Capítulo 6

No, se dio cuenta Heather cuando el cuerpo de él se echó encima del de ella en la cama, no lo conocía demasiado bien. Si lo hubiera hecho, habría comprendido que, en lo más recóndito, las emociones de él eran incluso más brutales y poderosas que las de ella.

Tuvo consciencia de aquella demoledora realidad en el mismo instante en que él empezó a tomarla con pasión. El espectro de ardientes emociones de él le fue súbitamente revelado. También había rabia, y un deseo absolutamente masculino de descubrir la clave para someterla. Pero, por encima de todo, había un ansia diferente a todo lo que ella había conocido.

Sin duda, Jake la deseaba aquella noche por diversas razones, pero en aquel momento Heather no podía creer que tuvieran nada que ver con los negocios.

La caldera de emociones que se agitaban en el interior de ella reaccionó a la intensidad elemental de Jake como si de repente le hubieran aplicado una descarga. Todo la confusión de ella se concentró en una respuesta sensual in crescendo para satisfacer las demandas del hombre que había creado el caos.

Heather no habría podido decir exactamente lo que sintió cuando Jake se extendió sobre el cuerpo de ella y se apoderó de su boca. No era posible que aquel fervor se debiera al amor, estaba segura. Pero nunca había experimentado algo parecido. La urgente necesidad de seguir el peligroso recorrido en el que se había embarcado no le dejaba tiempo para el análisis.

Le clavó profundamente las uñas en la tela de la camisa, buscando la elástica sensación de sus hombros musculosos. Era un hombre fuerte y descubrir que su pasión se correspondía con su fuerza física era cautivador. Deseó satisfacer el ansia que desataba en él más de lo que nunca había deseado nada.

—He estado a punto de volverme loco de deseo durante estas últimas semanas —dijo él con voz ronca cuando por un instante separó la boca de la de ella—. Me decía a mí mismo que te daría tiempo, que podía esperar hasta la noche de bodas. Pero cuando esta mañana te vi en aquella maldita moto supe que, después de todo, no vendrías mansamente a mi cama —le soltó la muñeca para acariciarle la mejilla mientras ella permanecía mirándolo través del velo de sus pestañas—. No he dejado de preguntarme cómo serías cuando no estuvieras tan ocupada en hacer gala de tu encanto y aplomo. Ahora empiezo a saberlo, ¿verdad?

—¿Qué te hace pensar que voy a gustarte cuando no haga gala de mi encanto y aplomo?

—Gustarme no es la palabra —le pasó el dedo por el labio inferior, abriéndole la boca; luego, se inclinó de nuevo y hundió la lengua en la húmeda profundidad de la boca femenina.

Heather se retorció ligeramente bajo él, reaccionando al peso de su cuerpo. Él le respondió metiéndole la pierna entre las de ella. Cuando separó los muslos, él, con la mano libre, le acarició los pechos y siguió hasta el montículo situado más allá de la cintura. Después oprimió los dedos contra la tela de los vaqueros, contorneando la forma de ella con una caricia íntima que hizo que Heather se estremeciera.

—No debí dejarte ir a tu casa la otra noche. Debí obligarte a quedarte conmigo hasta la mañana. Hasta que te dieras cuenta de que conmigo podías ser salvajemente apasionada como quisieras. Puedo ocuparme de ti, Heather. Puedo tomar todo lo que tienes para dar. Necesito lo que tienes para dar.

Ella gimió con una dolorosa sensación de anhelo y deseo cuando él le hundió la cara en el cuello. Se lo recorrió con una cadena de besos húmedos y apasionados hasta que se encontró con el cuello del jersey que ella llevaba. Al tropezar con aquella barrera, Jake metió las manos por dentro de la prenda y se la quitó por la cabeza. Minutos después, el jersey estaba hecho un ovillo en el suelo. El minúsculo sujetador pareció apartarse a su paso y Jake le rodeó los pechos con las manos abiertas.

—Eres tan tersa en algunas partes y tan suave en otras —susurró él.

Heather le buscó la cara tensa, consciente de que sus pezones respondían al roce de las palmas del hombre. Pudo ver la satisfacción en sus ojos cuando él sintió la tensión en ella.

Con la lengua se humedeció la boca súbitamente seca.

—Jake, creo que te tengo miedo. Nunca en mi vida he tenido miedo de un hombre.

—¿Fue por eso por lo que me plantaste ante el altar esta mañana?

—Sí —la respuesta fue sencilla y dolorosamente clara. Por primera vez, ella reconocía la verdad escueta—. Tendría miedo de cualquier hombre que me manipulara de la forma en que lo hiciste tú. Es lógico.

—Heather, no tengo ni tu encanto ni tu facilidad para tratar con la gente. Utilizo diferentes tácticas para conseguir lo que quiero. No tengo elección y no podía arriesgarme a perderte.

—Tomándome así no me atarás a ti —le dijo guturalmente, no muy segura en su fuero íntimo de la verdad de semejante declaración, pero necesitaba expresar alguna protesta.

—Mañana hablaremos del futuro —agachó la cabeza para besar la curva de sus pechos—. Quítame la camisa, Heather. Quiero sentir tu piel en la mía. Por favor.

