Capítulo 4
El momento equivocado para el amor: la evolución del sexo recreativo
Primera escena: un dormitorio tenuemente iluminado, con un hombre atractivo tumbado en la cama. Una bella joven en camisón corre hacia él. Un precioso anillo de boda de diamantes destella en su mano izquierda, mientras en la derecha sostiene una pequeña banda de papel azul. Se agacha y besa la oreja del hombre.
Ella: ¡Querido, es exactamente el momento apropiado!
Siguiente escena: el mismo dormitorio, la misma pareja, evidentemente haciendo el amor, pero los detalles quedan discretamente ocultos por la tenue iluminación. Después, la cámara muestra un calendario cuyas páginas van siendo arrancadas lentamente (para indicar el paso del tiempo) por una grácil mano que lleva el mismo anillo de diamantes.
Siguiente escena: la bella pareja sosteniendo totalmente felices un bebé limpio y sonriente.
Él: ¡Querida, estoy tan contento de que Ovu-stick nos dijera cuándo era el momento apropiado!
Última imagen: primer plano de la misma grácil mano, sosteniendo el pequeño trozo de papel azul. La leyenda reza: «Ovu-stick. Prueba casera de orina para detectar la ovulación».
Si los babuinos pudieran entender nuestros anuncios de televisión, encontrarían éste especialmente hilarante. Ni los machos ni las hembras de esta especie necesitan una prueba hormonal para detectar la ovulación femenina, el único momento en el que el ovario libera un óvulo y en el que ella puede ser fertilizada. En lugar de esto, la piel alrededor de la vagina de la hembra se hincha y se vuelve de un color rojo intenso visible a distancia; también despide un olor distintivo. Por si acaso el poco perspicaz macho todavía no se percata del asunto, ella se pone en cuclillas delante de él y le presenta sus cuartos traseros. La mayoría de las demás hembras animales son igualmente conscientes de su propia ovulación y la anuncian a los machos con señales visuales, olores o comportamientos semejantemente llamativos.
Consideramos estrafalarias a las hembras de babuino con los cuartos traseros de color rojo intenso. De hecho, es nuestra ovulación difícilmente detectable lo que hace de nosotros los humanos una pequeña minoría en el reino animal. Los hombres no tienen medios fiables para detectar cuándo pueden ser fertilizadas sus compañeras, ni tampoco lo tenían las mujeres en las sociedades tradicionales. Reconozco que muchas mujeres experimentan dolores de cabeza u otras sensaciones cercano el punto medio del ciclo menstrual; sin embargo, no sabrían que esos son síntomas de ovulación si no hubieran sido informadas por los científicos: e incluso éstos no fueron conscientes de ello hasta casi 1930. De forma similar, las mujeres pueden ser enseñadas a detectar la ovulación mediante el control de su temperatura corporal o la mucosidad, pero esto no tiene nada que ver con el conocimiento instintivo que poseen los animales hembra. Si nosotros poseyéramos también un conocimiento instintivo como éste, los fabricantes de kits de prueba de ovulación y 1os de anticonceptivos no tendrían un negocio tan floreciente.
También somos peculiares en nuestra casi continua práctica del sexo, comportamiento que es consecuencia directa de nuestra ovulación oculta. La mayoría de las demás especies de animales restringen el sexo al breve período estral alrededor del anunciado momento de la ovulación (el nombre estro y el adjetivo estral derivan de la palabra griega para «tábano», un insecto que persigue al ganado y lo pone frenético). Durante el estro, una hembra de babuino pasa de un mes de abstinencia sexual a copular unas cien veces, mientras que una hembra de macaco de Gibraltar lo hace cada diecisiete minutos como media, distribuyendo sus favores una vez por lo menos a cada macho adulto de su grupo. Las parejas monógamas de gibón pasan varios años sin tener relaciones sexuales, hasta que la hembra desteta a su cría más reciente y entra en estro de nuevo. Tan pronto como se queda preñada, los gibones vuelven una vez más a la abstinencia.
Nosotros los humanos, sin embargo, practicamos el sexo en cualquier momento sin necesidad de ajustamos al ciclo estral. Las mujeres lo solicitan en cualquier día y los hombres actúan sin ser exigentes sobre si su pareja es fértil o está ovulando. Tras décadas de investigación científica, ni siquiera está claro en qué estadio del ciclo se halla la mujer más interesada en las iniciativas sexuales por parte de los hombres; ello si es que realmente el interés femenino muestra una variación cíclica. De ahí que la copulación humana incluya a mujeres que no son capaces de concebir en ese momento. No sólo tenemos relaciones sexuales en el momento «inapropiado» del ciclo, sino que continuamos practicando el sexo durante el embarazo y después de la menopausia, cuando sabemos con seguridad que la fertilización es imposible. Muchas de mis amigas de Nueva Guinea se sienten obligadas a tener relaciones sexuales exactamente hasta el último momento del embarazo, porque se cree que las repetidas inyecciones de semen proporcionan el material para construir el cuerpo del feto.
El sexo humano parece un monumental desperdicio de esfuerzo desde un punto de vista «biológico», si uno sigue el dogma católico de equiparar la función biológica del sexo con la fertilización. ¿Por qué las mujeres no dan señales ovulatorias evidentes, Como la mayoría de las otras hembras animales, de modo que podamos restringir el sexo a los momentos en los que podríamos obtener algún beneficio de él? Este capítulo intenta entender la evolución de la ovulación oculta, la casi constante receptividad femenina y el sexo recreativo, una trinidad de peculiares comportamientos reproductivos fundamental en la sexualidad humana.
A estas alturas, podrías haber decidido ya que soy el auténtico ejemplo del científico encerrado en una torre de marfil, buscando innecesariamente problemas que explicar. Puedo oír a varios miles de millones de personas del mundo protestando: «No hay nada que explicar, excepto por qué Jared Diamond es tan idiota. ¿Tú no Comprendes por qué nosotros tenemos relaciones sexuales todo el tiempo? ¡Pues porque nos divierte, por supuesto!»
