12
Cuando Sofía se dio la vuelta, se encontró con la mirada de Vanessa y Diana, quienes la esperaban al otro lado de la valla y habían sido testigos de lo sucedido. Sentía que las piernas le iban a fallar en cualquier momento, así que hizo de tripas corazón para lograr abrirse paso entre la gente y llegar hasta un lugar un poco más despejado. Sus amigas la seguían mientras dirigía sus pasos hacia una gran columna en la que apoyó la espalda, tratando de controlar su respiración agitada.
―¿Te has planteado lo de ser actriz? ―bromeó Vanessa cerca de ella―. Has estado de Oscar.
Sofía se limitó a mirarla de reojo con gesto reprobatorio, ya que ella no le veía la diversión al asunto.
―Pues vas a tener que tomártelo de otra forma ―añadió su amiga al comprenderla sin necesidad de que dijera nada―. Va a ser un día muy largo y te va a salir una úlcera.
Resopló. Como si la hubiera impulsado un resorte, se separó de la columna y puso rumbo hacia el baño con paso apresurado, acompañándola sus amigas de cerca. Al llegar, abrió el grifo y se mojó la nuca.
―Sofía…
―Dadme un segundo, ¿vale? ―Apoyó las manos en el mármol y agachó la cabeza, tomando aire profundamente un par de veces.
―¿Estás bien? ―Diana le apartó el pelo de la cara, compartiendo con Vanessa miradas de preocupación. Tal vez…
―Sí, tranquilas ―respondió, irguiéndose del golpe―. Es sólo que va a resultar más difícil de lo que yo creía. ―Se dio la vuelta y recostó la espalda en el lavabo, suspirando―. Llevo toda la vida enamorada de ese hombre de ahí ―Alzó su brazo para señalar en la lejanía―, y cuando lo he vuelto a tener frente a mí…
En un acto reflejo, se llevó una mano al pecho y comenzó a restregar con la palma la zona situada sobre el corazón, como si así pudiera deshacer el nudo que se lo oprimía dolorosamente. Lo amaba. Y era consciente de que, tras todo lo ocurrido, debería odiarlo, por lo que hubiera sido fácil fingir que lo hacía pues le bastaba con recordar su sufrimiento en todos esos años. Pero de ahí, a pretender que le era completamente indiferente, que no sentía nada…
―Mira, yo lo veo así ―dijo de pronto Vanessa―. Tienes varias opciones. Puedes pasarte el día de morros y aguarnos la fiesta a todos ―Sofía iba a rechistar, pero ella alzó un dedo pidiéndole que la dejara continuar―, o puedes fingir que no ha pasado nada y hacerle ver que sigues coladita por sus huesos.
―No ―espetó de súbito, frunciendo los labios―. No puedo negar que quiero estar con él, pero intentarlo abiertamente sería darme contra una pared… otra vez.
―A no ser… que le hagas reaccionar ―añadió su amiga con sonrisa malévola.
―Verdaderamente estás disfrutando con esto ―murmuró Diana que no podía ocultar que ella también se estaba divirtiendo.
―¿Has visto su cara? ―exclamó Vanessa girándose un momento hacia ella sin reprimir una carcajada―. Se la comía con los ojos ―agregó, recreándose con el recuerdo―, y les habría arrancado la cabeza a sus compañeros de un zarpazo mientras hablaba con ellos.
―¡Qué exagerada eres! ―Sofía no pudo evitar reírse.
―Parecen muy simpáticos, ¿no?
Sofía asintió varias veces, pensativa, tras lo que fue hacia el dispensador de papel para secarse las manos y salir ya del baño. A fin de cuentas, se sentía mejor, por el momento.
―Ya me conocían ―dijo mientras se encaminaban hacia un banco cercano―. Al parecer les enseñó una fotografía nuestra.
―¿Y eso no te dice nada? ―apuntó Vanessa, sentándose a un lado de Sofía, y haciéndolo Diana al otro―. ¿Qué tío guarda una foto de su ex durante tantos años?
―Partimos de la premisa de que Ángel también la quiere ―le recordó Diana.
―Qué bien habla mi niña ―suspiró Vanessa de modo exagerado, simulando a una madre orgullosa de su vástago―. Es para que a ella le quede claro ―añadió, inclinándose hacia adelante para buscar la mirada aprobatoria de Diana.
De pronto, su teléfono comenzó a sonar dentro del bolso y se apresuró a contestar.
―¿Diga? ―respondió poniéndose de pie de modo instintivo y deambulando frente a sus amigas de forma distraída mientras hablaba.
