Nota preliminar

Suele darse el nombre de edad media al tiempo que se extiende desde fines de la antigüedad con la ruina del imperio romano de Occidente (476) hasta la caída de Constantinopla (1453) o los comienzos de la Reforma (1517). Sin embargo, el pensar filosófico de este período depende en gran manera del pensar de los padres de la Iglesia, por lo cual nos parece indicado, antes de entrar en la edad media propiamente dicha, ocuparnos brevemente de la patrística siguiendo sus principales líneas de pensamiento.

La edad media estuvo dominada por el espíritu del cristianismo. Con referencia al pensamiento medieval se puede repetir el dicho de san Agustín, que por medio de san Anselmo de Cantorbery se convirtió en verdadero lema de la edad media: «Creo para poder saber» (credo, ut intelligam). Por eso la historia de la filosofía no tiene gran cosa que referir sobre este período. En efecto, más que la razón hablaba entonces la fe. El pensar de este tiempo no fue pura filosofía sin presupuestos de otro género, sino religión. Desde luego, estamos ahora hablando en general. Así sucedió con frecuencia, pero no siempre. Se dan casos particulares, que importa conocer. Sobre la edad media se juzga a excesiva distancia. Un barco puede navegar sobre una corriente llevando una carga preciosa. La nave puede hacer agua, las olas asaltarla, las aguas dañar al cargamento. La mercancía puede también transportarse sin daños, incluso se puede cargar algo en ruta. Así sucedió con la filosofía, que había llegado de la antigüedad y en la corriente del pensamiento medieval fue llevada hasta las puertas de la edad moderna. Hubo pensadores medievales en los que la carga filosófica iba a flor de agua de la religión. Tales son san Agustín, san Buenaventura y el Cusano. Sin embargo, aun en estos casos se puede distinguir lo que es pensamiento peculiarmente filosófico, y quien conozca a fondo a estos homines religiosi no podrá negar que filosofaron excelentemente. Otros pusieron empeño en conservar la carga intacta y en seco, como santo Tomás de Aquino. Hasta qué punto se logró esto, lo han de decir las fuentes en cada caso particular; no se puede decidir de antemano y en general. Como tampoco salemos decir de antemano que un filósofo neokantiano o marxista sea incapaz a priori de pensar objetivamente. En todo caso la edad media tomó decididamente partido por la libertad del espíritu. Era doctrina constante que el hombre debe seguir su conciencia personal aun cuando sea errónea; ya que en la patrística se había sostenido esta doctrina. En la cuestión de si un creyente que, conociendo mejor la cosa, no puede asentir a la orden de un superior debe someterse a un castigo disciplinario, Inocencio III decidió ya en favor de la convicción personal y de la libertad: «Todo lo que no se ajusta a la convicción es pecado (Rom. 14, 23); y lo que se hace contra la conciencia edifica para el infierno. Contra Dios no se puede obedecer al juez, sino más bien hay que exponerse a la excomunión». Esta decisión del papa fue incluida en el código eclesiástico. Por eso enseñaron santo Tomás y otros escolásticos que un excomulgado a base de presuposiciones erróneas debe más bien morir en el entredicho antes que obedecer a una orden de los superiores que sea falsa según su conocimiento del caso, «pues esto iría contra la veracidad personal», que no se debe sacrificar ni siquiera por temor de un posible escándalo. Sin embargo, a pesar de esta libertad de espíritu declarada como principio, en esta época no se hizo gran uso de este derecho. No se hacían cargo de lo que significaba. ¿Se han hecho cargo siempre de ello, en otros tiempos? Una vez más, todo depende del caso particular. Por eso es conveniente estudiar las cosas en concreto. Al estudiar los textos medievales queda uno pasmado de la sagacidad, la exactitud, la lógica y la objetividad de este pensamiento.