Capítulo 1

Sería un matrimonio sincero; un matrimonio basado en metas comunes e intereses comerciales compartidos; un matrimonio con todo un caudal en potencia de amistad entre las partes comprometidas; un matrimonio cómodo del gusto de los parientes.

Iba a ser un matrimonio de conveniencia.

—He traído un borrador del acuerdo prematrimonial. Míralo con calma y cuando lo firmes, se lo daré a la abogada. Ella se asegurará de que los dos recibamos una copia.

Heather Strand dio un sorbo del Napa Valley Chardonnay muy frío que tomaba y, por encima del lino deslumbrantemente blanco del mantel, sonrió agradablemente al hombre que tenía sentado enfrente. El camarero, dándose cuenta de que no iban a necesitarlo en aquel momento, desapareció discretamente en dirección a la cocina.

Parte de la mente siempre atenta de Heather percibió y aprobó mentalmente la discreción del camarero. Valoraba al personal bien entrenado.

* * *

Si tienes alguna pregunta, estaré encantada en darte cuantas explicaciones sean necesarias —continuó Heather al ver que su compañero de mesa no decía nada. Jake Cavender parecía en aquel momento más interesado en su soufflé gratinado que en el matrimonio de ambos.

—Estoy seguro de que has pensado en todo —murmuró él—. Pareces una mujer muy bien organizada.

Heather inclinó la soberbia cabeza cuyo pelo castaño cobrizo se curvaba con estudiada elegancia tras las orejas. La densa masa de pelo ofrecía un corte recto e impecable a la altura del mentón.

—Lo procuro —respondió escuetamente, sin saber muy bien cómo tomar los comentarios de Cavender. Todavía no lo conocía muy bien, y en ocasiones no estaba segura de que no se estuviera burlando sutilmente de ella.

—Por tu padre me ha parecido entender que no siempre has sido así.

—¿Organizada? —Heather se encogió levemente de hombros. El ademán hizo que la tela de la ajustada camisa color frambuesa se agitara sedosamente—. Supongo que no siempre. Mi padre solía molestarse por mi forma anárquica de abordar las cosas —le confesó en tono alegre.

—¿Y molestar a tu padre era una consideración importante? Jake se sirvió un poco más de Chardonnay, mientras sus fríos ojos grises examinaban el rostro sosegado de la mujer.

—Estoy segura de que a estas alturas ya sabes que mi padre y yo no nos llevábamos bien en mi adolescencia. Mi madre sostiene la teoría de que los dos tenemos temperamentos muy parecidos. Yo me temo que se trataba del clásico caso de rebelión juvenil.

—Que bordeaba la guerra declarada, según tus hermanas menores.

Heather entrecerró los ojos. En ocasiones la desconcertaba lo familiarizado que estaba aquel hombre con la familia de ella. Más de una vez le había parecido que conocía a sus parientes mejor que ella misma. Pero ella había vivido en California durante los últimos años haciendo sólo alguna que otra escapada a Tucson.

—No te dejes impresionar por mi pasado pintoresco —le recomendó en tono educado Heather—. Te aseguro que lo he superado por completo.

—¿De veras?

Heather le lanzó una mirada gélida.

—Créeme, en mi más impetuosa juventud jamás habría soñado verme envuelta en un matrimonio por interés.

Cavender le sonrió. Heather estaba empezando a acostumbrarse al rictus ligeramente burlón de aquella sonrisa. Todavía no lo entendía mucho, pero se estaba acostumbrando.

—¿Por qué has vuelto a Tucson, Heather?

—Ya conoces la respuesta. —Heather sonrió brevemente al camarero que se acercó a retirar los platos del soufflé. Cuando el mozo desapareció, ella miró a Jake a los ojos—. Mi padre empieza a retirarse y yo me preparo para tornar su lugar.

—Te has labrado una brillante carrera en hostelería en San Francisco. ¿Qué puede ofrecerte el hotel de tu padre aquí en Tucson que pueda competir con lo que has logrado en California?

—La oportunidad de tener el control absoluto; tomar mis propias decisiones, sin tener que someterlas a la aprobación de nadie; poner en práctica algunas de mis ideas. San Francisco y San Diego fueron un campo de entrenamiento excelente, Jake. Aprendí mucho. Ya estoy preparada para asumir la responsabilidad de ponerme al frente del Hacienda Strand.

—Podías haber vuelto a Tucson unos años atrás y aprender todo lo necesario trabajando al lado de tu padre.

