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El frío ventanal en contacto con mi rostro me brinda algo de alivio esta mañana. Observo a mi padre caminar hacia su auto absolutamente despreocupado por la llovizna. En Faraf llueve casi todo el tiempo, por lo cual ya no nos molestamos en intentar escaparle a las constantes gotas que se empeñan en perturbar nuestros días. Mis padres participan del negocio hotelero y dos de sus lujosos hoteles se ubican a más de 500 kilómetros de aquí. Ellos son dueños de S&J Suites, una cadena de grandes y lujosos hoteles fundada por mi abuelo Theodore R. Stone. Mi madre heredó el imperio y mi padre lo administra lo mejor que puede. Creo que es su forma de decir que aporta algo al negocio familiar. La administración le demanda apersonarse cada quince días para asegurarse que todo esté en completo orden y hoy, él se retira con ese propósito.
Sufro una terrible jaqueca, más insoportable aún que las que he estado padeciendo durante los últimos dos días. Por un extraño motivo, el gélido vidrio me hace sentir mejor. Sigo con la mirada enfocada en el auto de mi padre hasta que él desaparece de mi vista y luego cuento las gotitas adheridas al ventanal: son siete. En este preciso momento, un joven de unos veintitantos, camina por la vereda frente a la casa, paseando un gran perro blanco, aún bajo la llovizna. Como dije, en Faraf llueve casi todo el tiempo y por supuesto, nadie interrumpe sus tareas por ello. Poso mis ojos sobre ellos e inmediatamente el animal se incomoda y comienza a ladrar en dirección a mí, y en menos de lo que tardo en parpadear, se abalanza sobre el ventanal con la mirada llena de odio, golpeando con sus dientes el resistente cristal, que afortunadamente me separa de sus peligrosas mandíbulas. El joven dueño realiza un esfuerzo tremendo por sostener al animal y arrastrarlo hacia la vereda, pero el perro insiste en demostrarme su voraz temperamento, acercándose a la ventana de mi casa y arrastrando con él, al muchacho una y otra vez. Los ladridos se intensifican retumbando en cada rincón de mi cabeza. Siento como si mi cerebro se saliera de lugar y me envía un intenso dolor en respuesta ante cada aullido. Un universo de sensaciones se despierta en mí. Puedo ver todo en cámara lenta. Cada gesto del joven, cada vez que el perro abre y cierra su boca para amenazarme, todo en una extrema lentitud que me permite apreciar cada detalle. Pero el molesto animal no deja de hostigarme y rápidamente vuelvo a verlo en tiempo real ladrando más intensamente.
—Cállate. —digo mirándolo fijamente.
Él responde con un ataque que creo romperá el vidrio por el impacto. El joven exaltado comienza a gritarle invocando su nombre y pronto me veo inmersa en un barullo que me obliga a cerrar los ojos y tapar mis oídos para intentar aislarlo lo mejor posible. El joven jala de la cadena para alejar al animal, mientras ambos, perro y dueño, chillan a un tono que me sacude las ideas.
—Cállate tú también. —susurro mientras clavo los ojos en el joven y el deseo de lograr mi propósito invade mis pensamientos.
Los gritos hacen que mi madre deje de revisar su correo y se acerque a la sala buscándome. Siento que ella se ubica a mi lado pero no estoy segura de que esté diciendo algo; no puedo quitar la vista del muchacho en mi ventana. Con los ojos completamente abiertos, ahora fijos en los míos, el joven deja de chillar y comienza a respirar agitadamente. Parece hacer un gran esfuerzo por conseguir que el aire ingrese en sus pulmones. Se arrodilla y toma su cuello con ambas manos, con sus ojos posados en los míos, y cuando ya no puede luchar contra su cuerpo, se deja caer con los ojos completamente emblanquecidos. El animal, ahora suelto, se para sobre sus patas y apoya las delanteras sobre el vidrio, mientras rasguña con toda su fuerza para llegar hasta mí.
