Capítulo 1
Es oficial: soy prostituta… de lujo, pero en cualquier caso una repugnante fulana. No podía soportar mirarme a la cara mientras me arreglaba para ir al hospital. Dentro de poco quitaría todos los espejos y se los daría a la beneficencia. La vergüenza empañaba mi reflejo. Mi padre sentiría asco si supiera lo que había hecho. Por eso nunca lo descubriría.
Fiel a sus palabras, Jake Sutherland había saldado la deuda de las facturas del hospital de mi padre. Los amigos multimillonarios resultaban útiles, aunque no es que lo considerara mi amigo. Era más bien un enemigo acérrimo. Había tomado todas y cada una de mis normas y las había partido en pedazos y después me había destrozado también a mí. Teníamos una fuerte atracción química, pero eso era todo, y por ese motivo no se había molestado en intentar que fuera su novia. Simplemente compraba lo que deseaba y se salía con la suya. Y eso estaba muy mal.
Por otra parte, nos había ayudado a mi padre y a mí, así que le estaba agradecida. ¿Qué habría ocurrido si no hubiera llegado con el dinero? ¿Habrían dejado a mi pobre padre en la habitación y habrían apagado la luz?
Me deshice de esos pensamientos cuando llegué a la entrada principal. Me dirigí directamente hacia su habitación, pero una joven enfermera con una bata morada y zapatillas de deporte blancas me detuvo. Puso una bandeja de medicamentos prescritos en el mostrador y me miró detenidamente.
―¿Es usted familiar del señor Madison?
Me detuve. La mayoría de la plantilla no se molestaba en preguntarme porque parecía que sabía hacia dónde ir. Sentía el latido del corazón en los oídos. «Por favor, dame buenas noticias».
―Sí, ¿ha pasado algo?
―Venga, le hemos trasladado. Le enseño el camino.
Mis hombros se relajaron mientras la enfermera me llevaba a un pasillo que no conocía.
Me sonó el teléfono: acababa de recibir un mensaje. Sentí un hormigueo en el estómago al ver el nombre del remitente.
Jake:
> Ven a mi despacho a las dos.
Sus mensajes eran siempre bruscos y no perdía tiempo en preguntarme si podía ir o no. Esperaba que cancelara todos mis planes y que atendiera todas y cada una de sus necesidades y eso era muy desconsiderado por su parte. ¿Por qué todo tenía que ser tan urgente? Me mordí el labio mientras barajaba las posibles respuestas al tiempo que intentaba mantener la vista en el camino. Sería desastroso que me chocara contra un carrito del hospital.
―No está permitido usar los teléfonos móviles. ―La enfermera interrumpió mis dispersos pensamientos mientras se paraba y me miraba por encima del hombro―. Puede ir a las zonas comunes, pero aquí lo tiene que apagar.
Noté una sensación de pánico en el pecho y me mordí la mejilla.
―¿Puedo sólo responder a este mensaje? Es sólo un minuto.
La enfermera vaciló, pero accedió.
Cogí el teléfono con ambas manos. ¿Cómo iba a salir corriendo para ir a verle? ¿Mi padre acababa de pasar por una operación de vida o muerte y yo echaba a correr para ir a una emocionante cita con el soltero más codiciado del mundo? No, eso no iba a pasar. La vida de mi padre pendía de un hilo, así que me necesitaba más que Jake.
Escribí una respuesta rápida.
>Lo siento, tengo que cuidar a mi padre esta noche.
Apagué el teléfono y lo metí al bolso. Tardé poco en olvidarme del mensaje mientras el hedor del desinfectante de hospital se transformaba en un aroma a lavanda. Las paredes blancas ya no estaban tan desnudas, sino que de cada panel colgaba una obra de arte personalizada. El pasillo entero era más cálido y tenía un aire lujoso. Las bandejas de servir brillaban demasiado e incluso las jarras de agua eran diferentes. Nada de eso tenía sentido. Parecía un hotel de cinco estrellas en lugar de un hospital.
―¿Por qué lo han trasladado? ¿Por qué no me han informado?
―Es el procedimiento estándar después de una operación. ―La enfermera le dirigió una sonrisa comprensiva, pero ninguna disculpa.
Hacía tanto calor en el pasillo que me estaba asfixiando. Tamborileé con los dedos una garrafa mientras avanzábamos a grandes zancadas para ver cómo sonaba. ¿Era cristal? No, era plástico pesado, pero de todas formas era elegante.
―¿Esto? Esto no es estándar. ¿Qué está ocurriendo aquí?
