Capítulo 10
La carretera de vuelta a Tucson estaba prácticamente desierta. Se extendía por delante de Jake y de Heather, una cinta interminable de asfalto, nada digno de comentario cuando uno iba en coche, la autopista a la eternidad cuando se iba a pie.
—Es bastante distancia —señaló Heather—. Si al menos dejara de llover. Probaré mis viejas habilidades de autoestopista con el próximo coche que pase.
—Estoy seguro de que le encantarás y parará, del mismo modo que encantas a todo el que quieres —gruñó Jake.
—¿A todo el mundo excepto a ti?
—Yo estoy más fascinado que nadie, ya te lo he dicho.
—Siempre es agradable oírlo.
—La única diferencia es que yo puedo manejarte en las ocasiones en que no eres encantadora.
—Me subyugas cuando hablas con tanta propiedad. Escucha, se oye algo.
Jake se giró en redondo.
—Estamos de suerte, viene un camión.
—Se detendrá —prometió Heather, saliendo a la carretera y agitando la mano esperanzadoramente.
—Heather, déjame a mí, ¿vale? —Irritado, la echó hacia el arcén de la carretera—. No hay necesidad de que despliegues tus encantos. Después de la tormenta, el conductor se dará cuenta de que realmente necesitamos que nos lleve sin necesidad de que te metas debajo de las ruedas del vehículo.
—Espero que no haya ayudado a otro par de autoestopistas —murmuró Heather pensativa.
—¿Monroe y su amigo? No lo creo, se habrán ido anoche con uno de los jeeps. Tendremos que dar parte a la policía cuando lleguemos.
Como Jake había predicho, el conductor del camión se detuvo a recogerlos.
* * *
Eara cuando las autoridades estuvieron informadas de las actividades de Monroe y su amigo, era mediodía. Una llamada anterior había tranquilizado a Ruth y Paul Strand, pero había sido Jake el que llamó y Heather no se había enfrentado a sus padres.
Cuando Jake aparcó el coche alquilado en el aparcamiento privado del hotel, mucha de la seguridad en sí misma había desaparecido.
—¿Qué voy a decirles, Jake? —farfulló.
—Diles que has postergado dos semanas la fecha de la boda. Ellos salen de viaje al día siguiente —comentó desapasionadamente Jake al abrir la puerta.
—Hablo en serio, Jake.
—También yo. Eso es lo que voy a decirles.
—No creo que estés dispuesto a volver a quedarte plantado ante el altar.
Él se volvió a mirarla; ella seguía sentada en el coche. La mirada de él era fría y serena.
—Esta vez, estarás allí, Heather. Créeme —se enderezó, cerró la portezuela con fuerza y rodeó el coche. Sin hablar más, caminaron hacia la casa de los padres de ella.
Ruth Strand los recibió en la puerta, una mirada de ansiedad en el rostro…
—Heather, querida. Estábamos tan preocupados… La tormenta fue tan violenta y esos cañones son tan traicioneros.
—Estoy bien, mamá —a Heather se le saltaron las lágrimas mientras corría hacia su madre—. Mamá, siento esa espantosa escena del otro día. Fui estúpida, infantil y… y… —Se abrazó a Ruth al quedarse sin palabras.
—Tenías razón de estar absolutamente furiosa —dijo su madre con firmeza—. Yo también lo estaba. Entrad, necesitáis un poco de café.
Cuando terminaron de contarle sus desventuras a los Strand, Ruth y Paul prácticamente se habían olvidado del embarazoso suceso de la boda. Mientras Heather escuchaba el relato minucioso de Jake, se dio cuenta de que se extendía tanto para desviar la atención de los Strand de la boda.
Paul y Ruth se quedaron estupefactos por todo lo que les contaron.
—Y tuvimos que abandonar tu coche, Ruth —se disculpó Jake—. Mañana por la mañana volveré al cañón a ver qué ha quedado de tu coche y del Mercedes.