—Mi padre y yo jamás habríamos podido trabajar juntos, y mucho menos cuando yo era más joven —a Heather se le curvó la boca en una mueca pesarosa—. Desgraciadamente para él, yo he sido la única de la familia que se ha interesado realmente por el negocio de la hostelería. Ninguna de mis hermanas quiso tener nada que ver con dirigir el Hacienda, así que papá se empeñó en prepararme. Pero parece que estuviéramos en desacuerdo en casi todo. Incluso en este momento dudo que funcionara. Él lo sabe o si no, no habría dejado claro que ahora pretende permanecer completamente al margen del negocio.

Heather miró con aprobación el plato de ternera con setas que le colocaban delante. Cavender había pedido cordero y por el trato deferente con que el camarero le había servido el primer plato, ella supo que lo había reconocido. Heather lo comprendía perfectamente. Durante los dos últimos años, Jake Cavender había sido la mano derecha de Paul Strand. Cavender era, según el padre de Heather, un genio de las finanzas. El Hacienda Strand nunca había disfrutado de mejor situación económica, y Paul estaba convencido de que el mérito correspondía a Cavender.

Como todos los que trabajaban en el mundillo de la hostelería de Tucson conocían y respetaban a Paul Strand, reconocían también a su hombre de confianza cuando decidía cenar fuera. No era de extrañar, reflexionó Heather con cierta ironía, que nadie la reconociese a ella, pues había cambiado mucho desde su marcha de Tucson.

—Debes saber que tus padres se sienten encantados con tu decisión de volver —comentó como de pasada Jake—. Por supuesto, están orgullosos de tus logros en California, pero hace mucho que anhelan que decidieras volver al Hacienda.

—No habría vuelto de no haber obtenido ciertos logros propios en California. —Heather sonrió—. Me fui de Tucson en circunstancias un poco especiales.

—He oído la historia —comentó Jake en tono sardónico—. La última vez que te vieron, te dirigías al oeste a lomos de una Yamaha negra. Creo que tu hermana Liz dijo que habías jurado que antes de llegar a California te habrías casado con el chico que conducía la moto.

Heather sintió un escalofrío desagradable. Jake Cavender, al parecer, había sido realmente aceptado por el círculo familiar.

—Rick y yo pensábamos detenernos en Nevada para una rápida ceremonia antes de seguir hacia California —se apresuró a explicarle ella. No era de la incumbencia de Jake, pero que ya que parecía saber tanto sobre ella, daba lo mismo que se enterara de un poco más.

—¿Rick?

—Así se llamaba el chico que conducía la Yamaha. —Heather observó a su acompañante—. ¿No te contó Liz ese pequeño detalle? Se llamaba Rick Monroe y era la fantasía hecha realidad de todas las adolescentes: un novio fenomenal, guapo y temerario. En aquella época yo tenía dieciocho años y él veinticuatro, y la ropa de cuero le sentaba de miedo.

—Todo un jefe de banda, vaya. —Cavender no lo dijo en tono divertido ni indulgente, aunque en sus ojos había una tenue sombra de desagrado.

Sombra que fue suficiente para encender algo del viejo espíritu de rebeldía de Heather, para gran sorpresa de ella. Había dado por sentado que aquel aspecto de su naturaleza había quedado completamente enterrado en su pasado. ¿Por qué aquel hombre tenía el poder de avivar aquellas cenizas? Con uñas pintadas del mismo tono de la camisa, tamborileó sobre el blanco mantel. Cuando Jake le miró las manos, ella se detuvo abruptamente y recuperó inmediatamente una actitud distante y equilibrada.

—No, Rick no era el jefe de ninguna banda. Era un solitario. Muy parecido a mí, pensaba yo entonces.

—Tú distabas mucho de ser una solitaria —dijo Jake—. Tenías toda la protección y el apoyo de una familia que te quería. Dos hermanas, tu padre y tu madre y una serie de tíos, tías y primos. No, Heather, a tus dieciocho años no se te podía tildar de solitaria.

Heather parpadeó, incómoda, ocultando con sus largas pestañas la turbada reacción que seguramente se reflejaría en sus ojos. Jake Cavender podía ser un poquito brusco a veces. Magnánimamente, consideró que ésa era una de las razones por las que había sido tan útil para su padre y seguiría siéndole útil a ella. A los buenos directivos no les gustaba rodearse de hombres complacientes y sumisos. Por otra parte, había algo llamado «tacto», lo menos que podía esperarse de un hombre que acababa de acceder a casarse con ella.

—Lo que haya pasado cuando yo tenía dieciocho años no te preocupa realmente, ¿verdad? —Lo puso en su sitio con una sonrisita dominante mientras separaba con delicadeza un trozo de los corazones de alcachofa a la menta que acompañaban la ternera.

