CAPITULO XIII
Abandonaron el atolón, y ya alejados del mismo, efectuó la llamada a Louis.
Habían transcurrido unos segundos cuando recibió la contestación con la consigna:
—Adelante, «pececillo».
—Louis, era urgente que te llamara. ¿Has recibido alguna llamada de Zila?
—Sí, por cierto. Y voy hacia allá. Irresistible que es uno. ¿No te parece?
—Hombre, pues qué quieres que te diga. Cuando te diga lo que tengo que anunciarte, ya me contestarás.
—Te escucho.
—Como primera providencia, te preparan una celada con todas las de la ley. ¡Ah! Y antes que se me olvide, no vayas tan aprisa al lado de tu amadita. Procura llegar a la isla entre dos luces. Ha sucedido que...
James le fue relatando los acontecimientos desarrollados, la causa de la llamada de Zila, sin olvidarse de señalarle la situación de las lanchas rápidas y el armamento que disponían.
Al término de su información, le preguntó, guasón:
—¿Te contesto ahora a la preguntita sobre tu irresistibilidad?
—¡Y un cuerno! ¡La muy ladina de esa Zila...! De no advertirme hubiera caído como un colegial. Para que te fíes de las apariencias...
—No puedes llamarte a engaño, puesto que te lo advertí.
—Sí, pero... ¿a quién amarga un dulce?
—¡Alto! No te extiendas en detalles, que estoy acompañado nada menos que de mi novia.
—¡Hombre! Enhorabuena a los dos. Ya lo celebraremos.
—No faltaba más. Y gracias —contestó Lesley.
—A ti, preciosidad desconocida —le piropeó Louis.
—Con Lesley no te valdrá tu fama de marino. Está en antecedentes.
—Eres un soplón, «pececillo».
Estuvieron gastándose bromas durante un buen rato, puesto que disponían de tiempo, para después coordinar la defensa y el ataque conjuntamente.
Ambos navegaban a media marcha y en paralelo, aunque James y Lesley sumergidos para no ser sorprendidos ante una eventual visita inesperada.
James le preguntó:
—Oye, Louis, ¿podrás admitir, llegado el caso, a unas pasajeras a bordo?
—Hombre, no es lo reglamentario, pero ante un caso excepcional, serán admitidas.
—Es que, verás, tenía planeado llevarlas a tierra, pero esto nos llevaría cierto tiempo, y tal como están las cosas...
—Ni una palabra más. Cuando terminemos de ultimar todos los detalles, convocaré a la tripulación para ponerles al corriente de todo y que faciliten tu labor.
Volvieron a repasar nuevamente sobre el modo que debía de comportarse Louis ante Zila para que creyera que, en efecto, James había ido con el guardacostas y, finalmente, el modo de salir de la encerrona que le habían preparado.
Por último, comprobaron los cronómetros y se separaron con el mutuo deseo de que la suerte les acompañara en su cometido.
* * *
Cuando James y Lesley llegaron al interior del atolón, Louis ya estaba allí.
Inspeccionaron la posición de las lanchas rápidas y seguían en el lugar donde las dejaron.
Había anochecido ya, por lo que James, sin demora alguna, condujo el sumergible a la parte posterior de la isla pequeña.
A la hora convenida, recibió la comunicación de Turso:
—James, estamos preparados. Hay seis muchachas y el científico, al que, por fin, he logrado convencer. Ven rápidamente. He tenido que valerme de mis artes para eludir la vigilancia a que estoy sometido.
James emitió las dos señales de recepción y luego se aproximó a un lugar que formaba una plataforma con suficiente profundidad para la quilla del submarino.
Turso ayudó a subir a bordo primero al anciano científico y luego a seis muchachas, todas ellas con el bañador de dos piezas, y en su seno la marca de la estrella marina.
James y Lesley las ayudaron a acomodarse en el interior del sumergible, que por cierto iba supercargado. Pero no había más remedio.
Toda esta operación se realizó en el más absoluto de los silencios.
Luego, Turso y James mantuvieron un cambio de impresiones en voz baja:
—James, será mejor que pongas en práctica la otra parte del plan, o sea, que los desembarques en el guardacostas y vuelvas a por las demás.
—El guardacostas está también en peligro, Turso.
—Pero la cosa anda muy revuelta y no te dará tiempo a volver para recoger a las demás. Por otra parte, ya te he dicho que me tienen sometido a vigilancia. Ahora los he podido burlar, más tarde ignoro si lo lograré.
