CAPITULO IX

Sholto Arkin y Yelena Dalzell estaban dispuestos a descubrir lo que se llevaban entre manos Jed Kolster y Ulla Okeland, averiguar por qué ambos les habían mentido, negando que se hubiesen visto aquella mañana.

Con ese propósito, Sholto y Yelena siguieron disimuladamente a Jed y Ulla cuando éstos abandonaron el club aquella noche.

Jed Kolster salió de El Gallo Plateado en compañía de Milka Soyas, una de las camareras del club, y echaron los dos a andar hacia la casa del encargado del local.

Ulla Okeland, por su parte, se reunió a la salida del club con un cliente que la había invitado a tomar unas copas en su casa, aunque ella, astutamente, dijo que prefería que fuesen a tomarlas a su habitación del hotel Zulo.

El tipo no puso objeciones y caminaron los dos hacia allí.

Sholto Arkin y Yelena Dalzell no tuvieron más remedio que separarse, pues la casa de Jed Kolster se hallaba en la zona norte de la ciudad, y el hotel Zulo, en la zona sur.

Sholto siguió a Jed y Milka, y Yelena marchó detrás de Ulla y el tipo que iba con ésta.

Algunos minutos después, Jed Kolster y Milka Soyas entraban en la casa del encargado de El Gallo Plateado.

Sholto Arkin, oculto en una esquina próxima, esperó cosa de media hora, sin que en ese tiempo ocurriera nada.

Estaba ya pensando en marcharse, convencido de que Jed y Milka iban a pasar la noche juntos, y por tanto sería tonto e inútil seguir en aquella esquina, vigilando, cuando vio salir a su hombre de confianza, portando un maletín en la mano izquierda.

Jed cerró la puerta de su casa con llave y echó a andar con paso raudo, como si tuviera prisa,

Sholto lo siguió, a prudente distancia.

Minutos después, Jed Kolster entraba en el Hotel Ceres.

Sholto Arkin se detuvo y permaneció quieto algunos segundos, pensativo.

Adivinaba que Jed iba a reunirse con Tova y Lydia.

¿Tendrían ellas algo que ver en lo que se llevaban entre manos Jed y Ulla...?.

Antes de que pudiera responderse, Sholto vio surgir por una esquina a Ulla Okeland.

La camarera ya no iba acompañada del tipo que la invitara a tomar unas copas, y también ella portaba un maletín en la mano izquierda, como Jed Kolster.

Y parecía tener la misma prisa que él.

Sholto Arkin vio entrar a la atractiva pelirroja en el hotel Ceres, y dedujo que también ella iba a reunirse con Tova y Lydia.

Ya no tenía la menor duda de que la pareja de hermosas equilibristas tenían mucho que ver en el extraño y sospecho so comportamiento de Jed y Ulla.

Mientras pensaba en ello, Sholto descubrió a Yelena Dalzell, semioculta en la esquina por la que unos segundos antes surgiera Ulla Okeland.

Sholto se introdujo los dedos en la boca y lanzó un silbido muy particular, que fue rápidamente captado por Yelena.

Ella le descubrió.

Sholto, con el brazo, indicó a la joven que fuera hacia donde él se encontraba.

Yelena corrió hacia allí.

Después de darse un fugaz beso, la muchacha informó:

—Ulla llevó al tipo a su habitación del hotel Zulo y estuvo con él una media hora. Luego, salió dé ella, sola y con un maletín como el que llevaba Jed esta mañana. La seguí hasta aquí y la vi entrar en el hotel Ceres.

—Algo parecido ha ocurrido con Jed —informó Sholto a su vez, y se lo refirió.

También le habló de sus sospechas de que Tova y Lydia tenían bastante que ver con la misteriosa actitud de Jed v Ulla.

Yelena iba a hacer un comentario, cuando ella y Sholto vieron aparecer en la calle a Dala Seiko, la nueva camarera contratada por Jed Kolster, la del pelo teñido de azul y acusadas formas.

También ella parecía llevar prisa.

Y también ella se introdujo en el hotel Ceres.

* * *

Apenas adoptar su aspecto humano. Tova y Lydia se colocaron los minúsculos pantaloncitos dorados, las botas y los sugestivos vestidos.

Lo hicieron con mucha rapidez, porque tenían bastantes cosas que hacer. La más importante de todas, borrar las huellas de su doble y espantoso crimen.

Del maletín que descansaba sobre un sillón, extrajeron dos pequeños objetos cilíndricos que semejaban dos pequeñas linternas eléctricas.

Toya apuntó con su aparatito el esqueleto de Stojan y oprimió un diminuto botón rojo.

Del extremo del objeto surgió un rayo azulado.

El esqueleto de Stojan, alcanzado por el rayo, se tornó también azulado y luminoso durante unos segundos.

Después, del esqueleto humano no quedó ni rastro.

Se había desintegrado por completo.

Lydia hizo desaparecer el esqueleto de Zoran, utilizando también el objeto cilíndrico que empuñaba.

Luego, las dos mujeres redujeron al mínimo la potencia desintegradora de sus armas y las accionaron de nuevo, disparando ahora sobre las manchas de sangre que se veían en el sofá y en el suelo.

