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Llegaron al auditorio donde se realizaría el unplugged a las cinco en punto. Dado que el concierto iba a grabarse en vivo, la acústica de la sala era muy importante, por lo que no servía cualquier club o sala de fiestas. Y de igual modo era crucial aquella prueba de sonido: todo tenía que ser perfecto.

Los técnicos ya estaban allí, así que, nada más llegar, los chicos se pusieron manos a la obra. Ellas, por su parte, se dirigieron al patio de butacas para disfrutar del espectáculo cómodamente sentadas.

―Menudo rollo ―resopló Diana.

Aunque ciertamente no era muy divertido.

Los componentes del grupo, que ahora eran cinco pues se les habían unido los dos músicos de apoyo, estaban en el escenario con los técnicos, liados entre cables e instrumentos. De vez en cuando tocaban algún acorde, y hacían señas y daban indicaciones hacia la ventana del fondo, a la sala de control donde había un par de técnicos más jugueteando con las luces y el sonido. Lo bueno llegaba cuando tocaban algún pedazo de un tema o cuando se arrancaban con algún solo, como en ese momento Darío, que hizo resonar enérgicamente su batería.

―¿Qué tal ha sonado, chicas? ―les preguntó desde su puesto mientras rodaba una de las baquetas entre sus dedos y se dibujaba una gran sonrisa de suficiencia en su boca.

―¡Esa tarola apenas se oye, Darío! ―exclamó de pronto Vanessa, y a Darío se le escapó la baqueta de la mano y se le petrificó el rostro de la sorpresa. ¿Cómo sabía que se llamaba…?

Carraspeó, se inclinó para coger la varilla de madera y rectificó la posición de uno de los micrófonos que tenía delante, acercándolo a un pequeño tambor colocado a su izquierda, más fino que los demás y con algunas hebras metálicas colocadas en la membrana inferior.

Por su parte, tanto Raúl como Ángel observaban la escena con igual asombro, aunque pronto continuaron con su propia tarea. Entonces, Darío hizo sonar de nuevo la batería y miró directamente a Vanessa, esperando su aprobación.

―¡Ahora suena genial, guapo! ―le confirmó, alzando también uno de sus pulgares, y él sonrió tras lo que le lanzó un beso con la mano.

―¿Quién eres tú y qué has hecho con nuestra amiga? ―Sofía la miró de arriba abajo, como si fuera un bicho raro.

―Me he propuesto que se fije en mí y voy a conseguirlo ―respondió con sonrisa malévola.

―Pues sí que te ha cogido fuerte ―sentenció Diana, aunque Sofía también miraba a su amiga notablemente sorprendida.

―¿Qué queréis que os diga? ―repuso con tono inocente―. Decir que está bueno es quedarse corto, va a reventar la camiseta con esos bíceps ―susurró de pronto mientras se mordía el labio inferior, como si estuviera frente al manjar más apetitoso―. ¿Y habéis visto esa sonrisa? Es encantador.

―Cariño, es parte de su trabajo ―le recordó Diana―, además de que coleccionar mujeres es su afición favorita.

―Mira que eres aguafiestas ―replicó Vanessa cruzándose de brazos y frunciendo el ceño―. Pero tengo muy claro lo que quiere ―añadió con seguridad pasmosa―. Los tipos como él los tengo bien calados y sé perfectamente que no soy más que un polvo fácil, lo mismo que él para mí.

―Joder… ―murmuró Sofía mirándola con la boca abierta.

―Pero si es la verdad ―se rió ella―. Fíjate en cómo me mira.

Sus dos amigas acataron aquella orden y giraron el rostro hacia Darío.

―Dios, te mira como si fueras comida ―masculló Diana haciendo una mueca de asco, y Vanessa rompió a reír.

―Él me resulta igual de apetecible, así que estamos a la par.

―Mierda… ―farfulló entonces Sofía en un susurro apenas audible, volteando el rostro hacia sus amigas, aunque con la cabeza gacha.

―Sin embargo, Ángel te mira como si fueras la mujer más maravillosa del mundo ―apuntó Vanessa, dibujándosele una sonrisa nostálgica en los labios.

Diana echó con disimulo otro vistazo hacia el escenario. Estaba sentado en el borde de la plataforma donde se situaba la batería de Darío, con una guitarra de pie entre sus piernas entreabiertas y ambas manos sobre el clavijero, en las que apoyaba la barbilla. Cualquiera podría pensar que estaba tomándose un descanso, si no hubiera sido por aquella mirada tan intensa que fluía directamente hacia Sofía, mezcla de dolor y devoción.

