Capítulo 1

Las heridas por la separación aún seguían abiertas. Habían pasado seis semanas de agonía desde que se había despedido de mí. Se había cansado de desearme y me había dejado desgarrada, rota y magullada. Pero ¿no se suponía que eso tendría que convertirme en mejor persona?

La noche en que se fue terminó convirtiéndose en un desastre. Sus últimas palabras me habían impactado tanto que se me habían quedado fijadas en la mente de forma permanente. Por suerte, algunas partes de esa horrible noche iban desapareciendo. Las había olvidado. Ahora sería fantástico que otros recuerdos se fueran eliminando. No necesitaba ninguno. Ni uno solo.

Sentía los párpados calientes y pegajosos. Me hundí aún más en el hueco del sofá de Kate y deseé que el aturdimiento me invadiera. El sueño era mi compañero. No recordaba una sola cosa de lo que había hecho en las últimas cuarenta y ocho horas, pero necesitaba volver a cerrar los ojos y hacer que todo desapareciera. Todavía me dolía. Mucho.

Kate entró desde la cocina y me tendió una taza de manzanilla.

Sentía los brazos tan pesados que ni siquiera me molesté en intentar levantarlos para coger la taza. En lugar de eso, pulsé los botones de mi móvil para encender la pantalla. Cero mensajes. La dejé de pie con el té en la mano y aparté la mirada, sin fijarla en ningún sitio.

―Hoy necesito algo más fuerte.

Cambió de postura, echando su peso sobre un pie, y empezó a dar golpecitos con el otro hacia un lado. Entonces se burló de mí e inclinó la taza azul sobre mi regazo.

―Debería echarte esto encima y quemarte para que te olvides de ese hombre.

Sentía que la habitación daba vueltas lentamente.

Tenía la mente demasiado agotada para alarmarme. Volví a apoyar la cabeza en el reposabrazos de ante y no me moví de mi postura despatarrada en el sofá. Una quemadura de segundo grado conseguiría que le borrara de mi mente.

―Hazlo.

Dio un rápido respiro, tomando aire a través de los dientes y colocó el té caliente en una mesilla antes de curvar un lado de la boca hacia abajo.

―Todavía tenemos esa botella de Jack Daniel’s que te bebías a tragos la semana pasada. Trae la petaca y te la lleno.

Mi mirada voló hasta la vitrina y luego la aparté parpadeando.

―Muy gracioso, Kate.

El alcohol era impredecible. Que una semana me hubiera ayudado no significaba que me haría sentir bien para siempre. Cerré los ojos y deseé que un sueño largo y profundo se apoderara de mí.

Torció la boca en una mueca de disgusto. Me empujó en los brazos de forma frenética.

―¡Levántate!

Abrí mis cansados ojos despegándolos y dejé escapar un quejido.

―Estoy muy cansada.

Hizo una mueca y cruzó sus esbeltos brazos sobre el vientre. Su enfado no duraría mucho, especialmente porque por fin se había recuperado del problema con la operación de pecho y tenía mejor aspecto que nunca.

No pude evitar sentirme aliviada por que mi mejor amiga se hubiera curado.

Era guapa, pero tenía demasiada energía. Se le unieron las cejas mientras se pasaba una mano vacilante por el pelo rubio. Un gruñido de impaciencia se le escapó de los labios.

―Chloe, tienes que calmarte. Eres tú la que le dijo que no estaba yendo bien. ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Que se postrara a tus pies y te suplicara que te quedaras?

Una pequeña risa salió volando de mi boca. Imaginarme a un Jake Sutherland frágil y débil me resultaba divertido.

―Habría estado bien.

Se dio golpecitos en el codo con los dedos.

―Eso no va a pasar nunca. Un tío así puede sustituirte en cuestión de segundos.

Sentí que las costillas me oprimían el pecho vacío. Me aseguré que de Kate viera lo poco que me había gustado su comentario.

―Gracias, Kate. Es maravilloso oírte decir eso.

Pero era cierto. Un hombre como Jake no preguntaba, cogía lo que quería. Sólo tenía que chascar los dedos y tendría un nuevo lote de mujeres deslumbrantes entre las que elegir. Tenía a tantas mujeres pegadas a los pantalones que no podía ni dar dos pasos en dirección contraria. Había visto hasta qué punto llegaba esa ridiculez en las galas anteriores. Doblé el cuello para analizar las finas arrugas de mis manos.

―Estoy segura de que ya tiene a una nueva colgada del brazo.

Kate se sentó al borde del sofá y miró fijamente la alfombra.

―No se ha pasado por la agencia. Está todo el mundo esperando con ansias una oportunidad para el nuevo contrato. Las chicas han estado amontonándose alrededor de Rosalyn para ver si había llamado.

El aire húmedo se volvió caliente.