Se reflejaba tal inesperada necesidad en la súplica, que Heather lo obedeció sin pensarlo. Con dedos trémulos, buscó los botones de la camisa. Él se separó un poco para permitir que Heather le quitase la prenda por los hombros y, dando un gemido, volvió a bajarse. La nube de pelo oscuro y rizado del pecho masculino pareció quemarle la piel a ella cuando él la abrazó. Él tenía el extraño poder de volverla insoportablemente sensible, y lo sabía. Lo sabía y lo utilizaba.

Con movimientos fuertes y urgentes, Jake le desabrochó el cinturón y los vaqueros, se dio media vuelta, y la hizo girarse para poder bajarle los pantalones. Las braguitas de satén blanco, las que ella había comprado para su noche de bodas, bajaron con los pantalones.

En los ojos de Jake brillaron la sorpresa y el abrasador deseo masculino cuando, con la palma de las manos, acarició toda la desnudez de ella. Heather respondió apasionadamente ante el ansia indisimulada. Con la punta de los dedos, le recorrió el pelo del pecho de Jake hasta donde se perdía bajo los vaqueros, y oyó el gemido de placer de él. Le pareció el sonido más satisfactorio del mundo.

—Tus dedos son como pequeñas lenguas de fuego en mi piel. Me encanta la forma en que me acaricias, Heather. Quiero que me acaricies todo el cuerpo —la soltó para desabrocharse su propio cinturón. La cama se movió bajo Heather cuando de repente Jake se puso de pie y se quitó los vaqueros y la ropa interior de un diestro movimiento. Luego, permaneció unos segundos junto a la cama, mirándola.

—¿Me deseas, Heather? ¿Puedes al menos decirme eso? Lo necesito mucho esta noche.

—¿Lo necesitas, Jake?

Ella permaneció acostada, mirándolo a través del velo de sus pestañas, ocultando la terrible inseguridad que sentía. No había duda de que su cuerpo reaccionaba al de él, pero el elemento de miedo que había reconocido antes persistía. Heather nunca había sentido nada parecido al confuso estado de pasión y cautela que en aquel momento sentía.

—Sí. ¡Dios, sí!

En silencio, ella le abrió los brazos en gesto amplio, incapaz de esconder su propio deseo. Él volvió a ella, en un arrebato de fuerza y pasión embriagador. Enfebrecida, ella se abrió a él, separando las piernas a sus caricias, levantándose en suplicante invitación.

El firme puntal de su masculinidad se balanceaba junto a la unión de los muslos de ella, pero Jake todavía no hizo ademán de tomar posesión. En su lugar, la besó profundamente mientras le metía los dedos entre los muslos.

—¡Oh, Jake!

La íntima caricia hizo que ella se fundiera como oro derretido. Jake acercó su cabeza hasta los hombros de ella y usó los dientes con exquisito cuidado.

—Acaríciame, Heather. Como yo te acaricio a ti. Por favor, cariño. Lo necesito tanto.

Temblorosa, ella lo obedeció, y deslizó las manos de la espalda hasta sus caderas. Convulsivamente, le apretó con los dedos allí y oyó la respuesta ahogada del hombre. Animada, le acarició el muslo, buscando la cara interior cuando él cambió ligeramente de posición. Y entonces él empezó a moverse hacia la palma de ella.

—¡Sí! Oh, Heather, ardo en deseos por ti.

Se pegó a ella, buscando el calor más satisfactorio de su cuerpo. Heather jadeó cuando él buscó la entrada del palpitante centro femenino. Por un instante, el miedo casi la ahogó y sintió una oleada de pánico en todo su cuerpo.

—Heather, no te resistas. No puedes luchar conmigo. Es demasiado tarde —de pronto él, avasallando la protesta instintiva del cuerpo de ella, se metió profundamente en su interior y bebió el grito de excitación y miedo de sus labios.

Heather se aferró a él, clavándole las uñas en la piel, rodeándolo con las piernas. No tenía más elección. Era como sí, tras tantos años de trabajo, incertidumbre y espera, todo fuera perfecto.

Esa sensación de perfección no era algo que ella esperara sentir en los brazos de un hombre. Nunca había soñado que podía ser satisfactorio de esa forma. Pero era la respuesta que había estado buscando. Sin entender por qué, lo supo en lo más recóndito de su ser. El mundo se redujo a un solo punto brillante. Aquella noche, Jake Cavender era lo único en su vida que realmente importaba.

Él la arrastró a su potente ritmo de hacer el amor, acoplando la respuesta del cuerpo de ella al suyo. A Heather se le aceleró el pulso y como reacción el deseo centelleó en ella.

—¡Jake! ¡Oh, Jake!

—Déjate ir, amor —dijo con voz ronca él—. Simplemente déjate ir y llévame contigo.

Él hundió profundamente las uñas en la carne de las nalgas de ella y Heather gritó. Al minuto siguiente interminables corrientes de satisfacción y placer la estremecían. Era completamente distinto de todo lo que ella había vivido. Oyó el grito liberador y exultante de él y entonces cabalgaron juntos a un mundo de devastadora intimidad.

Largo rato después, fue la consciencia de aquella intensa intimidad lo que hizo que Heather se estremeciera en los brazos de Jake. Ella no había conocido esa sensación de unión perfecta con otro hombre. Sus relaciones en el pasado habían sido muy controladas. Nunca había dejado que entraran en las emociones más fundamentales de ella. Lo extraño era que hubiera sido la liberación de dichas pasiones elementales lo que la había dejado abierta y vulnerable a la abrumadora seducción de Jake. Ella había hecho bien en dominar esas pasiones durante tantos años.

