Capítulo 23
En el mismo centro de A'loa Glen, en una plaza solitaria, Elena se vio inmersa en el epicentro de una vorágine de energías. La magia pura le recorría el cuerpo, pero ella ya conocía su llamada. Por ello, en lugar de atenderla, dobló los zarcillos de energía a su voluntad, atacando en todas las direcciones con llamaradas de fuego helado. Las llamas de color azul salían despedidas y se arremolinaban formando una red enmarañada a su alrededor. Nadie se atrevía a acercarse demasiado.
Al principio, cuando Elena vio que habían caído en la emboscada de los skal'tum se hizo un corte en las manos y atacó a los monstruos. Los demás siguieron también su ejemplo y reforzaron su ataque. Así, mientras ella lanzaba el fuego helado que congelaba y detenía a los monstruos, los otros atacaban.
Joach, con la vara ya convertida en un arma de sangre, seguía el ritmo de los ataques de Elena. Todo lo que su hermana helaba, Joach lo hacía añicos con la vara. Entretanto, Tol'chuk empleaba el martillo de los enanos con inscripciones rúnicas del mismo modo en que una muchacha normal emplearía una escoba. El ogro, dirigido por Flint, se abría paso entre los monstruos dejando un reguero letal.
—¡Tenemos que salir de este espacio abierto! —gritó Flint mientras atacaba con la espada. Con el sol todavía brillando, los monstruos eran vulnerables a las armas comunes. Sin embargo, la fuerza, la velocidad y las garras envenenadas de los skal'tum eran una amenaza poderosa.
Mama Freda también iba detrás de la sombra del ogro, gracias al poder de sus brebajes, había dejado de ser una mujer frágil y se había convertido en un torbellino de muerte. Con los dardos bañados de veneno y la vista aguda de su tamarinco, arrojaba una verdadera lluvia de ponzoña contra el enemigo.
Mientras todos luchaban en la plaza contra los monstruos, Meric se encontraba algo más apartado de Elena, arrojando una tormenta de energía igual a la de la muchacha. Con los vientos que él enviaba evitaba que los skal'tum los atacaran desde el aire. Las ráfagas de viento empujaban las alas de los monstruos y los enviaban dando bandazos contra las paredes de las torres o contra el suelo de piedra.
Elena escrutó a su enemigo desde su red de magia. El ataque furioso de su grupo había tomado por sorpresa a los skal'tum. Aunque estaba convencida de que los magos oscuros les habrían advertido de que fueran precavidos, aquellos monstruos jamás se habían enfrentado a una amenaza verdadera. Habían confiado sólo en que su abrumadora mayoría intimidaría el grupo.
Aquel día, se dijo, esas bestias aprenderían una lección mortal.
Tras el primer ataque de Elena con su magia, el enorme líder del grupo retrocedió, claramente asustado. Los demás, al quedarse sin guía, luchaban con menos ardor y sin coordinación. Hasta entonces, el grupo de Elena había logrado contenerlos, pero entonces la muchacha se fijó en que el skal'tum grande empezaba a sisear órdenes y a recomponer la tropa. El espanto inicial del monstruo había desaparecido.
Ahora, por lo tanto, la amenaza era más seria. Elena escrutó la bandada que quedaba. Aunque ella y los demás dejaban tras de sí un camino de destrucción, la plaza seguía llena de monstruos. Los skal'tum acechaban en todas las ventanas y cornisas que había en lo alto. El líder de esos monstruos se acercó al grupo de Elena y apartó a los demás a un lado.
La muchacha se dijo que, a no ser que algo sucediera, su grupo estaba a punto de ser derrotado. Otro miembro del grupo también se dio cuenta de que la situación era desesperada.
—Elena —le susurró Joach—. Utiliza el conjuro espectral. Desaparece y huye.
Elena sabía que si lo hacía, aquellos monstruos se encarnizarían con los demás.
—Todavía no —respondió.
Entonces levantó la mano derecha, aquella cuyo color había sido bendecido con la luz espectral. Aunque se negaba a emplear aquella luz para desaparecer, Elena disponía todavía de una magia: el fuego espectral. Se vio forzada a invocar la magia espiritual vinculada a la Rosa de la mano derecha a la vez que dudaba un poco de cómo proporcionarle el mejor uso.
Levantó los ojos y se encontró con la mirada lasciva del cabecilla de aquella bandada de skal'tum. Al parecer, el monstruo se dio cuenta que ella lo miraba y sonrió de forma espeluznante. La lengua roja se le deslizó entre los colmillos, ondulándose como una serpiente hambrienta.
De repente, muy por encima de la plaza, una lanza de oscuridad surgió de la ciudadela que se encontraba en lo alto de la colina. La repentina llamarada de magia afectó a todos por igual, monstruos y personas. Parecía como si un rayo hubiera caído cerca y aquel aguijón de energía los hiciera estremecer a todos.
Los combatientes se volvieron para mirar aquel chorro de energías negras, incluso el monstruoso capitán de los skal'tum. Cuando de nuevo volvió el rostro hacia ellos, la diversión había regresado a su mirada. Avanzó con decisión hacia adelante, arrancando a su paso con las garras de los pies piedras de la vetusta calle.
Elena vio que aquélla era su única oportunidad. Levantó la mano izquierda, contuvo el flujo de fuego helado y salió de su protección de llamas azules. El monstruo detuvo su aproximación, dudoso ante el cambio de táctica por parte de Elena.
La muchacha se acercó un paso más a aquel enorme ser. La bandada de skal'tum cercana se movió, algo nerviosa. Entonces Elena levantó la mano derecha. Mientras se concentraba, unas llamas de color plateado salieron despedidas de la palma de la mano en la que tenía un corte y le recorrieron todos los dedos.
Aquel monstruo no parecía muy impresionado.
—No hay magia en el mundo capazzz de detenernosss, pequeña. Morirásss y yo en persssona me comeré tu corazón.
—Te equivocas, demonio. Yo me comeré el tuyo —dijo ella con frialdad. Lanzó el brazo hacia adelante y el fuego salió despedido de sus dedos para clavarse en el pecho de la bestia. La piel no se le quemó. El monstruo levantó la cabeza y se rió.
—Pareccce que tu magia no me haccce daño.
—Te equivocas de nuevo —repuso Elena con tranquilidad.
Luego cerró la mano que tenía extendida y, de repente, el skal'tum se contrajo en un espasmo. Elena apartó el brazo y arrancó del cuerpo el espíritu de aquella bestia. Aquel ser cayó desplomado sobre el suelo de piedra con un chasquido de huesos y alas. Lo único que quedó de pie fue un espíritu, grabado en fuego espectral con la forma de aquella bestia. El espíritu atrapado se retorcía en el puño plateado de la magia encendida de Elena.
Los skal'tum cercanos retrocedieron; a su alrededor se oyeron los gritos agudos de miedo y el ruido de las garras en el suelo. En lo alto, los skal'tum, sorprendidos, huyeron de sus puestos.
Al cabo de unos instantes, el espíritu que se retorcía se calmó y finalmente dejó de moverse. La magia de Elena había logrado modelar el espectro a su voluntad.
—Exxxtiende mi contacto —siseó Elena, imitando al cabecilla de los skal'tum. Luego desplegó la mano.
Unas alas de fuego espectral se extendieron detrás de aquel monstruo fantasmagórico. Se giró y saltó contra el skal'tum que tenía al lado, arremetiendo contra él y arrancándole el espíritu. Entonces, los dos espíritus que surgieron, encendidos por la voluntad de Elena, se abalanzaron sobre los demás.
Ante aquella magia tan asombrosa, los demás skal'tum se asustaron, pues los había dejado sin líder. Algunos monstruos intentaron atacar, pero los compañeros de Elena se encargaron fácilmente de ellos. La mayoría de skal'tum se limitó a huir. Los que no lo lograron, se convirtieron en pasto de aquel fuego espectral que se propagaba. Igual que antes había ocurrido con los depredadores, la magia consumía a esos monstruos como el fuego la hierba seca.
Al poco rato, la plaza y las calles de alrededor quedaron cubiertas de cadáveres de skal'tum. Destellos de fuego espectral cruzaban las avenidas mientras aquellos esbirros fantasmagóricos daban caza a los que continuaban con vida.
Elena, satisfecha, retiró la magia a aquellos hostigadores antes de que le consumieran demasiado poder. El puñado de espíritus plateados todavía visibles desapareció como las llamas de las velas gastadas. Con los skal'tum debilitados y dispersos, el ejército de fuego espectral dejaba de ser necesario. Ante los combates que se le avecinaban era más que importante salvaguardar la magia.
Flint se acercó a ella.
—Buen trabajo —la felicitó—. Pensé que estábamos perdidos.
—¿Cómo supieron los skal'tum que saldríamos por este punto exacto? Creía que era un paso totalmente aleatorio —preguntó Elena sin hacer caso a aquel halago.
