Capítulo 11
Flint estaba transido de dolor, y sabía que tenía una única oportunidad. Necesitaba que tanto el contramaestre Vael como el capitán Jarplin estuvieran muy cerca de él. Mientras éstos preparaban el trepanador de huesos, Flint dobló los dedos sigilosamente para que la sangre le circulara por las muñecas desatadas. Sintió una agonía inmensa.
Había soportado la primera fase de aquel tratamiento con un único grito. Instantes atrás el capitán Jarplin se había acercado a Flint con un puñal. Flint maldijo y escupió a Jarplin, fingiendo seguir bien atado. Se dijo que no le iría nada bien eliminar sólo al capitán. Por ello Flint tuvo que soportar el dolor intensísimo que sintió cuando Jarplin le cortó la piel que tenía bajo la base del cráneo a la vez que clavaba el filo cruelmente en el hueso. El grito de Flint no fue fingido. Durante un instante la visión se le nubló, pero se resistió a perder el conocimiento mordiéndose el labio y apretando las ataduras.
Ahora sentía cómo los regueros de sangre le circulaban por el cuello y, si movía rápido la cabeza, le parecía que la habitación daba vueltas.
—Jarplin, no lo hagas —dijo con voz ahogada—. ¡Vuelve a ser quien eras!
El capitán se limitó a sonreír.
El primer oficial, el contramaestre Vael, el hombre de la piel amarillenta, se volvió hacia Jarplin.
—Estamos preparados. —Su voz tenía un leve ceceo debido a los dientes afilados.
Flint había oído hablar acerca de unas tribus a poca distancia de la costa de Gul'gotha en donde los salvajes se alimentaban de carne humana y se afilaban los dientes como los animales para poder hincarlos mejor cu la carne cruda. Se decía que adoraban a los skal'tum, y que para ello comían carne humana y hacían que los dientes fueran como colmillos para parecerse más a los demonios alados del Señor Oscuro. Flint se dijo que aquél era uno de esos isleños repugnantes. Había observado, además, que aquel hombre no ostentaba orificio alguno en su cabeza rapada. Por lo tanto, ningún ser con tentáculos le guiaba la voluntad. Las atrocidades de Vael se debían exclusivamente a su propia maldad.
Él era el verdadero enemigo.
Jarplin pasó la criatura repugnante a la palma abierta de Vael. El primer oficial se acercó a Flint y le quitó la sangre del cuello. Flint se estremeció ante el contacto frío de los dedos del hombre. A continuación, Vael bañó aquel ser con la sangre de Flint. Aquel movimiento pareció excitar al monstruo. Como la criatura carecía de sentido de la vista, empleaba los tentáculos como antenas que enredaba en los dedos de Vael mientras él continuaba acariciándolo.
—Prepáralo —ordenó Vael.
Jarplin siguió a Vael, que llevaba el gran trepanador de acero. Ahora se encontraban a ambos lados de Flint. Ya no podía esperar mucho más.
Flint asió con fuerza el pequeño cuchillo que llevaba oculto en una mano y la estructura de madera de la silla en la otra, gritó y atacó. Tras levantarse, blandió la silla y alcanzó a Vael con ella. El hombre escuálido se marchó a toda prisa. Flint, sin detenerse, cayó desplomado sobre Jarplin, a quien había pillado por sorpresa. Antes de que éste pudiera utilizar el trepanador como arma, Flint arremetió y le dio un puñetazo. El golpe hizo salir despedido a Jarplin, pero Flint continuó el ataque y saltó sobre la espalda del capitán.
Ambos cayeron al suelo y la madera vieja crujió bajo su peso. Flint asió por el pelo gris a Jarplin y golpeó contra el suelo la cara del capitán. Mientras arremetía con la cabeza contra el suelo, Flint resollaba. Necesitaba ganar pronto porque él se estaba debilitando rápidamente.
—Ríndete, Jarplin —gritó al oído del capitán.
Pero éste se negó. Golpeó con el codo la barbilla de Flint, lo cual le hizo ver las estrellas durante unos instantes y le hizo soltar el pelo de Jarplin. Entonces, el capitán se alzó debajo de él y Flint se encontró montado sobre la espalda de una especie de caballo salvaje. Si Jarplin se soltaba...
Flint levantó la otra mano; el instinto le había hecho conservar el trozo de cuchillo apretado con fuerza en la mano. Había vivido con piratas demasiado tiempo como para perder un arma durante una lucha.
Sin pensar en cuál sería su siguiente acción, Flint volvió a agarrar un mechón del pelo grisáceo de Jaiplin y tiró de él, de forma que dejó al descubierto el orificio de la base del cráneo. Introdujo con fuerza el cuchillo a través del orificio y lo apretó hasta lo más profundo del cráneo.
Debajo de él, Jarplin se sacudió y arrojó a Flint de la espalda. Éste salió despedido dando tumbos por el suelo del camarote hasta quedarse quieto junto a un escritorio pequeño. Jarplin volvió a sufrir una convulsión mientras se esforzaba por ponerse a gatas. La sangre manaba por la empuñadura del cuchillo. La agonía hacía estremecer el rostro del capitán.
Entonces, como si se hubiera roto una cuerda que lo sostuviera, Jarplin cayó al suelo sin más. Miró a Flint y, a continuación, su rostro se relajó a la espera de la llegada de la muerte. Movió los labios, pero no logró emitir ningún sonido. Aun así, Flint leyó los labios de su antiguo capitán:
—Lo siento.
Por lo menos, en su último suspiro, Jarplin había vuelto a ser un hombre libre.
Flint se disponía a acercar la mano hacia Jarplin cuando algo le dio un golpe tremendo en la cabeza. La visión de Flint se oscureció y cayó de bruces contra el suelo. Durante un único instante, recuperó la visión. Mareado, vio cómo Vael se acercaba por detrás, con un garrote en una mano y la bestia de los tentáculos en la otra.