―Aguanta ―le dijo Vanessa por lo bajo―. Lo estás haciendo muy bien.

―¿Y cómo lo sabes? ―preguntó con más brusquedad de la que pretendía, aunque tampoco rectificó―. Con cada minuto que pasa más me convenzo de que no tendría que haber venido, que debería haberlo dejado correr. Ángel tomó una decisión hace trece años, y si no me dio opción en aquel entonces para hacerlo cambiar de idea, menos me la dará después de tanto tiempo.

―Creí que estábamos de acuerdo en que no perdías nada ―habló Diana ahora―. Como diría mi abuela, ya está todo el pescado vendido.

―¿Y mi salud mental? ―espetó, hundiéndose en la butaca―. Me duelen todos los músculos de la tensión, de tener que controlar cada movimiento que hago, cada palabra. Voy a precisar de tus servicios para que me deshagas los nudos que se me están montando en las cervicales. ―Se pasó la mano por la nuca, estirando el cuello.

―¡Qué exagerada! ―bromeó Vanessa―. ¿No te lo estás pasando bien?

―Sí… de puta madre ―ironizó―. Menos mal que Toni es simpático porque, entre que tú has monopolizado a Darío, y ésta a Raúl.

―No me hables de ese imbécil ―resopló Diana, cruzándose de brazos con gesto torcido.

―¿Ha pasado algo? ―le preguntó irguiéndose, tan extrañada como lo estaba también su otra amiga―. En la comida me ha parecido que charlabais muy animados.

―¿Conoces al chico unas cuantas horas y ya te cae mal? ―la reprendió Vanessa.

―Es un engreído prepotente y un listillo ―sentenció ella.

―Vaya tela…

―¿Es porque es amigo de Ángel? ―Sofía la escudriñó atentamente―. ¿O hay algo más?

Diana la asesinó con la mirada. No en vano eran amigas de la infancia.

―Como también diría tu abuela, te conozco como si te hubiera parido ―bromeó.

―Es que me pone nerviosa su ego inflado cual pavo real en celo, me da dolor de estómago ―espetó molesta, agitando las manos―. Y ya está, no hay nada más ―insistió―. No me miréis así porque yo soy la más objetiva de las tres. Tú estás enamorada de Ángel ―añadió señalando a Sofía―, y tú no haces más que babear por Darío. Y yo aquí salgo sobrando.

―Pero ¿por qué te enfadas? ―replicó Vanessa tratando por todos los medios de no reírse… Diana a veces era cristalina como agua de manantial―. Sabemos que pasas del grupo, pero siempre es interesante conocer a gente nueva.

―Pues él no lo es ―siguió en sus trece―. Y lo he intentado ―afirmó con más pasión de la necesaria―. He intentado ser amable y mantener una conversación amistosa con él. Pero me daba grima cada vez que se inclinaba para hablarme más de cerca, con su sonrisa de anuncio de dentífrico, y ese pelo de anuncio de champú…

―Y los ojos de anuncio de lentillas, ¿no? ―se mofó Vanessa.

―Es un presumido insufrible ―remató―, y espero no tener que volver a verlo.

―Pues la idea es todo lo contrario ―le recordó, inclinando la cabeza hacia Sofía.

La animadversión de Diana se desinfló, al igual que su postura. Si Sofía y Ángel acababan juntos, la posibilidad de ver de nuevo a Raúl era de cien sobre cien.

―Creo que sería mejor para ti que trataras de llevarte relativamente bien con él ―le aconsejó―. Y hay antiácidos estupendos en la farmacia.

―Tranquila, Diana ―dijo Sofía sin embargo―. No creo que la cosa salga como esperamos, así que no tendrás que aguantarlo por mi culpa.

―¿Ya vas a empezar? ―refunfuñó Vanessa.

