CAPITULO X

Sholto Arkin y Yelena Dalzell seguían ocultos en aquella esquina próxima al hotel Ceres.

—Dala Seiko, la nueva camarera, también está complicada, Sholto... —murmuró Yelena, sorprendida.

—Parece que sí —repuso el propietario de El Gallo Plateado, no menos sorprendido.

—¿Qué estarán tramando todos ellos?

—Es lo que tenemos que averiguar, Yelena.

—¿Cómo, Sholto?

—De momento, esperaremos a que Jed, Ulla y Dala salgan del hotel Ceres, lo cual sospecho que no tardará en suceder.

—¿Por qué piensas que no tardarán en salir?

—Milka quedó en casa de Jed, y el tipo que se fue con Ulla, en la habitación de ésta, lo cual indica que Jed y Ulla piensan volver con ellos.

—Tienes razón, no había caído en eso.

—Confiemos en que sea pronto.

Sholto y Yelena continuaron en la esquina.

Unos treinta minutos después, Jed Kolster salía del hotel Ceres.

Sholto y Yelena se quedaron perplejos al ver que salía acompañado de... ¡Milka Soyas!

Antes de que tuvieran tiempo de reponerse de su sorpresa, vieron salir a Ulla Okeland, acompañada del tipo que la esperara a la salida del club.

Y, un instante después, salían Dala Seiko y el cliente que invitara a ésta a tomar unas copas.

Los seis portaban sendos maletines.

El desconcierto de Sholto Arkin y Yelena Dalzell no tenía límites.

—¿Cómo es posible que...? —musitó el primero.

—¡Esto parece cosa de brujas, Sholto! —exclamó, aunque en voz baja, la joven—. ¡El tipo que acompañaba a Ulla quedó en la habitación de ella, y ahora sale del hotel Ceres!

—También Milka quedó en la casa de Jed, y sin embargo...

—¡Nosotros no los vimos entrar en el hotel Ceres!

—No, no los vimos.

—¿Qué está pasando en Siderius City, Sholto? ¿Cómo es posible que una misma persona se encuentre en dos lugares distintos a la vez?

—No lo sé, Yelena. Científicamente, es imposible; no se puede estar en dos sitios a la vez.

—Pues ha ocurrido, Sholto!

—Tiene que haber alguna explicación lógica.

—¿Tú crees?

—Claro. Y nosotros daremos con ella. Vamos, Yelena.

Jed, Milka, Ulla, dalla y los dos clientes del club se habían separado, tomando cada cual una dirección distinta.

Sholto y Yelena siguieron a Jed Kolster, con las debidas precauciones, para que él no los descubriera.

Jed fue directamente a su casa.

Abrió la puerta con llave y entró.

Sholto y Yelena se miraron.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó la joven.

—Sólo se me ocurre una cosa: entrar en la casa de Jed —respondió Arkin.

—¿Cómo?

—Llamando a la puerta, naturalmente.

—Quieres saber si Milka Soyas sigue en la casa, ¿no?

—No puede seguir ahí, porque estaba en el hotel Ceres.

—Tampoco podía estar en el hotel Ceres, porque se encontraba en la casa de Jed, pero...

—Jed nos explicará lo que pasó.

—¿De veras crees que querrá?

—Si no quiere, le obligaré a puñetazos. Vamos, Yelena —indicó Sholto, tomando del brazo a la joven.

Caminaron hacia la casa de Jed Kolster.

Sholto Arkin pulsó el timbre.

Jed tardó un minuto en abrir, y quedó visiblemente sorprendido al ver que se trataba de Sholto y Yelena.

El propietario de El Gallo Plateado sonrió.

—Hola, Jed.

—¿Ocurre algo, Sholto...?

—Tengo que hablar contigo.

—¿A estas horas...?

—Es importante, Jed.

—Está bien, pasad.

Sholto y Yelena entraron en la casa.

Jed Kolster cerró la puerta y los miró a los dos, intrigado.

—¿De qué se trata, Sholto?

—¿Estás solo, Jed? —preguntó Arkin, mirando hacia el interior de la casa.

—Sí, estoy solo —respondió Kolster.

—¿No ibas a pasar la noche con Tova y Lydia?

—Cambié de idea.

—¿Y qué me dices de Milka?

—¿Milka?

—Sí, Milka Soyas.

—Pues, no sé qué quieres que te diga, Sholto —sonrió nerviosamente Kolster.

