Prólogo

1Hijos todos de las siete Señoras elegidas de Asia: permitidme ahora que os manifieste una nueva revelación —la segunda, después de Patmos—, acaecida en Éfeso por la gracia de nuestro Señor y recibida por este indigno ciervo, que se apaga ya como una lucerna. Dichoso el que lea y escuche esta manifestación del poder del Justo. En ella está el Espíritu de Verdad. Quien tenga oídos, que oiga.

Los siete ángeles guardianes

Encontrándome en Éfeso, yo, Juan, Presbítero, el más humilde de los creyentes, fui arrebatado en sueños a la presencia de los siete ángeles que guardan los siete libros de los siete secretos divinos. Y siete voces, como de trompetas, clamaron ante mí: «Cuanto veas y escuches, escríbelo, para que otros, después que tú, comprendan y glorifiquen al Santo de los Santos. Pero antes, despierta al mensajero divino que duerme en ti, a fin de que él, y sólo él, haga suyo cuanto contienen los siete rollos de los siete secretos del Profundo. Ese libro, Juan, hijo del trueno, deberá ser escrito un día antes de tu muerte».

Las siete voces, como de hombre, partían de los siete ángeles, pero ninguno hablaba. Aquellos siete poderes se hallaban sentados delante de mí y yo supe que era el octavo poder. Y entre ellos y yo flotaban en la luz los siete libros de los siete secretos de Dios. Y cada uno resplandecía con un color y entre todos eran como el arco iris.

Y el primero de los ángeles guardianes se alzó de su trono, desenrollando el primero de los libros. Y clamó con fuerte voz: «Juan, escucha el primero de los secretos. Yo soy el que vela junto al Libro de la Infinitud de Dios».

Este ángel era infinito. Sin principio ni fin. Su rostro de oro se hallaba en todas partes. Sí miraba a la izquierda, allí se hallaba. Si giraba a la derecha, allí encontraba su faz. Y lo mismo sucedía en lo alto y en lo bajo. Y su voz, como el trueno de mil aguas, dio lectura al primer secreto de la secreta naturaleza del Dios único.

De lo infinito a lo finito

«Escucha lo que muy pocos saben. Es la infinitud el primer privilegio y poder del Altísimo. Aunque te fuera dado tocar el Infinito, jamás alcanzarías sus límites. Así es Dios. Sus límites son ilimitados. Nada iguala su entendimiento y grandeza. En su presencia, su luz cegadora es tal que vosotros, criaturas del tiempo y del espacio, confundiríais la luz con las tinieblas. No sólo sus pensamientos y sus planes son impenetrables: todo lo que de Él emana es igualmente infinito. Infinita es su bondad. Infinita en su sonrisa y su misericordia. Infinita es la sombra de su luz, que cubre hasta la última de las estrellas. ¿Cómo intentar averiguar sus años? ¿Es que no sabéis que el cielo y los cielos de los cielos no pueden contenerle? Sus juicios son insondables e impenetrables sus medios. ¡Pobres criaturas mortales! ¿Por qué pretendéis lo que ninguna criatura perfecta pretende? ¿Es que podríais cabalgar siquiera la estela de su infinitud?

»Escucha lo que muy pocos saben. Dios es el único Dios. Él es el Padre Infinito y creador, fiel a sí mismo. Él es la fuente y el dispensador universal. Todas las almas brotan de esa fuente y a ella regresarán. Incluso las de los impíos y constructores de iniquidad. Él es el Pensamiento Primordial, del que emanan todos los pensamientos. Él es el Alma Suprema y el Espíritu Ilimitado de todo lo creado y por crear. La llama de su Espíritu duerme en la Naturaleza, agitando tempestades, verdeando primaveras y colmando ansiedades.

»El Gran Controlador no comete errores. Sois vosotros, mortales imperfectos, quienes alteráis el sabio curso de los acontecimientos. El Gran Padre Universal resplandece de majestad y de gloria y todos sus ejércitos lo saben. Él no sabe del temor. Y ese valor ha sido transmitido a todos sus hijos inmortales. Pero vosotros, aun siendo inmortales, sois temerosos porque ignoráis vuestro propio gran secreto. Él es inmortal. Existe por sí mismo. Es eterno e infinitamente divino y benefactor. He aquí, pobre criatura mortal, el Antecedente de todo lo que ha existido, existe y existirá. Y ese Infinito es tanto más excelente en cuanto —por su infinita bondad y misericordia— ha tenido a bien el tender un puente hacia lo finito: hacia vosotros, el último escalón de lo creado. Ésta es su gran gloria. Con Dios todo es posible. Incluso, que la Divinidad habite en la imperfección. Él es el comienzo y el fin y la causa de las causas. Arrodíllate por tanto ante el primer libro: el de la Infinitud de Dios».

Y así lo hice. Y todos los ángeles, conmigo, se postraron ante el primero de los siete libros de los siete secretos de Dios.

Y el ángel leyó para mí y para cuantos ansían la verdad: «Escucha lo que muy pocos saben. Sólo Dios es consciente de su Infinitud. ¿Puede alguien decir lo mismo? ¿Conoces tú los límites de tu propio espíritu? Él sabe de su perfección y poder. Fuera de sí mismo, sólo el Padre Universal es capaz de evaluarse en forma completa y apropiada. Nadie, salvo Él, tiene ese privilegio. Ni siquiera aquellos que hemos sido creados en la perfección conocemos la esencia y los límites de nuestra propia naturaleza. Sólo Él se conoce y comprende. Sólo Él puede hacer frente, infalible y permanentemente, a todas las necesidades de los universos. Y todos cuantos hemos sido dotados de algún poder dependemos del suyo y del poder de todas las personalidades de la Deidad. Sólo Dios es consciente de todos sus atributos de perfección. ¿Por qué, entonces, hacéis bandera de vuestra caridad, de vuestra justicia o de vuestra sabiduría? A los ojos de los cielos, vuestra perfección es motivo de piedad.