—No —gimió Flint mientras Vael recogía el trepanador.
—Ahora tú serás mi perro y yo tu amo —le ceceó Vael en el oído mientras se arrodillaba sobre la espalda de Flint y lo inmovilizaba en el suelo—. Cuando termine, me lamerás las botas.
Flint estaba demasiado débil y mareado para resistirse y no hizo más que gemir cuando sintió la punta afilada del trepanador que le penetraba por el orificio de la nuca.
De nuevo volvió a oír la voz ceceante de su torturador.
—Como vas a recibir el último ul'jinn del barco, los amigos que tienes en la bodega se emplearán de otro modo. Creo que podremos despiezar a la niñita en bocados exquisitos.
Flint intentó resistirse, pero todavía estaba demasiado confundido. Sintió que el hombre le apretaba la frente contra la madera del suelo.
—Y ahora quietecito, perrito canoso.
Cuando el acero atravesó el hueso, se llevó consigo el último pedazo de conciencia de Flint.
Elena sostenía el martillo de los enanos en una mano frente el cuerpo desparramado del cocinero del barco. Una mitad del delantal manchado estaba en el lugar donde Er'ril se había vuelto y le había golpeado, y la otra en la pared adonde había ido a parar. Aquel hombre rechoncho había caído al suelo como un saco de patatas. Después, Er'ril y Joach se habían deslizado sigilosamente al pasillo cercano para ver si había más piratas y dejaron a Elena para que montara guardia con el cocinero. Si se despertaba, ella tendría que garantizar con un golpe de martillo que el hombre continuaría en silencio.
El pequeño Tok se encontraba cerca de la entrada a la cocina con el puño fuertemente apretado al cuello.
—¿Gimli está muerto? —quiso saber, preocupado.
Elena vio que el pecho del cocinero subía y bajaba, así que negó con la cabeza.
—Sólo ha sufrido un golpe fuerte en la cabeza.
Acarició el martillo pasando la mano sobre las letras rúnicas esculpidas en el largo mango hecho de madera de carpe. Si la necesidad la obligaba a utilizar aquel arma, el cocinero tendría algo más que dolor de cabeza. Rezó para que continuara inconsciente.
Allí cerca había una olla sobre el fuego en la que hervía un caldo espeso de gachas de avena con pescado. Aquel olor cálido le hizo rugir el estómago. Había pasado ya mucho tiempo desde la última vez que habían comido. Sin embargo, no se habían podido detener en esas preocupaciones nimias; el único grito de Flint fue todo cuanto habían oído. El silencio que siguió a todo aquello les inquietó sobremanera; entretanto, Tok les había conducido hasta su equipaje y luego a la cocina por caminos por los que se tuvieron que deslizar a gatas y por toboganes estrechos.
Joach asomó por la puerta.
—Está todo despejado —susurró—. Tok, llévanos al camarote del capitán.
El niño asintió tras apartar, con asombro, los ojos del cocinero que roncaba.
—Está un poco lejos.
Luego salió precipitadamente de la cocina.
Elena lo siguió con Joach a su lado. Encontraron a Er'ril un poco más adelante en el pasillo. Estaba inclinado sobre el cuerpo de otro pirata, pero ése ya no respiraba. Elena supo el motivo. Un pequeño puño de hierro esculpido lo había asido del cuello y lo había estrangulado. Cuando se acercaron, los dedos de hierro se abrieron y lo soltaron. El puño quedó flotando al lado de Er'ril. Cuando el hombre de los llanos se volvió hacia ellos, dobló el puño como si fuera suyo, algo que Hiena sabía que era más o menos cierto. Aquel talismán de hierro estaba imbuido del espíritu de un niño mago, Denal, y estaba unido mágicamente al hombre de los llanos. Cuando su necesidad era grande y se podía concentrar en ello, Er'ril lo podía emplear igual que su auténtica mano.
—Se acercó a mí por la esquina. Me pilló por sorpresa —explicó Er'ril ante la muerte que había causado—. Lo agarré con más fuerza de la que debía.
—Es Samel —explicó Tok en voz baja y con los ojos abiertos de sorpresa mientras contemplaba al hombre—. Acostumbraba a darme parte de su ración de pastel.
—Lo siento —dijo Elena.
Tok negó con la cabeza.
—Después de que le... le p... pusieran esa cosa en la cabeza, lo vi matar a Jeffers. Le abrió la garganta sin pensárselo, y eso que antes habían sido grandes amigos. —El niño se volvió hacia Er'ril—. Tal vez sea bueno que haya muerto. No creo que pudiera vivir sabiendo lo que había hecho.
De repente, el cadáver del hombre se agitó con un espasmo violento. Un ente pálido y grueso con tentáculos se deslizó por debajo de la cabeza, moviéndose sobre la madera como si fuera una babosa.
Er'ril torció el gesto con asco y pisó con la bota aquella bestia. Los apéndices serpenteantes se agitaron y se sacudieron al notar el cuero de la bota, no encontraron donde agarrarse y luego se quedaron lacios y sin vida. El hedor a carne podrida apestó el pasillo.
Er'ril miró a Tok.
—Llévanos al camarote del capitán.
El niño pasó por encima del cadáver desviando la vista hacia otro lado.
—Por aquí.
Elena los siguió con el martillo al aire. Joach se quedó junto a su hermana en el estrecho pasillo con la vara sujeta con fuerza.
Tras subir un pequeño tramo de escalera y torcer hacia otro pasillo, llegaron a un conjunto doble de puertas que daban a un camarote de mayor tamaño. Tok se quedó junto a la puerta. El niño la señaló y movió los labios indicando que era el camarote que buscaban.