—¿Perdona? —dijo él sin perder la calma—. ¿He dicho algo impropio?

—Sí. ¿Es tu costumbre?

Jake consideró la pregunta y hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—Me temo que sí, no soy demasiado hábil en el trato con la gente.

—Algo extraño para desempeñar tu trabajo.

—¿La hostelería? Lo parece, ¿verdad? Pero a mí me va muy bien. Tu padre siempre desempeña el papel de anfitrión jovial e intercede por el personal siempre que sea necesario. Yo me ocupo del aspecto pragmático de las cosas. Los hechos y las cifras.

—Al parecer habéis llegado a un acuerdo muy eficaz —dijo Heather, vigorosamente—. Supongo que entre nosotros funcionará el mismo acuerdo.

—Estoy seguro de que sí —replicó cortésmente Jake.

—¿No tienes objeciones que hacer al acuerdo prematrimonial? —Heather sintió la súbita necesidad de obligarlo a ser más preciso. Había un algo esquivo en aquella relación y, siendo como era una directiva nata, quiso poner las cartas boca arriba y dominar. Puro instinto.

—No creo que sea necesario, pero si establecer un contrato entre ambos te va a hacer sentir más cómoda, estoy completamente dispuesto a firmarlo. ¿Firmaste también un contrato con el joven inexperto?

A Heather se le heló la mirada.

—Da la casualidad de que Rick y yo no nos casamos nunca. Y si no te importa, Jake, prefiero no hablar de eso. Pertenece al pasado. Si mi conducta juvenil te ofende, te sugiero que reconsideres mi oferta de matrimonio.

—No podría hacerle algo semejante a tu familia —dijo él, con una de sus sonrisas enigmáticas.

—Sí —le dio ella la razón—. Mi familia se quedaría destrozada. Mis padres y mis dos hermanas, así como todos los demás parientes, tienen una gran opinión de ti. En dos años, prácticamente has pasado a formar parte de la familia, ¿verdad?

—Prácticamente, pero no del todo. —Jake tomó una rebanada de pan y la untó con abundante mantequilla. Estaba entregado en cuerpo y alma a la insignificante tarea. Heather no se perdía detalle; cuando aquel hombre prestaba atención a algo, tendía a dedicarse a ello hasta que terminaba.

—¿Por eso te casas conmigo, Jake? —preguntó ella en un arrebato perspicaz—. ¿Para convertirte en miembro de pleno derecho de la familia?

Él dejó a un lado el pan untado y levantó la mirada hacia ella.

—Sí, creo que en parte se debe a eso. ¿Te preocupa?

Era el momento de que Heather considerara la pregunta:

—No veo por qué. Sé que nunca he sido el hijo y heredero que mi padre deseaba formar para que ocupara su lugar. Me parece de lo más natural que en estos dos años haya empezado a verte como sustituto. Te has dedicado al Hacienda Strand y eres muy bueno en tu trabajo. Lo más probable es que cuando accediste a casarte conmigo le hayas dado una de las mayores alegrías de su vida. Su desobediente hija había vuelto para hacerse cargo del papel de presidenta de Hacienda Strand, Inc. que le estaba predestinado, y el hijo elegido estaba dispuesto a convertirse en el consorte y leal ayudante de ella. Un regalo precioso.

—No pareces muy molesta de ser parte de dicho regalo —observó él sin perder la calma.

—Ya no tengo dieciocho años ni estoy empeñada en rebelarme a toda autoridad.

—¿Quizá tienes veintinueve y estás dispuesta a someterte a la autoridad? —se burló un poco Jake.

Heather se rió.

—Frío, frío. Tengo veintinueve y llevo las riendas de mi vida. Sé lo que quiero y he demostrado que soy capaz de obtenerlo sin la ayuda de mi padre. He vuelto a Tucson para ocuparme del hotel de mi padre, Jake, pero en mis propios términos.

—Por lo que he sabido, también te fuiste en tus propios términos.

—La visión del mundo es muy distinta a los veintinueve que a los dieciocho —dijo con firmeza ella.

—Y sin duda muy distinta de lo que será a los treinta y ocho.

—¿Ésa es tu edad?

—Sí. ¿Por qué? ¿No lo parezco? —dijo irónicamente él.

Heather contempló las hebras de plata que le salpicaban el pelo, abundante y de corte conservador. Sí, Jake Cavender tenía aspecto de tener esa edad. De hecho, hasta podría parecer haber superado los cuarenta años. Había una dureza en él que reflejaba experiencia, la clase de experiencia que hacía que un hombre diera la impresión de no haber sido niño nunca. Por primera vez Heather empezó a preguntarse sobre su pasado.