—¡Oh cielos! —grita mi madre sacándome del trance en el que no me he percatado que me encuentro hasta que oigo su nerviosa voz—. ¡Sra. Green —exclama.
Y la muy obediente Sra. Green no tarda en llegar.
—¿Señora? —pregunta con la voz preocupada.
—Llama a una ambulancia —su voz roza la histeria. Me rodea con sus brazos y evita que continúe viendo al joven que yace inconsciente frente a nosotros—. ¡Rápido!
La Sra. Green corre hacia el teléfono y hace lo que le ordena. Mi madre me apresa contra su cuerpo y camina junto a mí hasta la cocina.
—Siéntate aquí cariño —me dice con su dulce voz maternal mientras señala una de las banquetas que rodean el desayunador—. ¿Te encuentras bien? —me mira con ojos intranquilos.
Hago lo que me dice en silencio. Estoy tan confundida con lo que ha sucedido. Ese muchacho… no tengo idea de lo que ha pasado pero por algún motivo, estoy completamente segura de que no fue algo natural. Bajo la mirada intentando ocultar la preocupación sobre mi protagonismo en la situación.
—Estoy bien. —murmuro.
Mi madre toma su teléfono y con las manos temblorosas marca un número como si fuese un acto reflejo, casi sin observar el aparato.
—Vuelve… urgente —dice sin quitarme los ojos de encima. Ella no hace más que confirmar mis sospechas de que algo realmente anda mal—. Si, ahora, por favor. —suplica.
Cuelga el teléfono y se dirige a la heladera. Toma una jarra con agua y producto de su mano temblorosa, cae rompiéndose en mil pedazos.
—No no no… —repite una y otra vez mientras se deja caer con el peso de su cuerpo apoyado en la pared hasta quedar sentada frente a la jarra y el líquido derramado.
—¿Madre? —le digo acercándome.
Comienzo a juntar los pedazos de vidrio mientras ella lloriquea y aún tiembla. No entiendo por qué se comporta de esa forma, pero algo en mí me obliga a no preguntar. Un vidrio se incrusta en la palma de mi mano y produce un corte. Doy un pequeño brinco por la sorpresa. No es muy grande pero en once años, es la primera vez que me lastimo, o que al menos soy consciente de ello, por lo que me tomo un momento para buscar algo con que cubrirme.
Me incorporo estudiando cual de todos los elementos en la cocina me resultaría el más adecuado y vuelvo a mirar mi mano para decidir qué tan grande debe ser el vendaje. Para mi sorpresa, el corte ya no está, ha desaparecido. Ni siquiera hay una cicatriz que me lo recuerde en el futuro. Otra vez, mi subconsciente o lo que sea que vive dentro de mí, insiste en no preguntar.
—Sra. Jones… —la Sra. Green nos observa tímidamente desde la puerta de la cocina—. Yo juntaré eso, no vayan a lastimarse.
<<Oh No, al menos no yo>>
Se arrodilla frente a los vidrios y comienza a levantarlos con delicadeza y a colocarlos sobre la mesada. Luego toma la escoba y junta los pequeños trozos. Mi madre tiene los talones de sus manos sobre sus ojos. Parece desear esconderse de algo.
—La ambulancia ya se ha ido. —continúa la Sra. Green.
—Gracias —mi madre empuja las lágrimas hacia sus ojos para evitar que salgan de ellos—. ¿Está bien? —le pregunta con los ojos inundados.
La Sra. Green no quiere responderle, no en forma oral, pero la expresión de su rostro le hace saber a mi madre que la vida de aquel joven ha llegado a su fin. Por más extraño que suene… yo ya lo sé.
Mi madre no vuelve a hablarme durante las próximas horas. Creo que no vuelve a hablar con nadie. Se dirige a su cuarto y cierra las puertas. No vuelvo a verla en todo el día. Paso la tarde pensando en el muchacho que ha muerto frente a mis ojos. Todo ha sido tan confuso. Recorro toda la casa con mi mente ocupada pensando solo en ello. Me detengo a observar la gran piscina del patio interno por el ventanal que divide los ambientes. Suelo pasar horas allí contemplando las calmas aguas. Adoro ver el agua.
