TRECE
OLA DE CALOR
El aire parecía vidrio fundido. El vidrio era imperfecto, lleno de distorsiones y defectos. Aquellos defectos servían como canales para los espejismos, como lentes para las imágenes de vehículos lejanos y jinetes de camelopardos, de refugiados que avanzaban arrastrando los pies..., y de cadáveres, cadáveres cada vez más numerosos.
¿Estaba cerca aquella figura ominosa con una servoarmadura angular y armada con un bólter? ¿Deberían Jaq, Lex o Grimm disparar contra aquel renegado? La imagen se estremeció y desapareció antes de que pudieran decidirse.
Era tan sólo un fenómeno natural. Parecía que el calor asfixiante hacía hervir la sangre del cerebro y que eso provocaba visiones de locura.
La capucha de la túnica de Jaq lo protegía del sol pero no le enfriaba la cabeza. Grimm tenía su gorra, que lo protegía hasta cierto punto. A Lex lo habían entrenado para soportarlo insoportable, pero ¿no le cocería el cerebro el sol, a pesar de todo? Los huecos abiertos en la espina dorsal del marine espacial parecían ser el resultado de una ráfaga de disparos. Rakel había improvisado y se había hecho un sombrero con una hoja de pergamino doblada y atada bajo la barbilla con el fajín de asesino. El fajín le daba el aspecto de alguien a quien le habían cortado la garganta de oreja a oreja. El pergamino era en realidad la página que Jaq había arrancado del Libro de Rhana Dandra.
¿Estaría poniendo a salvo alguno de los arlequines en ese momento el Libro del Destino en mitad de aquella marea decreciente de personas? ¿Habrían llevado ya el libro al portal de la Telaraña en una motocicleta a reacción o en una Vyper? Todas aquellas preguntas parecían remotas e irrelevantes en aquellos momentos.
El suelo relucía por el brillo del sol. Cabalgaban sobre un yunque centelleante mientras la estrella roja los martilleaba con su calor. Era una inversión del arte de la herrería. Los que se encontraban bajo el martillo no se reblandecerían como el metal en una forja, sino que se secarían y se endurecerían por completo. Nadie los agarraría con unas pinzas para sumergirlos en agua y refrescarlos.
Pasaron cabalgando al lado de cuerpos que ya parecían momias, con todos los fluidos corporales evaporados.
Sin embargo, sí era posible que algo los levantara del suelo. Unos grandes cilindros de arenisca se alzaban, vagando al azar entre los espejismos y los verdaderos refugiados. Aquellos huracanes térmicos concentrados eran el equivalente a surtidores de agua. Uno de aquellos cilindros arrastró a un refugiado que estaba sentado al lado de una carreta volcada... y lo dejó caer poco después convertido en un esqueleto de huesos pulidos por la erosión concentrada de las diminutas partículas de arena. Había que esquivar a toda costa aquellos cilindros en movimiento.
Se oía de forma constante el mido de las piedras al partirse y las rocas agrietarse, tal era el calor.
Jaq tuvo una visión: estaban bajo un cielo que en realidad era un útero de luz. En su interior flotaba un gran niño hinchado y palpitante de color rojo sangre: el sol. ¿O quizá aquella enorme masa roja era el útero en sí, en el interior del cual flotaba un feto enano blanquecino?
Jaq se encontró de repente rezándole al Hijo del Caos.
—¡Nace de una vez! ¡Toma conciencia! Muéstrame de nuevo el sendero reluciente, el camino de azogue.
¿Cómo podría aparecer un sendero reluciente en un mundo donde el cielo y la tierra parecían estar en llamas? ¿No era aquella oración una herejía?
—Muéstrame la luz de Dom —murmuró Lex.
La luz era de color rojo vivo, casi rojo blanco.
Rakel comenzó a balbucear en voz baja.
—Soy una asesina. ¿Verdad que lo soy? Una asesina invencible puede resistir cualquier tormento.
Aquello era apropiado. Rakel se iba adaptando a su destino. Quizá el calor borrase algunas de las funciones superiores de su cerebro, lo que haría más fácil la transición de su personalidad a la de Meh'lindi...
—¡Mirad! —exclamó Grimm.
Una fuente de agua surgía del terreno un poco más adelante. La lluvia de finas gotitas creaba un arco iris...
—Otro espejismo...
—No, no. ¡Yald! ¡Yald!
Los camelopardos ya habían abierto los ollares y trotaban con mayor rapidez.