—Por suerte para los hombres, tener treinta y ocho años y parecerlo no supone una desventaja —contemporizó ella.

—Eso quiere decir que no te casas conmigo precisamente por mi aspecto, ¿no?

No, pensó Heather, no se casaba con él por su aspecto. Tras su experiencia con Rick Monroe no era nada propensa a cometer el error de sentirse atraída por ningún hombre fijándose tan sólo en su físico. Pero, de no haber aprendido de forma tan amarga que no se podía juzgar a un hombre por eso, sinceramente, ¿se sentiría atraída por Jake Cavender? No era un hombre guapo.

No era, sin embargo, el rostro toscamente tallado lo que llamaba la atención. Era la inteligencia fría y evaluadora de sus ojos grises lo que más destacaba en él. Luego, una mujer se fijaría en el pelo espeso de reflejos amaderados, notaría el cuerpo magro y firme y se preguntaría la causa de los profundos surcos que le enmarcaban la boca. Pero era la mirada gris la que hacía detenerse a pensar. No era de los hombres que una mujer quisiera tener como enemigo. Su furia no sería ruidosa y ostentosa. Sería fría e inmisericorde. Menos mal, concluyó Heather, que ella iba a tener la posición dominante en aquel matrimonio de conveniencia. Su condición de responsable del lujoso hotel de descanso que su padre había fundado la aislaría de cualquier posible arranque temperamental y de superioridad masculina que Jake Cavender pudiera permitirse.

Una cosa era gritarle a la esposa, y otra muy distinta, al jefe.

—No creo que ninguno de los dos vaya a este matrimonio con ridículas ilusiones románticas —dijo Heather en tono suave—. Desde luego yo no tengo el menor interés en el matrimonio basado en las fantasías tradicionales. He aprendido a ser realista. Supongo que tú también eres así. No veo razón para que no nos llevemos bien.

—¿Esperas que esto funcione como un equipo?

Jake se dedicó al cordero.

—Espero que funcione de forma muy parecida al equipo que mi padre y tú habéis formado.

«Donde yo, por supuesto, llevo la voz cantante», añadió para sus adentros Heather. Eso era muy importante. Sin embargo, no había necesidad de decírselo explícitamente a Jake. Él conocía su posición dentro de la jerarquía, y era de esperar que también conociera su posición dentro del matrimonio. Pero, por si no lo supiera, ella lo había puesto por escrito en el acuerdo prematrimonial que le había dado.

—Tu padre y yo no estábamos precisamente casados.

—Que estemos casados no debe suponer ninguna diferencia en el funcionamiento del hotel.

Jake la contempló durante unos instantes. Ella casi podía oír cómo su cerebro procesaba la información que ella le había dado.

—Tienes razón —dijo finalmente él—. Que estemos casados no debe significar el menor cambio en el funcionamiento del Hacienda Strand. ¿Más vino?

Heather hizo caso omiso de la extraña sensación de incomodidad que la atenazaba y desplegó la más deslumbrante de sus sonrisas.

—Gracias —levantó la copa, dulcificando la mirada al hacerlo—. En realidad, tengo grandes esperanzas puestas en este matrimonio —le confió en tono alegre—. Se basa en lo correcto. Por ejemplo, nos une el interés por el hotel. En los últimos años he llegado a darme cuenta de lo sano que es que maridos y mujeres compartan intereses profesionales. Son lazos mucho más duraderos que esa palabrería romántica, ¿no te parece? He sido testigo de divorcios en los que el hombre deja a la mujer para casarse con la secretaria, simplemente porque el trabajo compartido con «la otra» había desembocado en una relación más sólida que el matrimonio compartido con la esposa.

Jake la miró con expresión extraña.

—En otras palabras, ¿crees que podemos ser buenos compañeros?

—Exactamente. —Heather dio otro sorbo al vino y reflexionó sobre el tema que había sacado a colación—. Este matrimonio será cómodo en muchos otros aspectos. Mis padres te quieren.

—¿Eso es relevante para ti?

—No lo era cuando tenía dieciocho años, pero ahora, sí, es más importante. Simplificará mucho las cosas.

—Cuando tu padre me dijo que te había sugerido la idea de que nos casáramos, pensé que te subirías por las paredes. A juzgar por todo lo que había oído sobre tu carácter, supuse que un matrimonio más o menos arreglado haría saltar tu viejo espíritu rebelde. Le dije a Paul que había cometido un gran error. Fue entonces cuando me dijo que eras otra mujer.

