Capítulo XI
EVELYN Fosley se quedó muy quieta.
—¿Que haga qué…? —preguntó, con cara de no comprender.
—Un intercambio de copas con Sheila —repitió Mitch Brocco—. Usted bebe de la copa de Sheila, y ella de la suya.
—¡Mitch! —exclamó Sheila Evans, censurándole con la mirada.
—Silencio, Sheila —rogó el detective.
—¡Me prometió usted que…!
—Por favor, cállese. Es Evelyn la que debe hablar.
Evelyn Fosley, que se había vuelto a sentar en el sillón, seguía con cara de desconcierto.
—No entiendo nada. ¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué he de beber en la copa de Sheila, y ella en la mía?
—Un capricho mío —respondió Mitch.
—¿No será que es usted supersticioso?
—Lo adivinó.
—Parece mentira.
—Me avergüenzo de ello, créame, pero no puedo remediarlo. Si no coge usted la copa de Sheila, y ella la suya, me voy a poner malo.
Evelyn apretó los labios.
—Creo que me está usted tomando el pelo, Mitch.
—Le aseguro que no.
—Está bien. Dame tu copa, Sheila —gruñó la atractiva cuarentona, ofreciéndole la suya. Sheila miró con dureza al detective.
—Esto no se lo perdonaré nunca, Mitch.
—Obedezca —pidió él.
Sheila aceptó la copa de su tía y le entregó la suya.
Al cogerla, con cierta brusquedad, Evelyn no sujetó bien la copa y ésta escapó de su mano, cayendo al suelo.
La copa se rompió y su contenido se esparció velozmente por el suelo.
—¡Maldita sea! —exclamó Evelyn, como muy enfadada—. ¡Tu amigo el detective me ha puesto nerviosa, Sheila!
—Lo siento de veras, tía Evelyn —respondió la muchacha, fulminando con la mirada a Mitch.
—No pasa nada —dijo el detective, con irónica sonrisa—. Le cedo mi copa, Evelyn. —Gracias, pero prefiero servirme otra —masculló la cuarentona, levantándose del sillón. Mitch se irguió también y le tendió su copa.
—Insisto en que beba de ésta, Evelyn. Y procure que no se le caiga también, porque me haría sospechar que contenía lo mismo que la copa de Sheila.
—¡Mitch! —gritó Sheila, brincando del sofá.
—¿Qué está insinuando tu detective? —exclamó la divorciada.
—¡No le hagas caso, tía Evelyn!
—¡Sospecha de mí!
—Dejaré de sospechar si bebe de mi copa —dijo Mitch.
—¡Qué ofensa, Dios mío!
—No le eche tanto teatro a la cosa y beba, Evelyn —insistió el detective.
—¡Ni un sorbo! —rugió la cuarentona, soltándole un zarpazo a la copa.
Mitch anduvo listo y la apartó a tiempo, impidiendo que Evelyn se la arrancara de la mano y la estrellara contra el suelo, provocando su rotura y el derramamiento del licor.
—¿Se da cuenta, Sheila? ¡Su tía trata de eliminar la prueba que tenemos contra ella!
—¡Eso es falso! —gritó Evelyn, intentándolo de nuevo.
Mitch levantó mucho la copa y evitó que el segundo zarpazo de la divorciada resultara efectivo.
—¡Quieta, fiera! —exclamó, empujándola con su mano libre.
Evelyn cayó sobre el sillón.
La bata, en esta ocasión, se le abrió mucho más, tanto por abajo como por arriba, así que, además de sus tentadoras piernas, mostró buena parte del busto.
Mitch clavó sus ojos en los abultados senos de la cuarentona y murmuró:
—Casi nada…
Evelyn se cerró la bata, furiosa, pero sólo por arriba.
—¡Sucio bastardo! —barbotó.
—Insúlteme cuanto quiera, Evelyn pero siga sentada en ese sillón —ordenó el detective.
—¡Estoy en mi casa y haré lo que me salga de las narices!
—No me obligue a mostrarme duro con usted, Evelyn.
—¿Lo estás oyendo, Sheila? ¡Tu amigo me está amenazando!
Sheila no dijo nada.
El hecho de que su tía hubiera intentado, por dos veces, arrancarle la copa a Mitch de la mano parecía darle la razón a éste y la estaba haciendo dudar.
El silencio de su sobrina enfureció aún más a la divorciada.
—¿Es que lo vas a permitir, Sheila? ¿Vas a consentir que me ofenda y me humille de esta manera?
Sheila se mordió los labios.
—¿Por qué no quieres beber de su copa, tía Evelyn?
—¡Porque no me da la gana!
—Yo se lo diré, Sheila —intervino Mitch—. No quiere beber de mi copa porque le echó una droga o algo peor. También lo echó en la copa que le ofreció a usted. Por eso la dejó caer al suelo, simulando que se le escapaba de la mano cuando yo la forcé al intercambio de copas.
—¡Eso es mentira! —rugió Evelyn, saltando del sillón.
Mitch la empujó de nuevo y la hizo caer otra vez sobre el sillón, provocando una segunda exhibición de sus protuberancias pectorales, aunque tan breve como la primera, porque Evelyn se cerró la bata enseguida.
—¡Salvaje! —gritó, con ojos llameantes.
—Le dije que no se levantara.
—¡Al infierno!
—¿Qué echó en nuestras copas, Evelyn?
—¡Nada!
—Será mejor que confiese.
—¡No tengo nada que confesar!
—Está atrapada. No tiene salida, Evelyn. Su plan se ha venido abajo con este nuevo fracaso.
—¿Qué plan?
—Eliminar a Sheila, matar después a su padre y heredar todo su dinero.
—¡Eso es un disparate!
—Conocía usted a Larry Sorensen, ¿verdad?
—¡Ya le dije antes que no!
—Mintió. Le conocía y tenía o había tenido relaciones íntimas con él.
—¡Eso es absurdo!
—Por Larry supo usted lo que había pasado esta mañana entre Sheila y él. Y decidió aprovechar la circunstancia.
—¡Nada de lo que dice es cierto, detective estúpido!
—Contrató usted a alguien para que eliminara a Sheila. Y ese alguien mató a Larry, cuando éste sospechó que usted era la responsable del disparo a la rueda delantera del «Ford-Cobra». ¿O lo mató usted personalmente, Evelyn?
—¡Está usted loco si piensa eso, Mitch!
—Veremos qué opina la policía, cuando en el laboratorio analicen la bebida que contiene esta copa.
—¡No eché nada en ella!
—Entonces, beba.
Evelyn, tras unos segundos de vacilación, decidió:
—¡De acuerdo, beberé!