Levanté la cabeza de golpe y empecé a sudar.

―¿Ha llamado?

Levantó una ceja y me lanzó un vistazo por el rabillo del ojo.

―No.

Sentí una opresión en el pecho que me cortó la respiración. Eso confirmaba mis sospechas. Sólo había una razón por la que no se había molestado en contratar a otra acompañante. Me lancé sobre un rincón del sofá y saqué un cojín de debajo de mi cuerpo para abrazarlo mientras me mordía el interior de la mejilla.

―Eso es porque ahora está con Alice.

¿Cómo iba a poder alguien como yo abrirse paso entre dos antiguos tortolitos? Ella era preciosa y era parte de la pasarela de la moda de Nueva York. Yo era lo contrario. Mis enormes caderas y pechos se bamboleaban, tirando objetos frágiles de las estanterías. Por no hablar de mi falta de altura. Todo el mundo era más alto que yo, incluso Kate. Me hacía sentir insegura e inútil el hecho de que todo el mundo mirara siempre hacia abajo para hablar conmigo. Era como ser una niña de primaria regordeta para toda la vida.

Me lanzó una mirada y entrecerró los ojos.

―¿Cómo sabes que está con ella? ¿Le has estado espiando?

Un cosquilleo me recorrió la cara y apreté los labios. Vale, tal vez había echado un vistazo a su Facebook, pero ¿quién no lo habría hecho? Era algo totalmente inocente.

También lo había buscado en Google, pero sólo porque necesitaba asegurarme de que no se había caído por un precipicio. ¿Acaso entrar en un par de páginas me convertía en una acosadora? Lo dudaba. El ordenador sólo me había mostrado una única noticia reciente y era una foto de nosotros dos de hacía semanas. Los paparazzi tenían que actualizar los registros.

―No hace falta seguirle. Era evidente que estaban juntos la noche que discutimos.

Descruzó las piernas y se inclinó hacia mí.

―El hecho de que estuvieran al lado no significa que estuvieran juntos. Míranos a nosotras ―me desafió―. Nos pasamos el día al lado de hombres y no significa nada.

Me quitó un gran peso de encima. Tenía razón, pero no había parecido algo casual; se había notado algo cuando se tocaron. Pensar en ello me molestaba. Me apresuré en buscar una forma de cambiar de tema. Di un rápido suspiro y hablé mientras soltaba el aire.

―Hablando de Rosalyn, ¿cómo está?

Puso los ojos en blanco y se tiró del cuello de la camisa.

―Lo sabrías si respondieras alguna de sus llamadas. Ha dicho que vayas a la oficina.

No reprimí un bufido de burla. La simpática de Rosalyn. Siempre preocupándose por mí. Levanté la barbilla y miré a Kate.

―No voy a volver allí. Es eso lo que me ha metido en este lío.

Hundió los hombros y abrió los ojos de par en par.

―Mira a tu alrededor, Chloe. No estás tan mal. Te pagó las facturas, te trató a las mil maravillas y te quitó el gusanillo.

Resoplé. Lo decía como si hubiera sido algo sin importancia.

―Me ha arruinado la vida. No debería haber dejado que se saltara mis normas.

Frunció el ceño.

―Te estás comportando como una niña. Han pasado semanas. ¿Cuánto vas a asumir tu responsabilidad?

Crucé los brazos y alcé el mentón.

―Una pregunta muy inteligente, pero también es culpa tuya por hacer que aceptara ese trabajo. Nunca me habría metido en este lío si no fuera por ti.

Levantó la vista.

―Contrólate, Chloe. Ese cliente te ha salvado el culo, económicamente hablando. No hagas como que no has salido muy beneficiada. Y tú también lo deseabas a él. ―Pronunció cada palabra con énfasis.

Sentí que un dolor me atravesaba la nuca. No dije nada. Hacía mucho tiempo que había logrado aceptar el abrumador deseo sexual que sentía por Jake. Era el hombre más sensual y seductor del mundo. Pero el sexo no lo era todo y yo odiaba ser su prostituta particular.

―No puedes pasarte la vida sin hacer nada ―me presionó―. Recomponte y vuelve al trabajo. Tu padre te necesita. ¿Qué me dices de las últimas factures médicas?

Bajé la cabeza.

―Las pagó él.

Me dirigió una mirada de advertencia.

―Habrá más el mes que viene.

Me llevé los dedos al cuello y me di un masaje. «Gracias por recordármelo».

―Ya lo sé. Asegúrate también de meterme un par de facturas en el ataúd el día que me muera, por favor ―comenté apartando la mirada. La inminente amenaza para la salud de mi padre era lo último en lo que quería pensar. La miré y solté un quejido inevitable.

―Estoy peor ahora que cuando vine. ¿No se supone que tienes que hacerme sentir mejor?

Negó con la cabeza.