—Lo único importante es que los dos estáis bien —dijo Ruth con el corazón.
Se hizo un momento de silencio en el que todos consideraron la cuestión. Fue Paul quien lo rompió.
—¿Qué pensáis hacer? —preguntó en tono calmado.
—Ponernos a trabajar —dijo Heather con tanta calma como su padre—. Jake y yo dirigiremos el Hacienda, ¿verdad, Jake?
—Vamos a trabajar muy bien juntos —asintió fríamente Jake—. Lo decidimos anoche. Además, vamos a seguir con los planes y nos casaremos dentro de dos semanas —por encima del borde de la taza de café, miró a Heather, retándola a que desmintiera sus palabras.
—Jake sabe las condiciones en las que me casaré con él. Si de aquí a dos semanas cumple con esas condiciones, nos casaremos —sonrió suavemente, pero tenía el pulso acelerado. Había retado a Jake y no estaba segura de poder ganarle.
—No te preocupes, Ruth —dijo cortésmente Jake—. Heather estará en la boda.
Paul y Ruth pasaron la mirada de Heather a Jake y de nuevo a su hija, sopesando en silencio la conocida testarudez de ella y la estricta determinación de él.
Heather no se preocupó cuando sus padres sonrieron relajadamente.
* * *
Heather tenía que cenar con sus padres y con aquella noche. Estaba ayudando a su madre a preparar los tacos y las enchiladas. Trabajar en compañía era una forma en que sus padres parecieron dispuestos a olvidar la escena de la moto, pero como decía su madre, la comprendía perfectamente.
—La nota que me pusiste en el maletín fue muy importante para mí, mamá. Me sentí tan mal, cuando me calmé, por haber armado esa escena…
—Lo increíble es que esos dos te hayan engañado Yo sabía que Paul terminaría vendiendo el Hacienda pero creí que Jake y él llegarían a un acuerdo después de que os hubierais casado. —Ruth negó con la cabeza—. Hombres. Siempre creen que tiene razón. Paul me dijo que creía que todo estaba bien porque Jake le había asegurado que se casaría contigo —miró de soslayo a su hija—. ¿Piensas casarte con él dentro de dos semanas?
—En cualquier caso, dirigiremos juntos el Hacienda. Él me necesita.
—¿Y tú lo amas?
—Lo amo. Pero no sé si me casaré con él dentro dos semanas.
—¿Intentas castigarlo por lo que te hizo? —preguntó Ruth.
Heather negó rotundamente con un movimiento de cabeza.
—No, intento que comprenda lo que siente exactamente por mí. Jake no sabe mucho sobre el amor. Prefiere poner su fe en otras cosas como intereses comunes y… atracción física.
—Eso último sí lo hay entre vosotros, ¿verdad? —Ruth rió entre dientes—. Se puede ver. Estáis tan… pendientes el uno del otro. Conozco esa sensación porque siempre la ha habido entre tu padre y yo.
Heather parpadeó, mirando a su madre con estupefacción.
—No pareces demasiado preocupada por el hecho de que tal vez eso sea lo único que hay entre nosotros.
—Ya no tienes dieciocho años —replicó Ruth encogiéndose de hombros—. He visto actuar a mi hija, inteligente y triunfadora. Es una adulta y sabe cuidar de sí misma. Hemos superado la relación madre-hija. Ahora somos amigas, Heather. Buenas amigas, espero.
—Claro que sí —asintió Heather con voz ronca, rodeando con sus brazos a su madre—. Las mejores amigas.
Las dos mujeres se abrazaron en silencio, sellando la relación tan especial que tan sólo puede existir entre madre e hija.
Después de la cena, Jake agarró a Heather del brazo, casi hasta hacerle daño mientras volvían por los jardines del hotel.
—Has conseguido que todos olviden que me diste plantón en la boda —la contempló mientras la guiaba por los terrenos silenciosos—. ¿Cómo lo has hecho, Heather? ¿Magia?