—En fin, si ves tan mal las cosas, no nos queda otro remedio que arriesgarnos. Los llevaré al guardacostas.
—De acuerdo. Aquí te esperaré con otras seis muchachas.
—En seguida que pueda, vuelvo.
Y sin más, el submarino se puso en movimiento con aquella carga humana.
Las muchachas mostraban un rostro entre asustadas y contentas. En cambio, el anciano científico permanecía inmutable, como si nada extraordinario estuviera sucediendo.
Dieron la vuelta a la isla pequeña, para pasar luego a la grande y situarse tras la popa del guardacostas.
Una vez allí, emergió lo indispensable y James dio tres golpes al casco de la embarcación.
Acto seguido se deslizó, sin el menor ruido, una pasarela y por ella fueron subiendo las seis muchachas y el científico.
Otros tres golpes y la pasarela se retiró, desapareciendo acto seguido el submarino.
Sin ninguna dificultad, llegaron de nuevo a la parte posterior de la isla y embarcaron a las seis jóvenes restantes.
James le dio a Turso un pequeño paquete, recomendándole:
—Una vez lo hayas colocado en el polvorín, acciona esta palanca para que el control remoto pueda actuar y espéranos aquí que pasaremos a por ti. ¿Tendrás suficiente tiempo?
—De sobra.
—Hasta luego.
Salvo el peligro que representaba llevar un exceso de carga en el submarino, la segunda fase de la operación rescate quedó ultimada felizmente.
—Y ahora nos iremos a por Turso y esperaremos el golpe final.
—Ya tengo ganas de terminar de una vez con todo esto, James.
—Y yo también, querida.
De nuevo se encontraban en el lugar donde embarcaron a las muchachas, pero Turso no estaba esperándoles.
—¿Le habrá pasado algo? —inquirió Lesley, temerosa.
—No creo. Quizá se le haya presentado alguna dificultad. Esperaremos un poco.
La explicación del retraso la tuvieron segundos después al comunicar el emisor de Turso y funcionar el traductor electrónico.
Pudieron oír:
—¡Eh! ¿De dónde vienes? ¿No se te ha ordenado que permanecieras en el laboratorio?
Reconocieron la voz de Turso, al contestar:
—Necesitaba unos productos y he ido al almacén.
—Se os ha ordenado que trabajéis sin descanso. Al laboratorio inmediatamente, y si necesitas algo, lo pides. Si te veo por aquí fuera, no tendrás ocasión de repetirlo.
Se oyó cómo abrían una puerta y luego:
—¿Dónde está el sabio?
—Está indispuesto y se ha acostado un poco. Yo me ocupo del trabajo.
—Pues que se levante. Hay que cumplir las órdenes de Zila. Voy a traerlo.
Turso se apresuró a decir:
—No lo hagas. Ten en cuenta que es un anciano y la desaparición de sus estrellas de mar le ha afectado en gran manera. Ya te he dicho que del trabajo me ocupo yo.
—Déjate de sensiblerías. Hay que cumplir lo ordenado por Zila.
Se originó un silencio y acto seguido se notó un forcejeo y un golpe seco.
El que llevaba la voz cantante habló de nuevo:
—Conque durmiendo, ¿eh? ¡Perro traidor! ¡Animarle!
Se podía apreciar una respiración fatigosa y luego más sosegada.
Nuevamente la voz desagradable de aquel individuo, preguntando:
—¿Dónde está el sabio? ¿Contesta!
—No sé... Yo le dejé en el lecho. Habrá salido.
—¡Mientes, traidor! De aquí dentro no ha salido nadie. ¿O si? ¿Por dónde has salido tú?
—¿Yo? Por la puerta.
—¡Falso! La puerta estaba bien vigilada y por ella no ha salido nadie. ¿Qué has hecho del sabio, traidor?
Y acto seguido se oyó un golpe, por lo que era fácil deducir que el castigado era Turso, pero de él no salió ni la más ligera queja.
—Vosotros dos, el uno que vigile la puerta exterior-mente y el otro que no pierda de vista a este traidor. Al menor movimiento sospechoso, le levantas la tapa de los sesos. Te hago responsable directamente y sabes lo que te ocurrirá si se escapa. Lo mismo digo para ti, como le dejes salir. Yo me voy a decirle a Zila lo que ocurre.
Y después, el silencio más absoluto.
