Capítulo 23

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No la había visto en todo el día y era lo que más deseaba tras lo sucedido la noche anterior. Y no debería, pero lo hacía y no sabía por qué. La esencia de Selene se le había metido muy adentro, tanto que ya lo ocupaba todo, hasta sus sueños. La vio vestida de blanco, con docenas de florecillas prendidas de su cabello, y bailando a su alrededor. Luego le tendía la mano y lo instaba a acompañarla, acabando uno en brazos del otro, unidos en aquella danza.

Lo atormentaba, aquella sensación cálida y amarga se negaba a abandonarlo, algo que jamás había sentido y que lo llenaba de debilidad. Tantas mujeres con las que había estado, puras muchas de ellas, y que habían ido a parar a un rincón oscuro y extraviado de su memoria en cuanto las perdía de vista. Nunca sintió necesidad por ninguna de ellas, pues sabía que otra ocuparía en algún momento su lugar. Selene, sin embargo, había vuelto su mundo del revés, y eso era una contrariedad.

Por esa razón, al despertar de aquel sueño, trató de dejarlo a un lado y retomar las riendas de su sensatez. El motivo de su presencia en aquellas tierras debía ser lo más importante y, una vez alcanzado su objetivo, se marcharían de allí. Nada podría ligarlos a aquel lugar, y menos un sentimiento que quería erradicar de su ser a toda costa.

Con toda la firmeza que fue capaz de reunir, había acudido a desayunar, ensayando su mejor mueca de indiferencia para encarar a Selene en cuanto la tuviera delante, aunque de poco le sirvió, pues la joven no apareció. Imaginó que lo estaba esquivando y, aunque quiso convencerse de que no le importaba, cierto resquemor asomaba de vez en cuando al bajar inconscientemente la guardia. Empero la desazón pasó a recelo cuando, a la hora de la comida, Selene siguió sin aparecer y, además, su hermano Francis tampoco los acompañó a comer. Y ahora, una extraña angustia le hacía buscarla entre las doncellas que servían la cena en el comedor. De nuevo, no había rastro de ella, ni de su hermano.

Una de las muchachas se acercó a servirles vino. Quiso pedir razón de ella, pero se mordió la lengua a tiempo, evitándolo.

―¿Sabes por qué no nos acompaña el Capitán Francis? ―escuchó la voz de su hermana en frente suyo.

Frunció el ceño. ¿A qué tanto interés para preguntar abiertamente por él, ante sus…?

―Está cuidando de su hermana que está muy enferma, Milady.

―¿Cómo? ―Griän casi escupe el vino que bebía en ese momento.

La mujer no pareció escucharlo y se retiró, y él a punto estuvo de alargar la mano para detenerla.

―¿Y ese interés? ―preguntó Araw, suspicaz, lanzando con disimulo una mirada de complicidad a Antü que a Griän no le pasó desapercibida.

―Interés, ninguno ―trató de parecer indiferente―. Me resulta inaudito que se encargue él de su cuidado habiendo tanta servidumbre ―añadió con fingido desdén―. En cualquier caso, es a Antü a quien debería preocuparle.

―¿A mí? ―soltó su amigo una risotada.

―Tanto que la perseguías en estos últimos días…

La única intención de Griän al insistir en aquella conversación era tantear a Antü sobre lo sucedido la noche anterior.

―Sí, hasta anoche ―vio cómo le guiñó el ojo con complicidad.

―Vaya, así que esta vez Antü se te ha adelantado ―le dio un codazo Cam con camaradería, quien estaba sentado a su lado.

―Eso parece ―se esforzó por sonreír―. ¿Valió la pena?

―La palomita resultó ser puro fuego ―siseó Antü con satisfacción.

―¿Queréis dejarlo ya? ―los cortó Anyan, molesta.

Tanto Cam como Antü comenzaron a reír, pero Griän aprovechó para volver su atención a la cena y tratar de controlar sus nervios.

Aquello se escapaba a su comprensión. ¿Por qué Antü se empeñaba en hacerle creer que había estado con Selene? Cuando él sabía que no era así; Selene no había estado con hombre alguno, jamás se había entregado a nadie, excepto a él.

Siguió cenando con el deseo de que todos acabaran y se retiraran cuanto antes. Cuando así fue, mientras sus compañeros se alejaban, tomó a su hermana por el brazo y la detuvo.

―Necesito que me acompañes ―le pidió.

La joven frunció el ceño.

―¿Adónde?

―A ver a Selene ―le dijo sin reparo―. Parte de tu instrucción son las bondades de las plantas curativas ―le recordó―. Seguro que puedes hacer algo por ella.

―¿Y por qué debería hacerlo? ―le hizo una mueca de extrañeza.

Griän tuvo que pensar con rapidez para responder a algo que, realmente, no sabía explicar.