Todas desaparecieron.

Borradas ya las huellas de su doble crimen, Tova y Lydia guardaron sus armas en el maletín y pasaron a otra cosa, muy importante también: sustituir a las víctimas.

Entre las dos sacaron un gran baúl del dormitorio.

Tova lo abrió de par en par.

Entonces se vio que no era un baúl, sino un sofisticado aparato electrónico que tenía forma de tubo, construido con material transparente.

En el interior del tubo, que despedía una luz amarillenta, cabía perfectamente un ser humano.

Tova empezó a manipular el extraño ingenio electrónico.

Mientras tanto, Lydia extrajo del dormitorio una especie de proyector y una pantalla, disponiendo ambas cosas convenientemente.

Entonces, sacó algo de lo que ella y Tova llamaban cámara fotográfica y lo colocó en lo que parecía ser un proyector.

En la pantalla apareció la imagen de Stojan, fotografiado de frente y totalmente desnudo.

Tova ya tenía preparado el aparato que se hallaba instalado dentro del baúl.

Pulsó una tecla azul.

La luz amarillenta que despedía el enorme tubo transparente se tornó mucho más intensa, al tiempo que un extraño zumbido se dejaba oír de forma intermitente.

El zumbido, como la luz, fue ganando potencia, hasta resultar terriblemente molesto para el oído humano.

De repente, uno de aquellos horribles seres que semejaban gigantescas langostas marinas puestas en pie, apareció en el interior del tubo transparente.

Entonces, Tova pulsó una tecla blanca y la luz amarillenta volvió a ser suave, desapareciendo a la vez el agudo e intermitente zumbido.

Tova pulsó un botón y el tubo se abrió, dejando salir al horripilante ser, quien caminó hacia Lydia.

Esta señaló la pantalla, en la que seguía viéndose desnudo a Stojan, y el monstruoso bicho miró hacia allí.

Lydia esperó unos segundos y luego manipuló el extraño proyector.

Ahora, en la pantalla se vio a Stojan de espaldas.

Más tarde, se vio de un perfil y otro.

El horroroso ser, que había grabado en su cerebro las imágenes aparecidas en la pantalla, procedió a su mutación, convirtiéndose en sólo unos segundos en el doble perfecto de Stojan.

Lydia le entregó las ropas del verdadero Stojan.

El ser se las puso, en silencio.

La voz y los más indispensable conocimientos para poder suplantar al auténtico Stojan, los adquiriría después, mediante otro sencillo proceso.

Entretanto, Tova había hecho aparecer otro de aquellos seres en el interior del tubo transparente.

Minutos más tarde, el ser se convertía en el doble exacto de Zoran, la otra víctima.

Unos minutos más, y ambos seres hablaban ya como los auténticos Stojan y Zoran, con sus mismas voces.

Fue entonces cuando llamaron a la puerta.

Tres timbrazos cortos y seguidos.

Era la señal convenida para que Tova y Lydia supiesen que quien llamaba era uno de ellos.

Por eso no fue necesario ocultar el baúl, el proyector ni la pantalla.

Tova abrió la puerta.

Era Jed Kolster, porque el auténtico fue devorado la noche anterior por Tova y Lydia.

El falso Jed Kolster entró en la habitación, cuya puerta se apresuró a cerrar Tova, quien preguntó:

—¿Cómo fue todo?

—Perfecto, igual que con Ulla Okeland, esta mañana —respondió el doble de Jed Kolster, sonriente.

—Abre el maletín, de prisa —apremió Tova.

El falso Jed lo puso sobre la mesa y lo abrió, sacando las ropas de Milka Sayas, la camarera que él había devorado aquella noche, después de tomarle las correspondientes fotos desnuda, que también traía en el maletín:

Algunos segundos después, la imagen de Milka Soyas estaba en la pantalla y la rubia Tova se aprestaba a hacer aparecer otro de aquellos seres tan espantosos, para suplantar a la camarera.

En aquel momento, sin embargo, volvieron a llamar a la puerta.

Tres timbrazos cortos y seguidos, como antes.

Era otro de ellos.

Esta vez fue la morena Lydia quien abrió.

Era la falsa Ulla Okeland.

Entró rápidamente en la habitación.

Lydia cerró la puerta y preguntó:

—¿Todo bien?

—Sí, no ha habido ningún problema —respondió la doble de Ulla Okeland, con una sonrisa—. Aquí están las ropas del tipo que llevé a mi habitación. Y las fotos que le tomé, desnudo, antes de dar los conocimientos que almacenaba su cerebro.

—Perfecto —sonrió Lydia.

Minutos más tarde, llamaban de nuevo a la puerta. Del modo convenido. Tova abrió.

Era Dala Seiko, la camarera que había ocupado el puesto de Yelena Dalzell.

Dala no era el doble de nadie.

Había adoptado aquel nombre y aquel físico a su capricho. Era el caso de Tova y Lydia. Ellas tampoco suplantaban a nadie.

Tanto sus nombres como sus físicos eran inventados.