Capítulo 10

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Ylva observaba desde el reflejo del espejo cómo las costureras trabajaban afanosamente sobre su cuerpo para dar forma a, lo que sería, su vestido de novia. Había tiempo de sobra, faltando aún varios días para la ceremonia, pero cuantos menos quedaban más en aumento iban sus nervios.

―¿Puedo pasar?

Y Zayev no se lo ponía nada fácil.

―¡No, Zayev! ―exclamó ella mientras se apresuraba a ocultarse tras una cortina, justo antes de que el joven abriese la puerta―. Sabes que da mala suerte que el novio vea el vestido antes de la ceremonia ―le reprendió ella, asomando la cabeza y haciéndole una seña a una costurera para que le ayudase a desvestirse.

―He de hablarte ―dijo él sin tratar siquiera de justificarse.

―¿Puedes darme un minuto? ―le pidió ella.

―Es urgente ―insistió él.

―Ya voy ―se exasperó Ylva apresurándose y saliendo a los pocos instantes.

―¿Nos podéis dejar solos? ―se dirigió Zayev a las muchachas, quienes inmediatamente  obedecieron.

―¿Se puede saber qué es tan urgente para que hayas echado así a las costureras? ―demandó colocando las manos en sus caderas con los brazos en jarra.

Zayev tomó uno de ellos y tiró con fuerza, arrastrando a la joven hasta sus labios, donde quedó irremediablemente atrapada. Enredó los dedos en su largo cabello, uniéndose a él, contagiada de aquel mismo ímpetu por el que Zayev se sentía dominado cada vez más, con cada día que pasaba. La aprisionó contra su cuerpo besándola con mayor fervor, dejándola sin aliento.

―¿No podemos casarnos mañana mismo? ―susurró contra la boca femenina.

―Sabes que no ―rio ella, complacida―. A no ser que quieras que lo hagamos con las ropas de diario y prácticamente solos.

―Ya han llegado algunos invitados ―comentó como si nada.

―¿Cómo? ―se alarmó ella.

―Acaban de llegar Claire, Erick y sus parientes. Como el bebé de Gabrielle nació antes, decidieron adelantar el viaje.

―¿Y me lo dices tan tranquilo? ―se soltó de él para dirigirse hacia la puerta―. ¿Los están atendiendo?

―¿Ves como era algo urgente? ―repuso caminando ya a su lado.

Ylva le lanzó una mirada reprobatoria.

―Y tu padre y el mío, cazando ―puso la joven los ojos en blanco.

―Tranquila, Cailen está con ellos y, además, son como de la familia ―añadió tomándola de la mano para calmarla.

Y Zayev tenía razón. Estaban todos en el comedor, sentados a la mesa, compartiendo risas mientras las doncellas les servían algunas bebidas.

―Aquí está la novia ―exclamó el Rey Richard al verlos entrar, acudiendo a su encuentro.

―Majestad, ¿Vos también? ―exclamó sorprendida de verlo.

―Ya deberías acostumbrarte a tutearme, después de tantos años ―le pidió él, dándole un cariñoso abrazo.

―Nos desviamos un poco del camino hasta Breslau, para que así mi padre no tuviera que hacer el viaje solo ―le explicó en su lugar Claire mientras se acercaba a saludarla.

―Me dice Cailen que vuestro padre está cazando con Lyal ―le comentó el Rey.

―Acabamos de llegar ―le reprochó su hija sus claras intenciones de ir en busca de sus amigos.

―¿Me estás llamando viejo y que por eso necesito descansar? ―se dio por ofendido.

―Ese es el espíritu ―bromeó Trystan.

―¿Vienes? ―lo invitó a acompañarle.

―Prefiero quedarme ―le respondió―. No, no es que necesite descansar ―se rieron ambos―, es solo que no soy muy aficionado a la caza.

―Entonces, yo os dejo. Hasta luego ―se despidió de ellos.

―No tienen remedio ―se lamentó Ylva mientras terminaba de saludar a todos, siendo la última Gabrielle, dirigiéndose hacia ella, quien sostenía en sus brazos a Ilsïk, sonriente.

―Esto sí que no me lo esperaba ―susurró besando en las mejillas a la joven―. No creí que te conocería tan pronto ―se dirigió ahora al bebé que balbuceó levantando las manitas.

―Es un bebé muy despierto ―intervino Nicholas, respondiendo a la mirada de sorpresa en el rostro de Ylva.

―No me puedo ni imaginar la angustia que pasarías en el momento que fuiste consciente de que ibas a tener que ayudar a Gabrielle a dar a luz ―lo elogió ella.