Flint frunció el ceño y respondió, fingiendo que no se daba cuenta de la sospecha en la voz de Elena.
—Seguramente, como Er'ril está cautivo, el Señor de las Tinieblas supo de su guarda y habrá creado una red mágica para atraparnos en la puerta y conducirnos a este nido de monstruosidades.
Elena examinó el cielo con preocupación. Odiaba tener que pensar que Er'ril los habría traicionado incluso en eso. En su fuero interno prefería pensar que Flint los había conducido a una trampa y que él era el traidor.
Mientras meditaba sobre aquellas palabras, una columna de oscuridad empezó a engullir los rayos de sol y una luz crepuscular espeluznante comenzó a apropiarse de la ciudad.
—¿Qué es eso? —quiso saber.
Flint se rascó la cabeza.
—Tal vez sea un modo de proteger a los skal'tum. Así evitan que la luz del sol debilite su protección oscura.
Y, como prueba de lo dicho, unas legiones de skal'tum emprendieron el vuelo desde sus posiciones en toda la ciudad, elevándose en una gran cantidad.
Joach se acercó a Flint y a su hermana.
—Deberíamos salir de las calles. No me gustaría tener que repetir este último combate.
Los demás mostraron su asentimiento con unos murmullos.
—La entrada secreta a las catacumbas se encuentra todavía bastante lejos. Tenemos que llegar al nivel más alto de la ciudad, justo debajo del Edificio. Creo que todavía nos queda una legua de distancia hasta llegar allí. Deberíamos apresurarnos —dijo Flint.
A continuación, el viejo guerrero se puso en cabeza y avanzó a buen paso por escaleras y callejones estrechos. El camino les ofreció vistas maravillosas y también otras muy tristes. Había estatuas grandes como torres por todas partes. Algunas parecían haber soportado muchos siglos sin sufrir desgaste alguno. Otras, en cambio, yacían desmoronadas y rotas. En una plaza se vieron forzados a pasar debajo de los dedos de piedra de una enorme mano que yacía en el suelo después de caer de una estatua situada en lo alto de una torre.
También pasaron por zonas en las que el mar parecía burbujear desde las profundidades y anegaba partes completas de la ciudad. Mientras avanzaban junto a uno de esos estanques salobres, algo enorme y armado sobresalió de las aguas llenas de algas. Elena se acordó del kroc'an de la ciénaga. Eludieron esas aguas.
Sin embargo, conforme avanzaban por la ciudad, se dieron cuenta de que ésta constaba mayoritariamente de casas y edificios oscuros y vacíos. El viento ululaba a través de los restos de las torres y provocaba ruidos que parecían gemidos de espíritus antiguos. Sin embargo, era evidente que la ciudad había sido habitada por cientos de miles de habitantes. De repente, a Elena se le anegaron los ojos. Le dolía ver lo mucho que su gente había perdido.
Por fin, Flint intervino y rompió así aquella sensación de vacío.
—Tiene que estar aquí delante —dijo con la respiración entrecortada y cansado de la larga carrera por la ciudad—. Tomamos esta curva y...
Cuando el hermano de pelo cano dobló la esquina de un edificio en forma de tulipán, se detuvo súbitamente. Como el resto de su grupo iba muy pegado a él, no pudieron frenar a tiempo y todos dieron un traspié asustados.
En la avenida siguiente había apostado un grupo de veinte seres bajos y rechonchos armados de pies a cabeza. Aunque su estatura era menor que la de Joach, esos seres eran tan corpulentos como Tol'chuk y eran todo músculo y hueso debajo de la armadura.
Elena dijo en voz alta la raza de aquellos soldados:
—Enanos.
Era evidente que los soldados estaban aguardándolos con las hachas en alto y los escudos dispuestos. Ninguno de ellos se movió y esperaron a que su enemigo se les acercara. No movieron ni siquiera un dedo, parecían realmente un grupo escultórico hecho de latón y acero. Elena intuyó que aquellos guardianes no se desvanecerían igual que sus aliados alados. Al verles la mirada fría y firme, supo que el grupo lucharía hasta que el último enano superviviente muriera. Y sería muy difícil abatir en un instante a todos los enanos.
Elena hizo a un lado a los demás y avanzó un paso hacia adelante, dispuesta a invocar su magia.
Flint la hizo retroceder.
—No. Llevan la armadura conjurada. ¿No ves cómo brilla?
Elena observó más detenidamente y vio que una capa aceitosa se desparramaba lentamente por los petos y las grebas de las armaduras con los colores del arco iris. Le pareció incluso que casi podía oler la magia a su alrededor.
—¿Qué es lo que hace eso? —pensó en voz alta.
—He leído historias antiguas que tienen que ver con los guardianes con hacha enanos. Su armadura está forjada con conjuros de magia elemental de desvío. Cuando les arrojes la magia, hazlo con cautela, Elena. Pueden disipar la magia y reflejarla contra quien la ha arrojado. Es mejor que no lances ningún conjuro contra sus armaduras —le advirtió Flint.
Elena dio un paso al frente, con el ceño fruncido y sin saber a ciencia cierta qué hacer.
—¿Dónde está la entrada a las catacumbas? —preguntó a Flint.
—Al final de esta calle.
La expresión de Elena se ensombreció. De nuevo le extrañó que los magos negros se anticiparan a todos sus movimientos. Se dijo que tal vez Greshym recordara mejor los secretos de los hi'fai de lo que los demás suponían y que, como Flint, supiera acerca de esta entrada secreta y hubiera hecho apostar aquellos centinelas ahí. Aun así, Elena miró con odio a los soldados ahí reunidos mientras la sospecha le atenazaba el pensamiento.
Elena, consciente de que el grupo esperaba su siguiente movimiento, no se volvió. Eran demasiado pocos para sobrevivir a una batalla de acero y músculos contra esa fuerza. Valoró las opciones que les quedaban.
Mientras escrutaba a sus adversarios, Elena recordó una antigua lección que había oído a su padre enseñarle a Joach: En ocasiones, un combate se vence mejor con ingenio que con espadas o puños. Como las posibilidades no estaban a su favor, Elena se dijo que seguramente había llegado el momento para aquello.
Sólo les quedaba una pequeña esperanza. Si lograba debilitar la resolución siniestra de los guardianes, tal vez su grupo podría sobrevivir. Gracias a su encuentro con Cassa Dar, sabía que antaño los enanos habían sido gentes nobles. Fue el toque corrupto del Señor de las Tinieblas lo que les envenenó los corazones y les hizo doblegarse a esa alianza espeluznante. Elena se dijo que aunque su fuego espectral no lograra liberar los espíritus mancillados como con los skal'tum, había algo que tenía ese mismo poder, algo que, en cierto modo, tenía magia: la memoria.
Sin volverse, Elena llamó a su grupo:
—Tol'chuk, Meric, acercaos.
El ogro avanzó con el elfo a su lado. Elena le tocó el hombro al ogro.
—Levanta el martillo bien alto para que todos lo vean.
Tol'chuk obedeció.
A continuación, Elena miró a Meric.
—A mi señal, ¿podrías conjurar un rayo que dé contra el martillo?
—Sí, pero como no hay ninguna tormenta natural, necesitaré unos instantes.
—Entonces, prepárate.
Elena se acercó a los guardianes apostados con el hacha y habló con tal fuerza que se oyó por toda la avenida.
—Os ordeno que depongáis las armas. ¿Acaso os oponéis al camino de vuestra propia salvación?
Tal como esperaba, no obtuvo respuesta alguna. Elena hizo que Tol'chuk se acercase.
—¿Reconocéis esta reliquia? ¿Os habéis olvidado de vuestra propia historia?
Elena levantó el brazo izquierdo e iluminó el martillo de inscripciones rúnicas con una llamarada de fuego espectral. El arma parecía brillar con luz propia.
Se produjo una cierta conmoción entre algunos enanos e incluso hubo uno que bajó el hacha. Elena sabía que reconocerían el Try'sil, el Martillo del Trueno de los enanos, un símbolo muy valioso del pasado de su gente. Se preguntó si la mera visión de aquella arma bastaría para debilitar el dominio que el Señor de las Tinieblas tenía sobre ellos. Elena se acordaba de cómo el recuerdo de Linora había despertado a Rockingham y lo había liberado de sus grilletes oscuros. ¿Ocurriría ahora lo mismo? ¿Era el Try'sil un símbolo suficientemente poderoso? Y, si no lo era, ¿podría ella hacer que lo fuera?
Uno de los guardianes dio un paso adelante.
—Estás intentando engañarnos con la magia de una ilusión —declaró con voz dura—. El Try'sil se perdió hace mucho tiempo.
—¡No! Esta noche, el pasado vuelve a revivir. —Elena hizo una señal a Meric para que se acercara. El elfo parecía intuir lo que tenía que hacer. Salió de detrás de Tol'chuk mientras la magia le hinchaba la camisa y los pantalones.