Desafortunadamente, esa respuesta no satisface a los científicos. Mientras los animales están embarcados en relaciones sexuales, también ellos parecen estar divirtiéndose, a juzgar por su intensa implicación. Los ratones marsupiales parecen incluso estar pasándoselo muchísimo mejor que nosotros, si la duración de sus cópulas (unas doce horas) sirve como indicativo. Entonces, ¿por qué la mayoría de los animales sólo consideran el sexo divertido cuando la hembra puede ser fertilizada? El comportamiento evoluciona a través de selección natural, de la misma forma que lo hace la anatomía; de manera que si el sexo es placentero, la selección natural debe ser responsable de ese resultado. Sí, el sexo también es divertido para los perros, pero sólo en el momento apropiado: los perros, como la mayoría del resto de los animales, han desarrollado el buen juicio de disfrutar del sexo cuando pueden obtener algún beneficio de él. La selección natural favorece a aquellos individuos cuyo comportamiento les permite transmitir sus genes al mayor número de crías. ¿Cómo te va ayudar a hacer más niños si estás tan loco como para disfrutar del sexo en un momento en el que no tienes posibilidad alguna para ello?
Un simple ejemplo, que ilustra la naturaleza finalista[5] de la actividad sexual en la mayoría de las especies animales, lo suministran los papamoscas cerrojillos, las aves que mencioné en el capítulo 2. Normalmente, una hembra de papamoscas solicita la cópula sólo cuando sus óvulos están listos para ser fertilizados, unos cuantos días antes de la puesta. Una vez que comienza a poner, su interés por el sexo desaparece y se resiste a las proposiciones de los machos o se comporta con ellos de manera indiferente. Pero en un experimento en el que un equipo de ornitólogos convirtieron en viudas a veinte hembras de papamoscas, eliminando a sus compañeros tras completar la puesta, seis de las veinte viudas experimentales fueron observadas dos días después solicitando la cópula a nuevos machos, tres fueron vistas de hecho copulando, y muchas otras podrían haberlo hecho fuera de observación. Evidentemente, las hembras estaban intentando engañar a los machos haciéndoles creer que eran fértiles y que estaban disponibles. Cuando los huevos finalmente eclosionaran, los machos no tendrían forma de darse cuenta de que el padre de la nidada era realmente algún otro macho. Por lo menos en algunos casos el truco funcionó, y los machos procedieron a alimentar a los polluelos como habría hecho un padre biológico. Luego, no había ni siquiera la más ligera indicación de que cualquiera de las hembras fuera una viuda alegre que buscara sexo por mero placer.
Ya que nosotros los humanos somos excepcionales en nuestras ovulaciones ocultas, incesante receptividad y sexo recreativo, ello sólo puede deberse a que hemos evolucionado para ser así. Resulta especialmente paradójico que en el Homo sapiens, especie única por su conciencia de sí, las hembras sean inconscientes de su propia ovulación, cuando las de otros animales tan estúpidos como las vacas son conscientes de ella. Se requirió algo especial para ocultar la ovulación a una hembra tan inteligente y consciente como una mujer. Como descubriremos, se ha demostrado que es inesperadamente difícil para los científicos encontrar qué es ese algo tan especial.
Hay una razón simple por la que la mayoría de los otros animales son sensiblemente mezquinos en lo que se refiere a esfuerzo copulativo: el sexo es costoso en energía, tiempo y riesgo de lesiones o muerte. Permíteme dar cuenta de las razones por las que no deberías amar a tu adorado/a innecesariamente:
- La producción de esperma es tan costosa para los machos que los gusanos con una mutación que reduce la producción de esperma viven más que los normales.
- El sexo requiere tiempo que, de otra manera, sería dedicado a encontrar alimento.
- Las parejas fundidas en un abrazo se arriesgan a ser sorprendidas y asesinadas por un depredador o enemigo.
- Los individuos de edad más avanzada pueden sucumbir a la tensión del sexo: el emperador francés Napoleón III sufrió un ataque mientras estaba entregado al acto sexual, y Nelson Rockefeller murió durante una relación sexual.
- Las luchas entre los machos compitiendo por una hembra estral acaban con frecuencia en serias lesiones tanto para las hembras como para los machos.
- Ser pillado en plena relación extramarital es arriesgado para muchas especies animales, incluyendo (como es bien conocido) la humana.
Así pues, obtendríamos una gran ventaja si fuéramos tan sexualmente eficientes como otros animales. ¿Qué ventaja compensatoria obtenemos de nuestra aparente ineficiencia?
La especulación científica tiende a centrarse en otro de nuestros rasgos inusuales: la condición de indefensión de las crías humanas hace necesaria gran cantidad de cuidados parentales durante muchos años. Los jóvenes de la mayoría de los mamíferos comienzan a conseguir su propio alimento tan pronto como son destetados; se hacen plenamente independientes poco tiempo después. De ahí que la mayoría de las hembras mamíferas puedan criar, y de hecho críen, a sus jóvenes sin asistencia del padre, al cual ve la madre tan sólo para copular. Entre los humanos, sin embargo, la mayoría del alimento se consigue mediante tecnologías complejas absolutamente fuera del alcance de la destreza o capacidad mental de un niño pequeño. Como resultado, a nuestros hijos hay que facilitarles alimento durante por lo menos una década después del destete, y esta tarea resulta mucho más fácil para dos progenitores que para uno. Incluso hoy en día es duro para la madre soltera humana criar a sus hijos sin asistencia, y solía ser mucho peor en tiempos prehistóricos, cuando éramos cazadores-recolectores.
Consideremos ahora el dilema al que se enfrenta una mujer de las cavernas en período de ovulación que acaba de ser fertilizada. En muchas otras especies de mamíferos, el macho responsable se marcharía rápidamente en busca de otra hembra en estado de ovulación para fertilizarla. Para la mujer de las cavernas, sin embargo, la partida del macho expondría a sus eventuales hijos a la posibilidad de la hambruna o la muerte. ¿Qué puede hacer ella para conservar a ese hombre? Su brillante solución: ¡permanecer sexualmente receptiva incluso después de la ovulación! ¡Mantenerle satisfecho copulando cuando él lo desee! De esa forma éste permanecerá cerca, no necesitará buscar nuevas compañeras sexuales, e incluso compartirá su porción diaria de carne de caza. Así pues, se supone que el sexo recreativo funciona como el adhesivo que mantiene unida a una pareja mientras sus miembros cooperan en la crianza de su indefensa prole. Esta es en esencia la teoría aceptada anteriormente por los antropólogos y que parecía bastante convincente.
