LA LUCHA DE UN AMIGO

Yarvi forcejeó con el remo, consciente de que el látigo pendía sobre él. Tiró y gruñó, haciendo fuerza hasta con el muñón del dedo de su mano inútil, pero ¿cómo podría moverlo él solo?

La Madre Mar irrumpió con estruendo en la cubierta del Viento del Sur, y Yarvi dio manotazos torpes y desesperados a la escalerilla, vio a los hombres tirando de sus cadenas para inspirar una última bocanada de aire mientras el nivel del agua subía por encima de sus caras.

—Los niños espabilados y los bobos se ahogan exactamente igual —dijo Trigg mientras manaba sangre del limpio tajo en su cráneo.

Yarvi dio otro paso trastabillante en la nieve cruel, resbaló y casi perdió el equilibrio en una piedra caliente y suave como el cristal. Por mucho que corriera, los perros seguían pisándole los talones.

Grom-gil-Gorm enseñó sus dientes rojos, su rostro con franjas de sangre y los dedos de Yarvi, que llevaba ensartados en su collar.

—Ya llego. —Su voz sonó como una campanada—. ¡Y la Madre Guerra viene conmigo!

—¿Estáis dispuesto a arrodillaros? —preguntó la madre Scaer, con los brazos cubiertos de brazaletes élficos y los cuervos de sus hombros riendo, riendo.

—Ya está de rodillas —dijo Odem, con los codos apoyados en los negros brazos de la Silla Negra.

—Siempre lo ha estado —intervino Isriun, sonriendo, sonriendo.

—Todos servimos a alguien —matizó la abuela Wexen, con un brillo voraz en los ojos.

—¡Basta! —exclamó Yarvi con un susurro—. ¡Basta!

Y abrió la puerta oculta de un manotazo y blandió la espada curva. Los ojos de Ankran casi se salieron de sus órbitas cuando lo atravesó el filo.

—El acero es la respuesta —chilló.

Shadikshirram gruñó y sacó los codos, y Yarvi le dio puñetazos y más puñetazos, y el metal arrancó una canción húmeda a la carne y ella le sonrió por encima del hombro.

—Ya viene —susurró—. Ya viene.

Yarvi despertó sudado, enredado con las mantas, apuñalando el colchón.

Un rostro demoníaco se alzaba sobre él, hecho de llama y sombra y hedor a humo. Se apartó y luego ahogó un grito de alivio al comprender que era Rulf, con una antorcha en la oscuridad.

—Grom-gil-Gorm ya viene —dijo.

Yarvi se desembarazó de las mantas. Los sonidos llegaban distorsionados a través de los postigos de la ventana. Golpes. Gritos. Repicar de campanas.

—Ha cruzado la frontera con más de mil hombres. Podrían ser cien mil, según el rumor al que hagas caso.

Yarvi parpadeó varias veces para intentar alejar el sueño.

—¿Tan pronto?

—Avanza raudo como el fuego y siembra su mismo caos. Los mensajeros han podido superarlo por los pelos. Está solo a tres días de la ciudad. Thorlby es un avispero.

En el piso de abajo, la grisura tenue del amanecer se filtraba entre los postigos e iluminaba unos rostros blanquecinos. A Yarvi le cosquilleó la nariz al percibir un sutil olor a humo. A humo y a miedo. Llegó la voz amortiguada del sacerdote, que exhortaba al pueblo con voz trémula para que se arrodillara ante la Diosa Única y recibiera la salvación.

Para que se arrodillara ante el Alto Rey y recibiera la esclavitud.

—Tus cuervos vuelan veloces, hermana Owd —dijo Yarvi.

—Ya os dije que lo harían, mi rey.

Yarvi torció el gesto al oír el tratamiento. Todavía le sonaba a broma. Porque era broma, y lo sería hasta que Odem hubiera muerto.

Miró las caras de sus compañeros de remo. Sumael y Jaud albergaban sus propios miedos. Nada hacía gala de una sonrisa ansiosa y del acero brillante de su espada, ambos desenvainados.