A su lado, Jake abrió los ojos.

—No creo que esta haya sido la noche de bodas más convencional del mundo, pero sí intuía que no ibas a ser una novia muy convencional. A pesar de tu personalidad por lo general encantadora.

Ella le buscó la cara, y vio humor distendido en él junto con profunda satisfacción masculina. Ella había logrado eso, se dijo Heather. Ella le había proporcionado esa satisfacción. Y él había recibido tanto placer y plenitud como ella hubiera podido proporcionar. Un buen equipo.

—¿Qué pasa? —Jake se incorporó y se apoyó en el codo. Sombras de preocupación le oscurecían la mirada. Con el pulgar, le acarició la comisura de la boca.

—¿En qué piensas, Heather? Hace un instante te sentías tan bien como yo.

—Pensaba en que todos dicen que formamos un buen equipo.

—Ah. Estabas aplicando esa frase a nuestra situación actual, ¿verdad? —A la boca de él asomó una sonrisa, la primera sonrisa verdadera que Heather le había visto—. Me siento inclinado a estar de acuerdo. Formamos un fantástico equipo en la cama. Pero yo sabía que sería así.

—No es cosa de risa, Jake.

Él se puso serio.

—Sigues teniendo miedo, ¿no? Miedo de lo nuestro.

Ella bajó la mirada, negándose a reconocer que seguía sintiendo miedo o que juntos formaban algo realmente único. Pero él le levantó la cara, obligándola a mirarlo a los ojos.

—Formamos un buen equipo, Heather. Y en lo que a mí respecta, ésta ha sido nuestra noche de bodas. Ahora nos pertenecemos el uno al otro.

Ella apartó la cabeza, inquieta, desesperada por negar las palabras de él por alguna razón que no podía explicar del todo.

—Una noche de cama no cambia nada.

—Lo cambia todo.

—Realmente estás acostumbrado a conseguir todo lo que quieres, ¿no? —murmuró ella.

—Creo que los dos estamos acostumbrados a luchar con empeño por lo que queremos. Y los dos estamos acostumbrados a ponernos metas espinosas. No me acuses de arrogancia, cariño, a no ser que estés dispuesta a aplicarte el mismo calificativo.

—Si alguna vez he sido arrogante, ya no lo soy. Tú me has hecho ver lo débil y manipulable que soy en realidad. De no haber sido por la escena de esta mañana en la capilla, me habrías manejado como arcilla blanda.

A él se le endureció la expresión.

—Heather, escúchame…

—Imagino que en más de un aspecto es gracioso. Después de todo, se suponía que era yo la hábil para manejar a la gente. Parece que tus métodos son más eficaces que mi tan cacareado encanto, ¿no crees?

—Calla, cariño, no sabes lo que dices —con la yema de los dedos, Jake le rozó los labios—. Cuando hayamos limado unas cuantas asperezas, vamos a formar un equipo perfecto. Como dicen todos.

Heather inhaló profundamente.

—No creo que quiera formar parte de ese equipo.

Él entrecerró los ojos.

—Ya no tienes mucho donde escoger.

—Sí, sí tengo —logró decir ella con renovado orgullo—. Te dije antes que esta noche sería bajo mis condiciones. No es una noche de bodas, Jake.

Él cerró la mano en la curva de su hombro.

—Entonces llámalo noche de rendición. Tu rendición. Si hay que darle un nombre, que sea ése.

Él se movió, y echando su pesado cuerpo sobre el de ella, la hundió entre las sábanas.

La piel de Heather, todavía húmeda del encuentro anterior, despertó bajo la descarada caricia. Gimió suavemente, mitad protesta y mitad rendición, y una vez más se dejó llevar por la pasión que fluía entre Jake y ella.

* * *

Horas más tarde, Heather se despertó y se descubrió enroscada al cuerpo de Jake. El apagado zumbido del aparato del aire acondicionado era el único sonido que le llegaba además del paso de algún que otro coche. Era más de medianoche, casi las dos de la mañana. Se había pasado casi toda la noche entre el deseo compartido y el consecuente cansancio compartido.

Su noche de bodas, pensó sombríamente. No, su noche de rendición. Jake había tenido razón en eso. Se había entregado por completo, abandonándose a la satisfacción de complacerlo, permitiéndose la exquisita dicha de ser complacida por él. Permitiéndose, no era la palabra exacta, reconoció ella en la oscuridad. Aceptando, recibiendo, ansiando, deseando con avidez. Esas palabras describían bastante mejor su actitud.

Había perdido la cabeza el día anterior por la mañana y se había perdido a sí misma esa noche.

Acostada allí, en las sombras de la cama deshecha por la pasión, Heather se enfrentó a la realidad de lo que le había pasado. La rabia de la mañana anterior había sido el resultado de que le habían ganado en astucia, nada más. Se había sentido traicionada en un aspecto en el que la lógica le decía que la única culpable era ella.

Jake tenía razón cuando alegaba que era tan arrogante como él, si no más. Ella había vuelto a Tucson bajo sus condiciones, se había dicho. Pero era abrumadoramente evidente para ella que la única forma en que podía quedarse era bajo las condiciones de Jake.

Y tenía que enfrentarse a lo que todo eso significaba. La clase de traición que había sentido y la consciencia de que su orgullo había sido vencido por el asalto sensual de Jake fueron de pronto cosas de vital importancia. Nunca había dejado que un hombre produjera semejante desastre en su cuerpo y en su mente. Tenía que aceptar el hecho de que Jake poseía poder sobre ella. Y sólo una explicación justificaba ese poder.