―¿Seguro que estás bien? ―aprovechó Diana para preguntarle a Sofía. Le pasó un brazo por los hombros y la acercó a ella―. Podemos irnos si quieres.
―No… ―repuso con tono vacilante―. Pensarás que soy una idiota por quererle todavía después de que…
Sofía resopló y agachó la cabeza.
―Lo he pensado muchas veces. ―Escuchó que Diana le decía, haciendo que alzase la mirada hacia ella―. Lo siento, ya sabes que peco de sincera.
―Y yo creo que es una de tus virtudes. ―Negó, y Diana asintió, sonriendo con pesar.
―Mira, siempre he creído que lo que te pasó a ti no es muy distinto a lo que me hizo a mí Alfonso. Sí ―la cortó sabiendo lo que iba a decirle―, a ti Ángel no te dejó plantada en la iglesia, enfundada en tu vestido de novia, pero es del amor roto de lo que te estoy hablando, de la traición por su repentina marcha, por el abandono.
―Ya lo sé ―admitió Sofía―, y tienes razón. Sin embargo, nunca he sido capaz de dejar de quererlo por mucho que lo desease. Mi corazón se empeña en mantenerlo vivo en su interior y no entiendo por qué. Y muchas veces reconozco que te envidiaba porque, en cambio, tú…
―Yo odié a Alfonso con todas mis fuerzas ―dijo con los labios fruncidos por la rabia que aún sentía―. Sí, yo sí dejé de quererlo, pero no soy merecedora de envidia alguna porque, con cada día que pasa, más convencida estoy de que ese hijo de mala madre secó mi capacidad para volver amar algún día.
―No digas eso, Diana. ―Sofía chasqueó la lengua―. Aún tienes toda la vida por delante para encontrar al hombre de tus sueños.
Su amiga comenzó a reír aunque no podía disimular cierta nota de tristeza.
―Por lo pronto, vamos a preocuparnos por el tuyo. ―Apretó cariñosamente una de sus manos―. No quiero darle ínfulas a Vanessa, pero creo que podría funcionar. ―Miró a su amiga para comprobar que aún estaba demasiado ocupada como para escucharla―. Ángel sólo espera por tu parte reproches, rabia, incluso despecho por lo que sucedió el sábado pasado que, por cierto, le dejó bien claro que aún sientes algo por él. Y de golpe y porrazo, en tan sólo unos días, pasas a la más absoluta indiferencia… Se volverá loco.
Sofía suspiró pesadamente.
―Y que le hagas pasar un mal rato después de todos los años que él te lo hizo pasar mal a ti no es para tanto ―añadió con su acostumbrado tono de censura hacia él―. Sinceramente, no tienes nada que perder.
Sofía frunció el ceño, pensativa, mientras asentía levemente. Diana tenía razón. Después de que le pidiera que se marchase tras aquel beso tan estremecedor y apasionado se esfumaron todas sus esperanzas. ¿Qué podía hacer, insistir e insistir? Y él se negaría mil veces. Pero, tal vez así…
―Chicas ―les llamó la atención Vanessa que acababa de colgar el teléfono―, tenemos que ir al ascensor que está en el patio de comidas donde nos espera un guardia de seguridad que nos llevará al coche.
―Con escolta y todo ―bromeó Diana poniéndose en pie, acercándose a Vanessa, y las dos miraron a su amiga que seguía sentada y con los labios en una mueca torcida.
―Vamos a divertirnos ―sentenció de pronto, levantándose con renovado entusiasmo―. Ángel Escudero va a saber quién es Sofía Ferrer.
―Así se habla ―la vitorearon sus amigas dirigiéndose ya las tres hacia el ascensor.
Efectivamente, el guardia de seguridad las estaba esperando y, con actitud exageradamente seria y formal, las condujo hasta el sótano inferior, guiándolas por entre los coches hasta una furgoneta negra con los cristales tintados. Justo llegaban cuando alguien salió del vehículo con la intención de recibirlas.
―¡Vaya sorpresa!
―¡Toni! ―exclamó Sofía con genuina alegría al volver a verlo.
―No me digas que vosotras sois las ganadoras del premio ―dijo sin ocultar ni su desconcierto ni la diversión que aquello le producía.
―En realidad, la afortunada fue mi amiga Vanessa. ―La señaló―. Y ésta es Diana. Chicas, os presento a Toni Salazar.
Ambas sonrieron con asombro y un deje de admiración, y las tres recibieron con agrado los besos que él les dio en las mejillas.