—No, no esta vez. Todo el mundo se alegra tanto de que esté viva que no pueden enfadarse conmigo. Te debo una, Jake.
—Esperemos que te sientas tan en deuda conmigo que no me des problemas dentro de dos semanas para llevarte al altar.
Heather se detuvo, obligándolo a él a hacer lo mismo a su lado. A ella se le curvó la boca en una sonrisa cuando levantó la cara para mirarlo. El firmamento estaba despejado y la noche era cálida e invitadora.
—Te amo, Jake.
Él gimió y la tomó entre sus brazos, aplastando la boca sobre la de ella.
—Entonces no te me resistas —le advirtió sobre sus labios—. No te me resistas.
—No voy a resistirme. ¿Quieres que vaya contigo a tu chalet? —Le hizo una delicada caricia en la nuca, moviendo seductoramente los dedos. Arqueó el cuerpo para pegarse a él, llena de deseo y provocación.
Jake levantó la cabeza, los ojos oscurecidos y brillantes en la noche.
—Hace una semana me habría apresurado a aceptar la oferta.
—¿Ya estás cansado de mí?
—Sabes muy bien que no es eso. Por como me siento, te echaría sobre el césped y te tomaría —reconoció él.
Ella podía sentir la tensión física del cuerpo de él y supo que le estaba diciendo la verdad.
—No soy yo quien se resiste a ti, Jake. Eres tú el que se me resiste.
—¿Crees que si me seduces muy a menudo te daré lo que quieres? —preguntó él con resentimiento—. No dará resultado, Heather. Déjate de jueguecitos teatrales y actúa como la mujer que eres.
Heather procuró ocultar el dolor que sabía se le reflejaría en los ojos. Se apartó de él.
—Buenas noches, Jake. Te veré mañana.
Jake se quedó apretando los dientes mientras ella desaparecía por el jardín tenuemente iluminado. Luego, la siguió discretamente hasta que la vio entrar a su chalet. Le había hecho daño con el comentario sobre los jueguecitos, se dio cuenta. Era extraño tener poder para herir a alguien. No creía haber poseído ese poder antes y se sintió incómodo.
Ya en su cama, se sentía cada vez más incómodo en su desolación. Dos noches teniendo a Heather entre sus brazos lo habían cambiado por completo.
La situación era ridícula. Los dos se deseaban. Los dos querían seguir juntos. ¿Por qué diablos le dejaba que jugara de esa forma con él? Lo más sensato era hacerle comprender que eran inútiles sus juegos. No tenía la menor posibilidad. No desde la primera vez que la vio. Era Navidad, y en cuanto la miró, supo que la quería ella y al Hacienda. Todo sería perfecto. Tendría un hogar completo, con una esposa que lo comprendía y que esperaba de la vida lo mismo que él.
Un hogar.
Todo había ido tan bien hasta la escena de la capilla. Incluso después, él estaba convencido de que todo estaba bajo control. Ella lo quería y quería al Hacienda.
Tal vez había sido culpa de él por liberar el lado apasionado de la naturaleza de ella. Él no pensaba hacerlo hasta después de la boda, pero había ido demasiado lejos al ocultarle que era el dueño del Hacienda. Descubrir que la habían engañado a propósito había desatado las ataduras que mantenían su naturaleza contenida. Hacerle el amor después sólo había empeorado las cosas. La rendición de ella había sido tan apasionada como su furia. Una mezcla formidable.
Nunca había estado tan decidido en su vida. Pondría fin a la pequeña fantasía de amor de Heather y la obligaría a aceptar la situación entre ellos por lo que era. Después de todo, todavía contaba con la parte práctica de ella. La aprovecharía para resolver el conflicto entre ellos.
La decisión hizo que se bajara de la cama, se pusiera unos vaqueros y caminase descalzo hasta su escritorio. Se sentó, encendió la lámpara y abrió el cajón. Sacó la copia del acuerdo prematrimonial que había firmado y se puso a estudiarlo detenidamente. Luego, tomó papel y pluma.