Er'ril asintió y miró a los demás para ver si estaban preparados. Levantó el puño y golpeó la puerta. El ruido pareció retumbar en todo el pasillo. Se oyó una voz procedente del otro lado.
—¡Largo! He dado órdenes de no molestarnos.
—Contramaestre Vael. —Tok susurró el nombre de quien había hablado.
Er'ril levantó la voz.
—¡Contramaestre Vael! Señor, hemos capturado un polizón. Debería venir a verlo.
—¡Maldita sea! Estoy a punto de terminar. Estaré en cubierta de aquí a unos instantes. ¡Llevad al prisionero con los demás!
—Sí, señor.
Er'ril hizo una señal a Elena. Ella dio un paso al frente y blandió el martillo en lo alto. La magia del arma la hacía ligera como una escoba. Elena la desplomó contra la puerta y la echó abajo. La puerta quedó hecha añicos y la entrada se despejó.
Antes incluso de que Elena terminara el movimiento, Er'ril ya había atravesado la cortina de escombros. Joach siguió de cerca al hombre de los llanos.
Elena cruzó el umbral destrozado. Tok iba agazapado detrás de ella. En el interior, la muchacha vio mucha sangre. El capitán estaba tendido boca abajo, bañado en un mar rojo, y el inquietante primer oficial se encontraba sentado sobre la espalda de Flint con un trepanador en la mano y la frente perlada de sudor. Ante la repentina entrada de los recién llegados, su rostro dibujó una expresión de asombro.
Er'ril colocó la espada en la garganta del hombre antes incluso de que éste pudiera parpadear.
—Di una sola palabra y conocerás el sabor de mi espada —amenazó con furia—. Y ahora, sal de encima de mi amigo.
Elena se acercó precipitadamente a Flint. Todavía respiraba, pero a su alrededor había mucha sangre. La herida que tenía en la nuca continuaba sangrando de forma intensa. Elena se dispuso a contener la hemorragia cuando una larga y pálida serpiente asomó de la herida para tomar aire. Ella apartó la mano horrorizada.
—Habéis llegado tarde —declaró el primer oficial de piel cetrina con una sonrisa que dejaba ver una fila de dientes afilados—. El ul'jinn ya se ha implantado. Este hombre es mío. Si muero, él también lo hará. Y lo mismo ocurrirá con toda la tripulación.
—Pues que así sea —repuso Er'ril con una expresión letal y disponiéndose a atravesar con su espada a aquel lacayo del Señor Oscuro.
—¡Espera! —gritó Joach—. Este hombre puede que sepa algo que nos pueda ser de utilidad.
—No pienso deciros nada —espetó Vael.
El brazo armado de Er'ril tembló y la punta de la espada trazó una línea roja en la garganta del hombre. Elena adivinó la intención de Er'ril. Ardía en deseos de asesinar a aquel ser repugnante que había torturado con crueldad a su amigo, pero las palabras de Joach eran muy juiciosas. En la medida en que tuvieran controlado a ese monstruo, el resto de los piratas no constituiría un peligro muy grande. Y si aquel monstruo de rostro cetrino decía la verdad, una estocada rápida en la garganta podría acabar con toda la tripulación.
—Joach, ata los brazos de este bastardo por detrás de su espalda. Aprieta bien.
—¿Y qué hay de Flint? —inquirió Elena.
El anciano lobo de mar no se movía. Permanecía tendido como si estuviera muerto. El tentáculo del monstruo le sobresalía de la nuca a través del pelo gris como un gusano ciego.
Esta vez, quien respondió fue Tok.
—Tiene que transcurrir medio día para que esta... cosa tome el control. Entonces el hombre se despertará o bien morirá entre espasmos.
Elena alzó la mano enguantada.
—¿Er'ril?
El hombre de los llanos comprendió lo que le estaba pidiendo y asintió. ¿Qué había de malo si su magia podía curarlo? Elena se quitó el guante y mostró su piel de color rubí. Vael siseó al ver aquello y se debatió bajo el agarre de Er'ril. Sin embargo, Joach lo había atado muy bien y el hombre de los llanos tenía la espada muy cerca de la garganta del hombre.
—¡Eres tú! —gritó Vael—. ¡Tú eres la bruja!
Elena no le hizo caso y se volvió hacia Flint. La voz de Vael adquirió un tono confuso, perdido.
—Mi amo me dio órdenes de buscar una niña pequeña, de pelo corto y teñido de negro y no a una... a una mujer —gimió—. Si el Corazón Oscuro descubre cómo le he fallado...
A Elena le consoló saber que los recursos del Señor Oscuro no eran infalibles. Sin embargo, la actual farsa sólo podría funcionar esta vez. Si Rockingham había podido sobrevivir al asalto a bordo del Brisa de Mar, el Señor de Gul'gotha pronto sabría acerca de su transformación. Elena sacudió la cabeza. Ya se preocuparía de ello más adelante.
Dejó a un lado el martillo y sacó el puñal de plata de su funda, se cortó el pulgar y apartó todas sus preocupaciones. Tenía que salvar a un amigo. Elena sostuvo el pulgar sangrante sobre la herida de la nuca de Flint. Una espesa gota roja le recorrió los dedos y cayó sobre el apéndice serpenteante de aquel monstruo. Éste se retorció como si la sangre lo hubiera escaldado. Elena apretó los labios con satisfacción. Acababa de comprobar que el rastro de magia de la gota podía hacerle daño. El monstruo herido se retiró dentro del cráneo de Flint con un chasquido de sus tentáculos.
—No tengas tanta prisa, pequeño animalillo —musitó ella mientras invocaba a su magia interior. Ahora se sentía capaz de poder matar al monstruo que se ocultaba dentro Flint. Lo que le inquietaba es si podría hacerlo sin matar con ello a su amigo. Una curación de este tipo le exigía la máxima habilidad.