―Yo no creo que hubiera sido capaz ―admitió Zayev mientras se acercaba a conocer al pequeño.

―Dada la situación, lo habrías sido. Te lo aseguro ―discrepó Nicholas.

―¿Puedo cogerlo? ―preguntó Ylva.

―Claro que sí ―le ofreció Gabrielle al bebé.

―¿Has visto la expresión de su rostro, Zayev? ―señaló Cailen con tono jocoso―. Estás perdido, cuñado. Te veo cambiando pañales dentro de poco.

―Pues un cambio de pañal es lo que necesita este niño ―arrugó Ylva la nariz de forma graciosa.

―Ilsïk, no… ―acudió Gabrielle en su ayuda, echándose todos a reír.

―Vaya con el Principito ―bromeó Zayev―. Así saluda a su anfitriona.

―No le hagas caso, es idiota ―le decía Ylva al bebé―. ¿Puedo cambiarlo? ―le preguntó a Gabrielle.

―Por supuesto ―le sonrió ella―. Tengo aquí mismo el cesto con sus cosas.

Rápidamente se dirigió al lugar en el que lo había dejado, colocándolo sobre una silla cercana.

―Zayev, definitivamente estás perdido ―se rio Erick.

―Cállate ―le hizo un mohín.

―Por favor, que traigan un poco de agua templada ―le pidió Ylva emocionada a una doncella, mientras Gabrielle colocaba un paño doblado en la mesa para que dejara al bebé.

―Hay que desvestirlo con cuidado ―le daba indicaciones Gabrielle.

―Tú también deberías tomar nota, Erick ―se mofó Cailen, quien observaba con atención los movimientos de su hermana―. A Claire le falta poco… ¿Y esa marca? ―preguntó de repente el joven, abandonando de inmediato el tono bromista. Le hizo una leve seña a Zayev quien se acercó a comprobar a qué se refería.

―Aunque ella no lo admita, creo que mi prima tuvo antojo de almendras durante el embarazo ―respondió Claire desde lejos.

―Ya te dije que no ―se defendió Gabrielle mientras tomaba un cuenco lleno de agua caliente de manos de la doncella―. A mí me recuerda a la cicatriz de Nicholas, incluso está en el mismo lugar.

―Enseguida vuelvo ―espetó Cailen abandonando con rápidas zancadas la estancia y provocando que los presentes compartieran miradas un tanto atónitas por su súbito cambio de actitud.

―¿A dónde va? ―preguntó Jordan, quien había estado observando toda la escena con silencioso interés.

―A buscar algo ―respondió de modo ambiguo Zayev.

―Esto ―indicó el propio Cailen entrando en el comedor, alzando un libro en su mano.

―No me lo puedo creer ―protestó Ylva quien terminaba de vestir de nuevo a Ilsïk―. Ya habíamos hablado de esto.

―No está de más que lo sepan ―discrepó Zayev.

―¿Saber qué? ―inquirió Nicholas.

―Dejadme que mejor os lo lea ―demandó tomando el libro que Cailen le alargaba ya y lo abrió, no tardando mucho en encontrar lo que buscaba. Con tono firme, comenzó su lectura…

"…Y dará el equilibrio que el mal siempre siga de cerca los pasos del bien con la intención de destruirlo, siendo el único objetivo de las bestias el alcanzar y tragarse a los brillantes objetos que persiguen, para que el mundo vuelva así a estar envuelto en su obscuridad inicial en que se sumía la vida y renacer desde sus cenizas.

Llegará el día en que ambos seres se aproximarán demasiado a sus presas, clavándoles sus fauces y la humanidad aterrorizada ante un posible fin provocará un estruendo tan ensordecedor que las Sombras, asustadas por el ruido, los soltarán de sus mandíbulas. Una vez libres de nuevo, el Sol y la Luna reanudarán sus caminos, huyendo con más rapidez que antes, perseguidos velozmente por los hambrientos monstruos a través de sus estelas, los cuales esperarán con ansia el momento en el que sus esfuerzos se verán recompensados.

El brillo que los señores del hastío robasen a ambas esferas celestiales con sus dentelladas, no será en vano. Unirán esos fragmentos en el día señalado, en la noche señalada: un día sin su noche y una noche sin su día; un único y fatuo momento de perfecta conjunción de ambos astros, rompiéndose por un mísero instante los designios que los fuerzan a no reunirse jamás.