―Deduzco que Sofía os ha hablado de mí ―supuso mientras la miraba entrecerrando los ojos―, y espero que bien.
―Podría haber sido peor. ―Diana frunció el gesto, pero era fácil ver que bromeaba.
Toni sonrió como respuesta. Sin embargo, comenzó a frotarse las manos con cierto nerviosismo y cara de circunstancias.
―Perdonadme ―les dijo a las tres, aunque luego se giró hacia Sofía―. Es que, sinceramente, creo que a Ángel le va a dar un ataque.
―Tranquilo ―replicó ella en cambio―. Después de lo del otro día, ya está todo más que claro entre nosotros. Ya no soy más que una fan que va a pasar un día magnífico con su grupo favorito. ―Y sonrió ampliamente para terminar de adornar aquella mentira.
―Pues espero que sea verdad porque aquí llegan ―indicó el manager, mirando por encima del hombro de Sofía.
Todos se giraron hacia ellos que, efectivamente, venían acompañados de dos guardias de seguridad. Iban charlando muy animados, seguramente compartiendo las anécdotas acaecidas en la firma de discos. Pero, apenas faltaban unos cuantos metros para que llegaran hasta la furgoneta cuando repararon en las chicas. La sonrisa se borró repentinamente de sus caras, de los tres, aunque Raúl y Darío se recompusieron al instante. Ángel, en cambio, se quedó estático, anclado en el suelo, mientras miraba a Sofía como si fuera una aparición. Ella, por su parte, le sostuvo la mirada… con total frialdad.
―Chicos, éstas son Diana y Vanessa ―las presentó Toni―. A Sofía, ya la conocéis ―añadió con aire pícaro.
Para cuando los dos se acercaron a saludar a las jóvenes, Ángel ya había conseguido reaccionar y se aproximaba a ellos. Besó en las mejillas a Vanessa, y luego se dirigió a Diana.
―Me alegra mucho volver a verte. ―Trató de sonreír aunque no le fue fácil.
―No estés tan contento todavía ―murmuró ella, aunque aceptó los dos besos que le dio.
―¿La conoces? ―preguntó Raúl con extrañeza.
―Sofía y yo somos amigas desde pequeñas. ―Fue ella quien le respondió, acompañando su contestación con una mirada significativa, y el bajo miró a su amigo, compadeciéndolo.
―No esperaba volverte a ver… tan pronto ―le dijo entonces Ángel a Sofía, aunque ella se limitó a asentir, tras lo que fue hacia donde estaba Toni para colgarse de su brazo… y Ángel sintió en ese instante cómo una fría punzada le atravesaba el corazón.
―¿Y cuál es el planning que nos tienes reservado? ―La oyó preguntar con repentino entusiasmo.
―Bueno… ―titubeó el representante un tanto incómodo por la situación―. Pues por lo pronto podríamos ir a comer ―propuso con una sonrisa forzada―. He quedado con los técnicos a las cinco para la prueba de sonido. ¿Subimos? ―concluyó, señalando la furgoneta.
―Esto es muy emocionante ―murmuró Vanessa frotándose las manos―. Quiero muchas fotos con vosotros ―sentenció, girándose un instante hacia los chicos y señalándolos con el dedo justo antes de subir a la furgoneta.
Darío y Raúl sonrieron. Ángel, en cambio…
―Hoy sólo se escucha a Extrarradio ―anunció Toni con diversión desde el asiento del copiloto, metiendo el último disco del grupo en el reproductor.
Las chicas estaban sentadas justo detrás, y Vanessa y Sofía comenzaron a aplaudir secundando su idea, mientras los chicos se acomodaban en el último asiento, y Ángel, que se vio flanqueado por sus dos amigos, se cruzaba de brazos, contrariado ante aquella insólita situación.
―Es que si no lo veo, no lo creo ―habló Darío lo suficientemente bajo para que nada más lo escuchasen sus compañeros, incluso se inclinó hacia adelante para que Raúl lo oyese con claridad―. Y por lo que parece, son dos contra ti.
―Sí, porque Diana parece bastante cabreada contigo ―apuntó Raúl.
―¿Tú crees? ―replicó Ángel con sorna, haciendo una mueca―. Todos pertenecíamos a la misma pandilla y, además, era su mejor amiga.
―Por lo que sabe toda la historia ―aventuró su amigo―. Con razón te la tiene jurada.
―¿Tú de parte de quién estás? ―le reprochó frunciendo el ceño.