Tras doblegar la magia a voluntad, unos tentáculos de fuego le brotaron de la herida y se acercaron a Flint.
—Mucho cuidado —se susurró a sí misma y a su magia.
Entrecerró entonces los ojos y utilizó sus sentidos mágicos para explorar los bordes de aquella piel magullada. Por allí donde pasaba, los tejidos desgarrados se iban curando. Elena sintió que el flujo de la sangre se estaba reduciendo hasta convertirse casi en un goteo. Con mucho cuidado envió el más fino rayo de fuego hacia las profundidades de la herida para dar caza a la bestia acechante que se ocultaba en ella.
A continuación tuvo que confiar tan sólo en su instinto mágico. Aplicó todos sus sentidos en el hilo de fuego, que se extendía como hacen las arañas en sus redes cuando buscan un insecto. Contuvo el aliento, cerró los ojos por completo, y se aisló de toda distracción. A su alrededor se desvaneció incluso el sonido suave de los murmullos y el roce de la ropa de algodón. A lo único que atendía era a rastros de luz y de oscuridad. Entonces penetró en un mundo de fosforescencias y supo que aquello era la esencia de Flint. Tuvo la certeza de que habitualmente aquella zona brillaba con más fuerza y que la herida y el ataque habían desgastado aquel brillo. En cambio, su rayo de magia era como una antorcha incandescente de plata; tenía que proceder con mucho cuidado y no invadir el brillo que había a su alrededor. Si se extralimitaba, ella haría desaparecer a su amigo y lo convertiría en una cáscara vacía. Aquel pensamiento terrible la ayudó a hacer que su penetración se convirtiera en una chispa mínima.
Tras profundizar en aquel mundo extraño, con su magia con un faro frente a ella, distinguió a su enemigo: una mancha oscura en el brillo suave de Flint. El ul'jinn permanecía encorvado, convertido en un amasijo de oscuridad enraizado en una tierra luminiscente cuyas raicillas y oscuridad ya se estaban expandiendo.
Al ver aquella imagen tan espantosa, la ira se apoderó de su corazón. Aquella oscuridad era espeluznante. Era algo más que una amenaza para su amigo: era como si le estuviera manchando la vida. Su simple visión ya producía repugnancia. El apremio por destrozarla y convertirla en cenizas amenazaba con hacer que Elena perdiera el control. La antorcha de fuego de la bruja se encendió.
¡No! ¡No podía permitirlo!
Elena se esforzó por aplacarla. No estaba dispuesta a permitir que aquel ser espantoso le controlara las acciones. La llama se extinguió hasta convertirse de nuevo en una chispa brillante mientras ella hurgaba en dirección al ser que acechaba. Ahora Elena ya estaba muy cerca y se dio cuenta de que no todas las raíces negras terminaban al borde del espíritu de Flint; había dos que ya lo habían atravesado. Percibió un fuerte flujo de poder en aquellos dos hilos y se aproximó hacia ellos. En ellos había amenaza y maldad. Elena, horrorizada, atacó y los abrasó, destrozando las dos raíces con un destello de fuego de bruja.
Al hacerlo, se dio cuenta de dos cosas. En una de las raíces percibió la presencia de una mente retorcida que iba asociada a la raíz y que intuyó que era Vael. Sintió nacer en su corazón un profundo odio hacia él. El roce momentáneo con aquel espíritu le resultaba tan repugnante que deseó restregarse la piel hasta quedar en carne viva. Sin embargo, aquella breve incursión en la mente de Vael no fue nada comparada con la impresión que recibió al cortar la segunda raíz. Se sintió como si alguien la arrastrara hacia un mar de maldad. Mientras Elena cortaba, la raíz arremetió contra ella, y estuvo a punto de alcanzarle el alma. Elena se defendió y su magia se encendió algo más.
Por suerte desapareció con la misma rapidez con que se produjo el ataque, pero no antes de que un par de ojos rojos rabiosos, esculpidos en rubí, la miraran. Eran los ojos del wyvern. De repente, Elena comprendió la presencia de la estatua a bordo del barco.
Se apartó de las raíces segadas y observó cómo se arrugaban. El temor y el pánico se apoderaron de Elena, pero continuó manteniendo su magia bajo control. Tras volverse hacia la masa de oscuridad atacó rápidamente con una red de filamentos fieros y envolvió al ul'jinn en su magia. Con una orden breve, Elena quemó todos los rastros de oscuridad y dejó el espíritu de Flint sin mancha. No se detuvo a apreciar su obra de arte. Antes de que ninguno de ellos se pudiera considerar libre, ante ella se abría una batalla mayor.
Conforme se retiraba con su magia, Elena fue tomando conciencia de su alrededor. Parpadeó, abrió los ojos y necesitó un momento para orientarse en su mundo real. En cuanto se hubo liberado del espíritu de Flint, soltó su magia contenida y su puño se abrió entre llamas.
Los demás retrocedieron ante aquella demostración.
A Elena no le importó. Se puso de pie y avanzó decidida hacia donde Vael se encontraba con la espada de Er'ril en la garganta.
Tok habló a su espalda.
—¿Y Flint...? ¿Flint va a vivir?
—El ul'jinn ha desaparecido —respondió ella con un tono de voz frío por la ira.
—¿Qué ocurre, Elena? —Er'ril la conocía demasiado bien.
A modo de respuesta, Elena asió a Vael por la garganta y sus dedos encendidos le quemaron la piel. El hombre gritó mientras el humo de la piel quemada llenaba el aire. Elena se dijo que sería muy fácil quemarle la garganta escuálida y, durante un instante, consideró la posibilidad de hacerlo. Seguramente Vael se dio cuenta de lo que estaba pensando.
—¡No! —la urgió con voz ronca.
—¿Por qué? —siseó ella—. ¿Por qué has hecho algo así?