»Escucha lo que dice el primer libro: Dios no es un accidente cósmico, ni tampoco un experimentador de universos. Los soberanos de los universos pueden emprender aventuras. Los padres de las constelaciones tienen a bien experimentar. Los jefes de los sistemas de mundos improvisan. Pero el Padre Universal contempla el fin desde su comienzo. Su plan divino y su designio eterno abarcan y comprenden todas las experiencias y aventuras de sus hijos de todos los mundos, sistemas, constelaciones y universos. Nada le sorprende. Nada es nuevo para Él. Nada le llega por sorpresa. Ni siquiera vuestra libertad. Ni siquiera el fruto de esa libertad. ¿O es que pensáis que sois libres? Estáis destinados a Dios y la fuerza de su amor es irresistible. Podéis cerrar la puerta a su llamada, pero Él la derribará. Él habita el círculo de la eternidad. Sus días no conocen el principio ni el fin. Él no sabe de prisas e impaciencias. No juzguéis a Dios como a un ser mortal. Para Él no hay pasado, presente ni futuro. Él es el tiempo. Él es el no tiempo. Él es el único YO SOY.

»Escucha ahora lo que muy pocos saben. Y siendo Infinito, ¿cómo Dios puede comunicarse con lo finito? ¿Cómo se hace con vuestro amor y con el amor de otras inteligencias inferiores? El Padre Universal, en su infinita sabiduría, ha dispuesto tres grandes puentes, que le permiten descender hasta vosotros y, a su vez, sirven a los mortales en el inevitable camino hacia la Perfección. Vosotros habéis conocido al Justo, Hijo del Padre. He aquí el primer puente. Aunque perfecto en su divinidad, el Hijo ha participado de la carne y de la sangre, haciéndose uno más entre vosotros. Éste es el gran milagro de la misericordia y de la infinitud de Dios. Él se ha hecho hombre y ha sido llamado Hijo del Hombre.

»El segundo puente entre Dios y las criaturas mortales del tiempo y del espacio es establecido a través de las múltiples facetas del que llamáis Espíritu Infinito. A sus órdenes, legiones de ángeles y de otras inteligencias celestiales os socorren y se aproximan a los humanos, velando por vuestro destino. El propio Espíritu Infinito ha descendido igualmente sobre la Humanidad, instalándose en el alma humana.

»El tercer puente entre Dios y vosotros es conocido en el primer libro de los secretos divinos como el Monitor de Misterio. El Padre, en su infinito amor, os ha regalado una parte de su propia esencia. Es por ello por lo que nosotros y todas las criaturas celestiales os reverenciamos. Ese Monitor de Misterio es enviado como un don gratuito y amoroso para que habite en el pensamiento de cada mortal del tiempo y del espacio. Es un regalo que os hace a su imagen y semejanza. Lleváis, pues, en vuestro espíritu la impronta de la Divinidad, que os mantiene y os mantendrá unidos al propio Padre de los Universos.

»¡Dichosos vosotros, criaturas mortales, porque sois como Dios!».

Y los siete ángeles se arrodillaron ante mí, humilde siervo del Señor y reverenciaron a la parte de Dios que convive conmigo. Y los siete poderes que guardan los siete libros entonaron sin descanso: «Santo, Santo, Santo, Dios Infinito, que moras en las almas de los humildes».

Y el primero de los ángeles, aquel que guarda el rollo de la Infinitud de Dios, continuó la lectura de lo que muy pocos saben:

«Es así, y por otros caminos que sólo su Infinitud conoce, como el Divino Padre desciende de lo Infinito a lo finito, llenándonos con su gloria. Es Él quien modifica y humaniza su poder, de forma que su amor alcance a todas y cada una de sus criaturas. Es así como sus vastos dominios se han colmado con su presencia. Es por esto por lo que ostentáis el título de hijos creados por su bondad. No habla el primer libro de los secretos divinos de entelequias, sino de realidades. Vosotros, como nosotros, sois sus hijos queridos y amantísimos, destinados a compartir su amor y perfección. Y todo esto ha sido hecho, y así será hasta el final de los tiempos, como manifestación de su infinito poder e infinita sabiduría. Dios no pierde ni gana con vuestra creación. Pero no os obstinéis en comprenderlo. Lo finito no puede abarcar a lo infinito. Y aun así, aunque vuestro humilde entendimiento no distinga la luz de la oscuridad, todo cuanto aquí está escrito es verdadero. No os empeñéis en entender al Dios Infinito o en interpretar sus designios. Eso sólo llegará en el último día, cuando la larga carrera de perfección que os aguarda desemboque en la Isla Eterna del Paraíso. El hombre mortal no puede desvelar ahora los prodigiosos designios del Padre Universal. Sólo de vez en vez, fruto de esa misericordia divina, las criaturas del tiempo y del espacio reciben la necesaria revelación, que les anima y clarifica. Ésta, Juan, es una de esas concesiones. Escribe, pues, cuanto veas y escuches. Y recuerda que, a pesar de las limitaciones del hombre para hacer suya la infinitud de Dios, el Padre de los cielos sí comprende la finitud de sus hijos. Y os ama, protege y sostiene, tanto más cuanto mayor es vuestra limitada condición y naturaleza.