Hasta ese momento, sólo una de las bestias se había derrumbado bajo el peso de Lex. Eran unas criaturas resistentes. Los tres compañeros de Lex se habían quedado sentados mientras el marine espacial cambiaba de montura. Ellos también hubieran podido cambiar de montura, pero estaban demasiado agotados y ninguno consiguió reunir las fuerzas suficientes para hacerlo.
No hizo falta que les gritaran, ¡Rokna! a los camelopardos para que se detuvieran al llegar al estanque que se había formado al lado de la fuente. Antes de que Jaq y los demás tuvieran tiempo de desmontar, una docena de refugiados emergieron de los espejismos. Tres de ellos llegaron montados en camelopardos, y media docena iban montados en el interior de una limusina blanca. Una nube de vapor salía de debajo del capó.
La fuente era sin duda un sendero reluciente. Un sendero vertical que ascendía media docena de metros antes de volver a caer para llevar la salvación a los sedientos. Los animales y los humanos se agruparon para saciar la sed y empaparse.
Jaq se puso en pie, chorreando.
—Deberíamos darle las gracias al Dios Emperador por este milagro —dijo a los demás.
—También podríamos darle las gracias al puñetero calor —contestó Grimm—. Que ha abierto unas cuantas fisuras en las rocas, lo que ha permitido que el agua de algún estrato inferior salga a presión.
Probablemente era cierto, pero no lo parecía. Seguro que se trataba de un milagro.
Lex se quedó mirando el vehículo envuelto en una nube de vapor. El conductor, que llevaba puesto un turbante, transportaba un poco de agua para refrescar el capó antes de ni siquiera intentar abrirlo. Aquel tipo sabía de qué iba aquello.
—¡Eh! —le gritó Lex—. ¿Ha desinflado las ruedas?
El conductor se detuvo asombrado al oír hablar el gótico imperial estándar, lo que indicaba que era un extranjero de otro planeta.
—¿Ha desinflado antes las ruedas como prevención? —insistió Lex.
—Sí. —La respuesta fue tensa, a la defensiva. Quizá pensaba que aquel gigante armado quería arrebatarle el vehículo.
—¡Bien hecho, hombre!
¿Cuántos conductores más habrían pensado en aquello? ¿Un diez por ciento? ¿Un cinco por ciento? Eso significaría que serían miles.
—Encontrámonos en un lugar seguro —dijo uno de los pasajeros de la limusina. Sonaba algo bobalicón—. Entraremos en el agua dejaremos fuera sólo la nariz.
Quizá era ingenioso, pero estaba loco.
—El único lugar seguro está más adelante —le replicó otro pasajero con voz paciente, como si fuera necesario razonar con el individuo enloquecido si no quería que se rompiera el lazo social que los había llevado hasta aquel lugar—. Encuéntrase en el laberinto de piedra embrujado. Antes debemos pasar por el ermitaño del que hablé.
—¿Embrujado? —gritó una mujer joven y delgada con la piel quemada por el sol que había llegado montada en un camelopardo—. ¿Cómo que está embrujado?
—¿Qué ermitaño? —preguntó su compañera, una mujer de aspecto más recio y mayor a la que el cabello le colgaba en mechones lacios a causa del sudor.
—Los fantasmas recorren aullando el laberinto —siguió diciendo el individuo—. Yo vivía en Bara Bandobast, por eso lo sé. El laberinto es tabú, pero debemos entrar allí, pero antes debemos pasar por la Ermita de los Ascetas de los Pilares.
—¿Quiénes? —preguntó el bobalicón.
—Los Estilitas de la Soledad Aislada rezan para que la Faz del Emperador aparezca en el sol y de ese modo Sabulorb se convierta en el planeta principal de peregrinación de todo el cosmos.
—Disculpe —lo interrumpió Grimm—. ¿Cuántos eremitas rezan?
—Cientos.
—Disculpe de nuevo, pero ¿cómo es posible que sean eremitas si son tantos en el mismo sitio?
—¡Cada eremita vive sentado a solas sobre un pilar de roca diferente! —le contestó. ¿Es que aquel squat era estúpido?
—¡Vaya, pues hoy deben de estar rezando el doble si no quieren caerse de sus pilares como moscas!
Detrás de un pequeño montículo apareció tambaleante una figura de estatura elevada protegida por una armadura de color verde pálido, aunque no llevaba puesto casco. Los rasgos del rostro seguían siendo gráciles y bellos a pesar de las tremendas quemaduras en la piel. Llevaba desplegado el cabello negro en una cola ancha sobre la cabeza como si fuera un patético parasol de juguete. Era un guardián eldar y todavía empuñaba su catapulta shuriken.
