CAPITULO III
Fueron emergiendo lentamente, para luego ir avanzando hacia la salida de la cueva.
Los guardianes que permanecían en la lancha estaban charlando animadamente entre ellos, sin acordarse de la misión que les tenía allí.
En la entrada de la cueva, una masa negra fue aumentando de tamaño hasta ocupar todo el espacio y ya estaba medio fuera, cuando uno de aquellos hombres, les gritó á sus compañeros:
—¡Eh...! Mirar eso...
Se volvieron y en ellos se reflejó el pánico y este mismo miedo hizo que comenzaran a disparar contra la nave submarina.
Afortunadamente, no llevaban un armamento apropiado para poder dañar a la nave y los proyectiles rebotaban en el casco de la misma.
Goru fue avanzando hacia ellos con la intención de volcarles la embarcación.
Obsesionados en conseguir esto, no se dieron cuenta que una lancha se aproximaba a toda velocidad y sin tener en cuenta que en línea estaba la lancha que quedó de vigilancia, disparó una andanada.
Quedó corta en sus cálculos y dio de lleno en la lancha de vigilancia que saltó por los aires con sus ocupantes.
James le dijo a Goru:
—Se nos va a echar encima.
—Esto es lo de menos, el casco resistirá. Lo peligroso es que nos alcance con un proyectil.
Dio la máxima potencia a los motores para salir de aquella situación comprometida en que se hallaban.
Las distancias se iban acortando y de aquella lancha no cesaban de disparar.
El sumergible, una vez pasada aquella zona de salida de la cueva, comenzó a hundirse y por lo tanto disminuyendo el blanco que presentaba en un principio.
No obstante, los proyectiles iban cayendo a su alrededor.
En aquellos momentos, hizo acto de presencia un guardacostas y la lancha atacante cesó en sus disparos puesto que se había colocado en línea con ellos.
Lesley suspiró aliviada, manifestando:
—Menos mal...
—No creáis que estamos seguros. Precisamente ahora es cuando más peligro correremos si no logramos salir de la bahía y alcanzar un refugio que tengo previsto fuera de ella.
—Pero es un guardacostas de la marina, Goru —adujo James.
—No importa. Zila inventará cualquier patraña para que nos capturen o destruyan, más bien lo último. Además, no me extrañaría que a la mayoría los tuviera comprados.
—Eso es aventurar mucho, Goru.
—James…, creo que ya os he dicho que ellos no paran en medios para conseguir sus fines y los humanos, hasta que no se les tienta, se ignora el límite de su ambición.
La lancha tripulada por Zila se paró al lado del guardacostas manteniendo una conversación con los ocupantes de la misma.
Goru acertó en lo que dijo, puesto que al poco rato el guardacostas se puso en movimiento.
Menos mal que Goru aprovechó este intervalo para dirigirse con toda rapidez hacia la salida de la bahía.
—Ahora será difícil que nos localicen.
—Lo siento por los hombres que han volado por el aire...
—No lo lamentes, Lesley. De todos modos, hubieran sido ejecutados...
Quedaron en silencio un buen rato y tras sortear una zona rocosa, emergieron en un lugar perfectamente cubiertos por una cornisa, lo que hacía imposible que les descubrieran desde arriba.
—Bien, éste es uno de mis refugios de emergencia. Lo único que siento es que tendréis que dilatar el ir a por vuestras ropas.
—Por mí no te preocupes. La temperatura aquí es buena. Lo siento por Lesley...
—Tampoco tenéis que preocuparos de mí. No soy friolera.
—Pues entonces no hay problema. Incluso si queréis, podéis bañaros. Aquí estáis a cubierto de miradas indiscretas.
—En lo referente a mí, por si acaso, no quiero tener más experiencias acuáticas. Si Lesley quiere bañarse, puede hacerlo.
—No, jefe; a mí tampoco me apetece.
—Esperaremos que anochezca y entonces podréis ir a por vuestras pertenencias sin peligro alguno.
* * *
Ya había anochecido y el sumergible de Goru se puso en movimiento, rumbo a la bahía.
Eligieron un lugar menos iluminado y varó la nave en la misma arena.
De su interior salió una pareja de bañistas que luego fueron caminando enlazados por la orilla.
Lesley le dijo:
—Oye, jefe. ¿Crees necesario que me lleves tan cogidita...?
—Claro, las parejas de enamorados abundan tanto por el lugar que no llaman la atención.
—Pues en cuanto a eso, la treta de irte con una chica a dar un paseo en lancha, de poco te ha valido.
—En efecto, pero me encuentro más a gusto así.
—Lo que tú eres es un fresco que te aprovechas de la jerarquía.
—Ni mucho menos, querida.