En ese momento, tanto Ángel como Raúl bajaron del escenario, llamando la atención de las chicas que guardaron silencio mientras los observaban… las tres. Raúl estaba señalando hacia la sala de control, y Ángel sostenía un cigarro aún apagado en la comisura de la boca mientras hablaba con él. Sofía se estremeció en su butaca. Nunca le gustó que fumase, de hecho, cuando estaban juntos, él trataba de no hacerlo frente a ella aunque no abandonase el hábito, pero ella debía admitir que siempre le pareció de lo más sexy, sobre todo cuando lo hacía bailar así, entre esos labios que ella quería sentir devorando los suyos…

Entonces, él se metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón y sacó un mechero, momento en el que se separó de Raúl para dirigirse a la salida de emergencia con la intención de salir a fumar. Su amigo, en cambio, se encaminó hacia el pasillo lateral que bordeaba los asientos, yendo hacia ellas...

―¿Y éste adónde va? ―murmuró Diana por lo bajo, hundiéndose en la butaca, conteniendo el aliento hasta que Raúl... pasó de largo. Ni siquiera las miró.

―Lo tuyo es patológico. ―Vanessa la fulminó con sus ojos claros.

Pero Diana giró la cabeza un instante para asegurarse de que seguía su camino, presumiblemente, hacia la sala de control.

―Creo que todas estamos un poco nerviosas con la situación ―quiso Sofía justificar a su amiga, aunque la mirada de Vanessa cayó sobre ella como una losa.

―Habla por ti ―se quejó desde su asiento―. Yo me lo estoy pasando en grande… y mejor que me lo voy a pasar ―añadió, elevándose el tono de su voz una octava a causa de un repentino entusiasmo.

Tanto Sofía como Diana miraron hacia el escenario… ¿hacia dónde si no? Y comprobaron que Darío también bajaba de la plataforma y se iba hacia la parte de atrás, no sin antes hacerle un inequívoco gesto con la cabeza a Vanessa para que lo siguiera.

―Y sin cortarse un duro… ―murmuró Diana, a lo que Sofía asintió, tan atónita como ella.

―Ni falta que le hace ―sentenció Vanessa, complacida, poniéndose en pie―. Vosotras seguid en vuestro estado de nervios ―dijo con retintín―, que yo sí voy a pasármelo bien un rato.

Y dicho esto, se condujo por el pasillo entre las butacas, y continuó sin detenerse hasta el lateral del escenario, donde Darío aguardaba por ella, con sus musculosos brazos cruzados y una pierna flexionada, con la suela de su bota de militar apoyada en el muro.

―Hola, preciosa ―le dijo con su voz de barítono, y ella se mordió el labio inferior mientras lo miraba a través de sus largas pestañas―. Los chicos querían tomarse un descanso, y yo había pensado ir al camerino a tomarme una cerveza. ¿Te apetece?

Y la miraba de arriba abajo mientras lo decía, como si, en realidad, su idea fuera bebérsela a ella. Vanessa no se contuvo… ¿para qué? Se acercó a él lentamente y apoyó la cadera en su rodilla flexionada, colocándose de puntillas para poder así alcanzar con los labios su oído.

―Cerveza no es lo que me apetece precisamente. ―Y una risa en forma de gruñido resonó en la garganta de Darío.

―Creo que podremos solucionarlo ―sentenció girando el rostro hacia ella, haciendo que sus labios casi se tocasen, tan cerca que podían sentir el calor que desprendían los del otro.

Entonces, Darío le cogió la mano y tiró de ella, arrastrándola hacia el camerino. Cerró la puerta empujándola con la espalda y tomó a Vanessa de la cintura, pegándola a él. Y ella sonrió coqueta mientras apoyaba sus manos en sus hombros y sus senos en sus duros pectorales. Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de Darío.

―Definitivamente, este plan es mucho mejor ―murmuró justo antes de asaltar sus labios.

Vanessa se estremeció. Darío era un hombre muy deseable, y ella se había propuesto disfrutarlo desde que supo que tendría la oportunidad de conocerlo… Pero aquella descarga que recorrió su cuerpo al sentir su boca exigente reclamando la suya, sus brazos poderosos hundiéndola contra él, los músculos fuertes y tensos de su espalda y que ella moldeaba con las palmas de sus manos… Se derretía por dentro, la enloquecía con el tacto de su lengua cálida y traviesa y su sabor a hombre… como si nunca hubiera probado ninguno…

Decidió no seguir pensando.  No creyó que las cosas fueran a suceder tan rápido, pero ella se moría porque sucedieran, sin ataduras, sin compromisos, y gozando de aquel macho divino que con seguridad sabía transportar a una mujer al séptimo cielo.