Sin embargo, a medida que hemos ido aprendiendo más acerca del Comportamiento animal hemos llegado a advertir que esta teoría del sexo-para-promover-valores-familiares deja muchas preguntas sin contestar. Los chimpancés, y especialmente los bonobos, tienen relaciones sexuales con más frecuencia incluso que nosotros (tanto como varias veces al día), siendo aun así promiscuos y carentes de enlaces de pareja que mantener. A la inversa, uno podría señalar los machos de numerosas especies que no requieren tales sobornos sexuales para ser inducidos a permanecer con su pareja y su prole. Los gibones, que de hecho viven con frecuencia Como parejas monógamas, pasan años sin mantener relaciones sexuales. Puedes ver a través de tu ventana cómo los machos de aves canoras cooperan asiduamente con sus compañeras en la alimentación de la nidada, aunque el sexo haya cesado después de la fertilización. Incluso los gorilas macho con un harén de hembras sólo consiguen unas pocas oportunidades sexuales cada año; sus compañeras están normalmente amamantando o fuera del estro. ¿Por qué tienen que ofrecer las mujeres la concesión de sexo constante, cuando esas otras hembras no tienen que hacerlo?
Hay una diferencia crucial entre nuestras parejas humanas y esas parejas abstinentes de otras especies animales. Los gibones, la mayoría de las aves canoras y los gorilas viven dispersos por el entorno, ocupando cada pareja (o harén) su territorio por separado. Este patrón proporciona pocos encuentros con potenciales compañeros sexuales extramaritales. Quizá el rasgo más distintivo de la sociedad tradicional humana es que las parejas viven dentro de grandes grupos con otras parejas con las que tienen que cooperar económicamente. Para encontrar un animal con una disposición vital paralela uno tiene que ir mucho más allá de nuestros parientes mamíferos, hasta las colonias densamente abarrotadas de aves marinas anidando. No obstante, incluso las parejas de aves marinas no son tan dependientes económicamente 1as unas de las otras como lo somos nosotros.
El dilema sexual humano consiste, entonces, en que un padre y una madre deben trabajar juntos durante años para criar a sus indefensos hijos a pesar de estar frecuentemente tentados por otros adultos fértiles de su entorno. El fantasma de la ruptura del matrimonio por sexo extramarital, con sus consecuencias potencialmente desastrosas para la cooperación parental en la cría de los hijos, está omnipresente en las sociedades humanas. De alguna manera, evolucionamos la ovulación oculta y la constante receptividad para hacer posible nuestra combinación única de matrimonio, coparentela y tentación adúltera. ¿Cómo encaja todo esto?
La tardía apreciación de tales paradojas por parte de los científicos ha dado como resultado una avalancha de teorías en competencia, cada una de las cuales tiende a reflejar el género de su autor. Por ejemplo, hay una teoría de la prostitución propuesta por un científico varón: las mujeres evolucionaron el comercio de favores sexuales a cambio de donaciones de carne de los machos cazadores. También hay una teoría de un científico varón acerca de mejores-genes-mediante-infidelidad, que razona que la mujer de las cavernas que tenía la desgracia de haber sido casada por su clan con un hombre incapaz, podía utilizar su constante receptividad para atraer a (y quedar embarazada extramatrimonialmente de) un hombre de las cavernas del vecindario con genes superiores.
Está después la teoría anticonceptiva propuesta por una científica mujer, muy consciente de que el parto es doloroso y peligroso de manera única en la especie humana debido al gran tamaño del humano recién nacido comparado con su madre, y comparado con esa proporción en nuestros parientes simios. Una mujer que pesa cincuenta kilos da típicamente a luz a un bebé de tres kilos de peso, mientras que una gorila hembra del doble de su tamaño (cien kilos) da a luz a una cría sólo la mitad de grande (kilo y medio). En consecuencia, las madres humanas morían frecuentemente en el parto antes de la aparición de la atención médica moderna, y todavía las mujeres son atendidas en el parto por personas que las ayudan (tocólogos y enfermeras en las sociedades modernas del Primer mundo, comadronas o parteras, o mujeres mucho mayores en las sociedades tradicionales), mientras que las hembras de gorila dan a luz sin atención y nunca ha sido registrado que muriesen en el parto. De ahí que, de acuerdo con la teoría anticonceptiva, las mujeres de las cavernas conscientes del dolor y del peligro del parto, y también conscientes de su día de ovulación, utilizaran mal ese conocimiento para evitar el sexo exactamente en ese momento. Esas mujeres no consiguieron transmitir sus genes, dejando el mundo poblado de mujeres ignorantes de su momento de ovulación, y, por tanto, incapaces de evitar tener relaciones sexuales mientras eran fértiles.
De esta plétora; de hipótesis para explicar la ovulación oculta, dos, a las que me referiré como la teoría «papá-en-casa» y la teoría «muchos-padres», han sobrevivido como las más plausibles. Resulta interesante que las dos hipótesis sean virtualmente opuestas. La teoría papá-en-casa propone que la ovulación oculta evolucionó para promover la monogamia, para forzar al hombre a quedarse en casa y reafirmar así su seguridad acerca de la paternidad de los hijos de su esposa. En cambio, la teoría muchos padres propone que la ovulación oculta evolucionó para dar a la mujer acceso a muchos compañeros sexuales y dejar así a muchos hombres con la incertidumbre de la paternidad de sus hijos.