Los murmullos me sacan de mis enfrascadas ideas. Camino en dirección a las voces que provienen de la cocina y espío por la abertura de la puerta
—Sé que quieres jugar con ella, pero no es un buen momento. —le dice la Sra. Green a una niña que aparenta tener mi misma edad.
—Pero dijiste que me dejarías conocerla. —insiste la niña mientras hace pucherear sus verdosos ojos.
—Lo sé. Pero ha tenido un día complicado. Tal vez mañana. Ahora vuelve a casa. Tu padre va a llamarme en dos minutos si no lo haces. —la Sra. Green le acaricia el castaño cabello, luego le da un beso en su frente y la acompaña a la salida.
¿Quién es ella?
Entro en la cocina y por el otro extremo, la Sra. Green ingresa luego de acompañar a la niña.
—Srta. Adabel ¿puedo ofrecerle algo de comer? —me pregunta cariñosamente.
Dados los últimos acontecimientos aún girando por mi mente, me siento completamente inapetente.
—No gracias —respondo educadamente—. Creo que solo beberé un vaso de leche e iré a la cama. —me encojo de hombros.
—Oh… yo le preparo su leche señorita.
La Sra. Green me alcanza un vaso lleno de leche caliente que bebo mientras miro la TV. Luego de terminarla, decido ir a dormir. Subo las escaleras y me detengo un minuto al pasar por el cuarto de mi madre. Las puertas permanecen cerradas y aun puedo escucharla sollozando. ¿Por qué sufre de esa forma? Ella no mato al joven. En cuanto capto hacia donde se dirigen mis pensamientos, sigo caminando rumbo a mi cuarto en un intento por descartarlos.
El día llega a su fin, al fin. No puedo conciliar el sueño hasta pasada la medianoche. Nunca me he sentido de esta forma. Necesito dormir y dejar atrás todo lo extraño de la jornada. Afortunadamente, el sueño logra vencer a mi ansioso cerebro, y me arrastra a las profundidades de su oscuro mundo.
Las imágenes del joven y el perro en el ventanal no tardan en dominar mi sueño. Revivo el momento nuevamente pero toda la escena se desarrolla en blanco y negro, en silencio. El frente de mi casa se convierte en un frío y nevado bosque, y a pesar de estar convencida de conocer la sucesión de cada uno de los acontecimientos, algo me sorprende. De pronto me encuentro observando la escena como si fuera una espectadora, como si estuviese a un lado mirando al joven, al perro e incluso a mí misma. Comienza a llover pero la lluvia no me moja. Realmente estoy ahí pero no de un modo físico.
Esta es la primera vez que veo a un demonio. La niña detrás del ventanal lo es y lleva mi rostro. Eso es lo que habita en mí ser, eso es en verdad lo que soy. Un demonio. Y con esa verdad en mi poder, todo tiene sentido.
—Princesa…—oigo el susurro de un hombre. Su voz hace que aun en sueños me recorra un escalofrío por la espalda.
Giro intentando averiguar de dónde proviene el sonido. El joven, el perro, y la imagen de mi misma han desaparecido, dejándome inmersa en la densa niebla del bosque.
—¿Hola? —respondo y el aliento se vuelve vapor blanco producto del frío.
—Bienvenida. —dice con su voz grave y espeluznante, haciéndose visible ante mis ojos.
Es un hombre. Puedo afirmarlo por su contextura pero no logro ver su rostro, el cual oculta a la perfección tras un manto negro. Una túnica lo cubre desde la cabeza hasta los pies. Nos observamos desde los pocos metros de distancia que nos separan y antes de que pueda pestañar, se sitúa lo suficientemente cerca de mí como para tocarme con solo estirar su brazo. Aun así, su rostro permanece oculto.
