CAPITULO VII
Ulla Okeland, que vestía una descarada miniblusa y unos shorts muy reducidos, lo que le permitía exhibir buena parte de sus erguidos y desarrollados senos, la tersa y morena piel de su estómago, y sus largas y bien formadas piernas, llegó junto a Sholto Arkin y Yelena Dalzell.
--¿Señor Arkin...? ¿Yelena...? —los saludó a los dos, sir dejar de sonreír.
—Hola, Ulla —respondió Yelena, en tono apagado.
—¿Qué hacen frente a la puerta de mi habitación, señor Arkin? —preguntó la atractiva pelirroja.
Sholto carraspeó y explicó:
—Yelena llamó a tu puerta, varias veces, y como no le abrías, temió que pudiera haberte sucedido algo, y vino a buscarme al club.
Ulla rió.
—¿Cómo iba a abrirle, si no me encontraba en mi habitación.
—¿No?
—He pasado la noche fuera, señor Arkin. Un cliente, joven, apuesto y simpático, me invitó a tomar unas copas en su casa, cuando cerrase el club, y yo acepté. Hicimos algo más que tomar unas copas, claro... —sonrió maliciosamente Ulla.
—Entiendo.
Ulla miró a su compañera de trabajo.
—¿Qué querías, Yelena?
—Nada, sólo charlar contigo —respondió la joven, sonriendo nerviosamente.
—Bueno, pues pasa y charlaremos —invitó Ulla, sacando la llave de su bolso, que llevaba colgado al hombro, y abriendo la puerta de su habitación—. ¿Quiere usted pasar también, señor Arkin...?
—No, yo tengo que regresar al club —respondió Sholto.
—Yo también tengo algo que hacer, Ulla —mintió Yelena—. Ya charlaremos otro rato, ¿de acuerdo?
—Como quieras —sonrió la pelirroja.
Sholto y Yelena se despidieron de ella y se alejaron.
Ulla entró en su habitación y cerró la puerta.
Sholto y Yelena se detuvieron.
—Nos ha mentido, Sholto —dijo la joven.
—¿Estás segura?
—¡Pues claro que lo estoy! Ulla estaba en su habitación cuando Jed Kolster llamó. Vi como le abría la puerta y cambiaba unas palabras con él. Ulla iba en bata y tenía cara de acabar de despertarse. No pasó la noche fuera, Sholto, ha dormido en su habitación.
—¿Por qué nos habrá mentido?
—No lo sé. Como tampoco sé por qué no me abrió cuando llamé a su puerta, al poco de irse Jed. Ni por qué éste abandonó con tantas prisas la habitación de Ulla, con aquella gélida y extraña expresión en sus ojos. ¿Y por qué vino con un maletín? ¿Qué llevaba en él?
—No tengo ni idea.
—Todo esto es muy extraño, Sholto.
—Hablaré con Jed.
—Seguro que niega también haber venido esta mañana a ver a Ulla.
—Si lo niega, sabremos que miente, como Ulla.
—¿Sabes lo que pienso, Sholto?
—No.
—Que Jed y Ulla se llevan algo entre manos. Y no debe de ser nada bueno, cuando lo ocultan.
—Me sorprendería mucho, porque yo tengo la mejor opinión de Jed Kolster. Por eso lo hice encargado. Confío plenamente en él, Yelena.
—También yo confiaba en Ulla, y sin embargo...
—Averiguaremos lo que pasa, no te preocupes. Ahora, entremos en tu habitación. Quiero que recojas todas tus cosas y las lleves al club —indicó Sholto.
* * *
Sholto Arkin y Yelena Dalzell entraron en El Gallo Plateado por la puerta de atrás, cargados con las cosas de la muchacha.
Jed Kolster los vio y se acercó a ellos, visiblemente sorprendido.
—¿Adonde vais con todo eso, Sholto...?
—Son las cosas de Yelena —respondió Arkin, observando con fijeza al encargado de su local.
No le pareció que su mirada fuera fría, extraña ni sospechosa.
Sólo reflejaba sorpresa.
—¿Las cosas de Yelena...? —repitió Kolster, desconcertado.
—Va a instalarse arriba, Jed —explicó Arkin.
—¿Contigo...?
—Sí.
—Oh, me parece que ya lo entiendo... Yelena es la rubia que tanto te atraía, ¿no, Sholto?
—Así es, Jed. Por cierto, habrá que contratar una camarera para que ocupe el puesto de Yelena. Ella no trabajará en el club.
—Entendido, Sholto.
—Otra cosa, Jed... ¿Has visto a Ulla esta mañana, por casualidad?
—¿Ulla Okeland...?
—Sí.
—Pues, no, no la he visto. ¿Por qué lo preguntas?
—Olvídalo, no tiene importancia —sonrió Sholto, y él y Yelena se dirigieron hacia la escalera que conducía a la planta superior.
Apenas llegar arriba, Yelena se detuvo y miró a Sholto.
—¿No te dije que Jed lo negaría?
—Acertaste, Yelena.
—Nos mintió, como Ulla. Están los dos de acuerdo.
—Es evidente que sí.
—¿Qué tramarán, Sholto?
—No lo sé, pero te prometo que lo descubriré.
Entraron en el dormitorio.