La piel inflamada alrededor de los ojos casi se los cerraba, aunque ya parecía estar medio ciego a causa del resplandor. Tropezó y cayó. Tuvo que apoyarse en el cañón del arma para volver a ponerse en pie. Luego apuntó con la catapulta hacia la fuente de agua, el grupo de personas y la humeante limusina blanca.
—¡Un alienígena!
Alguien sacó una pistola automática y disparó contra el guardián, pero falló por mucho. Para la mayoría de los oídos no habría existido mucha diferencia entre el sonido del disparo y el de una roca al partirse. Sin embargo, los agudos sentidos del eldar debieron de notar la diferencia, ya que se echó el arma al hombro y disparó hacia el origen del sonido.
Tampoco le dio al que le había disparado, pero la ráfaga acribilló la parte trasera de la limusina. El metal se rasgó y salió un chorro de combustible humeante de la brecha. El chorro duró poco, ya que estalló en llamas escasos momentos después. El vehículo se convirtió en un lanzallamas vertical antes de que el fuego retrocediera sobre sí mismo y se metiera en la propia limusina. Toda la parte posterior estalló y el fuego devoró por completo el vehículo.
El conductor aullaba y se arrancaba trozos de las ropas con desesperación.
¡CLAAAKpapSSSHHHSSpacBLAM!
Lex disparó su bólter y el guardián medio ciego murió en el acto. Lex volvió a montar con rapidez y le indicó a Jaq y a los demás que hicieran lo mismo antes de que los pasajeros sin vehículo se recuperaran de la sorpresa. Las dos mujeres ya habían montado incluso antes de que Grimm lo hiciera. Habían llegado a la misma conclusión que Lex: los pasajeros se habían quedado sin medio de transporte, pero allí había unas cuantas monturas.
Lex empuñó con gesto amenazante el bólter mientras le gritaba al camelopardo.
—¡Jut, jut, shutur! ¡Tez-rau! ¡Yald!
Un coro de ¡Jut, jut, shutur! y ¡Yald! dejó atrás en segundos a los ocupantes de la limusina quemada. Al menos, habían quedado atrapados en un oasis... hasta que el sol evaporara toda el agua. Cuando llegara ese momento, ¿se metería el loco gracioso bajo el agua para morir hervido y escaldado?
Las dos mujeres se mantuvieron pegadas al grupo de Jaq. Aquello le venía bien. De ese modo, el grupo parecería más normal..., si es que algo podía parecer normal a aquellas alturas de la situación.
—Las juntas habrían acabado saltando más tarde o más temprano —comentó Grimm con cierta frivolidad—. El bloque de cilindros se habría partido. No siempre los grandes esfuerzos logran grandes productos.
—Ahórranos tus comentarios mecánicos propios de un squat —lo interrumpió Jaq—. Cállate. Quiero meditar.
—Podríais haberles dejado vuestras monturas de refresco —dijo la mujer más joven.
—Pues vosotras bien que os subisteis de un salto y zumbando a los camelopardos! —le replicó Grimm.
Rakel se quedó mirando a la joven.
—No nos molestes —le espetó como advertencia. Quizá sería un aviso útil—. Soy una asesina imperial —continuó diciendo.
¿Sería que estaba a mitad de camino entre la locura y la cordura?
Vieron los pilares de piedra oscura. Miles de columnas rocosas con el extremo superior aplanado. Medían desde tres o cuatro metros de altura hasta incluso cincuenta. Se alzaban sobre el desierto arenoso a lo largo y ancho de una zona de muchos kilómetros cuadrados.
Aquello tenía el aspecto de las ruinas de un templo gigantesco. En el interior se alzaba un montículo de roca enorme, repleto de entradas de cuevas. Esa debía de ser la capilla interior del templo.
Había un eremita vestido con una túnica blanca arrodillado sobre la plataforma superior de una columna de roca. Lo que podía verse de su cara bajo la capucha de la túnica tenía el color marrón del cuero envejecido. El calor lo había secado allá arriba, en aquella altura solitaria. Sin duda, ya se habría convertido en una momia.
En la base de la columna natural de piedra alguien había grabado: OBSÉRVANOS SU GRAN OJO ROJO.
Un poco más allá se alzaba otro pilar sobre el que estaba arrodillado otro eremita. La inscripción en la roca decía PATRIARCA DE TODOS.
