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Ese mismo día, a la hora a la que Chopin desnuda sus plátanos, el joven Frédéric se dirige de nuevo a la calle de Rome. Más recién afeitado aún que la antevíspera, con el estrave de su after-shave más afilado aún, Frédéric corta con eficacia el aire. Después de llamar dos veces, Suzy va a abrirle, descalza, ceñida en un amplio albornoz de rizo rojo, una mano en el pomo de la puerta, aguantando con la otra una toalla beige sobre sus cabellos.

Ha hecho pasar al joven y luego se ha refugiado en el cuarto de baño renegando distraídamente contra él. Se ha puesto un gran jersey color arena, un calzón negro y unas botas de ante gris-rosa, y ha colgado unos aros verdes de gran diámetro de sus orejas. Cuando ha vuelto a la cocina reinaba allí el silencio: Jim se había aislado del mundo y sus tufos de loción detrás de un Pif Super Comique. Tras unos intentos vanos de contacto con él, Frédéric se había acogido a la televisión muda: mostrando esquemas, agitaba sus labios una meteoróloga pelirroja.

Es urgente, dijo el joven en cuanto volvió Suzy. Luego, dijo ella bajito con un ademán discreto mirando oblicuamente a Jim, luego. Echaba corn-flakes en el tazón del niño que de pronto saltó de su silla reconociendo los créditos de un concurso televisivo que encontraba gracioso. No, Jim, protestó Suzy, no nos dará tiempo. Es muy corto, es muy corto, aseguró Jim subiendo brusca y desmesuradamente el volumen, Y ¿CUÁL ES LA PROFESIÓN DE TUS PAPÁS, FABIENNE? PUES, MI PAPÁ ES CONTRAMAESTRE Y MI MAMÁ SUS LABORES. ESTUPENDO, FABIENNE, ES MAGNÍFICO, Y VEAMOS LA PRIMERA PREGUNTA, Suzy tuvo que echarse a gritar no, no, bájalo, ¿quiere una manzana, Frédéric?, van muy bien por la mañana. Iba a aceptar, pero ella miraba ya a otro lado, colocando las tazas en una bandeja. Va a ser la hora, dijo, vístete, ve a vestirte rápido. ¿Puedo ayudarla?, sugirió Frédéric en medio del barullo. Te he dicho que apagues la tele, ordenó Suzy enérgica. ¡AY, FABIENNE! ¡CUÁNTO LO SIENTO!

—Bueno —le dijo a Frédéric media hora más tarde—, al fin y al cabo, no era tan urgente.

Volvían de acompañar a Jim, andaban más despacio que a la ida. Pasada la riada general hacia las oficinas, los talleres y las escuelas, las calles estaban más tranquilas, todo recobraba su aliento antes del próximo pistoletazo de salida; los barrenderos quitaban el polvo del asfalto, con desenvoltura, sin matarse.

—Es que tengo que ver luego a mi amigo —dijo Frédéric—, el chico del que le hablé el jueves, y quería avisarla. Tengo que mantenerla al corriente.

—Tengo pocas esperanzas —dijo ella con voz distraída—, no sé.

—Ya podría interesarse un poco más —se sublevó tímidamente Frédéric—, se trata de su marido, a fin de cuentas.

Se le formó una sonrisa neutra en el vacío, sin relieve.

—Yo que hago esto por usted —añadió Frédéric subiendo un tono—, yo que hago esto precisamente porque es usted. ¿Conoce a muchos hombres que se pasen la vida buscando al marido de la mujer de su vida?

Habían llegado frente a la casa y Frédéric bajaba la cabeza con expresión enfurruñada. Suzy le sonrió con más viveza, en tres dimensiones amenas. Es usted muy bueno, dijo acercando brevemente sus labios a una mejilla del joven, y una de las anillas verdes colgadas de sus orejas resonó como un gong contra la nariz de Frédéric, como el rayo en medio del cielo puro, y al instante siguiente ya no estaba ella, había desaparecido bajo el efecto de aquel beso.