CAPITULO XI

 

En el mismo lugar donde se ocultó, James puso en funcionamiento un emisor y con un hilo de voz, dijo para tranquilizar a Lesley:

—Querida, el segundo emisor colocado. He sido sorprendido, pero me he librado del visitante. Voy a entrar en el edificio.

A continuación escuchó las dos señales de haber captado su mensaje.

Cerca de donde estaba había una puerta, la tanteó y cedió a su impulso.

Cuando se habituó a la oscuridad allí imperante, por la poca luz que se filtraba a través de los ventanales, pudo deducir que aquella estancia se trataba de un laboratorio.

Contiguo al mismo existía una puerta. La fue abriendo poco a poco y vio inclinado sobre una mesa y de espaldas a él, un hombre que estaba buscando algo sobre ella ayudándose de un haz de luz.

Ya había penetrado en la estancia aquella cuando el hombre de la mesa intuyó que allí había alguien más y volviéndose le dirigió el haz de luz a la cara.

Acto seguido apagó el generador de luz y pretendió salir a la fuerza.

Pero James no se lo consintió. Arremetió contra aquel que quería escapar y aunque a ciegas, logró alcanzarle en dos ocasiones.

Pero aquel individuo no se quedó cruzado de brazos y a su vez atacó al obstáculo que le impedía la huida.

James tenía cierta ventaja porque veía la sombra de su atacante que se dibujaba a través de la poca luz que se filtraba por una ventana.

Esto le facilitó que le alcanzara en pleno rostro y por la dureza con que chocó su puño, debía de tratarse del mentón.

Aquella sombra se tambaleó y cayó al suelo a tiempo que también oyó algo metálico.

Tanteó con los pies por si se trataba de alguna arma y cuando tropezó con el objeto, lo recogió.

Al palparlo dedujo que se trataba del generador de luz. Accionó el dispositivo y un haz de luz iluminó el pequeño espacio a donde era dirigido.

Lo encaró al rostro del caído. Estaba sin sentido. Después fue recorriendo su cuerpo desnudo, llevando, como él, un bañador como única prenda.

Dirigió el haz a su mano derecha por si empuñaba algún arma y quedó gratamente sorprendido.

¡A aquella mano le faltaba el dedo meñique...!

Se inclinó rápidamente y dándole unos golpecitos al rostro, le llamó en voz baja:

—¡Turso..., Turso...!

El caído meneó un poco los párpados, para luego ir abriéndolos como si despertara de un pesado sueño. James le volvió a llamar:

—Turso, Turso... Perdona, de haber sabido que eras tú...

El muchacho se incorporó quedando sentado en el suelo y acariciándose la parte dañada.

Parecía que había recobrado toda la lucidez, porque preguntó:

—¿Cómo sabes mi nombre? ¿Quién eres tú?

—Conozco tu nombre por nuestro común amigo Goru.

A Turso se le notaba cierta desconfianza y aún quiso saber más, preguntando:

—¿Dónde has visto a ese tal Goru?

—En un diminuto submarino al salvarnos de ser atrapados por Zila.

Pareció que esto le tranquilizó y quiso saber:

—¿Dónde está Goru?

—El pobre Goru falleció a consecuencia de una herida recibida por ayudarme a salvar a una ayudante mía.

Y James le dio pormenores del hecho y su doloroso final.

Turso estaba vivamente afectado y apenas pudo articular:

—¡Mi buen amigo Goru...!

James respetó por un momento su silencio, pero luego preguntó:

—¿Estamos seguros aquí, Turso?

—Sí, mejor que en otra parte. El científico está descansando y Zila ya tiene bastante con el comandante del guardacostas hasta bien entrada la madrugada.

James sonrió y le informó:

—El comandante del guardacostas actual es un buen amigo. Está informado de todo, incluso de tu existencia. Te lo digo por si precisas recurrir a él, lo puedes hacer con entera confianza.

—Gracias, es un consuelo saber que se tienen amigos.