―¿Y la tal Vanessa? ―cuestionó ahora Darío.
―A ella no la conocía. ―Ángel se encogió de hombros, aunque conocía lo suficiente a su amigo como para saber que había algo más detrás de aquella pregunta―. ¿Te interesa?
―Es un bomboncito ―respondió, sacudiendo las cejas.
―Ya me extrañaba a mí que tu periodo de descanso estaba durando mucho tiempo. ―Sonrió Raúl.
―Por un espécimen así, vale la pena abrir la veda de nuevo ―se regodeó.
En ese momento, como si Vanessa lo hubiera escuchado, se giró unos segundos hacia él, aunque con una sonrisa en los labios que decía más de la cuenta. Cuando ella volvió de nuevo la vista hacia el frente, Darío se repantigó en el asiento y cruzó las manos en la nuca, mirando a sus amigos con suficiencia.
―Pues eso hace que tengas que elegir entre Sofía o Diana ―apuntó Raúl con tono divertido.
―Me cago en mi puta vida ―masculló Ángel pasándose la mano por la cara, exasperado.
―Más vale que te lo tomes con calma ―le recomendó Darío―. Te necesitamos vivo para la actuación de esta noche. ―Y Ángel puso los ojos en blanco, dejando caer la cabeza hacia atrás, en el respaldo.
De pronto, Raúl se inclinó hacia adelante, acercándose a Diana.
―¿No te gusta esta canción? ―le preguntó curioso al percatarse de que no estaba disfrutando del tema como sus amigas, quienes no hacían más que cantar e imitar sus movimientos con los instrumentos.
―No la conozco ―dijo con total indiferencia―. En realidad, no conozco apenas ninguna.
Aquella confesión pilló un poco desprevenido a Raúl.
―A mí me van otras cosas ―añadió Diana, no comprendía él si para arreglarlo o dejarlo peor―. Estoy aquí por ellas dos.
Definitivamente, era para empeorarlo.
Se giró hacia Ángel haciendo una mueca… La que les esperaba…
Toni les propuso ir a un restaurante japonés que le recomendaron en la recepción del hotel, y el detalle de que tuviera algunas mesas en reservados le había ayudado a decidirse, pues esa intimidad les permitiría comer con tranquilidad.
―Yo nunca había estado en un japonés ―confesó Vanessa entusiasmada mientras observaba todo el local con la boca abierta.
―Pues a mí me encanta la comida oriental ―dijo Darío, quien se colocaba a su lado, lanzándole una de sus sonrisas deslumbrantes.
Toni terminó de hablar con el camarero quien los guió hasta una de aquellas mesas que estaban separadas del resto por biombos de madera, aunque le había pedido que fuera la típica mesa occidental, con sillas, pues estarían más cómodos que arrodillados en el suelo.
Él se sentó presidiendo la mesa, y Sofía corrió a sentarse a su lado para asegurarse de tener a alguien con quien hablar, pues Vanessa estaba embobada con Darío y Diana se había colocado en la otra punta de la mesa para estar lo más alejada posible de Ángel. Porque, sí, él también había tenido la flamante idea de colocarse al otro lado de Toni, por lo que lo tendría justo enfrente.
Iba a ser una comida de lo más divertida… Al menos, esperaba que lo fuera para sus amigas… Por lo pronto, a su lado tenía a Darío dándole una clase magistral a Vanessa sobre cómo comer con palillos. No le veía la cara a su amiga, pero escuchaba su risita cantarina. Enfrente estaba Diana, quien disfrutaba lanzándole dardos envenenados con la mirada a Ángel, aunque tuvo la deferencia de inclinarse ligeramente hacia adelante para esquivar a Raúl que se situaba entre los dos… Y ella iba a tener que mantener la vista fija en el plato para no encontrarse con la de Ángel.
No pudo evitarlo, era imposible. Notaba la calidez de sus ojos bicolor sobre ella y no pudo evitar que los suyos fueran a su encuentro. No pasaba nada, el truco estaba en no hacerle saber cuánto le afectaba, cómo se estremecía con el simple hecho de sentir su mirada traspasándola, y tratar por todos los medios de transformar esa tibieza que la recorría por dentro en indiferencia, en pura frialdad. La soportó estoicamente sin pestañear, casi con descaro, y luego, como si nada, volvió su interés a la carta.