Él, aterrorizado, sabía lo que le estaba preguntando. A ella no le importaban los ul'jinn ni que hubieran convertido en esclavos a los piratas. Aquello era intrascendente comparado con la amenaza, todavía mayor, que albergaban las entrañas del barco. Vael temblaba bajo su agarre.
Elena, cuya magia le daba la fuerza de diez hombres, levantó al hombre del suelo asiéndolo por el cuello.
—¡Contéstame!
Con la espada sujeta en el puño, Er'ril observaba cómo Elena sacudía al hombre como un perro a un ratón mientras la ira se le reflejaba en los ojos verdes. Jamás la había visto tan furiosa.
Elena se acercó al prisionero.
—¿Por qué lo has traído hasta aquí?
Las lágrimas rodaban por las mejillas de Vael mientras el humo se levantaba de su cuello.
—El servidor del Amo Oscuro... el de la torre... el Pretor... lo pidió.
Er'ril sabía a quién se estaba refiriendo. Se aproximó.
—Es mi hermano —dijo.
Elena levantó la mano que tenía desocupada para hacerlo callar y ella prosiguió su interrogatorio.
—¿Adonde pretendíais llevarlo? ¿A Port Rawl?
Vael intentó asentir, aunque tenía el cuello agarrotado por la mano en llamas.
—Sí, y desde ahí, al interior, en una barcaza de río.
Er'ril no podía esperar por más tiempo.
—Elena, ¿qué sabes? —Hizo una señal hacia donde Joach y Tok permanecían guardando la puerta—. Habla claro. Pronto los demás piratas se darán cuenta de que hemos escapado.
Como respuesta, Elena tiró a aquel hombre escuálido por el camarote. Vael fue a dar contra la pared opuesta y cayó despatarrado.
Cuando las llamas de fuego de bruja ascendieron por su brazo con un brillo fiero, el hombre gritó de pánico, pero Elena no atendió a su terror y se volvió hacia Er'ril.
—Es la estatua de la bodega. No sólo es ebon'stone. Cuando estaba dentro de la mente de Flint, percibí la vinculación de la estatua al ul'jinn y me di cuenta de su verdadero corazón, del secreto más siniestro que esconde la piedra.
Elena temblaba de furia.
Joach se acercó a su hermana.
—¿De qué se trata, Elena?
—La piedra es un útero —respondió—. En su vientre crece una maldad tan perversa que el mínimo contacto con su espíritu ha estado a punto de destrozar el mío. —Elena tomó el Try'sil del suelo del camarote y se volvió de nuevo hacia Vael con el martillo decorado con letras rúnicas—. Aunque el martillo lograra romper la capa de piedra, temo que ni yo misma sería capaz de derrotar lo que alberga en su interior. Si ahora fuera destruido, acabaría con todos nosotros.
—Pero ¿qué tipo de bestia puede ser? —preguntó Joach con voz seca por el terror.
Elena negó con la cabeza y se agachó junto a Vael, que todavía se encontraba doblegado sobre sí mismo en el suelo.
—Él sí lo sabe.
Vael intentó apretarse con más fuerza contra la pared.
Tras levantar la mano de color del rubí, Elena dejó escapar unas llamas ardientes, como finas serpentinas de fuego, por las yemas de los dedos y amenazó al hombre con aquella garra extendida.
—Dinos lo que se esconde en el interior de la estatua de ebon'stone.
—Yo... yo... no lo sé. El servidor del Señor Oscuro unió mi sangre a su poder para que yo pudiera controlar a los ul'jinn. Tenía que transportar la estatua hasta Port Rawl y luego llevarla al interior, hacia las montañas. No me dijeron nada más. No sé nada más.
Elena retiró su magia; la rabia que sentía se iba desvaneciendo conforme se iba agotando. Tenía el rostro demacrado.
—Dice la verdad —dijo con desesperación.
—No del todo —le discutió Er'ril—. No acaba de explicar lo que dice.
Er'ril se agachó junto a aquel desconocido de rostro cetrino. El hombre hedía a miedo y a sangre seca. Er'ril se sirvió de la punta de la espada para levantar la barbilla del hombre hasta que miró de hito en hito los extraños ojos de color violeta del hombre.
—¿A qué sitio de las montañas tenías que llevar ese útero de piedra?
Vael temblaba ante la espada y la fiereza de la mirada.
—A una pequeña ciudad... cerca de las tierras altas.
—Di el nombre.
—Winterfell.
Elena y Joach dieron un grito sobresaltado. Er'ril se limitó a mirar fijamente al hombre mientras intentaba imaginar un motivo para escoger precisamente aquel lugar. ¿Por qué —se dijo— en la ciudad donde Elena había crecido? ¿Qué importancia tenía aquello?
Flint interrumpió su sobresalto con un gemido nervioso. Las miradas se volvieron hacia él. El anciano se reclinó sobre un costado, demasiado débil para ponerse de pie. Er'ril mantuvo la espada sobre Vael mientras Joach se acercó a Flint y lo ayudó a incorporarse. Flint escrutó la habitación con los ojos empañados y rojos. Rápidamente se dio cuenta de la situación. Se acarició con una mano la nuca.
—No temas. Elena te liberó de esa bestia —dijo Joach.
El hombre volvió a gemir.
—Aun así... tengo la sensación de que mi cabeza se haya partido en dos.
Er'ril dirigió su atención de nuevo hacia Vael.
—Esa estatua... ¿qué ibas a hacer en cuanto llegaras a Winterfell?
Vael se echó hacia atrás.
—Llevarla a unas ruinas antiguas y dejarla allí. Es todo cuando sé.
Flint se esforzó por incorporarse en los brazos de Joach.
—¿De qué estatua estáis hablando?
