Capítulo 34
Dejé la mesa a mi espalda y subí por las escaleras como pude hasta la sala de estar.
Charity estaba sentada en el sofá con la cabeza agachada, moviendo los labios. Cuando aparecí, se levantó y se puso frente a mí. La tensión la recorría como un escalofrío. Thomas, que tenía una tetera hirviendo en mi pequeño hornillo de madera, me miró por encima del hombro.
Negué con la cabeza.
El rostro de Charity se puso blanco, y ella se volvió a sentar lentamente.
Fui a la cocina, busqué las aspirinas y me tomé tres, haciendo una mueca por el mal sabor. Luego me bebí un vaso de agua.
—¿Has hecho esas llamadas? —le pregunté a Thomas.
—Sí —dijo—. De hecho, Murphy debe de estar al llegar.
Hice un gesto con la cabeza y me senté en una silla junto a la chimenea con mi vaso de agua.
—Creí que podría encontrarla. Lo siento. Yo… —Sacudí la cabeza y caí en un profundo silencio.
—Gracias por intentarlo, señor Dresden —dijo en voz baja. No levantó la vista.
—Ha sido el pelo de bebé —le dije a Charity—. No ha funcionado. Era demasiado antiguo. No he podido… —Suspiré—. Tal vez estaba demasiado cansado para pensar con claridad —dije—. Lo siento.
Charity me miró. Esperaba miedo, rabia, tal vez un poco de desprecio en su expresión. Sin embargo, no vi nada de aquello. En su lugar encontré algo que había visto en Michael cuando la situación era realmente mala. Era una especie de calma silenciosa, una seguridad desligada de la situación y de la que no podía comprender su origen o sustancia.
—La encontraremos —dijo—. La llevaremos a casa. —Su voz portaba la sólida confianza de alguien enunciando un hecho tan simple y obvio como que dos más dos son cuatro.
No me eché a reír amargamente, estaba demasiado cansado para hacerlo. Sacudí la cabeza y miré la chimenea apagada.
—Señor Dresden —dijo con calma—, no pretendo saber más de magia que usted. Estoy segura de que tiene mucho poder.
—No el suficiente para hacer algún bien —dije.
Por el rabillo del ojo vi a Charity sonreír.
—Le es difícil darse cuenta de que a veces está tan desvalido como nosotros.
Probablemente tenía razón, pero no lo dije en voz alta.
—Cometí un error y Molly puede estar herida por mi culpa. No sé cómo podré vivir con eso.
—Usted es humano —dijo, y había un rastro de reflexión meditabunda en su voz—. A pesar de todo su poder.
—Esa respuesta no es lo bastante buena —dije en voz baja. La miré y noté que ella me miraba con sus intensos ojos oscuros—. No es lo bastante buena para Molly.
—¿Ha hecho todo lo posible para ayudarla? —me preguntó Charity.
Me estrujé el cerebro inútilmente durante un momento.
—Sí —dije.
Extendió las manos.
—Entonces no puedo pedir más.
Parpadeé.
—¿Qué?
Volvió a sonreír.
—Sí. También me sorprende oírme a mí misma decir eso. No he sido tolerante con usted. No he sido agradable.
Agité una mano en el aire espantando aquel pensamiento.
—Sí, pero entiendo por qué no lo ha sido.
—Ahora me doy cuenta —dijo—. Usted lo percibía. Ha hecho falta que pase todo esto para que lo hiciera yo.
—¿Qué percibía yo?
—Que mucha de la rabia que he arrojado contra usted no le pertenecía. Tenía miedo. Permití que mi miedo me controlara, que hiciera daño a otros. A usted. —Agachó la cabeza—. Y permití que las cosas con Molly empeoraran. Temía tanto por su seguridad que comencé una guerra contra ella. La conduje hacia la posición que quería que eludiera. Todo a causa de mi miedo. He estado asustada y me avergüenzo de ello.
—Todo el mundo se asusta alguna vez —dijo.
—Pero yo permití que el miedo me dominara. Debería haber sido más fuerte, señor Dresden. Más sabia. Todos deberíamos haberlo sido. Dios no nos concedió un alma temerosa, sino una llena de amor, poder y autocontrol.
Absorbí todo aquello durante un momento.
—¿Me está pidiendo disculpas? —pregunté.
Enarcó una ceja.
—Todavía no he llegado a ser tan sabia —dijo burlona.
Aquello me arrancó una escueta risa.
—Señor Dresden —dijo—, hemos hecho todo lo que podemos hacer. Ahora es hora de rezar. De tener fe.
—¿Fe? —pregunté.
Me miró sin perder la sonrisa, con unos ojos tranquilos y confiados.
—En que una mano más poderosa que la suya o la mía proteja a mi hija. En que se nos muestre un camino. En que Él no abandone a los que le tienen fe cuando le necesitan.
—No tengo tanta fe —dije.