—Turso, Goru me hizo varias recomendaciones: librarme de los asteroideos, que entre paréntesis, ya he conocido sus caricias; conseguir un antídoto del científico; ayudarte a liberarlo del dominio de Zila y que lo devuelvas al planeta Estrilus; y, por último, algo que no logramos descifrar porque expiró antes de que nos lo pudiera explicar. Repitió varias veces: «Cada diez días». ¿Tiene algún significado esto?

—Ya lo creo, y mucho. En otra ocasión te lo explicaré. Ahora lo más importante es terminar de copiar la fórmula del antídoto y su confección. Cosa que estaba haciendo cuando tú me has sorprendido.

Entonces James le explicó a lo que había ido y cómo fue sorprendido por aquel individuo que cayó a la piscina.

—Entonces ya no es necesario que te diga el contenido de la piscina.

—Sí, ya lo sé. Las estrellas de mar gigantes.

—En cuanto a que te atacara, te reconoció por no llevar el bañador del atolón. Aquí lo llevamos igual. Te daré uno para que te lo pongas.

—No sé por qué, sospeché algo de esto cuando el que me atacó se fijó en mi bañador. Por cierto, los demás no hicieron nada por salvarle.

—Por saber a lo que se exponían y por otra parte, aquí las faltas se pagan con ser pasto de los asteroideos gigantes. Es norma impuesta por la despiadada Zila.

Calló un momento mientras terminaba de copiar la fórmula y luego continuó:

—Por cierto, que a ésta la tienes muy enfadada por el descalabro que le ocasionaste al destruir sus estrellas de mar y fracasar en incursión. Sospecha que es obra tuya y está removiendo cielo y tierra para encontrarte.

—Mientras no lo haga por mar, estoy tranquilo.

—Otra cosa, el revuelo que se armó cuando terminaron de marcar la última remesa de pobres infelices, ¿eras tú?

—En efecto, fui yo.

—Por un momento imaginé que se trataba de Goru. ¡Y cómo os la habéis arreglado para irrumpir en el atolón sin ser vistos?

James le explicó el procedimiento que habían utilizado y Torsu manifestó complacido:

—Muy ingenioso, pero también muy peligroso el permanecer dentro del atolón.

—Por eso he procurado actuar de noche, que es cuando mayor garantía me ofrece.

 

* * *

 

En el laboratorio reinaba una silenciosa y febril actividad.

Dos sombras se movían furtivamente y Turso, que resultaba ser un excelente químico y biólogo, fue preparando el antídoto ayudado por James.

Turso le decía:

—Me ha costado mucho averiguar que el científico tenía la fórmula. Como bien te dijo Goru, le tienen engañado y él sólo vive para su ciencia y como le dan todo lo que pide, de ahí que se encuentre a gusto ignorando por completo el uso que se hace de sus macro-estrellas.

—Y con el antídoto, ¿lograrás destruirlas?

—En síntesis, sí. La sustancia principal actuará esencialmente sobre el protoplasma y núcleo de las células hipertróficas, es decir, las que originan el excesivo crecimiento. ¿Comprendes?

—Sí, entiendo.

—Es más, la dosis que entra en la composición de este preparado, resultará letal o mortal, como quieras decirle, para aquellos asteroideos que hayan pasado de su tamaño normal o bien iniciado el proceso de crecimiento excesivo.

—¿Y qué sucederá con los más pequeños?

—A estos les imposibilitará el asimilar el proceso de hipertrofia, por lo tanto las estrellas de mar con su tamaño normal, se quedarán tal como son, aunque se les pretenda someter a un proceso de crecimiento.

—Comprendido perfectamente.

Cuando Turso, con la cooperación de James, hubieron terminado de preparar aquel antídoto, el primero manifestó:

—Voy a por un bañador para ti. Así no llamarás la atención.

—De acuerdo. Yo mientras colocaré un emisor en la mesa de trabajo del científico. Me interesa controlar cuanto pueda ocurrir aquí.

