Cuaderno 2

Lo que escribí el día que mamá encontró a Rodolfo debajo de mi boina.

Rodolfo fue la rana más grande que tuve en toda mi vida. A veces la echo de menos.

EN mi pueblo unas veces llueve y otras veces sale el Sol.

Unos días te puedes bañar en el río, tirarte de cabeza desde el puente y asustar a las truchas.

Cuando hace frío puedes arrimarte al fuego, asar castañas y calentarte las manos.

Si llueve poco, no mucho, sólo a humedecer, el cerro de la arcilla se convierte en una pista de competición.

Subir no es fácil, porque resbalas. Subes como puedes, a gatas, te caes y vuelves a intentarlo, lo consigues, llegas a lo alto, coges impulso, gritas: ¡Banzai!, y te lanzas, a resbalar sobre el fondillo de los pantalones, a ser el más rápido, el que tarde menos. La arcilla te salpica la cara y a poco todos parecemos un mismo niño rebozado en pasta de hacer botijos.

Lo de gritar ¡Banzai! lo aprendimos en una película de japoneses heroicos.

El juego casi siempre termina igual. Subes y bajas por el tobogán de arcilla hasta que te agarran de una oreja, te tiran a una bañera de agua jabonosa y mamá dice:

—Eres un niño imposible.

Yo protesto:

—¿No querrás que sea un cobarde o el que baje más despacio?

Mamá se enfada.

—Lo que quiero es sacarte la piel a tiras.

Y me friega con un estropajo hasta dejarme tan limpio que parezco nuevo.

Después del baño a lo mejor ya es de noche. Si es de noche no importa tanto tener que irse a la cama.

—Sin cenar, por supuesto.

Es sólo un amago.

A mamá, casi siempre, se le va toda la fuerza por la boca.

Por la noche, cuando estoy en la cama, viene papá, se sienta a mi lado y hablamos de todo, de ir, de hacer o de tener cosas.

Papá tiene montones de ideas y un sueño.

—Navegar.

—¿Hasta dónde?

—No sé qué decirte, hijo.

—Di un sitio.

—Podría decirte mil o más.

—Hay mucho mundo, es cierto.

—Ya lo creo.

Hablamos hasta que entra mamá y dice:

—Basta de charla.

Mamá entreabre la ventana y apaga la luz.

Por la ventana entreabierta veo las estrellas, la Luna las noches que sale la Luna, los aviones que pasan tan alto y las naves espaciales que vienen de otros planetas.

Una noche, una nave espacial se posó en el marco de la ventana. Estaba hecha de luz y plata. No me asusté al verla. Bajó un ser diminuto que no era verde. Se acercó y me dijo que en su planeta ya habían madurado las manzanas.

Otra noche salió el Sol, vino papá, me subió a sus hombros y dijo:

—Yo soy el caballo y tú el caballero.

—¿Adónde iremos? —pregunté.

—Supongo que a rescatar a una chica en apuros.

Y salimos al galope por un campo que yo no había visto nunca.

Estas cosas siempre terminan a las ocho, con un olor a pan caliente y mamá que dice:

—Arriba todo el mundo. ¿Qué hora os habéis creído que es?