Capítulo 4

Me estaba arrastrando a la pista de baile antes de que me diera cuenta de lo que estaba pasando. Intenté seguir el ritmo de las largas y viriles zancadas de Jake, pero mis pequeñas piernas no tenían nada que hacer. Me ardían las mejillas mientras trotaba tras él con los Jimmy Choos, intentado seguir su paso. Después de abrirse paso entre la multitud, se detuvo de golpe en medio de la pista de baile.

Estaba sin aliento.

Tiró de mí con fuerza hacia él, chocando nuestros cuerpos entre sí.

Mis caderas se chocaron con la parte alta de sus muslos y mi cabeza rozó su barbilla hasta que di con la nariz en su pecho sólido como una roca. Sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas mientras me agarraba el puente de la nariz.

―¡Ay, me has hecho daño!

Me sostuvo las mejillas con las manos y me examinó la cara. Me miró con seriedad; se le hinchaba la nariz al dar profundos respiros.

―Sobrevivirás.

Sentí que el enfado me corría por las venas, invadiendo todo mi cuerpo. Quería estrangularlo. Era un adulto comportándose como un adolescente inmaduro y tenía el descaro de restarle importancia como si su comportamiento irresponsable no me afectara. Le di un golpe en el hombro.

Ese acto violento lo dejó desconcertado. Me miró con furia, frotándose la zona donde le acababa de dar. Gruñó.

―Me has hecho daño, joder.

Levanté el puño, preparada para darle en el pecho, exactamente en el mismo lugar en el que me había golpeado la nariz.

Me agarró la muñeca en el aire.

―Para, mujer ―me ordenó en un tono acorde a mi enfado―. Ha sido sin querer y no habría pasado si hubieras estado prestando atención en vez de pensando en mi primo.

Me hervía la sangre. El enfado había ido aumentando en los últimos siete días al fingir que yo no existía y ahora estaba furiosa. Me puse las manos en las caderas, recibiendo con agrado la ola de ira que se apoderó de mí. A la mierda el dinero. Quería justicia.

―No puedes tratarme como una mierda toda la semana y luego aparecer y arrastrarme de un sitio a otro como si fuera tu mujer de las cavernas.

Por suerte, no había nadie prestándonos atención y no oyeron las duras palabras por encima de la música.

Bajó la mirada y me recorrió el cuerpo con los ojos. Me tiró de la muñeca para acercarme más a él.

―Cambia ese tono o te daré en el culo como si no hubiera mañana ―me advirtió con voz baja y gélida.

Sentí que mi rostro enfebrecía y el estómago me dio un vuelco. Pensar en que me azotara de nuevo me hizo sentir una deliciosa sensación entre los muslos. Aparté los ojos de los suyos para que no viera cuánto me habían afectado sus palabras. Mierda. Estaba en mitad de una pelea con ese hombre y lo único que podía pensar era en tenerlo entre las piernas, follándome sin parar hasta gritar a voz en cuello su sensual nombre.

Di un profundo respiro para controlarme.

Cerró los ojos y los volvió a abrir. El pecho se le relajó un poco, pero seguía con la nariz hinchada.

―No conoces a mi primo, Chloe. Es un mujeriego y no trae más que problemas.

Reprimí una burla y me crucé de brazos delante de él.

―Mira quién habla.

Sus fornidos brazos se relajaron.

―Está bien, a lo mejor no siempre tomo las decisiones más sabias, pero sé qué es lo mejor para ti y no puedo dejar que hables con él así.

―¿Así que tú puedes andar por aquí con quien te da la gana y se supone que yo tengo que sentarme en una silla y esperar hasta que acabes?

Se pasó la mano por el pelo y gruñó.

―Sólo lo hice porque me estabas volviendo loco. Y además la semana pasada en el coche te disculpaste, pero aquí estamos de nuevo y prácticamente te estás restregando contra su polla.

Se me encogió el estómago por sus horribles acusaciones.

―Hablar y bailar no es follar, Jake. Pero si te apetece hablar del tema, ¿qué me dices de ti y todas esas chicas? ¿Y esa rubia? ¿Quién cojones era esa?

Vale, a lo mejor estaba exagerando con las preguntas. Ni siquiera teníamos una relación de verdad. Pero aun así la capacidad de mi cerebro para soportar tantos golpes era limitada. Había cometido un error y había bailado con otro hombre la semana anterior ¿y ahora tendría que pagar por ese crimen el resto de mi vida?

―¿Esa? No es nadie ―dijo mirándome directamente a la cara―. Y tú no vas a relacionarte con esa serpiente engañosa que es mi primo.

Me apreté las doloridas sienes con las yemas de los dedos y las masajeé. Sólo quería darme órdenes, pero no me daba respuesta para ninguna de mis preguntas. Tragué saliva y levanté la cabeza.

―Hablaré con quien me dé la gana. De todas formas, ¿por qué estás tan preocupado por con quién hablo?

No dijo nada, cerró los ojos y tomó aire por la nariz. Tiró de mí hacia él con fuerza y se apretó contra mí hasta que nuestros cuerpos empezaron a moverse al suave ritmo de la música.