—Ante ti, princesa mía... —dice hablando en mis pensamientos— se inclinará cada criatura de este universo. Deberás ser cautelosa con lo que deseas...—los gritos del joven vuelven a la escena para hacerme ver a qué se refiere exactamente— pues tienes el poder de cumplirlo. Algún día, un ser tan poderoso como tu vendrá en cuerpo de hombre a buscarte. Debes encontrarlo antes y destruirlo, pues es quien pone en riesgo nuestro reino. No temas, tu eres el mismísimo miedo, más poderosa que cualquier ser de este mundo. Vivo en ti, solo cumple tu cometido y reinarás a mi lado.
Y ésta, es la segunda vez que veo un demonio, porque definitivamente, él es como yo.
Despierto súbitamente de mi sueño con el “Señor tenebroso”. Así lo llamo, por identificarlo de algún modo. Aún soy pequeña para comprender el peso de sus palabras, pero sé que voy a descubrir su real significado. Él no hizo más que afirmar la teoría de que yo soy la responsable de la muerte de aquella persona. Por el momento, decido descartar la escalofriante idea y vuelvo a dormirme sorprendentemente tranquila.
La mañana siguiente, siento que ya no soy la misma. Algo ha nacido en mi interior, o quizás ya nacido, lo esté descubriendo recién ahora.
La puerta de mi cuarto se abre imprevistamente y mi madre, que permanece tan alterada como el día anterior, ingresa junto con mi padre. Los observo desde la cama con el ceño fruncido por la confusa interrupción de mi descanso. Todavía es demasiado temprano para intentar siquiera levantarme.
—Ady —me dice mi padre angustiado—, ayuda a tu madre a preparar tus cosas. Haremos un viaje.
Él ha vuelto de la ciudad ante el llamado de mi madre lo que me hace dudar sobre que tanto sabe ella sobre mí.
—Ahora. —me regaña sacándome de mi ensimismamiento.
Jamás lo he visto tan determinante hacia mí. Definitivamente ellos saben algo más de lo que aparentan. Salto de la cama, obedientemente y comienzo a colocar mi ropa en las valijas que mi madre ha abierto sobre el piso.
—Cariño, vístete —me dice ella mientras me mira con los ojos hinchados de tanto llorar—. Yo me ocuparé.
—Claro. —murmuro y me visto rápidamente con jeans y una camiseta rosa.
Me miro en el espejo y noto la diferencia en mi mirada. Definitivamente ya no soy la misma niña.
—Todo está listo —continúa ella—. Iré a decirle a tu padre que terminamos.
¿A dónde vamos? De seguro es importante para sacarme de la cama tan temprano. Todo es tan extraño…
Subo al coche con la sensación de que ya no volveré. El viaje inicia y transcurre en silencio. Cada tanto, mi madre mira hacia afuera y su respiración empaña el vidrio. Siento como llora de vez en cuando mientras mi padre le acaricia la rodilla con su mano libre.
Me pregunto hacia dónde vamos, pero otra vez la voz en mi interior me obliga a no preguntar. Duermo casi todo el viaje —que creo dura dos días—, intentando disminuir los efectos de la jaqueca que ha vuelto para adueñarse de mi humor. La melodía de una canción me despierta y me confunde. No puedo recordar la letra, solo la música que me llena de una extraña tranquilidad.
De pronto, y como si algo me hubiese golpeado, comienzo a sentir que me desestabilizo, siento mi pecho comprimirse hasta el punto de ahogarme, sensación que me lleva a buscar el alivio a través de un grito desgarrador. Experimento un terrible dolor… la sensación de sufrimiento corre por mis venas y hace que me falte el aire. Mis dedos se atrofian y mi cuerpo entero convulsiona.
Las imágenes de mis padres hablando frente a mí, se desvanecen antes de que pueda escuchar lo que dicen. El único sonido que logro oír es el producido por mi cuerpo en un intento por respirar… y tras unos pocos segundos, simplemente caigo dormida sobre el asiento del auto.
