EL TIEMPO LLEGA
Las dos parejas guardaron silencio durante el trayecto al Villa Vera Racket Club. Esa vez Tranquilo no puso música. Nigromante veía de reojo a Phoebe, quien parecía seria, con la vista ubicada en la espesa cortina de agua que bañaba las ventanillas laterales del Phantom. Cada vez entendía menos a la gringa. Definitivamente le caía bien, de hecho le gustaba. Es más, le aterrorizaba saber que en los pliegues inferiores de su conciencia yacía la idea de que podía enamorarse de ella. Qué absurdo, se decía, a mi edad, no me voy a andar metiendo en esas broncas. Yo no voy a ir a visitarla a Nueva York ni a llevarle mis manuscritos de crónicas negras ni de aforismos patafisicos. No puede ser, qué ideítas, se decía, mídete cabrón. Sin embargo, en otro pliegue de su mente la idea de enamorarse de Phoebe no sólo era admitida sino que crecía con impetuosidad. Además, aún seguía muy excitado por la cocaína y la mariguana que les había dado Acaso, y no podía estarse quieto.
Tomó la mano de Phoebe, quien lo permitió, pero se volvió a verlo con una mirada hasta cierto punto dulce que pedía una tregua. Nigro se acercó a ella y le susurró: -No tengas miedo, mi querida, tú eres una Caulfield, ante ti se borran los graffiti que dicen «fuck you», tú eres una cosita muy especial, completamente fuera de serie, de ti me gusta todo, me gusta tu mente, aunque también sea la parte más sucia de tu cuerpo. No no, no me digas que no, ni sonrías mi querida Phoebe, sol de soles, luz de luces, no creas que admito lo que haces, mi naturaleza platónica se niega rotundamente, mi sentido de la ética es mi fortaleza; pero de cualquier manera tengo que decir que tu sombra me excita, me pone en un raro estado de enervamiento y de alerta que sólo puede compararse al golpe de placer fulminante que experimentan los animales cuando el celo de la hembra les pega de frente, como huracán… -mientras decía esto, Nigromante la acariciaba suavemente, de una forma espontánea y natural; le palpaba los senos y los oprimía con dulzura; bajaba la mano a los muslos y los tocaba con delectación-, déjame decirte, querida Phoebe Caulfield, que me has metido en un tobogán, me tienes en un túnel oscuro, húmedo, en el que me muero poco a poco y lleno de felicidad, lleno de paz, aunque no me lo creas, porque descubro que el verdadero fin de todo ser humano es poder morir de esta manera tan idónea, tan perfecta.
Phoebe había dejado de ver la lluvia y lo miraba, lo escuchaba con una sonrisa y con curiosidad. -Necro, sí es verdad, esto es lo que yo esperaba -le dijo de pronto, y lo besó larga, suavemente, en la boca.
El auto se había detenido. A duras penas Phoebe y Nigromante rompieron el abrazo, aunque siguieron tomados de la mano. Oyeron que Tranquilo le prometía a Livia que en verdad hablarían de negocios, había estado pensando las cosas y podía darle un bosquejo general de cómo podían asociarse y aprovechar el arranque del NAFTA. Livia asintió, un poco cansada.
- Sí, nene, mañana nos vemos -dijo; después se acercó a Tranquilo y se besaron largamente.
Atrás, Phoebe y Nigro se miraron, se alzaron de hombros y también se besaron en la boca, acariciándose con suavidad porque no querían encenderse; «no calientes el agua si no te vas a bañar», se decía Nigro, conteniéndose con dificultades, dejándose llevar por la dulzura y la suavidad.
Finalmente, Tranquilo se volvió, sonriente, hacia la pareja en el asiento trasero y tosió para que se desprendieran. -Nos vamos a ver mañana ella y yo solos para hablar de negocios -explicó.
- Muy bien -dijo Phoebe.
- Tú y yo nos vamos por nuestro lado -le dijo Nigro a Phoebe-. Ni quien los necesite.
- Pero mañana nos vamos a ir… -recordó Phoebe.