Se había enamorado de Jake Cavender.

Un escalofrío de miedo genuino le recorrió las venas. Era vulnerable. Vulnerable a un hombre. En cierta forma, nunca se había imaginado que estar enamorada dejara a una mujer en semejante maraña emocional. Aturdida por lo que acababa de descubrir, no advirtió que Jake estaba despierto hasta que él se movió un poco.

—¿Heather? —Con voz tan gruesa como un león durmiente, Jake hundió la cara en la maraña de pelo de ella—. Vuélvete a dormir, cariño.

Ella negó con la cabeza y se dio cuenta de que él no podía ver el ademán negativo. Sin embargo, lo sintió.

—¿Qué pasa, Heather?

—Mis padres —susurró ella, reacia a decirle lo que realmente había estado pensando—. No los he llamado. Después de lo que hice ayer…

—No te preocupes por tus padres. Les dije que en unos días te llevaría de vuelta a casa.

Ella volvió la cabeza hacia él, buscándole los ojos en la penumbra.

—Jake…

—También les dije la razón de tu huida. Que seguramente habías descubierto lo de la venta del Hacienda. Si te sirve de consuelo, tu madre estaba de tu parte. Estaba completamente furiosa.

—¡Pero si siempre apoya a mi padre! —exclamó Heather, estupefacta.

—Esa vez no. Nos leyó la cartilla a Paul y a mí. Entonces le dije que te encontraría y te llevaría a casa.

La llevaría a casa. Heather sintió una oleada de pánico al oír las calmadas palabras de él. Ella no estaba lista para ir a casa, pensó frenéticamente. Necesitaba tiempo para aceptar el hecho de que se había enamorado. Una mujer merecía contar con tiempo para ajustarse a su manera a una secuencia de eventos tan desorientadora. Tiempo para recuperar la serenidad y reordenar sus ideas. Tiempo para comprender todo el potencial del giro radical que su vida había dado.

—No es tan sencillo —murmuró ella.

—Lo es si quieres.

—Jake, necesito algo de tiempo para mí. Tiempo para pensar. Has trastornado mi vida.

—Entonces estamos iguales.

—No. Tu vida está perfectamente organizada, tal como la has planeado. Quiero un poco de tiempo para reorganizar mi vida. Algo de tiempo para mí.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó bruscamente él.

—No lo sé. Unos días. Puede que más. Puede que mucho más.

—Heather, ahora me perteneces. Lo sabes.

—¿Sí? —lo retó en tono agudo, no dispuesta a concederle la victoria verbal final.

Él vaciló como si estuviera decidiendo cómo tratarla e hizo como si no hubiera advertido el tono retador. Le preguntó sin alterarse:

—¿Adónde irás?

—A las montañas, creo. Mi padre tiene una vieja cabaña de caza en uno de los cañones. Está aislada, completamente apartada de todo. Volveré cuando sepa lo que voy a hacer.

—No quiero que te vayas, Heather —había un atisbo imperativo en aquellas palabras.

—Tengo que hacerlo —le dijo tajantemente ella—. Tengo que pensar en lo que ha pasado.

—Confía en mí, cariño. Todo irá bien.

—En este momento ni siquiera puedo confiar en mí —murmuró ella.

Jake le contempló el rostro en penumbra y supo que tendría que dejarla ir. Él le había destruido su mundo y ella tenía el derecho de descubrir si quería el nuevo que él le ofrecía.

Era una apuesta. El mayor riesgo que había corrido en una vida llena de riesgos. Lejos de él, ella podría liberarse de las ataduras que él había tratado de crear aquella noche. Con tiempo suficiente, podría decirse que no lo necesitaba a él ni al Hacienda ni la aprobación de sus padres. Después de todo, había sobrevivido durante años sin ninguno de esos factores. Él le debía cierto respeto al espíritu orgulloso que había tratado de encadenar.

—Por la mañana, Heather. Te dejaré ir por la mañana —le concedió con voz ronca—. Dame lo que queda de mi noche de bodas —la tomó entre sus brazos y ella se dejó llevar con sensual obediencia.

—Puedes llevarte el coche —le dijo calmadamente Jake a la mañana siguiente después que se hubieron levantado, vestido y compartido una taza de café en el restaurante del motel. Se sacó las llaves del bolsillo.

Heather las aceptó un tanto insegura.

—¿Cómo volverás a casa… es decir, al Hacienda?

—Me llevaré la moto de Jim. —Jake torció la boca en una mueca irónica—. El chico debe de haberse vuelto loco de preocupación.

—¿La moto? —Ella lo miró sorprendida—. ¿Sabes conducirla?

—Podré.

—Entiendo. Bueno, tendré que esperar a que abran las tiendas para comprar algunas cosas —prosiguió, incómoda, Heather. Se sentía tensa aquella mañana. Jake parecía desbordar comprensión. Por alguna razón, aquello la irritaba.

—Si te refieres a ropa, hay un maletín en el Mercedes. Tu madre lo preparó por si te hacía falta.

Ella se quedó mirándolo, atónita.

—Entiendo —dijo finalmente.

—Lo dudo, pero espero que lo hagas después de que pases ese tiempo sola —se levantó y, con gesto displicente, dejó dinero sobre la mesa—. Será mejor que nos vayamos.

