CAPÍTULO PRIMERO

SHEILA Evans nadaba en la hermosa piscina.

La mañana era cálida, soleada, preciosa de verdad, y apetecía bañarse. Sheila había sentido ese deseo desde el momento en que se despertó en su cama y miró la amplia ventana de su dormitorio, entreabierta, lo que permitía que penetrasen los rayos del sol, tibios y acariciadores.

Sin la menor pereza, Sheila se había levantado de la cama, se había despojado del breve camisón transparente, se había colocado uno de sus atrevidos bikinis y había bajado al jardín, luciendo también una corta bata de baño y unas zapatillas de goma.

Llevaba casi veinte minutos en el agua, nadando en todos los estilos, sumergiéndose, realizando cabriolas… Disfrutando como una niña, en una palabra.

Pero de niña a Sheila no le quedaba nada, porque había cumplido ya los veintidós años y todo se le había desarrollado lo suficiente como para que se la considerase toda una mujer.

Era bastante alta, tenía el cabello rubio y los ojos azulados.

De pronto Sheila se quedó quieta en el agua, mirando hacia la entrada del jardín, porque había alguien allí. Estaba parado y la observaba con la sonrisa en los labios.

Era Larry Sorensen, el hombre que más interés tenía en casarse con ella. Contaba veintisiete años de edad, tenía el pelo oscuro, y vestía impecablemente.

—¿Qué haces ahí parado? —preguntó Sheila, no demasiado contenta de verle. —Contemplarte —respondió él.

—¡No me gusta que me espíen!

Larry Sorensen rió, mostrando sus sanos dientes, correctamente alineados. —Contemplarte no es espiarte, Sheila —dijo, echando a andar hacia la piscina.

Era un tipo alto, atlético, realmente apuesto, pero demasiado engreído, en opinión de Sheila.

La joven nadó hacia la escalera de acero inoxidable y empezó a subir por ella. Larry aceleró el paso y alcanzó la escalera antes de que Sheila saliera de la piscina. Apoyó las manos en la parte alta de la misma, se inclinó, y dijo:

—Si quieres que te deje salir, tendrás que darme un beso.

—No me apetece.

—A mí, sí.

—Apártate, Larry.

—Primero, el beso.

—No hay beso.

Larry Sorensen posó su mirada en los firmes y agresivos senos de Sheila Evans, que el reducido sujetador del bikini no podía cubrir más que en un cincuenta por ciento.

Tal vez menos.

Ello, unido al hecho de que las gotas de agua se deslizaban por ellos, lentamente, como acariciándole la piel, hizo que tos ojos de Larry brillaran de deseo.

—Tu cuerpo mojado me excita, Sheila —confesó.

—Déjame que me seque con la toalla, pues.

—No serviría de nada, porque seco también me excita.

—¿De veras?

—Bien lo sabes.

—Entonces te aconsejo que te des una zambullida y te enfríes un poco.

—Prefiero estrechar tu maravilloso cuerpo y besar tus tentadores labios.

—Inténtalo y te parto los tuyos de un puñetazo.

—¿Serías capaz?

—No lo dudes.

—En ese caso mejor será que me aparte.

—Desde Luego.

Larry se hizo a un lado y Sheila pudo salir de la piscina.

Los ojos masculinos recorrieron el esbelto cuerpo femenino, que brillaba a causa del agua y de los rayos del sol.

—Estás cómo quieres, Sheila… —murmuró Larry.

—Vete a paseo —rezongó la joven, y le dio la espalda.

No fue la espalda, sin embargo, lo que Larry le miró, sino lo que viene a continuación, según se baja.

—Madre mía… —exclamó ahogadamente, mientras sus ojos mordían el precioso trasero femenino, escasamente cubierto por la brevísima pieza inferior del bikini.

Sheila caminaba hacia la tumbona, pero Larry no la dejó llegar, ya que la alcanzó en un par de saltos y la abrazó por detrás, pegándose bien a ella.

—¡Sheila, amor mío! —exclamó, antes de besarla en el cuello, sobre la palpitante arteria, que empezó a latir con furia.

—¡Suéltame, Larry! —gritó la joven.

—¡Te quiero! ¡Te amo! ¡Te adoro!

—¡Y me comprarás un loro!

—¡Todos los que quieras!

—¡No me gustan los pajarracos! ¡Y eso es lo que eres tú, Larry, un pajarraco!