- Phoebe… -susurró Nigro oprimiéndole la mano.
Phoebe rehuyó a Nigro con la mirada y se dirigió a Livia.
- Mañana nos vamos, ¿o no?
Livia se quedó pensativa unos instantes.
- No se vayan -pidió Tranquilo-, quédense, se van el viernes. Mañana tenemos que despedirnos propiamente.
- ¿Cómo sería eso? -le preguntó Livia.
- ¡Como quieras! -exclamó Tranquilo.
- Nos vamos el viernes, ¿está bien? -dijo Livia a Phoebe.
- Está bien -respondió Phoebe, y hasta entonces se volvió hacia Nigro y le sonrió débilmente. Le dio un beso breve en la boca-. Mañana nos vemos -le dijo, y salió del auto detrás de Livia. Antes de entrar en el lobby se volvió hacia él; se despidió con la mano y con una sombra de sonrisa en la boca.
- ¡Pinches viejas! -exclamó Tranquilo con un largo y filosófico suspiro. Después se volvió hacia Nigromante-. Tons qué mi Nigro, cómo la ves. Pásate pacá, a poco me quieres traer de chofer.
- Pa mí que usté se está clavando gacho con esa ruca, mi estimado socio y amigo -dijo Nigro, con aire doctoral, al sentarse adelante.
- Cuál, cuál. Es pura estrategia para que las dé. Yo lo único que quiero es cogérmela y que se vaya a chingar a su madre. Si no salgo con esas mamadas capaz que se van mañana y no hay puss de chocolat -explicó Tranquilo al arrancar el Phantom para entrar de nuevo en la lluvia, que una vez más había arreciado-. Más bien el que parece derrapar es usted, mi Nigromante, esas chichongototas me lo dejaron nocaut.
- Que no, doctor. La mera verdad yo namás te estoy acompañando. Si por mí fuera, chance nunca me le habría acercado a Phoebe por mucho que me hubiera gustado.
- Es lo que yo te he estado diciendo todo el tiempo, que de estas cosas no sabes. Tienes que dejarte asesorar por un veterano con más de cuarenta mil horas de vuelo en Trans-Love Airways.
- Ay sí tú, muy Porfirio Rovirosa.
Los dos rieron alegremente. Habían llegado a la calle del Nalgares Club y, a pesar de la tormenta que bramaba y azotaba todo, un grupo de hombres con impermeables y grandes paraguas corrieron a ellos para llevarlos al bar.
- ¿Y ora? -preguntó Nigro, viendo a los acomodadores de coches que rodeaban el Phantom bajo el aguacero.
- Es el Nalgares. Dicen que no hay que perdérselo.
- Seguimos trabajando, ¿eh? -dijo Nigro, irónico.
- Pues sí, pero esta parte de la chamba te va a gustar.
Salieron del Phantom y, a pesar de los grandes paraguas, el viento hizo que el agua los empapara en lo que cruzaron la calle y entraron en el Nalgares.
- Dios mío, qué pinche diluvio -exclamó Nigro-, otra vez empapados. Ya que se pare, carajo. Dile que se pare, Tranquilo.
- Spérate, orita le digo, orita voy a pagar el cóver -dijo Tranquilo, quien acababa de repartir billetes entre los paragüeros, por lo que uno de ellos apareció mágicamente con dos gordas toallas cuando ellos entraban en el pasillo del bar, lleno de humo y de rock fuerte. Nigro se dio cuenta de que tocaban «Silver and gold», de U2. En el fondo se veía bastante gente, a diferencia de casi todos los demás lugares a los que habían ido. A un costado se hallaba el baño, así es que se metieron en él para utilizar las toallas.
- ¡Épale! -dijo Nigromante al ver que en el baño de hombres había tres muchachas completamente desnudas. Las mujeres, guapas y de buen cuerpo, los vieron entrar y siguieron conversando entre sí como si nada.