Yelena se dispuso a guardar sus cosas, pero Sholto la abrazó amorosamente por detrás y depositó un cálido beso en su cuello, sobre una arteria palpitante.
La joven cerró los ojos y se quedó muy quieta.
—Sholto... —musitó.
—¿Sí, cariño?
—¿Qué te propones?
—¿No lo adivinas? —sonrió Arkin, mordisqueándole ahora el lóbulo de la oreja.
—¿Te gusta hacer el amor antes de almorzar?
—Me gusta hacerlo a todas horas, si la mujer es de mi agrado.
—Sholto... —gimió Yelena, porque Arkin le había abierto el chaleco y ya tenía entre sus manos los tibios senos de ella, oprimiéndolos suavemente, acariciando los suaves pezones.
—¿Tú no estás de acuerdo en que antes de almorzar...?
—Sí que estoy de acuerdo, sí que estoy de acuerdo —respondió Yelena, volviéndose y besando a Sholto en los labios, con mucho ardor.
* * *
A las seis en punto, como cada tarde, El Gallo Plateado abrió sus puertas y los primeros clientes empezaron a llegar.
El puesto de camarera dejado vacante por Yelena Dalzell ya había sido cubierto por una llamativa muchacha con el pelo teñido de azul y acusadas formas, que Jed Kolster presentó a Sholto Arkin con el nombre de Dala Seiko.
Un par de horas después, el local se hallaba casi lleno.
Fue entonces cuando Tova y Lydia hicieron su debut en El Gallo Plateado, y su sola aparición en la pista de atracciones, luciendo aquellos minúsculos pantaloncitos dorados y brillantes que sólo cubrían sus sexos, ya arrancó una sonora salva de aplausos, entusiasmados los espectadores por la fascinadora belleza de la pareja de equilibristas.
Sholto Arkin no había querido perderse la primera actuación de Tova y Lydia, y se hallaba en un ángulo de la sala, acompañado de Yelena Dalzell, quien comentó:
—Todavía no han empezado a actuar, y el público ya les aplaude calurosamente.
—Eso es bueno, Yelena —sonrió Sholto, satisfecho.
—Están las dos que quitan el hipo, hay que reconocerlo.
—A mí me gustas más tú —aseguró Sholto, y la besó fugazmente en los labios.
Al compás de una música suave y exótica. Tova y Lydia iniciaron sus complicados ejercicios, dejando boquiabiertos a los espectadores por la belleza y dificultad del número... y por la tremenda sensualidad de cada uno de los movimientos de sus espléndidos cuerpos.
Al término de su actuación. Tova y Lydia fueron largamente ovacionadas por el público, viéndose obligadas a saludar varias veces, sus humedecidos cuerpos semicubiertos ahora por unas capas brillantes.
Cuando, finalmente, los enfervorizados espectadores les permitieron retirarse de la pista, Sholto Arkin comentó:
—Son sensacionales, ¿verdad, Yelena?
—Desde luego —asintió la joven.
—El público está entusiasmado.
—Que no te entusiasmes tú también, es menester. Y ya sabes a qué me refiero.
Sholto rió.
—Yo sólo me entusiasmo contigo, Yelena —dijo, y la besó.
* * *
Tova y Lydia actuaron dos veces más aquella noche, y aunque eran varias las atracciones que cada día ofrecía El Gallo Plateado a sus clientes, todas, ellas de categoría, las mayores ovaciones fueron para la pareja de magníficas y esculturales equilibristas.
Unos minutos después de su tercera y última actuación de la noche, Tova y Lydia recibieron en su camerino la visita de dos de los hombres que más calurosamente aplaudieran su número.
Se trataba de dos tipos jóvenes, atléticos y no mal parecidos, en cuyos ojos se advertía claramente el deseo de ligar con la pareja de hermosas equilibristas.
Después de presentarse como Stojan y Zoran, y elogiar ambos hasta la exageración la actuación de Tova y Lydia, revelaron de palabra lo que desde el primer momento habían estado revelando con sus miradas, e invitaron a las artistas a tomar unas copas con ellos.
Tova y Lydia aceptaron sin hacerse de rogar, pero pusieron la condición de que fuera en su habitación del hotel Ceres.
Stojan y Zoran estuvieron de acuerdo, porque ellos lo que querían era pasar unas horas con las cautivadoras equilibristas, y no les importaba dónde, siempre que pudieran llevar a cabo sus propósitos, que no eran otros que hacer el amor con ellas, claro.
Lejos estaban ellos de suponer que, de hacer el amor con las artistas, nada.
Tova y Lydia tenían otros planes para con Stojan y Zoran.
Los mismos que tuvieran para con Sholto Arkin y Jed Kolster, y de los cuales el primero se libró porque no acudió a su habitación la noche anterior, ni pensaba acudir aquella noche tampoco.
Esta era la razón por la cual Tova y Lydia habían aceptado la invitación de Stojan y Zoran.
Necesitaban víctimas, para ir desarrollando el diabólico plan que las había llevado a Plutón.
Un plan que les permitiría apoderarse, primero, de Siderius City, y más tarde, de las restantes ciudades.
Sí.
Ese era su objetivo.
Dominar el planeta.
Dominar Plutón.