―Mira cómo vuelo, madre ―exclamó Jordan, mientras giraba con Frederick en sus brazos, quien no dejaba de reír.
―Lo que voy a ver es cómo te va a vomitar encima la comida ―trató de reprenderle Agatha, aunque le resultaba casi imposible reprimir la sonrisa de sus labios. Era inevitable con lo feliz que se sentía.
―No seas aguafiestas, mujer ―refunfuñó Jordan, aunque se detuvo para asegurarse de que el niño estaba bien―. Lo vas a convertir en una niñita debilucha cuando debe ser un hombre fuerte, como yo ¿verdad? ―le preguntó directamente a Frederick como si pudiera comprenderlo.
El bebé, sin embargo, comenzó a balbucear y señaló un pequeño caballito de madera que había al pie del árbol, cerca de Agatha. Jordan hizo caso a su petición y se sentó al lado de su esposa, colocando al niño entre sus piernas y entregándole el juguete que empezó a sacudir con emoción.
―Al menos tendrá vuestra misma preferencia por los caballos ―bromeó Nicholas sentado cerca de ellos con Gabrielle e Ilsïk que dormía en su regazo.
―Quiero conseguirle el mejor poni que pueda encontrar, para enseñarlo a cabalgar ―repuso Jordan con orgullo.
―Pero si apenas camina ―apuntó Agatha, frunciendo el ceño.
―Cuanto antes, mejor ―discrepó el joven―. Y verás cuando le enseñe a usar el arco ―añadió―. Ni su tío podrá superarlo.
―Eso sí que me gustaría verlo ―rio Nicholas.
―Así será ―respondió Jordan con el pecho henchido.
―Hace tiempo que no vais de caza ―comentó entonces Gabrielle―. Pensé que saldríais más a menudo estando Zayev y Cailen aquí.
―Quizás tienes razón ―dijo más serio Jordan―. Hemos estado un tanto ocupados ―miró a Nicholas―, pero tal vez deberíamos hacer honor a las visitas.
Nicholas asintió, concordando.
―Aunque no sé si mi primo dejaría sola a Claire por ir a cazar ―bromeó ahora Agatha.
―No seas exagerada tú también ―rio Gabrielle―. Además, parece que entre ellos todo se está normalizando.
―¿Dónde están? ―se extrañó Agatha de su ausencia.
―En uno de los jardines, hablando con la Princesa Adrianne.
―Precisamente ―agregó la joven con suspicacia.
―No dirías eso si supieras por qué está aquí en realidad ―apuntó Gabrielle.
―Ah, pero ¿tú sí lo sabes? ―se cruzó de brazos un tanto ofendida.
―Gabrielle, se supone que Erick me lo confió como un secreto ―le recordó su esposo.
―Sí, y tanto secreto casi vuelve loca de celos a mi prima ―discrepó entonces.
―Vamos, ahora no nos podéis dejar con esta incertidumbre ―intervino Jordan.
―Nicholas ―miró Gabrielle al joven buscando su aprobación. Este frunció los labios disconforme, pero, finalmente, accedió, pasando Gabrielle a narrarle a la pareja lo que había ocurrido.
―Nunca creí que mi presencia aquí pudiera haber causado tantos problemas ―reconocía Adrianne frente a Erick y Claire.
Los tres se hallaban sentados en un amplio banco de piedra, pero Adrianne estaba tan avergonzada que se situó lo más alejada que pudo de ellos, e incluso evitaba sus miradas.
―No busco que os disculpéis conmigo ―negó Claire, tratando de sosegarla―. Mi intención era la de excusarme yo por haberme mostrado tan grosera con vos.
―No habéis sido grosera en ningún momento ―refutó la Princesa, mirándola sorprendida.
―Pero amigable, tampoco ―apuntó Claire.
―En cualquier caso, viéndolo desde vuestro punto de vista, teníais todo el derecho a sentiros incómoda ―agregó Adrianne―. Al pedirle a vuestro esposo que no airease un asunto tan vergonzoso no tuve en cuenta lo que podríais pensar acerca de mi presencia aquí.
―Sin embargo, todo ha quedado en un malentendido y ya no tenéis de qué preocuparos ―concluyó Erick.
―Al contrario ―discrepó Adrianne―. Esto me hace comprender que mi estancia en este castillo no debería prolongarse por más tiempo.
―Pero no podéis rendiros ahora ―se sorprendió el joven―. No podéis aceptar las intenciones de vuestro padre.
―Y no lo haré ―sentenció ella―. Voy a encomendar mi vida a la Divina Vetsa.
―¡No podéis hacer eso! ―se alarmó Claire.