Tomemos primero la teoría de papá-en-casa, desarrollada por los biólogos Richard Alexander y Katharine Noonan de la Universidad de Michigan. Para entender su teoría imaginemos lo que sería la vida de casado si realmente las mujeres anunciaran sus ovulaciones con traseros de color rojo brillante como las hembras de babuino. Un marido reconocería infaliblemente, por el color del trasero de su esposa, el día en el que ella está ovulando. Ese día se quedaría en casa y haría el amor con ella asiduamente para fertilizarla y transmitir sus genes. El resto de los días se daría cuenta por el pálido trasero de su esposa, de que hacer el amor con ella sería inútil. En vez de ello, vagaría en busca de otras señoras de trasero rojo no vigiladas, de manera que pudiera fertilizarlas también a ellas, transmitiendo de este modo aún más cantidad de sus genes. Se sentiría seguro dejando a su mujer en casa en ese momento, porque sabría que ella no es ya sexualmente receptiva a los hombres, y que de todas formas no podría ser fertilizada. Esto es lo que hacen de hecho los gansos, las gaviotas y los papamoscas macho.
Para los humanos, el resultado de tales matrimonios con ovulaciones anunciadas sería terrible. Los padres raramente estarían en casa, las madres serían incapaces de criar, a sus hijos sin ayuda, y los bebés morirían a montones. Esto sería nefasto para madres y padres, porque ninguno de ellos tendría éxito en la propagación de sus genes.
Imaginemos ahora el argumento contrario, en el que un marido no tiene pista alguna de los días fértiles de su esposa. Tiene entonces que quedarse en casa y hacer el amor con ella tantos días del mes como sea posible si quiere contar con muchas oportunidades de fertilizarla. Otro motivo para permanecer en su casa es vigilarla constantemente ante otros hombres puesto que ella podría resultar ser fértil cualquier día en el que él estuviese fuera. Si el marido infiel tiene la mala suerte de estar en la cama con otra mujer el día en que da la casualidad de que su mujer esta ovulando, algún otro hombre podría estar en la cama del tenorio fertilizando a su mujer mientras el propio tenorio está desperdiciando su esperma adúltero en una amante que, de todas formas, es poco probable que esté ovulando. Según este argumento opuesto, un hombre tiene menos razones para vagar puesto que no puede identificar cuáles de las mujeres de sus vecinos son fértiles. El final feliz: tos padres se quedan cerca y comparten el cuidado de los bebés, con el resultado de que los bebés sobreviven. Esto es bueno para las madres tanto como para los padres, los cuales tendrán ahora éxito en la transmisión de sus genes.
En efecto, Alexander y Noonan sostienen que la peculiar fisiología de la hembra humana fuerza a los maridos a quedarse en casa (por lo menos más de lo que lo harían de otra manera). La mujer gana reclutando un coprogenitor activo. Pero el hombre también gana, siempre y cuando coopere y juegue según las normas del cuerpo de su mujer. Permaneciendo en casa adquiere confianza en que los hijos que él está ayudando a criar realmente llevan sus genes. No necesita sentirse temeroso de que, mientras él ha salido a cazar, su mujer (como una hembra de babuino) pueda empezar a hacer ostentación de su trasero de color rojo intenso como anuncio de su inminente ovulación, atrayendo así a enjambres de pretendientes y apareándose públicamente con todos los hombres de los alrededores. Los hombres aceptan estas reglas básicas hasta tal punto que continúan teniendo relaciones sexuales con sus mujeres durante el embarazo y después de la menopausia, incluso cuando saben que la fertilización es imposible. De esta forma, bajo el punto de vista de Alexander y Noonan, la ovulación oculta de las mujeres y la constante receptividad evolucionaron para promover la monogamia, el cuidado paternal y la confianza del padre en su paternidad.
Compitiendo con esta visión está la teoría muchos-padres desarrollada por la antropóloga Sarah Hrdy, de la Universidad de California en Davis. Hace ya mucho que los antropólogos han reconocido que el infanticidio solía ser común en muchas sociedades tradicionales humanas, aunque los estados modernos tienen ahora leyes opuestas al mismo. Sin embargo, hasta los recientes estudios de campo llevados a cabo por Hrdy y otros, los zoólogos no valoraban lo frecuente que es el infanticidio también entre los animales. Las especies en las que ha sido documentado incluyen a nuestros parientes animales más cercanos, los chimpancés y los gorilas, además de a un amplio espectro de otras especies, desde leones hasta perros cazadores africanos. Es especialmente probable que el infanticidio sea cometido por machos adultos contra los cachorros de hembras con las cuales nunca han copulado; por ejemplo, cuando los machos intrusos intentan derrocar a los machos residentes y adquirir su harén de hembras. De este modo, el usurpador «sabe» que las crías asesinadas no son las suyas.
Naturalmente, el infanticidio nos horroriza y nos hace preguntarnos por qué los animales (y antiguamente los humanos) lo practican con tanta frecuencia. Reflexionando, advertimos que el asesino obtiene una espeluznante ventaja genética. No es probable que una hembra ovule mientras esté amamantando a una cría. Pero un intruso asesino no está genéticamente relacionado con las crías de un grupo que acaba de conquistar. Asesinando a esa cría, finaliza la producción de leche de la madre, con lo que la estimula para retomar el ciclo estral. En muchos o en la mayoría de los casos de infanticidio animal y toma del poder, el asesino procede a fertilizar a la afligida madre, que gesta así una cría que lleva los genes del asesino.
Como causa principal de la mortalidad infantil, el infanticidio supone un serio problema evolutivo para las madres animales, que pierden por ello su inversión genética en la prole asesinada. Por ejemplo, en el transcurso de la vida, una típica hembra de gorila pierde por lo menos una de sus camadas a causa de intrusos gorilas macho infanticidas que intentan conquistar el harén al que ella pertenece. De hecho, cerca de un tercio de todas las muertes de bebés gorila se deben al infanticidio. Si una hembra tiene sólo un breve y llamativamente anunciado estro, un macho dominante puede monopolizarla fácilmente durante este tiempo. Todos los machos, consecuentemente, «saben» que el padre de la cría resultante es su rival, y no tienen ningún reparo en matar al bebé.