―Alguien tiene que hacerte entrar en razón. No me puedo creer que lo dejaras así, en un arrebato. ¿Sabes lo difícil que es encontrar a un hombre como Jake?

Estiré la espalda.

―No me estás ayudando, Kate. Es único, pero no necesito a alguien que sea un comodín. Sencillamente quiero a alguien que me lleve a cenar y al cine.

Kate movió la cabeza de lado a lado, haciéndose crujir el cuello. Me dirigió una mirada seria.

―Qué emocionante.

―No hay nada malo en querer una vida normal ―le informé levantando aún más la barbilla―. Algunos no necesitamos docenas de emociones espontáneas y asombrosas. Bastaría con un simple ramo de flores.

Gruñó con la vista en el techo, después me miró y sonrió con superioridad.

―Claro, un puñado de flores supera a los diamantes y al Dom Pérignon cualquier día de la semana.

Respiré con fuerza al tiempo que me iba enfadando. ¿Por qué todo tenía que tratarse de dinero? No aspiraba a ser a una cazafortunas de fama mundial y odiaba el hecho de haber cedido y haber intercambiado dólares por sexo. Me incorporé.

―¿Lo quieres? Es todo tuyo.

Levantó una ceja y me miró fijamente.

―¿Acaso es tuyo como para que puedas cederlo?

«Bingo». La discusión en sí no tenía en qué sostenerse. ¿Cómo iba a volver con un hombre que no era mío?

―Tienes razón ―confirmé, señalándola con el dedo índice―. No es mío y nunca lo ha sido.

Un gélido vacío se asentó inmóvil en lo más profundo de mi estómago. ¿Por qué me sentía como si me hubieran partido las rótulas? Cada célula de mi cuerpo estaba a punto de estallar.

―¿Por qué no me estás apoyando más?

Agarró un cojín del sofá y lo abrazó.

―No lo sé. Una parte de mí espera que te cases con este tío.

Un dolor me atravesó el cuello.

―¿Estás loca? Quiere sexo, no quiere ataduras ni que lo encierren.

Bajó la cabeza y miró fijamente la alfombra.

―¿No sería genial pasar el día tumbada en la piscina y bebiendo mojitos?

Apreté los labios con fuerza, formando una fina línea. No me gustaban sus propósitos, pero los entendía. El daño que me había hecho no era deliberado, pero aun así necesitaba asegurarme de que las cosas estaban claras.

―Sólo quieres que esté con él porque tú también te beneficiarías y eso no es justo. Lo estoy pasando mal. Jake y yo no podríamos llevarnos bien ni diez minutos.

Echó la cabeza hacia atrás y levantó las manos en el aire.

―Entonces, ¿cómo es que pasasteis tanto tiempo juntos?

―Adicción ―murmuré con la boca pequeña. Era vergonzoso y estúpido, pero al menos ya estaba en la primera fase: admitirlo.

Torció la boca hacia un lado y me lazó una mirada.

―¿Te pagó por la noche en que rompisteis?

Volví la vista atrás, recordando que me había dicho que no era mejor que esa zorra de Alice. Tragué saliva y levanté la cabeza.

―No acepté el dinero. Lo he devuelvo al banco.

Abrió los ojos asombrada.

―¿Estás loca?

―No lo quiero ―gruñí.

Hinchó la nariz mientras me miraba con dureza.

―No importa. Lo necesitas.

Empecé a ver borrosas las paredes del salón.

Después de todo lo que había pasado, todavía tenía el descaro de lanzarme dinero. Ni una llamada ni un correo. Sólo más dinero.

―Incluso me pagó un extra, pero un simple «lo siento» habría ayudado bastante.

Relajó los labios y ladeó la cabeza.

―Sabes que nunca se disculparía. Tiene a gente perdiendo el culo por él veinticuatro horas al día. Todo el mundo vive y respira por Jake Sutherland.

―Mmm… Qué mal rollo.

―Bueno, vamos a ver. Entonces te despiden, estás sin trabajo y decides rechazar la última nómina. Calma. No hay que ser Einstein para solucionarlo. Llama al banco y comprueba si pueden devolvértelo.

Reprimí las ganas de entornar los ojos. Por lo general, la lista era yo. ¿Qué coño había pasado? Tenía toda la razón, pero no dejaría que ganara esa discusión. Me prometí mantenerme en mis trece.

―No voy a hacer eso.

Lanzó los brazos al aire.

―No quieres el dinero de ese hombre. No vas a volver a la agencia ―añadió―. ¿Qué vas a hacer?

Tardaría algunos meses más, pero al final saldría de todo esto convertida en una vencedora cada vez más fuerte.

―Trabajaré de camarera, me sacaré unas propinas.

No dijo nada.