—Esta es mi lucha —dijo Yarvi—. Si alguno de vosotros quiere marcharse, no se lo tendré en cuenta.

—Mi acero y yo estamos atados por un juramento. —Nada limpió una mota de polvo del filo con la yema del pulgar—. La única puerta que me detendrá es la Última.

Yarvi asintió y agarró el brazo de Nada con su mano buena.

—No fingiré que comprendo tu lealtad, pero la agradezco de todos modos.

A los otros les costó más unirse a la causa.

—Mentiría si dijera que no me preocupan los números —expuso Rulf.

—Te preocupaban en la frontera —observó Nada—, y allí terminamos quemando los cadáveres de nuestros enemigos.

—Y el de nuestro amigo. Y al momento nos capturó un puñado de vansterlandeses furiosos. De nuevo intervienen los vansterlandeses furiosos, y como este plan falle dudo mucho que la labia vuelva a salvarnos, por mucho pico de oro que tenga nuestro joven rey.

Yarvi apoyó su palma retorcida en el pomo de la espada de Shadikshirram.

—Entonces, nuestro acero deberá hablar por nosotros.

—Fácil de decir cuando aún no se ha desenfundado. —Sumael frunció el ceño y miró a Jaud—. Creo que deberíamos partir hacia el sur antes de que las espadas empiecen a hablar.

Jaud miró a Yarvi, a Sumael, de nuevo a Yarvi, y relajó sus enormes hombros. «Los sabios esperan su momento, pero nunca lo dejan pasar».

—Podéis iros con mis bendiciones, pero preferiría teneros a mi lado —dijo Yarvi—. Juntos desafiamos al Viento del Sur. Juntos escapamos de él. Juntos afrontamos el hielo y lo superamos. También superaremos esto. Juntos. Dad solo una brazada más conmigo.

Sumael parpadeó mirando a Jaud y se acercó a él.

—Tú no eres guerrero ni rey. Eres panadero.

Jaud miró a Yarvi de reojo y suspiró.

—Y remero.

—No por elección.

—Poco de lo que importa en la vida sucede por elección. ¿Qué clase de remero abandona a su compañero?

—¡Esta no es nuestra lucha! —susurró Sumael en tono grave y apremiante.

Jaud se encogió de hombros.

—La lucha de mi amigo es mi lucha.

—¿Qué pasa con la mejor agua del mundo?

—Será igual de buena después. Tal vez mejor. —Y Jaud dedicó una leve sonrisa a Yarvi—. Si te toca levantar una carga, más te vale levantarla que echarte a llorar.

—Podríamos acabar llorando todos. —Sumael dio un paso lento hacia Yarvi, con sus ojos oscuros clavados en los de él. Acercó una mano a la suya, y Yarvi notó un nudo en la garganta—. Por favor, Yorv…

—Me llamo Yarvi.

Y aunque le doliera hacerlo, respondió a los ojos de Sumael con una mirada dura como el pedernal, igual que la que podría haberle devuelto su madre. Le habría gustado cogerle la mano. Tenerla en la suya como cuando estaban en la nieve. Dejar que se lo llevara a la Primera Ciudad y ser Yorv de nuevo, y al cuerno la Silla Negra.

Le habría encantado cogerle la mano, pero no podía permitirse tal debilidad. Ni por ella ni por nada. Había hecho un juramento y necesitaba a sus compañeros de remo a su lado. Necesitaba a Jaud. La necesitaba a ella.

—¿Qué dices tú, Rulf? —preguntó.

Rulf movió los labios, plegó la lengua y escupió con precisión por la ventana.

—Cuando el panadero lucha, ¿qué puede hacer el guerrero? —Su amplio rostro se fundió en una sonrisa—. Mi arco es tuyo.

Sumael dejó caer la mano y bajó la mirada, con una mueca en sus labios cortados.

—La Madre Guerra gobierna, pues. ¿Qué puedo hacer yo?

—Nada —dijo Nada, sin más.