Despierto en una cómoda cama de la cual no tengo intenciones de salir. El dolor ha desaparecido quedando solo mi nueva adquisición, la jaqueca, que ahora es tolerable, y al menos, puedo respirar sin mayores inconvenientes.
La habitación me resulta algo familiar, bastante en realidad, pero no sé el motivo. La recorro con la mirada varios minutos, buscando algo que recordar pero no lo logro, quizá solo es el producto de mi imaginación.
Escucho a mis padres hablar con alguien más en la casa, es una mujer. Los escucho a pesar de estar en la habitación que se encuentra en la planta alta.
—Ha llegado el día. —le dice mi padre con la voz algo amargada y distante.
Pienso en acercarme a la puerta para intentar escuchar algo más y caigo en la cuenta de que no es necesario, ya que puedo escuchar cada palabra salir de sus bocas aun tapándome los oídos. Me concentro en escuchar la conversación.
—Ben, sabes bien que este momento llegaría. ¿Debo recordar tu juramento? —le dice la mujer, con voz firme y armoniosa.
—No —responde afligido—. Lo sé Elena, simplemente no quiero que así sea, solo… es un deseo. —se le entrecorta la voz.
Una lágrima rueda por el rostro de mi madre, quien está apretujada al brazo de mi padre intentando contener el llanto. Puedo ver esa imagen en mi mente aun desde donde me encuentro.
—Ben…, no hagas esto más difícil de lo que ya es —la mujer sopla sus uñas recientemente pintadas de un rojo intenso—. Estás haciendo lo correcto, ese fue el trato. Has desobedecido su voluntad durante todos estos años. No hagas que las cosas se tornen realmente feas.
Sus palabras suenan más a verdad que a amenaza.
—Ella estará bien —continúa la mujer a la que llaman Elena—. Es la elegida, nada malo puede sucederle, en cuanto cumpla con su mandato…
Ella interrumpe su relato justo cuando bajo los pies de la cama.
Pienso que debo participar de tal discusión dado que es evidente que se refieren a mí. Estoy a punto de dejar la habitación cuando ellos ingresan. Todos ellos. Mis padres, junto a la mujer con la que conversaban, quien ahora me saluda inclinando su cabeza y se sienta en una mecedora de características antiguas, seguramente de un pasado muy lejano, que se encuentra en el cuarto junto a la ventana.
—Cariño… —me dice mi madre dulcemente— ¿Cómo te sientes?
Veo los rastros de lágrimas derramadas en su piel, lo que confirma que realmente he visto aquella escena sin haberla presenciado.
—Si —respondo con serenidad fingida—. Estoy bien, solo un poco cansada. Creo que me descompuse. ¿Dónde estamos? ¿Qué sucedió? —pregunto intentando simular no haber oído nada.
—Nada Ady —responde mi padre acongojado mientras entrelaza los dedos de sus manos en un esfuerzo por mostrarse tranquilo—. Todo fue un simple mareo producido por el viaje. Me sucedía lo mismo a tu edad.
Sonríe tratando de ocultar que miente.
—Padre, ¿estoy enferma? —le pregunto sinceramente por los intensos dolores que he experimentado durante el viaje.
Niega con la cabeza al tiempo que toma una bocanada de aire.
—No mi niña… —responde esquivando la mirada— no estás enferma. Ya te sentirás mejor. Debes descansar, mañana será un día precioso, conocerás la ciudad y verás que todo resultará ser un mal recuerdo.
—Así es cariño —mi madre apoya la respuesta de mi padre con un tono de voz triste, como si estuviese por ocurrir algo malo—. Mañana conocerás esta maravillosa ciudad, verás que va a encantarte, solo…—se interrumpe para darme un fuerte abrazo— solo descansa y no debes preocuparte por nada, eres un ser hermoso, una bella princesa, nada puede sucederte. Te amamos Ada, recuerda eso siempre.
