Cuaderno 1
Lo que escribí una tarde después de oír gritar a mamá:
—¡A tu habitación, y no se te ocurra asomar la oreja o será peor!
Y todo porque quise ver el mundo desde el tejado.
EN el pueblo somos muchos niños y niñas de todos los tamaños. Algunos aún son de leche, y también los hay casi mozos.
En el pueblo hay un cura viejo, un maestro joven, un alcalde vanidoso y otras personas mayores.
Una de las personas mayores se llama Olegario. Olegario hace cestos, barre la plaza y toca el tambor para llamar a misa.
El hijo de Olegario se llama Pedro, es el mejor amigo que tengo y siempre estamos juntos.
Olegario no quiere crecer.
Dice:
—Creces y la fastidias.
Tiene razón. Creces y se apagan los duendes, todo no será jamás una fortuna, y si bajas el río dentro de una tina, serás un señor que a lo mejor se ha vuelto loco en vez de un heroico capitán en busca de las Islas Perdidas.
—Lo malo es que si no creces, nunca tendrás un hermoso bigote.
Mi pueblo, que es pequeño, está a la orilla de un rio, entre huertas, al pie de una montaña en la que vive un duende.
La iglesia es antigua y la escuela se cae de vieja.
En la plaza hay un pedestal sin estatua. La iban a poner cuando nadie podía opinar, que todo lo daban opinado. Pero algo cambió de la noche a la mañana. Pasamos de obedecer sin rechistar a ser republicanos con voto. La estatua no se hizo. Por eso no tenemos un general de bronce, en un caballo de bronce, con gorro y plumero de bronce, cruzando la plaza eternamente.
Ahora, los mayores discuten y no se ponen de acuerdo.
El alcalde insiste en que la estatua debe hacérsele a su padre, que fue poeta local.
El boticario vota por el sabio que inventó las píldoras de color rosa.
El señor cura quiere un santo limosnero que sirva de percha para que se posen las palomas.
Benjamín dice que lo agradecido sería un monumento a la Manzana de Otoño.
Don José, el médico, sólo quiere que lo dejen en paz, y el maestro también bosteza.
A mi hermana, que ya tiene quince años, le parece que el pueblo es una ratonera.
Mi hermana dice:
—No hay un solo chico interesante. Todos llevan boina, papá.
—Yo llevo boina.
—Tú no eres un chico.
—También es cierto.
A papá, que viajó mucho y a quien una vez le robaron la cartera en un tren, le parece que el pueblo es tranquilo.
—Aquí, se te olvida el paraguas en la calle y alguien vendrá a devolvértelo.
A mamá le parece que todo está bien y que la gente es amable.
Mamá dice:
—Claro que estaría mejor si yo tuviera cinco manos y otro par de armarios.
A mamá siempre le faltan armarios y manos.
El maestro dice que, para los chinos, nuestro pueblo es un sitio maravilloso y lejano, de costumbres extrañas, donde la gente no peina coleta y come el arroz con cuchara.
Yo quiero ir a la China y a otros sitios emocionantes, quiero ver cosas fantásticas, hombres amarillos, volcanes en erupción, barcos de vela y vientos huracanados, pero siempre y cuando por la noche pueda volver a mi casa, a mi cama, donde, si me despierto por culpa de una pesadilla, oiga roncar a papá.
Si papá ronca es que todo está bien y no puede pasar nada malo.