—¡Te equivocas! ¡La única pluma que tengo es estilográfica!

—¡Estilocuernos! —rugió Sheila, que seguía luchando por soltarse, sin conseguirlo.

Larry Sorensen rió, besó de nuevo el cuello femenino, todavía húmedo, y aseguró: —Estoy loco por ti, Sheila.

—¡Te ordeno que me sueltes, Larry! ¡Te estás aprovechando!

—Prométeme que me darás un beso.

—¡Un estacazo, eso es lo que te daré si no me dejas!

—Sé que tú también me amas, Sheila.

—¿Amarte? ¡Te odio, Larry!

—Lo dices para despistar.

—¡Es una verdad como un templo!

—Templo y boda tienen mucho que ver. ¿Cuándo nos casamos, Sheila?

—¡Antes me ahorco en un perchero!

—¿Has dicho en febrero?

—¡Al infierno contigo!

—Allí debo de encontrarme ya, porque estoy que ardo —confesó el zorro de Larry, y se pegó aún más al cuerpo prácticamente desnudo de Sheila.

Esta pudo comprobar que era verdad y se enfureció más aún.

—¡Yo apagaré tu fuego, antorcha humana! —aseguró, y empujó con su cuerpo, obligando a Larry a caminar hacia atrás.

—¡Lo estoy deseando, nena! —respondió él, sin percatarse de la proximidad de la piscina.

Sheila lo hizo retroceder un poco más, Larry tropezó en el dique de la piscina, perdió el equilibrio, y cayó a ella, sin arrastrar consigo a la muchacha, porque la soltó cuando vio que se caía de espaldas.

Larry se hundió, pero no tardó en emerger, porque era un buen nadador.

Sheila rompió a reír.

—Qué, ¿te has apagado ya, tea encendida? —preguntó, en tono burlón.

Larry soltó un taco y barbotó:

—¡No ha tenido gracia, Sheila!

—¡No la habrá tenido para ti, pero sí para mí! ¡Y mucha!

—¡Te lo haré pagar!

—¡No te debo nada, Larry!

—¡Me has arrojado a la piscina vestido! ¿Te parece poco?

—¡Tú te lo buscaste!

—¡Maldita sea! —masculló Larry, y nadó hacia la escalera metálica.

Sheila le dejó salir de la piscina, pero cuando vio que venía directamente hacia ella le apuntó con el dedo y ordenó:

—¡Detente, Larry!

—Me tienes miedo, ¿eh?

—No, ninguno.

—Te voy a abrazar con fuerza y te voy a besar en los labios.

—Te aconsejo que no lo intentes, Larry.

—¡Al diablo tus consejos!

Sheila dio un salto hacia atrás.

—¡No, Larry!

—¡Sí, Sheila!

La joven no pudo evitar que Larry Sorensen la abrazara y la apretara contra su cuerpo chorreante.

—¡Ya te tengo, Sheila!

—¡Suéltame!

—¡Te va a gustar tanto el beso que no querrás que termine!

—¡Lo lamentarás, te lo advierto!

Larry sonrió y aplastó su boca contra la de ella, dispuesto a devorarle literalmente los labios.

Sheila, sin pensárselo dos veces, elevó bruscamente su rodilla derecha y la incrustó entre los muslos masculinos, golpeando lo que allí había.

Larry la soltó en el acto, lanzó un terrible aullido y cayó de rodillas, agarrándose lo que tanto le dolía.

Sheila se hizo rápidamente atrás, recordando:

—¡Te dije que lo lamentarías, Larry!

—¡Maldita! —barbotó él, con lágrimas en los ojos, porque el dolor que sentía en sus genitales era espantoso.

—¡No quiero verte más! ¡Sal de esta casa y no vuelvas nunca! ¡Se acabó nuestra amistad, Larry!

Sorensen se irguió con mucha dificultad y masculló:

—Tú sí que lo vas a lamentar, Sheila. A mí nadie me echa a la calle como si fuera un perro sarnoso. No me conoces bien y no sabes de lo que soy capaz cuando alguien me trata como me has tratado tú. Te arrepentirás, te lo juro.

Sheila Evans no pudo evitar un estremecimiento, pero se mantuvo firme en su decisión.

—¡Fuera! —gritó, señalando la salida del jardín.

Larry Sorensen se marchó sin lanzar una sola amenaza más, pero firmemente decidido a cumplir las que lanzara antes, porque era un tipo terriblemente vengativo.