—¡Huy...! Demasiada amabilidad.
Se aproximaban al local donde habían dejado sus pertenencias y James reparó con unos individuos que no le merecían confianza.
Hizo virar bruscamente a Lesley y la llevó hacia un lugar oscuro.
—¡Eh...! ¿Qué es eso, jefe? ¿Te coje muy a menudo?
—¡Calla! No podemos ir a por nuestras ropas.
—Pero ¿por qué?
—Mira aquellos individuos que están a la entrada del establecimiento. Es evidente que están esperando a alguien y bien pudiéramos ser nosotros.
—Pues sí que estamos arreglados. Menos mal que no hace frío, de lo contrario ya estaría con una pulmonía.
James no hizo caso de sus palabras, diciendo:
—Intentaremos ir por la parte posterior.
Se dirigieron hacia allí, pero dos individuos, con poco disimulo, vigilaban también aquella entrada.
En aquellos momentos apareció Zila, la pelirroja, y para que no le viera, James se volvió rápidamente y abrazó y besó a Lesley.
La muchacha de momento se quedó quieta ante aquella inesperada muestra de afecto de su jefe, pero luego trató de librarse de él.
—¿No crees que te excedes un poco demasiado en tu papel de enamorado?
—Para un enamorado, todos los excesos de esta índole siempre saben a poco.
—No me hagas reír. ¿Tú enamorado...?
—¿Y por qué no?
—¡Me extraña...! Venga, ahora mismo me vas a decir por qué has hecho esto.
—En ocasiones me doy cuenta que tus lindos ojazos sólo los tienes para adorno. ¿No has visto que la tal Zila estaba hablando con sus esbirros?
Lesley, desilusionada, sólo dijo:
—Ya decía yo...
—¿Qué querías...? ¿Que me viera la cara esa que parece haberla tomado conmigo...?
—¿Pues sabes lo que te digo, jefe?
—¿El qué, querida?
—Que de poco te ha valido el disimulo. Detrás de ti tienes a la tal Zila con dos de sus esbirros.
James la soltó con toda rapidez y se volvió preparado al ataque.
Pero allí detrás de él no había nadie.
Lesley soltó la carcajada al ver su cara de extrañeza y él, indignado, preguntó:
—¿Por qué has hecho esto?
—Hijo, estabas pegado a mí como una lapa y no se me ha ocurrido otro medio para salvar mi integridad física, puesto que me estabas estrujando de mala manera.
—Te advierto, Lesley, que como me vuelvas a hacer una de las tuyas, te voy a azotar sin consideración a tu edad, sexo y hermosura.
—Lo tendré en cuenta, jefe.
—¡Cuernos...! Te he dicho mil veces que no me digas jefe. Tengo un nombre, ¿no?
—Sí, James.
—Esto está mejor... Bueno, me parece que tendrás que ir tú a por la ropa de ambos. Si esos me ven, me sacuden y la idea, francamente, no me gusta.
—¿Y qué pretendes, que reciba yo por ti?
—Ni mucho menos, mujer, y aunque bonita, no te concedas tanta importancia. Por quien están interesados es por mí... Ya ves las paradojas de la vida, con lo feo que soy se han empeñado en que sea su preferido...
—Si pretendes coaccionarme a que regale tus oídos, estás listo. La verdad es que te has catalogado muy bien.
—Bueno, nena, si no te decides a ir a por las ropas, tendremos que buscarnos un paraíso para los dos solitos, como nuestros primeros padres o una selva para emular a Tarzán y su compañera, que, dicho sea de paso, iban más abrigados que nosotros.
—Bien, pues allá voy.
James ahora, poniéndose muy serio, le recomendó:
—Ten cuidado, Lesley. Toma la llave de mi cabina. Antes de dirigirte a ella observa si te vigilan y en caso afirmativo, no te acerques ni en broma.
—¿Y qué vas a hacer sin ropas?
—Pues no tendré más remedio que despojar a algún incauto y luego remitirle sus pertenencias.
—Esperemos que no tengas que recurrir a ese extremo.
Y se fue hacia el establecimiento para vestirse y recoger las ropas de James.
Mientras, éste permaneció oculto esperando el regreso de su compañera y agente Lesley Valley.
Esperó un tiempo prudencial y calculaba que ya no debía de tardar.
Y, en efecto, no tardó en aparecer, pero acompañada de dos hombres y de la pelirroja en cuestión.
Se indignó consigo mismo por haber cometido aquel fallo tan garrafal de mandar a Lesley sola. Si habían espiado sus movimientos, lo lógico es que la reconocieran.
Por allí no había agentes a quienes acudir y por otra parte, hubiera sido una pérdida de tiempo el convencerles de su identidad.
