CAPITULO XIII

Los falsos Stojan y Zoran descubrieron a su vez a Sholto Arkin y Yelena Dalzell, y también ellos se quedaron parados, al ver que el propietario de El Gallo Plateado llevaba uno de aquellos maletines.

Su desconcierto era evidente.

¿Qué había sucedido?

¿Cómo había conseguido Sholto Arkin aquel maletín?

¿A quién se lo había arrebatado?

Todo esto, y algunas cosas más, se preguntaban los seres de Alcor que habían suplantado a Stojan y Zoran.

Sholto Arkin reaccionó y, con gran rapidez, abrió su, maletín y tomó la temible arma extraterrestre.

Los dobles de Stojan y Zoran reaccionaron también, abriendo sus maletines y empuñando sus armas.

Sholto accionó la suya, al tiempo que empujaba a Yelena y gritaba:

—¡Al suelo, Yelena!

La joven quedó tendida de bruces.

Desde allí, vio como el rayo azulado enviado por Sholto alcanzaba certeramente al falso Stojan, y cómo éste se tornaba azul y brillaba como una estrella en el firmamento.

El doble de Zoran disparó su arma, antes de que Sholto Arkin accionara de nuevo la suya.

Por fortuna, Sholto se había arrojado al suelo una fracción de segundo antes, y el rayo azulado pasó por encima de su cuerpo, alcanzó un buzón de correos, y lo tornó azulado y luminoso, antes de desintegrarlo totalmente.

Sholto Arkin, desde el suelo, disparó contra el falso Zoran.

Acertó nuevamente y el ser mutante se volvió azul y luminoso.

El doble de Stojan ya se había esfumado, así como el maletín que portaba, y escasos segundos después, del falso Zoran tampoco quedaba nada.

Sholto Arkin y Yelena Dalzell permanecieron todavía algún tiempo en el suelo, echados de bruces, pese a que el peligro ya había pasado.

Y es que pensaban que podían haber sido ellos los desintegrados por aquellos poderosos rayos azulados, de ahí que Sholto hubiese palidecido y Yelena temblase como un flan.

Finalmente, Sholto se incorporó y ayudó a Yelena a levantarse.

—¿Estás bien, cariño?

—Sí —respondió ella, con débil voz.

—¿No te has hecho daño en la caída?

—Me duelen un poco los codos y las rodillas, pero no es nada.

—Lamento haberte empujado de una manera tan brusca y violenta, pero...

—No te disculpes, Sholto —le sonrió levemente Yelena—, Hiciste lo que debías, y yo te lo agradezco mucho.

Sholto cerró el maletín, pero sin guardar el arma extraterrestre en él. La llevaría en la mano, por si se tropezaban con algún otro ser de Alcor.

Afortunadamente, no fue así, y él y Yelena alcanzaron la comisaría sin sufrir nuevos contratiempos.

Informaron de todo a la policía.

El comisario-jefe Truslow se hallaba en su casa, descansando, pero ante la gravedad del asunto, uno de los oficiales de guardia lo llamó por el videófono y le puso al corriente de lo que sucedía.

La máxima autoridad de Siderius City se vistió con rapidez y acudió a la comisaría en un tiempo récord.

Allí, de labios de Sholto y Yelena, escuchó con más detalle lo que había pasado... y lo que podía pasar, si no eran capaces de acabar con los siete seres de Alcor que, con personalidad terrestre, se encontraban en Siderius City.

—No se preocupen, acabaremos con ellos esta misma noche —aseguró el comisario-jefe Truslow.

* * *

Algunos minutos después, Sholto Arkin, Yelena Dalzell, el comisario-jefe Truslow, y media docena de policías, se hallaban frente a la habitación que, en el hotel Zulo, ocupaba la falsa Ulla Okeland.

El comisario Truslow había pedido una llave en recepción, y él mismo la introdujo silenciosamente en la cerradura, haciéndola girar con idéntico sigilo.

La puerta se abrió, aunque sólo unos centímetros, lo justo para que el comisario-jefe aplicara el ojo y pudiera mirar dentro.

Hasta los pelos de las cejas se le pusieron de punta cuando descubrió, tumbado en el suelo de la habitación, a uno de aquellos escalofriantes seres de Alcor.

Apartó el ojo de la grieta y, con el gesto, indicó a Sholto Arkin que mirara.

