CAPITULO IV
La tensión iba subiendo de tono y aquello ya se alargaba más de lo que esperaban.
La explicación la tuvieron momentos más tarde cuando captaron:
—El hombre no aparece por ninguna parte, Zila.
—Pues no puede andar muy lejos, puesto que su ropa todavía está en el establecimiento y se la iba a llevar la chica. Así que buscar por los alrededores —les contestó airada Zila.
—Ya hemos hecho cuanto indicas y por aquí no hay nadie con bañador.
—¡Sois un hatajo de inútiles! Los otros también dijeron que no había nadie en la cueva y han pagado con el pellejo su ligereza. Ya sabéis lo que os quiero decir...
—Haremos lo que tú digas, pero me da la impresión que el pájaro ha volado.
—Nadie te ha pedido opiniones. Nos vamos al atolón con la chica. Si le capturáis, traérmelo allí.
—De acuerdo. Así lo haremos.
Vieron aparecer de nuevo a Zila que subía en otra lancha y por sus ademanes, comprendieron que les daba orden de partir a los dos hombres que llevaban a Lesley.
James comentó con Goru:
—Si esa Zila viene con la otra lancha, se nos van a complicar un poco las cosas.
—Sí, desde luego. ¿Sabes dónde para el atolón?
—Naturalmente. Allí pensaba ir con Lesley cuando estalló la lancha.
—Por lo que se desprende que sabes muchas cosas de ellos. ¿Me equivoco?
—No, hace tiempo que les estoy siguiendo los pasos.
—Entonces queda claro el interés de Zila en liquidarte o apresarte.
—Es lo que supongo.
Las lanchas fueron adquiriendo velocidad y Goru, con ayuda de la nave, mantenía tensos los cables.
—James...
—Dime, Goru.
—Tendrás que estar listo para advertir o recoger a Lesley.
—Lo estaré.
—De la lancha que lleva Zila, no te preocupes. En caso necesario, ya me ocuparé de ella.
—Gracias, Goru.
Ya las lanchas navegaban a toda velocidad y el choque con los cables que habían tendido era inminente.
En efecto, el choque fue espectacular. Los ocupantes de la primera lancha saltaron por la proa despedidos hacia el agua a tiempo que James, gritaba:
—¡Lesley, nada hacia la izquierda...!
De todos modos, por si no le hubiera oído, él también se lanzó al agua y con potentes brazadas se fue hacia donde había «amerizado» Lesley.
La lancha en que iba Zila, seguía a la primera unos metros atrás y al darse cuenta de lo que ocurría, frenó su veloz carrera.
Pero aun así, no pudo evitar el choque con los cables y aunque no salió despedida, fue evidente que del encontronazo quedó un tanto conmocionada.
James alcanzó a Lesley, a quien animó:
—Venga, aprisa. Hacia la izquierda.
La muchacha reaccionó y comenzó a bracear.
Lo malo fue que los dos esbirros de Zila hicieron lo propio y no eran malos nadadores.
Uno de ellos estaba a punto de alcanzar a Lesley, por lo que James se interpuso entre los dos y logró alcanzarle de un puñetazo en plena barbilla, por lo que le frenó en sus propósitos.
Lesley ya había alcanzado la nave submarina y Goru la ayudaba a introducirse por la escotilla.
Pero en el momento que James se detuvo para hacer frente al que estaba a punto de atrapar de nuevo a Lesley, permitió que el otro se acercara a él entablando una feroz lucha.
Buscó primero por las aguas y alcanzó a ver a un hombre que se hundía.
Prosiguió la búsqueda tratando de localizar a la chica y al otro hombre, pero no vio nada más.
No pudo ver que James estaba luchando con uno de sus compinches porque el brazo izquierdo del puertecillo los tapaba.
A James le resultaba un hueso duro de roer aquel individuo. Intentó despegarse varias veces de él y otras tantas le atrapó.
Por fin logró alcanzar la borda de la nave y contando ya con un punto de apoyo, al aproximarse el otro le pudo propinar un golpe que surtió los resultados apetecidos.
En este preciso momento, Zila localizó la torreta de la nave submarina y en ella a Goru.
Sonó una detonación seguida de otra en que el reflector se apagó.
Acto seguido los proyectiles zumbaban alrededor de la torreta o rebotaban en el mismo casco.
James dio la vuelta a la nave y por la parte opuesta al puertecillo, se encaramó hacia la torreta.
Goru estaba allí tumbado.
James, sin pérdida de tiempo, lo introdujo por la escotilla.
Lesley, todavía chorreando, se hizo cargo de él, mientras James procedía a cerrar la escotilla.
Posteriormente se libró de los cables que sujetaban la nave y en inmersión fijó rumbo hacia la salida de la bahía y dirigirse hacia el refugio al que les condujo Goru al salir de la cueva.
Por la pantalla vio a Zila, que sin hacer caso de sus maltrechos secuaces, se libraba de los cables que todavía retenía su lancha y se disponía a la persecución,
James recordaba que había instalado a bordo aparatos detectores, por lo que temía que pronto los localizaría.
—¿Cómo está Goru, Lesley?
—Sigue sin sentido. El proyectil le ha atravesado el hombro cerca del cuello. Le he tapado la herida.