—Lo dices como si no creyeras en tal cambio —le contestó ella, ligeramente irritada por el escepticismo del hombre. Ya lo había observado en más de una ocasión en las dos semanas que llevaba instalada en Tucson, pero aquella noche parecía más pronunciado—. Te aseguro que no soy la alocada chiquilla que se fue de aquí hace unos años. ¿Qué pasa, Jake? —añadió ella, incapaz de resistir la tentación de burlarse un poco—. ¿Te preocupa terminar casado con una arpía?

—Estoy seguro de que mi único problema en este momento son los nervios por la boda —dijo Jake, rehusándose a picar. Pero no la miraba a ella mientras hablaba. Parecía profundamente interesado en el trozo de pan que se comía.

Por alguna razón inexplicable, a Heather la molestó que él le esquivase la mirada. No conocía mucho a Jake, pero en la últimas dos semanas lo había tratado lo suficiente y había pasado bastante tiempo con él en las visitas esporádicas al hogar familiar en los últimos meses como para conocer sus peculiaridades. Por lo general era bastante directo.

—No pareces de los que se ponen nerviosos —murmuró ella—. Pero sí creo que puedes tener algunas sinceras reservas en cuanto a casarte conmigo. Nada más lógico. Sin embargo, ya que eres mago de las finanzas, ¿por qué no miras esta proposición del mismo modo que los libros contables del Hacienda Strand? En el haber, está que te casas con la jefa. Consolidarás tu posición en mi familia y en sus negocios. Te doy mi palabra de que el matrimonio no será inestable. Hoy en día soy una persona bastante plácida. Soy trabajadora, sé tratar a los invitados y al personal y cumplo lo que prometo. Puedo asegurarte que no habrá embarazosas peleas ni discusiones en público. En cuanto a eso, tampoco las habrá en la intimidad. Soy saludable, razonablemente inteligente, ordenada y puntual. Ya no me enfado con tanta facilidad como cuando era joven, y siempre estoy dispuesta a contemplar los distintos aspectos de un asunto antes de formarme una opinión. Se dice que soy bastante buena jefa —concluyó ella con una breve sonrisa.

Jake se quedó contemplándola durante unos largos instantes y a Heather le habría encantado poder leerle los pensamientos. La educada máscara que él llevaba arrojaba poca luz sobre lo que realmente sentía.

—¿Y en el lado del debe? —preguntó finalmente él con voz suave.

Heather entrecerró los ojos.

—No hay apuntes negativos. Al menos ninguno importante se me viene a la mente.

—Sorprendente. Eso, desde luego, simplifica las cosas, ¿no? —Pero estaba sonriendo de nuevo: la misma sonrisa irónica que tantas veces le había dedicado en las últimas dos semanas. Heather habría preferido no sentir la punzada de incertidumbre cada vez que la veía.

—Las simplifica mucho —afirmó ella en tono vivaz.

—¿También has hecho el balance para ti?

—Por supuesto.

—Me gustaría conocer los apuntes de la columna del haber, si no te importa.

—¿Por qué iba a importarme? —dijo airadamente ella—. Este matrimonio me proporcionará un marido eminentemente adecuado a toda mi familia. Me casaré con un hombre que conoce y comprende mi trabajo y va a compartirlo conmigo. Todos los que lo conocen aseguran que no es un hombre violento. —Heather miró con expresión burlona a su acompañante—. Mamá dice que no es probable que le pegues a tu esposa.

—¡Que tranquilizador para los dos!

—¿Verdad? Veamos, ¿de qué otra forma me beneficiaré de este matrimonio? Ah, sí. No hay que olvidar que ambas partes vamos a él con pleno conocimiento de la situación. No tendremos que molestarnos en fingir un romanticismo que no sentimos ni tenemos que convencer al otro de que estamos apasionadamente enamorados. Nuestra relación se desarrollará naturalmente, sin presiones indebidas.

—«Nuestra relación» suena como una especie de microbio experimental en un caldo de cultivo —pero Jake no parecía nada preocupado.

Impulsivamente, Heather se echó hacia adelante y apoyó ligeramente los dedos en la manga de la chaqueta veraniega que él llevaba.

—Realmente, tengo puestas grandes esperanzas en este acuerdo, Jake. Creo que todo resultará perfecto.

Los ojos grises de él pasaron de las uñas pintadas a la expresión grave del rostro femenino.

—No sé si perfecto —contestó evasivamente él— pero estoy seguro de que será enormemente interesante. ¿Te apetece tomar postre?

Apartando la mano, Heather negó con la cabeza.

—No, gracias.

—Entonces, quizá sea hora de marcharnos. Has tenido un largo día e imagino que estás cansada. —Jake pidió la cuenta con un gesto, y se la presentaron casi al instante. Una vez terminados los pormenores del pago, se puso en pie y le retiró cortésmente la silla a Heather.