»El Try'sil fue forjado por los elfos y fue entregado a vuestro pueblo a modo de ofrenda.
El jefe de los enanos retrocedió un paso y, al ver a Meric, abrió con sorpresa los ojos debajo del yelmo.
—¡Un jinete de tormentas!
—¡Eso es! ¡Igual que antes, así es ahora! Recordad quiénes fuisteis antaño. El martillo tiene el poder de hacer añicos la ebon'stone, de echar por tierra el conjuro del Corazón Oscuro. ¡Dejad que os libere de vuestro yugo! ¡Permitidnos pasar y abrid vuestros ojos a la posibilidad de que vuestras tierras vuelvan a atronar con el golpeteo de vuestros martillos y el rugido de vuestras forjas! ¡Recordad vuestro pasado!
Elena hizo un gesto a Meric y un relámpago cayó con todo su estrépito del cielo crepuscular para dar en la cabeza de hierro del martillo. Los truenos retumbaron por toda la calle. Elena parpadeó ante aquel destello cegador mientras el trueno resonaba y moría.
—¿Todavía dudáis del poder de esta reliquia de vuestros antepasados?
Algunos enanos habían caído postrados de rodillas, pero otros seguían de pie, al igual que su cabecilla.
—¿Cómo...? ¿Cómo encontrasteis el Try'sil? Se perdió hace muchos años.
Elena se dio cuenta de que si convencía a aquel enano, los demás lo seguirían. Bajó la voz en un esfuerzo por despertar la confianza de aquellos corazones duros.
—No se perdió. Sólo quedó olvidado. Uno de los vuestros lo ha estado protegiendo durante siglos, a la espera de que alguien lo viniera a recoger y lo devolviera de nuevo a vuestro hogar. ¡Me escogió a mí! Hice el juramento de sangre de que devolvería el martillo a vuestras tierras. ¡Y lo pienso hacer!
—La... la profecía —musitó el líder, bajando un poco más el hacha.
—Recordad vuestro pasado —susurró Elena—. Recordad quiénes fuisteis en otro tiempo.
Hizo un gesto a Tol'chuk para que le pasara el martillo. Elena se colocó frente al jefe de los enanos con el mango del arma lleno de inscripciones rúnicas sobre las palmas de las manos abiertas, y lo levantó delante de él.
—A pesar de que vuestros corazones están oscurecidos por el señor de Gul'gotha y vuestras manos están manchadas de sangre de inocentes, el Try'sil todavía tiene el poder de purificaros.
El soldado enano alzó una mano, que llevaba enguantada con una malla, hacia el arma; los dedos le temblaban y, por un instante, no fue capaz de tocarla. Luego se quitó el guante de malla y, todavía con un gesto cuidadoso, acercó un solo dedo al hierro del martillo. Bastó aquella mínima conexión con el pasado de su pueblo para causarle una conmoción profunda. El enano cayó postrado de rodillas con un gran estruendo cuando el acero chocó contra la piedra. Se despojó del yelmo y levantó su rostro arrugado hacia el cielo. Un grito de pena y de dolor le brotó de los labios, igual que si le estuvieran arrancando el corazón.
Elena retrocedió y dejó que el enano se enfrentara al dolor de su pasado perdido. Sabía que no le hacían falta más palabras o pruebas. Aun así, levantó el martillo sobre su cabeza.
—Existe una salvación —le susurró a los demás.
Todos los otros enanos se arrodillaron detrás de su líder postrado para acompañarlo. Elena bajó el Try'sil y miró de hito en hito al jefe de los soldados. El dolor que se podía entrever en aquel rostro era demasiado profundo para imaginárselo. Su voz se había convertido en una súplica.
—Pasad-dijo—. Liberad a nuestro pueblo.
Elena asintió.
—Que así sea.
Ella se encaminó hacia adelante seguida de los demás y con el martillo todavía en las manos. Conforme ella iba pasando entre los enanos arrodillados, las hachas fueron cayendo con estrépito sobre el suelo de guijarros mientras los enanos levantaban sus brazos para tocar el último símbolo de esperanza para su gente. Ella dejó que cada uno de los guardianes entrara en contacto con su antiguo pasado, para que se acordaran durante aquel breve instante de sus hogares olvidados más allá de aquel mar gélido.
Después de pasar entre los enanos, se abrió ante ella una calle despejada. Flint se le acercó, maravillado, a la vez que miraba a los soldados.
—Nos has hecho pasar a través del fuego —dijo—, y sólo con el poder de tu palabra.
Elena lo miró.
—No han sido mis palabras. Ha sido la fuerza de su pasado.
Tol'chuk volvió a coger el martillo mientras los demás se unían a Elena y Flint.
—Y ahora, ¿adónde? —susurró Meric.
—Por ahí. Está aquí delante —respondió Flint, señalando al frente.
El anciano hermano los guió por la avenida hasta llegar a un callejón lateral.
Cuando Joach entró en él, miró a lo alto y estuvo a punto de tropezar. Elena le siguió la mirada para ver qué le había asombrado tanto.
A ambos lados del callejón había dos estructuras. A la derecha había una torre de ladrillos del color rojo anaranjado de la luz del sol al atardecer, que se elevaba hasta un pequeño parapeto. En el lado izquierdo había una de las enormes estatuas que salpicaban la ciudad. Aquélla representaba a una mujer ataviada con una toga y con un ramo florido en una mano. Joach y ella se miraron.
—Es el Chapitel de los Difuntos —dijo Joach con un gesto de cabeza hacia la torre y la estatua de Sylla. Elena se encogió de hombros sin comprender la importancia de aquello—. Es el sitio en el que transcurrió mi sueño. Fue en lo alto del Chapitel de los Difuntos.
Agitó la vara entre sus manos enguantadas. Como la madera no tenía contacto físico con ellas, había recuperado su tono oscuro y volvía a ser una herramienta de magia negra.
Elena recordó los detalles del sueño de Joach y el papel que la vara tenía en él; cómo la magia había apartado al monstruo alado negro y había matado a Er'ril.
—¿Estás seguro de que éste es el sitio? —le preguntó.
Joach se limitó a asentir con la mirada clavada en el parapeto lejano. Flint, que no había oído aquellas palabras, les hizo un gesto para que se acercaran al final del callejón, donde un muro de ladrillos rojos les bloqueaba el paso. Entonces empezó a contar los ladrillos desde el suelo y a los lados.
Mientras aguardaba, Elena se estremeció al oír las palabras de su hermano. Parecía como si su sueño fuera a convertirse en realidad.
Delante de ellos, Flint había dejado de contar y apretó tres ladrillos concretos. Cada uno de ellos cedió y retrocedió a una profundidad aproximada de un pulgar. Tras pulsar el tercero se oyó el crujido chirriante de un pestillo al abrirse al otro lado de la pared.
Flint, satisfecho, retrocedió un poco, apoyó las dos manos en la pared y empujó. Entonces, un trozo triangular de la pared dio la vuelta sobre un eje dejando abierto el camino hacia un túnel oscuro. El hermano sonrió al ver que lo había conseguido y les hizo un gesto para que penetraran en la abertura.
—Las catacumbas se hunden en el corazón del monte Orr, el pico sobre el que descansa el Edificio. Este túnel es un ramal que parte del cuarto piso de la gran espiral. Tenemos que llegar al piso décimo para recuperar el Libro.
—Entonces debemos apresurarnos —dijo Elena.
Todos entraron rápidamente y Flint tomó una antorcha de aceite de su soporte. En cuanto la encendió con el fuego de un pedernal, el anciano cerró la puerta empujándola con el hombro. Desde aquel pequeño descansillo se abría una escalera que se dirigía hacia abajo.
—Moveos en silencio y con cuidado —advirtió—. Es posible que en nuestro camino encontremos más trampas o enemigos. Propongo que alguien se quede de guardia en la puerta para que cubra la retirada.
Nadie se prestó voluntario, porque ninguno quería abandonar a Elena. Así que la chica tuvo que decidir por ellos. Acarició el hombro de Tol'chuk.
—Si los enanos vuelven a cambiar de idea, o si envían refuerzos, es posible que el Try'sil sea necesario para hacerles cambiar de idea.
El ogro asintió.
—Yo guardará la retaguardia.
En cuanto quedó solventada esa cuestión, Flint enseñó a Tol'chuk cómo utilizar la puerta y luego todos los demás empezaron el descenso. A lo largo de los cien escalones que les condujeron hacia el pasillo inferior, nadie habló. Flint los guió rápidamente a través de un corredor que trazaba una curva amplia y que iba a dar a un pasillo aún más amplio. En aquel lugar, la piedra natural estaba muy bien pulida y decorada con grabados y lápidas de piedra.
—El cuarto nivel de las catacumbas —susurró Flint, levantando la antorcha.