Sus palabras no hacen más que dejar una leve sensación de vacío y abandono en mi sistema, pero estoy tan cansada que solo puedo pensar en dormir todo el resto del día. Aún me siento bastante mal y mis ojos piden a gritos cerrarse. Unos minutos más tarde, caigo con todo el peso de mi cuerpo en la cama quedando profundamente dormida.
La mañana siguiente, mientras duermo, escucho la dulce voz de una mujer que canta en mi mente. Es la misma canción que escuché durante mi viaje a casa de Elena, la misma que sigo sin recordar la letra, solo su melodía.
Abro los ojos sabiendo que al hacerlo, encontraré a alguien más en la habitación. En principio creo que ha sido una sensación pero me sorprende ver que estoy en lo cierto.
Ella simplemente me observa, no puedo decir desde cuándo. Está sentada con sus largas piernas cruzadas y recostada sobre la mecedora.
—Usted… ¿está cantando para mí? —le digo inocentemente creyendo que es su voz la que oí hace unos minutos.
—No —responde fríamente—. Yo no canto para ti. —esto último lo dice ahora sin mover un músculo de la cara, incluyendo sus labios, por lo que rápidamente me doy cuenta que ella puede comunicarse conmigo de la misma manera que aquel oscuro personaje que me visitó en un sueño la otra noche. ¿Otro demonio? Mmm… No lo creo, es algo diferente
—Levántate —me ordena—. Tienes que entrenarte o no serás lo suficientemente fuerte para enfrentar la guerra. A partir de hoy estás a mi cargo y partir de mañana vas a levantarte más temprano.
—¿Guerra? —miro a la mujer con ojos sorprendidos por la feroz palabra. Ella me devuelve la mirada y creo que en ese instante comprende lo pequeña que soy aún—. Yo no quiero ir a ninguna guerra. —murmuro algo insegura.
—No irás… aún —responde, pero esta vez con un tono menos imponente—. Debemos enseñarte a defenderte, todavía eres pequeña pero en unos años, tendrás enemigos a los que enfrentar y debes prepararte, yo seré tu guía.
—Eres como mi ¿hada madrina? —le pregunto aniñadamente mientras me acerco al respaldo de la cama para alejarme lo suficiente de ella.
Es tan hermosa como las hadas de los cuentos que mi madre narraba para mí algunas noches cuando era más pequeña, pero tan misteriosa… por ahora elijo mantener la distancia.
—¿Hada madrina? —larga una carcajada que podría oírse desde el otro lado del planeta—. No, no soy tu hada madrina, digamos que soy... tu maestra, ya lo irás entendiendo con el tiempo. Ahora vístete. Daremos un paseo.
Mientras ella baja las escaleras me pregunto dónde estarán mis padres y una voz en mi mente responde “Se han ido para no volver”. Me estremezco. Necesito más respuestas. Bajo corriendo las escaleras y me paro frente a ella interrumpiendo su paso.
—No puedo ir contigo. —murmuro temerosa.
—Ah ¿no? ¿Por qué? —me pregunta arqueando una ceja a la espera de mi respuesta.
—Mis padres no me han dado permiso. —me excuso.
—Oh, es eso —sonríe—. Bien. Tus padres se han ido, y te han dejado a mi cargo… —lo dice demasiado relajada para mi gusto teniendo en cuenta mi corta edad—, digamos que soy…—hace una pausa y dobla su boca dejándola ver como una U invertida— lo más parecido a un pariente que tienes ahora y…—esta vez dibuja una sonrisa—. Te doy permiso. Todo solucionado. —sonríe con más empeño.
Por algún motivo desconocido, sé que así son las cosas. Mis padres se han ido y no volverán. En lugar de sentir el pánico que cualquier niño normal sentiría, siento que simplemente así debía ser, que todo tiene su razón y que oportunamente sabré el motivo. Aun así, ella me resulta una completa desconocida. ¿Cómo confiar en ella? No si no me da las herramientas.