Numerosos refugiados ya estaban atravesando la zona. Algunos iban montados en camelopardos o en motocicletas de tres ruedas. Otros seguían pedaleando, agotados. Muchos habían quedado reducidos a la condición de peatones, De vez en cuando, alguno caía al suelo y no se levantaba más. Los ojos cansados y atormentados apenas miraban el espectáculo de los eremitas subidos a los pilares de piedra.
Existían muchos lugares en el Imperio donde la devoción y la locura no se podían distinguir la una de la otra. La locura era a menudo contagiosa y persuasiva. Los peregrinos que a lo largo de los años habían visitado Shandabar y se habían visto inspirados por el fervor de las celebraciones quizá habían visitado después aquella ermita en el desierto. ¡Cuántos eremitas había, cada uno sobre su columna! La extensión de la ermita sólo se hizo realmente visible cuando el grupo de Jaq se adentró más.
Todos los eremitas se habían convertido en cadáveres correosos, desecados por el calor asfixiante o por la reciente tormenta de polvo. Habían quedado convertidos en gárgolas en la misma postura de oración que tenían cuando los alcanzó la muerte.
Habitualmente, los eremitas se encontraban lo bastante arriba para que no los afectaran las tormentas de arenisca o de arena. Sin embargo, durante una tormenta de polvo, sin duda debían verse obligados a retirarse a la capilla central para evitar quedar asfixiados. Estaba claro que la comida y la bebida diarias debían proceder de ese lugar y ser entregadas por sirvientes. Era probable que se hubiese excavado aquella gran roca a lo largo de los siglos o de los milenios, creando las cámaras y los almacenes necesarios para ello e incluso algunas catacumbas.
¡Era obvio que los eremitas se habrían resguardado de la tormenta de polvo!
Cuando la tormenta amainó, volvieron a sus lugares de rezo. Luego, el sol empezó a matarlos de calor. Las reglas que observaban aquellos estultas debían de contemplar la posibilidad de retirarse por una tormenta de polvo..., pero no por un aumento de la temperatura. Sabulorb era un planeta frío, siempre lo había sido. Por tanto; los eremitas permanecieron arrodillados sobre la cúspide de los pilares rezando cada vez con más fervor.
¿Estarían los sirvientes lloriqueando de impotencia en el interior de la capilla rocosa? Quizá estaban disfrutando del hecho de estar libres de todo servicio. A lo mejor algunos estaban de luto mientras otros estaban de fiesta. También era posible que, privados de una razón fundamental para vivir, se hubieran lanzado unos contra otros para matarse cuando el calor comenzó a invadir lo que antaño había sido un hogar agradable.
Los camelopardos habían dejado de galopar y estaban trotando, en parte debido a los numerosos pilares, ya que de seguir a esa velocidad se hubieran podido estampar contra uno de ellos, pero también en parte porque aquel lugar ejercía cierta influencia tranquilizadora en los altaneros animales. La zona estaba sumida en un silencio profundo. Todas las piedras con grietas debían de haberse partido hacía ya bastante tiempo. Los camelopardos avanzaron con cuidado y sin resoplar, como si sintieran temor de perturbar la tranquilidad del lugar.
Vieron de nuevo la inscripción que decía PATRIARCA DE TODOS. ¿Por qué no ponía «Padre de todos»? Esa era una expresión más común.
El terror recorrió de puntillas la espina dorsal de Jaq. Uno de los eremitas abrió los ojos de un color violeta hipnótico y los miró. Abrió los labios agrietados y dejó al descubierto unos dientes puntiagudos.
Los eremitas de otras columnas cercanas empezaron a moverse. Jaq espoleó al camelopardo para que avanzara con mayor rapidez y sobrepasara aquella columna en concreto.
—¡Son híbridos genestealers! —avisó a los demás con un susurro.
Tanto Grimm como Lex soltaron unas cuantas imprecaciones y prepararon sus bólters para disparar.
—¿Qué ocurre? —preguntó la joven.
—¿Qué nos harán? —inquirió Rakel.
Algo en el interior de Jaq saltó por fin.
—Mi verdadera asesina habría sabido lo que pueden hacer los genestealers y sus híbridos. Ella tomó su forma inhumana. Ella destrozó a los híbridos con sus propias garras.
Los genestealers pasaban su semilla a los humanos, sin importar que fueran hombres o mujeres. Los padres humanos concebían y daban a luz a una descendencia horripilante y no eran capaces de negarse a sí mismos cuidarla y protegerla, ya que se convertían en esclavos de su progenie. Algunos híbridos eran realmente monstruosos. Otros parecían humanos de grandes huesos y calvos, aunque sus dientes eran inusualmente afilados y sus ojos tenían una mirada hipnótica.