Prosiguieron el descenso por aquel pasillo en espiral. Mama Freda dejó que su mascota Tikal correteara por la oscuridad para descubrir cualquier emboscada que pudiera haber. Sin embargo, al carecer de los ojos de su mascota, Meric tenía que ayudar a la anciana. Su avance era demasiado lento para el gusto de Elena. Aunque en el cielo brillaba ahora un crepúsculo falso, Elena sabía que no faltaba mucho para la llegada de la noche verdadera.
De repente, Mama Freda siseó e hizo detener a Meric.
—¿Qué ocurre? —preguntó Flint, acercándose a la anciana curandera.
—Hay una luz —respondió ella—. Los ojos de Tikal me permiten ver un brillo reflejado en una curva del pasillo que queda más adelante.
—Seguramente hay alguien por ahí abajo —dijo Flint, preocupado.
—¿Puedes pedirle a Tikal que se acerque más? —preguntó Elena.
—Lo intentaré, pero después de la pelea de ahí arriba, está muy asustado.
Mama Freda se apoyó contra la pared. Su brebaje empezaba a perder efecto y se comenzaba a sentir muy cansada.
—Veo... ¡Veo un hombre! Está en cuclillas a un lado del pasillo. La luz proviene de un fanal pequeño que lleva.
—¿Hay alguien más? —preguntó Elena.
—No. El pasillo está vacío.
—Es raro —dijo Flint—. ¿Qué aspecto tiene?
—Lleva una túnica blanca rasgada y parece muy desaseado, como si no se hubiera bañado en varias lunas.
—Mmm... la túnica blanca hace pensar que puede ser un hermano de mi orden. Aquí hay muchos pasillos y aberturas donde protegerse del mal. Si de verdad ha logrado evitar las fuerzas de los magos oscuros puede que nos dé una información valiosa. —Flint se acercó más a Mama Freda—. ¿Puedes hacer que Tikal se muestre ante él? La reacción que tenga nos demostrará su verdadero corazón.
—Lo intentaré —murmuró Mama Freda—. Pero Tikal es muy tímido con los desconocidos.
Todos se quedaron en silencio mientras Mama Freda usaba el vínculo que la unía a su tamarinco para guiar las acciones del mismo, Elena miró a su hermano, que tenía una expresión de preocupación, también miró a Flint, pero no fue capaz, de captar ningún gesto engañoso en él. Aun así, se dijo, había habido tantas trampas. ¿Acaso ésta no podía ser otra?
De repente, Mama Freda sonrió.
—El hombre parece bastante normal, dentro de lo que cabe. Al principio, Tikal le ha sorprendido un poco, pero tras el primer susto le ha hecho acercarse. Parece que incluso en una situación tan desesperada como ésta, Tikal no puede evitar pedir una galletita a un desconocido. Ahora se ha subido al hombro del hermano y degusta un mendrugo de pan seco.
Joach y Elena se miraron.
—Sin embargo, tenemos que ser cautos —advirtió Flint con expresión sombría—. Vamos allá y averigüemos algo más sobre este misterioso habitante de las catacumbas.
De nuevo Flint encabezó la marcha. Joach lo siguió con Elena al lado y Meric y Mama Freda se quedaron detrás. Al poco tiempo, el brillo que Tikal había visto fue muy notorio. Flint le pasó la antorcha a Meric.
—Dejad que vaya solo. Si es una trampa, será mejor que sólo me pille a mí.
Mientras Flint avanzaba sigilosamente, Elena le propinó un codazo a Joach.
—Acompáñalo —ordenó a su hermano.
Joach miró con extrañeza a Elena, pero algo en la mirada de la muchacha le impidió hacer más preguntas. Elena observó cómo su hermano se unía a Flint. Si el anciano era el traidor que había puesto todas aquellas trampas, Elena quería que alguien fuera testigo de lo que les aguardaba. Los dos desaparecieron detrás de la curva de aquel pasadizo.
Elena contuvo el aliento. Durante un espacio de tiempo demasiado largo no hubo indicio alguno de lo que podía estar agazapado ahí delante. Elena se mordió el labio.
De repente se oyó un murmullo de conversación en la esquina, demasiado bajo para distinguir palabras concretas. Elena miró a Meric y luego, de nuevo al pasillo. De repente, Joach surgió al otro lado de la esquina. Les hacía gestos para que los siguieran con una sonrisa de alivio en el rostro.
Elena y los demás se apresuraron detrás de él. En cuanto hubieron doblado la esquina, Elena vio a Flint sumido en una conversación entre susurros con un hombre harapiento. Su túnica, antaño blanca, lucía ahora lamparones de color gris intenso y tenía las mejillas cubiertas de una barba pelirroja descuidada que ocultaba apenas la expresión hundida y hambrienta del hombre. En contraste con la barba, tenía la cabeza calva como un recién nacido.
—¿Quién es? —preguntó Elena.
—Es el hermano Ewan —contestó Joach, excitado y aliviado—. Es un galeno. El fue uno de los que ayudaron a curar a Conch de sus heridas. Se quedó aquí cuando nosotros abandonamos la isla para ver si podía ayudar a defenderla desde dentro. También él forma parte de los hi'fai y conoce todos los pasadizos secretos. Lleva todo un mes oculto en este laberinto de catacumbas.
Elena sintió que se sacaba un peso de encima. Le alegraba saber que alguien podía sobrevivir al mal en aquel lugar. Aquello le hizo tener un poco más de esperanza. Aun así, se acercó al desconocido con mucha cautela.
Flint le hizo un gesto a Elena.
—Quiero que conozcas a alguien... a un amigo que conoce muchos otros modos de entrar y salir de las catacumbas.
El hermano Ewan se incorporó. Parecía muy incómodo por su aspecto. Se pasó una mano para alisarse un poco la túnica arrugada y, con la otra, intentó poner cierto orden en la barba. Tikal continuaba todavía en su hombro, mordisqueando ruidosamente su mendrugo de pan.
—Así que... ésta es... es tu bruja, hermano Flint.
Elena asintió con la cabeza.
—Me alegro de conocerte.
El hermano Ewan sonrió con timidez y dio un paso hacia ella. Aquel movimiento descolocó levemente al pequeño tamarinco. Tikal se agarró a la oreja del hombre para mantenerse en su sitio, pero no lo logró. El hermano sonrió abiertamente al ver las travesuras del animalillo y tomó a Tikal con la mano cuando éste se deslizaba.
—Lo siento —dijo el hermano Ewan reprimiendo una carcajada—, pero creo que este pequeño animalito ya me ha dado la bienvenida durante el tiempo suficiente.
Entonces el hermano Ewan levantó a Tikal y, con un gesto rápido, le retorció el cuello y lanzó a lo lejos su cuerpo inerte.
Mama Freda dio un respingo y cayó en brazos de Meric.
—¡Tikal!
La sonrisa del hombre se ensanchó en un mohín repulsivo.
—Y ahora, vamos a ver a esa brujita vuestra más atentamente.
Acercó las manos hacia Elena.
La muchacha, demasiado sorprendida para reaccionar, estuvo a punto de caer en sus manos. La muerte repentina y violenta de Tikal le había helado el corazón y el pensamiento. Pero entonces Flint se arrojó entre Ewan y Elena. El anciano intentó coger su espada pero fue demasiado lento.
Ewan abrió por completo su túnica rasgada y dejó al descubierto el pecho. Llevaba adheridas a su pálida piel cientos de pequeñas sanguijuelas de color púrpura. Entonces, antes de que Flint pudiera levantar la espada, atacó y lo estrechó contra su cuerpo.
Joach cogió a Elena y la apartó. Ella todavía estaba demasiado aturdida para pensar con claridad.
—¡Elena, es un guardia infame! Tenemos que huir.
Meric asió a Mama Freda, que ahora estaba ciega y desconsolada, y Joach empujó a Elena. En cuanto empezaron a retroceder, Flint se desembarazó del abrazo del guardia infame. Mientras se desplomaba, el anciano se volvió y dejó ver la cara y el cuello, que llevaba cubiertos de sanguijuelas que lo consumían. Al instante, esos seres repugnantes adoptaron el tamaño de unos puños de color púrpura mientras arrebataban algo más que sangre del cuerpo de Flint. Aquellos parásitos que se convulsionaban parecían engullir el cuerpo y la sustancia de su víctima. Flint se desplomó por fin contra el suelo. Mientras todos aquellos bichos salían despedidos de su huésped, los huesos brillaron a través de las heridas que habían dejado. Aun así, Flint seguía debatiéndose por sacarse de encima esos monstruos. Levantó una mano, estremecida, se desvaneció y murió.
Lo último que Elena vio antes de doblar la esquina fue cómo Ewan pasaba por encima del cadáver de Flint. Tras abrazar al anciano, el guardia infame tenía el pecho desnudo, y de éste brotaba una nueva oleada de sanguijuelas púrpura, dispuestas para la siguiente víctima.