James comentó:
—Parece que nuestro amigo está en dificultades.
—Eso parece. ¿Qué vamos a hacer?
—Iré a por él, naturalmente. Por lo pronto, para tranquilizarle, emitiremos las señales de haber captado la conversación.
Así lo hizo, y acto seguido se trasladaron a las proximidades de la roca por donde él había desembarcado en otras ocasiones.
Se puso el bañador que le dio Turso y acto seguido se deslizó al agua, no sin antes recomendarle Lesley:
—Ten mucho cuidado, James.
—No tengas miedo. Volveremos los dos.
Y tras darle un beso a su prometida, se fue hacia la orilla.
Escaló las rocas y salió de la oscuridad a la parte iluminada con toda naturalidad.
Algunos le vieron, pero como llevaba el mismo atuendo que usaban ellos, no le hicieron el menor caso.
Esto le permitió cruzar aquella zona iluminada y aproximarse sin despertar sospecha alguna, al centinela que estaba apostado a la puerta del laboratorio.
Cuando éste quiso darse cuenta de que el visitante le resultaba un desconocido, no le dio tiempo a nada.
James le aplicó un golpe en un centro neurálgico que le dejó sin sentido.
Lo sostuvo con las manos para que no cayera y pudiera llamar la atención y utilizándolo como escudo, penetró de golpe en el laboratorio, cerrando acto seguido la puerta con el pie.
El centinela que había en el interior vaciló un momento ante la inesperada visita.
Esto le perdió; fue suficiente para que James, dando un salto felino, cayera sobre él y de un certero golpe dejarlo sin sentido.
Turso, con una satisfactoria sonrisa, exclamó:
—Buen trabajo, James. Sabía que acudirías en mi auxilio.
—¿No has oído la señal de recepción?
—No me he dado cuenta.
En un abrir y cerrar de ojos dejó a Turso libre de las ligaduras que le imposibilitaban.
—¿Has colocado el explosivo en el polvorín?
—Sí.
—¿Y por qué no has acudido al lugar de la cita?
—Me olvidé de recoger los descubrimientos del científico y vine a por ellos cuando me pillaron.
—Pues, nada. Recoge lo que sea y lo envuelves con algo impermeable, pues tendremos que remojarnos la barriga.
Mientras Turso, con la máxima rapidez recopilaba los documentos que le interesaban, James amordazó y maniató a los dos centinelas que le miraban hacer con el terror reflejado en sus ojos.
—Ya lo tengo todo; podemos irnos, James. No, no, por esa puerta principal, no. Salgamos por una disimulada que hay en la parte posterior.
—Mejor que mejor.
Y tanto que fue mejor, puesto que sin ningún temor pudieron llegar a las rocas, ya que todas ellas quedaban en la penumbra.
Subieron al submarino, donde fueron recibidos con muestras de gran alegría por Lesley.
—Y ahora, rápidamente al guardacostas a esperar la señal de Louis.
* * *
El comandante Louis Gap tenía preparada a toda la tripulación, aunque sin que dieran síntomas o sospechas de saber lo que se les avecinaba.
El solo bajó del guardacostas, siendo recibido muy amablemente por Zila.
—Tenía ganas de verte, Louis. Han ocurrido cosas raras.
—Yo también deseaba verte, Zila. ¿Qué ha pasado?
Zila reparó que la tripulación permanecía a bordo, por lo que apuntó:
—¿Por qué no dejas que tus muchachos se diviertan un poco en compañía de las jóvenes?
—No puede ser; les tengo sometidos a castigo disciplinario.
—¡Oh, qué lástima! Yo que les tenía preparada una fiesta especial...
—Lo siento.
Pero para su interior, Louis ya suponía de qué se trataba aquella especialidad.
—¿Y qué ha pasado, Zila?
—Mira, Louis, te lo voy a decir con franqueza. Aquí, al atolón, no puede entrar nadie sin ser controlado. Los viveros que poseo en la otra isla, de un valor incalculable, han sido destruidos por una mano criminal. La única forma de que haya entrado es valiéndose de tu barco.
—¿Quieres decir de polizón?
—De polizón o... con consentimiento tuyo.
—Puede que...
No pudo continuar porque en aquel momento hacía acto de presencia un individuo que dirigiéndose a Zila en su jerga, le habló de forma atropellada.
La expresión de Zila cambió totalmente y a sus palabras rudas se unió la ira que se plasmaba en sus ojos.