―Las Sacerdotisas Púrpuras suelen acoger en sus templos sagrados a las muchachas de condición humilde cuyos padres no pueden hacerse cargo de ellas ―le recordó Erick.
―En cierto modo es mi caso. Yo misma me he condenado al exilio al no obedecer a mi padre, y él nunca aceptará mi regreso de otra forma.
―Pero aún así, deberíais pensarlo ―insistió Erick.
―Es que no tengo otra opción ―dijo rendida ante las circunstancias.
Se pasó las manos por los brazos con la vista fija en aquel bello jardín. No se percató de que lloraba hasta que Claire le alargó un pañuelo. Adrianne le agradeció el gesto con una sonrisa, aunque más triste de lo que debería haber sido.
―Llevados a este punto, ¿puedo haceros una pregunta indiscreta? ―se aventuró Claire, lanzándole una mirada de complicidad a su esposo.
―Sí, claro ―la miró con extrañeza mientras terminaba de enjugarse las lágrimas.
―¿Qué sentís por el Príncipe Cailen? ―se atrevió a preguntar entonces.
Adrianne enrojeció profundamente y bajó la vista hacia sus manos que jugueteaban nerviosamente con el pañuelo.
―Ya no es necesario que respondáis ―le sonrió ella con picardía al comprender.
―¿Y aún así queréis refundir vuestra vida en un Templo Sagrado? ―le reprochó Erick, secundando la idea de su esposa.
―No veo qué tenga que ver una cosa con la otra ―suspiró pesadamente.
―¿Acaso Cailen os ha rechazado? ―preguntó el joven entonces.
―Ni siquiera creo que tenga sospecha alguna sobre esto ―se escandalizó ella, colocando una mano en su pecho, azorada―. Y no podéis pretender que le confiese directamente mis sentimientos.
―Pero no estáis teniendo en cuenta los de él ―apuntó Claire.
―No estamos insinuando que se lo preguntéis abiertamente ―le aclaró Erick al ver la incomodidad de la joven―, pero ya que tenéis tan buena relación de él, comentadle sobre la decisión tan absurda que habéis tomado. Estoy seguro de que tendrá algo que decir al respecto.
―No creo que pueda hacer eso ―dudó.
―¿Y pensáis renunciar antes de intentarlo? ―le reprochó la Princesa.
―He tenido suficiente con un malentendido ―se excusó ella, levantándose de pronto del banco.
―No os entiendo ―se extrañó Erick.
―Si esto llegase a sus oídos y no creyese en mi sinceridad, no podría soportarlo ―confesó ella, aunque le costó hacerlo mirándolos a los ojos―. ¿Es que no lo entendéis? ―demandó con energía al ver el rostro contrariado de la pareja―. Sería una muy buena solución el conseguirme un esposo joven y apuesto que me ayude a huir del problema.
―No creo que nadie sea capaz de creer algo así ―discrepó Claire, negando con la cabeza.
―Vos dudasteis de mis intenciones con vuestro esposo ―le recordó Adrianne―. No pretendía ofenderos ―se apresuró en excusarse extendiendo una de sus manos al ver la culpabilidad en el rostro de Claire―. Solo intento que comprendáis mi postura.
―Yo sigo pensando que nada perdéis con decirle a Cailen lo que pretendéis hacer ―insistió Erick―. Si habéis tenido la suficiente confianza con él como para contarle lo que os había ocurrido con vuestro padre, no veo por qué no relatarle que pronto os marcharéis.
―Erick tiene razón ―insistió Claire viendo que Adrianne vacilaba―. Si no sois correspondida, Cailen no hará nada al respecto y vos podréis huir hacia ese templo, y sin que vuestros sentimientos hayan quedado en entredicho.
―Tengo entendido que iba a las caballerizas a ver el semental que su padre le regaló a mi prima ―le insinuó Erick con declarada intención.
―Tal vez no sea tan descabellado ―quiso alentarse Adrianne a sí misma, con la mirada perdida y estrujando el ya arrugado, y maltratado, pañuelo entre sus manos.
―Buena suerte ―le deseó Claire a modo de acicate.
Adrianne los miró durante unos segundos, sopesando sus palabras. Finalmente, y a pesar de todas las dudas, asintió con una tímida sonrisa en los labios y, tras devolverle el pañuelo a Claire, les hizo una leve reverencia, respondiéndoles ellos con una mirada de complicidad justo antes de que pusiera rumbo hacia las caballerizas.
Sin embargo, ahora que iba camino de encontrarlo, no sabía muy bien cómo enfocar el tema. Quizás un "quería avisaros de que voy a dedicar mi vida a la Divina Vetsa" era demasiado presuntuoso por su parte, a fin de cuentas, qué interés podía tener él con respecto a lo que a ella le sucediese. Había sido muy amable y considerado con ella, de eso no tenía dudas, pero de ahí a que a él le importase lo más mínimo lo que hiciera con su vida…, había un gran trecho.