»El Padre Universal comparte la Divinidad y la Eternidad con gran número de inteligencias superiores del Paraíso. Pero, he aquí otro de los insondables misterios, ¿comparte también su Infinitud? ¿Son Dios y sus asociados en la Trinidad los únicos infinitos en el orden de la Creación? Éste, el primero de los libros de los siete secretos divinos, guarda silencio. Y sólo reza: "En Él vivimos. Por Él nos movemos y en Él tenemos nuestra existencia". Quien tenga oídos para oír, que oiga…».

El segundo libro de los misterios

2Y el segundo de los ángeles abandonó su trono, abriendo el Libro de la Perfección de Dios. Y aquel ángel tenía forma de círculo. Y de él nacía una luz como la de un sol naciente. Y con voz de niño, de hombre y de anciano clamó ante mí:

«Escucha, mortal, lo que muy pocos saben. Éste es el segundo secreto. La naturaleza de Dios es eternamente perfecta. Yo soy su emblema. Vuestros profetas lo comprendieron. Dios es como un círculo, sin principio ni fin. Vosotros, sin embargo, habéis humanizado la perfección, limitando la idea del Perfecto a la perfección humana. Escucha, mortal: el Padre es un eterno presente. La perfección humana, en cambio, es una fugaz sombra de un fugaz minuto de ese eterno presente. El hogar del Padre es el presente. Y en él habita en toda su gloria y majestad. Y el presente de Dios es el pasado y el futuro de los hombres y de cuantas criaturas se mueven en el círculo de la eternidad. Él está literal y eternamente presente en todos sus universos. Y sin Él, el Universo carecería de presente».

«Yo soy el Señor: no cambio»

Y el círculo eterno, sin dejar de girar, nos envolvió en un océano de luz. Y ante este pobre siervo fueron mostradas todas las obras de la Creación. Y en cada una de ellas se hallaba el círculo de Dios. Y el segundo ángel me dijo: «Mira lo creado. La perfección infinita de Dios está en todo. Ni en el fuego de las estrellas, ni en el celo de los animales, ni en la búsqueda de la abeja, ni en el azul del mar, ni en el corazón del hombre hay cambio. Todo es una ilusión. Él trazó sus planes, proclamando el fin desde el comienzo. El paso de los días, el variable rumbo de las aves y la vejez de los mortales no significan cambio alguno. Dios no vuelve nunca sobre sus originales designios. Fueron establecidos en la Perfección y la Perfección es inmutable. El Señor de las luces es el no-cambio. En la conducción de los asuntos universales no existe posibilidad de variación. Todo fue y será de acuerdo a un permanente presente. Él dice: "Yo soy el Señor: no cambio. Mi opinión prevalece. Mi obra es buena y cumpliré todo aquello que me place, tal y como fue establecido". Escucha, mortal: los planes y designios de Dios son perfectos y eternos porque son Él mismo. Nada podéis añadir o sustraer a su obra. El que mata, no rompe ni roba los planes divinos. Incluso la iniquidad cumple su papel. ¿Quién de vosotros podría mejorar la sucesión de los días y las noches? ¿Alguno es capaz de añadir generosidad a la generosidad de la Naturaleza? ¿Te sientes tú con poder para modificar el tránsito hacia la muerte? Todo cuanto hace Dios subsiste. Los cambios de forma, de lugar o de tiempo son espejismos de vuestra mente imperfecta y limitada. Sus planes son firmes, sus criterios inmutables y sus actos, divinos e infalibles, de acuerdo con su suprema Perfección. Fue escrito y escrito con verdad que mil años son a sus ojos como el día de ayer cuando ha pasado y como una víspera en la noche. Pero vosotros no podéis captar la perfección de la Divinidad, de igual forma que vuestro espíritu ignora por el momento su auténtico origen y destino. ¿Es que el mar puede soñar? ¿Puede el hombre cambiarse por el mar? ¿Puedes tú encerrar en tu mirada la luz de una galaxia? Y, sin embargo, Dios es mucho más. Tan perfecto que permite que tú, en la carrera hacia el Paraíso, puedas descubrir y compartir su Perfección».

La inmutable mano del destino

Y el segundo ángel, aquel que me hablaba con voz de niño, de hombre y de anciano, tocó mi frente con su luz. Y la palabra «Destino» quedó grabada en ella. Y el segundo guardián de los secretos de Dios dijo:

«Escucha lo que muy pocos saben. El hombre ha oído hablar de él y le teme porque ignora su naturaleza. El Destino no es un fantasma, ni tampoco un voluble espíritu errante. Forma parte de los designios del Padre y, como tal, es implacablemente justo y amoroso. Cada mortal del tiempo y del espacio es obra directa del Padre y, por tanto, comparte y compartirá siempre esos designios. Es más: vosotros sois su designio. Y el Destino está en vosotros, escrito desde el principio de los principios, como fiel guardián de vuestra carrera ascensional. Nadie puede escapar al Destino, como nadie puede escapar de sí mismo. No creáis en la ilusión de un Destino modificable. Son muy pocos los que cometen la torpeza de revelarse contra la Perfección. Vuestro camino ha sido trazado desde el origen por la suprema Bondad y Perfección. Las variaciones y los cambios en vuestras vidas —ya fue dicho— son fruto de las fronteras de vuestro intelecto, encarcelado de momento en la imperfección. No os engañéis. Debajo de esas aparentes modificaciones se halla el cimiento granítico de los inmutables y siempre perfectos planes divinos».

Y el segundo ángel preguntó:

«¿Y cuál es el Destino de los hombres? Está escrito: regresar a la fuente de la que manaron».

Entonces, los siete poderes que guardan los siete secretos de Dios fueron a postrarse ante mí, clamando: «Santo, Santo, Santo, Señor Perfecto, tú que derramas el agua de tu amor en cada una de tus criaturas».