Nigro miró a Tranquilo, quien sonreía abiertamente y le guiñaba el ojo mientras se secaba con la toalla: Nigro se secó también y después sintió deseos de orinar. Miró a las mujeres unos segundos, titubeante, pero finalmente se dijo: pos qué chingaos, y extrajo su miembro para orinar con estrépito. Las mujeres ni se inmutaron.
- Yo creí que te iban a sacudir the prick -rió Tranquilo al salir del baño y enfrentarse a la barra, por un lado, y por el otro a una cabina de cristal donde se bañaba una joven de cuerpo suculento-. Mira esto, Nigro, carajo, qué bien están las acapulqueñas.
Nigro a su vez veía que en la pista, rodeada de hombres que bebían y reían, otra nudista bailaba al compás de «U. V ray», de The Jesus and Mary Chain; la muchacha era morena, muy joven, y se tiró al suelo, bocabajo, para quitarse el mínimo calzón y mostrar sus nalgas firmes y concisas. Más allá de la pista, y de más mesas llenas de público, se hallaba otra cabina de cristal, mucho más grande, donde otras mujeres paseaban quitándose y poniéndose ropa, aunque las más de las veces se hallaban desvestidas. Por si fuera poco, en torno a la parte superior de la pista había incontables monitores que pasaban videos de bailarinas y modelos definitivamente desnudas.
- Con razón le dicen Nalgares -comentó Tranquilo-, si hay nalgas por todas partes -ya había dado dinero a un capitán, quien los condujo a una mesa en la parte superior, pues junto a la pista no había cupo. Para entonces la morena rodaba por el suelo de la pista, abría y cerraba las piernas, oscilaba la cintura y alzaba las nalgas, lo que motivaba gritos entusiastas del público.
- Éste es el paraíso de los voyeurs -comentó Nigromante.
- No tiene madre, ¿no? A ver si al salir nos levantamos a alguna de estas damiselas para quitarnos el pinche dolor de huevos que nos dejaron las gringas.
Nigro sonrió y los dos chocaron los vasos que le sirvieron.
- Óigame, más que Chivas Regal éste es Chivas del Guadalajara -dijo Tranquilo al mesero que se acercó.
Ah pa chistecitos, se dijo Nigro.
- Si los señores quieren, cualquiera de las bailarinas los puede entretener en un privado.
- Ah caray, ¿qué hay cuartos? -preguntó Tranquilo olvidando al instante el sabor del whisky.
- No, los privados son ésos -dijo el mesero y señaló hacia una esquina del bar, que se hallaba a oscuras y donde había estrechos divanes en los que los dos clientes se habían recostado y dos mujeres desnudas se habían montado en ellos-. Ahí, en lo que dura la pieza, las pueden tocar, besar, lo que quieran, todo menos metérsela. Cuesta un tostón, caballeros. Está baras. No se apresuren, vean el show y después me dicen cuál de las nenas les gusta y yo se las traigo.
- Bien dicho -consideró Tranquilo-. En vía de mientras no dejes de traer whisky nomás veas vacíos los vasos, y tráete vasos grandes, aunque me cuesten el doble, estas mirruñas son una payasada, ya ni la chingan. Híjole, Nigro -le dijo a su amigo cuando el mesero se hubo ido-, yo tengo ganas de darme otro pastel.
- Pero dónde, Tranq, en el baño están las viejas, chance las ponen ahí por si los clientes quieren ponerse hasta atrás.
- Tonces en los excusados. ¿Vienes? -Pus ora.
Dieron un nuevo trago al whisky y avanzaron entre la gente hasta llegar al baño. Ya no estaban las mujeres, pero otros clientes orinaban, así es que se deslizaron a uno de los excusados. Dentro del reducidísimo espacio lleno de graffiti que Nigro no pudo leer, aunque se moría de ganas, Tranquilo sacó caja y cuchara, y los dos aspiraron el polvo un par de veces por cada aleta. Sorbiendo en la nariz salieron y se dieron cuenta de que todos los que orinaban los observaban con aire sardónico.