Notó cómo sus manos abandonaban su cintura y serpenteaban perezosas hacia sus nalgas… Las masajeó con sus palmas mientras la apretaba contra él, clavando su excitación deliciosamente en su abdomen, y ella gimió sobre la boca masculina, complacida, disipando cualquier duda que Darío pudiera tener.

Ciertamente no tenía ninguna, y quedó patente al buscar ahora su pecho con una de sus manos con la única intención de torturarlo. Vanessa tuvo que sostenerse en él al sentir aquella chispa entre las piernas que le producían sus dedos jugueteando con su pezón por encima de la camiseta, mientras su boca seguía causando estragos, abandonando la suya y hundiéndose en su cuello, mordisqueando la piel más sensible, y conduciéndola en un rumbo fijo, sin escalas, a la máxima excitación.

Arqueó su cuello y le dio mayor acceso, cerrando los puños entre las hebras de su oscuro y ondulado cabello para alargar aquella caricia que la dejaba sin aliento. Y mientras tanto, los dedos de Darío seguían haciendo magia sobre su pecho, sintiendo el pezón inflamado y duro como un guijarro…

Vanessa no quiso renunciar a darse el gusto. Deslizó una mano entre ellos y capturó con la palma toda su longitud que ya era imponente a través de la tela de los vaqueros.

Darío gimió contra su cuello y le clavó suavemente los dientes, lamiendo después la zona sensibilizada, como si pretendiera aliviarla por su castigo previo, cuando, en realidad, no hacía más que aumentar la humedad que Vanessa notaba entre las piernas.

Jadeó… Curvó el cuello en busca de la caricia de la boca masculina mientras se apretaba contra él, aunque Darío, de pronto, la abandonó, provocando que Vanessa soltase un gemido en forma de queja.

―Nena, creo que tenemos un problema. ―Le oyó decir entonces.

Sin embargo, Vanessa cogió su rostro entre las manos y tiró de su barba, buscando sus labios, sin querer que dejara de besarla ni aunque estuviera hablando. ¿Qué interés podría tener lo que tuviera que decirle?

―No llevo ningún condón encima ―dijo ahora, y Vanessa sintió aquellas palabras como si fueran un jarro de agua fría.

Ahora fue ella la que alejó su boca, la que lo soltó, mirándolo entre confundida y contrariada. Si no tenía preservativos…

―A pelo, ni de coña…

―No, no ―se apresuró él en contestar, tragando saliva con gran esfuerzo.

Su fuerte pecho subía y bajaba a causa de la agitación, y su mirada lobuna le hablaba de una excitación elevada a la enésima potencia. Y sin embargo, Vanessa sentía poco a poco que iba bajando de aquella nebulosa que le prometía el mayor éxtasis jamás vivido… ¿Qué pretendía? ¿Para qué la había hecho ir entonces?

Darío leyó la pregunta en sus ojos y la empujó ligeramente, separándola un paso de él, mientras una sonrisa entre pícara y vanidosa se dibujaba en sus labios.

―Había pensado que, tal vez, tú…

No continuó, aunque a Vanessa tampoco le hizo falta más.

Con total tranquilidad, separándose ligeramente de la puerta, colocó los brazos en jarra y se echó una significativa mirada al prominente bulto que amenazaba seriamente con reventarle los pantalones…

Y una bofetada le estalló en la cara desinflándole de golpe toda la libido.

―Pero ¿qué coño te pasa? ―inquirió él, llevándose la mano a la mejilla.

―Hijo de…

―Esa boquita ―la cortó entre asombrado y molesto, alzando un dedo a modo de advertencia.

―Eres un cerdo ―lo ignoró por completo, apartándole la mano levantada de un palmazo―. ¿Es que te parezco una puta? ―exclamó ella con los músculos del cuello tensos por la rabia.

―Una puta, no ―Alzó él la barbilla en actitud chulesca, ―pero una calienta…

―Si yo soy una calientapollas, tú eres un calientacoños, porque no has hecho más que desnudarme con los ojos y relamerte desde que me has tenido enfrente ―le gritó, y Darío extravió la voz en algún lugar de su garganta.

Ala carallo…

Pues claro que se había relamido al mirarla. Se había puesto duro de sólo pensar en ese cuerpo hecho para el pecado restregarse desnudo contra el suyo…

Y si antes le parecía preciosa, ahora…

Aquella muñequita de curvas voluptuosas y perfectas se había transformado en una fiera, con su melena brillante sacudiéndose y sus ojos claros chisporroteantes de rabia… y de labios carnosos aún más apetecibles…

Carraspeó quitándose esa idea de la cabeza, irguió la postura y se cruzó de brazos dispuesto a no dar su brazo a torcer.