Y de esa unión mística nacerá un niño, de carne y luz, brillante como el sol, enigmático como la luna, y los dos convivirán en él, sus esencias. Un estigma en su cuerpo lo marcará y será la prueba de su identidad, una efigie del momento en que verá el mundo y tomará como propio el nombre de ese encuentro mágico en cualquiera de sus formas paganas, para así ser reconocido por ellos.

Pronto se alzará hasta los cielos en un intento de volver a su cuna, hacia su Padre Sol y su Madre Luna, y ese ardid usarán los señores obscuros para cumplir con su misión, intrigando, engañándolo para ser guiados por él.

Entonces se dará un gran improperio, y es que Shabth se tragará al Sol y destruirá el elixir masculino de la Luz Divina, llorando todos los hombres por lo que les parecerá una gran calamidad. Tan inmersos estarán en su desgracia que no se percatarán de que Theth sorberá a la Luna y suprimirá el elixir femenino de esta misma Luz, extinguiéndola al anular las dos esencias que la formaban complementándose, y ya nada quedará...

Se cumplirá así la Profecía y el Eclipse será total, eterno, perpetuo. Y así llegará el Fin de los Días..."

El golpe seco del libro al cerrarse fue lo que cortó aquel silencio espeso que se había levantado en la estancia.

―¿Crees que ese libro se refiere a mi hijo? ―se atrevió entonces Nicholas a preguntar, acercándose un par de pasos a él con actitud escéptica.

―Ya les dije a ambos que era absurdo ―trató de excusarse Ylva.

―Por supuesto que es absurdo ―aseveró Nicholas casi divertido―. No es más que una leyenda.

―No, es una profecía ―apuntó Cailen―. La Profecía del Fin de los Días.

―No veo la diferencia entre ambas cosas ―le restó importancia el joven.

―Nicholas, bien sabes que una leyenda habla de cosas pasadas. Una profecía, en cambio, habla del futuro.

―Lo que sé bien es que ni yo soy el Sol ni Gabrielle, la Luna ―se encogió de hombros.

―Deja tu racionalidad a un lado y mira a tu hijo ―señaló Zayev al bebé que Ylva sostenía en brazos―. Su cabello es dorado como el brillo del sol, y sus ojos grises como rayo de luna.

―Por el amor de Dios, Zayev, es nuestro hijo ―rio Nicholas ante lo que le parecía pura terquedad―. No tiene nada de extraordinario que haya heredado rasgos míos y de Gabrielle.

―Tampoco tiene nada de extraordinario que haya nacido justo en el momento de la Sizigia, el eclipse perfecto, ¿verdad? ―apostilló el joven―. Habéis prestado, todos, atención a lo que os he leído, ¿no?

―No es más que una coincidencia ―intervino Erick, posicionándose cerca de Nicholas y mostrándose de su misma opinión.

―Extrañamente, todo coincide ―continuó Cailen―, porque esa marca también tiene una forma peculiar.

―Una almendra ―apuntó Claire reincidiendo en su idea.

―El Ojo de Zhishan ―la corrigió el joven.

―En la Antigüedad, los Hombres creían que, al observar un eclipse eran testigos, en realidad, de una confrontación entre los Dioses Zhishan y Mepht ―comenzó a explicarles Zayev―. Siendo Zhishan un Dios Celestial como era, sus ojos representaban uno el Sol, y el otro la Luna. Mepht, durante la pelea, le arrancaba uno de ellos y se lo tragaba, dándose así la oscuridad propia del eclipse. La devolución de la luz provenía de la intervención divina del Dios Kadzait que deshacía el entuerto con su poder supremo y devolvía los ojos a Zhishan.

―El estigma de su cuerpo lo marcará ―recitó de nuevo Ylva, llena de resignación y bajando su mirada hacia el pequeño―, y será la prueba de su identidad, una efigie del momento en que verá el mundo.

―Ella también se mostró escéptica ―señaló Cailen―, hasta que supo el nombre de vuestro hijo.

―¿Cómo se os ocurrió? ―quiso saber Zayev.

―Lo decidió Gabrielle ―le informó Nicholas.

―En realidad no lo decidí ―reconoció ella―. Vino a mi mente en cuanto tomé al niño entre mis brazos.

Nicholas se acercó a su esposa. Rodeó sus hombros con el brazo y le besó la frente, como si pretendiera ahuyentar de su cabeza todas aquellas ideas absurdas.

―Ilsïk significa eclipse en la Lengua Ancestral ―concluyó Zayev, creando un silencio mucho más denso que la vez anterior.