Volvió a sonreír, cansada pero inamovible.
—Yo tengo bastante para los dos. —No apartó sus ojos de los míos—. Hay otros poderes aparte del que emana de su magia o de aquellos provenientes de las fuerzas oscuras que se oponen a ella. No estamos solos en esta lucha, señor Dresden. No hace falta tener miedo.
Aparté los ojos antes de sufrir una visión del alma; y de que ella me viera llorar. Charity, a pesar de cómo me había tratado en el pasado, había estado siempre presente en los malos momentos. Se preocupó por mí cuando estuve herido y me apoyó cuando no tenía necesidad de hacerlo. Tan abrasiva, acusatoria y dura como era, nunca dudé ni por un instante del amor que sentía hacia su marido y sus hijos o de la sinceridad de su fe. Nunca me agradó demasiado, para qué negarlo, pero siempre la había respetado.
Ahora más que nunca.
Esperaba que estuviese en lo cierto cuando decía que no estábamos solos en esto. En el fondo no estaba muy seguro de creerlo. No os equivoquéis, no es que tenga nada en contra de Dios, salvo el deseo de que fuera algo menos ambiguo y tuviera mejor gusto respecto a la ayuda contratada. Gente como Michael y Charity y en menor medida Murphy me habían hecho considerar cierto tipo de fe de vez en cuando. Pero yo no era la clase de tipo que se llevara bien con las creencias. Y tampoco de los que pensaba que Dios quisiera de verdad pasar tiempo en mi casa o con mi gente.
Demonios, había un ángel caído en mi cerebro. Me consideraba afortunado de no haberme topado nunca con la punta de una de las espadas, empuñada ya fuera por Michael o por cualquiera de los otros caballeros.
Miré el cubo de palomitas junto a la puerta, donde mi bastón y mi vara reposaban junto a mi bastón de entrenamiento (un doble inofensivo de mi herramienta de mago), la vaina de mi espada, un paraguas y la vaina de madera de Fidelacchius, una de las tres espadas blandidas por Michael y sus hermanos de armas.
El último poseedor de la espada me dijo que debía conservarla y pasársela al próximo caballero. Me dijo que sabría quién y cuándo, pero la espada llevaba en mi cubo de palomitas años y años. Los tipos malos que habían invadido mi casa nunca se fijaron en ella. Thomas, que había vivido conmigo casi dos años, nunca la tocó ni comentó nada sobre ella. No estaba seguro de que siquiera hubiera reparado en su existencia. Solo estaba allí, esperando.
Eché un vistazo a la espada y luego alcé los ojos al techo. Si Dios tenía intención de mandarnos un poco de ayuda, ahora sería un buen momento para que por lo menos llegara aquella información tan dilatada en el tiempo sobre a quién darle la espada. No es que fuera a hacernos mucho bien, en realidad. Con o sin Fidelacchius disponíamos de una buena cantidad de músculo. Lo que necesitábamos era conocimiento. Sin el conocimiento, toda la fuerza bruta del mundo no serviría de nada.
Miré la espada un momento, por si acaso.
No hubo un espectáculo de luces. Ni efectos de sonido. Ni siquiera una explosión de vaga intuición. Supongo que no era el tipo de ayuda que el cielo estaba repartiendo en aquel momento.
Me acomodé en mi silla. Charity había regresado a sus oraciones silenciosas. Traté de pensar en cosas inofensivas y deseé que Dios no utilizara en contra de Molly el hecho de que yo estuviese de su lado.
Miré por encima de mi hombro. Thomas lo había escuchado todo con una habilidad casi sobrenatural para pasar inadvertido. Estaba mirando a Charity con ojos preocupados. Intercambió una mirada conmigo en la que se reflejaba la mayor parte de lo que yo mismo estaba sintiendo. Entonces nos sirvió una taza de té e inmediatamente volvió a desaparecer en la cocina mientras que Charity seguía orando.
Habían transcurrido tal vez diez minutos cuando Murphy llamó a la puerta y la abrió. Además de Thomas, era la única persona a la que había confiado un amuleto que le permitía entrar superando mis conjuros sin sufrir daño. Llevaba su habitual atuendo de trabajo: chaqueta negra, camisa blanca, pantalones oscuros y zapatos cómodos. La grisura previa al amanecer la iluminaba desde su espalda. Echó un vistazo a su alrededor con el ceño fruncido antes de cerrar la puerta.
—¿Qué ha pasado?
La puse al día, contando al final mi fracaso para encontrar el rastro de la muchacha.
—¿Así que estás tratando de encontrar a Molly? —preguntó Murphy—. ¿Con un hechizo?
—Sí —confirmé.
—Pensé que eso era bastante habitual para ti —comentó—. Quiero decir que me acuerdo de otras cuatro o cinco veces que has hecho eso.
Negué con la cabeza.