—Bien hecho. Mantenlo quieto y luego lo examinaré. Y tú, ¿cómo te encuentras?
—Indignada. Hubieras podido avisarme. De saberlo, ya iba bien con el dos piezas. Ahora aquí me tienes hecha una sopa.
—La solución la tienes en tu mano. Te la quitas y la pones a secar.
—Te olvidas de un detalle, que no practico el desnudismo, rico.
—¡Cuidado que eres mal pensada...! Te colocas el dos piezas que llevabas y en paz.
—No con tanta paz, puesto que tendría que ir a por él a la lancha y si lo hago sería en plan de guerra.
—¡Ah, vamos...! Siendo así...
—Siendo así no tengo más remedio que fastidiarme. ¿Es eso lo que ibas a decir?
No le dio tiempo a contestarle puesto que una explosión conmovió la diminuta nave submarina.
—¿Qué es esto, James? —inquirió asustada Lesley.
—Tu «amiguita» Zila que te echa de menos...
James navegó en zigzag a tiempo que adquiría mayor profundidad.
Otras explosiones se sucedieron, aunque la repercusión de éstas fue menos intensa, por lo que James comentó:
—Bueno, al menos por el momento, la hemos despistado.
James Lewes tenía la graduación de capitán en el ejército, habiendo prestado sus actividades en una rama de especialistas a los que se les adiestraba a pilotar cualquier nave aérea o submarina, aparte de otros vehículos mecánicos.
Por eso aquello se lo encontraba hecho y supo burlar las intenciones de Zila.
No le costó mucho trabajo llegar al refugio y una vez allí, con toda tranquilidad, se dedicó a atender a Goru.
Este abrió los ojos y al verles sonrió con satisfacción musitando débilmente:
—Menos mal... Estáis aquí...
—Sí, gracias a ti, Goru.
Le manifestó Lesley a quien James había puesto en antecedentes de lo ocurrido.
—No te fatigues en hablar, Goru —le recomendó James.
El hizo un gesto con la mano, para luego, con toda tranquilidad decirle:
—Lo mío no tiene remedio, James.
—¿Por qué dices tal cosa?
—No siento nada y esto es un síntoma grave.
—Deja de decir tonterías. Te voy a hacer una primera cura y luego te llevaremos a que te atiendan mejor.
—No te molestes, James... Me siento morir y antes he de decirte muchas cosas.
—Ya me las dirás cuando te hayas recuperado.
—Agradezco tu buena intención. La muerte no me espanta, más bien la considero una liberación.
—Pero, ¿quién habla de muerte? No te pongas tétrico, que no hay para tanto.
—He de hablarte, James... Siento que la vida se me escapa...
—Bueno, si esto te tiene que tranquilizar, adelante.
—En el atolón tienen su centro de operaciones.
—Lo sé, Goru.
—Ten cuidado, aquélla es una fortaleza inexpugnable y el que entra allí, ya no sale.
—Lo imagino.
—Tienen secuestrado a un científico de nuestro planeta... Libérale... Es un anciano muy bueno, amante de todas las cosas del mar...
—Sí, lo haré.
—No me interrumpas, por favor...
—Te escucho.
—Si te ves en dificultades, en el atolón está Turso, un fiel amigo... Puedes confiar en él. Le reconocerás porque le falta el dedo meñique de la mano derecha...
—En caso necesario, recurriré a él.
—Al científico lo tienen engañado... El cree de verdad que sus secuestradores son colaboradores de la ciencia...
Lesley, con pena, contemplaba a aquel muchacho que tan bien se había portado con ellos, hasta el extremo de ofrendar su vida.
—Si alguna vez veis a Zila, decirle lo mucho que he lamentado que tomara ese camino... Pero no dejéis que os alcance con sus zarpazos... Es cruel, mucho...
Goru cayó en un desvanecimiento y James le reanimó inyectándole un tónico, puesto que las pulsaciones eran débiles.
Al cabo de un rato abrió de nuevo los ojos.
Continuó con voz debilitada:
—Si logras desbaratar la banda de las estrellas malditas, busca a Turso y dile lo que me ha pasado... El tiene instrucciones para llevarse al científico.
—Eso ya se lo dirás tú cuando lo hayamos logrado.
—No nos engañemos, James... Yo ya sé cómo estoy...
Lesley, que también le prodigaba sus cuidados, intervino:
—Lo que debes de hacer, Goru, es callarte y no malgastar fuerzas. Descansa un poco y ya continuarás cuando te hayas recuperado.
—Os agradezco vuestras palabras, buenos amigos... Lástima que la amistad haya durado tan poco...
—No seas pesimista y anímate, hombre. Con la banda tenemos que terminar los tres juntos.
Goru esbozó una triste sonrisa.
—Me hubiera gustado mucho que así fuera...
Se interrumpió. Tuvo una contracción y abriendo mucho los ojos, musitó:
—Los asteroideos..., los asteroideos... ¡Cuidado de ellos...! Pedirle un antídoto al científico... ¡Los asteroideos cada diez días...! Antídoto..., diez días...
No pudo continuar. Le dio un acceso de tos seguido de un vómito de sangre y expiró.
El proyectil le había dañado el pulmón y quizá alguna arteria principal.