Quince minutos más tarde, Heather daba la vuelta a la llave de encendido del Mercedes, y contempló cómo Jake arrancaba la moto con pericia y se subía a ella. Antes de irse, miró de soslayo a la mujer.

—Unos días, Heather —le recordó, lo bastante alto como para que lo oyera por encima del rugido de la moto.

Ella asintió con la cabeza y metió la marcha. Cuando hizo eso, Jake empezó a rodar por el aparcamiento hacia la salida con una suavidad que delataba años de experiencia. Definitivamente, sabía usar una moto y aquello intrigó a Heather. Deseaba saber dónde y cuándo había aprendido a conducir con aquella habilidad.

Cuando él desaparecía en la carretera, ella se dio cuenta de algo.

—¡Jake, el casco! Te has olvidado de ponerte el casco.

Pero él no podía oírla.

Y aquél era el hombre que le había echado un sermón sobre la seguridad a Jim Connors, recordó ella. Entonces Heather sonrió. Quizá era de los que, como ella, esperaban a que nadie los viera para ponérselo. Una cosa era dar la impresión de temple y agallas a la gente, y otra muy distinta ser suicida.

No había perdido la sonrisa cuando, mecánicamente, sintonizó una emisora de música country en la radio del Mercedes. Era extraño lo segura que estaba de que Jake se pondría el casco cuando se hubiera perdido de vista. Como si supiera lo que él iba a hacer porque sabía que en muchos sentidos era muy parecido a ella.

Aquel pensamiento le borró la sonrisa. Vaya una presunción idiota basada tan sólo en que habían pasado una noche juntos. Debía de estar desvariando.

No estaba desvariando, estaba enamorada. Un estado de cosas mucho más grave.

Estirándose un poco en el asiento, Heather se hizo irónicamente consciente de los pequeños dolores de su cuerpo. Hacer el amor con Jake la había dejado marcada en más de un sentido, reflexionó lúgubremente ella. Pero lo que tenía que preguntarse era el efecto que ella había tenido en Jake.

Él la deseaba. En cierto modo, la necesitaba. Ella era la clave de la perfección de su hogar cuidadosamente construido. Casándose con ella, Jake aseguraría su posición en las mentes y los corazones de la familia Strand y el personal del Hacienda. Pasaría a engrosar las filas de los hombres de negocios con los que se había relacionado Paul Strand allí en Tucson. Conservaría la herencia al tener a un Strand íntimamente ligado a la dirección del hotel. Aquello complacería enormemente al padre de Heather.

Sí, Jake la necesitaba, pensó Heather. Y la deseaba. Lo había demostrado sin lugar a dudas aquella noche. Además, también había sido idea de ella casarse por conveniencia. ¿Qué le pasaba aquella mañana? Nada había cambiado realmente. Desde luego se había llevado una gran impresión al descubrir que no iba a heredar el Hacienda, pero ya se había acostumbrado a eso el día anterior.

Quizá a lo que no se había acostumbrado era a la sensación de traición. Sin embargo, Jake le estaba ofreciendo casi la misma posición que ella había perdido. No del todo idéntica, por supuesto. Jake Cavender siempre sería el que tendría la última palabra en el destino del Hacienda. Pero ella podía formar parte de ese destino si lo deseaba. Lo único que tenía que hacer era casarse con él. Todavía podía lograr todas sus metas, volver a casa, hacer lo que debía, instalarse en el estilo de vida del Hacienda Strand y sus alrededores.

Lo único que tenía que hacer era casarse con Jake Cavender… tal como ella había pensado.

Con cierta sensación de estupefacción, Heather se dio cuenta de lo que le pasaba aquella mañana. Se había enamorado de Jake y ya no quería casarse por razones económicas. Con gesto irónico, Heather negó con la cabeza. Jake había hecho algo más que someterla física y emocionalmente la noche pasada. Había revivido la actitud apasionada de la vida que en los últimos años ella había supeditado al triunfo. Casarse por conveniencia o por razones económicas, con independencia de lo satisfactorio que pudiera ser para las partes en juego, ya no era lo bastante bueno.

Cuando dejó la carretera, lo hizo para tomar el camino más estrecho y mucho menos transitado que conducía al cañón. Heather lo recordaba muy bien. El terreno desértico daba paso a otro en el que se veían algunos arbustos y árboles desperdigados. El camino no estaba asfaltado y Heather aminoró la marcha para evitar levantar más polvo del necesario.

Iba a hacer calor en la cabaña. No había aire acondicionado ni muchas comodidades. Heather se preguntó qué habría pensado su madre cuando su padre la había llevado allí de luna de miel. Al menos Ruth sabía que se casaba por amor y no por conveniencia. Heather suspiró, aminorando aún más la marcha del coche.

La cabaña evidenciaba los años de abandono. Estaba situada a varios metros de un arroyo que bajaba en cascada de las montañas, el tiempo le había dado una pátina gris a la madera. El techo se inclinaba de modo bastante precario y una de las ventanas estaba rota. Heather aparcó el Mercedes y se bajó para contemplar el escenario de alguno de sus mejores recuerdos infantiles. Aunque hacía mucho que Paul Strand había dejado de cazar, la familia había seguido usando la cabaña para ir de excursión en verano. El fresco arroyo, crecido por la lluvias recientes, era un lugar que invitaba a nadar, y el cañón había proporcionado parajes fascinantes que descubrir. Había incluso cuevas más arriba, recordó Heather.