Ella tendría que admitir que la relación entre ellos no era una romántica fantasía rosa. Era una asociación sólida e indestructible de bases muy firmes.
* * *
Heather sintió mucha suspicacia al recibir la invitación a cenar desde el mismo momento en que la aceptó, el día siguiente a mediodía. Pero se vistió especialmente para la ocasión. El traje que eligió lo había comprado en San Francisco. Era muy ajustado y blanco, adornado con unas espectaculares rosas de lentejuelas en las hombreras. Con un poco de suerte, se dijo ella, el escote drapeado y en pico sería lo bastante profundo como para intrigar a Jake, pero no tanto como para que le echara un sermón. Heather suspiró interiormente cuando se apartó del espejo. Desde luego, era un camino difícil el que se había propuesto.
Jake estaba ante su puerta a la hora convenida. Con chaqueta color crema y pantalones y camisa color café. Pero, como de costumbre, su atuendo no influía en la impresión general de distancia que él se imponía.
En cuanto Heather abrió la puerta y salió, se empinó un poco para darle un ligero y cálido beso en los labios.
—Creo que podremos ir en el Mercedes —dijo en tono alegre y desenfadado ella, apartándose antes de que Jake respondiera—. Papá me dijo que fuisteis con un mecánico a rescatar los coches.
—Ambos estaban llenos de barro pero en perfectas condiciones. —Jake dejó resbalar la mirada por el escote—. Ese vestido tiene un escote muy profundo, ¿no crees?
—No. —Heather sonrió deslumbrantemente y cerró la puerta de su casa—. ¿Alguna señal de los jeeps que llevaron Rick y su amigo?
—Ninguna —respondió él mientras se dirigían hacia el aparcamiento—. Al parecer lograron salir del cañón. Con un poco de suerte, las autoridades los atraparán en la frontera.
—Eso espero —manifestó fervientemente Heather—. ¿Adónde vamos?
—A un sitio en donde podamos hablar.
—Eso es alentador. ¿Te refieres a hablar de nosotros? —Trató de poner una nota alegre, ansiosa por ocultar lo nerviosa que se sentía.
—A hablar de nosotros —confirmó él.
Jake condujo hasta un elegante restaurante que quedaba en las colinas y gozaba de una espléndida vista sobre la ciudad, sin hablar apenas. Heather lo notaba abstraído en sus meditaciones y le habría encantado poder leerle el pensamiento. ¿Pensaría en la insostenible situación entre ellos? ¿Quizá había llegado a la conclusión a la que ella quería que llegara?
Una vez en el restaurante, la condujo hasta una mesa para dos.
—¿Una copa de borgoña?
—Me conoces tan bien… —murmuró ella, tratando de hacer un pequeño chiste.
Él la contempló detenidamente mientras le servían el vino a ella y un whisky a él. Heather se removió inquieta ante el escrutinio.
—Ahora —comenzó él tras un largo silencio—, creo que ha llegado el momento de hablar de negocios.
—¿Negocios? —Ella se dio cuenta de la cautela de su voz y supuso que él también la habría notado.
—Negocios. No quieres ser mi esposa…
—Permíteme cambiar esa frase. Tú insistes en que nuestro matrimonio sea en tus términos. Términos que encuentro inaceptables —a Heather se le secó la boca.
—Puesto que el matrimonio está fuera de discusión, nos enfrentamos a otra situación. Estás dispuesta a trabajar para el Hacienda y a desempeñar las funciones de amante para mí. Siempre me ha gustado que quienes trabajan para mí tengan muy claras sus responsabilidades. Creo que ahorra tiempo y problemas. Por lo tanto, he redactado un contrato que incluye tus obligaciones.
Heather permaneció muy quieta cuando él se sacó un documento doblado del bolsillo interior de la chaqueta. Cuando él se lo entregó, ella dejó la copa sobre la mesa y lo agarró.