Hicieron como que no se daban cuenta y regresaron a su mesa, con los ojos y los sentidos más abiertos por las dosis de cocaína. Durante un momento sólo bebieron y miraban alternadamente, como en juego de tenis, de la pista, donde una rubia alta y delgadita, pero de pechos erguidos, se desnudaba, a la cabina de cristal donde la anterior nudista se bañaba, se enjabonaba y desenjabonaba con una regadera manual y después se restregaba en los cristales, aplanaba los senos, las nalgas, el pubis. Momentáneamente ganó el show de la regadera, en la que un gordo se metió a enjabonar a la muchacha. Nigro sonrió compasivo al ver que el gordo trataba de moverse al compás de la música, que, por cierto, acotó Nigro, era «Rock and rolla», de Judas Priest; el gordo después sonreía como idiota a sus amigos y por supuesto acabó mojándose, lo que le permitió pegársele a la nudista por detrás y acariciarla por todas partes.
- Oye -dijo Nigromante con una sonrisa juguetona-, ¿tú ya te secaste?
- Pos más o menos, ¿por qué?
- Yo todavía estoy mojado, por suerte aquí no se siente el clima artificial por tanta gente que hay. Pero me voy a meter a la regadera con la güeraza esa que ya acabó en la pista.
- No mames. ¿De veras? -preguntó Tranquilo, riendo.
- Sí, qué chingaos.
Sin más, Nigromante se puso de pie y se fue a la cabina. Allí estaba un hombre con cara de trabajar en el bar y le preguntó si podía entrar en la cabina a bañar a la rubia.
- Hombre, cómo no. Pásele. ¡Ahi va otro buey! -le avisó a la muchacha que se bañaba.
- Qué cabrón -alcanzó a comentar Nigro, antes de meterse en la cabina, entre los gritos de la gente y la sonrisa provocativa de la rubia, qué bárbaro, se dijo Nigromante, está pocasumadre, qué güera tan rica. Tomó el jabón que le dio ella y lo pasó por la espalda, los senos, qué delicia, se decía, y le sonreía a la rubia. Ella, por supuesto, ya lo había bañado por completo, pero de eso se trataba, pensó, al pasarle el jabón por el pubis; sin embargo, ella brincó hacia atrás al sentir que cuando menos dos de los dedos de Nigro se introducían en la vagina. -Tas muy mandado -le dijo-, mejor regrésate a tu lugar. -Chin, perdóname -dijo Nigro y salió de la cabina entre las risas de la gente. -Te corrieron mano -comentó un joven de pelo largo que dio una toalla a Nigro-. Por elemento gacho.
Cuando regresó a la mesa, Tranquilo reía.
- Ay canijo Nigro, deveras no te mides, ya mero te la querías coger.
- De haber podido, cómo no. Qué cuero de chava. Me encantó.
- Pues si quieres, llégale, llévatela a los dizque privados, it's my treat.
- Oye, pues fíjate que sí, pero al rato. A ver qué tal se siente estando secos.
- No demasiado secos.
- Claro que no; salud, socio.
- Salud, Nigro. ¿Sabes qué, mano? Me da mucho gusto que estemos aquí, en este relajo. Después de todo, puede más el cariño de tantos años a los malosentendidos, ¿no crees, cabrón? ¡Pero mira nada más a ese monumento que se está encuerando!
- Bueno, pues sí, Tranquilo -admitió Nigro, viendo a una nudista morena, de mayor edad, quizá cuarenta años, pero con un cuerpo espectacular y senos grandes pero firmes; también le cayó bien el presunto whisky y el cigarro que encendió, sin que, milagro, su socio hiciera gestos-, la verdad es que luego a uno le gana lo ojete, y la riega con los mejores amigos, como la regué yo poniéndome a ver tu video porno.
- Ya ni me acuerdes, Nigro, ni pedo, let's drop it -dijo Tranquilo, quien se sentía muy a gusto viendo a la morena de la pista.
- No, hay que hablar de las cosas, si no, qué chiste. Perdóname compadre, debí respetar tus cosas y especialmente tu película, nomás vi lo que era debí haberla parado, pero ni modo, la cagué, perdóname, deveras.