Heather era vívidamente consciente de la presencia del hombre que iba tras ella cuando salieron del restaurante a la apacible noche veraniega. Se encontraban casi a finales de agosto y se había producido una típica tormenta de verano en la hora y media que ellos habían permanecido en el restaurante. Como de costumbre, había caído gran cantidad de agua en breve periodo de tiempo y el aparcamiento y los coches estaban relucientes bajo los recientes efectos de la lluvia. El Mercedes blanco de Jake había resistido el chapuzón con educado estoicismo y Heather se sentó cómodamente en el interior de cuero rojo. Todavía corría una pequeña riada entre el aparcamiento y la calle, pero el coche lo vadeó fácilmente. Pronto desaparecería toda traza de la violenta tormenta y Tucson volvería a cocerse en el calor de agosto.

—Este año las lluvias parecen más torrenciales que de costumbre —comentó Heather, por decir algo más. Jake no había articulado palabra desde que agarró el volante.

—Tal vez te lo parezca porque llevas mucho tiempo fuera de Tucson —sugirió él.

—Puede ser. —Heather volvió a sumirse en el silencio.

Entonces fue Jake el que lo rompió.

—¿Contenta de volver a casa, Heather?

—Sí —afirmó ella con satisfacción—. Muy contenta.

—¿Lamentas haberte ido?

Dando un suspiro, ella movió negativamente la cabeza.

—En aquella época no tenía mucha elección. Nuestra casa se había convertido en un campo de batalla. Mi padre y yo no parábamos de pelear. Era insoportable, para nosotros y para mi madre y mis hermanas, víctimas de aquella tensión. Si me hubiera quedado a estudiar en la universidad de aquí, los problemas habrían seguido. Papá estaba decidido a dirigirme la vida, igual que yo a hacer las cosas a mi manera. Me temo que estaba dispuesta a plantarle cara en cada punto. La gota que colmó el vaso fue mi relación con Rick Monroe.

—¿En California estudiaste administración de hoteles?

—Sí. Llevo la hostelería en la sangre. Nunca tuve la menor duda de que debía trabajar en este negocio. Pero también sabía que mientras mi padre estuviera al frente, nunca podría tomar parte en el Hacienda Strand. Todo habría sido objeto de fricción.

—¿Quién financió tus estudios en California? ¿El infame Rick Monroe? —Jake hizo la pregunta con aparente indiferencia pero Heather percibió cierta inclemencia soterrada. De nuevo, se sintió un tanto molesta.

Sofocando la vaga agitación de su temperamento largamente dormido, Heather se armó de paciencia para responder, como si no la molestara.

—Me la financié yo misma. Rick no tenía ni un centavo. Un montón de encanto de rebelde sin causa y algunas aspiraciones interesantes, pero nada de dinero. Nos separamos antes de llegar a California.

Jake giró bruscamente la cabeza, sorprendido.

—¿De veras?

—No tenía mucha elección. No, después de darme cuenta de que el interés primordial de Rick era el dinero de mi padre. En realidad, creo que siempre lo supe de forma subconsciente y no quería reconocerlo. Él y su moto me sirvieron para salir de Tucson de forma espectacular, pero cuando empezó a exigirme que llamara a casa le dije que se fuera.

—¿Y lo hizo?

—Sí, desgraciadamente. Tuve que hacer dedo hasta California. —Heather se rió forzadamente para disimular el recuerdo del miedo y la soledad que la habían asaltado en aquel espantoso viaje. Nadie, estaba convencida, comprendía el aislamiento y la soledad hasta que se veía solo en medio de una autopista con unos cuantos dólares en el bolsillo y la terca determinación de no volver a casa en busca de protección.

Había sido afortunada. El conductor de camión que la había recogido resultó todo un caballero de la carretera y no un tipo lujurioso. Treinta años mayor que ella, había adoptado una actitud protectora. Le dejó echar una cabezadita en el compartimento para dormir y no paró de decirle que se iba a quedar sorda de oír música pop. Como antídoto, le había dado un cursillo sobre la historia de la música country y había sintonizado las emisoras de ese tipo de música en la radio. Heather conservó un afecto secreto por lo vulgar, que no había desaparecido en todos aquellos años.

—Andar por la carretera no es especialmente emocionante, ¿verdad? —Jake condujo el Mercedes hacia las colinas de las afueras de Tucson donde quedaba el Hacienda Strand.

—No.

—Pero el orgullo te impidió volver a casa, ¿no?

—No podía volver a casa. No hasta que demostrase a todo el mundo que era capaz de valerme por mí misma y no necesitaba el dinero de papá para allanarme el camino —le explicó sin rodeos ella.