La cabaña no contaba con electricidad, pero sí con agua corriente. Heather, cuando abrió el rústico grifo de la minúscula cocina, se quedó sorprendida de que todavía funcionara. Con un poco de suerte, también funcionarían las piezas del cuarto de baño. No había agua caliente, desde luego, pero podía vivir sin eso durante un par de días.

Un par de días. Heather consideró el factor tiempo que Jake había mencionado en su retirada. Como si él creyera que ella necesitaba tiempo para ordenar sus ideas y tomar decisiones. Aquella mañana, la había dejado ir casi si discutir.

Por alguna razón, la falta de discusiones la hacía sentirse incómoda. No parecía encajar con el carácter de él. Debía de saber lo absoluta que había sido su rendición de la noche anterior. Heather hizo una mueca.

Pero sabiendo eso, y conociéndolo a él, lo lógico era esperar que fuese la clase de hombre que aprovecharía la ventaja. No obstante aquella mañana la había invitado a tomar café y se había despedido de ella.

Nada propio de él.

Heather tocó el polvoriento y semihundido sofá situado bajo la ventana rota. Estaba empapado por la lluvia que se había metido por la ventana. También había algunos tablones del suelo sueltos. Tanteó uno, y oyó el crujido de protesta.

Empezó a imaginar que Jake cambiaba de opinión e iba tras ella. El lado romántico y apasionado de ella que había sido liberado por el impacto emocional de las últimas veinticuatro horas anhelaba que eso sucediera. El lado realista de su naturaleza le advirtió que si eso sucediera, nada cambiaría. Seguiría teniendo una decisión pendiente.

Tenía que decidir lo que realmente quería en la vida, y esa decisión no podía tomarla del mismo modo que la había tomado a los dieciocho años. Tenía que hacerlo de un modo lógico y realista. Desgraciadamente, era difícil pensar de modo lógico y realista cuando uno sabía que estaba enamorado.

Debería estar pensando en la forma en que había perdido sus derechos sobre el Hacienda, se dijo lúgubremente Heather mientras se encaminaba hacia el coche y sacaba el maletín que su madre le había preparado. Debía concentrarse en la sensación de traición que había sentido la víspera. Pero ya no le era tan fácil dejarse llevar por esa emoción candente. Jake la había enfriado, sustituyéndola con sus exigencias. El deseo de satisfacer las necesidades físicas y emocionales de él se había convertido en algo vital la noche anterior.

Sin embargo, ella tenía sus propias necesidades, se recordó Heather mientras llevaba el maletín a la cabaña y lo abría. Una hoja del papel para cartas de su madre se encontraba encima del montón de ropa interior y otras prendas meticulosamente ordenado.

Queridísima Heather, como de costumbre, han salido mal nuestros mejores planes para ti. Pero esta vez cuentas con todo mi apoyo. ¡Vaya descaro han tenido esos hombres de ocultarnos la venta del Hacienda! Estaba furiosa por ti. No tengo objeciones a que Jake sea el dueño, y me alegro de que por fin Paul haya decidido retirarse. Pero tenían que haberte dicho cuál era exactamente la situación. Sé que Jake y tú terminaréis resolviendo vuestro problemas. Es un buen hombre, tesoro. Pero creo que tienes todo el derecho de casarte con él bajo tus condiciones. Con todo mi amor, Mamá.

Las lágrimas le escocieron en los ojos a Heather. De un manotazo se las secó. Luego, dobló la nota con mucho cuidado. La comprensión de su madre sólo sirvió para que se sintiera peor por la escena del día anterior.

Por otra parte, se dijo entristecida Heather, no había muchas formas educadas de plantar a un hombre ante el altar. Ahogando un suspiro, empezó a rebuscar en el maletín hasta que encontró una muda de ropa interior y una camisa caqui. Su madre, sensatamente, le había puesto un par de zapatos de suela de goma, que serían mucho más frescos que las botas de piel que ella llevaba.

Heather se cambió rápidamente de ropa y se abrochó de nuevo los vaqueros de marca. Luego, se concentró en encender el fuego de la vieja cocina. No pasaría hambre. Se había detenido a comprar unas latas antes de salir de Tucson.

En lo alto, las nubes empezaron a cerrarse. Enormes masas de aire inestable se arremolinaron en el cielo, oscureciendo vastas áreas de desierto y montaña. Su padre, recordó Heather, había dicho que las lluvias estaban siendo anormalmente fuertes ese año. Ella esperaba que la cabaña no tuviera muchas goteras en el techo.

Los lejanos sonidos de la tormenta que se avecinaba impidieron que notara el ruido del coche hasta que hubo llegado al frente de la cabaña. Cuando ya oyó el sonido del motor, Heather se levantó corriendo, dividida entre el placer anticipado y la incertidumbre.

Jake había ido tras ella.

En aquel momento de tensión y excitación, Heather se dijo que durante todo el tiempo había estado segura de que él cambiaría de opinión. No era el tipo de hombre que se arriesgaba a que ella rompiera el sortilegio de la noche anterior.

Correcto, equivocado o imposible, Heather sintió una inmensa alegría al abrir la puerta.

Pero el coche aparcado allí delante no era uno que ella reconociera. Era un jeep con capota, y cuando salió el conductor toda la excitación de Heather desapareció como por ensalmo. El hombre que bajaba del coche llevaba una pistola en la mano.