- Pues sí, claro que sí te perdono, mi querido Nigro -dijo Tranquilo dándose cuenta con satisfacción que no se sentía mal al decirlo-, claro que me sacó de onda, especialmente que te la hayas meneado viéndonos a Coco y a mí, me dio más bien una vergüenza muy grande, pues aunque no lo creas ésta es una onda muy privada, de nosotros dos, juegos de casados, no sé si me entiendes.
- Sí sí te entiendo, cómo no -dijo Nigro, abrazando a Tranquilo-, yo no lo hago a lo mejor porque no tengo el equipo, pero está bien, digo, yo no soy nadie para decir nada. Ahora, aquí entre nos -agregó con un brillo maliciosísimo en los ojos-: lo hacen muy bien, le echan los kilates.
Tranquilo miró fijamente a su amigo y por último sonrió.
- Ah pinche Nigro -dijo-. Eres un canijo, pero, bueno, pues ya que estamos en ésas, ya sabes, pinche Nigro, absoluta discreción, ¿no? Eres bien chismoso, mano.
- No no, como dice mi mujer: lo que me entra por las orejas me sale por la boca. No, no es cierto. Te juro y perjuro por el honor de mis hijos que no diré nunca nada a nadie, ni siquiera a Nicole.
- Y mucho menos a Coco, le daría un ataque si se enterara.
- Claro.
- ¿Me lo juras? ¿Puedo confiar en ti, pinche Nigro?
- A huevo, maestro. Ya sabes que tú y yo podemos tener nuestros Tres y regresares, pero en lo esencial nunca nos hemos fallado y yo no voy a romper esa vieja y sana costumbre -la voz se le apagó a Nigro porque en ese momento recordó la vez que su socio le había hecho propuestas a Nicole.
- La verdad -confió Tranquilo sin dejar de beber, ya con los ojos muy irritados- es que tú sabes que para mí eres un elemento imprescindible, yo no podría hacer la revista si no contara contigo.
- Pues ahi la llevamos, Tranq, pero todavía podríamos afinarla más, es decir: hacerla más precisa, más memorable sin que deje de ser un negocio.
- No no, ésa es otra revista que tú tienes en la cabeza. La Ventana Indiscreta es otra cosa, está más allá de ti y de mí, es ella misma y lo que tú y yo tenemos que hacer es ser conductos apropiados para que se exprese lo mejor posible.
- ¿No quieren que vayamos al privado? -dijo una chava en bikini que se sentó junto a Nigro. Él la vio con gusto porque no quería ponerse a hablar de la revista.
- Sí, pero no contigo, mi reina, lo siento pero otra vez será -dijo Tranquilo. -¿Me invitas una copa?
- Las que quieras.
Cuando el mesero tomó la orden, Tranquilo aprovechó para pedirle que llamara a la rubia que había bañado Nigro, la cual se hallaba en la cabina grande, con sus puntiagudas tetas al aire. Nigro protestó de buen humor, pero su socio lo acalló diciendo:
- Nada, nada, pálpatela bien pues se trata de checar la mercancía; si pasa la prueba nos la llevamos al hotel.
- ¿Y tú?
- A mí me gustó esa morenaza que acaba de bailar y de bañarse, tiene unos melones de sueño -dijo Tranquilo señalando a la morena de mayor edad.
El mesero regresó al poco rato con las mujeres, que venían totalmente desnudas. -Aquí las tienen, caballeros, Mónica y Sonia.
- Pero si tú eres el atrevido que me metió los dedos -exclamó la rubia Mónica al ver a Nigro.
- No pude evitarlo, Mónica -se excusó Nigro-, estás buenísima.
- Tómense una copa en lo que empieza otra canción, ésta ya va muy avanzada -dijo Tranquilo.
Las muchachas, Mónica la rubia y Sonia la morena, pidieron jaiboles, y se sentaron muy pegaditas a ellos. Los tomaron del brazo, les preguntaron cómo se llamaban y si les gustaba el bar.