—¿Entonces cómo te pagaste los estudios?

—Encontré trabajo en una hamburguesería. Pagaban poco pero el camino hacia el puesto de encargado estaba abierto para quien estuviera dispuesto a trabajar en los turnos malos. A los tres meses era la encargada —dijo Heather con voz calmada—. A partir de entonces, el dinero dejó de ser problema. Apenas dormí durante los dos años siguientes, pero aprendí muchísimo. Puedo elaborar cuarenta hamburguesas por minuto o supervisar la cocina de un restaurante de categoría.

—Escogiste el camino más difícil —gruñó Jake—. Todo porque eras demasiado cabezota para apreciar lo que tu familia quería darte.

Heather sintió como un ligero chasquido en su interior. Se había tomado la molestia de responderle a unas cuantas preguntas personales y él le correspondía con mal disimulado menosprecio y condena. Iba a poner fin a aquello.

—Vamos a dejar algo claro, Jake. Mi pasado no es de tu incumbencia, ni a mí me interesa especialmente el tuyo. No soy la misma chiquilla loca e imprudente que se fue de aquí. Soy una adulta madura que ha obtenido bastante éxito por sí misma. La decisión de volver a Tucson obedece a varios motivos, pero no porque no pueda mantenerme y llegar lejos en mi profesión por mí misma. He conseguido en California cuanto he querido en lo que a esos dos aspectos se refiere. Por última vez, Jake, estoy aquí en mis propios términos y todo en mi vida lo hago así. Si hay algo de mi pasado que te molesta, más vale que lo digas ahora.

Tal vez a Jake se le blanquearon los nudillos al volante; dada la oscuridad imperante, Heather no podía asegurarlo. Pero Jake vaciló sólo unos instantes antes de contestar.

—No me molesta tu pasado. No es muy distinto del mío.

Heather, a punto de responderle contundentemente, parpadeó y luego dijo:

—¿De veras?

—Sólo que no existía la versión femenina de Rick Monroe que me raptara a lo grande ni una familia y con dinero a la que volver si me metía en problemas —dijo en tono tajante, sin dar lugar a más discusiones.

Heather contempló al hombre que tenía a su lado, consciente del perfil ásperamente tallado y la fuerza que exudaba el cuerpo tenso y delgado. Decidió no dar rienda suelta al torrente de preguntas que acudieron a su mente. Los dos tenían derecho a cierta intimidad. Después de todo, sabían muy poco el uno del otro.

El ronroneo apagado de una moto seguía al Mercedes al tomar el elegante camino de entrada del Hacienda Strand. Cuando Jake aparcó el coche en una de las plazas de los directivos, Heather dio un rápido vistazo por encima del hombro y sonrió complacida.

Antes de que Jake hubiese abierto la portezuela del coche, ella ya se había bajado y saludaba al joven que aparcaba la moto cerca.

—Hola, Jim —le dijo ella, dándose prisa para alcanzarlo—. ¡Qué bonita! ¿Cuándo te la compraste?

Jim Connors, ayudante de camarero del restaurante del hotel, sonrió satisfecho mientras estabilizaba la pesada moto y retiraba las llaves.

—Me la entregaron esta mañana. ¿Qué le parece? ¿Ha visto cosa igual?

Jake se había acercado a Heather, quien contemplaba la anoto con admiración.

—Toda una moto, Jim —comentó sobriamente él.

—Gracias, señor Cavender. Supongo que me pasaré el testo de la vida pagándola, ¡pero vale la pena! —Jim guardó el casco detrás del asiento.

—Me alegra ver que has sido sensato y te has comprado también el casco —observó en tono aprobador Jake.

—Sí. Mi padre dijo que sólo así me avalaba el préstamo que tuve que pedir. Me imagino que tiene razón, pero le quita cierta emoción a conducirla.

—Sé lo que quieres decir —murmuró Heather nostálgicamente, acariciando el brillante manillar—. No hay nada como sentir el viento en el pelo.

—¿Y qué me dices de las moscas en la boca? —La interrumpió Jake, contemplando con ojos entrecerrados a Heather acariciar la moto.

Jim se rió entre dientes.

—En eso tiene razón. Por cierto, comprar la moto me ha dado excusa para comprarme una cazadora de cuero negra. Mi madre no me habría dejado tener una si no creyera que es una forma de protección, como el casco.

—Es fantástica —dijo Heather en tono admirativo mientras Jim se desabrochaba la pesada prenda—. Aunque un poco calurosa para una noche como ésta.