Joach le contó el descubrimiento de la escultura de ebon'stone y los planes del Señor Oscuro. El rostro de Flint se ensombrecía conforme avanzaba el relato. Er'ril, que confiaba en la inteligencia aguda del hombre, dejó que el anciano fraile valorara esa información.
—Tengo que verla —dijo Flint por fin. Se revolvió en un gesto para oponerse a la ayuda de Joach, e intentó ponerse de pie con dificultad. En cuanto lo consiguió, miró a Elena.
—¿Podrás abrir el paso hacia la bodega?
Elena asintió lentamente.
De repente, Tok, que se encontraba en la entrada, exclamó:
—¡Alguien se acerca!
Un paso en el pasillo y luego entró rápidamente en el camarote. Un fiero tañido de campanas atronó desde lo alto del barco.
—¡Saben que habéis escapado!
—¿Elena?
—¿Es esto lo que quieres? —dijo ella, volviéndose hacia Vael—. Tal como él misino ha dicho, él es la mano que guía a esos hombres.
Antes de que ninguno pudiera reaccionar, Elena levantó un brazo y dejó salir de él una llamarada intensa.
Er'ril se agachó para apartarse y notó una quemadura superficial mientras el fuego de la bruja le pasaba por encima. Vael se agitó en la pared en un intento por escapar a las llamas, pero no lo consiguió.
El ataque de Elena acabó con un amasijo de filamentos encendidos que atraparon a Vael con la misma eficacia que una telaraña atrapa las moscas. El hombre gritó mientras se agitaba en la red, la ropa se le quemaba y la carne le ardía.
Joach se dirigió junto a la puerta con Tok.
—Por lo menos hay cinco hombres al final del pasillo —advirtió—. Llevan espadas y antorchas, y se acercan algunos más. Seguro que saben que estamos aquí.
—Elena, ¿qué haces? —preguntó Er'ril.
—Ese hombre no sabe nada más. Mi magia me lo dice —dijo en un tono de voz apagado. Lo que hizo a continuación lo hizo sin pasión alguna. Los segmentos encendidos serpentearon a través de los labios entreabiertos de Vael y penetraron en su interior—. Él está unido a todos los ul'jinn que hay aquí.
Elena extendió la mano, apretó el puño y dobló la muñeca. Vael se sacudió como si se le hubiera roto el cuello y el cuerpo se desplomó sin vida.
—Si cortas la cabeza de la serpiente, su cuerpo morirá —musitó Elena y bajó la mano.
Las llamas desaparecieron como si de una vela apagada se tratase.
Er'ril avanzó hacia Vael. El humo todavía le brotaba del cuerpo. La muchacha lo había matado. Él la miró horrorizado. Ella se limitó a mirarlo intensamente y luego habló:
—Tú no le viste la mente. Yo sí.
Luego se volvió para marcharse.
—Los piratas acaban de desplomarse contra el suelo del pasillo —informó Joach, asombrado.
Flint asintió.
—Vael era el vínculo de sangre. Con su muerte, los ul'jinn también mueren.
Tok, que había vuelto a salir al pasillo para investigar, retrocedió hacia el camarote. Tenía el pánico reflejado en el rostro.
—Al caer las antorchas y los fanales han provocado un incendio. ¡La mitad del pasillo ya está en llamas!
Er'ril se incorporó y se apresuró hacia la puerta donde estaban los chicos. Aquel barco era viejo, por lo que los maderos eran un buen pasto para las llamas. Un incendio fuerte podía hundir el barco por debajo de la línea de flotación en pocos instantes.
Joach le ofreció a Flint el hombro para que pudiera apoyarse.
Tok se quedó atrás, miró el cuerpo de Vael y, de pronto, se dirigió corriendo hacia él, propinó una patada al cadáver y le escupió. Las lágrimas recorrían las mejillas del muchacho.
—¡Eran mi familia! —gritó al cuerpo carbonizado.
Er'ril se dirigió hacia allí y tomó al niño por debajo del brazo. Tok se agarró a él como si fuera un marinero ahogado. No tenían tiempo que perder en lloros o consuelos. A pesar de ello, Er'ril enfundó la espada y se acercó el muchacho al pecho.
Mientras cargaba al muchacho hacia la puerta Er'ril observó que Elena lo miraba desde el umbral. Tenía una expresión de dolor y desespero. Si hubiera tenido otro brazo, se lo habría ofrecido para que se apoyara. Sin embargo, sólo pudo apremiarla con un tono de voz suave.
—Tenemos que apresurarnos.
Ella asintió. Entonces su mirada perdida volvió a ser dura como el acero y miró fijamente al niño que sollozaba. Ella musitó algo mientras se dispuso a marchar junto a Er'ril. El hombre pretendió no haber escuchado las palabras, pero lo hizo. Eran unas palabras que él le había dicho en otra ocasión.
—... todo Alasea está sangrando.
Elena subió con los demás por los pasadizos llenos de humo hasta que alcanzaron la cubierta central. A su espalda, las llamas se habían alzado hacia los cielos, e iluminaban el atardecer con su propio fuego. Había cuerpos tendidos por toda la cubierta, igual que muñecos de trapo arrugados y olvidados. Incluso en las jarcias había tres hombres que se habían quedado prendidos en las cuerdas tras haber caído de las velas en las que trabajaban.
Mientras Elena miraba todo aquello, una llama alcanzó el trinquete y, en un instante, el fuego trepó por la vela y pasó a las cuerdas y los mástiles que tenía sobre la cabeza. La ceniza caliente se desplomó sobre ellos. Elena apartó la mirada al ver que el fuego prendía en uno de los cuerpos, colgado como un fanal en lo alto.
A su lado, Er'ril dejó a Tok sobre la cubierta.
—Tenemos que abandonar el barco ahora mismo —afirmó el hombre de los llanos—. El fuego se está extendiendo de un modo extraordinario.