El propietario de El Gallo Plateado lo hizo.

Tras observar unos segundos al espantoso ser, Sholto cerró Ja puerta y dijo:

—El ser está dormido. Por lo visto, si no están despiertos, no pueden mantener una personalidad distinta a la suya. Las ropas de Ulla Okeland yacen junto a él. Debió quitárselas antes de recobrar su físico real y echarse en el suelo para descansar. Para nosotros es una suerte hallarlo dormido. Podremos acabar con él más fácilmente. Yo mismo lo haré, si usted me lo permite. Las armas de los seres de Alcor son muy silenciosas y terriblemente efectivas, como ya le expliqué.

El comisario-jefe Truslow asintió con la cabeza.

—De acuerdo, Sholto. Acabe usted con ese monstruoso ser.

Sholto Arkin abrió la puerta cautelosamente y penetró en la habitación, seguido del comisario Truslow y la media docena de oficiales, todos ellos armados con fusiles de balas explosivas.

Súbitamente, dos de las antenas del ser de Alcor, las más largas, se pusieron tensas, vibrantes.

—¡Cuidado, nos ha descubierto! —gritó Sholto.

En efecto.

Las antenas del habitante de Alcor habían captado la presencia de otros seres en la habitación, y eso hizo que se despertara instantáneamente.

Sholto Arkin oprimió el botoncito rojo del arma extra- terrestre que empuñaba y el rayo azulado partió veloz en busca del cuerpo del alienígena.

No lo alcanzó, porque el monstruoso ser de Alcor había brincado del suelo de una manera fantástica, y el rayo azulado sólo desintegró el sofá.

Aquella especie de gigantesca langosta marina lanzó un rugido estremecedor y saltó sobre el grupo de terrestres.

Sholto Arkin hizo funcionar de nuevo el arma extraterrestre.

Al mismo tiempo, el comisario-jefe Truslow rugía:

—¡Fuego, muchachos!

Los siete fusiles empezaron a escupir balas explosivas, alcanzando muchas de ellas al horripilante ser de Alcor.

En realidad, ya no era necesario, porque Sholto Arkin no había errado su segundo disparo, y el alucinante ser ya se había tornado azul y luminoso.

Segundos después, desaparecía por completo.

Sholto, Yelena, el comisario Truslow y sus hombres, respiraron tranquilos.

—Hasta dormidos son peligrosos estos espantosos seres —comentó el propietario del El Gallo Plateado.

—Sí, acabamos de comprobarlo —suspiró el comisario Truslow.

—Vamos en busca de los otros, comisario.

—Sí, no perdamos tiempo.

* * *

Acabar con los dobles de Milka Soyas y el par de clientes de El Gallo Plateado que invitaran a Ulla Okland y Dala Seiko a tomar unas copas, así como con la propia Dala, tampoco fue sencillo, pero Sholto Arkin, el comisario-jefe Truslow y sus hombres lo consiguieron.

Ya sólo faltaban Tova y Lydia.

Los dos seres de Alcor que adoptaran aquellos maravillosos cuerpos de mujer terrestre que tanto impresionaron a los clientes de El Gallo Plateado.

Sholto, Yelena, Truslow y los seis oficiales de policía ya se encontraban en el hotel Ceres.

Frente a la habitación 210, más concretamente.

El comisario Truslow tenía en la mano una llave de la habitación.

Se disponía a introducirla en la cerradura, cuando Sholto Arkin le sujetó el brazo y dijo:

—Un momento, comisario.

Truslow lo miró.

—¿Qué ocurre, Sholto?

—¿No le gustaría atrapar vivos a estos dos seres de Alcor?

—¿Atraparlos vivos...?

—Así sabríamos cómo llegaron a Plutón.

—Me parece muy peligroso, Sholto.

—A mí también —intervino Yelena Dalzell—. Será mejor que lo olvides, Sholto.

—Si pulso el timbré, nos abrirán con apariencia terrestre, y así no son tan peligrosos, a menos que tengan sus armas a mano, y no creo que sea ése el caso. Nosotros tenemos las nuestras empuñadas, y les amenazaremos con disparar al menor movimiento sospechoso. No creo que intenten nada, son seres inteligentes.

Tras casi un minuto de reflexión, el comisario Truslow dio una cabezada de asentimiento,

—Está bien, Sholto. Lo haremos como usted dice.

