SEGUNDA PARTE
París (1968)

Moi qui ai connu Rimbaud, je sais qu’il

se foutait pas mal si A était rouge ou vert.

Il le voyait comme ça, mais c’est tout.

VERLAINE a Pierre Louys

—¿Así que viviste en París durante un tiempo?

—Sí.

—¿Cuándo fue eso?

En realidad no miento nunca, aunque durante un tiempo intenté hacerlo para evitar las preguntas subsiguientes. Para empezar, nunca mencionaba el mes de mayo. Lo máximo que llegaba a decir era «a principios de verano».

—En mil novecientos… —fruncía el ceño para evidenciar mi mala memoria y abría la boca como un pez explorando la superficie del agua—… debió de ser hacia el sesenta y ocho.

Lo del año cada vez impresiona menos y ya no creo estarle tomando el pelo a la gente cuando confundo las fechas.

—Oh, al final de los sesenta. Sesenta y siete, sesenta y ocho, por ahí.

Durante unos años, sin embargo, tenía que salir al paso de diversas réplicas.

—Ah, sí, cuando aquellas terribles… —empezaban los amigos de mis padres, imaginándome en una barricada y llenándome los bolsillos de piedras.

—¿Viste algo de…? —solían reaccionar, con esas medias tintas como si estuviéramos hablando de alguna película o de amigos comunes.

Y estaban, en tercer lugar, los que daban un giro indiferente a la conversación; esos eran los que más incómodo me hacían sentir.

—Ah —(un movimiento en la silla, un golpecito en la pipa o cualquier otro gesto social conciliador)—, «les événements».

No habría sido tan grave si hubiera sido una pregunta. Pero siempre era un planteo. Se producía entonces la correspondiente pausa reflexiva sólo turbada, por decirlo de alguna manera, por el crujido de una chaqueta de cuero recién comprada. Y si caía en el error de no romper el silencio, me concedían otra oportunidad (dignándose a asumir que padecía neurosis de guerra).

—Conocí a un individuo que estuvo allí en esa época…

O bien:

—Lo que nunca he tenido muy claro es…

O bien:

—Pero, vaya, que…

La cuestión es… pues, que yo estuve allí todo el mes de mayo, entre el incendio de la Bolsa, la ocupación del Odeón, el encierro de Billancourt, el rumor de los tanques que de noche volvían rugiendo desde Alemania. Pero lo cierto es que no vi nada. Honestamente, ni siquiera puedo recordar una columnita de humo en el cielo. ¿Dónde pusieron todas sus pintadas? Desde luego, no donde yo vivía. Tampoco puedo recordar los titulares de los periódicos de la época. Supongo que los diarios continuaron publicándose como siempre; de lo contrario, me acordaría. Luis XVI (si me perdonáis la comparación) salió de caza el día de la toma de la Bastilla, volvió y esa tarde escribió en su diario la palabra «Rien». Yo volví a casa y durante semanas enteras escribí: «Annick». No sólo eso, por supuesto: después de su nombre escribía largos párrafos de goce desaforado, irónica autocomplacencia y fingido abatimiento. ¿Cabían en este diario palpitante y alborozado «nítidas viñetas describiendo la lucha» o pesadas reflexiones políticas? No he conservado el diario, pero no creo que cupiesen.

Recientemente, Toni me enseñó una carta que le escribí desde París y que contenía un raro comentario sobre la crisis. Por lo visto explicaba los desórdenes diciendo que los estudiantes eran demasiado estúpidos para entender lo que les explicaban en clase, se frustraban mentalmente y, a falta de posibilidades para hacer deporte, se dedicaban a luchar contra la policía antidisturbios. «Tendrías que ver una fotografía extraordinaria», le escribía, «de un grupo de policías cargando contra un estudiante y lanzándolo al río. El estudiante se está volviendo hacia la cámara. La foto tiene un aire a lo Lartigue. Al menos, hizo un poco de ejercicio. Mens sana in corpore sano».

Cuando cree que me vuelvo autocomplaciente, cosa que sucede a menudo, Toni me recuerda todavía frases de esa carta. Se ve que el estudiante en cuestión se ahogó —o al menos eso dijeron algunos—, pero, aunque fuese verdad, yo entonces no estaba como para enterarme de esas cosas ¿no es así? Toni, con bastante razón, es ligeramente mordaz en lo que se refiere a la totalidad de mis experiencias parisinas.

—Joder, es decididamente típico. La única vez en tu vida que has estado a tiempo en el lugar preciso y ¿qué haces? Te encierras en un ático para meterle mano a una chavala. Casi me convence de que existe un orden cósmico, tan coherente es. Supongo que durante aquella escaramuza que hubo entre mil novecientos catorce y mil novecientos dieciocho habrías estado reparando la bicicleta. O examinándote de la reválida durante lo de Suez. (Lo digo casi en serio). ¿Y qué hacías durante las guerras troyanas?

—Estaba en el lavabo.