Entonces, como para acentuar esas palabras, una explosión en las bodegas lanzó un tonel lleno de aceite que atravesó la madera y cayó al agua dibujando un arco encendido en el aire.
Tras agacharse, Elena siguió a Er'ril a popa.
—¿Y qué hay de la figura de ebon'stone? —preguntó ella—. No la podemos abandonar aquí.
Er'ril hizo una señal a Joach y a Flint para que se acercaran mientras le respondía.
—Por maléfico que sea lo que contiene, ahora el mar lo reclama para sí. Es lo mejor que podemos hacer.
Elena no estaba convencida. Una maldad como aquélla no podía ahogarse con tanta facilidad, ni siquiera en un barco en llamas. Asió el martillo y dirigió su mirada a la escotilla principal. Er'ril le leyó el pensamiento.
—No, Elena. Fuera cual fuera el terrible propósito de llevarla hasta Winterfell, por lo menos hemos logrado demorar los planes del Señor Oscuro.
Flint, lívido y apoyado en Joach, avanzó penosamente hacia ellos. El humo y la ceniza le hicieron toser antes de poder hablar.
—Problemas —dijo con la voz entrecortada—. No hay modo de salir del barco si no es por la borda.
Er'ril frunció el ceño y escudriñó el mar a través del humo. Elena también miró. Estaban lejos de la línea de la costa y todavía más lejos de cualquiera de las islas del Archipiélago.
Flint señaló a lo lejos.
—Allí. ¿Veis aquellas luces?
Elena forzó la vista.
—¿Dónde...? —empezó a decir; luego se dio cuenta de la multitud de luces que iluminaban la orilla rocosa al norte de donde se encontraban.
—Es Port Rawl —explicó Flint tras dejar de toser—. Aquí las corrientes son fuertes, pero con los restos del barco tal vez podamos llegar a la costa y alcanzar la ciudad.
Er'ril miró a los demás. Elena se dio cuenta de que estaba valorando su resistencia al frío y a las corrientes de las aguas que los rodeaban. Le preocupó ver el extremo cansancio que se reflejaba en todos los rostros, pero era igual que el suyo.
—Es posible incluso que no tengamos que nadar hasta la costa —insistió Flint—. Al estar tan cerca de Port Rawl, seguro que alguien habrá visto el incendio y se enviarán barcos de rescate.
—¿Más piratas? —preguntó Joach.
Flint se encogió de hombros y se tocó la herida del cuello, que ya estaba cicatrizando.
—Mientras sólo sean piratas... yo soy capaz de besarles los pies.
De repente, la vela principal se encendió e iluminó la oscuridad humeante. Elena sintió también que el calor le atravesaba las botas cuando el fuego oculto en el interior del barco empezó a quemar el entramado de madera.
—No nos queda mucho tiempo —comentó Flint de forma innecesaria.
—Quedaos todos aquí —ordenó Er'ril. Se cubrió la nariz y la boca con un trozo de velamen y se marchó a toda prisa por la cubierta humeante. Flint y Tok se apostaron en la borda.
Joach se acercó a Elena. Su hermana cogió la mano que él le ofrecía y sintió el calor de la familia.
—Siempre hay llamas —murmuró él.
—¿Mmm...?
—Quiero decir que siempre que estamos juntos las llamas nos persiguen —explicó él con una sonrisa débil.
Ella le respondió con otra, comprendiendo que se refería al incendio del campo de manzanos que los obligó a huir de su hogar. Su hermano tenía razón. Parecía como si las llamas marcaran siempre su paso.
De repente, Er'ril asomó entre el humo, tosiendo y con una pequeña puerta de madera sujeta debajo del brazo.
—Podemos utilizar esto para mantenernos a flote —dijo mientras apoyaba la puerta en la barandilla y volvía atrás—. Voy a buscar algunas más. He visto una mesa rota en la cocina.
Antes de que alguien pudiera decir algo, Er'ril desapareció en aquel incendio cada vez más intenso.
En la borda, nadie decía nada; el horror y el miedo se dibujaban claramente en los ojos de todos. Elena observó el fuerte oleaje. ¿Lograría sobrevivir a aquello? Escrutó las aguas por si veía aletas de tiburón u otras amenazas ocultas.
Desde algún lugar alejado, se oyó un cuerno, primero de un modo tenue y luego con más fuerza, que resonaba sobre las aguas. Parecía el lamento de un animal marino moribundo.
—Port Rawl nos ha visto —explicó Flint con una voz que era una mezcla de alivio y preocupación—. Han hecho sonar la alarma. Si podemos...
De repente, la cubierta traqueteó bajo sus pies. Tok cayó de rodillas. Un rugido estremecedor estalló en las profundidades del barco y el casco entonó entonces su crujido de muerte. El peñol del mástil, medio carbonizado se precipitó al centro del barco y se llevó consigo la barandilla opuesta. El barco escoró y empezó a darse la vuelta mientras el agua del mar siseaba conforme iba apagando las llamas.
—No podemos arriesgarnos a esperar más —declaró Flint por detrás del hombro de Elena—. Tenemos que abandonar el barco. ¡Ya! Se está partiendo.
El anciano marino la empujó para que asiera el trozo de puerta.
—Ve con tu hermano. Yo iré con el niño. Avanza lo mejor que puedas y vigila si ves algún barco.
Elena se apartó de la barandilla de estribor.
—Pero ¿y Er'ril?
Flint la tomó por el hombro con fuerza y la retuvo.
—Ya saldrá solo. Ha estado en situaciones peores y ha logrado sobrevivir.
Joach se puso delante de ella.
—El hermano Flint tiene razón, Elena. Ayúdame a tirar la puerta por la borda.
