CLEOPATRA VII PHILOPATOR
LA REINA DE LA SEDUCCIÓN
El antiguo Egipto es pródigo en nombres de imperecedero recuerdo que han surtido de sueños emocionantes a decenas de generaciones integradas por entusiastas estudiosos de la civilización más apasionante y enigmática que vieron los tiempos. Sin embargo, uno de los iconos más populares de aquella cultura no fue hombre y ni siquiera tenía raíces egipcias.
Tras la muerte de Alejandro Magno, su efímero Imperio quedó dividido en tres grandes zonas, entre las cuales Egipto correspondió a Ptolomeo, amigo y biógrafo personal del célebre conquistador. Comenzaba de ese modo un periodo de presencia griega en el país del Nilo que se prolongaría hasta la muerte de Cleopatra, acontecida tres siglos después. En ese tiempo los ptole-maicos gobernaron con dispar fortuna y siempre a espaldas de la población autóctona, a la que ignoraron y menospreciaron constantemente.
En el siglo i a.C., la situación llegó al límite con Ptolomeo XII, llamado Auletes («tocador de flauta») por sus súbditos. El rey se casó siguiendo la costumbre familiar con su hermana CleopatraVI y fruto del matrimonio nacieron tres hijas: Berenice IV, Cleopa-traVII, Arsinoe IV, y dos hijos: Ptolomeo XIII y Ptolomeo XIV.
En el caso de nuestra protagonista, nacida en 69 a.C., existen investigadores que sostienen su posible ilegitimidad; aun así, su educación se puede calificar de magnífica e inusual para una joven de su época. Aunque poco sabemos sobre su infancia y juventud, gracias a Plutarco se puede afirmar que Cleopatra poseía la facultad de aprender las lenguas que se propusiera. Leía, escribía y hablaba griego, arameo, etíope, árabe, hebreo, medo, parto, latín, la lengua de los trogloditas y el egipcio. Esto último constituyó un gesto sin precedentes en la dinastía lágida, ya que ningún Ptolomeo quiso acercarse nunca al idioma autóctono del Nilo.
A esa facilidad innata de hablar lenguas extranjeras se sumaba una curiosidad insaciable por todo lo que la rodeaba; ella siempre quería saber más y disfrutaba mucho con sus materias académicas predilectas: matemáticas, filosofía, astronomía, medicina, historia, ciencias políticas, literatura y música. Además, poseía grandes aptitudes para la estrategia militar. Como vemos, Cleopatra y sus hermanos se formaron bajo la influencia helenística, con lecturas de cabecera protagonizadas por los poemas homéricos o clases magistrales donde se instruían en la retórica de Demóstenes.
Cuando se presentó por primera vez en sociedad contaba apenas catorce años y ya era famosa por su creciente sabiduría y carisma, lo que le permitía ser considerada una intelectual de su tiempo. No obstante, ese espíritu librepensador no la privó de asuntos propios de su edad; en este sentido, Cleopatra era impulsiva, rebelde, coqueta y seductora.
De belleza discreta tirando a mediocre, resultaba, empero, tremendamente atractiva gracias a su encanto personal, su modulada voz y un perfecto conocimiento de las técnicas cosméticas de la época. En efecto, esta aspirante a diosa conseguía sacar el mejor partido posible a sus dotes naturales. No olvidemos que tuvo que lidiar con hombres primero, y gobernantes después, en los que su encanto y magnetismo causaron profundos estragos.
Detengámonos en la minuciosa descripción que Plutarco nos brinda a propósito del maquillaje que utilizaba Cleopatra y de cómo se lo aplicaba: «Lleva los párpados pintados de verde y largas pestañas postizas, las mejillas hábilmente pintadas de blanco y encarnado, los labios realzados con carmín y las venas de su frente pintadas en tono azul.» Hoy en día esta descripción nos haría pensar en un miembro perteneciente a una tribu urbana, pero una mujer con esta apariencia en el siglo I a.C. representaba el más alto escalafón del refinamiento.
Los conocimientos estéticos se completaban con una buena utilización de pelucas y una higiene corporal basada en constantes baños de leche y miel con exquisitos masajes en los que las doncellas ungían el cuerpo de su reina a base de los mejores aceites aromáticos, terminando el acicalamiento con el rociado de abrumadores perfumes. Ante esto, ¿quién se podría resistir?
Mucho se ha comentado sobre la morfología de la nueva Isis. La especulación ha concedido diferentes rostros, cabellos y colores a la enigmática egipcia. Unos dicen que era morena, otros aseguran que era rubia, e incluso hay quien afirma que era calva. En cuanto a la tez también tenemos todas las posibilidades, desde los que defienden su color blanco inmaculado, pasando por el cetrino, hasta llegar al negro más puro. Lo único tangible se ofrece en alguna estatuilla cuya imagen se atribuye a su persona, monedas donde aparece su presunta efigie y un altorrelieve realizado en su época en el que figura una Cleopatra poco idealizada.
Sea como fuere, la Philopator se sobrepuso a todo y llegó a ser una de las jóvenes más apreciadas del reino lágida. Es de suponer que Ptolomeo XII sentía gran orgullo ante la capacidad manifestada por su hija favorita; no en vano, el nombre de la muchacha significaba «gloria de su padre».
Desde su proclamación real en el 51 a.C. hasta su fallecimiento en el 30 a.C., Cleopatra sedujo con su encanto a los dos hombres más importantes de aquel mundo antiguo. Concibió cuatro hijos de Julio César y Marco Antonio. Quién sabe si con un poco más de tiempo hubiese podido ganar para su causa al futuro emperador Octavio; por desgracia, entre ellos se interpuso la dignidad de la reina y una cobra real egipcia que supo hacer muy bien su trabajo.
Cleopatra se ganó a pulso la inmortalidad en el panteón egipcio y, aún hoy en día, se sigue debatiendo sobre los secretos que la impulsaron a la cumbre. Quizá si su nariz hubiese sido un poco más corta y respingona hubiese cambiado significativamente la historia de la humanidad...