—Eso era localizar dónde estaba algo. Ahora estoy buscando dónde estuvo Molly. Es harina de otro costal.
—¿Por qué? —preguntó Murphy—. ¿Por qué no ir directamente a ella?
—Porque los traedores se la han llevado de vuelta a su guarida —le dije—. Está en el Más Allá. No puedo hacer nada si ya está allí. La mejor opción es tratar de averiguar dónde cruzó, ir tras ella y utilizar un hechizo de seguimiento estándar una vez en el otro lado.
—Oh. —Frunció el ceño y se acercó a mí—. ¿Y para eso necesitas pelo suyo?
—Sí —dije—. Y no tenemos. Así que estamos atrapados.
Se mordió el labio.
—¿No se puede usar otra cosa?
—Pedazos de uñas —dije—. O sangre, si es lo suficientemente fresca.
—Ajá —dijo Murphy. Señaló con la cabeza a Charity—. ¿Y qué tal su sangre?
—¿Qué? —pregunté confundido.
—Ella es la madre de la chica —dijo Murphy—. Sangre de su sangre. ¿No funciona?
—No —dije.
—Oh —dijo Murphy—. ¿Por qué no?
—Porque… —Fruncí el ceño—. Eh… —Miré a Charity un momento.
En realidad existía una conexión mágica entre padres e hijos. Una fuerte conexión. Mi madre había puesto en marcha un hechizo que la vinculaba con Thomas para confirmar que éramos hermanos. La conexión se había establecido, a pesar de que ella era lo único común entre nosotros al provenir cada uno de un padre distinto. La conexión sanguínea era la más profunda que se conocía en la magia.
—Puede que funcione —dije en voz baja. Lo pensé un poco más y respiré—. Rayos y centellas, no solo puede que funcione, en realidad es posible que para este hechizo en concreto sea incluso mejor.
Charity no dijo nada, pero sus ojos brillaron con aquella constante e inamovible fuerza. Este es el aspecto de la fe, me dije.
Le hice un gesto con la cabeza en señal de reconocimiento.
Entonces me volví hacia Murphy y le di un jovial beso en la boca.
Ella parpadeó, pillada totalmente por sorpresa.
—¡Sí! —grité riendo—. ¡Murphy, eres la mejor! ¡Vamos, equipo Dresden!
—Eh, si la mejor soy yo… ¡Vamos, equipo Murphy! —me corrigió.
Thomas soltó un bufido. Incluso Charity tenía una leve sonrisa dibujada en el rostro, aunque tenía los ojos cerrados y la cabeza de nuevo inclinada murmurando un agradecimiento, presumiblemente al Todopoderoso.
Murphy había hecho la pregunta exacta que necesitaba escuchar y cuya respuesta me facilitó la pista para dar con la respuesta. ¿Ayuda desde arriba? Si era así, no iba ni mucho menos a rechazarla. Teniendo en cuenta de quién era hija la chica en peligro, era muy posible que una intervención divina fuera precisamente lo que había sucedido. Toqué el ala de mi sombrero mental y envié mi gratitud hacia el cielo. Luego me di la vuelta para regresar rápidamente al laboratorio.
—Charity, supongo que estás dispuesta a donar sangre para la causa.
—Por supuesto —dijo.
—Entonces, manos a la obra. Preparaos para la acción, gente. Esto solo va a llevarme un minuto.
Me detuve y le puse una mano sobre el hombro a Charity.
—Y entonces vamos a traer a su hija de vuelta.
—Sí —murmuró ella, mirándome con fuego en sus ojos—. Sí, vamos a hacerlo.
Esta vez el hechizo funcionó. Debería haber sabido de antemano dónde iban a encontrar los traedores el pasaje más rápido para llegar a su reino desde Chicago. Era una de aquellas cosas que resultan evidentes al pensarlas en retrospectiva.
La minivan de Charity se detuvo en el aparcamiento de detrás del destartalado cine de Clark Pell, apartado de la vista de la calle. El sol había salido cuando íbamos de camino, aunque las nubes y los quejumbrosos truenos prometían un tiempo excepcionalmente malo para una hora tan temprana del día. Lo cual tampoco debería haberme sorprendido tanto. Cuando las reinas de las hadas se movían por la parte de atrás del escenario, el tiempo parecía reflejar su presencia.
Murphy detuvo su coche justo detrás de la camioneta y aparcó al lado.
—Muy bien, Murph. Thomas —le dije, saliendo de la furgoneta—, Introducción a la lucha contra las hadas.
—Me lo sé, Harry —dijo Thomas.