Justo cuando llegaban las bebidas terminó la canción, así es que los cuatro se pusieron de pie. -Ojalá pongan «In-a-gadda-da-vida» -dijo Tranquilo, pero no: -Es «Vision thing», de The Sisters of Mercy -precisó Nigro-. Dura como cinco minutos. -Pues córranle -exclamó Tranquilo.
Ellas los tomaron de la mano y los llevaron a los privados, la zona esquinada del bar, donde ya se hallaban otras dos parejas. Había mucho menos luz allí. Nigromante se recostó en el diván, mientras ella se montaba en él, encima de su pene, y se movía con tal precisión que la erección no tardó en aparecer. Nigro aprovechó la posición para acariciar los senos maduros de la rubia Mónica, pero ella se levantó y le recorrió el vientre, le pasó la mano por el miembro erecto, sonrió, volvió a montarse encima de él, pero ahora en la posición del sesenta y nueve; le restregó el falo por encima del pantalón con la mejilla, con los dientes y los labios. Nigro, tras un titubeo, alzó su cabeza para enterrar la cara en las nalgas que tenía frente a él, allí estaba nítida la flor del culo y los labios de la vagina, que probó con la lengua. Mónica lo dejó unos instantes, pero cuando vio que la lengua de Nigro se movía con rapidez, entraba salía y lamía el clítoris, mejor se puso de pie otra vez. -Muchacho, eres una locomotora -le dijo.
Nigro rió y vio que, a su lado, Tranquilo acariciaba los senos monumentales de su pareja. No paraba de hablar y ella reía. Pero Mónica se acababa de acostar encima de él y su cuerpo lleno, maduro, reclamó su atención y lo sumergió en el vacío; Mónica oscilaba su pubis sobre el pene cada vez más duro y Nigro le acariciaba las nalgas, le chupaba el cuello y las orejas, porque ella no se dejaba besar en la boca; en ese momento se dio cuenta de que no iba a poder controlarse y que, así, vestido, técnicamente en seco, estaba a punto de venirse; un estruendo de placer revuelto con algo muy oscuro se gestó con rapidez y de pronto explotó sin que él lo pudiera controlar. -Ay maldito, te veniste -dijo Mónica, mientras él se deshacía de placer y sólo alcanzaba a pensar que se había venido con los calzones y los pantalones puestos. Bueno, al fin que todavía no me acababa de secar, alcanzó a pensar.
La canción terminó y Nigro alcanzó a darse cuenta de que ahora era «The passenger», de Siouxsie and the Banshees. Mónica sonreía cuando él se levantó.
- No se vayan -dijo Tranquilo a las mujeres-, no sé que diga mi compadre pero a mí esta probadita ya me puso in the point of no return y necesito descargar o me muero. Queremos que nos acompañen al hotel, ahora mismo, pero ya.
- Pues tu amigo ya descargó -dijo Mónica, riendo.
- Pues sí, pero eso no fue nada, yo también necesito meterme en la gruta donde nada la sirena -aclaró Nigro.
- ¿Cómo de que ya descargaste? -preguntó Tranquilo.
- Tú no te fijes.
- Les va a salir cariñoso -avisó Sonia.
- No importa -aclaró Tranquilo-, por eso no quedamos, ¿aceptan mi tarjeta de crédito?
Por dos mil pesos cada una arreglaron el asunto. En efectivo y por adelantado, porque mil eran para ellas y mil para poder salir. Tranquilo suspiró y sacó veinte billetes de a cien pesos y todos vieron que en la cartera había muchos más. En lo que las mujeres fueron a ponerse la ropa que después se quitarían, Tranquilo se tomó dos whiskies más y pagó una cuenta que a su amigo le pareció exagerada. A él más bien le preocupaba que la mancha de semen en su pantalón era bien visible, cómo me fui a venir tan abundantemente, me lleva la chingada, se decía. Sonia y Mónica regresaron, con ultraminifaldas que las hacían verse, consideró Nigro, buenísimas. Con ellas del brazo salieron al recibidor del bar. En la calle la lluvia continuaba con fuerza, aunque los vientos habían cesado, por lo que esa vez la protección de los paraguas sí funcionó al menos hasta que llegaron al auto. Tranquilo acababa de abrirlo y se aprestaba a dar propinas cuando una terrible descarga de adrenalina lo conmocionó al sentir que una mano caía con fuerza sobre su hombro.