El dinero que se ganaba de camarera no se acercaba ni por asomo al que se conseguía como acompañante, pero tener un trabajo honesto significaría que no tendría que tirar mis principios por la ventana.

―¿Y eso es mejor que un playboy multimillonario y atractivo?

―Ese hombre arrasa con todo. Tengo ganas de que lleguen las próximas semanas de paz y soledad.

―Y una mierda ―estalló―. No te he visto tan destrozada en la vida.

Vale, ¿y qué si no estaba pasando por los mejores días de mi vida? Había disfrutado y había perdido lo que nunca llegué a tener. El problema era que no había aprendido una mierda. Mi mente aún era un túnel oscuro y deprimente y no me veía capaz de salir viva de esa. Me froté los tensos músculos del cuello.

―Eso es porque era una relación tóxica. Me estoy desintoxicando. Creo que lo llaman reacción Herxheimer. Es cuando las cosas empeoran antes de mejorar.

Cerró los ojos con fuerza y volvió a abrirlos. Apretó los labios mientras parpadeaba varias veces.

―¿Al menos te has quedado con la enfermera o también te has deshecho de ella?

Jake había contratado a una cuidadora privada a tiempo completo para mi padre. Nunca la miraba directamente a los ojos porque me hacía pensar en él. No me había gustado la idea de contratarla desde el principio y algo me decía que acabaría ocurriendo esto. La dirección no era una de mis habilidades, pero un mes antes había reunido el valor para decirle que ya no necesitaríamos sus servicios.

¿Su reacción? Había cogido un montón de sábanas, las había metido en la lavadora y había echado un vaso de detergente. Me había dicho que Jake estaba al mando y que no se le permitía aceptar órdenes ni mías ni de mi padre. Probablemente también era una gran seguidora de Jake. Todo el mundo lo era y era algo horrible. Tiré de un hilo de la camisa y lo quité del dobladillo.

―No se va a ir a menos que llame a la policía.

Kate se quedó boquiabierta.

―¿Has perdido la cabeza? Os ha dado a ti y a tu padre una cuidadora increíble ¿y tú coges el teléfono y llamas a la policía? ¡Ese hombre está intentando cuidarte!

Me burlé de ella.

―Estás delirando. Somos acompañantes ―le recordé―. Los clientes no se preocupan por nosotras, nos compran y nos usan.

―Ya no es tu cliente ―dijo con claridad―. Eres libre como un pájaro.

Di un largo suspiro y solté el aire con un quejido.

―No voy a llamar a la policía, ¿vale? Sólo estoy pensando en cómo salir de esta.

Se puso firme.

―No la líes más de lo que ya la has liado. Los dos salís ganando, boba. Deja que te ayude, no tiene nada de malo.

Un dolor me atravesó la base de la cabeza. Ahora mismo Kate estaba hablando con más lógica que yo y eso me ponía de los nervios. Estiré el cuello hasta que oí un crujido.

―Claro, seré su obra de caridad ―refunfuñé, apartando la mirada mientras fingía estar absorta en una uña rota.

Relajó los hombros.

―¿Y el otro chico? ¿Cómo se llamaba? ¿Dale?

―Dane ―la corregí, agradecida por cambiar de tema―. No es nadie. Probablemente sea igual de problemático que su primo.

Se mofó.

―Claro. Un problema de un millón de dólares. ¿Está saliendo él con alguien?

Fruncí el ceño.

―Da igual. Es demasiado joven para cualquiera de nosotras.

Se irguió.

―¿Por qué no le llamas? A veces lo único que hace falta es la compañía de otro chico para superar el primero.

Vale, una cosa era regañarme por haber perdido a Jake, pero ahora estaba intentando también meter a Dane, el hombre que hacía que Jake se pusiera hecho un basilisco. ¿Cómo iba eso a arreglar algo? Tenía que eliminar esa idea y rápido.

―Eso es lo que se conoce como relación de rebote y nunca funcionan.

―No hace falta. Inténtalo. Sólo un café, no tienes que casarte con él.

Tenía razón. Tomar una bebida caliente con Dane podría ser realmente terapéutico. Además, de paso podría investigar el paradero de Jake. No es que quisiera volver con Jake. Todo lo contrario… Lo odiaba. Sólo quería asegurarme de que no se había puesto enfermo y había muerto en su ático. Curvé las comisuras de los labios en una sonrisa y le puse cara de cordero degollado.

―Lo haré si vienes conmigo.

Levantó las palmas de las manos.

―No, gracias. No quiero arruinar tu cita con el macizo ese.

―¿Qué? No es un macizo y no es mío. Ni por asomo. ¿Cómo me vienes con esas después de toda la conversación que hemos tenido?

―Chloe, te estoy vacilando. Pero en serio, ¿qué coño haces? ―Me cogió el teléfono del regazo y me lo lanzó a una teta―. Tienes el teléfono de ese tío. Llámale.