Supongamos, entonces, que la hembra tiene ovulación oculta y constante receptividad sexual. Puede explotar estas ventajas para copular con muchos machos, aunque tenga que hacerlo incluso solapadamente, cuando su consorte no preste atención. Mientras que ningún macho puede así estar seguro de su paternidad, muchos machos reconocen que podrían ser los padres de la eventual cría de la hembra. Si más tarde uno de esos machos tiene éxito en ahuyentar al consorte de la madre y en conquistarla, evita matar a su cría porque podría ser la suya propia. Podría incluso ayudar a la cría con protección u otras formas de cuidado paternal. La ovulación oculta de la madre serviría también para disminuir las peleas entre machos adultos dentro del grupo, puesto que cualquier copulación aislada no es muy probable que resulte en concepción, y de ahí que no merezca la pena luchar por ello.
Como ejemplo de cuán ampliamente pueden usar así las hembras la ovulación oculta para confundir sobre la paternidad, consideremos los monos africanos llamados vervet (Cercopithecus tantalus), familiares para cualquiera que haya visitado un parque de caza de África oriental. Los monos vervet viven en grupos consistentes en unos siete machos y diez hembras adultos. Puesto que las hembras de esta especie no dan ninguna señal de ovulación, ya sea anatómica o de conducta, la bióloga Sandy Andelman buscó un árbol de acacia con un grupo de vervets, se colocó debajo del árbol, mantuvo en alto una botella y un embudo, recolectó la orina cuando las hembras se aliviaban y la analizó en busca de signos hormonales de ovulación. Andelman siguió también la pista de las cópulas. Resultó que las hembras empezaban a copular mucho antes de haber ovulado, continuaban mucho después de haberlo hecho, y no alcanzaban su cota máxima de receptividad sexual hasta la primera mitad del embarazo.
En ese momento la tripa de la hembra aún no era visiblemente sobresaliente, y los confundidos machos no tenían ni idea de que estaban desperdiciando totalmente sus esfuerzos. Las hembras dejaban finalmente de copular durante la parte final del embarazo, cuando los machos ya no podían ser engañados por más tiempo. Esto todavía dejaba a la mayoría de los machos del grupo un amplio tiempo para mantener relaciones sexuales Con la mayoría de las hembras. Un tercio de los machos podían copular con todas y cada una de ellas. Así pues, a través de la ovulación oculta las hembras de vervet se aseguraban de la benevolente neutralidad de casi todos los machos potencialmente asesinos en su vecindario inmediato.
En resumen, Hrdy considera la ovulación oculta una adaptación evolutiva llevada a cabo por las hembras tendente a minimizar la gran amenaza para la supervivencia de su prole que suponían los machos adultos. Mientras que Alexander y Noonan veían la ovulación oculta Como clarificación de la paternidad y refuerzo de la monogamia, Hrdy la contempla como algo que introduce un factor de confusión en la paternidad y que arruina la monogamia de manera efectiva.
Podrías estar empezando a preguntarte ya sobre una potencial complicación que afecta tanto a la teoría papá-en-casa como a la teoría muchos-padres: ¿por qué la ovulación humana está oculta también para las mujeres, cuando todo lo que se requiere para ambas teorías es que las mujeres oculten la ovulación a los hombres? Por ejemplo, ¿por qué no pueden las mujeres mantener sus traseros del mismo tono rojo todos los días del mes para engañar a los hombres, aunque permanezcan sin embargo conscientes de las sensaciones de la ovulación, y fingir sencillamente interés hacia las relaciones sexuales con hombres lujuriosos en días no ovulatorios?
La respuesta a tal objeción debería ser obvia: resultaría difícil para una mujer fingir convincentemente receptividad sexual si no tuviera ganas y supiera que en ese momento es infértil. Este punto se aplica con particular fuerza a la teoría papá-en-casa. Cuando una mujer está involucrada en una relación monógama de larga duración, en la que los participantes llegan a conocerse el uno al otro íntimamente, sería difícil pata ella engañar a su marido a menos que también ella misma estuviera engañada. Es indudable que la teoría muchos-padres es plausible para aquellas especies animales (y quizá aquellas sociedades humanas tradicionales) en las cuales el infanticidio es un gran problema; pero parece difícil de reconciliar con la sociedad humana moderna tal como la conocemos. Sí, el sexo extramarital se da, pero las dudas acerca de la paternidad siguen siendo la excepción y no la regla que gobierna 1a sociedad. Las pruebas genéticas muestran que por lo menos un 70 por 100, quizá incluso un 95 por 100, de los bebés estadounidenses e ingleses realmente son hijos legítimos, es decir, son del marido de la madre. Sin embargo, no se da el caso de que para cada chico haya a su alrededor muchos hombres radiando benevolente interés, o incluso colmándole de regalos y dispensándole protección mientras piensan: «¡Yo podría ser el auténtico padre de ese niño!»
Por lo tanto, parece poco probable que proteger a sus hijos frente al infanticidio sea lo que empuja hoy a las mujeres a una constante receptividad sexual. Sin embargo, como veremos ahora, las mujeres podrían haber tenido esta motivación en nuestro pasado lejano, y el sexo podría haber asumido subsiguientemente una función diferente que ahora la mantiene.
Entonces ¿qué haremos para evaluar estas dos teorías en disputa? Como tantas otras cuestiones acerca de la evolución humana, ésta no se puede resolver de la forma preferida por los químicos y los biólogos moleculares, con un experimento en un tubo de ensayo. Sí, tendríamos una prueba decisiva si hubiera alguna población humana en la que pudiéramos provocar que las mujeres se pusieran de color rojo brillante en el estro y que permanecieran frígidas en otros momentos, y que los hombres se excitaran solamente con mujeres de color rojo brillante. Entonces podríamos ver si el resultado es más infidelidad y menos cuidado paternal (como pretende la teoría papá-en-casa), o menos infidelidad y más infanticidio (como pretende la teoría muchos-padres). En cuanto a la ciencia, tal prueba es imposible en el presente, y seguiría siendo inmoral incluso si la ingeniería genética la hiciera alguna vez posible.