Y Ángel sentía que se moría por dentro…
Creía que ya estaría a salvo y que no la volvería a ver, no había razón alguna para encontrarse de nuevo. Iban a ser unas semanas larguísimas y en las que iba a tener que luchar con uñas y dientes para alejar la tentación de ir en su busca, pero estaba convencido de que lo conseguiría, o eso pretendía. Y sin embargo… ¿Eso era el destino o una jodida burla?
Sin embargo, lo que más lo mortificaba era aquella actitud suya… Era como si no lo conociera, peor, como si no existiera, pues ni siquiera le dirigía la palabra. Con sus amigos charlaba, se reía, y él quedaba al margen, como si fuera un cero a la izquierda… y estaba a un paso de ponerse en pie y agarrarlos uno por uno para obligarles a que la dejasen en paz, que ni la mirasen, pues esas sonrisas eran suyas, Sofía era suya…
Estúpido.
Sofía no era suya, ni lo sería jamás. Él se había encargado de que no lo fuera, y parecía estar funcionando por la forma tan fría e indiferente en la que ella lo miraba… ¿Y no era eso lo que quería? ¿No puso cientos de kilómetros de por medio para alejarla de él? ¿Por qué entonces temía morir a causa de ese dolor que le atravesaba el pecho? Dolor entremezclado con rabia y celos, al verla hablar tan interesada con Toni, o darle una palmada en el brazo a Darío como reproche a una de sus bromas, o sonreírle a un Raúl más encantador que de costumbre.
Y a él… nada. Eso quedaba ya entre ellos… nada.
¿Cómo había podido cambiar tanto en tan sólo unos días? La sintió temblar contra su cuerpo, se entregó a su boca y a las caricias de sus manos, y sus brazos la estrecharon tan fuerte que podía sentir que sus corazones se tocaban… y el de Sofía latía por él, como el suyo lo hacía por ella. ¿Y todo eso había desaparecido?
―¡Tierra llamando a Ángel! ―Escuchó mientras Raúl le daba un codazo―. Que qué vas a pedir ―le preguntó señalándole al camarero.
―Sopa de miso y el variado de maki ―respondió con desgana, lanzando de malas maneras la carta sobre la mesa.
El camarero, quien tenía la mano extendida al pensar que se la entregaría a él, lo fulminó con la mirada antes de cogerla e irse.
―Madre mía… ―murmuró Raúl por lo bajo, resoplando.
―Que se joda. ―Escuchó de pronto la voz de Diana en un susurro.
―Veo que, a pesar de los años, sigues muy enfadada con él ―apuntó con recelo.
Diana, sin embargo, se limitó a encogerse de hombros. Lo que ese guapito de cara pensase le traía sin cuidado. Seguramente estaba de su parte, así que no valía la pena discutir… Y cuanto menos hablase con él, mejor.
La ponía enferma, literalmente. Estando en la furgoneta, cuando se acercó para hablar con ella, su voz se introdujo en su oído como un desagradable ronroneo que le había producido dolor de estómago, y que aún duraba, hasta el punto de que temía que le sentase mal la comida.
―Pero hay que ver cómo son las cosas ―añadió él, inclinándose hacia ella con gesto condescendiente, demasiado sonriente para su gusto…―. Menuda casualidad que os haya tocado el premio a vosotras.
―No ha sido casualidad ―replicó Diana un poco más seca de lo normal, pero es que aquel guaperas la ponía extrañamente nerviosa, con sus ojitos claros, su pelito rubio y su sonrisa perfecta, y, la verdad, no le gustaba nada de todo eso, en absoluto―. Me refiero a que Vanessa se pasó toda la mañana del domingo llamando a la radio, intentando que se lo cogieran.
La sonrisa de satisfacción que vio en el músico tras su respuesta le sentó como una patada en su ya maltrecho estómago.
―Baja de tu nube, modesto ―espetó ella con ironía―. Vanessa, antes que vuestra fan, es amiga de Sofía. Lo hizo para que pudiera estar con Ángel.
―Para lo que sirve ―replicó molesto por su contestación, aunque también le echó una fugaz mirada a Sofía.
―¿Perdona? ―Diana cruzó los brazos sobre la mesa y se inclinó ligeramente hacia adelante―. Si tan amigo eres de Ángel, deberías saber que el único capullo de esta historia es él. Aunque, claro, entre hombres os tapáis toda la mierda unos a otros.
―Eh, tranquilita. ―Alzó las manos con gesto conciliador―. Seré su amigo, y puede que esté o no de acuerdo con su forma de hacer las cosas, pero ya es mayorcito para tomar sus propias decisiones.
―¿Aunque eso pase por joderle la vida a una mujer? ―objetó con rabia.