—Buena idea. Si dispones de más cantidad, podrías darme dos, uno para colocarlo en la estancia que utiliza Zila y otro para mí, por si tengo que comunicarte alguna novedad.

—Sí, toma. Dispongo de dos más.

Turso se fue tranquilamente del laboratorio, mientras James efectuaba su trabajo, que una vez instalado comunicó a Lesley:

—Querida, no te impacientes. Todo va bien. Me he comunicado con Turso. Ya te contaré.

Sonaron los dos zumbidos de haber recibido la noticia.

A los pocos segundos apareció de nuevo Turso, quien le llamó:

—¿James?

—Sí, aquí estoy.

—Toma, cámbiate de bañador. El sustituido te lo llevas contigo y lo lanzaremos a la piscina antes de diluir el antídoto. Seguro que desaparece en un segundo.

—Como digas.

En un momento hizo el cambio y anunció:

—Ya está.

—Bien. Coge estos dos frascos, yo llevo dos más. Estos que te doy los guardas en el submarino por si nos hace falta más y los que yo llevo los diluiré en la piscina.

—De acuerdo.

—Otra cosa. Es conveniente que no nos vean, aunque si esto ocurre no pasará nada. No es la primera vez que viene otro conmigo a investigar la piscina. Pero como en este caso se originará gran revuelo, procuraremos no ser vistos.

James le dijo entonces:

—En este caso, es mejor que me sigas.

—Pues adelante.

Salieron del laboratorio con los frascos en su poder y James le guió por el camino que él utilizó para no ser visto.

Una vez descendieron las rocas, al amparo de éstas y por tanto a la sombra que proyectaban en la orilla, alcanzaron el lugar donde estaba situada la piscina.

Una vez allí le fue fácil a Turso encaramarse al borde de la misma y a cubierto de miradas indiscretas, vaciar el contenido de ambos frascos.

James le esperaba sumergido en el agua y decidió que su bañador se lo llevaría consigo, puesto que le servía de envoltura a los dos frascos que tenía que llevarse al submarino.

A los pocos segundos Turso regresó, susurrando:

—Ya está... Mañana será la sorpresa.

—Perfecto. ¿Por qué no te vienes al submarino para ultimar las cosas? Está a unas brazas de aquí y ahora ya sabes el camino de regreso sin que te descubran.

—Conforme.

Silenciosamente dos cabezas fueron acercándose hacia la torreta del sumergible y una vez allí, se introdujeron por la escotilla.

Lesley, con la impaciencia y el temor reflejado en su rostro, se abrazó a James, exclamando:

—¡Oh, James...! ¡Qué susto me has hecho pasar cuando te descubrieron...!

—Calma, querida. Ya ves que no ha pasado nada. Mira, éste es Turso, el que nos indicó nuestro común amigo Goru. Mi prometida, Lesley Valley.

—Tanto gusto en conocerte. Eres muy hermosa.

—Encantada y gracias por el cumplido.

James, en pocas palabras, le fue explicando a Lesley cuanto había hecho en su incursión y el encuentro que tuvo con Turso.

La muchacha sonrió, manifestando:

—La verdad es que, dejando su parte seria, no deja de ser un tanto cómico.

—En efecto, vapuleándonos los dos y militando en el mismo bando.

Posteriormente planearon la forma de sacar de allí al científico y Turso, añadió:

—También es conveniente liberar a unas cuantas muchachas. Muchas de ellas no están conformes con las vejaciones a que se les somete y no sabemos cómo reaccionará Zila cuando se entere de lo que hemos hecho.

Tras ultimar detalles, Turso se despidió abandonando el sumergible, no sin antes decirle James:

—Nosotros permaneceremos en la entrada del atolón, en la nuestra, por supuesto. No quiero perderme el espectáculo. Si necesitas algo, ya sabes que estaremos cerca.

—Lo tendré presente.