—Sí, pero yo voy a repasarlo de todos modos, así que escucha. Nos dirigimos al Más Allá. Tenemos algunas hadas perversas con las que lidiar, lo que significa que hay que estar preparado para las ilusiones. —Hurgué en mi mochila y saqué un frasco pequeño—. Este es un ungüento que nos debe permitir ver a través de la mayor parte de la mierda que urdan contra nosotros. —Me acerqué a Thomas y le puse un poco, a continuación, hice lo propio en los ojos de Murphy y después en los míos. El ungüento era de elaboración propia, basado en el que usaba el guardián de la puerta. El mío olía mejor, pero manchaba la piel de un tono marrón negruzco. Me dispuse a guardar el frasco.
—Después de que…
Charity me quitó el frasco de las manos con total tranquilidad, lo abrió y se echó el ungüento en los ojos.
—¿Qué está haciendo? —le pregunté.
—Me estoy preparando para recuperar a mi hija —dijo.
—Usted no va a venir con nosotros —dije.
—Sí, voy a ir.
—No, no va a venir. Charity, esto es muy peligroso. No podemos permitirnos el lujo de cuidar de usted.
Charity puso la tapa en el frasco y lo dejó caer en mi mochila. A continuación, abrió la puerta corrediza de la furgoneta y sacó un par de pesados cubos de almacenamiento. Abrió el primero, y se quitó con calma su jersey.
Reparé en un par de cosas. En primer lugar, que Charity había ganado algún tipo de lotería cromosómica con su cuerpo. Llevaba un sujetador deportivo bajo el suéter y pensé que podía haber sido modelo si hubiese querido. Sin duda, Molly había heredado su aspecto de su madre.
La segunda cosa en la que reparé fue en sus brazos. Tenía los hombros anchos para una mujer, pero sus brazos estaban bien tonificados y cargados de músculo. Los antebrazos, sobre todo, lucían músculos magros y duros, fáciles de ver en movimiento bajo la piel apretada. Intercambié una mirada con Murphy, que parecía impresionada. Me limité a observar a Charity un minuto con el ceño fruncido.
Charity sacó una chaqueta-armadura del primer recipiente. No era una vieja reliquia ni mucho menos. Era una prenda acolchada de grueso algodón negro que contaba con un añadido de lo que se parecía mucho a un pedazo de tela balística Kevlar. Se lo puso ajustando los cierres en su lugar y luego sacó del recipiente una auténtica cota de malla. Se la colocó y se amarró una media docena de cierres con la rápida habilidad que otorga la larga práctica. Un cinturón para asegurar la cota de malla y del que colgar la vaina de una espada pesada fue lo siguiente. Luego se puso una gorra ajustada del mismo material de la chaqueta, no sin antes entremeter su pelo trenzado debajo, y a continuación se puso en la cabeza un casco de acero estriado.
Abrió el segundo recipiente y sacó una espada recta con la empuñadura en forma de cruz. El arma era solo un poco más delgada y corta que la bendita hoja de Michael pero, después de inspeccionar la hoja en busca de muescas u oxidación, Charity la agitó un par de veces con la ligereza que sacudiría un periódico enrollado y la deslizó en la vaina. Metió un par de gruesos guantes de cadena en el cinturón. Por último sacó del gran recipiente un martillo. Tenía un mango de acero de cerca de metro y medio de largo y la cabeza casi tan grande como un martillo pilón, además de un clavo añadido que le daba un aspecto malvado.
Se colocó el martillo sobre el hombro equilibrando su peso con el cuerpo y se volvió hacia mí. Su aspecto era feroz con tantas armas y aquella armadura. La mancha negra que le rodeaba los ojos no ayudaba a suavizar su imagen.
¿Feroz? ¡Qué demonios! Daba impresión de competente y peligrosa.
Todos nos la quedamos mirando.
Ella arqueó una ceja dorada.
—Yo misma fabrico las armaduras de mi esposo —dijo—, así como su armamento de repuesto. A mano.
—Oh —dije. No es de extrañar que fuera tan entusiasta—. ¿También sabe luchar?
Me miró como si fuera un niño de pocas luces.
—Mi marido no se ha convertido en un maestro con la espada por ósmosis. Trabaja duro para ello. ¿Con quién supone que ha practicado los últimos veinte años? —Sus ojos ardieron de nuevo, desafiándome directamente—. Esas criaturas se han llevado a mi Molly. Y no voy a quedarme aquí sentada mientras ella está en peligro.
—Señora —dijo Murphy en voz baja—, la práctica es muy diferente a la realidad.
Charity asintió.
—Esta no va a ser mi primera pelea.
La teniente frunció el ceño durante un momento y luego se volvió hacia mí con gesto preocupado. Miré a Thomas, que estaba de espaldas, un poco apartado del resto de nosotros para mantenerse al margen del proceso de toma de decisiones.
Charity se quedó allí de pie con aquel martillo de guerra sobre un hombro, su peso plantado, los ojos decididos.
—Demonios —suspiré—. De acuerdo, John Henry, estás en el equipo. —Hice un gesto con la mano y seguí explicando—. Las hadas odian y temen el contacto con el hierro, y eso incluye el acero. Les quema y neutraliza su magia.