―Esto me parece ridículo ―lo quebró, finalmente, Nicholas con una carcajada, soltando a Gabrielle―. Si pretendes decirme que mi hijo provocará el Fin del Mundo…

―Yo no estoy diciendo nada de eso, porque tampoco lo creo, aunque lo parezca ―lo cortó con un tono también más distendido―. Puede que Ylva haya tenido razón todo el tiempo y que ni siquiera debía habéroslo comentado. Pero cuando nació vuestro hijo, no pude obviar las palabras de este libro.

―Parece antiquísimo ―indicó Erick tomándolo para estudiarlo.

―Nuestros antepasados prohibían su lectura ―le dijo Ylva.

―¿Vuestros antepasados? ―intervino Agatha por primera vez.

―Las raíces de los reinos que conforman los Territorios Gealach se remontan a muchos siglos atrás ―le explicó Erick―. Se hacían llamar así porque eran adoradores de la Luna ―añadió con cierta sorna.

―Diciéndolo así haces que parezca que nuestros ancestros se pasaban las noches aullándole a la luna. ―Zayev le hizo un mohín.

―Aunque sí es cierto que le rendimos culto ―apuntó Cailen.

―Mostrádselo a mi prima ―les pidió entonces Erick.

Los dos hombres alzaron la manga izquierda de su camisa hasta el codo para mostrarles su muñeca, mientras Ylva descubría de entre su vestido una joya que colgaba de una cadena de plata, y que representaba el mismo símbolo que estaba delineado en la piel de los dos jóvenes: una esfera, perfecta y plena, flanqueada por sendas medias lunas a ambos lados. Una composición, en sí misma, llena de armonía y magia.

―Representa Las Fases de La Luna ―explicó en su nombre Erick―. Y Gealach era el nombre que le daban sus ancestros a la divinidad.

―Ah, ¿pero tú lo sabías? ―le preguntó Gladys a su hijo, sorprendida.

―He de conocer bien a quien va a ser el padrino de mi hija, ¿no crees? ―ironizó Erick, recibiendo un puñetazo en el hombro por parte de Zayev.

―Había oído hablar de este tipo de marca pigmentada en la piel, pero jamás había visto una ―admiró la figura Trystan―. ¿Fue doloroso cuando os la hicieron?

―Nos la hacen de pequeños, así que no lo recuerdo ―admitió Cailen.

―¿Os la hacen a todos? ―quiso saber Agatha, observando también la marca del joven llena de curiosidad.

―Solo a los hombres ―le respondió―. A las mujeres les entregan esa joya.

―Hace que no olvidemos nuestro legado ―prosiguió Ylva―, que nos esforcemos en procurar que perduren sus ritos y tradiciones en nuestras costumbres.

―Como el ritual del Vínculo de Seda en vuestros esponsales ―apuntó Gabrielle con una sonrisa.

―¿Qué ritual es ese? ―preguntó Gladys.

―Después del intercambio de alianzas ―comenzó a explicarle Gabrielle―, las manos de los novios quedan unidas simbólicamente por una cinta de seda.

―Entiendo ―sonrió a su vez Gladys.

―Yo nunca lo he visto hasta ahora, pero debe ser un momento muy emotivo.

―¿Y por qué prohibían esta lectura tus antepasados? ―cambió de tema Erick, interesándose de nuevo en el viejo manuscrito y acercándose también Nicholas.

―Habla de creencias muy distintas a las nuestras ―le aclaró Zayev―. Esa profecía apocalíptica que os acabo de leer no es nada comparado con algunos pasajes de ese libro.

―A mí me horroriza ―musitó Ylva―. Habla de cultos que creen en el sacrificio humano como obsequio a sus dioses.

―Eso es una completa monstruosidad ―exclamó Gladys.

―De eso hace ya muchos siglos ―la calmó Trystan.

―Ciertamente ―afirmó Zayev―. Pero hace siglos, alguien creía en todo esto, incluida esa profecía ―habló ahora con gran solemnidad.

Entonces, se acercó a Ylva y tomó a Ilsïk entre sus brazos, quien, curiosamente, parecía observarlo con gran atención.

―Para nosotros, las circunstancias que han rodeado tu nacimiento no son más que felices coincidencias ―pronunció con suavidad, mirándolo―, anécdotas que contar a tus hijos y tus nietos. Pero, por increíble que parezca, hubo un tiempo en el que, para alguien, tú suponías una gran amenaza; eras quien vendría a destruir su mundo y a quien deberían detener para impedírselo. Porque sería tu vida… o la suya.