Y ese era el motivo más importante que la impulsaba a querer abandonar ese castillo y marcharse. Cuando creyó estar enamorada de Erick se sintió despechada, en un principio, cuando supo que él elegiría a Claire en lugar de a ella, pero aquello pronto pasó. Sin embargo, ahora, la simple idea de la indiferencia por parte de Cailen le hacía daño, tanto que le aterraba un posible rechazo. Él nunca había dado muestras de sentir algo por ella, su acercamiento nunca fue más allá de la simple caballerosidad, y el hecho de que en su día confundiese la amabilidad de Erick con algo más, le había hecho aprender la lección. No volvería a caer de nuevo en el mismo error. Cailen se había mostrado atento y comprensivo con ella, pero nada más.
Estaba ya muy cerca de las caballerizas cuando escuchó voces de varón en su interior. Una de ellas con seguridad era de Cailen, pero estaba con alguien más. Frenó sus pasos queriendo asegurarse de no estar interrumpiendo ninguna conversación privada cuando escuchó su nombre y eso la hizo detenerse en seco, apoyándose cerca del umbral. Sabía que estaba mal escuchar detrás de las puertas, pero la curiosidad fue más fuerte y quiso saber por qué hablaban de ella.
―Así que la Princesa Adrianne te ha confesado que está enamorada ―dijo la otra voz que ahora reconoció como el Príncipe Zayev―. Muy oportuno ―agregó el joven, sarcástico.
Adrianne sintió una punzada en el pecho, la sospecha de que no le iba a gustar el cariz que iba a tomar aquella conversación era más que palpable, pero, aún así, decidió seguir escuchando.
―No te entiendo ―respondía Cailen.
―Vamos, estoy completamente seguro de que se refería a ti ―dijo Zayev con socarronería―. No me extrañaría nada que todo esto sea un plan para engatusarte.
―¡No te atrevas a decir algo así! ―espetó Cailen tomando por la pechera del jubón a su cuñado.
―Cálmate ―rio Zayev con ganas―. Era una broma y reconozco que malintencionada. Quería ver tu reacción, y ha sido más que satisfactoria ―se jactó―. Tú también estás enamorado de la Princesa.
―A veces me dan ganas de golpearte ―lo soltó con rudeza.
―Va a resultar que me vas a tener que agradecer que te haya pedido que la frecuentaras para averiguar el motivo de su presencia aquí ―alardeó―. No solo la apartaste de Erick, sino que la acercaste a ti ―añadió entre risas.
―Eres un estúpido y…
El relinchar de un caballo cerca de la puerta del establo hizo que los jóvenes cortaran su conversación y mirasen hacia la entrada. Ambos vieron cómo la Princesa Adrianne se alejaba de allí. Cailen miró a su cuñado lleno de furia.
―¿Crees que nos habrá oído? ―cuestionó Zayev con culpabilidad.
―Esta pienso cobrármela ―le advirtió Cailen señalándolo con el dedo antes de salir al encuentro de la joven. Tuvo que acelerar el paso para poder alcanzarla.
―¡Alteza! ―la llamó para que se detuviera.
―Decidme ―lo encaró ella con toda la entereza de la que fue capaz. En su rostro había surcos de lágrimas recién enjugadas; no era necesario preguntar si los había escuchado.
―Dejadme que os explique antes de sacar conclusiones equivocadas ―le pidió él.
―Yo no debo sacar conclusiones equivocadas, pero el resto del mundo puede pensar sobre mí lo que se le antoje sin haberme escuchado siquiera, ¿verdad? ―se defendió ella con rabia.
―No es lo que pensáis ―trató de convencerla―. Zayev estaba bromeando.
―¿Y lo de apartarme del Príncipe Erick? ―citó con punzante ironía.
―Os lo ruego, permitidme…
―En cualquier caso podéis decirle a vuestro cuñado que no tiene de qué preocuparse ―lo cortó ella, nada dispuesta a escuchar sus explicaciones―. Sabed que pronto me marcharé, pues tengo intención de dedicar el resto de mis días al culto de la Divina Vetsa.
―¡No podéis hacer eso! ―le exigió él con brío, tomándola de los hombros.
―¡Claro que puedo! ―se zafó ella de su agarre―. En uno de los picos de La Espina hay un templo. Donaré las pocas joyas y vestidos que traje conmigo a la Sacerdotisa para que permita mi acceso, cortaré mis cabellos y dedicaré mi vida al culto de la Señora del Bratvah ―recitó con sarcasmo―. Es tan sencillo como eso.
