liberación de la personalidad

«Sólo después del sueño de la primera muerte, cuando los ángeles resucitadores os devuelvan a la verdadera vida, vuestra personalidad aparecerá ante vosotros en plenitud. Sólo entonces comenzará su gran vuelo sobre todo lo creado. Sólo entonces seréis conscientes del bien recibido. Y será por vuestro primigenio nombre y por esa excelsa personalidad celeste por lo que seréis reconocidos e identificados en el Gran Universo y, en el futuro, en las misiones que os serán encomendadas en los espacios y universos increados. Esa personalidad será vuestro ropaje y vuestro corazón. Un ropaje de luz y un corazón de amor. Y desde ese instante, vuestro yo individual e irrepetible se sentirá libre de la ley de causa y efecto. Sencillamente, seréis conscientes del gran patrimonio de la inmortalidad. Mas no os engañéis. Si la criatura del tiempo y del espacio no descubre en su actual encarnación al Monitor de Misterio que le habita, si no alcanza en esta primera experiencia mortal el histórico hallazgo de su fusión con el don divino, si su personalidad y su espíritu no deciden entregarse a la voluntad del Padre, entonces deberá esperar. Poco o nada cambiará tras el sueño de la primera muerte. Será en la nueva oportunidad donde quizá se convierta en un jinete del alba espiritual». Y las oportunidades son tantas como podáis imaginar. En una de ellas, ese ser dotado de voluntad hará al fin su gran elección. Y con la elección llegará la conciencia de sí mismo, de su origen, de su divina esencia y de su prodigiosa herencia. La inmortalidad es vuestro patrimonio. Así está escrito. Pero sois vosotros, al elegir la búsqueda de Dios, quienes lo descubrís. Mientras esa suprema elección no llega, todo es oscuridad y vacilación. Ni la ciencia, ni la filosofía ni las religiones os podrán convencer de vuestro destino eterno. Sólo al penetrar en la apasionante aventura de la búsqueda personal de Dios recibiréis la señal. Y la señal es siempre una: abandonarse en los brazos amorosos de la voluntad divina. Ese abandono significa elegir. Ese abandono significa comprender que sois hijos de un Dios. Pero esa elección es libre y voluntaria. Nada os forzará a ello. Es el único capítulo en el que el Padre se mantiene al margen. Pero Él no conoce la impaciencia. Esa elección, Juan, hijo de la tierra, es siempre un encuentro obligado, tan cierto como el nacimiento o el sueño de la muerte. Quizá al leer esta revelación, muchos lo intuyan o descubran. Ése será su gran momento. Que detengan entonces su caminar y reflexionen sobre su presente y su pasado. Y si la audacia no ha desaparecido de su alma, que elijan. Bastará con asumir su condición de hijos de un Dios. Bastará con aceptar la voluntad del Padre. Y el milagro se habrá hecho. No son estas palabras nuevas, sino viejas. El Hijo del Hombre las estrenó sobre la Tierra: «Aquel que hace la voluntad del Padre Celestial, ése es mi hermano"».

Y después de todo esto, seis de los siete hombres que ocupan los círculos de mi pensamiento clamaron con una sola voz:

«Éstas son las divinas relaciones de Dios con los hombres del tiempo y del espacio. Quien tenga oídos, que oiga».

Y el primero de los hombres, el que se hallaba encadenado, siguió mudo y cubierto de sangre.