Y el gran círculo de la Perfección siguió hablando. «Escribe cuanto veas y escuches. Esta Perfección del Padre no nace de su justicia, sino de la gracia de su bondad. Y es esa bondad perfecta e infinita la que le hace salir de sí mismo, para derramarse en su Creación. Tú y los tuyos sois agua de su agua. Dios, en su Perfección, no se aísla. No conoce puertas. No sabe de límites. Es como un horno eterno que irradia. Vosotros y nosotros y todas las criaturas dotadas de su chispa divina hemos partido de su Bondad y a ella volveremos. Nuestro camino es un permanente retorno. Y Él, en su infinita perfección, se nutre y alimenta, ganando la experiencia de la imperfección en nuestras propias imperfecciones. Fue escrito que somos su corazón, sus manos, sus ojos y sus pies. Él no conoce la imperfección, pero comparte la vuestra y la de todas sus criaturas evolucionarías. Es a través del contacto personal con vuestros Monitores de Misterio como Él se aflige cuando vosotros estáis afligidos. Es en y por la presencia divina que os habita como Él siente, conoce, duda y se duele, haciendo suyas vuestras propias experiencias, alegrías y tragedias. La Suprema Bondad sufre en vuestro sufrimiento. La Suprema Perfección ama y llora en vuestro amor y en vuestro duelo. ¿Es que podéis imaginar mayor sabiduría?».

El tercer ángel abrió el tercer libro

3Y fue hecho el silencio. Y vi cómo el tercer ángel se ponía en pie y tomaba el tercero de los libros de los secretos de Dios. Éste era el libro de la Justicia.

«Escucha lo que muy pocos saben».

El tercer ángel era transparente como el cristal. En su mano derecha blandía una espada, igualmente de cristal. Y en su hoja vi mi pasado, mi presente y mi futuro. Y el tercer ángel leyó en el libro que tenía ante sí:

«Está escrito en el libro de la Justicia: no he hecho sin causa todo cuanto he hecho. Dios es recto en todos sus caminos. Sólo así se alcanza la justicia. Mira esta espada. En ella está tu vida. Ningún acto escapa a su visión. Todo es uno en tu existencia. Y todo será juzgado por ti mismo. Dios no juzga. Serás tú el juez. ¿Por qué interpeláis entonces a su Justicia? ¿Por qué proclamáis vuestros logros y éxitos? Él los conoce porque todo partió de Él. Él ya os juzgó en el instante de vuestra creación. Y os juzgó rectamente y habéis sido premiados con el don de la inmortalidad. Ahora, si lo deseas, júzgate a ti mismo, pero no invoques la Justicia Divina. Ésa ya fue ejecutada».

Y el guardián del libro de la Justicia de Dios me entregó su espada, proclamando: «Guárdala, puesto que tu muerte está próxima. Y haz con ella lo que se espera de ti: júzgate en silencio».

Entonces, al contemplar mi propia vida, supe cuán inútiles e infantiles habían sido mis plegarias, exigiendo de la Justicia del Padre lo que en verdad había estado en mis manos. Yo había solicitado el fuego de los cielos contra los impíos. Yo había pedido la sabiduría para mí y los míos. Yo había clamado por mi salvación, sin entender que los actos de los hombres no mueven ni conmueven la Justicia de Dios. ¡Vana ilusión humana! ¡Vana llamada a un Dios para que modifique, en nuestro beneficio, sus justos e inmutables designios! ¿Es que puedo yo alterar el ritmo de las mareas, implorando la Justicia de los cielos? ¡Torpe de mí, que he pretendido modificar el Destino de mis hermanos, elevando mis preces a Dios! No se escapa a la verdad implorando justicia. No se elude la responsabilidad humana, exigiendo de la Justicia Divina que nos ahorre el dolor o las calamidades. No os equivoquéis, hermanos. Nosotros somos nuestros propios jueces. Y recogeremos aquello que hayamos sembrado. No culpéis de vuestra torpeza a la Justicia Divina, que no acudió cuando la solicitasteis. La Justicia del Padre cumplió al crearnos y justificarnos. Desde ese instante, a nosotros nos toca impartir nuestra propia justicia.

El único castigo divino

Y el tercer ángel puso ante mí el libro de la Justicia y de la Rectitud de Dios. Pero no vi letras. Y el guardián del tercer secreto habló así:

«La Justicia del Padre no se basa en las letras, sino en la Sabiduría y en la Misericordia. Escucha, mortal, porque está escrito: la Sabiduría Infinita es el juez que determina las proporciones de Justicia y Misericordia que a cada cual le corresponden. Dios es infinitamente bondadoso. Su misericordia no conoce el fin. Pero el castigo —el gran castigo— existe».

Y en el libro en blanco de la Rectitud de Dios me fue dado contemplar a una criatura sin igual. Toda ella era de luz y su sombra, incluso, era como el fulgor de mil soles. Y esa criatura se hallaba encadenada con eslabones hechos de soledad y soberbia.

«Escucha lo que muy pocos saben. Tienes ante ti al Maligno».