—Ten cuidado con las calles, Jim —empezó a decir Jake, frunciendo el ceño—. Las motos y el asfalto mojado no hacen buenas migas.

Jim ocultó su entusiasmo al advertir el tono de sermón de Jake.

—Sí, señor Cavender. Tengo mucho cuidado. Lo último que quiero es estrellarla antes de terminar de pagarla. Bueno, discúlpenme, llego con el tiempo justo —el joven sonrió a Heather—. Cuando quiera dar un paseo, señorita Strand, estaré encantado de llevarla.

—Gracias, Jim. Me encantará —le aseguró amablemente Heather. Cuando el camarero se hubo ido, ella se volvió hacia Jake—. No era necesario que lo sermonearas. Estoy segura de que sus padres ya le habrán dado bastante la lata con el asunto de la moto.

—Ya veo que tú no piensas darle recomendaciones sensatas, ¿verdad? —comentó Jake con voz serena mientras se encaminaban hacia el chalet particular de ella.

Edificada a poca distancia del hotel, la encantadora construcción de ladrillo con su amplio porche proporcionaba intimidad y comodidad. Jake utilizaba un chalet similar situado al otro lado del jardín. Los padres de Heather vivían en una elegante mansión desde cuya gran terraza se dominaba todo el terreno del hotel.

—Parecías a punto de agarrar las llaves para irte de paseo —siguió él.

—¿Recuerdas la Yamaha negra de la que te hablé? —le respondió amablemente Heather, secretamente divertida por la actitud severa de él—. ¿Aquélla en la que me fui de Tucson y que Rick se llevó cuando nos separamos?

—¿Qué pasa con ella?

—Era mía. Comprada con el dinero que gané trabajando en el restaurante del hotel el último año de bachillerato. Sé exactamente la clase de batalla que Jim ha librado con sus padres para que le dieran permiso para comprar la moto. ¡Figúrate lo que tuve que pasar! Mi madre casi se desmaya y mi padre se pasó una semana dando gritos antes de acceder. Me encantaba aquella moto. En ella me sentía libre y aventurera, y totalmente independiente. —Heather echó la cabeza hacia atrás abandonándose al placer de recordar, inhaló el aire limpio por la lluvia y cerró brevemente los ojos—. Era una sensación fantástica.

—¿Por eso te fuiste a California y descubriste lo que realmente era sentirse libre e independiente? —lo dijo en un tono ácido, levemente reprensivo, quitándole la llave de las manos y abriéndole la puerta.

—Jake, tienes el talento de reducirlo todo a un nivel muy terreno —no le extrañaba que ese hombre no se considerara muy diestro en el trato con la gente. ¡No lo era en absoluto!—. No te preocupes. Como ya te he dicho, soy una mujer completamente distinta —extendió la mano para que le devolviera las llaves—. Cuando leas el acuerdo prematrimonial, verás lo realista y profesional que me he vuelto.

—Lo leeré esta noche —le prometió él, sin moverse del umbral mientras ella entraba. Permaneció allí, mirándola, con un brillo significativo en los ojos.

Un chispazo de intuición femenina le dijo a Heather que él estaba a punto de besarla. La idea la tomó por sorpresa pero no le pareció nada desagradable. De hecho, sintió que le bullía la sangre de placer anticipado. Un extraño anhelo de tener un atisbo de lo que sería el verdadero matrimonio con aquel hombre.

Jake dio bruscamente un paso hacia adelante, la agarró de la barbilla con dedos firmes y le levantó la cara. La mirada gris reflejaba una fría pasión que pilló desprevenida a Heather. La pasión no era algo que ella esperase encontrar en Jake Cavender. Quizá se había equivocado. Sintió la fuerza de la mano masculina, y una oleada de excitación la recorrió. El amor y el deseo no eran elementos que esperase encontrar en su acuerdo con Jake. La perspectiva de semejante potencial era a la vez embriagador y un poquito estremecedor.

Heather bajó la mirada cuando él le levantó la cara para besarla. Sintió su proximidad, el calor de su cuerpo a escasos centímetros de ella. La sensación de la boca de él aleteando sobre la suya hizo que por un instante le faltara la respiración. Una tensión inexplicable, casi insoportable, la invadió mientras esperaba.

—Creo… —susurró roncamente Jake e hizo una pausa—, que tengo que leer ese acuerdo antes que nada.

Heather abrió los ojo, estupefacta cuando sintió que le soltaba la barbilla. Inmediatamente disimuló la reacción, levantando la cabeza en gesto altivo.

—Hazlo, Jake. No quisiera que te vieras envuelto en algo que no puedas manejar —y, con un poco más de violencia de la necesaria, le cerró la puerta en las narices.