—Has estado muy ocupado —le dijo después de mirar por encima del documento de dos páginas meticulosamente mecanografiado, muy parecido al que ella misma le había dado a firmar. Se sentía humillada.
—¿No vas a leerlo? —insistió blandamente Jake.
—Luego. Lo estudiaré detenidamente.
—Si quieres te lo describo a grandes rasgos.
—Como gustes.
Él se echó hacia adelante, agitando el vaso en la mano.
—Básicamente el contrato dice que eres mi empleada. Trabajarás para mí y sólo me rendirás cuentas a mí. Mis deseos para el Hacienda serán los tuyos y acatarás mis órdenes como cualquier empleado eficiente.
—¿La perfecta mujer sumisa?
—No exactamente. Asumirás el papel de mi asistente personal y, como tal, estoy dispuesto a oír tus opiniones. Pero sólo de vez en cuando. Sin discusiones, peleas ni emotivas protestas. Eres simplemente una empleada de la empresa.
Heather se sintió herida y cerró los ojos brevemente.
—Recibirás un salario en consonancia y podrás seguir usando el chalet como parte de tu remuneración.
—El Hacienda ha sido siempre mi casa.
—No es más casa tuya que de cualquier otro empleado.
—¿Incluirás también el alquiler de mis padres?
—El acuerdo con tus padres no tiene nada que ver contigo.
—Ah.
—¿Por dónde iba? Ah, sí. Además, desempeñarás también los honores de anfitriona del Hacienda. Es evidente que se te da muy bien, y yo lo necesito. Pero por encima de todo, no olvides que tu principal función es satisfacer mis deseos.
—¿Me pondrás grilletes en los pies?
—No creo que sea necesario. Eres una profesional. Sólo te pido que mantengas tu profesionalidad. Al menos para la primera parte del contrato.
—Me consume la impaciencia por oír la segunda. —Heather dio un largo sorbo de vino, los ojos centelleantes.
—Se refiere a tus deberes como ama de llaves.
—Como amante —lo corrigió ella.
—A los efectos del contrato, la palabra es «ama de llaves». Sería demasiado molesto que vivieras conmigo. Como propietario del Hacienda me veo obligado a mantener las apariencias.
—¿Te parece algo vulgar vivir con la hija del antiguo propietario? —preguntó en tono mordiente Heather.
—Muy vulgar. Sin embargo, habrá ocasiones como viajes de negocios, vacaciones, fines de semana, ese tipo de cosas. Ah, como ser mi ama de llaves es otro trabajo, tendrá su remuneración aparte.
Heather palideció. Con muchísimo cuidado, dejó la copa sobre la mesa.
—Pero —continuó él—… las cosas pueden ser distintas.
—¿Sí?
—Sabes que sí. Cásate conmigo. Así de simple.
—No me casaré con un hombre que no sepa amar.
A Jake se le endureció el rostro.
—Maldita sea, Heather. ¿Por qué tienes que complicar las cosas?
—¿Te parece que pedir que me ames tanto como yo a ti es complicar las cosas?
—Heather, sabes… —De pronto Jake se interrumpió y miró detrás de ella—. No puede ser.
—¿Qué sucede?
—Cecil y Connie Winthrop.
—Qué encantador. Puedes aprovechar y formar toda una reunión de negocios. ¿Por qué no los invitas?
—¿Por qué no? —contestó Jake—. Ya que una de tus obligaciones va a ser conseguir esa tierra para mí, te dejaré empezar.
—Jake, espera…
Sin hacer caso de la súplica de ella, Jake hizo una seña a los Winthrop.
—Recuerda que quiero esa tierra, Heather.
Antes de que ella pudiera decir nada, los Winthrop estaban allí. Heather, haciendo de tripas corazón, los recibió con la más deslumbrante de sus sonrisas. Jake quería aquella tierra. Muy bien, la tendría.