Retrocedí con espanto, pero el tercer ángel me retuvo, calmando mi temor. Y habló para mí y para toda la Humanidad, diciendo:

«Este ser de luz ha elegido la iniquidad y aguarda el juicio de sí mismo. Si permanece en la iniquidad, si su última palabra es rebelión contra el gobierno de Dios, él mismo se auto aniquilará. He aquí el único castigo-consecuencia que pesa sobre los hijos de Dios. Pero antes, el Maligno verá pasar ante sí la infinita estela de la misericordia. Si su juicio final es contra Dios y contra sí mismo, la sentencia será de disolución. Y lo que fue creado por el Santo de los Santos será reducido a una fracción impersonal que formará parte de la experiencia evolucionaría del Ser Supremo. Su personalidad, su inmortalidad y su poder se habrán perdido para siempre. Será como el no ser. No os engañéis. Aunque no podáis comprenderlo en su justa medida, el mal por el mal, el error completo, el pecado voluntario y la iniquidad por la iniquidad también forman parte del plan de Dios. Pero sólo El conoce el fin y la justificación de sus propios designios. Los que hablamos y nos movemos bajo su sombra intuimos que el mal sobrevive en razón de una misericordiosa tolerancia, que sirva a las criaturas dotadas de voluntad para descubrir por sí mismas lo que es justo y equitativo».

Y el tercer ángel y el resto de los ángeles que guarda los siete libros de los siete secretos de Dios se postraron ante el pergamino de la Justicia y de la Rectitud Divinas, clamando con una sola voz: «Santo, Santo, Santo el Señor de todo lo Creado, que concede a sus criaturas el juicio de sí mismas».

El cuarto libro: el de la Misericordia

4Habló después el cuarto de los ángeles guardianes. Era éste como un anciano venerable, cuya sonrisa no conocía el descanso. Fue el único que no abrió el libro que flotaba ante sí. Pero su voz parecía leer en su propio corazón. Esto fue lo que escuché:

«Soy el guardián del libro de la Misericordia Divina. Escucha lo que muy pocos saben. Y escríbelo en tu corazón, para que otros puedan leer en él, a través de tus obras. La misericordia nace del conocimiento y es templada por la sabiduría. Aquel que no reconoce los defectos y debilidades de sus semejantes no conoce la palabra misericordia. Sólo Dios es infinitamente misericordioso, porque sólo Él habita en el pensamiento de sus criaturas. Sólo Él las conoce y hace suyas sus aflicciones. Ha sido escrito: "Nuestro Dios está lleno de compasión y de gracia. Es lento en la cólera y pródigo en misericordia". Pero estas palabras no le hacen justicia. El hombre finito atribuye a su Creador cualidades que sólo son humanas. Dios no es colérico ni lento en su cólera. La cólera es debilidad y el Padre de los Cielos es la suprema fortaleza. No necesitáis acudir a Dios, porque Él ya está en todos y cada uno de vosotros. Acudid a vosotros mismos y Él os saldrá al encuentro. Todo el que le busca halla consuelo. Su misericordia va de eternidad en eternidad. Él ha proclamado: "Yo soy el Señor que practica la bondad, el juicio y la rectitud sobre la Tierra, pues tomo placer en ello. No aflijo ni apeno a los hombres, pues soy el padre de la misericordia y el Dios de toda consolación"».

No busquéis influencias ante Dios

Y el anciano guardián abrió mi corazón y puso ante mí una visión: en ella estaban todos los santos y mártires que nos han precedido en vida y a los que el hombre creyente ruega y reza, implorando los favores del Todopoderoso. Y el cuarto ángel, sin perder su sonrisa, negó con la cabeza.

Y clamó de nuevo:

«La misericordia del Altísimo no precisa de influencias. Escribe, Juan, para que otros no caigan en el mismo error. Dios es compasivo y benevolente por naturaleza. Él habita en ti y en todos los seres dotados de voluntad. No claméis, por tanto, a los que llamáis santos, porque vuestras súplicas serán estériles. El nacimiento de la más mínima necesidad en sus criaturas del tiempo y del espacio es suficiente para que Él movilice su tierna misericordia. Antes de que elevéis los ojos al cielo, solicitando su favor, el Padre de Misericordia sabe ya de vuestra necesidad. Dejad en sus manos vuestras inquietudes. Él os conoce. Y escucha bien: al igual que Él os ama y perdona porque os conoce, así, vosotros, criaturas mortales, debéis practicar la virtud de la misericordia, conociendo y amando primero a vuestros semejantes. Sólo el que conoce comprende. Sólo el que comprende ama».

El padre y la madre del amor y de la bondad

Y el cuarto ángel puso sus manos sobre mi cabeza, interrogándome: «¿Sabes lo que es la equidad?». Pero no tuve ocasión de responder. Y el anciano, señalando primero el libro de la Justicia y después el de la Misericordia, prosiguió con gran voz:

«El hombre que haga una la justicia y la misericordia habrá alcanzado la equidad. En Dios, la misericordia siempre procrea el amor y la bondad. Es el padre y la madre de ambos. Sin ella, ni el amor ni la bondad podrían existir. Dios es infinitamente bondadoso porque infinita es su misericordia. Y te preguntarás: si existe la justicia, ¿de qué sirve la misericordia? La misericordia no es una violación de la justicia; mas bien, una comprensiva interpretación de las exigencias de dicha justicia, cuando ésta es aplicada en equidad. La misericordia divina equilibra y ajusta las imperfecciones de las criaturas del tiempo y del espacio. La misericordia, hombre mortal, es la justicia de la Trinidad. Quien tenga oídos, que oiga».

El quinto ángel

5«Yo soy el ángel guardián del libro del Amor Divino. Éste es el quinto secreto de la naturaleza del Padre. Escribe, Juan, hijo del trueno, para que otros lo recuerden».