Elena obedeció a disgusto. Entre los dos lanzaron el trozo de madera por la borda. La madera chocó contra el agua, rebotó y empezó a deslizarse rápidamente. La corriente era fuerte.
Flint agarró un trozo de la barandilla rota y él y el niño se dispusieron a saltar con ella en los brazos.
—¡Rápido! —les apremió.
Joach ayudó a su hermana a subirse a la borda.
—Ve, anciano —gritó a Flint—. Nosotros ya nos las arreglaremos.
Tok tenía el rostro transido de terror, pero Flint le dio al niño un último apretón y saltaron.
Joach se volvió hacia Elena.
—¿Lista?
—Sí —respondió ella.
A continuación, tiró a Joach por la borda. Él cayó con fuerza en el agua, pero salió a flote mientras escupía agua de mar. Elena se inclinó sobre la borda y señaló la puerta que flotaba.
—¡Agarra bien la puerta! ¡Espérame! ¡Yo no pienso irme sin buscar a Er'ril!
—¡Elena! ¡No!
Pero ella ya se había marchado. No estaba dispuesta a marcharse sin el hombre de los llanos. Mientras el barco crujía bajo sus pies, se dijo que posiblemente Er'ril estaría atrapado en los escombros y que, con su magia, ella lo podría liberar con rapidez.
Atravesó el humo y llegó a la escotilla de la cubierta de popa. Er'ril había dicho algo sobre la cocina, tras colocarse el brazo sobre la nariz y la boca, Elena se apresuró por la escotilla. Los ojos le escocían por la ceniza y el humo, y las lágrimas le recorrían las mejillas.
Bajó con estrépito la escalera empinada, y estuvo a punto de darse un golpe en la cabeza cuando un escalón cedió a su peso. Avanzó sin más demora hacia la cocina. Entre el humo, vio el bulto de un cuerpo cubierto de ceniza. El corazón se le encogió y se acercó rápidamente. Sólo era el cocinero.
Elena se enderezó. La cocina era pequeña y el humo hacía todavía más difícil ver claramente todos los rincones. Las lágrimas que le inundaban los ojos todavía agravaban más el problema. Por este motivo, Elena no distinguió la trampilla abierta hasta que estuvo a punto de caer por ella. Sabía adonde conducían aquellos escalones. Ella, Er'ril y Joach estaban justo allí cuando oyeron las canciones obscenas de los piratas. Era donde habían estado prisioneros y también era el lugar donde se encontraba la estatua de wyvern.
—¡Er'ril! —gritó por la trampilla—. ¿Me oyes?
Contuvo el aliento mientras esperaba. Nada.
Sin pensar en lo que hacía, Elena se dio la vuelta y descendió la escalera para entrar en las bodegas del barco. Observó que la luz que había no procedía de un fanal, sino de un fuego humeante que se había iniciado cerca del pasillo. El calor le atenazaba los pulmones mientras respiraba. Tenía que apresurarse.
Con prudencia, pero también con rapidez, se precipitó por el pasillo hacia el fuego mientras el calor se volvía más intenso a cada paso. Sin embargo, después de cinco pasos, se encontró delante de la puerta que llevaba al camarote de achique. Miró con cuidado la habitación con el puño levantado ante ella y ya encendido con la magia de la sangre.
Lo que vio ahí la asombró tanto que se quedó paralizada. En el centro de la habitación estaban los restos de la caja, unos tablones rotos de madera y restos calcinados... pero nada más. La estatua había desaparecido.
Por los restos de la madera, parecía como si algo hubiera explotado en el interior de la caja. Elena miró a su alrededor como esperando ver la estatua del wyvern acechando en una esquina o suspendida del techo. Pero no había ninguna señal de ese ser.
Avanzó todavía un paso. Dio con el pie a un escombro que rodaba por el suelo de madera. Le llamó la atención. Al reconocerlo, soltó un grito de sobresalto. Se apresuró y recogió el pequeño puño de hierro del suelo. ¡Era la guarda de A'loa Glen! ¡Er'ril había estado ahí abajo!
Tras limpiarse las lágrimas y el sudor de los ojos, se puso de rodillas y examinó más de cerca el lugar. Allí encontró el arma de Er'ril, la espada de plata que Denal le había dado. Luego descubrió con espanto que la ropa que había por el suelo eran, de hecho, los restos de los pantalones bombachos y de la camisa de Er'ril. Estaban hechos trizas. Levantó la tira de cuero que recogía el pelo del hombre de los llanos. Estaba chamuscada.
El horror hizo poner de pie a Elena.
Empezó a temblar. El dolor y el espanto eran demasiado grandes pata ella.
—¡No! —gimió por fin.
Retrocedió y sólo se detuvo para recoger la guarda de hierro y la espada de plata del suelo. Luego huyó de la habitación. Estaba demasiado afectada para subir por la escalera, tanto más cuando iba cargada con los objetos de Er'ril. De todos modos, se dijo, no podía abandonarlos, aunque le fuera la vida en ello.
Elena se esforzó en subir mientras sentía que la ropa y la piel se le quemaban a causa del calor creciente. Salió por la trampilla y entró en la cocina, donde cayó al suelo. Después de soportar el horno estrecho del pasillo inferior, la cocina le resultó casi gélida. Cerró los ojos para descansar un instante, pero en lugar de ello quedó sumida en un aletargamiento paralizante. Cuando se despertó, la cocina estaba llena de humo asfixiante. Se levantó tosiendo. El fuego la rodeaba.
De repente, la madera que tenía sobre la cabeza se vino abajo. Giró la cabeza hacia arriba y vio una figura monstruosa y oscura que se cernía sobre ella.
—No —gimió, demasiado ahogada para resistirse.
Unas garras afiladas cogieron a Elena cuando perdió el conocimiento.
La oscuridad se apoderó de ella sin que nada más le importara y ya sin esperanza.