Debían de haber trasladado a mi padre mientras yo no estaba la noche anterior. Después del sexo y de la comida, Jake me había llevado al hospital, había pagado las facturas y me había llevado a comprar provisiones. No había sido capaz de ir a ningún sitio hasta que me despachó. Aunque no me trató como a una esclava sexual, yo me sentía así de todas formas al estar a su entera disposición. Para él, yo sólo era un cuerpo disponible que podía usar de vez en cuando si le apetecía. Lo más extraño fue ver a Jake Sutherland en un supermercado, haciendo la compra como el resto de los mortales. Parecía desconcertado y perplejo mientras me observaba leer por encima las etiquetas con los ingredientes para elegir la caja correcta de barritas de cereal. Por suerte, después de dos horas haciendo recados estaba tan agotado que me llevó de vuelta a mi coche y me pude ir a casa.
―Va todo bien, señorita Madison. Lo hemos trasladado por cortesía del señor Sutherland.
Ni siquiera tuvo que leerlo en el portapapeles. Una sonrisa de emoción se le dibujó en los labios al pronunciar el nombre del conocido multimillonario.
Tensé la mandíbula y resistí la tentación de entornar los ojos. Me dieron ganas coger un trapo y borrarle esa sonrisa de la cara. Lo habían trasladado de repente sin mi consentimiento y esa mujer no tenía ni idea de con quién estaba hablando. Este hombre ahora controlaba todos los aspectos de mi vida y yo lo odiaba. Jake ni siquiera estaba emparentado con mi padre. Yo sí y me ponía de muy mala leche que no me lo hubieran consultado antes.
Todos mis pensamientos pasaron a mi padre. ¿Qué estaría pensando en ese momento? Sabía que no tenía el dinero para pagar algo así. Levanté la barbilla.
―Es muy amable por su parte, pero la habitación anterior era perfecta. Esto es totalmente innecesario.
Inclinó la cabeza hacia un lado, pero de su rostro no despareció su expresión soñadora.
―¿Lo llevamos de nuevo al ala este?
La imagen del pasillo del que acabábamos de salir me hizo sentir un hedor a vómito y a desinfectante. Tragué el incómodo nudo que tenía en la garganta. ¿Por qué iba a querer eso para mi padre? ¿Me estaba comportando de manera estúpida y orgullosa? Necesité cada ápice de valor para formar una sonrisa con mis reacios labios. Hundí los hombros.
―No, está bien ―murmuré―. Lléveme a su habitación.
La sonrisa estática no se le borró de la boca. Su cara estaba demasiado radiante mientras abrazaba la carpeta contra el pecho.
―Claro ―respondió, indicándome que continuara.
Reprimí las ganas de arrancarle la carpeta de los brazos y darle un golpe en la cabeza con ella. Era completamente consciente del estatus de sex symbol de Jake, porque la noche anterior en el supermercado había echado un vistazo a la esquina de un periódico sensacionalista semanal. Fingí no haberlo visto mientras poníamos la comida en la cinta transportadora. No tenía necesidad de leer artículos sobre el arrebatador hombre del billón de dólares; veía el drama de primera mano. Además, nunca le daría la satisfacción de verme pensar que era un tío bueno, porque no lo era. Sólo era un hombre y lo trataría como tal. Un hombre normal y corriente.
Sin embargo, la enfermera no estaba libre de culpa. Estiré el cuello y tensé los labios.
―Tengo que comprobar su régimen de comidas.
Después de poner un pie en la suite de lujo y ver a mi padre apoltronado entre mantas rojas aterciopeladas, me aclaré la garganta y le arranqué el papel de las manos. Ojeé el menú de filet mignon, gambas y caviar. Tenían de todo excepto coñac. Me tenía sin cuidado si lo trasladaban a la azotea, pero al menos sería yo quien llevara el control de sus comidas. Le dirigí una rígida sonrisa y le devolví el menú.
―Gracias. Es intolerante a la lactosa y, por favor, asegúrese de que no coma carne roja a menos que sea alimentada con pasto.
«Trágate esa».
La enfermera pasó por delante de mí arrastrando los pies y cogió de su mesilla un cuenco medio vacío de arándanos y semillas de granada.
―Lo apuntaré en su expediente y avisaré a la cocina ―declaró antes de girarse hacia mi padre―. ¿Cómo se encuentra hoy, señor Madison?
―Mejor, ahora que mi hija está aquí ―respondió, esbozando una sonrisa.