―No creo que eso esté en el diccionario ―le soltó, queriendo hacerse el listo… A Raúl le iba bien…

―¡Eso es porque el puto diccionario es tan machista como tú! ―espetó ella, roja de la furia.

―¿Machista? ―Frunció el ceño con asombro, soltando los brazos para apoyar las manos en la cadera en actitud desafiante―. ¿Qué cojones esperabas que sucediese viniendo aquí conmigo?

―Esperaba pasar un buen rato, so gilipollas ―respondió clavándole con saña un dedo en el pecho―. Pero mi concepto de diversión no pasa por tener que arrodillarme, hacerle una mamada a un tío y recibir a cambio una palmadita en la cabeza por lo bien que lo he hecho.

Darío abrió los ojos como platos, atónito ante aquel sermón. Ninguna mujer le había hablado así, nunca. Era Darío Castro, y las mujeres caían de rodillas ante él, tal y como pensaba que ella haría, figurada y literalmente. Y sin embargo…

La oyó resoplar con hastío mientras lo miraba de arriba abajo, esperando una respuesta que él no podía darle pues no tenía muy claro cómo acertar…

¿Acaso tenía que hacerlo…?

Entonces Vanessa comenzó a negar con la cabeza y a reír… una risa desencantada.

―Tranquilo, la culpa es mía. ―Encogió los hombros y torció los labios, queriendo mostrar indiferencia―. He sido una imbécil por creer que el ser un buen músico te hacía bueno en todo lo demás, pero, ahora mismo, ni para un polvo rápido me sirves.

Darío apretó los labios en una línea, aunque no sabía qué dolía más, si su ego masculino pisoteado o aquellos ojos que lo sentenciaban a muerte.

―Si lo que quieres es liberar tensiones ―continuó ella con voz monótona―, más vale que te hagas una paja o le hagas un agujero a la pared y te la folles, porque yo me vuelvo a disfrutar del espectáculo.

Entonces, de un firme empujón, lo apartó de la salida y abrió la puerta, aunque antes de marcharse, se detuvo a mirarlo.

―Espero que seas tan buen músico como creo que eres y toques como Dios manda.

Y, sin más, se fue.

Darío apretó los puños y suspiró profundamente, queriendo sosegar su cuerpo tembloroso. Se sentía como si se hubiera visto azotado por un vendaval… La extrema excitación a la que lo había conducido esa mujer jamás lo consiguió ninguna otra… y a eso tenía que deberse aquel estado de ansiedad en el que se hallaba en ese instante… No era más que asombro ante la inesperada y exagerada reacción de su propio cuerpo y que ella había provocado con sólo…

Sus besos…

Su piel…

Sus palabras…

Una desagradable punzada en el pecho le hizo reaccionar, aunque salió del camerino por inercia, casi como un autómata. Pero ya no había rastro de ella. Sólo quedaba la estela de su perfume y en el que curiosamente no había reparado hasta entonces…

Gruñó aún más cabreado. Apretó los puños y la mandíbula, y emprendió el camino hasta el escenario.

Cuando volvió a sentarse a la batería, Vanessa ya estaba sentada con sus amigas. Sofía parecía molesta, y Diana agitaba las manos nerviosamente mientras le decía algo, pero ella no parecía escucharla. Se había cruzado de brazos y tenía la mirada fija en él, sin reparos, con descaro. Pero ya no halló la devoción que viera en sus ojos cuando la conoció en el parking del centro comercial, ya no lo miraba desde abajo, hacia lo alto de su pedestal, sino que lo había derrocado, poniéndolo a su mismo nivel; no eran ídolo y fan, sino un hombre y una mujer…

Darío rodó una de las baquetas alrededor de sus dedos y tragó saliva mientras sentía cómo se le formaba un nudo del tamaño de un balón en la garganta. Finalmente, apartó los ojos de Vanessa y maldijo para sus adentros.

No, no podía ser… Sólo estaba deslumbrado por aquella actitud guerrera que resultaría seductora hasta para el más pintado… Era completamente imposible, se repitió, por su bien tenía que serlo… Pues, de no ser así, estaría admitiendo que Darío Castro sí podía enamorarse… y la mujer por la que podía perder la cabeza estaba sentada justo frente a él… odiándolo.