Capítulo VI
ALGUNOS minutos después Mitch Brocco aparecía de nuevo.
Sheila Evans se tranquilizó al verle surgir por entre los árboles.
El detective, que ya no esgrimía su arma, alcanzó la carretera y se introdujo en el «Ford-Cobra».
—El tipo voló, Sheila. Tenía su coche oculto detrás de aquel montículo.
—¿Cómo lo sabe?
—Encontré manchas de aceite en el suelo. También encontré esto.
Sheila miró lo que le mostraba el detective.
—¿Qué es?
—Un casquillo de bala. De bala de rifle. El tipo disparó desde el montículo.
—Y no falló—murmuró Sheila.
—Tiene buena puntería, no hay duda. Sólo necesitó un disparo para lograr su objetivo. ¿Es buen tirador Larry Sorensen?
—No lo sé.
—¿Y si se lo preguntáramos?
—¿Qué?
—Me gustaría hablar con él.
—¿Con Larry?
—Sí.
—¡Está loco!
—¿Larry?
—¡Usted!
—¿Por qué lo dice?
—¡Quiere hablar con Larry! ¡Con el hombre que estuvo a punto de matamos a los dos!
—No sabemos si disparó él personalmente o un enviado suyo. Y podríamos averiguarlo visitando a Larry Sorensen.
—¡Sería como meterse en la boca del lobo!
—Yo no le temo a ese lobo, Sheila.
—¡Pues yo sí, Mitch, porque ahora sé de lo que es capaz!
—¿No confía en mí?
—Claro que confío, pero…
—¿Dónde vive Larry?
Sheila se mordió los labios.
—Volvamos a casa, Mitch, por favor.
—Antes hablaremos con Larry.
—Le recuerdo que mi padre le contrató para que me defendiera, no para que me lleve a la guarida de ese canalla.
—Agarrar el toro por los cuernos es la mejor manera de defenderla, Sheila, créame.
La joven exhaló un suspiro.
—Está bien, vamos a casa de Larry —accedió. —Dígame dónde vive.
—490 de Franklin Street, apartamento 15-D.
—Vamos para allá —dijo Mitch, y puso en movimiento el «Ford-Cobra» de Sheila.
* * *
Mitch Brocco detuvo el coche frente al 490 de Franklin Street y paró el motor.
—Es aquí, ¿no?
—Sí —respondió Sheila Evans, visiblemente nerviosa.
—Tal vez Larry no esté en casa.
—Sí está.
—¿Cómo lo sabe?
—Su coche está ahí delante.
—¿Cuál es?
—El «Dodge» azul.
Mitch observó el vehículo de Larry Sorensen y dijo: —Debió venir directamente a su apartamento, después de reventar el neumático. Si fue él quien disparó, claro. Lo sabré cuando le interrogue.
—¿Piensa golpearle? —preguntó Sheila.
—Sólo si él me obliga.
—Larry es un tipo fuerte, Mitch.
—Yo también lo soy, no se preocupe. Vamos, abajo. Salieron del «Ford-Cobra» y el detective se acercó al «Dodge» de Larry Sorensen. Echó un vistazo a su interior, a través de las ventanillas, pero no encontró nada de particular.
Sheila se acercó también.
—¿Qué busca, Mitch? ¿El fusil con el que nos dispararon?
—Hubiera sido demasiada suerte encontrarlo sobre el asiento trasero, ¿no cree? —sonrió el detective.
—Desde luego.
—Subamos al apartamento de Larry —dijo Mitch, cogiéndola familiarmente del brazo. Penetraron en el edificio y se metieron en el ascensor, porque Larry Sorensen vivía en la cuarta planta. Una vez en ella, el detective hizo sonar el timbre del 15-D.
El nerviosismo de Sheila se había acentuado.
Mitch le vio estrujar literalmente el bolso y dijo:
—Lo va a destrozar, Sheila.
—¿Qué?
—El bolso, que se lo va a cargar.
—Estoy muy nerviosa, no puedo evitarlo —confesó la muchacha, antes de llevarse el bolso a la boca y clavarle los dientes como si se tratara de un bollo recién sacado del horno.
Mitch se disponía a hacer un comentario, pero se contuvo al ver que la puerta se abría. Sheila, instintivamente, dio un paro atrás, con los ojos clavados en el atractivo rostro de
Larry Sorensen.
Larry la miró a su vez.
Llevaba una copa en la mano derecha y casi se le cae a causa de la sorpresa.
—Sheila… —pronunció, muy bajito.
Mitch, al verle con la copa en la mano, dijo:
—Celebrando el reventón, ¿Eh?
Larry se fijó en él.
—¿Cómo dice?
—Que está celebrando el reventón de la rueda delantera del «Ford-Cobra» de Sheila y el supuesto accidente, en el que Sheila debía perder la vida. Y también yo, claro, porque iba con ella.
El rostro de Larry Sorensen denotó desconcierto.
—¿Quién es este tipo, Sheila? ¿Y de qué diablos está hablando?
—Me llamo Brocco y estoy hablando del disparo de fusil que hizo estallar el neumático delantero del coche de Sheila, cuando íbamos a más de cien por hora.
—¿Disparo de fusil?