Sentí una punzada de culpa en el estómago. Llegaba dos horas más tarde de lo habitual. No había pretendido llegar tarde, pero durante el último mes mi mente estaba hecha un lío y necesitaba hasta la última pizca de mi fuerza mental para ocuparme de las tareas diarias. Jake me había consumido hasta la última gota de energía la noche anterior. Aun así, me alegraba ver a mi padre tan optimista.
Tenía la piel pálida y macilenta, pero sus ojos brillaban más y parecía mucho más sano que antes. ¿Por qué no habíamos hecho la operación antes? No importaba, ahora ya estaba hecha y parecía estar mejor. Dejé escapar un largo suspiro y relajé los hombros. «Creo que se va a poner bien».
Analizó la parte superior de mi cuerpo y torció la boca hacia un lado al tiempo que entrecerraba un ojo.
―Estás distinta. Más relajada.
Tragué saliva, cubriéndome más con la chaqueta. Jake me estaba convirtiendo en alguien que no era y necesitaba ocultarlo y cambiar rápido de tema.
―Tú también ―solté.
Y era cierto. Tenía la cara más tranquila de lo que le había visto jamás. Era bueno recibir cuidados profesionales, aunque estaba sorprendida por la mejora con respecto a lo que yo le proporcionaba en casa.
―No puedo quejarme. El servicio es bueno y esta mañana han venido con algún tipo de tratamiento raro para la piel para que no tuviera aspecto de llevar días durmiendo en el hospital. ―Se puso serio―. ¿Quién está pagando esto, Chloe?
No estaba segura de si quería agradecérmelo o retorcerme el cuello, así que decidí callármelo. De todas formas, era imposible que estuviera preparada para inventarme una mentira tan rápido, así que no contesté. En lugar de eso, le puse una mano en la frente.
―¿Cómo te sientes? ¿No sientes dolor muscular ni ningún malestar fuerte por el pecho?
Levantó una ceja y me dirigió una mirada de advertencia antes de hundir los hombros. Su mirada se ablandó.
―No siento ningún dolor ni ningún malestar en absoluto. Sólo un cosquilleo cuando me muevo mucho. Los puntos son muy recientes.
Relajé los hombros al experimentar una inesperada sensación de alivio, no sólo porque la operación hubiera sido un éxito, sino porque había conseguido cambiar de tema. Mi padre se estaba curando y lo último que necesitaba oír era que el nuevo trabajo de su hija era el de puta. Sonreí.
―Bueno, pues no te muevas demasiado.
Por primera vez en meses, di un profundo respiro por la nariz y exhalé. La paliza del día anterior me había dejado agotada, así que cuando mi padre se durmió, le dejé una nota diciendo que volvería por la tarde. El aire fresco me golpeó la cara al salir.
Cuando llegué a casa, me di una ducha y comí algo antes de irme directa a la cama. Jake me había dejado agotada, pero no fui capaz de dormir mientras descansaba tumbada sobre mi espalda. Fijé la mirada en el techo y pensé si aceptar su propuesta había sido la opción correcta. El dinero no me haría rica ni por asomo, pero si seguía trabajando para él, mi padre y yo podríamos vivir cómodamente sin tener que preocuparnos por las facturas. Sin embargo, no podría vivir para siempre de ese trato. Sin duda Jake se aburriría de tener siempre a la misma acompañante, pero en cualquier caso yo intentaría alargar el contrato tanto como fuera posible.
El sentimiento de culpa se resistía a desaparecer, haciendo que fuera imposible dormir. Me giré hacia un lado y me quedé mirando al vacío. ¿Sabría mi padre quién estaba pagando las facturas? Al final, la oscuridad me rodeó y me sumió en un profundo sueño.
El sonido de alguien llamando a la puerta con insistencia resonó por toda la casa.
Me incorporé de golpe, sudando por las capas de mantas que me cubrían. Me froté los ojos e intenté despejar la mente. Saqué las piernas de la cama balanceándolas, me aparté el pelo de la frente y bajé. ¿Quién podría ser? Miré el reloj. Sólo eran las tres de la tarde, pero en una o dos horas tendría que volver al hospital. Me froté los ojos y cogí un par de zapatillas de casa.
Otro golpe sacudió la puerta.
―¡Un minuto!
Fuera quien fuera, estaba loco y ni siquiera esperó a que diera tres pasos antes de empezar a aporrear la puerta.
Abrí la puerta y vi a Jake con un traje negro esperando sobre el felpudo. Llevaba su cabello oscuro engominado hacia atrás y tenía las comisuras de los labios hacia abajo, formando una mueca.