―¿Vais a renunciar a una vida sin amor? ―protestó él.
―¿De qué amor me estáis hablando? ―refutó ella indignada―. ¿Del que mi padre siente por mí?
―Dijisteis que amabais a un hombre, que…
―Eso no tiene ningún valor ―lo interrumpió―. Mi amor puede ser inmenso como el Mar Istook, pero si no es correspondido… será como un abismo, oscuro y vacío.
―¿Y quién dijo que no es correspondido? ―preguntó él tensando la mandíbula.
Y, aunque Adrianne entendió perfectamente aquella insinuación, se limitó a mirarlo de arriba abajo, tras lo que volteó para marcharse de allí. Sin embargo, Cailen no estaba dispuesto a dejarla ir así. La tomó con fuerza de los brazos y la atrajo hacia él para estrellar sus labios con los suyos en un beso poderoso y exigente.
Adrianne apenas fue capaz de reaccionar a algo tan inesperado. Además, jamás hombre alguno la había besado y, de repente, sentir los labios de Cailen sobre los suyos… ¿qué mujer no desea ser besada por el hombre que ama? Por eso, aunque su vanidad femenina le exigía apartarse de él de inmediato, el deseo de sentirlo le hizo dejar todo a un lado y corresponder a ese beso, a pesar de su titubeante inexperiencia. Su cuerpo se destensó, notando que, al instante, Cailen aprovechaba su rendición para estrecharla entre sus brazos, por lo que ella elevó los suyos hundiendo sus manos en aquellas largas hebras negras que conformaban su cabello, como tantas veces había querido hacer. Dejó que Cailen poseyera su boca a su antojo, disfrutando de esa caricia cálida y turbadora, y sin importarle ni su propio honor ni su dignidad. Tantas veces habían quedado en entredicho que una más poco podía importar. Al menos, se llevaría ese recuerdo consigo cuando se marchara, sabiendo lo que era sentirse amada, aunque fuera por un efímero momento.
Cuando Cailen se separó de sus labios, apenas les quedaba aliento.
―¿Esto también formaba parte del plan de vuestro cuñado, el que me enamorarais? ―preguntó ella con mordaz tristeza.
―¿Vais a permitirme que me explique? ―comenzó Cailen a desesperarse.
―No hay nada que explicar ―replicó ella, claramente dolida―. Debíais acercaros a mí para…
―Es que yo no me acerqué a vos ―la cortó abruptamente―. Fuisteis vos la que…
―Sí, ya sé que mi comportamiento, por enésima vez, es más que reprochable ―exclamó bajando la mirada llena de vergüenza.
―En ningún momento he querido decir eso ―alzó con los dedos su barbilla―. Yo jamás tuve intención alguna de indagar en vuestra vida, aunque Zayev me lo haya sugerido. No me habría atrevido a acercarme a vos y por eso me alegro de que tomarais la iniciativa y fuerais vos quien lo hiciera, porque así he tenido la oportunidad de conoceros realmente y lo que he descubierto me ha atraído tanto, que ha hecho que me enamore de vos.
―No lo digáis ―apartó la vista de él no queriendo escucharlo.
―Sabéis que es cierto ―tomó su rostro para que lo mirara―. Acabáis de sentirlo al teneros entre mis brazos, al igual que sé que es a mí a quien amáis.
―¿Y no habéis pensado que tal vez vuestro cuñado tiene razón? ―preguntó con fingida malicia―. Quizás solo quiero engatusaros para que resolváis mi problema.
―No os juzgué mal en un principio cuando no os conocía ni lo haré ahora ―masculló entre dientes intentando no responder a su provocación―. Y si manteniendo esa infamia creéis que me apartaréis de vos, os confundís. Os amo y quiero haceros mi esposa, digáis lo que digáis.
―Aunque jure y perjure que yo no os amo a vos ―lo retó.
La respuesta de Cailen a su desafío fue volver a tomarla entre sus brazos para besarla intensamente, apretándola contra su pecho y acariciando sus labios con insistencia y frenesí, haciendo que Adrianne se aferrara a su cuello al sentir que las piernas eran incapaces de sostenerla ante su beso arrebatado.
―Miradme de frente y decidme que no me amáis ―le pidió él susurrando sobre sus labios.
Adrianne dio un paso atrás, tomando aire a la vez que valor.
―No importa lo que yo sienta. No pienso casarme con vos.
Sabía que si Cailen volvía a besarla destrozaría su voluntad, así que salió corriendo de allí sin dejarle lugar a réplica. Cailen, por su parte, la dejó marchar. Al fin y al cabo, Adrianne podría huir a los Confines del Mundo, pero jamás lograría escapar de él.