Era la voz del quinto guardián. Se alzó en su trono y, abriendo el libro que le correspondía, arrancó de sus letras un corazón palpitante. Y mostrándomelo, dijo: «Una sola prueba hay y una sola prueba tengo del Amor del Padre. Él concede la Vida. Tú existes por su Amor. Tú has sido regalado con el Monitor de Misterio por causa de su Amor. Ése es su único comportamiento con todo lo creado. Él crea porque ama. Y su amor rebasa todo lo imaginable. Él no distingue entre justos e impíos: su sol amanece para todos por igual. Él envía su lluvia sobre ricos y desheredados, sobre puros e impuros. Él os ama por vosotros mismos. En su amor no hay intermediarios ni condicionamientos».

El Monitor de Misterio

Entonces vi cómo aquel corazón palpitante desaparecía de entre las manos del quinto ángel. Y el corazón, símbolo del amor de Dios, se transformó en mí mismo. Y vi a un Juan todo de luz, de vestiduras de luz y de cabellos de luz. Y el ángel guardián del libro del Amor Divino se postró ante mi otro yo y todos los ángeles le imitaron, exclamando: «Santo, Santo, Santo, Señor del Amor, porque te instalas en los más humildes».

Y en mi visión vi cómo mi otro yo hablaba. Esto fue lo que dijo:

«Juan, escribe cuanto veas y oigas, para que otros también descubran su don divino. No soy tu otro yo, sino la parte más noble de tu yo. Soy el que soy. Procedo del amor del Padre y llevo el título de Monitor de Misterio. No te alarmes: soy Dios y he sido sembrado en tu pensamiento por expreso y directo deseo del Altísimo. ¡Dichoso aquel que, en vida, consiga formar un todo con su Monitor de Misterio! Él le guiará. Él le sostendrá. Él será su refugio y su fuente de sabiduría. Somos como la lluvia benéfica que empapa los campos, otorgándoles sentido. Descendemos en cascada interminable sobre las criaturas dotadas de voluntad y habitamos en ellas hasta que, tarde o temprano, somos uno con vuestro espíritu. Si buscas a Dios, sólo tienes que mirarme. Mírate y reconocerás en ti la chispa de la Divinidad. La búsqueda de la Perfección Infinita será entonces como un juego. Y vida tras vida, universo tras universo, yo te guiaré hacia la presencia del Supremo Amor».

Existo aunque no me veas

Y el Dios que habita en mí y que me guarda se lamentó: «No veis el aire y, sin embargo, nadie duda de su existencia. Tú, Juan, no alcanzas a descubrir las entrañas del sol que te alumbra y, no obstante, confías en su luz. ¿Por qué, entonces, no creéis en el Dios invisible que os asiste y habita? Ciertamente, entre vosotros y Él existe una dilatada distancia. Es mucho el camino que os queda por salvar hasta llegar a su presencia paradisíaca y más aún el vacío espiritual que debéis colmar para intentar comprenderle en plenitud. Pero, desde el instante mismo de vuestra creación, Él ha dispuesto ya ese puente que suaviza la espera. Su Espíritu ha descendido hasta ti y te observa y acompaña en silencio. ¿Quién crees que te empuja hacia la bondad? ¿Quién mueve tu corazón hacia la compasión?

»¿Quién imaginas que levanta tu decaído ánimo? ¿Quién fortalece tu alma ante la adversidad? ¿Quién te hace sabio y justo? ¿Quién llena tus soledades? ¿Quién es esa voz interior, cauta y dócil, que jamás yerra en sus apreciaciones? Nada hay más agradable y sosegado que amar y confiar en el Espíritu de Dios que te inunda. Nada más placentero que saberse habitado y protegido por su infinita sabiduría. El mundo se tornaría dulce y acogedor si sus criaturas del tiempo y del espacio descubrieran el gran secreto que forma parte de su patrimonio.

»Escucha, Juan, lo que muy pocos saben. Muchas de las criaturas que ya conocen su presencia amarían a Dios, aunque fuera menos poderoso e infinito. Es su naturaleza —bondadosa y misericordiosa— la que les mueve al amor. Es admirable que alguien tan grande se entregue con semejante ternura y devoción al cuidado y a la educación de sus más pequeñas criaturas. No olvides que la experiencia de amar, en gran medida, es una respuesta directa a la experiencia de ser amado. Sabiendo entonces que el Padre Universal me ama, ¿cómo no amarle eterna e incondicionalmente, incluso aunque se viera desposeído de sus atributos de Supremo, Último y Absoluto?».

El amor no es Dios

El Juan que me hablaba dejó de brillar y en las manos del quinto ángel apareció de nuevo el corazón palpitante, símbolo del quinto secreto. Y todos, a un tiempo, se postraron ante el Amor, proclamando: «Santo, Santo, Santo Señor, porque tu amor nos persigue ahora y a lo largo de todo el círculo sin fin de las eras eternas».

Y el quinto ángel cerró el libro del quinto secreto de la naturaleza divina. Y dijo:

«Cuando medites sobre la naturaleza amante de Dios, no te sorprendas: tu amor crecerá como la sombra del ciprés en el ocaso. Y enfermarás de amor. Es la única ley del Universo. La única moneda. El único santuario. La única verdad. El amor del Padre hacia sus criaturas, y hacia ti, Juan, es similar al de un padre terrenal por sus hijos, con una única diferencia: el amor de Dios es siempre infinitamente inteligente e infinitamente previsor. Los padres de la Tierra son limitados. Olvidan a veces y fracasan en sus estimaciones. El amor del Padre de los Cielos es sabio. Él es Amor, aunque el amor no es Dios. No yerres en tu pensamiento. El amor lo puede todo, pero carece del poder divino. El amor lo perdona todo, pero sólo el amor de Dios es capaz de la benevolencia infinita.