- Momento, hijo de la chingada -dijo un hombre de pelo corto y camisa floreada, completamente mojado, que sostenía una pistola en lo alto.
Al verlo, las mujeres y los de los paraguas salieron corriendo, y Nigro, en medio del miedo, alcanzó a ver que detrás del de la pistola se hallaba el joven de pelo largo que le había dado la toalla al salir de la regadera. También venía armado. La lluvia caía fuerte y ruidosamente, y para esas alturas los cuatro estaban empapados.
- ¿Qué les pasa? ¿Qué se traen? ¿Quiénes son ustedes? -preguntó Tranquilo, tratando de reponerse del susto.
- Policía judicial. Ustedes están cargados, los vimos darse sus pases allá en el baño, así es que ya se los llevó la chingada -dijo el de camisa floreada.
- Identifíquense -pidió Nigro.
- Identifíquense una chingada -dijo el de pelo largo y sin más asestó un cachazo seco, de advertencia, en la cabeza de Nigro, quien gritó de dolor y sorpresa.
- Un momento -dijo Tranquilo tratando de controlar el terror. Esos tipos no estaban jugando-. Tengo una tarjeta del presidente municipal para situaciones como ésta.
- A verla.
- Aquí la tengo -dijo Tranquilo, metiéndose en el coche-, dónde quedó la tarjeta, carajo -decía-, la enseñamos anoche, dónde la dejé, aquí, en el tablero…
- Si es puro cuento te va a ir peor -le advirtió el de la camisa floreada asomándose al coche. -¡Aquí está! -casi gritó Tranquilo, aliviado, recogiéndola del suelo del coche. La mostró al de camisa floreada.
- No se lee ni madres -dijo éste, sin hacer el menor esfuerzo-, las letras están todas chorreadas -agregó al hacer bolita la tarjeta para después tirarla. Tomó a Tranquilo de la camisa y lo jaló hacia afuera, bajo el agua, donde lo sujetó con una mano y con la otra le dio fuertes golpes en la cara, que chasqueaban a causa de la lluvia-. A mí no se me cuentea, pinche pendejo -decía.
- No es cuento -farfullaba Tranquilo entre los golpes-, es de a deveras. Cuando el doctor Lanugo se entere de esto a ustedes les va a ir mal.
- A mí me la pelan -dijo el de camisa floreada. Jaló a Tranquilo de la camisa y lo tiró al suelo, donde le dio fuertes puntapiés en todo el cuerpo. El de pelo largo también dio otro cachazo a Nigro, lo mandó al suelo e igualmente procedió a patearlo con furia, entre el agua que salpicaba. Nigro y Tranquilo se habían enconchado para cubrirse y gritaban cuando los golpes eran más duros. Los puntapiés caían por todas partes, en la cara, los brazos, la espalda, las nalgas y las piernas. Dentro del terror y los dolores, Tranquilo se sorprendió cuando el de camisa floreada se inclinó hacia él.
- Con que ya te ibas a coger. Ora vas a ver cómo te voy a dejar… -dijo y lo tomó de los testículos; oprimió con fuerza y Tranquilo se retorció con un aullido de dolor. La vista se le nubló y no pudo ver que, en ese momento, un pie apareció de la oscuridad y empujó al suelo al de la camisa floreada.
- ¡Quietos! -dijo una voz.