—Todos contra la pared, comisario —indicó Arkin—. Quiero que sólo me vean a mí cuando abran la puerta. Cuando yo les apunte con mi arma, se dejan ver ustedes y les apuntan con las suyas.

—De acuerdo.

El comisario Truslow, sus hombres y Yelena Dalzell se pagaron a la pared del corredor y contuvieron la respiración.

Sholto Arkin pulsó el timbre y se llevó la mano derecha a la espalda, ocultando el arma extraterrestre.

Transcurrió un minuto largo.

Luego, la puerta se entreabrió y la rubia Tova se dejó ver, envuelta en una bata brillante.

—Señor Arkin... —murmuró, visiblemente sorprendida.

Sholto sonrió.

—Hola, Tova. ¿Te he sacado de la cama?

El ser de Alcor con apariencia de hermosa mujer terrestre abrió totalmente la puerta, sonriente y confiado.

—Sí, Lydia y yo nos habíamos acostado ya —respondió—. Pero no se preocupe, pase usted.

—Sí, adelante, señor Arkin —dijo Lydia, que ya se cubría también con una bata brillante—. Vamos a pasarlo muy bien, los tres —aseguró maliciosamente.

Sholto Arkin sacó su mano diestra de la espalda y las apuntó a las dos con el pequeño objeto cilíndrico capaz de desintegrar cualquier cosa.

—Un solo movimiento, y os convierto en humo a las dos —amenazó.

Tova y Lydia quedaron paralizadas por la sorpresa.

El comisario jefe Truslow y sus hombres se dejaron ver, apuntando con sus fusiles a los dos seres de Alcor.

—Atrás, preciosas —ordenó Sholto—. Pero moveos muy despacio y con las manos en alto.

Tova y Lydia retrocedieron lentamente, con las manos levantadas y un brillo muy peligroso en los ojos.

Sholto, Truslow, los seis oficiales y Yelena penetraron en la habitación.

El primero informó:

—Todos vuestros compañeros han muerto; los ocho. Y vosotros moriréis también, si intentáis algo.

—¿Cómo habéis descubierto que...? —preguntó roncamente Tova.

—Eso no importa ahora. Lo que queremos saber es cómo llagasteis a Plutón, y cómo van llegando vuestros compañeros.

Tova y- Lydia no tuvieron más remedio que hablar del aparato que ocultaban en el baúl, y gracias al cual podían, en sólo unos segundos, trasladar a uno de sus compañeros desde el lejano Alcor hasta Plutón.

—¿Y cómo trajisteis ese increíble aparato a Plutón? —interrogó el comisario Truslow.

—En una pequeña nave —respondió la morena Lydia—. Nosotros dos viajamos en ella. La posamos en un lugar donde difícilmente podía ser descubierta. Luego, adoptamos esta personalidad y entramos en Siderius City. El Gallo Plateado nos pareció el mejor lugar para empezar, a desarrollar nuestro plan. Acude mucha gente allí.

—Asesinasteis a Jed Kolster, a Ulla Okeland. a Milka Sayas, a Stojan, a Zoran, a otros dos clientes... —fue enumerando Sholto Arkin, mirando a las falsas mujeres con rencor.

—Y les disteis a todos una muerte espantosa —añadió el comisario Truslow.

Los dos seres del Alcor comprendieron que estaban irremisiblemente perdidos, así que, entre verse apresados, juzgados y condenados a muerte por las autoridades terrestres, y morir peleando, optaron por esto último.

Con un rápido movimiento, se llevaron las diestras a los bolsillos de las batas y extrajeron sus poderosas armas.

—¡Disparen, comisario... —aulló Sholto Arkin, accionando ya su arma.

Truslow y sus hombres hicieron tronar las suyas.

La rubia Tova resultó alcanzada por el rayo azulado que brotó del arma manejada por Sholto, sin haber tenido tiempo de disparar la suya. También recibió varias balas explosivas.

La morena Lydia recibió igualmente unos cuantos proyectiles explosivos, y eso le impidió utilizar el arma, porque su cuerpo estalló por completo.

Cuando ya se derrumbaba, fue alcanzada por un rayo azulado, enviado por Sholto Arkin, y su cuerpo, al igual que el de Tova, se desintegró.

Los dos últimos seres de Alcor que quedaban en Siderius City, habían perecido también.

Plutón, y los restantes planetas del sistema solar, estaban fuera de peligro.