»Y ahora, escucha lo que muy pocos recuerdan: Dios os ha dado ya las máximas pruebas de su amor. Os ha regalado su propia esencia y sois legítimos propietarios de ella. Se ha revelado a la Humanidad por medio de su Hijo encarnado y ya nadie puede llamarse a engaño. Las criaturas del tiempo y del espacio de este universo conocéis la verdad sobre vuestro origen e identidad: sois hijos de un Dios y a Él se dirigen vuestros pasos. Nunca pierdas de vista que el Padre te ama. Si los hombres lo olvidáis, convertiréis el mundo en el reino del bien; no en el reino del amor. Lamento que tu limitado pensamiento no pueda concebir el auténtico y real significado de la palabra Amor. Poco o nada tiene que ver ese afecto divino con el concepto humano del amor. Lentamente, cuando tu Monitor de Misterio te arrastre a otras moradas, lo comprenderás».

El sexto secreto de su naturaleza divina

6Y en mi visión, el sexto guardián leyó la sexta revelación. Era aquél un ángel de Bondad, con la túnica de nieve del Supremo Sacerdocio. Y el sexto rollo decía así: «Podemos ver la belleza divina en el universo físico: en la geometría luminosa de sus flores, en el silencio esmeralda de sus aguas o en el calculado volar de los soles. Podemos intuir la verdad eterna en el mundo de la mente. Pero ¿y la bondad divina? ¿Dónde descubrirla?

»Escucha, Juan, lo que muy pocos saben. Y escríbelo, tal y como te será relatado, de acuerdo con la revelación. La bondad de Dios palpita en el universo espiritual de cada experiencia religiosa. Eso es la verdadera religión: una fe fraguada en la confianza en la bondad divina. La Filosofía dice que Dios puede ser grande y absoluto. Incluso, de una u otra forma, personal e inteligente. La Religión exige además que Dios sea moral; es decir, bueno. Y yo te digo que éste es el sexto atributo de su naturaleza divina. El Padre Celestial es Bueno por esencia. Y esta revelación sólo se alcanza a través de la experiencia religiosa personal de cada criatura. La religión evolucionaría puede volverse ética. Tan sólo la religión revelada se torna verdadera y espiritualmente moral. El Hijo del Hombre os lo ha revelado: el Padre es una Deidad dominada por la Bondad. Vosotros sois su familia y Él es bondadoso con los suyos».

El Padre de todos

«Ahora escucha, Juan, para que otros hagan suyas las palabras de este sexto secreto. No existe nada en el universo que no proceda de la Bondad de Dios. ¡Bendito el hombre que se fíe de Él! Habrá hallado su sustento y la paz. Es hora de olvidar la voz de los profetas. Ellos proclamaron a un Dios de Israel, siempre justiciero, abrasador y conductor de un único pueblo elegido. El Hijo del Hombre os ha traído la buena nueva. El Dios de la guerra y de la cólera ha sido sustituido por el Padre amoroso de todas las criaturas. Nunca hubo un Dios de Israel. Nunca hubo un Dios vengativo y castigador. No confundáis los deseos de los hombres con la realidad divina. El que llamáis Jesús de Nazaret os ha manifestado la gran y única verdad: el Padre Universal ha sido, es y será la máxima expresión de la Bondad. Dios no ama como un padre, sino en tanto que padre. La Rectitud implica que Dios es la fuente de la ley moral en el universo. Y la Verdad le hace resurgir como un Maestro: el supremo Maestro. Pero no olvidéis que el amor está en el centro. Vuestros profetas y sabios suponen erróneamente que la Rectitud de Dios es irreconciliable con su Amor de Padre. Algo así significaría la ausencia de unidad en la naturaleza de la Deidad. De hecho, este error os ha conducido a una doctrina indigna del Padre: el evangelio del rescate. Dios no salva a nadie. Estáis salvados por el glorioso hecho de ser sus hijos. Y aunque la iniquidad cubriera vuestras almas, Él espera siempre. No suméis a vuestra natural imperfección las imperfecciones del pasado. Nadie puede perder su estatuto de hijo del Altísimo. Y mucho menos, por las hipotéticas culpas de alguien que os ha precedido. Está escrito, aunque no habéis descubierto su maravilloso significado: "El Hijo del Hombre no ha sido inmolado para satisfacer la venganza del Todopoderoso y saldar así una vieja deuda. El Justo se sumó a la muerte por propia voluntad, para que no temáis el siguiente paso de vuestra carrera ascensional. Él vino a proclamar vuestra condición de hijos de un Dios; no a rescataros de las garras de un Dios". Esa doctrina del rescate es, a la vez, un insulto a la unidad y al libre albedrío del Padre Celestial».

La muerte: un sueño

«Volved los ojos hacia el Resucitado. Teméis la muerte porque no la conocéis. Él os ha mostrado la verdad: una realidad gozosa. La muerte ha sido dispuesta por el Padre, no como un mal, sino como un principio. Temer a la muerte es temer a Dios. ¿Es que podéis esperar algo indigno del que os ha regalado la vida y la inmortalidad? No juzguéis con los talentos de vuestra limitación. La muerte es un sueño del que despertaréis resucitados en un nuevo mundo. Pero ése será sólo el comienzo de la larga marcha fuera de la materia. Y otras muertes os saldrán al paso, siempre más allá. Todas han sido calculadas para vuestro bien, de la misma forma que cada amanecer representa una nueva y apasionante apuesta por la vida.