―Tal vez su enfermedad la tenga postrada en cama durante semanas ―se las ingenió para darle una excusa―. Eso perjudicaría nuestra misión. Ya sabes que nuestros soberanos desean deshacerse del Capitán y su guardia cuanto antes.

Siendo ese el caso, Anyan deseó poder negarse a ayudar a Selene para evitar la marcha de Francis, pero no podía desobedecer sin que Griän sospechase algo. Asintió, accediendo,  y acompañó a su hermano.

Tuvieron que adentrarse en la zona de la servidumbre quienes, extrañados, los miraban con curiosidad, y Anyan preguntó por la habitación de Selene a uno de aquellos criados para poder llegar cuanto antes y evitar sus miradas escrutadoras. Al hacerlo, llamaron a la puerta cerrada y, tal y como esperaban, fue Francis quien les abrió. Tenía el cabello revuelto y la tez pálida, que se llenó de sorpresa al verlos frente a él.

―Venimos a interesarnos por tu hermana ―le dijo Anyan antes de que pudiera articular palabra.

―Pues… tiene mucha fiebre ―titubeó aún asombrado.

―¿Podemos pasar?

―Sí, claro ―les instó a entrar―. Disculpad mi falta de cortesía.

―Nos hacemos cargo ―dijo Griän que miraba hacia la cama de Selene, a la que Anyan ya se había acercado para revisarla de cerca.

La vio tomar su mano y se le antojó inerte, como sin vida, al igual que su rostro níveo, a excepción de las sombras violáceas bajo sus párpados y un ligero toque sonrosado de sus labios, tan diferente al carmesí que había robado de ellos la noche anterior.

―La fiebre es demasiado alta ―le escuchó decir a su hermana y haciendo que Francis reaccionara, caminando hacia ella. Y es que el Capitán no salía de su asombro…, si ya le resultaba extraño ver a Anyan allí, más lo era que también estuviera Griän.

―Le estoy aplicando paños húmedos ―le contó―, pero siento que empeora en vez de mejorar. Y, además, no sé a qué se debe su mal.

―Anyan ―la llamó su hermano con tono grave―. ¿Crees que puedes ayudarla?

Ella asintió.

―Un cocimiento de flores de sauco, verbena y…

―No te pido que me digas cómo hacerlo, sino que lo hagas ―sentenció Griän, haciéndola enmudecer durante un momento.

―Por supuesto ―alzó su barbilla un tanto seria―. Aunque dudo que encuentre todos los ingredientes en este castillo.

―Yo podría ir a buscarlos al bosque si me indicáis cómo son esas plantas ―se ofreció Francis, expectante, ante la esperanza de curar a su hermana.

―Tardaría más tiempo en explicártelo que en ir a buscarlos yo misma ―discrepó.

―Entonces os acompaño. Es demasiado tarde para que vayáis sola…

Él mismo ímpetu con el que pronunció esas palabras fue el mismo que lo hizo detenerse en seco y mirar hacia Selene.

―Yo puedo quedarme con ella ―se ofreció Griän.

―¿Haríais eso? ―preguntó Francis. La expectativa de pasar unos minutos con Anyan, aunque fuera rebuscando entre los arbustos, era más que deseable.

―Es lo menos que puedo hacer después de que ella curara mis heridas ―le mostró sus manos.

―¿Mi hermana? ―se extrañó―. ¿Cuándo?

―Anoche, después de que le hablaras de nuestro encuentro…

―¿Yo?

―Será mejor que nos vayamos de una vez ―los interrumpió Anyan que ya estaba en la puerta.

―Sí ―obedeció Francis―. Gracias, Lord Griän.

El joven asintió mientras los veía marchar, pensativo y muy confundido, porque la reacción de Francis dejaba patente que él no le había hablado en ningún momento de su ataque de furia ni de las heridas… ¿Por qué ella entonces le dijo lo contrario?

Se acercó a la cama y se sentó en el borde. Sin saber muy bien cómo hacerlo, tomó la compresa que Selene tenía en la frente, para humedecerla y volver a colocársela. Llevado por un impulso, cogió su mano y la acercó a sus labios, suspirando con culpabilidad. Había herido tanto su alma que su cuerpo estaba sufriendo las consecuencias. De nuevo lo asaltaron sentimientos encontrados, aunque viéndola así, decidió no atormentarse. Deseaba con todas sus fuerzas que se recuperara, aun si después se pasaba el resto de su vida maldiciéndolo por su vileza.

De pronto, lo que acababa de suceder con Francis volvió a su mente, entremezclándose de forma caprichosa con lo transcurrido durante la cena, las palabras de Antü y las miradas maliciosas de Araw, asaltándolo una inquietante sospecha. Tal vez, la falta cometida no era solo suya…