―¿Jodida? Pues yo la veo estupendamente ―replicó con media sonrisa.
―Ah, así que vuestra amistad es de ese tipo. ―Lo miró de arriba abajo.
―¿Perdona? ―dijo él ahora, repitiendo su misma expresión.
―¿Sois de esos que comparten todo, hasta las mujeres?
Raúl la observó como si acabara de escuchar la más espantosa aberración.
―Oye, pero ¿por quién me tomas? ―espetó ofendido.
Ella, sin embargo, lo miró con escepticismo y luego se giró para centrar su atención en el sushi que acababa de servirle el camarero.
―Sólo preguntaba ―respondió, como si ciertamente su insinuación no hubiera tenido importancia―. Y no sé por qué te escandalizas. Cosas peores se han visto y tú eres un hombre de mundo, ¿no? ―añadió esa coletilla con cierto desdén y que a Raúl le chirrió en los oídos.
―No me conoces en absoluto ―la acusó.
―Dios me libre ―lanzó una carcajada producto del propio nerviosismo. Conocerlo a él, ¿para qué? ¿Qué interés podría tener? Y sentía su mirada escrutadora sobre ella, entrándole unas ganas locas de girarle la cara de un guantazo…
Pero es que Raúl creía estar ante la mujer más singular, por no decir extraña, con la que se había topado jamás. Podía entender su tirantez con Ángel por lo ocurrido con Sofía, incluso que lo estuviera pagando con él, un espectador inocente que pasaba por allí, pero su forma de hablar, esa ironía en sus palabras, el rencor que de ellas destilaba…
―En cualquier caso, a los hechos me remito. ―La escuchó decir entonces―. Veo tu cara en muchas revistas, y nunca te he visto solo en esas fotos.
―Así que ya me has catalogado ―supuso con asombro.
Lo que faltaba…
―No creo que sea muy difícil. ―Sonrió muy pagada de sí misma―. Sabes de tu atractivo para con las mujeres y no te importa aprovecharlo.
―Gracias por el cumplido. ―Alzó las cejas con incredulidad.
―¿Acaso crees que yo…? ―Diana rompió a reír―. Es evidente que eres guapo, pero no eres mi tipo, ni de lejos. ―Sacudió una mano con total desinterés.
―¿Y cuál es tu tipo? ―preguntó, tratando de ocultar su ego masculino vapuleado.
―Un hombre que no existe ni existirá jamás ―recitó con lo que a Raúl le pareció resentimiento en estado puro.
―Tal vez seas un poquitín exigente ―apuntó un tanto sarcástico.
―Lealtad, sinceridad, fidelidad, amor, compromiso… ―comenzó a enumerar―. Sí, son cosas tan insólitas en los hombres que una tiene que exigíroslas.
―Nos tienes en un concepto bastante pobre...
―Bueno, no te preocupes. ―Le dio una palmadita en la mano―. Esta noche, en el concierto, seguro que encuentras a más de una que os tenga en gran estima, aunque la suya esté por los suelos.
―No veo nada de malo en divertirse un rato…
¿Y por qué narices seguía discutiendo con ella?
―Claro que no ―respondió Diana con tono indulgente y sonrisa forzada―. Espero que lo pases muy bien.
―¿Eres una de esas moralistas? Me refiero a que…
―Sé lo que quieres decir. ―Arrugó la nariz, molesta―. Además de guapo, sabelotodo… Lo tienes todo, majo.
―Te sorprendería ―alegó con suficiencia.
―Mejor te lo ahorras y lo reservas para esta noche, para alguna que no sea una estrecha como yo. Porque algo así me ibas a decir, ¿no? ―Frunció los labios en una sonrisa sardónica―. ¿O lo ibas a dejar en chapada a la antigua?
Raúl tragó saliva.
―Yo no…
―Tranquilo, ya me lo digo todo yo solita. ―Palmeó su hombro un par de veces. Luego tomó su vasito con sake y lo alzó, como si le estuviera proponiendo un brindis, a lo que él accedió casi por inercia―. Para que las cosas sigan en su lugar ―dijo, tras lo que se tomó el licor de un trago.
Raúl apenas pestañeó mientras hacía lo mismo. Acababa de tener la conversación más extraña de toda su vida con una mujer. Bueno, algo sí que le había quedado claro. Para Diana, los hombres eran la especie más despreciable sobre la faz de la Tierra. ¿El porqué? Era todo un misterio… y, por desgracia, de esos que te hacen querer saber más.