Así eran los eremitas que había encima de las columnas de piedra.
Los genestealers puros eran extremadamente fuertes y resistentes. Sus zarpas eran capaces de desgarrar una plancha de acero. Los híbridos compartían bastante de ese vigor y robustez como para haber podido soportar aquel aumento de temperatura. El aspecto correoso de la piel de los eremitas se debía probablemente a la aparición de alguna característica adulta de los genestealers, como el pellejo casi córneo y de color púrpura, una respuesta al cambio ambiental.
Si todos los eremitas que había en el exterior eran híbridos, ¿qué clase de monstruos albergaría la capilla central? Tanto los eremitas como los monstruos estarían comunicados de forma empática con el engendro deforme que era el patriarca. Era evidente que Sabulorb no había sido purificado con eficacia y que los supervivientes de una progenie habían pervertido la ermita del desierto, donde se habían multiplicado...
Si Meh'lindi estuviera allí. Si todavía tuviera en su cuerpo los implantes de genestealer para confundir a los híbridos subidos a los pilares. ¡No, aquello era un deseo impío! Los implantes de la asesina habían sido una abominación.
—¡Destrozó a los híbridos con sus propias garras! —repitió Jaq.
Rakel, agotada y casi enloquecida, se estremeció de forma convulsiva.
—Esperas mucho de tus mujeres, mi señor inquisidor!
Jaq se vio asaltado por la vergüenza. Le tembló la voz al hablar.
—Tu imitación es sagrada —le dijo.
No era así: era profana.
Pero tampoco era así: la imitación de Meh'lindi por parte de Rakel se convertiría en algo sagrado cuando Meh'lindi se reencarnara en Rakel y cuando el Hijo del Caos se estremeciera en el útero del espacio disforme, santificando así el autosacrificio de Rakel y el bautismo de Jaq en la nueva alma que contendría aquel cuerpo.
—Me disculpo en nombre de los ultramarines —dijo Lex mientras observaba columna tras columna, sobre las cuales comenzaban a moverse lentamente las figuras vestidas de blanco—. ¡Cómo puede ser que los genestealers hayan recuperado sus fuerzas en tan poco tiempo! Sin duda, es mejor que este mundo quede arrasado por el fuego.
Uno de los eremitas se había puesto en pie con lentitud para observar mejor el pausado llegar de lo que quedaba de la inmensa emigración. La capucha cayó hacia atrás y dejó al descubierto una cabeza calva que relucía bajo el destello del sol y unas cejas prominentes. Extendió unos brazos con músculos como cables, invitando a todos a que entraran, bendiciendo su llegada.
La dispersa masa de refugiados debió de parecerle maná caído del cielo..., o el motivo para que se produjera un ataque enloquecido. Unos cuantos eremitas más también se habían puesto en pie. En tiempos de crisis, lo imperativo era pasar la herencia genética de los genestealers. Allí llegaba una horda de ganado humano, lista para ser inseminada.
Quizá parte de ese ganado humano se pudiera utilizar como alimento si el calor disminuía en vez de seguir aumentando. Aquel desierto era demasiado árido. ¿Es que los sirvientes de los eremitas cultivaban comida en las catacumbas? ¿Tendrían gallinas y tanques de algas en las profundidades? Un festín de carne humana siempre sería bienvenido. El resto se podría ahumar o escabechar.
Grimm empezó a soltar una risita histérica.
—Sigue con cuidado, bestia mía —le dijo a su montura—. Sigue adelante, camelopardo bonito.
Pasaron al lado de otro pilar. El híbrido que estaba en lo alto los miró con ojos hipnóticos.
Eran miles de moscas entrando en una telaraña. Los híbridos parecían sapos cuyas lenguas salían disparadas cuando un movimiento adecuado pasaba por su retina al ponerse a tiro sus presas.
¿Cuánto tardarían los híbridos en comenzar a bajarse de los pilares? Quizá lo harían en cuanto los genestealers completos empezaran a salir de las bocas de las cuevas excavadas en la roca.
Había sido un viaje de pesadilla bajo un sol abrasador..., pero la peor alucinación de todas resultaba ser real.
—Trota un poco más de prisa, camelopardo bonito...
Ponerse al galope, o incluso a medio galope, podría precipitar la matanza. La mujer obesa no les había dicho cómo se ordenaba el trote. Grimm espoleó un poco con las rodillas a la montura.