Elena dobló la esquina y todos huyeron a toda prisa. Mientras corrían, el horror dejó de paralizar a Elena, que se dio cuenta de que ya podía pensar con algo de claridad y detuvo su marcha hasta pararse. Joach intentó empujarla hacia adelante, pero ella dejó oír un único sollozo y lo apartó.
—¡Largo! ¡Huye!
—¿Elena?
Elena levantó la mano derecha y conjuró el hechizo de la luz espectral. La mano brilló en un tono azul rosado, introdujo la magia en ella y deseó que aquella luz se extendiera por el cuerpo. Elena observó la reacción de Joach mientras ella iba desapareciendo.
—¡Encárgate de Meric y Mama Freda! —ordenó—. ¡Reuníos con Tol'chuk!
—No puedes enfrentarte sola al guardia infame.
Elena frunció el ceño y se quitó la ropa rápidamente.
—No voy a atacarlo. No hay tiempo. Pero tengo que llegar hasta Flint y recuperar la guarda mientras vosotros apartáis el monstruo de mí. ¿Podréis hacerlo?
Joach asintió.
—¿Qué vas a hacer?
—¡Voy a recuperar ese maldito Libro!
Se quitó la última prenda que llevaba puesta y sacó su puñal de bruja. Lo sostuvo delante de Joach e hizo brotar magia de su puño. El puñal desapareció de la vista de su hermano.
Al cabo de unos instantes, Joach la buscó por el pasillo.
—¿Elena? —preguntó con cautela.
Ella no dijo nada. Observó que el rostro de su hermano adquiría una expresión de espanto y derrota. Joach volvió a mirar hacia el pasillo, convencido de que ella ya se había ido.
—Ve con cuidado, Elena. —Y antes de marcharse susurró—: Te quiero.
Elena no contuvo las lágrimas que le acudieron a los ojos. Al fin y al cabo, nadie las podía ver.
Er'ril se encontraba entre la pared de hielo negro y el círculo de cera del mago negro. Las cadenas que lo ataban, y que ahora estaban asidas a unas anillas de hierro del suelo, sólo le permitían un único paso en cada una de las direcciones. Le habían quitado la camisa y le habían grabado en el pecho unas letras rúnicas negras con la punta del puñal de Shorkan, que antes había sido el cuchillo de caza del padre de ambos. La sangre le caía por el vientre y le empapaba los pantalones atados con un cinturón. Er'ril no quería prestar atención al dolor que le producían aquellas trece letras rúnicas; su máxima preocupación se centraba en los últimos ritos que se estaban celebrando en el interior del anillo mágico. Er'ril estaba medio desnudo y tenía su único brazo atado a la cintura de forma que se sentía vulnerable. Todas sus esperanzas dependían de lo que ocurriera en los próximos instantes.
Denal estaba de pie dentro del anillo, rodeado por trazos negros de energía, casi abandonado por completo. Sólo los ojos le brillaban intensamente de terror y de rabia mientras que, como Er'ril, miraba los últimos preparativos de los otros magos.
Greshym habló mientras él y Shorkan trazaban símbolos en el suelo con su propia sangre negra por el borde interior del anillo mágico.
—Noto que el Faro de la Desdicha ha sido encendido. Seguramente los skal'tum ya han emprendido el vuelo.
—No importa —contestó Shorkan—. Con la cantidad de trampas tendidas en y alrededor de la isla, no hay intrusos que temer. Con la salida de la luna, la isla dejará de tener importancia alguna. En cuanto el Libro sea destruido, esta ciudad sólo será un lugar de fantasmas y esperanzas perdidas. Habremos vencido.
Greshym miró a Er'ril durante tan sólo un instante y luego apartó la vista. Era la señal. Er'ril carraspeó.
—Shorkan, vas a fracasar —le espetó—. El hechizo del hermano Kallon volverá a resistírsete.
Shorkan prosiguió la tarea, impertérrito y sin dejar que aquellas palabras lo distrajeran.
—Fue tu sangre la que alimentó este conjuro, Er'ril. Ahora tu sangre lo romperá.
—¿Tan seguro estás, hermano? Te digo que una pieza de este juego se te escapa.
—¿Y cuál es esa pieza?
—Tienes razón en una cosa: el conjuro exigió mi sangre y una parte de la magia de eternidad que el Libro me concede. Necesitó incluso una parte del poder del Libro. Pero también tomó algo que jamás habrías imaginado. Y ese elemento que falta será la causa de tu estrepitoso fracaso.
—Y me figuro que ahora me lo dirás... ¿no es así?
Er'ril entrecerró los párpados.
—Es posible que te hayas librado de este compañero que tengo aquí —dijo señalando con la cabeza a Denal—. Pero ese último secreto no lo diré jamás, ni siquiera para salvar a la bruja.
Shorkan se encogió de hombros y continuó pintando.
—Tampoco lo esperaba de ti. De todos modos, estoy dispuesto a aprovechar mi oportunidad, querido hermano.
—Si lo intentas morirás y no habrá modo de deshacer las cosas.
Shorkan no quiso escuchar aquellas palabras.
—Basta ya, Er'ril. Entiendo que estés cada vez más desesperado. Pero estas protestas no hacen más que afianzar mi convencimiento de que estoy haciendo lo conveniente.
Er'ril frunció el ceño. Era preciso que Shorkan reaccionara y dejara de lado la pintura por unos instantes. Greshym necesitaba que se distrajera para poner punto final a su traición. Incluso ahora el anciano tenía la vista clavada en Er'ril. Se estaban quedando sin tiempo.
—Piénsalo bien, Shorkan. En las otras ocasiones en que has intentado vencer el hechizo del hermano Kallon has visto que tiene algo especial, algo que te desconcierta.
Shorkan puso mala cara pero, al final, se levantó y se acercó a Er'ril manteniendo el anillo de cera entre ellos.
—Entonces, dime. ¿Qué crees que le falta a mi hechizo?
A pesar de que la maldad fluía sinuosamente del mago negro, Er'ril aguantó la mirada. Necesitaba que el hombre clavara la vista en él. No se atrevía siquiera a mirar si Greshym estaba haciendo algo.
—¿Y qué ganaré yo a cambio, si te lo digo?
—Puedo hacerlo de forma que puedas sobrevivir a esta noche —respondió Shorkan con un gruñido.
—¿Y qué hay de mi libertad? ¿Acaso me harás vivir en las mazmorras?
—Eso depende de ti, hermano. Y ahora, dime, ¿qué...?
De repente, Shorkan se volvió de un salto.
Er'ril miró a Greshym. El anciano mago todavía estaba arrodillado al borde del anillo.
—¿Qué haces? —gritó Shorkan—. ¡Éste no es el carácter rúnico correcto!
Greshym no contestó. Se limitó a ponerse de pie apoyado en la vara y salió del anillo. Shorkan se abalanzó sobre él, pero Greshym extendió la vara hacia el interior del anillo de cera y dio un golpe en el último carácter rúnico que había dibujado. El símbolo, dos serpientes enroscadas, estaba encendido con un fuego rojo.
—¡El carácter rúnico del atrape es el adecuado para mis propósitos, Shorkan!
El gesto rápido de Shorkan se detuvo en cuanto llegó al borde del anillo. Dio un traspié para apartarse de él.
—¡Eras tú! —exclamó, furioso, hacia Greshym. Luego miró de nuevo a Denal.
Greshym señaló al muchacho.
—Sí, Denal siempre te fue leal, siempre ha sido un crío.
Shorkan dio varias zancadas alrededor del anillo, como si buscara una vía de escape.
—Ya conoces el hechizo que acabo de conjurar —explicó Greshym—. Vivirás siempre y cuando no intentes atravesar el círculo mágico.
Shorkan retrocedió para clavar la mirada en Greshym desde el otro lado de la fina línea de cera.
—¿Por qué?
Antes de contestar, Greshym golpeó el suelo con la vara y se movió alrededor del círculo.
—No podía permitir que destruyeras el Diario Ensangrentado. Es mi única esperanza para recuperar la vitalidad de estos ancianos huesos míos.
—¿Vitalidad? ¡Pero si vives para la eternidad! ¿Qué don podría ser mayor?
Ahora fue Greshym quien se volvió rápidamente hacia Shorkan.
—Yo te diré qué don es mayor. Lo ves en el espejo cada mañana. ¡La juventud! ¿De qué sirve la inmortalidad, si continúas envejeciendo y pudriéndote?
Greshym escupió a Shorkan, pero la saliva tocó la barrera invisible que se extendía por encima de la cera y crepitó suspendida en el aire. El mago continuó dando la vuelta por el círculo hasta que llegó junto a Er'ril.
—Tu hermano y yo hemos llegado a un acuerdo.
—¿Has sido capaz de traicionar a tu amo por algo tan insignificante?
—¿Amo? —Greshym dejó oír un ruido poco respetuoso—. ¿Y qué me importan a mí las maquinaciones del Corazón Oscuro? Tú has sido su juguete, no yo. Y, por lo que respecta a ese algo tan insignificante, es lo menos que merezco después de servir durante tanto tiempo a la Bestia Negra.