—Si voy a estar contigo, dime todo lo que necesito saber. —intento intimarla.
Realmente tengo temor de las respuestas que pueda darme, pero sin duda tengo que saber más de lo que sé hasta el momento.
—Eres muy curiosa para ser tan pequeña —responde entrecerrando los ojos—. Ven conmigo, daremos un paseo y tendremos la conversación que tanto quieres.
Se queda parada junto a la puerta invitándome a salir.
El día está perfecto. Un tenue sol apenas calienta mi rostro. Nada de viento, ni calor ni frío, ideal para recorrer la ciudad, sobre todo, porque a diferencia de Faraf, aquí no llueve. Caminamos por una gran plaza llena de palomas que van y vienen, mientras dos ancianas sentadas en un banco les arrojan migas de pan.
Unos cuantos niños ríen contagiosamente en el área de juegos y decenas de personas trotan a lo largo y a lo ancho de la plaza. En otro sector, algunos jóvenes reunidos alegremente cantan y bailan al ritmo de guitarras y tambores improvisados con grandes tarros de pintura vacíos. Parecen disfrutar del pequeño espacio verde rodeado de gigantes rascacielos que invaden la ciudad.
—Y ¿entonces? ¿Qué quieres saber?
Elena mantiene su mirada en el camino mientras se enrolla con un dedo un mechón de su largo pelo color dorado. La miro un momento y contemplo su belleza. Ella es unos diez años mayor que yo, a lo sumo. Tiene un cuerpo de esos que contratan para modelar trajes de baño y empapelar las ciudades. Su cabello dorado como el sol le llega a la cintura y su piel parece delicada como un pétalo de Dondiego. Además, tiene a su favor los hermosos ojos color miel que endulzan su mirada, aun cuando a través de ella pueda verse su lado oscuro, porque estoy segura que lo tiene.
Ella es la típica joven en la que cualquier niña quiere convertirse a su edad. En mi caso, soy consciente de que no tengo grandes posibilidades de ser como ella, al menos no en cuanto a lo físico. Mi cabello es largo pero demasiado oscuro y en lugar de bellos ojos miel, tengo un par de ojos azules, mi piel es todavía más pálida que la de Elena y estoy casi convencida que jamás llegaré a ser propietaria de semejantes curvas. Pero la esperanza es lo último que se pierde, siempre dice mi padre.
—¿Qué paso con mis padres? ¿Por qué y a dónde se han ido? —le pregunto sin más rodeos.
—Tus padres…—suspira y sé que está disgustada de tener que ser ella quien tenga que dar las explicaciones— debían irse, así de simple. Y deberían haberlo hecho hace ya algún tiempo.
—¿Por qué? ¿A dónde fueron?
No estoy segura de si ella responderá pero de igual modo lo intento.
—No tengo esa información —me mira a los ojos y por primera vez veo sinceridad en ellos—. Sólo puedo decirte que ya no pueden permanecer junto a ti.
Y eso es porque definitivamente soy un demonio, pienso para mí misma.
—Exacto. —responde ella y me doy cuenta que está leyendo mi mente.
Camino unos cuantos metros más en silencio, seleccionando cuidadosamente las palabras que saldrán de mi boca.
—No volverán. —reflexiono en voz alta y con algo de desilusión.
—Esa… no es una pregunta —responde dubitativa—. Escucha —murmura—. Tu no necesitas de nadie princesa, sencillamente así fuiste diseñada, ya lo verás con el tiempo. Sólo deja que te guíe. No sé si seré una buena amiga, pero voy a intentarlo. Te enseñaré el camino para cumplir con tu mandato.
—¿Diseñada? ¿Mandato? —sus palabras me confunden— ¿Qué es en realidad lo que debo hacer? ¿Por qué me hablas como si fuera un invento? —le pregunto un tanto enojada ante la constante evasiva.