—Hay más armas en el recipiente y también otras cotas de malla —ofreció Charity—. Aunque puede que no le queden demasiado bien, teniente Murphy.
Charity había pensado. Estaba contento de que alguno de nosotros lo hubiera hecho.
—La cota de malla es solo para desalentar a las bestias repugnantes y con garras del reino de las hadas.
Murphy me miró escéptica.
—No tengo nada en contra del rollo Batalla de Hastings, Harry, pero creo que las armas de fuego son en general más útiles que las espadas. ¿Vas en serio con esto?
—Es posible que no puedas confiar en tus armas —le dije—. La realidad no funciona de la misma manera en el Más Allá y no siempre te advierten cuando se están cambiando las reglas. Es común encontrar zonas de las hadas donde la pólvora no es combustible.
—Estás de broma —dijo.
—No. Lleva algo de acero encima. No hay nada que las hadas puedan hacer al respecto. Es la mayor ventaja que los mortales tienen sobre ellas.
—La única ventaja —me corrigió Charity. Me pasó una cota de malla sin mangas, probablemente la única que me cabría. Me quité un momento mi abrigo de cuero, me coloqué la cota de malla y luego me lo volví a poner encima. Murphy sacudió la cabeza antes de que Thomas y ella cogieran armamento y protección de los envases.
—Un par de cosas más —dije—. Una vez que estemos dentro no comáis ni bebáis nada. No aceptéis ningún regalo ni ofertas de cualquier hada interesada en hacer un trato. No querréis andar debiéndole favores a uno de los sidhe, creedme. —Fruncí el ceño, pensando. Entonces respiré hondo y dije—: Otra cosa. Cada uno de nosotros debe hacer todo lo posible para controlar su miedo.
Murphy frunció el ceño delante de mí.
—¿Qué quieres decir?
—No podemos permitirnos el lujo de llevar demasiado miedo dentro de nosotros. Los traedores se alimentan de él. Les hace más fuertes. Si vamos allí sin tener el miedo bajo control les dará la impresión de que llega la cena. Todos tenemos miedo, pero no podemos dejar que controle nuestros pensamientos, acciones o decisiones. Tratad de mantener una respiración constante y permaneced tan calmados como os sea posible.
Murphy asintió, frunciendo el ceño ligeramente.
—Muy bien entonces. Todo el mundo con la cabeza alta. Cuando estéis listos para partir, decídmelo.
Observé cómo Murphy se colocaba el equipo y Charity la ayudaba a ajustarse la armadura. Su cota de malla era de manga corta, tal vez una de las de repuesto de la madre de Molly. Había compensado el tamaño sobrante de la armadura amarrándola con más fuerza, pero las mangas le caían hasta los codos y el dobladillo le llegaba casi hasta las rodillas. Murphy parecía una niña vestida con las ropas de un adulto.
Calmó su expresión y se mantuvo distante mientras trabajaba, como cuando estaba concentrada en los disparos o en mitad de uno de sus millones ejercicios de kata. Cerré los ojos y usé mis sentidos mágicos en ella. Pude captar la energía, la vida, palpitante y constante. Había temblores aquí y allá, pero no un apabullante faro de violento terror que pudiera anunciar nuestra llegada a los malos.
No es que pensara que iba a ver lo contrario en ella. Lo que le faltaba de altura lo compensaba de sobra con agallas. Por otro lado, Murphy nunca había estado en el Más Allá y aunque el reino de las hadas era un lugar tan normal como cualquier otro, a veces podía llegar a ser bastante raro. A pesar de la formación, la disciplina y la determinación, los buzos novatos nunca pueden estar seguros de que se van a librar de la aparición del mal de la presión. El Más Allá era lo mismo. No se puede saber cómo alguien va a reaccionar la primera vez que cae en la madriguera del conejo.
Thomas, siendo Thomas, convirtió la cota de malla en una declaración de moda. Iba totalmente de negro y las botas negras de combate, la chaqueta de Kevlar y la cota de malla se las arreglaban de alguna manera para ir bien con el resto de su guardarropa. Llevaba su sable en el lado izquierdo del cinturón, la escopeta en la mano derecha y en conjunto parecía una versión mejorada de El guerrero de la carretera.
Examiné también a Thomas con mis sentidos de mago. Su presencia nunca fue totalmente humana pero, al igual que en los demás miembros de la Corte Blanca, el aspecto vampírico no era evidente para el observador casual, ni siquiera para los magos. Poseía un enorme poder en perfecto equilibrio y había algo de felino en su aura, la misma cualidad que se puede esperar de un leopardo hambriento esperando pacientemente a que se aproximara el siguiente almuerzo. Albergaba también un tono más oscuro en él, la parte que yo había asociado siempre con la demoníaca presencia que lo convirtió en vampiro: un negro y amargo pozo de energía, lujuria, hambre y desprecio hacia sí mismo, todo eso a partes iguales. Sin duda, Thomas no era tonto y tenía miedo. Pero bajo aquella oscura superficie el miedo era indetectable.