—Eh —llamó en voz baja a la mujer que estaba más cerca de las que los acompañaban—. ¿Cómo dícese trotar?
—Dícese «asan» —le contestó la joven— Quiere decir «caminar fácil».
—Asan, asan, shutur!
Lo dijo casi como si fuera una plegaria. La montura de Grimm avanzó con algo más de rapidez. Los demás lo imitaron.
El squat deseaba con todas sus fuerzas ir montado en una motocicleta de tres ruedas en vez de en aquel cuadrúpedo bamboleante. Tenía el trasero dolorido e irritado.
Todos los eremitas se habían puesto en pie. Todos parecían estar atentos a algo. ¿Estaban esperando alguna clase de señal acústica o un impulso mental que les indicara el momento adecuado para el ataque? Sin embargo, tenían puesta la atención hacia el norte, de donde procedía la migración en masa.
—¡Una aeronave! —gritó Lex.
Poco tiempo después, todo el mundo oyó el ronroneo de los motores.
En mitad del brillo cegador del cielo apareció un gran transporte de tropas que volaba bajo. Lex se puso una mano de visera para protegerse los ojos y se quedó mirando mientras la nave viraba. Tenía la intención de dar una vuelta alrededor de la ermita.
—Creo que lleva insignias imperiales —les dijo.
Los eremitas híbridos le prestaban toda su atención en ese momento.
Uno de los cuatro motores de la aeronave empezó a fallar lanzando pequeños estampidos hasta que se paró por completo.
—¡Casi no tiene combustible!
La aeronave no podía proceder de Shandabar. El lugar no era más que un erial de ceniza y restos humeantes.
—Debe de proceder del continente septentrional, de la base de la Fuerza de Defensa Planetaria o del Departamento...
Después de la tormenta de polvo y antes de que toda la ciudad explotara al mismo tiempo, alguno de los astrópatas había enviado un mensaje concerniente a la incursión de los alíenígenas y de los marines espaciales del Caos. Después, Shandabar había quedado en completo silencio. Los mandos habían enviado un transporte de tropas para que investigaran el motivo y la zona. Si se había quedado sin combustible, entonces sin duda tropezó con varias tormentas en el recorrido. Seguramente el piloto habría contado con aterrizar en Shandabar, pero no pudo y se limitó a contemplar la absoluta e inexplicable destrucción de la capital. La aeronave había seguido volando al ver las señales de la migración en masa: decenas de kilómetros de cadáveres y vehículos abandonados. Más tarde, los refugiados que seguían avanzando con los camelopardos..., y aquel giro, el cambio de rumbo que los alejaba de la ruta más obvia en dirección a Bara Bandobast. Al parecer, la masa de gente se dirigía hacia aquel lugar repleto de piedras en mitad del desierto.
Seguramente la velocidad del aire había ventilado el interior de la aeronave, por lo que el viaje a bordo no habría sido tan asfixiante. La aeronave tenía una compuerta en uno de los costados, y por allí comenzaron a salir cuerpos que frenaron su caída en cuanto se abrieron los paracaídas blancos. Los soldados fueron cayendo con un leve balanceo. Eran tropas con un uniforme de camuflaje de color gris desierto salpicado por manchas amarillas claras. Llevaban sus rifles láser colgados del cuello. Tan sólo uno de los paracaídas falló. El soldado cayó a plomo contra el suelo. Uno tras otro salieron del avión y desplegaron las grandes telas blancas de los paracaídas. Ciento cincuenta soldados, ¡por lo menos!
Los motores de la aeronave se fueron apagando también uno tras otro. El piloto intentó hacer planear la aeronave con la esperanza de llegar a desierto abierto, pero sólo hasta que golpeó contra un pilar especialmente alto con la punta de un ala. La aeronave giró con rapidez sobre sí misma y desapareció. El impacto contra el suelo levantó una columna de humo, pero no se produjo ninguna explosión: no quedaba combustible que pudiera estallar.
Las tropas llegaron a tierra y los eremitas se apresuraron a descender de los pilares. Bajaron con rapidez por las columnas de piedra, sobre todo porque conocían todos los recovecos donde podían agarrarse con los dedos. A la vez, ¡las bocas de los túneles de la capilla de roca vomitaron oleada tras oleada de monstruos!
Eran criaturas de cuatro brazos. El par superior acababa en unas garras tremendas. Jaq reconoció el modo de avanzar casi a saltos y la velocidad, la increíble velocidad. De la espina dorsal les surgían una especie de cuernos que no tenían continuidad en las largas colas sinuosas o los alargados cráneos.