»¿Por qué asociáis el pecado con la muerte? Ciertamente, Dios aborrece el pecado, pero ama a los pecadores. Ni siquiera ante la iniquidad pura puede cambiar su faz y mostrarse colérico. La Bondad Infinita no sabe de esas torpes palabras humanas. El pecado no es una realidad espiritual. Sólo la Justicia Divina advierte su existencia. Su Amor lo trasciende y cae sobre el pecador, acogiéndolo. Sólo si el pecador termina por identificarse con el pecado puede modificarse este comportamiento de la naturaleza divina. Pero son muy escasos los que eligen la maldad. Una criatura mortal del tiempo y del espacio que se autoidentificase con la iniquidad transformaría su estatuto, extinguiéndose. Mas no temáis. Vuestra imperfección os protege de la gran iniquidad. Vuestros errores son siempre fruto y consecuencia de la pesada carga material que soportáis. Él lo sabe y su Bondad diluye vuestra inconsciencia».

El ángel de la belleza y de la verdad

7Y el séptimo y último de los ángeles guardianes de los siete libros de los siete secretos de la naturaleza de Dios se abrió paso hasta mí. Era una doncella. Y su belleza era tal que eclipsaba a los restantes poderes Y antes de abrir el libro de Dios dijo: «Juan, toca mi cuerpo». Y así lo hice.

Y su cuerpo era real y tan cierto como el mío.

«Ahora ya sabes que la Belleza es real. Yo soy la guardiana del séptimo misterio: escucha para que puedas escribir y otros aprendan después que tú».

Y la Belleza abrió el último de los rollos, proclamando: «Está escrito: son la Belleza y la Verdad los últimos atributos de la naturaleza divina. Y ambos se confunden y el universo de los universos no sabe dónde empieza una y dónde concluye la segunda.

«Escucha, mortal, lo que muy pocos saben. La verdad es bella porque, a su vez, es completa y simétrica. No temáis buscar la verdad. No se trata de una ilusión o de una entelequia. La verdad universal y divina es tan cierta y real como la roca que sostiene tu hogar. No os perdáis, por tanto, en los sofismas de la abstracción. Las criaturas del tiempo y del espacio identificáis la verdad con aspectos concretos y limitados de la realidad que os envuelve.

»Y cada ser humano está capacitado para aislar y descubrir miles de esas verdades parciales. Pero, ni siquiera fundiendo esas miríadas de verdades relativas lograríais la posesión de la verdad última. Vuestra conciencia está dispuesta y preparada para detectar la belleza de la verdad y su calidad espiritual, pero la posesión de la gran verdad os fulminaría».

El sabor de la verdad

«Los humanos del tiempo y del espacio anheláis la felicidad. Y yo te pregunto: ¿qué es la felicidad? ¿Es quizá el poder? ¿Puedes encontrarla en la salud? ¿Se esconde en la sabiduría o en la ciencia? ¿Tiene nombre de mujer? ¿Acaso has tropezado con ella en el amor o en la compasión?».

El séptimo ángel, con forma de doncella, guardó silencio. Pero mis labios estaban sellados. Y la mujer sonrió y todo mi espíritu se vio colmado por una intensa felicidad.

«Ya has respondido, Juan, hijo del trueno. La felicidad brota en el reconocimiento de la verdad. Y tú me has reconocido. A diferencia del error, el sabor de la Verdad es siempre un sabor espiritual que sólo proporciona felicidad. Ésta es la señal: reconocerás la verdad por su sabor espiritual. Reconocerás el error por la tristeza y decepción que le cubren. Dios es esa Verdad. Dios es esa Belleza».

Y los siete poderes se postraron ante el Libro de la Verdad y de la Belleza de Dios, reverenciándolo y proclamando: «Santo, Santo, Santo Señor, que eres la Verdad coherente, la Belleza atrayente y la Bondad estabilizadora».

Y la suprema guardiana del séptimo secreto leyó del libro de la Belleza: «Escucha, pues, lo que muy pocos saben. Aquellos que deseen distinguir la suprema belleza, que busquen en la realidad. Dios no se oculta. Su belleza todo lo cubre. Y así es arriba y abajo, en lo finito y en lo infinito, en lo oscuro y en la luz. Si después deseáis poseer esa belleza última, aprended a discernir la bondad divina que descansa en la verdad eterna. Todo es unidad armoniosa en la Creación: bondad, verdad y belleza».

El gran error de vuestros padres

«Ha pasado el tiempo de vuestros padres. Ha pasado el tiempo de la religión de Yahvé. El gran error de vuestros padres estuvo en no saber conjugar la Bondad de Dios con las verdades de la ciencia y de la belleza. La religión ha creído en la Bondad del Padre de los Cielos, pero ha rechazado la verdad y la belleza. La bondad divina no existe en solitario y aisladamente. Los hombres necesitan de todas ellas. Buscan la verdad, precisan de la bondad y se nutren en la belleza. Todo ello forma un único aliento en la naturaleza del Todopoderoso. Toda religión que anteponga sus mandamientos morales a las verdades de la ciencia, de la filosofía y de la experiencia espiritual o a la belleza de la creación y de la Naturaleza perderá su sentido y los hombres la aborrecerán.

»Escucha, mortal, y escribe para que otros no yerren: verdad, belleza y bondad son realidades divinas. Que no separe el hombre lo que es un todo en la esencia del Santo de los Santos. Toda verdad es bella y buena. Toda belleza —material o espiritual— es buena y verdadera. Toda bondad —ya se trate de moralidad personal, equidad social o ministerio divino— es igualmente bella y verdadera. Cuando la verdad, la belleza y la bondad se funden y confunden en la naturaleza humana de los hijos de Dios, el resultado es siempre la felicidad. Para lograrlo sólo tenéis que escuchar la voz de la chispa divina que os acompaña. El es infinitamente bello, infinitamente bueno e infinitamente verdadero. El que tenga oídos, oiga lo que el séptimo libro dice».