Después de terminar de ayudar a Murphy, Charity dio un paso atrás y se puso de rodillas en el aparcamiento. Cruzó las manos sobre el regazo, inclinó la cabeza y retomó sus oraciones. Sentí alrededor de ella una especie de calor ambiental, como si estuviera arrodillada sobre su propio rayo de sol. Era el mismo tipo de energía que siempre había caracterizado la presencia de su marido. La fe, supongo. Ella también tenía miedo, pero no el primitivo miedo por la supervivencia que buscaban los traedores. Temía por la seguridad de su hija, por su futuro y su felicidad. Y mientras la miraba, vi formarse en sus labios mi nombre, el de Thomas y el de Murphy.
Charity tenía más miedo por nosotros que por ella.
Allí mismo, me prometí que iba a traerla de vuelta a casa junto a su hija. Las reuniría de nuevo con su familia y su esposo, sanas y salvas. No dudaría ni por un instante, lo juraba por Dios, en hacer lo que fuera necesario para cumplir mi promesa.
Me examiné, haciendo inventario. Guardapolvos de cuero, cota de malla mal ajustada, bastón y vara, presentes. Brazalete escudo y amuleto, presentes. Mi dañada mano izquierda me dolía un poco y lo único que sentía en ella era rigidez, aunque al menos podía mover los dedos. Me dolía la cabeza. Mis miembros estaban un poco inestables a causa de la fatiga. Tenía la esperanza de que la adrenalina entrara en juego e hiciera desaparecer aquel problema cuando fuera necesario.
—¿Todo el mundo listo para partir? —pregunté.
Murphy asintió. Thomas dijo que sí arrastrando la vocal.
Charity se levantó y dijo:
—Lista.
—Dejadme primero limpiar el exterior del edificio —dije—. Esta es su puerta de entrada a casa. Es posible que la tengan controlada o que hayan dispuesto varios conjuros de protección. Una vez que la despeje, entraremos.
Caminé lentamente alrededor del cine de Pell. Pasé las puntas de los dedos a lo largo del costado del edificio, con los ojos cerrados casi todo el camino, y desplegué mis sentidos de mago por la estructura. No fue un proceso rápido, pero traté de no perder el tiempo. Mientras caminaba, sentí una especie de energía sofocada rebotando dentro del edificio, probablemente una gotera del Más Allá procedente del lugar donde los traedores cruzaron con Molly. No obstante, sentí en varias ocasiones diminutas y malévolas oleadas de energía, demasiado azarosas y móviles para tratarse de conjuros o hechizos. Su presencia era inquietantemente similar a la del traedor al que había vencido en el hotel.
Regresé al punto de partida unos diez minutos más tarde.
—¿Algo? —preguntó Thomas.
—No hay conjuros ni minas místicas —anuncié—. Pero creo que hay algo dentro.
—¿El qué?
—Traedores —dije—. Son más pequeños que los grandes que estamos buscando, probablemente los han colocado ahí para proteger el portal entre este lado y el Más Allá.
—Van a tratar de tendernos una emboscada cuando entremos —dijo Murphy.
—Probablemente —supuse—. Pero ya que lo sabemos de antemano podemos volverlo en su contra. Cuando aparezcan, golpeadles rápido y duro, aunque parezca un exceso. No podemos permitirnos resultar heridos.
Murphy asintió.
—¿Qué estamos esperando? —preguntó Thomas.
—Más ayuda —le contesté.
—¿Por qué?
—Porque yo no soy lo suficientemente fuerte para abrir un paso estable a la profundidad del reino de las hadas —dije—. Incluso si no estuviera cansado y consiguiera abrirlo, no creo que durara más de unos segundos.
—¿Y eso sería malo? —preguntó Murphy.
—Sí.
—¿Qué pasaría? —preguntó en voz baja Charity.
—Moriríamos —le dije—. Nos quedaríamos atrapados en el reino de las hadas, cerca del origen de multitud de problemas y sin forma de escapar salvo tratando de encontrar el camino a las zonas del reino de las hadas que están cerca de la Tierra. Los lugareños nos comerían y escupirían nuestros huesos antes de que siquiera tuviéramos alguna posibilidad de escapar.
Thomas puso los ojos en blanco y dijo:
—Eso no ayuda demasiado a apartar el miedo de mi mente, tío.
—Cállate —espeté—. O pasaré a mi segunda iniciativa y empezaré a contar chistes.
—Harry —dijo Murphy—, si ya sabías que no podías abrir la puerta el tiempo suficiente para llegar hasta la chica, ¿cómo tenías pensado arreglártelas?
—Conozco a alguien que puede ayudar, lo que sucede es que es totalmente imposible para ella hacerlo.