—¿Invento? —frunce el entrecejo—. No… lo siento, no quise llamarte así —hace una pausa y luego se arrodilla frente a mí mientras suspira—. Todavía eres muy pequeña para saber más de esta historia. Vivirás conmigo por los próximos años, y luego estarás lista, verás.
—¿Lista para qué?
Ya dímelo.
—Lista para gobernar. En unos pocos años deberás enfrentarte a un ser muy poderoso que vendrá a destruirte. Tu objetivo, es destruirlo primero. Para lograrlo, tienes que estar entrenada en cuerpo, mente y alma, ahí es donde entro yo; yo seré quien te guíe. Empezaremos por encontrar a tus aliados. Ellos serán quienes colaboren contigo y nuestra misión. Aún no lo entiendes, pero tú naciste para algo muy importante, estás predestinada Adabel.
Trato de asimilar cada palabra que ella pronuncia pero todo queda inconcluso para mí. Es decir ¿yo debo destruir a alguien? ¡Qué locura más grande! ¿Y tendré aliados? En Faraf jamás he tenido ni un solo amigo. Elena está loca si piensa que puedo lograr formar una alianza con otras personas que no sean mis padres.
Ella lee mi mente y suelta una carcajada.
—Esto será realmente difícil —se sonríe— ¿Aún no lo comprendes?
Me pregunta mirándome directamente a los ojos.
¿Cuál de todas las cosas?
—No —musito—. Yo sólo quiero ir a casa y tomar un café con galletas. Quizá hasta podría ver un rato la tele y luego dormir una siesta.
Otra carcajada de Elena.
—Todavía no estás lista para nada de esto, incluso para saber toda la verdad. No sé que han hecho tus padres contigo —me recorre rápidamente con la mirada—, pero eres increíblemente humana. Dejemos esto para más adelante. —sonríe amablemente aunque sus ojos son tenebrosos.
Recorremos la plaza y mientras emprendemos el camino de vuelta a la casa, un hombre se acerca muy lentamente. Es un joven alto, moreno, de ojos muy negros. Lleva una camisa ajustada negra y pantalones a tono. Parece ser amigo de Elena. Se acerca lentamente mientras saca un cigarrillo de su bolsillo. Lo pone entre sus dientes y acerca el rostro al de Elena que lo mira con una sonrisa dibujada en sus labios.
—Enciéndelo mi bella. —le dice con vos calma pero en tono de orden.
Elena realiza un chasquido con sus dedos y enciende el cigarrillo. Me quedo perpleja ante la escena, pensando que se trata de algún truco de magia que luego insistiré para adquirir.
—¿Es ella? —le pregunta el joven sin apartar sus ojos de los míos.
—Si. —Elena le sonríe al mismo tiempo que levanta su ceja derecha.
El joven se agacha para estar a mi altura. Puedo ver por la abertura de su camisa, una cadena con un dije que cuelga de su cuello. En él, hay un número y creo ver también un nombre pero no logro distinguirlo. Me clava la mirada con sus penetrantes ojos negros.
—Bienvenida princesa. —me dice sin mover los labios.
Lo miro con total desconcierto concentrándome en identificarlo. No es como Elena, es más parecido… a mí. Él no deja de mirarme fijamente y siento como trata de inyectar ideas dentro de mi mente. Levanto mi mano derecha y la poso frente a su rostro en un intento por lograr suficiente distancia entre ambos.
—Ni lo intentes —mi voz suena más dura de lo que creí—. Sal ahora mismo de mi mente o lo lamentarás.
No estoy segura de donde ha salido esa respuesta amenazante, pero el joven se incorpora y no vuelve a mirarme, señal evidente de que el mensaje ha sido efectivo.
—Realmente es ella —le dice a Elena—. Llámame cuando esté lista. Atrae a Elena hacia él y le da un largo beso tomándola sutilmente de su cuello. Luego se marcha. No vuelvo a verlo. No, al menos, por un largo tiempo.