Capítulo 18

A petición mía, Murphy me dejó a un par de manzanas de casa para darle a Ratón la oportunidad de estirar un poco las patas. Él pareció agradecerlo y caminó el trayecto husmeando por todas partes y meneando la cola. Mientras tanto, yo vigilaba mi espalda, pero mi perseguidor no hizo acto de presencia. Eché un ojo por si veía a otras personas o vehículos que pudieran estar siguiéndome, tal vez trabajaba en equipo, pero no vi a nadie sospechoso. Aquello no me impidió que mirara constantemente por encima de mi hombro como un paranoico hasta que llegamos a la vieja casa de huéspedes y subí las escaleras de mi apartamento.

Murmuré las palabras para neutralizar los conjuros de protección, las poderosas magias temporales que había urdido alrededor de mi apartamento poco antes del comienzo de la guerra con la Corte Roja. Abrí el cerrojo roto de la puerta de acero, giré el picaporte y luego la empujé con el hombro empleando toda la fuerza que pude.

La puerta se abrió unos diez o doce centímetros. La pateé varias veces para abrirla del todo y entré con Ratón; al levantar la vista me encontré con el cañón de una escopeta recortada a pocos centímetros de mi cara.

—Esas cosas son ilegales, ya lo sabes —dije.

Thomas me gruñó desde el otro lado del arma y bajó la escopeta. Oí un chasquido metálico cuando colocó de nuevo el seguro.

—Tienes que arreglar esa puerta. Cada vez que entras parece un equipo de asalto.

—Chico —respondí al tiempo que le quitaba la correa a Ratón—, un pequeño asedio y te pones paranoico.

—Qué quieres que te diga. —Se dio la vuelta y metió la escopeta en su abultada bolsa de deporte, que descansaba en el suelo junto a la puerta—. Nunca quise protagonizar mi propia película de zombis.

—No te engañes —dije. Míster llegó disparado desde el otro lado de la habitación y me abrazó amistoso posando sus quince kilos entre mis piernas—. Era mi película. Tú eras solo un escudero. Un actor secundario, nada más.

—Claro.

Thomas se acercó a paso lento a la nevera. Llevaba vaqueros, zapatillas y una camiseta blanca de algodón. Fruncí el ceño al mirar la bolsa de deporte. Su maleta, un viejo baúl excedente del ejército reposaba en el suelo junto a la bolsa, cerrado con un candado. Me di cuenta de que entre el baúl y la bolsa se encontraban casi todas sus posesiones materiales. Junto a la puerta. Volvió donde yo estaba con un frío par de botellas marrones de la cerveza de Mac en la mano y abrió los dos tapones al mismo tiempo con ambos pulgares.

—Mac te mataría si supiera que las estabas enfriando.

Cogí mi botella a la vez que estudiaba su rostro, pero su expresión no revelaba demasiado.

—Si Mac quiere que me las beba calientes en pleno verano que venga aquí e instale un aire acondicionado.

Thomas se rió. Brindamos y bebimos.

—Te vas —dije un minuto después.

Dio otro sorbo y no dijo nada.

—No ibas a decírmelo —añadí.

Se encogió de hombros. Luego señaló con la cabeza una carta sobre el estante de la chimenea.

—Mi nueva dirección y número de teléfono. También hay algo de dinero para ti.

—Thomas… —dije.

Agitó su cerveza y sacudió la cabeza.

—No, quédatelo. Te ofreciste a hacerme un hueco en tu casa hasta que pudiera apañármelas solo. He estado aquí casi dos años, te lo debo.

—No —dije.

Frunció el ceño.

—Harry, por favor.

Me lo quedé mirando un minuto, y luché contra un puñado de emociones en conflicto. Una parte de mí se aliviaba infantilmente de recuperar el pequeño apartamento para mí solo. Un pedazo mucho más grande de mi ser se sintió de repente vacío y preocupado. Por otra parte, me sentía contento y feliz por Thomas. Todo el tiempo que había estado durmiendo en mi sofá estuvo recuperándose de sus heridas. Durante una época temí que la desesperación y el desprecio que sentía hacia sí mismo fuesen a hacerle explotar, y supe que aquel renovado deseo de volver a caminar por su propio pie era un signo de recuperación. Estaba seguro de que parte de aquella recuperación se debía a que había recobrado parte del orgullo y la confianza en sí mismo. Por eso había dejado el dinero en la repisa. Por orgullo. No podía rechazar aquel dinero sin arrebatárselo.

Salvo por los escasos recuerdos que conservaba de mi padre, Thomas era el único pariente que había tenido. Se había enfrentado junto a mí al peligro y a la muerte sin dudarlo ni un momento, me había vigilado mientras dormía, me atendió cuando estuve herido… y de vez en cuando incluso cocinaba. A veces nos sacábamos de quicio, claro, pero aquello no había alterado jamás el hecho fundamental de qué significábamos el uno para el otro en nuestras vidas.

Éramos hermanos.

Todo lo demás era temporal.

Lo miré a los ojos.

—¿Vas a estar bien? —le pregunté.

Sonrió un poco y se encogió de hombros.

—Creo que sí.

Lo miré con la cabeza ladeada.

—¿De dónde sale el dinero?

—De mi trabajo.

Levanté las cejas.

