Capítulo 21 - Prometo estarte agradecido
No es el último capítulo. Es que no quería llegar al final para dar las gracias. Si mañana me da un jamacuco y dejo el libro a título póstumo, no me podría perdonar no haber dado las gracias a tanta gente buena. Tengo muchas personas a las que dedicar este capítulo.
A mí me gusta la gente que es agradecida.
Es de bien nacidos. A veces por las prisas, la jerarquía o la falta de educación nos olvidamos de dar las gracias. Mira a los ojos cuando lo digas, siéntelo de verdad. Reconforta más que un filete.
A mí me alimenta a ciencia cierta, cada vez que hago algo bien y alguien me da las gracias, me hace crecer. Me llena de alegría.
No ha sido fácil llegar hasta aquí. Ni siquiera sé muy bien cómo he llegado. Me llevo puesta una experiencia de vida. De esas que a uno le marcan y que sin duda te hacen aprender latín: “Altius, citius, fortius” a ser más alto, más rápido y más fuerte.
Los que ya pasaron por esto, seguro que intentaron olvidar. Poner tierra por medio, una mueca “sé lo que es” cuando cae alguien cerca, incluso algún consejo o prestan un hombro. Y el ineludible paso del tiempo borra el rastro de algo de lo que nunca quisimos contar.
Perdonad que me revele pero no quiero dejar pasar este momento sin tintero. No puedo ni quiero dejar de acorralar a aquellos inconscientes que cortaron cabezas sin pensar, que jugaron a ser Dios y que infringieron dolor sin razón. No todo en esta vida ni en la empresa va de dinero.
Lo voy a poner en positivo. Llevo toda la vida haciendo lo que creo que es correcto, el bien. Mi bien. Algunas veces mejor y otras no tanto. Me acusaron muchas veces de no ser duro, de no pegar un puñetazo en la mesa, de dejar hablar, de entender, de comprender, de ponerme en su pellejo y mil veces me engañaron. Y a pesar de ser consciente, nunca dejé de dar una oportunidad, ni dos. Me la llevé por confiado, me la llevé por bueno de tonto, me la llevé por iluso, me la llevé tantas y tantas veces… y siempre había alguien que me decía “no te das cuenta de que abusan de ti, de tu confianza, de tu generosidad, de tu bondad…” ¡Coño! Claro que me doy cuenta. Pero es que soy así, no soy de desconfiar, ni de engañar. Soy Tauro.
Pero esa vez que confías y te corresponden merece tanto la pena que se me olvida el millar de agravios.
Cada vez que alguien te devuelve la confianza se pone un ladrillo de un mundo mejor. Y eso amigos, al menos a mí y sé que a muchos más, que de tontos somos buenos, nos llena de alegría. Y nos justifica para seguir así.
Y es cierto que el que siembra cosas buenas, más pronto que tarde recoge una buena cosecha (y lo contrario).
Os lo cuento, porque no podría haber llegado a este momento sin dar las gracias a tantas personas que con su cariño, sus palabras, sus llamadas, sus quedadas, sus mensajes, sus consejos, su ayuda, sus caricias... me hicieron el camino más llevadero.
Hemos reído, hemos llorado, hemos cantado, bailado, bebido y comido. Hemos hecho esto juntos, a poquitos de muchos. Y no puedo ser más que un bien nacido y daros las gracias de todo corazón. Especialmente a los que tengo cerca y que por veces no estuve fino. Tú ya lo sabes.
Os lo dije, Dios aprieta, a veces mucho, pero no ahoga. Te suelta dos bares de presión y sientes que alivia. Al final de todo se sale y no siempre se gana, pero desde luego, siempre se aprende.
Es duro cuando tienes que prescindir de cosas. Luego te das cuenta de que realmente no las necesitabas. Los vaqueros "low cost" abrigan más y me quedan mejor. Pero es especialmente difícil cuando ya has quitado todo lo que podías y tienes que decidir quitar algo del final de la lista. Y creedme, cuando le quitas algo a tu hijo que sabes que le hacía bien, te duele, mucho. Y cuando Manuel te dice que no le saques, que no hace falta que le pagues… ¡Joder! Te vienes abajo y lloras. Y ves que hay gente buena, de muy buena pasta. Y das gracias a Dios y te dice sigue así pichón, que vas bien.
Y como tantos padres que después de darle la vuelta a todo, dan el paso de sacar a sus hijos del colegio para ir a uno público, llega ese día que te has armado de valor para explicárselo al director, y éste te ayuda. Ese día vuelves a creer en la raza humana. Dios es grande, y Alá, y Yahvé y Buda... Y te desmoronas, tu orgullo parte, tu capacidad de agradecimiento te emociona y caen más lágrimas sobre el teclado. Si estamos a las duras, estamos también a las maduras. ¿Te creías bueno? Pues toma dos tazas. Hay personas que valen la pena, hay momentos de personas que son de ley.
¡G-R-A-C-I-A-S!
La crisis nos ha dejado más solidarios. Hay muchos casos, demasiado reales. Gracias a la pensión de los abuelos están tirando muchas familias. Vivieron la posguerra y saben que hay cosas mucho más importantes. Les viene de raza.
Desinteresadamente o interesadamente, ¿qué más da?, la cultura de ayudar es la que auto genera buen rollo y entramos en una buena dinámica.
No puedo decir más que gracias. Prometo seguir haciendo el bien. Prometo corresponder ayudando a los demás. A dar sin esperar. A dar sin recibir. A dar por amor. Por lo que yo ya recibí. Acabaremos construyendo un sitio en el que estemos y nos sintamos orgullosos de vivir. Prometido, palabrita del niño Jesús.
Prueba a ayudar a alguien sin que te lo pida. ¡Ya verás! Las reacciones son de extrañeza. La gente no espera que la ayudes incluso cuando te lo piden, pero ya que les ayudes sin pedirlo es la leche. ¡Hoy por ti y mañana por mí!
Tampoco te preocupe la gente que te responde "yo no te he pedido ayuda". Responde con un "perdona, pensé que te podía ayudar y lo hice de buena fe". Acostumbra a la gente a tratarte con amabilidad. El odio se alimenta de odio, el mal retrocede ante el amor, la bondad y la paz. Parezco un cura.
Hijos míos, hijos míos... en verdad os digo. Estamos muy faltos de cariño. Repartid amor por todos los poros de vuestra piel y ya veréis como la vida os sonríe.
Por eso empecé a escribir este libro, con ánimo de ayudar a gente que, como yo, un día se vio desorientada en el paro.
No puedo estar más agradecido.