Detrás de aquellos monstruos «puros» surgió una marabunta de híbridos que no tenían apenas aspecto de humanos. No eran más que una sátira vil de la humanidad, con cabezas hinchadas y dientes afilados. Incluso desde lejos se podían distinguir sus deformidades. Algunos tenían garras en vez de manos. De la espalda de otros surgían hileras de espinas.
Aquellos híbridos odiosos estaban equipados con una abigarrada colección de rifles automáticos y escopetas, además de espadas normales y espadas sierra. Por supuesto, los genestealers puros no utilizaban armas ni herramientas de ninguna clase aparte de sus garras y sus resistentes cuerpos.
En cuanto llegaron al suelo, los eremitas sacaron pistolas automáticas y pistolas láser de debajo de las túnicas blancas.
—¡Padre de lengua plateada, tu saliva salva nuestras almas! —gritó uno de los eremitas.
En la boca del túnel más grande apareció el patriarca para supervisar la matanza que su progenie iba a provocar. Parecía un cerdo de cuatro brazos y enormes colmillos. Las espinas que le sobresalían de la espalda eran del tamaño de hojas de palmera. Tres pezuñas de garras enormes arañaban la roca sobre la que se encontraba. Estaba demasiado lejos para lograr distinguir sus ojos de color violeta llenos de venillas.
Aun así, ¡estaba demasiado cerca!
Grimm disparó contra el eremita más cercano, al que destrozó el pecho.
—¡Tez-rau! ¡Yald! —gritó Jaq.
Se pusieron a medio galope para pasar casi en seguida al galope. Uno de los genestealers ya se dirigía hacia ellos. El bamboleo de su camelopardo hizo que Lex fallara un disparo. El proyectil desperdiciado destrozó la inscripción de uno de los pilares. Jaq detuvo al monstruo con una plegaria y un proyectil del Piedad del Emperador. Siguió vivo, pero retorciéndose en el suelo de gravilla.
Los eremitas estaban atacando a los refugiados, agotados y abrasados por el sol, y a menudo lo hacían con las manos desnudas. Algunos se agachaban sobre las víctimas y bebían su sangre para saciar la sed. Los refugiados más aguerridos se defendieron con pistolas automáticas. Las tropas de uniforme amarillo y gris, dispersas por una gran zona, atacaron con descargas de rayos láser contra los genestealers o los híbridos que se abalanzaban contra ellos. La mayoría de los genestealers alcanzaban a las víctimas que habían escogido y las despedazaban. Un vehículo semioruga, atraído primero por el espectáculo de la lluvia de paracaidistas y después por el fragor del combate, apareció a toda velocidad. En el techo iba un arbite con el uniforme negro de servicio, pero que había perdido o había tirado el casco. La piel se le estaba cayendo del rostro inflamado por las quemaduras. Un genestealer salió corriendo de detrás de una de las columnas y se lanzó a la carga hacia el vehículo. El arbite giró el cañón automático montado en el vehículo e intentó acribillar a un monstruo que no debería estar pisando el suelo de Sabulorb. Uno de los proyectiles de gran velocidad le arrancó uno de los brazos inferiores.
El conductor del semioruga sucumbió por fin al calor debido al esfuerzo y a la tensión del repentino acelerón del vehículo, o quizá intentó alejar el vehículo del monstruo que se abalanzaba contra ellos. Una de las orugas se bloqueó y chocó contra una piedra. El vehículo patinó y comenzó a volcarse. El artillero salió despedido y el genestealer aceleró la carrera. El arbite rodó sobre sí mismo e intentó desenfundar una pistola láser, pero una de las garras ya se había cerrado sobre su cabeza desprotegida.
El genestealer centró su atención un momento después en el vehículo volcado. Las garras impactaron contra el metal para buscar un asidero desde el cual arrancar uno de los paneles laterales.
Apareció una motocicleta a reacción.
Era un tiburón aéreo estilizado, con una runa pintada sobre el alargado fuselaje delantero y unos estabilizadores laterales con forma de hacha de doble cabeza. Voló esquivando las columnas de roca, serpenteando a tan sólo un par de cuerpos de distancia del suelo. De ese modo, había logrado acercarse mucho antes de que se la detectara. Un vuelo a tan baja altura implicaba que se arriesgaba a que uno de los genestealers saltara y se agarrara a uno de los estabilizadores.