—Sí, un certero balazo, enviado desde un montículo próximo a la carretera. Encontré el casquillo. Y las manchas de aceite dejadas por el coche del tipo que hizo uso del fusil. ¿Fue usted, Larry?
—¿Yo?
—Usted amenazó esta mañana a Sheila. Dijo que se vengaría.
Larry Sorensen compuso un gesto furioso y soltó el puño, pero Mitch Brocco, que estaba alerta, detuvo el golpe con el antebrazo izquierdo y respondió con un trallazo al mentón de su rival.
Se escuchó un chasquido y Larry salió despedido, perdiendo la copa antes de estrellarse contra el suelo y dar un par de vueltas por él.
La copa, de grueso cristal, resistió el golpe y no se rompió, pero la bebida se desparramó por el suelo.
—Entremos, Sheila —indicó Mitch, penetrando en el apartamento de Larry Sorensen. Sheila le imitó y el detective cerró la puerta.
Larry ya se estaba incorporando, rabioso.
—¡Me las vas a pagar, Brocco!
—Mejor será que confieses, Larry.
—¿Que confiese qué?
—Que disparaste contra la rueda delantera del. «Ford-Cobra»… o que lo hizo alguien enviado por ti.
—¡Bastardo! —rugió Sorensen, y se lanzó sobre el detective.
Mitch recibió un puñetazo en la barbilla, pero él golpeó por dos veces el rostro de Larry y lo envió nuevamente al suelo.
Sheila permanecía pegada a la puerta y seguía estrujando su bolso, terriblemente nerviosa.
Larry se estaba poniendo otra vez en pie.
Antes de que le atacara, Mitch lo apuntó con el dedo y dijo:
—Te conviene hablar, Larry Te ahorrarás golpes, caídas y dolores.
—¡Tú vas a recibir más golpes que yo, maldito! —ladró Sorensen, y se lanzó de nuevo sobre el detective.
Mitch lo frenó con un golpe de derecha, propinado en la cara, pero cuando se disponía a incrustarle el puño zurdo en el hígado Larry reaccionó con celeridad y lo tumbó de un potente derechazo a la mandíbula.
—¡Mitch! —exclamó Sheila al ver en el suelo al detective.
Brocco hizo ademán de levantarse, pero Sorensen se arrojó sobre él como una fiera.
—¡Te voy a destrozar, fantoche!
Mitch vio que el puño de Larry caía sobre su cara como un martillo pilón y la apartó con rapidez, burlando el golpe.
Larry aulló cuando su puño se estrelló contra el suelo, porque faltó poco para que se partiera la muñeca.
Mitch, naturalmente, aprovechó la circunstancia para conectar un zurdazo al rostro de su rival y quitárselo de encima, lo que le permitió recuperar la vertical.
Larry no se levantó.
Le dolía demasiado la muñeca derecha.
Mitch volvió a apuntarle con el dedo.
—¿Hablarás ahora, Larry?
—¡Vete al infierno, maldito! —relinchó Sorensen.
—Allí irás a parar tú como no te olvides de Sheila, porque no dejaré que la mates. Ni tú, ni nadie pagado por ti. La voy a proteger día y noche.
—¡Yo no deseo que Sheila muera, Brocco!
—La amenazaste.
—¡Pero no de muerte!
—Pues el accidente hubiera sido mortal, de no haber logrado yo controlar el coche.
—¡Yo no sé nada de eso! ¡No disparé sobre la rueda delantera del «Ford-Cobra» ni envié a nadie para que lo hiciera!
—Mientes.
—¡Es la verdad, lo juro!
—No te creo, Larry Y Sheila tampoco.
—Desde luego que no —habló la joven.
Larry la miró fijamente.
—¿De verdad me crees capaz de asesinarte, Sheila?
—Sí, para vengarte.
—¡Deseaba vengarme, es cierto, pero no así! ¡El asesinato no pasó en ningún momento por mi cabeza, te lo aseguro!
Mitch tomó la palabra de nuevo:
—¿Qué pensabas hacerle, Larry?
Sorensen, tras unos segundos de silencio, respondió:
—Asaltarla. Sorprenderla cualquier día y…
—Continúa, Larry.
—Tenía intención de abusar de ella. De golpearla, de maltratarla, de humillarla…
Sheila tuvo un claro estremecimiento.
—¡Eres un cerdo, Larry!
—Puede que sí. ¡Pero no soy un asesino!
—También eres eso, Larry —dijo Mitch.
—¡No, maldita sea! —siguió negando Sorensen—. ¡Odio a Sheila, por lo que me dijo y por lo que me hizo, pero sería incapaz de matarla!
—Lo intentarás de nuevo, lo sé. Tú o alguien pagado por ti. Pero lo intente quien lo intente, fracasará, porque yo estaré allí para defender a Sheila. No lo olvides, Larry Sorensen apretó los dientes con rabia, pero no insistió en su inocencia.
Mitch cogió del brazo a Sheila.
—Vámonos. Ver a este gusano me produce náuseas —rezongó.
—Y a mí —dijo la muchacha.
Mitch abrió la puerta, y él y Sheila abandonaron el apartamento de Larry Sorensen.