El del pelo largo dejó de patear a Nigro. Había llegado un grupo de siete gentes, todas con paraguas, gabardinas y sombreros negros. En la oscuridad y con la intensidad de la lluvia no se podía verles las caras. Los dos atacantes de Tranquilo y Nigro se echaron a correr, pero, a un gesto del que debía ser el jefe, cuatro hombres se desprendieron del grupo y salieron tras ellos. Nigro esperó oír detonaciones en cualquier momento, pero éstas no llegaron. En la calle ya no se veían ni los atacantes ni los perseguidores; sólo la lluvia seguía cayendo, inmutable. Los dos se pusieron de pie, mientras el jefe del grupo se acercaba a ellos. Tranquilo casi se cayó de nuevo de la sorpresa al reconocer al presidente municipal.
- Pero si es nada menos que el doctor Remordimiento, de la revista La Ventana Indigesta, y supongo que con él tenemos al señor Nomeacuerdocómosellama -dijo el presidente municipal, acercándose a Nigro a centímetros-. Pero hombre -dijo después, a Tranquilo-, te di mi tarjeta para que la enseñaras en casos como éste.
- Y la mostré, pero el maldito ese la hizo bolita y la tiró. Sin el menor motivo nos empezó a golpear. Eran de la Judicial.
- No no, imposible, ésos no eran agentes, sin duda era un asalto, así es que nuestra presencia aquí no pudo ser más apropiada -dijo el presidente municipal-. Pero no se preocupen, mis amigos seguramente ya los atraparon y les daremos lo que les corresponde.
Nigro, pasmado también, no dejaba de advertir que el Quirri Lanugo debía de estar pasadito de copas y que en todo momento parecía a punto de soltar la carcajada. También estaba casi seguro de que se había maquillado y pintado la boca de rojo vivo.
- Más bien es un milagro, ¿cómo es posible que ande usted por aquí, a estas horas? -preguntó Nigro.
- Hmm, pues ocasionalmente me gusta patrullar el puerto, de incógnito, en compañía de un grupo selecto de amigos, somos siete camaradas los que hacemos estos recorridos desde que éramos jóvenes y que a mí me dan una gran alegría. Hoy en la noche pensamos que la tormenta no debía privarnos de nuestras costumbres y, para suerte de ustedes, nos animamos a salir.
Nigro vio que uno de los acompañantes del presidente municipal tenía unas grandes arracadas en las orejas y que otro de ellos también parecía tener la boca pintada. Quizás eran mujeres, pensó Nigro, pero la oscuridad y la lluvia le impedían ver.
- Bueno, amigos, váyanse a descansar, o mejor deténganse en alguna clínica para que los revisen, porque los tundieron. Pasen mañana a mi oficina y les daré otra tarjeta, pero, por favor, muéstrenla cuando haga falta y a mí háblenme las veinticuatro horas del día. Espero que este desagradabilísimo incidente no se traduzca en una mala impresión de Acapulco en su revista. Cosas como éstas por desgracia suceden en cualquier parte y son casi imposibles de prevenir. Buenas noches, señores.
Dio media vuelta, al igual que sus acompañantes, y se fueron, entre risas, bajo el aguacero.
Tranquilo y Nigro, golpeados y empapados, se miraron largamente, ninguno de los dos se metía en el auto a pesar de la lluvia.
- Qué chinga nos llevamos -dijo Nigro-. No me trago que este pinche Quirri Lanugo se apareciera mágicamente.
- Qué quieres decir.
- No sé, pero me late que él está detrás de esto. No sé cómo, pero él fue, seguro. ¿Te fijaste que los que se lanzaron a corretear a los de la Judicial ya no regresaron?
- No sé, estás loco.
- Nomás no me late. Y venía maquillado, como vieja. El presidente municipal. Es increíble ese cuate.
- Mejor vámonos al hotel, ahi que nos dé una revisada el doctor.
- Yo estoy todo madreado, pero creo que entero. Hasta el pedo se me bajó, eso sí. Estoy mojado hasta el culo, lo único bueno es que así vale madre la mancha de la venida.
- ¿De veras te veniste? -preguntó Tranquilo, viendo a Nigro de pie, junto al coche, bajo la lluvia.
- Sí, ¿tú crees?
- Estás cabrón. Ya vámonos.
- Sí, ya vámonos.
- Necesitamos una limpia, ¿eh?
- Me cae que sí.