Pero aún podemos recurrir a otra potente técnica que prefieren los biólogos evolutivos para resolver tales problemas; se denomina método comparativo. Resulta que nosotros los humanos no somos únicos en esconder nuestra ovulación. Mientras que es excepcional entre los mamíferos en general, es bastante común entre los primates superiores (monos y simios), el grupo de mamíferos al que pertenecemos. Docenas de especies de primates no muestran signos externos visibles de ovulación; muchas otras muestran signos de ella, aunque sutiles, y hay otras que la anuncian flagrantemente. La biología reproductiva de cada especie representa el resultado de un experimento llevado a cabo por la naturaleza sobre las ventajas e inconvenientes de ocultar la ovulación. Comparando especies de primates podemos aprender qué características comparten aquellas especies con ovulación oculta pero que, sin embargo, están ausentes en aquellas otras especies con ovulación anunciada.
Esta comparación arroja nueva luz sobre nuestros hábitos sexuales. Fue el tema de un importante estudio realizado por los biólogos suecos Birgitta Sillén-Tullberg y Anders Moller. Su análisis se llevó a cabo en cuatro pasos.
Paso 1. Para tantas especies de primates superiores como pudieron (sesenta y ocho en total), Sillén-Tullberg y Moller hicieron una tabla que reflejase las señales visibles de ovulación. Podría objetarse inmediatamente: ¿visibles para quién? Un mono podría dar señales imperceptibles para nosotros los humanos pero obvias para otro mono tales como olores (feromonas). Por ejemplo, los criadores de ganado que intentan llevar a cabo la inseminación artificial de una vaca lechera premiada tienen grandes problemas para calcular cuándo está ovulando la vaca. Los toros, sin embargo, pueden adivinarlo fácilmente por el olor de la vaca y su comportamiento.
Sí, no podemos ignorar este problema, pero es más serio para las vacas que para los primates superiores. La mayoría de los primates se parecen a nosotros en que son activos durante el día, duermen por la noche y dependen fuertemente de sus ojos. Un macho de macaco rhesus cuya nariz no funciona aún puede reconocer a una hembra ovulante por, el ligero enrojecimiento alrededor de su vagina, aunque incluso Su enrojecimiento no sea ni de cerca tan obvio como el de una hembra de babuino. En aquellas especies de monos que nosotros los humanos consideramos carentes de signos visibles de ovulación, es con frecuencia evidente que los machos están igualmente confundidos porque copulan en momentos totalmente inapropiados tales como con hembras que no están en estro o están preñadas. Luego nuestro propio criterio acerca de los «signos visibles» no es despreciable. El resultado de este primer paso del análisis fue que casi la mitad de los primates estudiados —treinta y dos de sesenta y ocho— se parecían a los humanos en que carecen de señales visibles de ovulación. Estas treinta y dos especies incluyen los monos vervet, los titís y los monos araña además de un simio, el orangután. Otras dieciocho especies, incluyendo nuestro pariente cercano el gorila exhiben ligeras señales. Las restantes dieciocho especies, incluyendo los babuinos y nuestros parientes cercanos los chimpancés, anuncian la ovulación llamativamente.
Paso 2. Después. Sillén-Tullberg y Moller categorizaron las mismas sesenta y ocho especies de acuerdo con su sistema de apareamiento. Once especies —incluyendo los titís, los gibones y muchas sociedades humanas— resultaron ser monógamas. Veintitrés especies —incluyendo otras sociedades humanas, además de los gorilas— tienen harenes de hembras controladas por un único macho adulto. Pero el mayor número de especies de primates —treinta y cuatro incluyendo los monos brevet, los bonobos y los chimpancés— tienen un sistema promiscuo en el cual las hembras se asocian y copulan rutinariamente con múltiples machos.
De nuevo son posibles las objeciones: ¿por qué no son los humanos clasificados también como promiscuos? Porque tuve cuidado de subrayar rutinariamente. Sí, la mayoría de las mujeres tienen múltiples compañeros sexuales secuencialmente a lo largo de sus vidas, y muchas otras a veces se relacionan simultáneamente con múltiples hombres. Sin embargo, dentro de un ciclo estral dado, la norma es que una mujer tenga relación con un único hombre, pero la norma para una hembra de vervet o de bonobo es estar involucrada en relaciones con varios compañeros.
Paso 3. Como penúltimo paso, Sillén-Tullberg y Moller combinaron los pasos 1 y 2 para preguntar: ¿hay alguna tendencia a favor de 1a ovulación más o menos llamativa que se pueda asociar con un particular sistema de apareamiento? Basada en una lectura ingenua de las dos teorías en competencia, la ovulación oculta debería ser una característica de las especies monógamas si la teoría papá-en-casa es correcta, pero de las especies promiscuas si se sostiene la teoría muchos-padres. De hecho, la sobrecogedora mayoría de las especies monógamas de primates analizadas —diez de once especies— probaron tener ovulación oculta. Ni una sola especie monógama de primate tiene ovulación advertida descaradamente, condición que está sin embargo confinada normalmente (en catorce de dieciocho casos) a las especies promiscuas. Esto parece ser un fuerte apoyo para la teoría papá-en-casa.
Sin embargo el ajuste entre las predicciones y la teoría es sólo un ajuste a medias, porque las correlaciones contrarias no se mantienen en absoluto. Mientras que la mayoría de las especies monógamas tienen ovulación oculta, la ovulación oculta resulta que no es garantía de monogamia. De treinta y dos especies con ovulación oculta, veintidós no son monógamas sino que, por el contrario, son promiscuas o viven en harenes. Los ovuladores ocultos incluyen monos nocturnos monógamos, humanos frecuentemente monógamos, langures que forman harenes y monos vervet promiscuos. Así pues, sea lo que fuere lo que causó la evolución de la ovulación oculta en primer lugar, puede ser mantenido en adelante bajo los sistemas de apareamiento más variados.
De forma similar, mientras que la mayoría de especies con ovulaciones descaradamente anunciadas son promiscuas, la promiscuidad no es garantía de anuncio. De hecho, la mayoría de los primates promiscuos —veinte especies de treinta y cuatro— tienen tanto ovulación oculta como sólo ligeras señales. Las especies que mantienen harenes también tienen ovulaciones invisibles, ligeramente visibles o llamativas, dependiendo de cada especie en particular. Estas complejidades nos informan de que la ovulación oculta probará cumplir varias funciones de acuerdo con el sistema de apareamiento particular con el que coexista.