—Salisteis juntos del club.

Sí, es cierto. Pero, luego, ella tomó su camino y yo el mío.

—Mientes.

¿Qué?

—Tomasteis los dos el mismo camino.

—No, no... Yo me vine a mi casa, y Milka...

—Milka se vino contigo.

—Te equivocas, Sholto. Yo...

—Es inútil que sigas mintiendo, Jed. Os seguí hasta aquí.

Kolster respingó.

—¿Que nos seguiste...?

—Sí, Jed.

—¿Por qué?

—Estoy harto de tanta mentira. Esta mañana estuviste con Ulla Okeland, en su habitación del hotel Zulo. Yelena te vio entrar, portando un maletín. Sin embargo, cuando te pregunté si habías visto a Ulla, dijiste que no. Ulla también mintió, pues dijo que no había dormido en su habitación, que había pasado la noche fuera, con un cliente del club.

Jed Kolster no supo qué responder.

—Aún hay más, Jed —prosiguió Sholto Arkin, en tono duro—. Esperé cerca de aquí y te vi salir, pero solo; Milka quedó en la casa. Te seguí hasta el hotel Ceres, y vi también entrar en él a Ulla Okeland y Dala Seiko. También ellas portaban sendos maletines. Un buen rato después, salíais los tres del hotel, junto con Milka y dos clientes del Club. ¿Cómo es posible que Milka Soyas estuviera en el hotel Ceres, si quedó aquí, en tu casa?

Jed Kolster siguió callado, y se veía que su nerviosismo aumentaba por segundos.

Sholto Arkin continuó:

—Estuvisteis todos con Tova y Lydia, ¿verdad? ¿A qué fuisteis allí? ¿Qué portábais en esos maletines? ¿Qué sucio negocio lleváis entre manos?-Vas a contármelo todo. Jed. Por las buenas, o por las malas.

Al ver que Sholto Arkin levantaba el puño, el falso Kolster reaccionó, y trató de ser él quien golpeara primero.

No lo consiguió, porque Sholto esquivó hábilmente su puño y, una fracción de segundo después, le estrellaba el de él en la mandíbula.

El doble de Jed Kolster cayó al suelo y dio una vuelta de campana.

Sholto Arkin le apuntó con el dedo.

—No me obligues a darte una paliza, Jed. Es posible que te la merezcas, pero preferiría no tener que golpearte. Cuéntamelo todo, será mejor.

—¡No voy a contarte nada, maldito! —rugió el falso Kolster, poniéndose en pie con extraordinaria agilidad.

Un segundo después, atacaba a Sholto Arkin.

Pero no con los dos puños, sino con los pies.

Sholto no llegó a explicarse cómo Jed pudo elevarse de aquella manera tan increíble y proyectarse hacia él de aquel modo tan fantástico, pero el caso es que los pies de su encargado le golpearon en el pecho con tremenda dureza y lo mandaron al suelo, haciéndole rodar por él como una pelota.

—¡Sholto! —gritó Yelena Dalzell, angustiada.

Arkin, desde el suelo, dijo:

—Tranquila, Yelena. La pelea no ha hecho más que empezar.

—¡Pero va a terminar muy pronto! —aseguró el doble de Jed Kolster, y saltó sobre el caído Sholto, con intención de propinarle un patadón en la cabeza y dejarlo sin sentido.

Sholto Arkin giró sobre sí mismo con rapidez y los pies de su atacante sólo golpearon el suelo.

El propietario de El Gallo Plateado disparó su pierna derecha y golpeó la cara posterior de las rodillas del falso Kolster, a quien derribó estrepitosamente.

Sholto se irguió de un salto.

Su enemigo también se incorporó de un brinco.

Se miraron los dos fieramente.

Sholto esperó el ataque de su rival.

No tuvo que esperar mucho, pues el doble de Jed lanzó un grito escalofriante y se proyectó de nuevo contra él, los pies por delante.

Sholto dio un ágil salto hacia su derecha y las botas de su contrincante sólo golpearon el vacío, lo cual hizo que el falso Kolster se propinara un batacazo de campeonato.

Pareció ser el fin de la pelea, pues el doble de Jed Kolster quedó tendido en el suelo, de bruces, completamente inmóvil.

Sholto Arkin exhaló un gemido y se desplomó, sin sentido.

Y él lo había perdido de verdad.