Mis pechos rozaron su torso, haciendo que los pezones se me pusieran duros como piedras. Se frotaban contra las finas copas de mi sujetador, anhelando ser libres para que ese apuesto hombre los succionara y los acariciara. Un latido familiar empezó a palpitar en el prieto nudo de nervios que se ocultaba entre los pliegues de mi entrepierna. Deseaba pasar un buen rato a solas con ese hombre apasionado que me hacía arder por todas partes. Una imagen mental de mí bajo su cuerpo mientras él me azotaba hizo que los muslos se me contrajeran.

―Te he echado de menos ―me dijo con la voz rota de la emoción.

A veces Jake Sutherland podía dar un cambio de ciento ochenta grados y dejarme atónita.

―Yo también te he echado de menos.

―Bien ―aceptó mirándome con un calor tan intenso que me hizo sentir incómoda―. Ven, deja que te enseñe algo.

Me pareció que el aire se calentaba y se volvía espeso. Mis labios se curvaron en una sonrisa.

Asintió, dejó de abrazarme y me cogió de la mano. Me llevó lejos de la abarrotada pista de baile hacia un pasillo oscuro.

El corazón me latía contra el esternón a medida que nos escabullíamos escaleras arriba. La casa estaba en silencio.

―¿Adónde vamos?

Miró hacia la planta baja a los invitados a la fiesta e hizo una mueca. Cuando me miró, su mirada se ablandó.

―A estar solos.

Jake me llevó a una de las habitaciones y me guió hacia adentro.

Una mesa de billar de cerezo y un diván de piel rojo amueblaban la habitación. Miró hacia el pasillo y después cerró la puerta y echó el pestillo. Me agarró y me giró de modo que me quedé de cara a la puerta.

Una balsámica oleada de calor, lujuria y sándalo flotó por el aire mientras colocaba las palmas de las manos sobre la superficie de madera.

Sus manos subieron por mi cuerpo y me separaron los muslos enfebrecidos, abriéndome hasta que el vestido no se pudo estirar más.

Agarró el dobladillo del vestido y tiró de él hacia arriba hasta que se me quedó plegado alrededor de la cintura. Sus manos sensuales estaban por todo mi cuerpo, tocándome las caderas, el culo y los dispuestos pechos. Me tocó, pellizcó y frotó los pezones, que se endurecieron para él. Sus salvajes jadeos me calentaban la parte posterior de los hombros.

«Dios mío, cuánto le he echado de menos».

Esta vez Jake no me atormentó y cada vez que sus dedos voraces me tocaban, sentía unos latigazos palpitantes por la entrepierna. Me bajó las bragas de encaje rosas hasta los tobillos y me dejó sacar los pies.

Las recogió, se las llevó a su nariz aguileña e inhaló el aroma de mi excitación. Cerró los ojos y tembló al exhalar. Después se metió la prenda en el bolsillo delantero de sus pantalones de vestir.

El sonido tintineante de sus tirantes me hizo sentir un escalofrío de excitación por todo el cuerpo. Lo miré por el rabillo del ojo mientras se desabrochaba los pantalones y los dejaba sueltos. Se me escapó un gemido de los labios.

Se bajó los bóxer de un tirón, agarró su enorme erección y frotó su pene duro como una piedra contra la raja de mi culo, sujetando la parte superior de mi cuerpo para apoyarse.

Cada impaciente célula de mi cuerpo vibraba, enviándome señales de deseo y gula. Los pliegues de mi entrepierna estaban tan húmedos que no podía esperar más. Apreté el culo con fuerza contra su rígido miembro.

―Por favor, Jake. Date prisa ―le supliqué.

Un gruñido profundo y molesto resonó en el espacio que nos separaba.

Sin previo aviso, me metió su gruesa e hinchada erección de una embestida.

Mis caderas frenéticas se movieron hacia adelante mientras yo gemía, reprimiendo los gritos que amenazaban con salir de mis labios.

La puerta golpeaba hacia adelante y hacia atrás por la fuerza bruta con la que lo estábamos haciendo.

Los gemidos salvajes de Jake se fusionaban con mis suaves maullidos. Estaba descargando su rabiosa excitación contra mí con fuerza y rapidez.

Me agarró las caderas con las manos fuertemente mientras yo intentaba contener los gritos que luchaban por salir. No tenía ni idea de quién era el dueño de esa casa y no me importaba. Lo único que me importaba en ese momento era nuestro acalorado intercambio de pasión.

Me abrí más y empujé hacia atrás contra él, recibiendo cada frenética embestida con entusiasmo mientras la conocida lujuria me daba vueltas en la entrepierna. El fuerte sonido de nuestra piel al entrechocarse resonaba en el aire.

―Tócate, cariño ―me ordenó Jake entre torpes jadeos―. Tócate hasta que te corras.

Grité por la crudeza de sus palabras y deslicé la mano hacia abajo para sentir mi humedad. Encontré el clítoris hinchado y lo froté en círculos breves y rápidos hasta que mi interior explotó y no pude seguir reprimiendo el placer. Grité de puro éxtasis mientras las intensas embestidas me penetraban llevando al límite a mi entrepierna vibrante y empapada.

El gemido fuerte y masculino de Jake bramó por encima del mío mientras su agresivo miembro lanzaba su semilla caliente por las paredes de mi tierno y femenino conducto. Por un momento dejó caer su pesado cuerpo en mi espalda y luego tomó más aire y retiró su miembro, que se iba ablandando.