—Vas a tener que pagar por esa blasfemia, Greshym. Te lo juro.
Greshym hizo caso omiso de Shorkan y se volvió hacia Er'ril.
—Ahora hay que terminar nuestro trato, hombre de los llanos. —Greshym sujetó la vara con la parte interior del codo y dirigió la mano hacia los grilletes que aferraban la muñeca de Er'ril. Con un gesto de los dedos, los hierros se abrieron y el brazo de Er'ril se liberó—. No sé dónde ocultaste la astilla de mi vara, Er'ril, pero ahora la magia está activa. Liberará las argollas de los tobillos y te verás libre de tus cadenas. También abrirá cualquier cerradura que se oponga entre tú y tu libertad.
Er'ril tendió la mano hacia el cuello, pero Greshym le impidió terminar el gesto, posándole la mano en la muñeca.
—Pero antes prometiste que liberarías el Libro. Dijiste que tenías el poder para ello.
Er'ril asintió.
—Así es.
No sabía si la promesa de libertad de Greshym era cierta o no, pero Er'ril había tramado ya su propia defensa en caso de que el mago negro intentara traicionarle. Aun así, el juego que cada uno estaba jugando era realmente peligroso.
Er'ril se volvió y se acercó al muro de hielo negro. Observó que unas energías inmemoriales continuaban recorriendo su superficie. Er'ril observó el reflejo de la sala que se abría detrás de él en la superficie vítrea de la pared. Vio la expresión codiciosa de Greshym y observó que el anciano asía con avidez la madera de la vara. Er'ril levantó la mano hacia la barrera de hielo, pero un movimiento repentino en el reflejo lo detuvo.
Tras volverse con todo el estrépito que causaban todas sus cadenas, vio que Shorkan empujaba a Denal y hacía caer hacia atrás al niño mago. Su pequeño cuerpo se desplomó sobre la barrera del anillo de cera. Al instante, el conjuro de atrape castigó a su prisionero. A pesar de estar atado por corrientes de energía negra, los gritos del muchacho se dejaron oír. Su pequeño cuerpo se convulsionó sobre el anillo de cera, que se había convertido en una pira. La reducida sala se llenó de humo y del chisporroteo de la carne quemada. Las ataduras de Denal se consumieron rápidamente y dejaron ver debajo su cuerpo chamuscado. El muchacho continuó debatiéndose. Finalmente, dejó oír un grito de lamento que pronunció con los labios rotos y ennegrecidos, hasta que se hizo el silencio.
Shorkan no aguardó más. Sirviéndose del cadáver chamuscado como puente, cruzó el anillo de cera de un salto. A pesar de haber debilitado esa parte de la barrera, no salió ileso de ella. Shorkan profirió un alarido intenso cuando cayó al otro lado. La túnica blanca, ahora hecha ceniza, se fundía en su piel lacerada. Shorkan tenía el cuerpo cubierto de ampollas amarillentas y presentaba unas enormes quemaduras en la piel. Tenía quemados incluso el cabello y las cejas, lo cual le daba un aspecto avejentado semejante al de Greshym.
Sin embargo, Shorkan seguía vivo. El mago se levantó lentamente, tambaleándose, mientras el cuerpo todavía le humeaba. Dio unos pasos vacilantes hacia donde Greshym y Er'ril lo miraban asombrados. Shorkan habló con voz ronca:
—Os... os detendré.
De los brazos calcinados de Shorkan salieron unos chorros gemelos de fuego negro.
Greshym dio un paso adelante y levantó la vara para bloquear el paso del flujo de energía, aunque aquello le costó un gran esfuerzo. Er'ril observó que el brazo del anciano temblaba mientras sostenía su talismán contra el poder de Shorkan. Toda la madera humeaba mientras el mago la asía con fuerza.
Er'ril se apartó de la refriega en la medida en que las cadenas se lo permitían. Rozó con la espalda desnuda la pared de hielo mientras contemplaba con asombro aquella demostración de fuerzas. El mero hecho de que Shorkan todavía fuera capaz de esgrimir aquella energía con tales quemaduras ya era indicio del enorme poder que albergaba. Er'ril se palpó el cuello y extrajo la astilla de la vara de Greshym. Para ayudar en aquella batalla tenía que ser libre.
Hizo pasar entonces el trozo de madera por encima de las cerraduras que le aprisionaban los tobillos, pero no ocurrió nada. Intentó incluso emplear aquel trozo como una púa larga, clavándola en el orificio de la llave. Pese a ello, los hierros continuaron cerrados como estaban. Er'ril se enderezó con expresión adusta. La astilla de la vara no era mágica. Había sido un truco. Greshym lo había engañado muy bien, dándole incluso algo tangible en lo que posar sus esperanzas. Er'ril echó a un lado aquel trozo inútil de madera y dio una patada a las cadenas que lo ataban.
A su lado, el chorro de fuego negro procedente de los brazos de Shorkan comenzaba a desvanecerse, y al poco tiempo empezó a chisporrotear, mostrando por fin el fondo de su energía siniestra. Shorkan dejó caer los brazos a los lados y el flujo terminó. Con las últimas gotas de energía que le quedaban, abrió una puerta negra giratoria debajo de sus pies y se marchó hacia abajo a través de ella, no sin antes emitir una última advertencia con la voz entrecortada.
—¡M... me venga... ré!
Luego desapareció.
Greshym sostuvo la vara delante de él en un gesto de defensa, pero, con la desaparición de Shorkan, el anciano mago de repente flaqueó. La vara, desmenuzada, le cayó de la mano convertida en cenizas. Er'ril se dio cuenta de que Shorkan había estado a punto de vencer a Greshym. El anciano mago, agotado casi por completo, tuvo que apoyarse en la pared de hielo y arrastrarse hacia Er'ril.
—El Libro... —susurró—. Tenemos que apresurarnos.
—¿Adónde ha ido Shorkan?
Greshym negó con la cabeza y apoyó la espalda en la pared de hielo.
—No lo sé. Seguramente a su torre. O es posible que haya huido. Es posible que emplee la puerta del Dique que te trajo aquí para escapar hacia Blackhall.
—¿La puerta del Dique?
Greshym sacudió el brazo débilmente.
—Es la estatua de ebon'stone en forma de wyvern. Es la puerta que conduce al Dique. Pero eso no importa. Libera el Libro.
Er'ril sabía que aquélla era la oportunidad para obtener información del mago. Estaba débil y necesitaba su ayuda.
—¿Qué es ese Dique? ¿Y por qué transportabais la estatua hacia Winterfield?
La mirada de Greshym se endureció y entornó los ojos con desconfianza.
—No tiene ninguna importancia. Libera el Libro —ordenó.
—No, hasta que hayas respondido a mis preguntas. Como bien has dicho, el tiempo se agota.
Greshym miró con enojo a Er'ril y suspiró.
—Pides respuestas rápidas a una historia muy larga.
—Dime lo que sabes —le urgió Er'ril.
Greshym suspiró de nuevo y su aliento hizo estremecer la piel de Er'ril.
—Como seguramente ya sabes por tus contactos con la guardia infame, los pequeños trozos de ebon'stone tienen el poder de atrapar y corromper los espíritus.
—Ya lo sabía. Pero ¿qué tiene que ver eso con el Dique y las puertas del Dique?
—Es complicado. La primera vez que se extrajo la ebon'stone, los enanos esculpieron cuatro piezas grandes en forma de grandes animales: un grifón, una mantícora, un basilisco y un wyvern. Pues bien, esas enormes piezas de ebon'stone puro tenían un poder todavía mayor. No sólo atrapaban espíritus, sino que su ebon'stone era capaz de atrapar por completo a la gente que tenía un gran acopio de magia. Es lo que te ocurrió a ti. La magia de tu guarda activó la ebon'stone y fuiste atraído hacia el interior de la dimensión negra del Dique.
—No recuerdo nada de eso.
—El Dique tiene ese efecto, a no ser que se esté convenientemente preparado y formado. E, incluso en este caso, sigue siendo un peligro. Es fácil perderse en él. Yo, por ejemplo, no me atrevería a penetrar por esas puertas. Sin embargo, cuando penetraste en la puerta del Dique, Shorkan lo percibió y llamó al wyvern para que te trajera aquí.
—Pero ¿por qué llevabais primero la estatua hacia Winterfell?
Greshym frunció el ceño.
—Debe ser un nuevo plan del Señor de las Tinieblas. Ha ordenado colocar tres de las compuertas del Dique (el basilisco, el grifón y el wyvern) en distintas zonas de Alasea. Sin embargo, yo no fui informado de ello ni conozco el porqué. Además, nadie cuestiona las órdenes del Corazón Oscuro. Shorkan creía que tenía que ver con el refuerzo del Dique.
—No dejas de hablar de ese Dique. ¿Qué es exactamente?
