AVERROES
EL MUSULMÁN ARISTOTÉLICO
Fue uno de los más brillantes filósofos medievales. Su erudición sobre la figura del griego Aristóteles le destacó entre sus coetáneos andalu-síes, sumidos por entonces en graves conflictos religiosos y militares. Mantuvo una tenaz intelectualidad que lo proyectó como uno de los personajes más relevantes de Europa, con un prodigioso magisterio que sirvió de obligada referencia en centurias posteriores.
Nacido en Córdoba en el año 1126, su verdadero nombre era Abu-1-Walid Muhammad ibn Rushd: Averroes no es más que una interpretación vulgar efectuada por los escribanos castellanos, aunque esa denominación es la que se popularizó y sobrevivió a los siglos.
En su época la ciudad sultana era una de las principales capitales del continente europeo y en sus bulliciosas calles los más de quinientos mil habitantes disfrutaban de una herencia cultural sin parangón en otras latitudes geográficas. Hermosas mezquitas, palacios suntuosos, bibliotecas y magníficas obras civiles engrandecían este epicentro cultural del eterno recuerdo omeya.
Nuestro protagonista formaba parte de una prestigiosa familia de cadíes (jurisconsultos), cuya acomodada posición les permitía entregarse de lleno a la aventura del saber. Padres y abuelos se esmeraron en la educación académica del pequeño y, en consecuencia, el cordobés adquirió grandes conocimientos en leyes, medicina, teología, matemáticas y, sobre todo, filosofía. Esta última disciplina se revelaría como la vocación dominante de su existencia. En cuanto a los profesores que lo instruyeron, merecen ser destacados autoridades como el filósofo y matemático Abentofail (Ibn Tufayl) o el médico Avenzoar, personajes ambos que ocupaban por entonces la cúpula intelectual del al-Andalus almorávide y que inculcaron al joven la admiración por autores clásicos de la talla de Galeno, Hipócrates y, por supuesto, Aristóteles, del que se convirtió en su más rendido exegeta.
En efecto, el legado aristotélico fue analizado con minuciosidad depurada por un Averroes cada vez más inmerso en las cuestiones filosóficas de su tiempo. Estudiando al estagirita universal, comenzó a elaborar teorías de pensamiento propias, entre las que destaca su defensa de la razón por encima de la religión.
En 1169 los almohades habían tomado el relevo de sus hermanos almorávides y se consolidaban en el norte de África mientras ejercían la tutela de los territorios andalusíes de la península Ibérica. Fue el momento oportuno para que el filósofo hispano-musulmán viajara a Marrakech a instancias de su amigo IbnTufayl, asesor directo del califa AbuYusuf, un gran amante de la filosofía (como también lo habían sido otros de su linaje).
En la corte califal contrajo méritos y recomendaciones suficientes para regresar a al-Andalus dispuesto a ocupar el cargo de cadí, primero en Sevilla y, dos años más tarde, en la capital cordobesa. Además recibió el generoso mecenazgo del mandatario almoha-de, lo que le permitió dedicar sus mejores esfuerzos a escribir varios volúmenes en los que quedó reflejada una inmensa y lúcida aportación cultural. Sus libros fueron traducidos con presteza al latín y al hebreo y tuvieron una amplia difusión en la Europa medieval y aun más allá.
Fueron tiempos de bonanza en los que el cordobés siguió creciendo como notable exponente de la sabiduría más reconocida del mundo árabe.
Averroes, aliado inseparable del conocimiento, observó la sociedad que le rodeaba con una visión muy diferente a la de sus congéneres. Sus trabajos como médico y jurista en las ciudades de Córdoba y Sevilla le facilitaron la tranquilidad suficiente para poder profundizar en los diferentes capítulos del complejo entramado humano. Basándose siempre en el universo aristotélico, la exposición y argumentación de diversos análisis efectuados sobre su autor clásico favorito le valieron el sobrenombre de
En 1182 fue nombrado médico oficial del califa AbuYaqub Yusuf, tenía cincuenta y seis años de edad y gozaba de un prestigio bien ganado en las cortes de justicia y en las aulas académicas. Desde luego, disfrutaba del reconocimiento popular, pero también debido a sus teorías se granjeó no pocos enemigos en los ámbitos más ortodoxos del islam. Y es que su particular cosmogonía y su peligroso acercamiento al panteísmo consiguieron la repulsa del radicalismo religioso.
Finalmente, su estrella declinó en 1195, tras la resonante victoria musulmana en Alarcos, lo que provocó una ola de fundamentalismo religioso que afectó con inusitada fiereza a la escuela filosófica andalusí, incluido el propio Averroes, que fue acusado de «gran hereje» y condenado a la expulsión de su querida Córdoba.
Sólo el profundo respeto que le profesaba la población civil y los propios califas almohades le libraron de una muerte segura, aunque tuvo que soportar que algunos fanáticos quemaban ante él sus obras literarias en una plaza pública.
Buscó refugio en la localidad cordobesa de Luce-na para cumplir con la pena de destierro impuesta por el nuevo gobernante Abu Yusuf Yaqub al-Mansur. Tres años más tarde, el buen filósofo recibió el indulto y viajó a Marrakech. Falleció al poco de su llegada.
Los restos mortales fueron depositados en la ciudad califal y posteriormente se ordenó su traslado a Córdoba. Según constató un testigo privilegiado, el cuerpo inerte de Averroes fue situado en el costado de una muía mientras que en el otro lateral se colocaron todos los libros del pensador a modo de contrapeso; de esa forma simbólica, el célebre filósofo y sus obras retornaron a la ciudad que les había visto nacer. Todo un homenaje para el hombre que dio esplendor a la cultura medieval europea, aquel que recibió la inspiración aristotélica en grado máximo, aquel que superó las barreras más rancias de la intolerancia religiosa en favor del raciocinio más puro.