Paso 4. Para identificar estos cambios de función, Sillén-Tullberg y Moller tuvieron la brillante idea de estudiar el árbol familiar de las especies de primates vivientes. De esta manera, esperaban identificar los puntos en la historia evolutiva de los primates en los que tuvieron lugar cambios en las señales ovulatorias y en los sistemas de apareamiento. La razón que subyace a esto es que algunas especies modernas cercanamente relacionadas unas con otras, y por tanto presumiblemente derivadas recientemente de un ancestro común, resultan diferir en el sistema de apareamiento o en la intensidad de las señales ovulatorias. Esto implica cambios evolutivos recientes en los sistemas de apareamiento o en las señales.
He aquí un ejemplo de cómo funciona el razonamiento. Sabemos que los humanos, los chimpancés y los gorilas son aproximadamente un 98 por 100 idénticos genéticamente y derivan de un ancestro (el eslabón perdido) que vivía hace tan sólo nueve millones de años. Aun así, esos tres modernos descendientes del eslabón perdido exhiben ahora los únicos tres tipos de señales ovulatorias: ovulación oculta en humanos, ligeras señales en gorilas, descarado anuncio en chimpancés. Luego, sólo uno de esos descendientes puede ser como el eslabón perdido en cuanto a señales ovulatorias, y los otros dos descendientes deben haber evolucionado diferentes señales.
De hecho, la mayoría de las especies vivientes de primates tienen ligeras señales de ovulación. Por tanto el eslabón perdido podría haber conservado esa condición, y los gorilas podrían haberlo heredado a su vez del eslabón perdido (véase figura 4.1). Durante los últimos nueve millones de años, sin embargo los humanos deben haber evolucionado la ovulación oculta, y los chimpancés deben haber evolucionado el anuncio descarado. Nuestras señales y las de los chimpancés divergen así en direcciones opuestas a partir del modelo que nos dejaron nuestros ancestros moderadamente señalizadores. Para nosotros los humanos los hinchados traseros de los chimpancés ovulantes se asemejan a los de los babuinos. Sin embargo, los ancestros de los chimpancés y los babuinos deben haber evolucionado sus llamativos traseros de forma bastante independiente puesto que los ancestros de los babuinos y los del eslabón perdido se separaron hace cerca de treinta millones de años.
Mediante un razonamiento similar se pueden inferir otros puntos en el árbol familiar de los primates, en los que las señales ovulatorias deben haber cambiado. Resulta que los cambios de señales han evolucionado por lo menos veinte veces. Ha habido, por lo menos, tres orígenes independientes del anuncio descarado (incluyendo el ejemplo de los chimpancés); por lo menos ocho orígenes independientes de la ovulación oculta (incluyendo sus orígenes en nosotros, en los orangutanes y por lo menos en seis grupos separados de monos); y varias reapariciones de las señales sutiles de ovulación, partiendo tanto de la ovulación escondida (como en varios monos aulladores) o del anuncio descarado (como en muchos macacos).
De la misma manera que acabamos de ver para las señales ovulatorias, se puede también identificar puntos en el árbol familiar de los primates en los que los sistemas de apareamiento deben haber cambiado. El sistema original para el ancestro común de todos los monos y simios era probablemente el apareamiento promiscuo. Pero si atendemos ahora a los humanos y a nuestros parientes más próximos, los chimpancés y los gorilas, encontramos representados los tres sistemas de apareamiento: harenes en los gorilas, promiscuidad en los chimpancés, y tanto monogamia como harenes en los humanos (véase figura 4.2). Así pues, entre los tres descendientes del eslabón perdido de hace nueve millones de años, por lo menos dos deben haber cambiado su sistema de apareamiento. Otra evidencia sugiere que el eslabón perdido vivía en harenes, así que los gorilas y algunas sociedades humanas simplemente deben haber retenido ese sistema de apareamiento. Pero los chimpancés deben haber reinventado la promiscuidad, mientras que muchas sociedades humanas inventaron la monogamia. De nuevo vemos que los humanos y los chimpancés han evolucionado en direcciones opuestas en sistemas de apareamiento y señales ovulatorias.
Parece, sobre todo, que la monogamia ha evolucionado independientemente por lo menos siete veces en primates superiores: en nosotros, en los gibones y por los menos en cinco grupos separados de monos. Los harenes deben haber evolucionado por lo menos ocho veces, incluyendo el eslabón perdido. Los chimpancés y dos monos por lo menos deben haber reinventado la promiscuidad después de que sus ancestros recientes la hubieran abandonado en favor de los harenes.
Así pues, hemos reconstruido tanto los tipos de sistemas de apareamiento como la clase de señales ovulatorias que probablemente existían en los primates del pasado remoto, a lo largo del árbol familiar de los primates. Podemos ahora, finalmente, reunir ambos tipos de información y preguntarnos: ¿qué sistema de apareamiento prevalecía en cada punto de nuestro árbol familiar cuando evolucionó la ovulación oculta?
Esto es lo que extraemos. Consideremos aquellas especies ancestrales que daban señales de ovulación y después fueron perdiendo esas señales evolucionando hacia la ovulación oculta. Sólo una de esas especies ancestrales era monógama. Por el contrario, ocho, quizá hasta once, eran promiscuas o especies formadoras de harenes, siendo una de ellas el ancestro de los humanos que surgió a partir del eslabón perdido formador de harenes concluimos así en que la promiscuidad o los harenes, y no la monogamia, es el sistema de apareamiento que conduce a la ovulación oculta (véase figura 4.3), Esta es la conclusión predicha por la teoría muchos-padres. No concuerda con la teoría papá-en-casa.
Combinando hechos acerca de especies modernas observadas con deducciones sobre especies ancestrales, se puede deducir el sistema de apareamiento que prevalecía cuando las señales ovulatorias experimentaron un cambio evolutivo. Deducimos que la especie 3 desarrolló ovulación oculta partiendo de un ancestro formador de harenes con señales sutiles de ovulación, mientras que las especies 1 y 2 conservaron el sistema de apareamiento ancestral (harenes) y señales ovulatorias sutiles.