Heather se quedó mirándolo, espantada, la atención tan pendiente del arma, que apenas miró al hombre a la cara. Se apoyó en el quicio de la puerta, preguntándose frenéticamente si podría volver a entrar y cerrar la puerta antes de que el hombre pudiera disparar.

—¡Caray! —farfulló por lo bajo el intruso—. No puedo creerlo. Eres Heather Strand, ¿no?

Ella levantó los ojos y tropezó con la mirada lacónica y oscura del extraño. Con desesperación, trató de hablar con voz controlada.

—Sí, soy Heather Strand. Esta cabaña pertenece a mi familia.

—¿Crees que no lo sé? Qué pequeño es el mundo, ¿verdad? A menudo me he preguntado qué tal te iría en California.

—¡Dios mío! Eres Rick, ¿verdad?

El pelo negro era más escaso y tenía algo de barriga, pero los ojos oscuros que alguna vez le parecieron tan cautivadores eran los mismos.

—No… no te había reconocido.

—¿Estás sola?

—Sí. Sí, acabo de llegar para pasar un par de días —le explicó con cautela.

—Un par de días. Como en los viejos tiempos. ¿Recuerdas cuando tú y yo veníamos hasta aquí con aquella moto tuya a pasar la tarde?

—Lo recuerdo —los ojos se le volvieron a ir a la pistola—. ¿Qué haces aquí, Rick?

Él siguió la dirección de la mirada de ella hasta el arma que llevaba en la mano y río entre dientes. Luego, se metió el feo objeto en el cinto.

—¿Yo? Vengo mucho, Heather. Tu padre no usa este sitio desde que tú estabas en el instituto.

—Lo sé.

—Personalmente, siempre he sentido debilidad por la vieja cabaña —se metió en el jeep y sacó las llaves del encendido. Se las guardó en el bolsillo y empezó a caminar hacia ella—. Un montón de recuerdos agradables. ¿Y qué me dices de ti, Heather? ¿Has pensado alguna vez en los planes que hicimos aquí?

—No he vuelto a pensar en esos planes desde que me arrebataste la moto y me dejaste en medio del desierto —dijo ella, manteniéndose firme todo lo que pudo en el umbral; pero cuando lo tuvo a un paso y mostró toda la intención de empujarla para entrar, Heather retrocedió a la cabaña—. ¿Para qué llevas la pistola, Rick?

—Nunca se sabe lo que uno puede encontrarse aquí en medio de la nada —dijo perezosamente, entrando en la cabaña y mirando alrededor. Un trueno restalló encima de ellos y el cielo seguía oscureciéndose—. Parece que esta tarde se avecina una buena. El arroyo ya está crecido. Un fuerte chaparrón podría hacer que se desbordase. No parece un buen día para revivir viejos recuerdos, Heather —se giró hasta quedar de frente a ella.

Heather miró al hombre con quien había huido de Tucson tantos años atrás y dio gracias a las estrellas de que la hubiera dejado en medio de aquella carretera del desierto. ¿Cómo era posible que alguna vez en su vida considerara la posibilidad de unir su vida a aquel hombre? El buen aspecto había desaparecido y no quedaba nada de carácter o de fuerza en su lugar. Rick sólo tenía unos treinta y tantos años, pero todo él parecía más gordo y más vulgar. No era simplemente que hubiera ganado peso, sino que parecía como si el potencial de sensualidad que una vez tuviera, hubiese degenerado en repugnante vulgaridad. Como si el espíritu de rebeldía que tanto la había atraído se hubiera convertido en algo vil e innoble. Incómoda, Heather acarició las llaves del Mercedes que tenía en el bolsillo de los vaqueros. Deseaba estar lo más lejos posible de Rick Monroe.

—No vine aquí para revivir viejos recuerdos. Vine aquí a pasar unos días tranquila. ¿A qué has venido tú?

—¿Yo? —Él dio un breve recorrido por la casa y, después de echar una ojeada al baño, se sentó en uno de los brazos del viejo sofá—. Pues, me temo, Heather, que estoy aquí por negocios.

—¿Negocios?

Él sonrió desagradablemente.

—Ahora soy un hombre de negocios. Apuesto a que nunca creíste que triunfara sin el dinero de tu padre, ¿verdad? Todavía recuerdo cómo te pusiste el día que nos fuimos de Tucson, cuando descubriste que yo quería que llamaras a tu casa para pedir dinero. Estabas tan empeñada en demostrar que podías valerte por ti misma… Personalmente, nunca he entendido la necesidad de hacer las cosas difíciles.

—¿Entonces, cómo has hecho las cosas? —preguntó ella, provocadora, sin gustarle la tensión que se respiraba.

—Lucrativamente —asintió con la cabeza como para sí mismo—. Por supuesto, no voy a jugar al golf al club al que va tu padre y no me tomo vacaciones continuamente. Trato de mantenerme apartado de las viejas amistades. No tiene sentido que te hagan un montón de estúpidas preguntas.

—¿Preguntas como las que estoy haciendo yo?

Él torció la boca.

—Sí, preguntas como ésas.

Furiosa, Heather se acercó a la ventana, sin perder de vista a Rick.

—Si es tan importante para ti no ver a las viejas amistades, ¿qué haces merodeando por esta cabaña?

—Utilizo este sitio, Heather. Supongo que tú lo llamarías mi oficina principal —recorrió el espacio con la mirada—. Creo que todo tiene cierta justicia poética.