Luego que despidió de malos modos a aquel individuo, su expresión se dulcificó, y mimosa, le preguntó:
—¿Por qué no me llevas a visitar tu barco? Siento curiosidad por verlo, y si no estuviera la tripulación, podríamos pasar un rato agradable en nuestra soledad.
—Lamento la circunstancia que concurre, pero no puedo quebrantar la disciplina. En cuanto a la visita, la podemos efectuar igual.
La impaciencia traicionó a Zila, puesto que, levantándose rápidamente, dijo:
—¿Vamos?
Subieron a bordo y nada más hacerlo, la tripulación, con disimulo, soltó amarras.
Louis, con una complaciente sonrisa, le manifestó:
—Hay algo curioso a bordo que te va a sorprender.
—¿Sí? ¿Qué es ello?
A tiempo que abría la puerta del comedor, le dijo:
—Mira.
En su interior estaba el anciano científico y las doce muchachas.
A la sorpresa del momento, siguió una sonrisa irónica para manifestar:
—Lo imaginaba. Pero siento decirte, comandante, que no saldrás de aquí. Mis lanchas te tienen rodeado y apuntando sus cañones. La compuerta no será abierta y está también bien defendida. Así que lo mejor será que te entregues. Si antes de treinta segundos no lo haces, se sacrificarán muchas vidas humanas inútilmente.
—Lo siento, Zila, pero tu juego ha sido descubierto y tomadas las medidas pertinentes. Mira...
Y dirigiéndose al oficial que estaba próximo a él, le dijo:
—Teniente, emita la señal convenida.
Así lo hizo, y acto seguido una enorme explosión se produjo. El polvorín había saltado y, en consecuencia, desaparecido la isla pequeña y deteriorada la más grande.
A esta primera siguieron dos explosiones más.
James había situado el sumergible entre las dos lanchas rápidas que se aproximaban al guardacostas, siguiendo las instrucciones dadas por Zila a aquel individuo que se le acercó.
Las lanchas rápidas quedaron partidas en dos por efecto de los torpedos lanzados por el submarino.
Momentos después, la compuerta que impedía la salida o entrada del atolón, también volaba por los aires quedando expedita.
Louis le dijo a Zila:
—Y si quieres alguna demostración más, mira a tu alrededor.
En la cubierta del guardacostas aparecieron varios cañones y la marinería con armas automáticas dispuestos a repeler cualquier ataque.
Zila cayó anonadada en un asiento y no pudo pronunciar palabra.
* * *
La marinería se encargó de apresar a todos los compinches de Zila, y James se hizo cargo de toda la documentación comprometedora en que quedaba al descubierto todas las actividades de la banda de las estrellas malditas, así como sus agentes.
Una astronave en forma de estrella había amerizado en medio del atolón.
Turso, emocionado, abrazó a James, diciéndole:
—Gracias, amigo mío, en nombre propio y en el de Goru.
James correspondió al abrazo, para luego recordarle:
—Me prometiste decirme por qué se valían de las estrellas gigantes.
—Sí, es verdad. Todo fue idea de la mente maquiavélica de Zila. Los asteroideos gigantes desarrollan gran fuerza y son voraces como ellos solos. Los alimentó con cuerpos humanos y los controlaba con células sensibles que incorporaba en sus cuerpos. Detectaban a la perfección la presencia de un ser humano y se lanzaban contra él para devorarlo o simplemente por instinto de destruir. Este era el secreto, que ruego guardes. Las fórmulas serán destruidas para que no vuelvan a ser utilizadas con esos fines.
Posteriormente se despidieron de todos y fueron trasladados a la astronave Turso, el científico y la propia Zila, para emprender la ruta del planeta Estrilus, donde sería juzgada por sus semejantes.
Louis no quitaba el ojo de Lesley y le preguntó a James:
—Oye, «pececillo»... ¿Dónde has encontrado a esta sirena tan hermosa?
—¡Ah! Es un secreto profesional. No creas que los marinos sois los únicos privilegiados.
—¿Puedo besar a la novia?
—Con cuidado y sin extralimitarte. Te advierto que siente aprensión por los lobos de mar. Lesley protestó:
—Oye, jefe, tú eres muy magnánimo.
—Lo siento, Louis, pero he de imponerle mi castigo y la disciplina, es la disciplina.
Y sin más, la abrazó y le dio un beso ante la hilaridad de los allí presentes.
F I N