A la inversa también podemos preguntar: ¿cuáles eran las señales ovulatorias que prevalecían en cada punto de nuestro árbol familiar cuando evolucionó la monogamia? Encontramos que la monogamia nunca evolucionó en especies con señales llamativas de ovulación. En su lugar surgía habitualmente en especies que mostraban ya ovulación oculta, y a veces en especies que tenían ya sutiles señales ovulatorias (véase figura 4.4). Esta conclusión está de acuerdo con las predicciones de la teoría papá-en-casa.
¿Cómo se pueden reconciliar estas dos teorías aparentemente opuestas? Recordemos que Sillén-Tullberg y Moller encontraron, en el paso 3 de su análisis, que casi todos los primates monógamos tienen ovulación oculta. Ahora vemos que ese resultado debe haber aparecido en dos pasos. Primero, la ovulación oculta surgió en una especie promiscua o mantenedora de harenes. Después con la ovulación oculta ya presente, la especie cambió a la monogamia (véase figura 4.4).
Quizá a estas alturas estés considerando confusa nuestra historia sexual. Empezamos con una pregunta aparentemente sencilla que merecía una respuesta sencilla: ¿por qué escondemos nuestra ovulación y tenemos relaciones sexuales recreativas cualquier día del mes? En vez de una respuesta sencilla, se te ha dicho que la respuesta es más compleja y que implica dos pasos.
En resumidas cuentas, todo se reduce a que la ovulación oculta ha cambiado repetidamente y de hecho ha invertido su función durante la historia evolutiva de los primates. Apareció en un momento en el que nuestros ancestros eran todavía promiscuos o vivían en harenes. En aquellos momentos, la ovulación oculta permitió que la mujer-simio ancestral distribuyese sus favores sexuales a muchos machos, ninguno de los cuales podía jurar que era el padre de su hijo, aun cuando cada uno de ellos sabía que podría serlo. En consecuencia, ninguno de esos machos potencialmente asesinos querían hacer daño al bebé de la mujer-simio, y algunos de hecho lo habrían protegido o habrían ayudado a alimentarle. Una vez que la mujer-simio hubo desarrollado la ovulación oculta para ese propósito, la utilizó para elegir a un buen hombre de las cavernas, atraerle o forzarle a quedarse en el hogar con ella y conseguir que proporcionara protección o ayuda para su bebé, Con la seguridad de que también era suyo.
Si reflexionamos, no deberíamos sorprendernos de este cambio de función para la ovulación oculta. Tales cambios son muy comunes en la biología evolutiva. Ello se debe a que la selección natural no procede de forma consciente y en línea recta hacia una meta clara en la distancia, al modo en que un ingeniero diseña conscientemente un nuevo producto. En vez de ello, una característica que sirve para una función en un animal comienza también a servir para otra función; como consecuencia de ello, resulta modificada y puede incluso perder la función original. La consecuencia son frecuentes reinvenciones de adaptaciones similares y frecuentes pérdidas, cambios o incluso reversiones de función a medida que los seres vivos evolucionan.
Uno de los ejemplos más familiares concierne a los miembros de los vertebrados. Las aletas de los peces ancestrales, utilizadas para nadar, evolucionaron dando lugar a las patas de los reptiles ancestrales, las aves y los mamíferos, que las utilizaban para correr o saltar por tierra. Las patas delanteras de ciertos mamíferos ancestral es y las de las aves-reptiles evolucionaron hasta generar las alas utilizadas para volar de los murciélagos y las aves modernas, respectivamente. Las alas de las aves y las patas de los mamíferos evolucionaron después independientemente, acabando en las aletas de los pingüinos y las ballenas, respectivamente, revirtiendo así a una función natatoria y reinventando las aletas de los peces. Por lo menos tres grupos de descendientes de los peces perdieron sus miembros independientemente para convertirse en serpientes, eslizones (lagartos sin patas) y los anfibios sin patas conocidos como cecilias. Esencialmente de la misma manera, las características de la biología reproductiva —tales como la ovulación oculta, la ovulación llamativamente anunciada la monogamia, los harenes y la promiscuidad— han cambiado repetidamente de función y han sido transmutadas unas en otras, reinventadas o perdidas.
Las implicaciones de estos giros evolutivos pueden proporcionar brío a nuestras vidas amorosas. Por ejemplo, en la última novela del gran escritor alemán Thomas Mann, Confesiones del estafador Félix Krull, Félix comparte vagón, en un viaje de tren, con un paleontólogo que le entretiene con un relato sobre la evolución de los miembros de los vertebrados. Félix, un consumado e imaginativo mujeriego, se deleita con las implicaciones. «¡Los brazos y piernas humanos contienen los huesos de los animales terrestres más primitivos!… ¡Es emocionante!… El brazo bien formado de una mujer, que nos abraza si conseguimos sus favores… no es diferente del ala con garras de un pájaro primordial, y de las aletas pectorales de un pez… Pensaré en ello la próxima vez… Soñare con ese brazo torneado, con su antigua carcasa de huesos».
Ahora que Sillén-Tullberg y Moller han desentrañado la evolución de la ovulación oculta puedes nutrir tus propias fantasías, con sus implicaciones, de la misma manera que Félix Krull alimentó sus fantasías con las implicaciones de la evolución de los miembros de los vertebrados. Espera hasta la próxima vez que estés practicando el sexo por placer, en un momento infértil del ciclo ovulatorio, mientras disfrutas de la seguridad de una relación monógama duradera. En ese momento reflexiona sobre cómo, paradójicamente, tu dicha es posible debido precisamente a aquellos rasgos de tu fisiología que hacían diferentes a tus remotos ancestros mientras languidecían en harenes o mientras rotaban entre parejas sexuales compartidas promiscuamente. Irónicamente, esos desdichados ancestros tenían relaciones sexuales en los escasos días de la ovulación, cuando cumplían mecánicamente con el imperativo biológico de fertilizar, privados de nuestro ocioso placer por su desesperada necesidad de rápidos resultados.