A los mandos del vehículo iba una mancha borrosa de diversos colores: un arlequín cuyo escudo holográfico estaba en pleno funcionamiento caleidoscópico. A cada lado del afilado morro de la motocicleta sobresalían como colmillos unas catapultas shuriken. Los cañones de aquellas armas mellizas bajaron por un momento y lanzaron un chorro de discos de metal afilados como navajas y demasiado veloces para poder distinguirlos a simple vista. Un genestealer cayó revolcándose al suelo: los proyectiles le habían atravesado el duro caparazón y le habían destrozado el frágil interior.
La motocicleta a reacción se dirigió hacia la boca del túnel donde el patriarca se encontraba supervisando la matanza de un modo insolente. Había genestealers en la zona, en un lugar bastante cercano al portal de entrada a la Telaraña. Los eremitas híbridos, guardianes de un vil secreto, no se hubieran atrevido a alejarse mucho en el pasado de sus columnas de piedra. Al menos, no tan lejos como para llegar al laberinto de piedra. La supervivencia de su progenie exigía aislamiento, no exploración. Sin embargo, Sabulorb estaba a punto de desaparecer envuelto en llamas. Si el patriarca se daba cuenta de que existía una manera de escapar del planeta, los híbridos y los genestealers harían todo lo posible por encontrar aquel lugar. Sin duda, los genestealers lograrían soportar el creciente calor durante el tiempo suficiente. Podrían quedar sueltos por la Telaraña, capaces, si el destino por alguna clase de triquiñuela siniestra lo permitía, de encontrar el camino a un mundo astronave.
Eso no debía ocurrir de ninguna forma. El arlequín hizo virar la motocicleta a reacción hacia la capilla de roca, hacia la terrible silueta que se encontraba en la entrada de la cueva.
Una ráfaga de proyectiles shuriken acribilló el lugar. Buena parte de ellos le dieron de lleno. El cerdo hipertrofiado se tambaleó pero no cayó. Una de las dos manos le quedó colgando sostenida por un solo ligamento, y uno de los ojos le había reventado, pero el disco shuriken que lo había alcanzado debía de haberse quedado clavado en un hueso orbital especialmente duro, por lo que no había logrado atravesarle el cerebro. De las heridas salía un espeso fluido pegajoso. Una de las rodillas también había quedado destrozada. Sin embargo, la criatura parecía invencible. El patriarca quizá estaba herido de muerte, pero se mantenía vivo, en pie y en una postura desafiante.
El arlequín tan sólo tuvo un par de segundos para percibir todo aquello. Quizá la intención original del arlequín había sido acribillar hasta matarlo al patriarca de los genestealers y luego ascender en vertical en el último momento para esquivar la pared de roca de la capilla pero ¿al ver aquello, no se atrevió.
La motocicleta a reacción, sin dejar de disparar en ningún momento, se estrelló contra el pecho del patriarca. El impacto lanzó a la gran bestia de espaldas al interior del túnel, junto a la motocicleta a reacción y al piloto. Un instante después, el combustible del vehículo estalló y una llamarada de fuego purificador surgió de la boca del túnel.
—¡Yald! ¡Yald!
El grupo de Jaq ya casi había sobrepasado el último pilar de roca cuando un híbrido se abalanzó sobre la mujer shandabar más joven.
El híbrido la bajó de un tirón de la montura y luego se quedó sobre ella mientras la muchacha se retorcía y chillaba. El híbrido gritaba de forma incoherente. No intentó ponerse en pie o montarse en el camelopardo.
—¡No te pares! —le gritó Lex a Rakel mientras miraba atrás. Ella había tirado de las riendas del camelopardo, lo mismo que la compañera de la muchacha caída—. ¡Sigue galopando! ¡Yald! ¡Yald!
La mujer robusta ya había logrado que su montura diera media vuelta.
—¡Ayúdennos!
No era posible ayudarlas sin retrasarse. No tardar en dejar atrás la capilla era más importante que la apariencia de normalidad que le daba cabalgar con aquellas dos mujeres. Debían rezar para que suficientes combatientes de todos los bandos quedaran muertos o incapacitados para que no los pudieran perseguir de un modo efectivo.
El híbrido todavía continuaba gritando de forma incomprensible, como si fuera él quien estuviera inmovilizado en el suelo. Una tormenta psíquica provocada por la muerte del patriarca debía de estar afectando a todos los miembros de la progenie y les impedía comportarse de un modo racional. Quizá la mujer robusta lograra clavarle un cuchillo al híbrido y rescatar a su amiga.