—No creo que ni siquiera Shorkan pudiera responder a eso —contestó Greshym sacudiendo la cabeza—. Todo lo que sabemos es que hace mucho tiempo, algo cayó en el interior de una de las puertas y quedó atrapado. Sin embargo, esa cosa resultaba demasiado inmensa como para poder ser retenida por sólo una puerta. Entonces, se extendió hacia las cuatro y las unió para siempre a la vez que quedaba atrapado en ellas para la eternidad.
—Pero ¿qué hace ese Dique?
Greshym miró a Er'ril con malicia.
—Basta ya de interrogatorios. Sólo contestaré a esta última pregunta si juras liberar el Libro a continuación.
Er'ril frunció el ceño.
—Confía en mí —continuó el mago ante la duda del hombre de los llanos—. La respuesta te gustará. Es uno de los secretos mejor guardados del Señor de las Tinieblas.
Er'ril vaciló. Sabía que no podría hacer hablar por mucho más tiempo al mago negro. Era preciso conformarse con esa última respuesta.
—De acuerdo. Juro liberar el Libro. ¿Qué hace ese Dique?
Greshym se acercó.
—Es la fuente del poder del Señor de las Tinieblas, su única fuente de magia negra. El Dique es el lugar del cual obtiene su poder.
Er'ril sintió un nudo en la garganta. Aquélla era la respuesta al misterio que había ocupado a la Fraternidad durante siglos enteros: la fuente del poder del Corazón Oscuro. Si la Fraternidad hubiera sabido eso siglos atrás tal vez hubieran logrado encontrar un modo de apartar al Señor de las Tinieblas de la fuente de su poder. Greshym no había mentido. Aquella información merecía que él cumpliera con su promesa.
—Y ahora, rompe el hechizo y saca el Diario Ensangrentado —dijo Greshym con avidez, a pesar de estar apoyado con pesadez en la pared de hielo. El mago se cansaba con rapidez.
Er'ril asintió, todavía demasiado asombrado para hablar. Volvió el rostro hacia el muro de hielo negro y de nuevo volvió a pasar la mano por él. Por fin descubrió el lugar adecuado donde desbloquear la barrera. Ahora tenía que colocar la llave. Er'ril se volvió para apoyar el hombro amputado contra el hielo una vez más y miró a Greshym.
—Le dije a Shorkan que el hechizo requirió algo más que mi sangre y mi magia.
—Sí. Ya me acuerdo de esa patraña —repuso el mago.
—No. No era mentira. El precio fue muy alto. —Er'ril apretó el hombro firmemente hacia el orificio de hielo del muro—. También fue necesaria mi carne.
Er'ril se sintió embargado por un dolor tremendo en el hombro cuando los huesos, músculos y fibras encontraron su antiguo hogar. A su alrededor, el hielo negro se fundió en las paredes y el techo y se replegó hasta donde se hallaba Er'ril.
Cuando la pared desapareció detrás de Greshym llevándose consigo su apoyo, el anciano se tambaleó y cayó de rodillas, con los ojos llenos de estupor al contemplar la transformación después del final del hechizo.
Contempló asombrado a Er'ril mientras los últimos restos de la magia se desvanecían.
—¡Tú eras la llave!
Er'ril dirigió la vista hacia el muñón de su hombro. Ahora allí había un brazo, hecho de carne y huesos. Ya no era el brazo espectral, sino el propio, una extremidad que había sacrificado siglos atrás para dar pie a ese hechizo. Dobló el brazo sobre el pecho. En la mano asía un libro que no había visto durante siglos, un diario negro y desgastado con una rosa ensortijada de color burdeos en la cubierta.
Greshym siguió con la vista el libro.
—¡Es el Diario Ensangrentado!
Er'ril impidió que el mago lo tocara.
—Teníamos un trato —espetó Greshym—. Hiciste un juramento.
—Juré liberar el Libro y lo he hecho. —A continuación, dio un paso, acompañado del chirrido de las cadenas, e hizo rodar con el pie hacia Greshym el trozo de vara que había desechado instantes atrás.
—Esto no sirve de nada. Has intentado traicionarme. —Er'ril pasó el trozo de madera con el tacón de su bota—. Por ello, las demás promesas que nos hicimos han dejado de ser válidas.
Greshym intentó ponerse de pie, pero como no tenía la vara y estaba débil después del combate con Shorkan, se movió con demasiada lentitud.
Er'ril apartó todavía más el Diario y lo colocó sobre el pecho, que tenía cubierto de caracteres rúnicos. Al tocarlo, toda la piel en carne viva se cicatrizó y las marcas corruptas desaparecieron.
—Olvidas que el Libro me protege, y no sólo me da longevidad.
En los tobillos de Er'ril se abrieron los grilletes de hierro y cayeron con un chasquido al suelo. Er'ril se quitó las cadenas y dio un paso atrás. Por fin estaba libre.
Greshym levantó un brazo, dispuesto a arrojar contra él lo que le quedaba de su magia negra, pero Er'ril interpuso el libro entre los dos.
—Creo que la magia del Diario Ensangrentado me protegerá, pero, si no es así, antes de que tu magia me alcance, destruirá tu única esperanza de conseguir la eterna juventud.
El anciano bajó lentamente el brazo.
—Por otra parte, te sugiero que nos permitas conservar el Libro. Elena y yo lo necesitamos para destruir al Señor de las Tinieblas. Después de la traición que acabas de cometer, tu mayor esperanza es que lo consigamos, Greshym. No creo que al Corazón Oscuro le gusten mucho las acciones que has cometido hoy.
Greshym palideció al darse cuenta de la verdad de las palabras de Er'ril.
Con una última mueca de rabia, Greshym agitó la mano y abrió su propio portal de escape. Mientras el mago desaparecía hacia las profundidades, proclamó una última advertencia.
—Esto todavía no ha terminado, Er'ril.
Antes de que Er'ril pudiera responder algo, el mago ya había desaparecido.
El hombre de los llanos levantó el Libro hacia sí. No era capaz de saber lo que le impresionaba más: si haber recuperado el Libro, o el brazo. Se lo acarició con un dedo. Un estremecimiento le recorrió la espalda desnuda y le puso la piel de gallina. Después de tantos años, el brazo le parecía muy poco natural pero, a la vez, tuvo la impresión de que había regresado al lugar que le era propio. Unos recuerdos extraños regresaron a él, como si hubieran permanecido atrapados con el brazo y ahora le sobrevinieran de nuevo. Recordó cuando aventaba heno en los campos y cuando manejaba la guadaña con las dos manos; se acordó incluso del abrazo de despedida que dio a su padre la última vez que partió con su hermano Shorkan. Eran recuerdos de una época más sencilla y noble. Sacudió la cabeza. A diferencia del brazo, aquel pasado estaba perdido para siempre para él. Ninguna magia lograría hacerlo revivir de nuevo.
Posó la mirada en el Diario Ensangrentado. Se habían perdido tantas vidas por aquel viejo y desgastado libro... Abrió la tapa y leyó la introducción, las palabras que primero se pudieron leer en aquella noche fatídica hace tanto tiempo:
Y así se creó el Libro, bañado con la sangre de un inocente en una medianoche en el Valle de la Luna. Él lo sostendría, leería las primeras palabras y estallaría en lágrimas por la pérdida de su hermano... y de su inocencia. Nada de todo aquello regresaría jamás.
Er'ril cerró el Libro y pensó en su hermano y en los siglos cuyo paso lo habían conducido hasta esta habitación. En aquella ocasión también había habido un anillo de cera y el cadáver de un muchacho Er'ril sacudió la cabeza y atravesó la habitación asiendo la antorcha de la pared.
Las palabras del Libro habían resultado ser ciertas.
Elena se arrodilló junto a Flint. Al ir desnuda y, pese a que llevaba el puñal de bruja, se sentía especialmente expuesta y vulnerable, a pesar de que nadie podía verla. Al llegar junto al cuerpo de Flint apartó la mirada. Tenía la cara y el cuello destrozados. Le tocó el hombro.
—Lo siento —le susurró, y tomó una bolsa que el hombre llevaba asida a la cintura. Mientras desataba los nudos se sintió como una profanadora de tumbas. Del interior sacó el pequeño puño esculpido, la guarda de A'loa Glen. El hierro rojizo brillaba como sangre fresca a la luz del fanal que había caído al suelo.
Elena se incorporó y sopesó el puño en una mano y la daga de la bruja en la otra. Tenía que escoger con qué quedarse; la magia sólo le permitía ocultar un objeto. Por lo que Flint le había dicho, para liberar el Libro iba a necesitar la magia de la guarda, pero no tenía ningunas ganas de abandonar la daga, que era la única arma de que disponía.