Murphy frunció el ceño y luego dijo:
—Estás disfrutando de esto. Te encanta danzar alrededor de las preguntas y sacarte sorpresas de la manga cuando sabes algo que el resto de nosotros no sabe.
—Para los magos es como la heroína —confirmé.
Un motor vibró cerca y unos neumáticos susurraron en el asfalto. Una moto rodeó el cine y se adentró en el aparcamiento de atrás. Encima iban dos personas con sus respectivos cascos. La de detrás era una mujer bien formada vestida con pantalones de cuero y una chaqueta vaquera. Al bajarse de la moto levantó la mano, se quitó el casco verde y sacudió su pelo blanco como la nieve. Le cayó enseguida sobre la espalda como una sábana de seda sin la ayuda de un cepillo o un peine. La señora del Verano, Lily, hizo una pausa para saludarme con una ligera inclinación de cabeza y me sonrió; sus ojos verdes me resultaron particularmente luminosos.
El conductor de la moto resultó ser Fix. El caballero del Verano llevaba un ceñido pantalón negro y una ondulante camisa de seda verde. De su cadera pendía un estoque en una vaina robusta, cuyo mango era de cuero liso y brillante. Fix ató los dos cascos a la motocicleta, hizo un gesto de cabeza hacia nosotros y saludó:
—Buenos días.
Hice las presentaciones, aunque no entré en detalles más allá de nombres y títulos.
—Gracias por venir —le dije a Lily cuando terminé.
Ella negó con la cabeza.
—Estoy todavía en deuda contigo. Era lo menos que podía hacer. Aunque creo que debo advertirte que es posible que no pueda serte de ayuda para lo que requieres.
Se refería a que la obligación de Titania para evitar que Lily me ayudara seguía activa. No obstante, yo había pensado en una manera de solucionar aquello.
—Sé que no me puedes ayudar —dije—. He de decirte que la carga de tu deuda ha pasado de buena fe a otra persona. Tengo que reparar un mal que le he hecho a una chica llamada Molly Carpenter. Para ello, ofrezco a su madre tu deuda hacia mí como pago.
Fix ladró una risa satisfecha.
—¡Ah!
En la boca de Lily se dibujó una sonrisa de placer.
—Bien hecho, mago —murmuró. Luego se volvió hacia Charity y le preguntó—: ¿Acepta la oferta de pago por parte de este mago, señora?
Charity parecía un poco perdida y me miró interrogante. Le hice un gesto de asentimiento.
—Sí —dijo—. La acepto.
—Que así sea —dijo Lily, inclinando la cabeza hacia Charity—. Entonces le debo una, señora. ¿Qué puedo hacer para pagarle?
Charity me miró de nuevo. Asentí y dije:
—Dígaselo.
Charity se volvió hacia la señora del Verano.
—Ayúdenos a recuperar a mi hija Molly —dijo—. Está prisionera de los traedores en la Corte de Invierno.
—Me hará muy feliz hacer todo lo que esté en mi poder para ayudarla —afirmó Lily.
Charity cerró los ojos.
—Gracias.
—No va a ser toda la ayuda que usted podría desear —dijo Lily con voz grave—. No me atrevo a atacar directamente a siervos de Invierno que actúan en legítima obligación hacia su reina, salvo en defensa propia. Si los atacara, las consecuencias podrían ser graves y las represalias inmediatas.
—Entonces, ¿qué puede hacer? —preguntó Charity.
Lily abrió la boca para responder, pero luego dijo:
—El mago parece tener algo en mente.
—Sí —dije—. Estaba a punto de llegar a eso.
Lily me sonrió y bajó la cabeza, haciéndome un gesto para que continuara.
—Aquí es por donde pasaron a la chica —le dije a Lily—. Por eso debieron atacar a Pell primero, para asegurarse de que el edificio estaba cerrado y bajo llave, para que hubiera un paso inmediato de vuelta si lo necesitaban. Estoy también bastante seguro de que dejó a algunos guardianes rezagados.
Lily frunció el ceño y se acercó al edificio. Lo tocó con los dedos y cerró los ojos. Necesitó una décima parte del tiempo que me hizo falta a mí y no se movió del sitio.
—Es cierto —dijo—. Al menos tres traedores inferiores. Todavía no pueden sentirnos, pero lo harán cuando entre alguien. Y entonces nos atacarán.
—Cuento con ello —dije—, entraré yo primero para que me vean.
Fix enarcó las cejas.
—Y ese será el momento en que te harán pedazos. Se trata de un plan más elaborado de lo que había previsto.
Le brindé una sonrisa.
—No querría que te sintieras excluido, Fix. Quiero que Lily sostenga un velo sobre todos los demás. Una vez que los traedores aparezcan para arrancarme la cara, Lily suelta el velo y el resto de vosotros os los cargáis.