—¿El qué?

—Que yo utilice la propiedad de los Strand para fundar mi propio imperio personal.

—Rick, lo que dices no tiene sentido. Además, creo que tienes razón en lo del arroyo. Corre más deprisa que de costumbre. Si llueve mucho esta tarde, puede desbordarse e impedir el paso por la carretera. Creo que no voy a quedarme.

Con paso resuelto, Heather caminó hacia la puerta. Todos sus instintos le decían, le gritaban que se alejara todo lo posible de Rick Monroe. Decidió olvidarse del maletín que con tanto cuidado le había preparado su madre.

—Pásalo bien, Rick. Te dejo solo en la oficina principal de tu empresa.

Ya tenía la mano en la puerta cuando él le habló por detrás. No tuvo necesidad de darse la vuelta para saber que llevaba el arma en la mano.

—Me temo que no puedo dejarte marchar, amor mío. Esta noche hay una importante reunión de la junta directiva y te agradecería que asistieras. Será muy educativo para ti.

—Olvídalo —pero ella no podía olvidar el arma y los dos lo sabían.

—Siéntate, Heather. Hablemos de los viejos tiempos.

—No creo que tengamos nada que decirnos el uno al otro, Rick —trató de plantarle cara. Once años atrás habría podido manejarlo. Pero once años atrás él estaba ansioso por complacerla.

—Tenemos mucho de qué hablar, Heather. Sé que te mueres de curiosidad. ¿Quieres saber si soy muy rico? En este momento tengo alrededor de medio millón de dólares. Esta noche, cuando el negocio de hoy haya terminado, tendré unos tres cuartos de millón. He aprendido a pensar en grande, nena. Mucho más que en los viejos tiempos.

—No quiero formar parte de tus planes. Hazte todo lo rico que quieras y déjame ir —dijo ella, sibilante.

Ceremoniosamente, él volvió a meterse la pistola por el cinturón.

—Tú eres la que se ha metido en mis planes, Heather —se levantó y se acercó a ella—. Pero si haces exactamente lo que te digo, podemos llevarnos bien. El curso de las cosas será distinto esta vez. Hasta donde recuerdo, eras una chica muy mandona, y estoy seguro de que te has convertido en una mujer muy mandona. Recuerda sólo que yo dirijo este espectáculo y que haremos lo que sea necesario para que salga bien. ¿Qué te parece, Heather? Creo que te gustaría descubrir lo que te has perdido por echarme hace once años.

—No.

—No tienes más remedio, amor mío. No lo tienes.

Antes de que ella respondiera, el trueno volvió a retumbar. Heather se mordió el labio inferior, las manos metidas en los bolsillos delanteros de los vaqueros. Estaba asustada y no se atrevía a demostrarlo. No ante aquel hombre. Se sentiría muy complacido.

—Mira, Rick. Tú y yo íbamos en dos direcciones muy distintas en aquella época. No creo que ninguno de los dos quiera saber realmente lo que ha hecho el otro en estos últimos años. Olvidemos la reunión. Te quedas aquí y haces lo que debas hacer y yo vuelvo a Tucson y hago lo que debo hacer.

Él se rió groseramente entre dientes.

—Vamos, Heather. Sabes que no va a ser tan sencillo, ¿verdad?

Heather estaba tratando de encontrar una forma hábil de responder a la amenazadora pregunta cuando oyó el ruido de otro coche que se acercaba a la cabaña. No estaba muy segura de que fuera otro vehículo, porque en aquel momento empezó a llover.

En los toscos rasgos de Rick apareció una expresión ceñuda y él miró el reloj.

—Le dije que no viniera hasta que hubiera anochecido. Llega con horas de antelación, el muy idiota —dio un salto y echó a Heather a un lado. La expresión furiosa de su rostro se acentuó cuando escrutó por la ventana rota. Entonces Rick maldijo violentamente.

—Este maldito lugar parece un aparcamiento. ¿Conoces a ese tipo? —La obligó a mirar por la ventana.

Heather se imaginó quién vería descender del Fiat blanco. El coche era de su madre pero el hombre que estaba a punto de correr para guarecerse bajo la débil protección del porche era Jake Cavender.

Después de todo, había ido tras ella, como había imaginado que haría. Por culpa de ella, estaba caminando hacia la pistola de Rick.

—Me desharé de él —suplicó con voz aguda cuando se volvió y se encontró con un Rick nervioso y sudoroso—. Dame la oportunidad. Haré que se vaya. Está aquí por mí.

—¿Qué diablos pasa? ¿Habías quedado con él?

—Dame la oportunidad de que me deshaga de él, Rick. Por favor. Si lo haces, cooperaré contigo. Te juro que no te daré problemas.

—¿Qué vas a hacer? ¿Decirle que viniste aquí para encontrarte conmigo en vez de con él? —se mofó Rick, furioso.

—¿Por qué no? —Lo miró directamente a los ojos. Trató de reunir todo el poder que hubiera podido tener sobre Rick Monroe en el pasado—. Será más fácil para ti si se va tranquilamente.

Rick dudó, claramente dividido. Volvió a mirar por la ventana y entrecerró los oscuros ojos.

—De acuerdo, me gusta. Me gusta mucho. Vale, nena, veamos cómo convences a ese tipo de que has hecho todo el camino para reunirte conmigo. Pero si no funciona, es hombre muerto. ¿Me entiendes?

Heather tragó en seco.

—Entiendo.