—¿Has sido capaz de mantener un trabajo? —Hizo una pequeña mueca—. Lo siento —me disculpé—. Pero… sé que has tenido muchos problemas. —En concreto, había sido víctima de las intenciones amorosas de varias de sus compañeras de trabajo, que se veían atraídas hacia él en tal medida que prácticamente lo asaltaban. Ser un íncubo debía de resultar más fácil en clubes nocturnos y fiestas de famosos que en una hamburguesería o tras una caja registradora—. ¿Has encontrado algo?

—Algo sin gente cerca —añadió. Sonreía con facilidad cuando hablaba, pero percibí un trasfondo de mentira. No estaba contando toda la verdad—. Llevo allí un tiempo.

—¿Sí? —pregunté—. ¿Dónde?

Evadió la pregunta sin esfuerzo.

—Cerca de Lake View. Al fin he logrado ganar algo de dinero. Quería pagarte, eso es todo.

—Debes de estar haciendo muchas horas extra —dije—. Según mis cálculos echas unas ochenta o noventa horas a la semana.

Se encogió de hombros, su sonrisa era una máscara.

—Trabajo duro.

Le di otro sorbo a la cerveza, que era excelente incluso fría, y pensé sobre el asunto. Si no quería hablar sobre ello no iba a hacerlo.

Forzarle no serviría de nada. No sentía que estuviera metido en problemas, y aunque ostentaba una fabulosa cara de póquer, llevaba viviendo con él bastante tiempo para saber cómo interpretarla la mayoría de las veces. Thomas nunca se había mantenido a sí mismo. Ahora que estaba seguro de poder hacerlo, aquella capacidad se había convertido en una circunstancia que valoraba.

Vivir por su cuenta era algo que necesitaba hacer. No le haría ningún favor si me interponía en su camino.

—¿Seguro que vas a estar bien? —le pregunté.

Algo se filtró a través de la máscara. Vergüenza.

—Estaré bien. Ya es hora de que viva por mi cuenta.

—No si no estás preparado —dije.

—Harry, vamos. De momento hemos tenido suerte. El Consejo no se ha percatado de que estoy aquí. Pero teniendo en cuenta tu cargo de centinela, tarde o temprano alguien se va a presentar y se va a encontrar con que tienes un compañero de piso de la Corte Blanca.

Hice una mueca.

—Eso sería un embrollo —convine—. Pero no me importa arriesgarme si necesitas tiempo.

—Y a mí no me importa irme a vivir solo para evitar meterte en problemas con el Consejo —dijo—. Además, me estoy cubriendo el culo. Yo tampoco quiero cruzarme con ellos.

—No dejaría que te…

Thomas se echó a reír con ganas.

—Dios mío. Harry. Eres mi hermano, no mi madre. Estaré bien. Ahora que no estaré aquí para hacerte parecer feo podrás empezar a traer de nuevo a chicas.

—Que te den, guapito —dije—. ¿Necesitas que te ayude a mudarte o algo?

—No. —Se terminó la cerveza—. Solo tengo un baúl y una bolsa. El taxi viene de camino. —Hizo una pausa—. A no ser que necesites de mi ayuda para resolver un caso o algo así. Tengo hasta el lunes para mudarme.

Negué con la cabeza.

—Estoy trabajando con Investigaciones Especiales en este, así que tengo mucha ayuda. Creo que podré tenerlo solucionado esta noche.

Thomas me miró, serio.

—Lo has vuelto a hacer.

—¿Qué? —pregunté.

—Has previsto una victoria rápida. Ahora el asunto se va a poner lastimosamente complicado. Dios, ¿no has aprendido nada a estas alturas?

Le sonreí.

—En realidad debería, tú lo sabes bien.

Me terminé la cerveza y le tendí la mano. Él la estrechó.

—Si necesitas algo, llámame —me dijo.

—Ídem.

—Gracias, hermanito —dijo en voz baja.

Parpadeé un par de veces.

—Sí. Mi sofá está siempre disponible. A no ser que una chica pase la noche.

Fuera, unas ruedas de coche derraparon en el asfalto y sonó el claxon de un coche.

—Me reclaman —dijo—. Oh. ¿Te importa si me llevo prestada la escopeta? Solo hasta que consiga una.

—Adelante —le dije—. Sigo teniendo mi 44.

—Gracias. —Se agachó y se acomodó el pesado baúl al hombro sin aparente esfuerzo. Cogió la bolsa de deporte, se puso la cinta en el otro hombro y abrió la puerta fácilmente con una sola mano. Miró atrás, me guiñó un ojo y cerró la puerta.

Me quedé mirando la puerta cerrada durante un minuto. Las puertas de un coche se abrieron y se cerraron, las ruedas gimieron cuando se alejó y mi apartamento de repente pareció un par de tallas más grande. Ratón dejó escapar un largo suspiro y se acercó a pasarme la cabeza por la mano. Le rasqué las orejas un rato y lo tranquilicé:

—Estará bien. No te preocupes por él.

Ratón suspiró de nuevo.

—Yo también lo echaré de menos —le dije al perro. Luego sacudí la cabeza y añadí—: No te pongas cómodo. Vamos a visitar a Mac. Vas a conocer al caballero del Verano.

Di vueltas por el apartamento para coger todo lo que necesitaba para una reunión formal con el caballero del Verano, llamé a otro taxi y me senté en mi demasiado tranquilo apartamento preguntándome qué estaría escondiendo mi hermano.