Entonces una idea le vino a la mente y echó a correr a tiempo que se decía:
—Si al menos Goru todavía permanece en donde nos ha dejado...
Se fue hacia donde les había desembarcado tratando de descubrir la nave en la oscuridad.
Nada veía y aun exponiéndose a que fuera descubierto, si por aquel lugar hubiera algún enemigo, gritó.
—¡¡Goru...!! ¡¡Goru...!!
Esperó un poco. El murmullo de las olas, aunque no muy intenso, podía contribuir a amortiguar un tanto su voz, por lo que decidió repetir la llamada:
—¡¡Goru...!! ¡Goru...!!
Un rápido destello apareció ante él, a tiempo que respondían:
—¡Aquí...!
Se adentró en el agua y divisó la masa oscura del sumergible.
Goru le reconoció, preguntándole:
—¿Qué pasa, James?
Tan pronto como puso los pies a bordo, le manifestó:
—¡Pronto...! Han capturado a Lesley. Se la llevado camino del embarcadero.
—¿Quién?
—Esa Zila y dos de sus secuaces.
—¿Y cómo ha sido?
—Al ir a por sus ropas y las mías.
—No debiste de consentirlo.
—Me he dado cuenta de ella demasiado tarde. Creí que no la reconocerían.
—En fin, no te preocupes. La liberaremos.
James confirmó casi airado:
—¡Claro que la liberaré! Aunque en ello me vaya la vida.
Goru esbozó una sonrisita, para luego inquirir:
—¿Estás enamorado de ella?
La contestación de James fue espontánea:
—Sí, lo estoy.
Mas luego, recapacitando, le advirtió.
—Pero no se lo digas a ella. Por llevarme la contraria es capaz de decir que no.
Goru sonrió y con nostalgia, le tranquilizó:
—Puedes estar seguro que guardaré tu secreto. Desde luego, la muchacha vale la pena... No me importaría quitártela.
—¡Hombre, me gusta tu desfachatez...! Pues no lo intentes porque soy capaz de sacarte los ojos.
—No padezcas, James. Es broma.
—Y lo mío también, hombre...
La nave ya se había puesto en movimiento, para luego enfilar hacia el embarcadero.
Por el muelle divisaron el grupo formado por Lesley y sus aprehensores.
La nave se deslizaba silenciosa, entre dos aguas para no ser notada su presencia.
A medida que se fueron acercando al embarcadero, la velocidad fue disminuyendo y Goru la situó en un lugar donde pudieran ver a la perfección en cuál embarcación subían.
Se colocó en un punto que cualquiera que fuera la ruta que emprendieran, serían interceptados.
Los dos estaban pendientes de los movimientos de aquel grupo y comprobaron cómo obligaron a Lesley a que subiera a una lancha.
El embarcadero formaba un pequeño puerto rudimentario para mayor facilidad de sus usuarios y también seguridad de sus embarcaciones en casos de temporal, poco frecuentes por las defensas naturales de la misma bahía.
Goru le preguntó a James:
—¿Tienes planeado algún método de rescate?
—Precisamente en ello estaba pensando. Si contáramos con una red de contención, la fijábamos en la bocana del puertecillo de embarcaciones de recreo y...
Goru no le dejó terminar:
—¡Magnífico! Excelente idea la tuya. No tengo precisamente una red, pero sí llevo unos cables que los podemos utilizar y con idéntico resultado.
—¡Estupendo! Manos a la obra.
—Ahora..., que tendrás que remojarte.
—No importa. Estoy dispuesto a ello.
Rápidamente Goru se fue a por los cables y apareció de nuevo con dos rollos, indicándole a James:
—Uno lo sujetas a nivel del agua y el otro a medio metro sobre dicho nivel. Los otros extremos yo los tensaré con ayuda de la nave.
—De acuerdo.
James se deslizó silenciosamente hacia un extremo de la bocana del pequeño puerto y sujetó los cables, tal como le dijo Goru, en unas columnas que servían de sustentación al tinglado.
Cuando hubo terminado su tarea, con un susurro de voz le manifestó:
—Ya está.
—Pues sube a la nave.
Así lo hizo y se trasladaron a la otra parte de la bocana. Allí la labor fue más ardua, pues tuvo que pasar ambos cables por las columnas y darles una vuelta, de forma que el extremo quedara sujeto a la nave submarina y ésta tirara de ellos para mantenerlos a la mayor tensión posible.
Entretanto, la lancha todavía no había iniciado movimiento alguno. Permanecía aún amarrada, por lo que dedujeron que debían de esperar algo.
Esto les facilitó la labor a James y a Goru para asegurarse de que su plan tuviera los resultados apetecidos.