Mientras reflexionaba sobre las opciones que tenía, un pequeño ruido la sobresaltó. Asustada, asió con fuerza la daga y dejó caer la guarda. Se dio la vuelta y levantó el arma. Sin embargo, no vio nada. Luego el ruido se repitió: era como un gemido, demasiado suave para poderse oír bien, pero que duró lo suficiente como para que Elena distinguiera de donde procedía. A la sombra, cerca del pie de la pared, yacía la forma inerte de Tikal.
Elena se agachó y se acercó sigilosamente al animal. El tamarinco estaba tendido boca arriba con el cuello torcido de forma antinatural. Mientras lo contemplaba, Elena observó que el pecho se le levantaba suavemente. Tocó al animal con un dedo. Un gemido respondió a aquella exploración. Elena se sorprendió. El animal continuaba vivo.
Miró de nuevo la guarda que había abandonado en el suelo; sabía que tenía que apresurarse, pero los gritos cortos de Tikal le atenazaban el corazón. Se detuvo sin saber qué hacer. Elena apretó el puño alrededor de la daga y pensó en poner fin al sufrimiento de Tikal. Llegó incluso a levantarla, pero luego la bajó. No podía hacerlo. Aunque aquel viaje hasta allí le había endurecido el corazón, no lo había hecho tanto. Había visto demasiadas muertes aquellos días y se sentía incapaz de hacer más daño a aquel animal herido, pero tampoco podía dejarlo de lado. Tikal era algo más que una mascota. Era también los ojos de Mama Freda.
Elena se decidió por fin.
Levantó cuidadosamente al pequeño tamarinco, sorprendida por la suavidad de su pelo. Los gritos empeoraron cuando lo movió. Elena se estremeció al colocar en su sitio el cuello retorcido. Oyó el crujido de los huesos. Los lamentos de Tikal pasaron a convertirse en quejidos agudos. Aquel ruido la estremecía, pero no la detuvo. A veces, para sobrevivir hay que sufrir dolor. Aquélla había sido una de las lecciones más duras que había tenido que aprender.
Finalmente, el cuello de Tikal quedó derecho. Mientras tranquilizaba al animal meciéndolo, Elena manchó de sangre uno de los diminutos dedos del animal; luego hizo lo mismo con uno suyo. Se acordó de algo que había aprendido hacía tiempo: tenía que dejar entrar muy poca magia en el otro. Elena suspiró profundamente y bajó el dedo ensangrentado hacia la herida reciente de Tikal a la vez que contenía la magia en su interior. Sólo podía dejar que pasara una gota de su sangre.
En cuanto rozó al animal, el pensamiento de Elena pasó a ser, por un breve instante, el de aquella criatura. Se unió al animal, sintió el dolor en el cuello así como toda la conciencia sorda del pequeño tamarinco. Luego, de repente, se encontró en otro lugar. Notó como si tropezara asida al brazo de otra persona, corriendo, con los huesos dolidos, confundida y ciega. Elena, sorprendida, retiró el dedo y regresó a sí misma. Sabía que durante aquel último instante había contactado con Mama Freda gracias a su vínculo con Tikal.
Aquel breve instante recordó a Elena cuál era su deber. Los demás estaban huyendo para apartar de ella al guardia infame y ella estaba perdiendo el tiempo intentando revivir a un animal herido. Elena dejó a Tikal de nuevo en el suelo. El tamarinco ahora respiraba más profundamente; mientras lo miraba, el animal empezó a mover las piernas y levantó una pata hacia la oreja. A partir de ahí, se dijo Elena, el tamarinco tendría que arreglárselas solo.
Elena se acercó a la guarda de hierro y la recogió del suelo. Ya no dudaba acerca del objeto que tenía que llevar consigo. Colocó la daga cerca de Flint y conservó la guarda en la palma derecha de la mano. Después de darse cuenta del terror que experimentaba Mama Freda, Elena sabía que tenía que enfrentarse a sus propios temores sin su puñal. Ahora la guarda era más importante.
Elena, ya decidida, se incorporó. Entonces oyó el ruido de unas botas en la piedra. Se dio la vuelta y reparó en que procedía de las profundidades de las catacumbas. Y, para terminar de confirmar esa sospecha, vio una luz que parpadeaba en las profundidades del pasillo. ¡Alguien se acercaba!
Elena se apretó contra la pared. Se imaginó todo tipo de peligros posibles: skal'tum, enanos, guardias infames. ¿Qué podía ser ahora? Mientras contenía el aliento, la luz aumentó. Al poco tiempo, observó que quien sostenía la antorcha doblaba ya la esquina. Elena forzó la vista para ver más allá de la luz de la antorcha, pero la figura tenía la llama delante de ella, lo que le impedía distinguir detalle alguno.
Por lo menos, se dijo, sólo era una persona. Aun así, contuvo el aliento por temor a que aquello alertara al enemigo de su presencia. Por eso, cuando por fin vio la imagen del recién llegado, se le escapó un grito ahogado. La ondulación del pelo negro, los rasgos toscos de la cara y aquellos ojos grises del color de las tempestades eran inconfundibles para ella. ¡Er'ril!
Elena se apartó de la pared. Sin embargo, claro está, Er'ril no la podía ver. En realidad clavó la mirada en el cuerpo de Flint, tendido en medio del pasadizo, que resaltaba a la luz de la antorcha. Er'ril se apresuró hacia el cuerpo.
Elena levantó una mano con la intención de llamarlo, pero entonces Er'ril alzó más la antorcha y se limpió la frente con la otra mano. Elena retrocedió y estuvo a punto de tropezar con el cuerpo de Flint. ¡Er'ril tenía dos brazos! Casi ciega de espanto, Elena se echó a un lado mientras Er'ril se precipitaba hacia adelante.
El hombre de los llanos dejó a un lado la antorcha y se arrodilló junto al fallecido. Le palpó el cuerpo como si no quisiera creer lo que veía. Fue entonces cuando Elena vio que Er'ril sostenía algo en la otra mano: un libro desgastado. Cuando él bajó el brazo, Elena dio un paso hacia adelante. Vio el grabado de una rosa en la cubierta y se quedó pasmada. Tuvo que taparse la boca para reprimir un grito. Por las descripciones que Er'ril le había hecho de él, aquél tenía que ser el Libro. Era el Diario Ensangrentado.
—Flint...
La voz de Er'ril devolvió a Elena a la realidad. El hombre bajó la mano hacia la cabeza de Flint y la hizo girar cuidadosamente, dejando ver el pendiente de plata con forma de estrella. Er'ril se cubrió el rostro con la mano, dejando ver unos dedos oscuros por el tizne de la antorcha.
—Flint. Es culpa mía. Yo te he hecho esto.
Aquel sentimiento de culpa de Flint confundió a Elena. Parecía estar convencido de ello. Pero ¿por qué? ¿Cómo podía sentirse culpable de la muerte de Flint? ¿Y esos dos brazos? Recordó entonces el sueño de Joach, Er'ril provisto de dos brazos, los perseguía hasta lo alto de una torre con intenciones asesinas. ¿Podía confiar en aquel hombre? Después de conocer durante tanto tiempo a Er'ril con un solo brazo, aquel hombre con dos le parecía un extraño, especialmente con el pecho descubierto, como iba ahora. Aquello le cambiaba todo el cuerpo.
Elena se quedó quieta. Se sentía a salvo en tanto se quedara en silencio y oculta. Tenía que hacer caso a la advertencia de Joach y ser precavida, al menos de momento.
Er'ril recogió el Libro y se puso de pie. Al hacer este gesto, tropezó con la daga de bruja que Elena había dejado en el suelo. Miró abajo, la vio y la recogió dándole vueltas entre las manos. Era evidente que la había reconocido. Er'ril levantó la vista por el pasillo, como si buscara alguna respuesta.
—Flint, imbécil, la trajiste hasta aquí.
Er'ril levantó el puñal y se lo colocó en el cinto.
—Elena —dijo con voz áspera y ojos brillantes—, si estás aquí te encontraré.
Elena se echó a un lado al ver el fuego en la mirada de Er'ril. Nunca le había visto tanta vehemencia. Antes, siempre había sido una persona cálida, respetuosa y dispuesto a ayudarla. Sin embargo, lo que ahora Elena veía en él iba mucho más allá, era un fuego que procedía de unas profundidades que la inquietaban sobremanera. Al igual que aquel brazo nuevo, Elena no había visto nunca aquel lado de Er'ril.
¿De dónde procedía? ¿Era natural, o no? ¿Aquella actitud fiera iba encaminada a salvarla o a matarla?
Mientras Elena sopesaba las palabras que le había oído decir, Er'ril recogió el fanal del guardia infame. Tras dirigir una última mirada a Flint, se alejó rápidamente.
Elena apoyó la cabeza contra la piedra fría de las catacumbas. Luego suspiró profundamente y empezó a seguir la pista de aquel desconocido misterioso de dos brazos. No quería abandonar la esperanza de que el espíritu de Er'ril continuara siendo puro. ¡No podía hacerlo! Sobre todo porque él llevaba la salvación de A'loa Glen: el Diario Ensangrentado.