—Sí, ese plan es mucho mejor —dijo Fix arrastrando las palabras y con la mano sobre la empuñadura de su espada—. Y podré hundir mi estoque en los vasallos de Invierno, siempre y cuando no sea un inconveniente para vos, por supuesto, mi señora.
Lily negó con la cabeza.
—No, en absoluto, señor caballero. Y estaré encantada de poner un velo entre usted y sus aliados, lady Charity.
Charity hizo una pausa y dijo:
—Esperad un minuto. No sé si entiendo esta situación del todo. No se les permite ayudar a Harry, pero como Harry ha… ¿qué?, ¿me ha pasado su deuda?
—Los bancos compran y venden hipotecas todo el tiempo —expliqué.
Charity arqueó una ceja.
—¿Y me están ayudando porque Harry me ha cedido la deuda que ustedes tenían contraída con él?
Fix y Lily se miraron impotentes.
—También están sometidos a una obligación que les impide discutir el tema directamente con nadie —expliqué—. Pero ha entendido usted lo básico, Charity.
Esta negó con la cabeza.
—¿No van a meterse en problemas por esto? ¿No va a…? ¿Quién es su jefa?
—Titania —contesté.
Charity parpadeó, estaba claro que había oído antes aquel nombre.
—¿La… la reina de las hadas?
—Una de ellas —confirmé—. Sí.
Sacudió la cabeza.
—Yo no… ya hay suficiente gente en peligro.
—No se preocupe por nosotros, señora —la tranquilizó Fix guiñándole un ojo—. Titania ha establecido las leyes. Las hemos obedecido. No es culpa nuestra si lo que decretó no coincide con lo que quería.
—Traducción —aclaré—. Hecha la ley, hecha la trampa. A ella no le va a gustar, pero lo aceptará.
—Oh, sí —murmuró Thomas por lo bajo—. Esto no va a volver para morder a nadie en el culo más adelante.
—Que te crees tú eso… —le gruñí en latín antes de darme la vuelta y echar a andar hacia la entrada trasera del cine. Agarré firmemente mi bastón y coloqué la punta contra las cadenas que bloqueaban la puerta. Me tomó un momento disminuir el ritmo de mi respiración y centrar mis pensamientos. Aquello no era un ejercicio de potencia bruta. No necesitaría poner apenas energía en romper la cadena si actuaba con precisión y concentración. Abrir una puerta era un ejercicio relativamente simple para mí. Lo que quería hacer era utilizar el mínimo de energía para romper un solo eslabón de la cadena.
Enfoqué todos mis pensamientos en un pequeño punto y murmuré:
—Forzare.
El poder recorrió la longitud del bastón, y se produjo un silbido y un chasquido casi tan fuerte como un disparo. La cadena saltó. Bajé mi bastón y me encontré un solo eslabón hecho pedazos y ambos extremos rotos brillando por el calor. Eché al suelo los eslabones calientes con la ayuda de mi bastón, ligeramente sorprendido y satisfecho por el poco esfuerzo relativo que me había hecho falta.
Extendí la mano y probé el pomo de la puerta.
Bloqueado.
—Eh, Murph —dije—. Mira, un zepelín.
La oí suspirar y darse la vuelta. Saqué un par de herramientas de metal del bolsillo de mi abrigo y comencé a trastear en la cerradura con ellas. Mi mano izquierda no era de mucha ayuda, pero al menos me servía para mantener fijas las herramientas mientras la derecha hacía todo el trabajo.
—Eh —dijo Thomas—, ¿cuándo te las has agenciado?
—Butters dice que las terapias físicas que implican destreza manual son buenas para mi mano.
Thomas soltó un bufido.
—Así que aprendiste a abrir cerraduras. Pensé que estabas tocando la guitarra.
—Esto es más simple —dije—. Y no hace aullar a los perros.
—Te hubiera matado si hubieses tocado otra vez The House of the Rising Sun —coincidió Thomas—. ¿De dónde has sacado las ganzúas?
Miré por encima del hombro a Murphy y dije:
—Mira al pajarito.
—Un día de estos, Dresden… —me dijo, todavía vuelta de espaldas tercamente.
Puse los pernos alineados y trenzados con una presión suave y constante. La cerradura se abrió y dejé la puerta entreabierta. Me incorporé, guardé las herramientas y tomé de nuevo posesión de mi bastón, preparado para afrontar el siguiente problema. No pasó nada. Escuché tras la puerta durante medio minuto, pero no oí ningún sonido.
—Muy bien —dije—. Allá vamos. Todo el mundo listo para…
Miré por encima del hombro y me encontré el aparcamiento vacío salvo por mí mismo.
—Vaya —dije—. Buen velo, Lily. —Entonces me di la vuelta como si mis nervios no estuvieran vibrando como las cuerdas de una guitarra.
—Ding, ding. Primer asalto —anuncié.